Índice de Memorias de Francisco Vázquez GómezSegunda parte - Capítulo XIIITercera parte - Capítulo IIBiblioteca Virtual Antorcha

Tercera parte

CAPÍTULO I

VUELVO A MI PROFESIÓN. ESPIONAJE MADERISTA. MI PRISIÓN.


Del año de 1912, muy poco tengo que referir, porque volví a dedicarme completamente a mis trabajos profesionales, y entre mis papeles, no encuentro más que unas declaraciones que hice a un grupo de reporteros quienes me presentaron un cuestionario sobre asuntos que no son de gran importancia, pero que, a pesar de esto, voy a transcribir en seguida (1).

Pregunta.- El señor Presidente de la República ha dicho a una comisión de estudiantes que los americanos ayudaron a la revolución, lo cual, como ha visto usted en la prensa, ha despertado sospechas de que la revolución contrajo graves compromisos con los Estados Unidos; y como usted fue el agente confidencial en Washington, deseamos saber lo que haya en este particular.

Respuesta.- Si es cierto que el señor Madero dijo lo que se ha consignado en la prensa, opino, juzgando por lo que me consta, que el señor Madero no ha expresado la verdad de los hechos. En efecto, tratándose de los Estados Unidos, es necesario considerar la conducta del gobierno de aquel país y la del pueblo americano.

Respecto del primero, debo decir que en la mayoría de los casos de que tuve conocimiento, procuró cumplir con sus obligaciones internacionales, evitando que se violaran las leyes de neutralidad, como lo prueban las aprehensiones de los mexicanos que intentaban pasar armados a territorio mexicano y la captura de armas y municiones.

Por lo que hace al pueblo de los Estados Unidos, me consta que, en un principio, no consideró justificada la revolución- y permaneció indiferente. Después de algún tiempo, el pueblo americano se convenció de que la revolución era justa, que México necesitaba reconquistar la libertad perdida, que los fraudes electorales nunca y por ningún motivo se justifican y que la justicia era una necesidad urgentísima para los mexicanos. Entonces, y sólo entonces, tuvo simpatías por la revolución y le prestó el apoyo moral con que la opinión pública de un país libre ayuda siempre a los oprimidos.

Pregunta.- ¿Cree usted, entonces, que la revolución no contrajo compromisos que perjudiquen nuestra dignidad nacional?

Respuesta.- Si he de atenerme a lo que me consta, puedo opinar, como lo he hecho otra vez, que la revolución no contrajo ningún compromiso material ni moral con el gobierno de los Estados Unidos, ni con empresas o sociedades de aquel país, ni yo lo habría tolerado ni consentido, porque antes que el triunfo de una revolución está la dignidad de la patria.

Como agente diplomático de la revolución, a diario recibía cartas de muchos americanos y otros extranjeros, quienes me ofrecían sus servicios como soldados; pero jamás acepté uno solo, por que tal acto hubiera sido antipatriótico e indigno de un mexicano, con tanta mayor razón cuanto que se trataba de una cuestión que sólo interesaba a los mexicanos. Esto es lo que consta; pero como el señor Gustavo Madero dijo en una entrevista que ellos habían hecho muchas cosas de que yo no tuve conocimiento, no puedo afirmar si entre esas cosas hubo o no algunas que impliquen graves compromisos para el país, pues nadie puede opinar sobre hechos que no conoce.

Pregunta.- ¿Qué opina usted de la renuncia del general Orozco?

Respuesta.- Casi nada puedo decir.

Conozco algo al general Orozco, como hombre patriota y de buena fe que se lanzó a la revolución, como otros muchos, buscando un cambio favorable para nuestro país; pero como ha visto defraudadas sus esperanzas, veo que ha preferido retirarse a la vida privada, lamentando lo que sucede. En consecuencia, puedo decir que su renuncia no me sorprende.

Pregunta.- ¿Cuál es su opinión acerca de la situación política del país en estos momentos?

Respuesta.- La juzgo peor que la que teníamos antes: veo que no se han cumplido los ideales de la revolución, pues el pueblo continúa tan hambriento de libertad y justicia, como estuvo antes de la revolución; que la anarquía armada está asolando al país; que el pueblo ha perdido la fe en los hombres que lo dirigen, lo que es muy grave; y si no se opera a tiempo un cambio radical en los métodos de gobierno, el país irá a la ruina y a la desgracia.

Todo esto traté de evitar desde el mes de junio hasta el mes de octubre últimos, en que tuve mi última conferencia con el señor Madero; pero él siempre creyó que yo era un ambicioso que trataba de imponer mis opiniones, siendo así que antes que nada me preocupaba por el porvenir de mi patria. Siento, pues, que se hayan realizado mis previsiones, y lo siento, no por mí ni por persona alguna, sino por nuestro pobre país, digno de mejor suerte.

La conducta del gobierno americano no se manifestó claramente definida en un sentido o en otro; porque si bien es cierto que las agencias revolucionarias en Washington, San Antonio y El Paso, puede decirse que no fueron molestadas en sus funciones, también es verdad que no se toleraban las expediciones armadas, como sucedió con Ponciano Navarro, Alberto Guajardo y otros que no recuerdo; pero como la línea divisoria es muy extensa, era y es imposible evitar el contrabando en pequeña escala, que era como se hacía en 1911. Lo que me comunicó Vasconcelos después de haber hablado con una persona que a su vez lo había hecho con el senador Krane y el secretario de Estado Knox, me parece una indicación clara de que el gobierno americano no veía bien al del señor general Díaz. Hago esta rectificación a las declaraciones que acabo de transcribir, porque lo considero un deber.

También considero dignos de mencionar la vigilancia y el espionaje a que se me sujetó por el gobierno maderista, durante todo el año de 1912. No menos de cinco policías de la reservada andaban detrás de mí: unos, en bicicleta; otros, en coche, y el resto a pie, según que iba a visitar mis enfermos o a hacer el ejercicio que acostumbraba todos los días. Si estaba en la consulta, como lo hacía todas las tardes, un espía se estacionaba frente a mi casa y dos o tres en la tienda de la esquina, distante unos cincuenta metros. Esto era todos los días, y en ocasiones yo hacía porque me alcanzaran para platicar con ellos acerca de la misión que tenían: era a veces, una especie de diversión. Pero una tarde aconteció lo siguiente: Una señora, que era mi cliente de muchos años, me mandó llamar con urgencia: el auto estaba a las puertas de mi casa, y tan luego como el chofer me vió salir, echó a andar el motor, de donde resultó que apenas hube entrado en el coche, éste partió inmediatamente a todo correr. Media hora después volví a continuar mi consulta y entonces me refirieron que el espía del coche no pudo correr como el automóvil, el de la bicicleta se tropezó y fue a dar con su humanidad al suelo y los de a pie se quedaron mirando. Esto, según me dijeron, causó risa a los vecinos que presenciaron lo sucedido. Pero lo más notable fue que al día siguiente en la mañana, apareció en un periódico, que dirigía, si mal no recuerdo, el señor Rafael Martínez (Rip-Rip) una noticia en primera plana a grandes letras en el encabezado y que decía: En poderoso automóvil se escapó ayer tarde el doctor Vázquez Gómez, yendo a tomar el tren en Tlalnepantla para dirigirse al norte, noticia que yo leía muy tranquilamente en mi casa.

Este espionaje ridículo e inofensivo se prolongó, como he dicho, todo el año de 1912, sin que de ello me preocupara; pero el 6 de enero de 1913, un domingo, a las seis y media de la mañana, que iba a mi finca de campo, como lo hacía todas las semanas; al salir de la casa para la estación, rodeó el automóvil un grupo de gente sin uniforme, y el que la hacía de jefe, un señor Reyes. Este me dijo que me venían a aprehender, lo cual me causó sorpresa porque no podía adivinar la causa; pero repuesto de ella, pregunté:

- ¿Dónde está la orden escrita, como previene la ley?

- No tenemos más orden que aprehender a usted -repuso el señor Reyes.

Viendo yo que en este caso se procedía como proceden todos los gobiernos arbitrarios, conculcadores de la ley y abusadores de la fuerza, repuse:

- Vamos: monten al coche los que quepan.

Y fuí conducido a la Inspección de Policía en la calle de Humboldt, donde se me encerró incomunicado en un cuarto bajo.

Durante el tiempo que permanecí en este encierro provisional (un poco más de una hora) hice recuerdos de la aprehensión del licenciado Estrada y del señor Madero en Monterrey, por policías sin uniforme y sin orden escrita de la autoridad competente, según el telegrama que me dirigió Gustavo Madero y que consta en estas Memorias; pero Madero Presidente, había olvidado las críticas que había hecho del señor general Díaz y procedía exactamente lo mismo que el dictador, lo cual quiere decir que la arbitrariedad no le repugnaba en principio como parecía inferirse de sus discursos, sino que solamente la tomaba como pretexto para explotarla en su propaganda política.

A fines de julio del corriente año (1930) me ocupaba en corregir estas Memorias cuando el señor Sánchez Azcona publicó en El Gráfico matinal la relación que dizque hizo Madero a un corresponsal americano y en la cual llamaba la atención del mundo civilizado de que se le hubiera aprehendido por policías sin uniforme y sin orden escrita de la autoridad en que constara el motivo de la aprehensión. Pues bien: exactamente lo mismo hizo el señor Madero conmigo, lo cual quiere decir que el procedimiento era de su agrado y le parecía correcto y legal aplicado por él a otros.

Como a las ocho de la mañana fuí conducido a los altos, ante el señor inspector de policía, que lo era don Emiliano López Figueroa, quien me sujetó a un interrogatorio que nadie escribió, ni mis contestaciones tampoco, pues estábamos los dos solos, sin testigos ni escribientes. Es que todo estaba arreglado y se consideró inútil perder el tiempo y gastar papel.

El interrogatorio, que a poco se convirtió en una conversación, consistió en lo siguiente:

- ¿Sabe usted por qué le han traído preso?

- No, señor -contesté-; ignoro los motivos; y aunque pedí la orden escrita en que constaran las causas de mi aprehensión y la autoridad que la había ordenado, se me dijo que no tenían más orden que la de aprehenderme.

El señor inspector continuó:

- Recibí orden de mandar aprehender a usted a medianoche en su casa; pero no me resolví a molestar a su familia a esas horas y preferí esperar que usted saliera a la calle para que lo aprehendieran.

Agradecí al señor inspector esta muestra de atención para con mi familia, ya que el señor Madero me había mandado aprehender como si se tratara de un criminal peligroso. Y ante las consideraciones del señor López Figueroa, no pude menos que decirle:

- Si usted me hubiera mandado decir que tenía orden de aprehenderme y que me presentara ante usted en esta oficina, lo habría hecho con mucho gusto, porque como nada debo, no tengo por qué ocultarme.

- Se le ha vigilado a usted- prosiguió el señor inspector-, y parece que se han encontrado algunos motivos para proceder.

- Bien sé que se me ha vigilado -repuse-, porque lo han hecho a la luz de todo el mundo y a veces se han valido de estratagemas muy tontos.

Al efecto, recuerdo que una mañana se presentó en mi casa un individuo de sombrero chilapeño y me entregó, con ciertas reservas, unos papeles: se trataba de un bono expedido por el general Zapata, firmado por él y por otra persona cuyo nombre no recuerdo, para financiar la revolución del sur; y además de esto, una carta del mismo general dirigida a mí y en la cual pedía mi opinión sobre si debían lanzarse al mercado los referidos bonos.

Mucho me llamó la atención esta consulta tan extraña: me fijé en los papeles y en el acto noté que se trataba de una falsificación de la firma de Zapata, a pesar de que el famoso bono venía sellado. En esta virtud, le dije al enviado que volviera en la tarde por la contestación y rompí los papeles.

Terminada la consulta, como a las siete de la noche, se presentó el enviado; le dije que me esperara un momento en la antesala y me puse a escribir la contestación en un pedazo de papel, en la cual contestación decía yo a los que así querían sorprenderme, que eran unos animales y les aconsejaba discurrir como las gentes y no como los brutos. Cerré el sobre, le dí un billete de cinco pesos al hombre, quien se fué muy contento y yo me quedé riendo.

El señor inspector se sonrió y me dijo que lo que acababa de decirle era verdad, pero que él no lo había hecho. Yo sabía que todo partía del Centro Director del Partido Constitucional Progresista.

Después de esta especie de conversación, me pasaron a una pieza contigua al despacho del inspector, pero cuyas piezas sólo estaban separadas por una cortina. A los pocos momentos el inspector hablaba con una persona; y por las contestaciones del primero supuse que se trataba de mí y que le preguntaban si ya había yo confesado algo, y en alguna vez me pareció reconocer la voz del licenciado Federico González Garza, Gobernador del Distrito, como de la persona que hablaba con el inspector.

Cerca de 1M diez de la noche de ese mismo día, el señor López Figueroa, quien me trató con toda clase de consideraciones, me dijo que en esos momentos iba al teatro a ver al señor Presidente Madero, que si le quería yo mandar algún recado se lo daría con gusto, a lo cual contesté agradeciendo su atención, pero diciéndole que nada tenía yo que mandar decir al Presidente.

Al siguiente día, como a las diez de la mañana, el señor inspector me condujo a la Penitenciaría, ordenando al chofer que se fuera por calles apartadas del centro de la ciudad. Una vez en la prisión entramos al despacho del director, señor don Octaviano Liceaga, a quien dijo López Figueroa, dizque de parte del Presidente, que se me tratara con toda clase de consideraciones, recado que, en mi concepto, fue invención del señor inspector. Se inscribió mi nombre en los registros de la Penitenciaría, destinada desde su origen para prisión de los criminales más peligrosos. En seguida, se me encerró en una celda, incomunicado, sin saber todavía el motivo de mi prisión.

Debo hacer constar que el señor Liceaga me trató con toda clase de consideraciones, no por virtud de la real o supuesta recomendación del señor Madero, sino porque, aparte de que el señor Liceaga es una persona decente, su hermano, el doctor, había sido mi maestro en la Escuela de Medicina, era mi buen amigo y compañero en el ejercicio profesional y a quien acababa yo de hacer un pequeño servicio; pues a pesar de sus méritos como hombre inteligente, trabajador, fundador y organizador del Consejo Superior de Salubridad, querían quitarlo del puesto los intrigantes y ambiciosos, injusticia que yo pude evitar sin grandes dificultades.

Antes de las setenta y dos horas de mi aprehensión, se me trajo de la celda ante el señor juez de distrito, a rendir mi declaración; entonces supe por qué se me había aprehendido.

Se me declaraba autor de una carta en clave que dizque yo había escrito a mi hermano Emilio, entonces en los Estados Unidos. Dicha carta la había recogido el gobierno, lo cual quiere decir que también el gobierno maderista era afecto a violar la correspondencia. Como prueba se tenía en el expediente para identificar mi letra, una carta que escribí al señor licenciado Federico González Garza cuando yo actuaba en Washington como agente confidencial de la revolución. El señor González Garza, entonces gobernador del Distrito, había facilitado esa prueba, lo cual quiere decir que todo se había arreglado entre el elemento oficial; pues hay que tener en cuenta que esa acusación había sido anunciada una semana antes por el señor Sánchez Azcona en un brindis que pronunció con ocasión de una comida que tuvieron los maderistas, quienes anticipadamente, hablaban de mi prisión; mas como yo nada debía, no di ninguna importancia al brindis del señor Sánehez Azcona.

El señor juez insistió en que dijera yo si alguna vez me había comunicado en clave con mi hermano y otras personas y quiénes eran éstas, a lo cual contesté afirmativamente, mencionando además de mi hermano, al licenciado González Garza, que había facilitado la carta para identificar mi letra, así como a los señores Francisco I. Madero, Sánchez Azcona y otras que no recuerdo.

Interrogado por el juez sobre si tenía yo la clave y habiendo dicho que sí, me indicó que en lugar de mandar por ella a un agente policíaco, escribiera un recado a alguna persona de mi familia para que la entregara, y así lo hice inmediatamente. Por supuesto, que diez minutos después de que fuí aprehendido, vinieron varios agentes de policía a catear mi casa, registrando libreros, escritorios, libros y hasta levantando las macetas para ver si encontraban la clave en que estaba escrita la supuesta carta. El policía que fue encargado de registrar mi recámara, no pasó de la puerta, diciendo:

- Yo no paso de aquí.

Por supuesto, también, que el cateo, lo mismo que mi aprehensión, se hizo sin orden escrita de la autoridad competente, pues por más que digan sus admiradores y partidarios, también al señor Madero le agradaba gobernar al margen de la Constitución. El resultado del cateo fue negativo, como tenía que ser.

Escrito mi recado con las señas en donde estaba la clave, vinieron por ella y la llevaron al juez quien la anexó al expediente (2). Debo decir que al saberse que yo iba a entregar la clave, creyeron que ya podían traducir la carta; pero resultó que la clave que yo tenía y entregué fue la que usamos todos durante la revolución y, por tal motivo, la consabida carta no se tradujo.

Una vez terminadas las primeras diligencias se me declaró formalmente preso, se levantó la incomunicación y nombré defensores a los señores licenciados José Luis Requena y Aquiles Elorduy.

Durante mi prisión hice varias declaraciones en los periódicos, las cuales no copio, porque no son sino la esencia de lo que consta en estas Memorias. Por fin, a los nueve días de estar preso y al 4° o 5° artículo, salí en libertad bajo fianza de tres mil pesos.

Este asunto se terminó en los primeros días del gobierno de Huerta, pues en el dictamen pericial se declaró que la letra de la carta en cuestión no tenía ni remoto parecido con la de la carta facilitada por el señor licenciado don Federico González Garza.




Notas

(1) Fueron publicadas en el Diario del Hogar del miércoles 31 de enero de 1912.

(2) Al buscar últimamente el expediente para sacar una copia de la clave y traducir los telegramas cuya traducción no se anotó en el mismo telegrama en el momento de recibirlos y descifrarlos, me fue imposible encontrar dicho expediente.

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