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Tercera parte

CAPÍTULO V

CARTA DE ZAPATA AL PRESIDENTE MADERO. LOS REBELDES DEL SUR SE DIRIGEN A FÉLIX DÍAZ.


A propósito de la contestación del general Zapata, considero oportuno hacer referencia a una carta que éste escribió al Presidente Madero en noviembre o diciembre de 1911.

Un día se presentó en mi consultorio uno de los revolucionarios del sur, diciéndome que por orden del general Zapata venía a enseñarme una carta que éste mandaba al Presidente Madero; que si después de leerla creía yo que debía entregarla, así lo haría; pero si opinaba que no, se regresaría con ella. Leí la carta con todo detenimiento y después de leerla dije al enviado que en mi concepto debería entregarla, agregando: si yo fuera el Presidente, aceptaría todo lo que ella contiene.

En dicha carta, Zapata hacía referencia a ciertas negociaciones de paz emprendidas por el licenciado don Gabriel Robles Domínguez, al parecer autorizado por el gobierno, según carta que me mostró el enviado. Decía Zapata que ellos no aceptarian la paz que se les ofrecía mediante una cantidad de dinero y salida del país de los principales jefes; que ellos no peleaban por dinero y que en caso de hacer la paz, volverían todos a sus trabajos, para lo cual lo único que pedían eran garantías para poder hacerlo: que no se nombrara jefe de las armas a uno de Guerrero, sino del mismo Morelos y que en caso de que ninguno de éstos le inspirara confianza al gobierno, que el Presidente nombrara a su hermano Raúl Madero. Respecto al problema de las tierras, agregaba, yo no sé cómo podrá resolverse, pero en el gobierno debe haber hombres inteligentes que sabrán resolver el problema agrario. Esto, más o menos, decía la carta. El enviado se retiró y no volví a verlo más.

Pero pocos días después me dijo el señor Enrique Cabrera Camarena, quien trabajaba en El Heraldo Mexicano, que esa tarde iba a salir en el periódico una carta de Zapata al Presidente Madero. En la noche vino a decirme que momentos antes de tirarse la edición, estuvo el licenciado Robles Domínguez hablando con el director y que después, éste mandó retirar la carta. Me trajo unas pruebas de parte de ella; pero como mis papeles han estado en manos extrañas por tantos años, no las he podido encontrar.

Si el Presidente Madero recibió o tuvo noticia de la carta por conducto del licenciado Robles Domínguez, desaprovechó una buena oportunidad para hacer la paz en el sur y para comenzar a desarrollar el problema agrario en cumplimiento del programa que formulamos después de la convención de 1910. Pero el señor Madero no era ni podía ser agrarista y estaba dominado seguramente por aquella frase de García Granados cuando era ministro de Gobernación: El gobierno no trata con bandidos. Era tan fácil llamar entonces bandido a cualquier revolucionario, como hoy lo es llamarlo reaccionario.

Lo que sí conservo y copio en seguida, es la copia de una comunicación que los revolucionarios del sur enviaron al general Félix Díaz poco después del cuartelazo de la Ciudadela. Dice así:

Al general Félix Díaz, jefe del movimiento revolucionario del Ejército Federal en la ciudad de México.

El gobierno del general Huerta que acaba de constituirse con el apoyo de la defección del ejército, no puede en manera alguna representar la legalidad de la revolución general del país; ni satisfacer sus principios sellados con la sangre del pueblo que, por un lapso prolongado de tiempo no ha omitido sacrificio para ir a la reconquista de tierras y libertades, e implantar un régimen de gobierno democrático que esté fuera del duro cartabón de las dictaduras.

Acaba de hundirse una dictadura y sobre las cenizas de ella se levanta otra que, creada por los fieles defensores de una legalidad inconcebible, fueron los primeros en asestarle el furibundo golpe que la relegó a la historia; mas no para laborar por la patria ni para establecer la confraternidad general de la revolución que encarna en el corazón del pueblo, sino para cosechar los frutos de su instantáneo cuartelazo en pro de un grupo de privilegiados sedientos de oro y de poder, que sin vacilación han hollado los sacrosantos principios revolucionarios inscritos en nuestra bandera.

Nosotros no podemos conformarnos con ver burladas las promesas por las cuales el pueblo ha tenido un calvario de sangre; nosotros no podemos conformamos con el triste resurgimiento de un gobierno cobijado en el negror de los pliegues de una traición; y por tal circunstancia, la junta revolucionaria que dirige los movimientos del Sur y Centro de la República, protesta contra la imposición del gobierno ilegal del general Huerta, por no estar de acuerdo con las bases establecidas en el Plan de Ayala, y porque el movimiento que usted encabezó con el ejército, al constituir el nuevo gobierno de que se trata, dejó sin voz ni voto a la revolución de todo el país, rompiendo por completo los lazos de orden, de concordia y de principios que hubieran debido servir de norma al movimiento armado iniciado por usted.

Por las razones expuestas, el gobierno provisional del general Huerta, repetimos, no personifica ni puede representar a la positiva revolución del pueblo mexicano, sino a la defección del ejército y al cuartelazo que hábilmente preparó y llevó a feliz término; y por lo mismo, la corriente revolucionaria sigue su curso hasta derrocarlo y conseguir el establecimiento de un nuevo gobierno que esté de acuerdo con la bandera de los movimientos revolucionarios de todo el país.

Si usted desea evitar un nuevo conflicto entre la revolución y el gobierno del general Huerta, creado por el cuartelazo del ejército, debe sujetar sus procedimientos al artículo 12 del Plan de Ayala, que dice: Una vez triunfante la revolución que hemos llevado a la vía de la realidad, una junta de los principales jefes revolucionarios de los diferentes Estados, nombrará o designará un Presidente interino de la República, que convocará a elecciones para la formación del Congreso de la Unión y éste, a la vez, convocará a elecciones para la organización de los demás poderes federales.

Pues de no ser así y de llegar a este acuerdo, la revolución se verá en la imperiosa necesidad de establecer un gobierno legal frente al gobierno ilegal del general Huerta; y entonces usted y los que le secundan, serán responsables de la sangre que se derrame, ante la nación y el mundo civilizado.

Al dirigir a usted la presente nota, no nos guía otro fin que el de laborar por el bien de la patria y no por el bienestar de un grupo o de una personalidad, pues nuestras convicciones no tienen credo personalista, y nos causa profunda decepción observar que nuestros revolucionarios en México, después de la Reforma y el Imperio, no han tenido otro objeto que conquistar la Presidencia de la República para determinada personalidad; no han tenido otro fin que servirse de la sangre del pueblo para llegar al poder y no se ha conseguido otra cosa que hacer descender a un déspota para cambiarlo por otro, hacer descender a un tirano para cambiar de tirano, amo, dueño y señor. Si usted se aleja de aquel viejo molde de las dictaduras y se inspira en el más puro patriotismo, haciendo a un lado a los traidores de las instituciones, escuchando la voz de la revolución, que es la voz del pueblo, entonces habrá conquistado la estimación y aplauso de sus compatriotas.

Reflexione usted: ahora más que nunca debe contribuir a la reforma política y agraria que hemos proclamado desde 1910, y que no descansaremos hasta obtenerla, aun cuando para ello se necesiten mayores sacrificios. Estamos dispuestos a luchar sin tregua ni descanso hasta conseguir la verdadera redención del pueblo mexicano. Si usted tiene en cuenta las aspiraciones e ideales de la revolución, debe unirse a ella para cimentar con fuerzas vivas y conscientes, el verdadero gobierno y que merezca el nombre de legalmente constituido; pues de otra manera, no hará otra cosa que prolongar una era de sacrificios y de sangre para México.

Esperando de su patriotismo que así lo hará, le protestamos nuestra atención y respeto.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Campamento revolucionario en Morelos,
marzo 4 de 1913

El general en jefe del Ejército del Sur y Centro,
Emiliano Zapata.
General Otilio Montaño.
General Felipe Neri.
General Lorenzo Vázquez.
General Francisco Mendoza.
General Genovevo de la O.
General Simón Beltrán.
General J. Morales.
General Eufemio Zapata.
Coronel F. Alarcón.
Coronel Francisco García.
General Francisco Pacheco.
General A. Salazar.
General J. Gómez.
Secretario, M. Palafox.

Con motivo de esta carta, recuerdo que en 1914, cuando los americanos acababan de tomar el puerto de Veracruz, tuve una entrevista con Mr. Lind, quien acababa de llegar de México, a donde había venido en comisión del Presidente Wilson. Mi objeto fue averiguar o conocer por medio de Mr. Lind las verdaderas intenciones del gobierno americano respecto a México; pues en la prensa de Washington se hablaba de preparativos para llegar a la capital. En nuestra conversación, me dijo Mr. Lind:

- La verdadera revolución está en el Sur: los otros van en pos de posiciones politicas.

Como quiera que sea, el hecho es que el general Zapata fue el único revolucionario desinteresado y sincero, que no iba en pos de la Presidencia, sosteniendo con energía los principios revolucionarios del Plan de Ayala hasta el fin de su vida; pues solamente en la carta a que me referí al principio de este capítulo (la escrita al señor Madero), se manifiesta inclinado a entrar en negociaciones de paz.

Se ha acusado a Zapata de sanguinario y cruel; pero los que tal cosa han dicho, los del antiguo régimen y los del régimen maderista, principalmente, olvidan, unos, lo que los suyos hicieron durante la decena trágica, durante la cual bombardearon sin misericordia a los habitantes de México, sin distinción de sexos y edades, y los asesinatos a sangre fría que se sucedieron después; y otros, que fue precisamente durante el gobierno del señor Madero, cuando en el Estado de Morelos se empezó a llevar a cabo el muy civilizado sistema del general Weyler, el de la reconcentración, para lograr una paz que fácilmente hubieran logrado si los de aquel gobierno hubiesen sido revolucionarios. Para todos ellos, todo eso fue correctísimo ...

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