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El escobarismo

(Testimonios de Antonio I. Villarreal)

SEGUNDO TESTIMONIO


No era amigo del general José Gonzalo Escobar designado en una junta secreta de la que yo no tuve conocimiento, jefe supremo del movimiento renovador. Tampoco adquirí con él otro compromiso que pelear contra el enemigo común. Si hubiéramos vencido, tal vez Escobar y yo nos hubiéramos distanciado; perdidos quedamos en similares condiciones de destierro forzoso.

Sin estar ligado ni obligado en forma alguna a un hombre caído, sobre quien, aún sus amigos de ayer han enderezado graves acusaciones, llegando hasta motejado de cobarde, séame permitido pronunciar juicios serenos y equitativos. Escobar perdió en la guerra; pero como los hombres. Hay militares por allí que nunca han sido derrotados porque observan la táctica de rehuir combates sistemáticamente o de empeñarse en alguno de ellos tan sólo cuando les favorecen ventajas notorias que los colocan a salvo de cualquier azar ... y militares de esos son los que más se ufanan de su condición de invencibles.

He tocado la personalidad de Escobar desde las primeras líneas de estas reminiscencias porque sin duda alguna ocupa el puesto de mayor responsabilidad entre las filas de los renovadores. Con frecuencia me he de referir a su comportamiento y actividades en las diversas fases de la contienda cuyos episodios de relieve y emoción me ocuparé en describir; pero antes de iniciar el relato circunstanciado de aquella breve, pero sangrienta campaña, abrire un pequeño paréntesis para compendiar los motivos que me indujeron a solidarizarme en los momentos de prueba con hombres que -muchos de ellos- habían sido mis adversarios en recientes contiendas políticas y militares.

Nunca he violado un compromiso ni he vuelto las armas contra un Gobierno que hubiere reconocido o protestándole adhesión. He cuidado escrupulosamente no dar lugar a que se dude de la posición que guardo. Amigo leal o enemigo abierto para nadie es un misterio el lugar que ocupo. Por otra parte, en mi larga vida de acción revolucionaria, he querido ser consecuente y esencialmente lógico. Sigo creyendo, a pesar de tantas y tantas claudicaciones glorificadas, que la fidelidad a los principios -y en todas sus manifestaciones- es prenda de honor. Adherido fuertemente al imán de mis convicciones, nunca escogí de entre los grupos rivales aquel que indicare la conveniencia tan veleidosa como impúdica. Eso queda reservado para los cuclillos de la política que cada día abundan más. Me he propuesto ser distinto de todos esos partidarios incondicionales del éxito. Desde los comienzos de mi intervención en la cosa pública, me declaré antirreeleccionista y por lo mismo y con más razón, anti-imposicionista. Siempre he bregado contra el continuismo y naturalmente no puedo conformarme con la tesis en boga de que en el poder reside el derecho de ordenar la sucesión gubernamental.

Muchos de mis ex-compañeros, sin embargo, optaron por el sendero del éxito que resulta más accesible y venturoso, aunque conduzca hacia la apostasía. ¡Allá ellos! Y por eso los hemos observado, con asombro creciente, asumir actitudes tan contradictorias como substanciosas. La dragonearon de antirreelecionistas contra el General Díaz -muy bien- pero pocos años después se nos presentan con librea de reeleccionistas -o imposicionistas que da lo mismo- bajo la égida de Carranza que de Primer Jefe, Encargado del Poder Ejecutivo, pasó inmediatamente, sin abandonar un solo día el Palacio Nacional, a ocupar la Presidencia Constitucional de la República; se alborotaron, juntamente conmigo, contra la imposición de (Ignacio C.) Bonillas que Carranza quiso llevar a cabo para procurarse un sucesor que no lo molestara y cinco años después, bajo las órdenes de Obregón, realizan aquello mismo que fracasó trágicamente en Tlaxcalaltongo; posteriormente esos mismos ciertos compañeros míos de la época de oro del maderismo, se desgañitaron proclamando la reelección del entonces caudillo máximo, el general Obregón, y por último, a Querétaro acudieron a postular a (Aarón) Sáenz; pero en vez del respaldo prometido, la espalda le dieron tan luego como se les explicó que en el postrer momento había sido alterada la cláusula principal del testamento político y otro sucesor habíamos ...

Por lógica, por sindéresis, para no decir que por vergüenza, he tenido que oponerme sistemáticamente a la reelección de (Porfirio) Díaz y Obregón y a todas las imposiciones, inclusive la de Carranza, que hemos contemplado en los últimos lustros. Obligadamente, pues me colocaría del lado de mis principios en 1929, como lo había venido haciendo desde los albores de mi juventud. Por eso tomé parte en el movimiento que encabezó el general Escobar. En la derrota se busca siempre a quien cargarle las culpas pero a la hora del triunfo, todos resultan héroes. En esta ocasión, a Escobar lo fulminan los rayos de mil requisitorias y lo humano es que nos vayamos repartiendo las responsabilidades equitativamente.

A Escobar no le faltaron alientos y pujanza. Muy otras sus taras. Impetuoso, acometido, un tanto ególatra y demasiado presuntuoso, cuanto ejecutaban los demás le parecía mal y era tal su desbordamiento de energía y suficiencia que en el afán de dirigirlo y organizarlo todo, aplastaba la iniciativa de sus colaboradores y en cierto modo producía su inacción.

Quería abarcarlo todo: no se preocupaba porque las labores se distribuyeran adecuadamente ni consideraba capaz a persona alguna de llevar a cabo cualquier comisión de importancia: él lo había de hacer todo. Si se trataba de asuntos políticos o diplomáticos, allí estaba él, si de movilización de trenes militares, él atendería hasta el más mínimo detalle; embarcaría personalmente la caballada; cuidaría de los forrajes; buscaría provisiones, construiría trincheras; despacharía el servicio telegráfico, etc. etc.

Pasma considerar la multiplicidad de funciones que desempeñaba y su formidable resistencia. Encargado del Poder Ejecutivo y General en Jefe del Ejército Renovador; Jefe del los Departamentos de Hacienda y Guerra; Proveedor General y Preboste; Gobernador y Presidencial Municipal; Jefe de trenes y jefe de patio; Divisionario y sargento; legislador, periodista y orador.

Estaba en todas partes, se agitaba vertiginosamente; volaba. Pocos hombres del dinamismo y acometividad de Escobar. Se prodigaba hasta el aniquilamiento; agotaba febrilmente su opulento caudal de energías.

Con motivo del fracaso del llamado movimiento delahuertista se ha venido considerando como axiomático que perdimos porque le faltó jefe a aquella revolución; esto es, que (Adolfo) de la Huerta carecía de capacidad militar y no sabía mandar. En 1929 sobró jefe; Escobar, mandaba más de la cuenta; pero ni por una ni por otra causa, nos esruvo en ambas ocasiones reservada la derrota. ¡Que lástima que no haya llegado aún el momento oportuno en que se pueda señalar con plena libertad de criterio el motivo fundamental de que nuestros conflictos internos se hayan resuelto en forma determinada!

Sin embargo para comprobar que no ha habido gloria en el triunfo ni desdoro en la derrota, uno y otra tristes frutos de la fatalidad; si hemos de juzgar imparcialmente el desenlace de la últimas guerras intestinas que han agobiado a nuestro país, antes de cerrar este capítulo transcribiré dos párrafos elocuentísimos y memorables desprendidos, respectivamente, de las cartas del 14 y 28 de febrero de 1929 que el señor general Juan Andrew Almazán dirigió a su viejo compañero y amigo el general Marcelo Caraveo.

Dice así el primero:

Puedes estar seguro de que, aunque haya algo en Sonora, no será de importancia, y ni siquiera controlarán la frontera de ese Estado con los Estados Unidos, y en cuanto a la actirud del Gobierno Americano puedes tener por seguro será decidida por el Embajador Morrow, que, como comprenderás, esto puedo asegurártelo, es un entusiasta admirador de la obra del General Calles y pondrá toda su influencia para que el Gobierno Americano siga en relaciones amistosas con nuestro acrual Gobierno.

El párrafo de la segunda carta a que nos referimos no es menos convincente:

Te repito, dice el general Almazán, que el gobierno Americano, seguirá, sin duda, las sugestiones del señor Embajador MonrrOw, las que, puedes estar absolutamente seguro será las de apoyar, de un modo decidido, al Gobierno del señor Portes Gil.

Esas palabras empapadas en la esencia misma de la profecía y la infabilidad (sic) nos persuaden de que el general Almazán está por encima de las sutiles observaciones del docto ironista que decía: No se debe afirmar ni decidir más que en geometría. En todo lo demás imitemos al Marfurins de Moliere que dice: Puede ... es fácil ... no es imposible, es menester verlo. Adoptemos el quizás de Rabelais, el qué sé yo de Montaigne, el non liquet de los romanos y la duda de la Academia de Atenas. Esto lo decimos tratando de cosas profanas, porque en cuanto a las cosas sagradas, ya es sabido que no es lícita la duda.

San Antonio, Texas, Enero de 1932.
Antonio I. Villarreal.
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