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Tercera parte

CAPÍTULO II

COMPLOTS CONTRA EL GOBIERNO DE MADERO.


Desde antes que el general Huerta regresara triunfante de Rellano y de Bachimba, se supo en México que dicho general había tratado de pronunciarse contra el gobierno, antes de librar batalla a las fuerzas orozquistas; pero que no lo había hecho porque ponía como condición que él debía ocupar, por de pronto, la Presidencia de la República, entre tanto se verificaban las elecciones; mientras que los directores intelectuales de aquellas negociaciones, que se hacían por intermedio de Gonzalo Enrile, querían que el general don Jerónimo Treviño fuera el Presidente provisional o interino. Orozco aceptó esta condición, pero Huerta no. Esto se sabía en todas partes, especialmente en los Bancos. Un amigo íntimo de Huerta me refirió después del cuartelazo, que en el mismo tren militar en que Huerta regresaba de la frontera, habló con éste en Tacuba, D. F., sobre el asunto político y el general le indicó quiénes habían de formar su gabinete futuro, lo cual quiere decir que el general Huerta seguía con la idea de ser Presidente.

En verdad se preparaban dos cuartelazos: uno cientifico con el propósito de poner al general Treviño de Presidente, y otro reyista para poner, supongo, al general Reyes asociado con Félix Díaz. Huerta por su parte, también hacía sus gestiones, sin que yo haya sabido si solo o asociado a alguno de los anteriores grupos. Todo esto se sabía en México en todos los círculos, así en los altos como en los bajos y dondequiera se comentaban las diligencias y preparativos de cada grupo. Sólo el gobierno estaba ignorante, aunque algunos exagerados, que nunca faltan, llegaban a decir que altos funcionarios públicos estaban comprometidos. Recuerdo que en alguna vez, a fines de enero de 1913, hasta llegó a decirse la fecha del cuartelazo; y después, que se había aplazado para otra fecha. Repito: esto se contaba por todas partes; no era un secreto.

Acabo de decir que sólo el gobierno ignoraba que se preparaba un cuartelazo; pero si he de juzgar por lo que dice el señor Manuel Bonilla, jr., en la página 60 de su libro El Régimen Maderista, puede afirmarse que el gobierno tenía noticia de lo que se preparaba en su contra. Eu efecto, dice el autor antes citado:

El Vicepresidente, que semanas antes, en una cena servida en la casa del ministro aludido, había manifestado que a él no lo cogían como iban a coger a don Pancho, porque él se escapa por donde quiera, opuso una inesperada y firmísima resistencia, diciendo que deseaba correr la suerte de todos y negándose en lo absoluto a abandonar al primer magistrado, no considerando el peligro que el ministro señalaba, sino como muy remoto.

El autor refiere lo que pasaba en palacio la tarde del domingo 9 de febrero y la cena, como se dice, había sido semanas antes. Sin embargo, nada se hizo para prevenir el cuartelazo.

Una tarde, en la segunda quincena del mes de enero, estaba yo en mi consulta cuando recibí un telefonema llamándome a ver a una enferma por las calles de La Joya, hoy 5 de Febrero, en casa de un señor Cárdenas. Contesté que iría a las ocho de la noche y así lo hice. Vi a la enferma, le prescribí, y cuando me despedía, el señor Cárdenas me invitó a tomar una taza de té, negándome a ello por virtud de no tener la costumbre de tomar nada fuera de las comidas ordinarias; pero fue tanta la insistencia del señor Cárdenas que accedí al fin. Pasamos en seguida a un saloncito donde estaban dos personas con quienes me presentó el invitante; eran los señores licenciados Jesús M. Rábago y Carlos Castillo; el primero, periodista bien conocido, y el segundo, senador en esa época, y antes secretario de gobierno en el Estado de México cuando fue gobernador el general Fernando González. A ninguno conocía sino de nombre.

Casi acto continuo el señor licenciado Rábago me habló, poco más o menos, en estos términos:

- Doctor, nosotros sabemos que usted es un hombre honorable, franco, sincero y leal en sus opiniones, y por eso queremos saber su opinión acerca de un asunto de que le vamos a hablar y es el siguiente:

Se trata de dar un golpe al gobierno maderista para poner fin a esta situación imposible; al efecto, se cuenta con algunos jefes del ejército y sólo se espera que llegue uno con quien se cuenta también. El objeto es poner al general Treviño como Presidente de la República, con un gabinete que satisfaga las aspiraciones nacionales entre tanto se hacen las elecciones. Sobre esto queremos conocer la opinión de usted.

Mi contestación puede resumirse así:

- Al dar a ustedes mi opinión sobre el asunto de que se trata, necesito dividirlo en dos partes: el medio y el fin. Respecto del medio, les diré con franqueza, no me parece bueno porque él implica la corrupción del ejército. Ustedes saben que durante la revolución última, éste no defeccionó, lo cual es una garantía para el gobierno, cualquiera que ésta sea; mientras que si ahora lo hacen defeccionar y se establece un nuevo gobierno, entonces ustedes mismos no tendrán confianza en un ejército que ha faltado a su deber.

Al contrario, yo desearía que en cada oportunidad se hiciera un elogio al ejército por su fidelidad al gobierno del señor general Díaz, exaltando su conducta y haciéndole ver que nunca será honroso para la institución un acto que signifique una mancha y la pérdida de la confianza que se debe tener en los soldados de la nación.

Por lo que hace al fin, tampoco me parece bueno por dos razones: la primera, es que desde niño tengo veneración por el general Treviño; lo veo como una reliquia histórica que debe conservarse sin mancha; y la verdad es que sentiría mucho que al llegar al término de su vida, tomara participación en un acto de esta naturaleza. La segunda razón es que el general Treviño nunca ha sido un hombre político: él es ingenuo, honrado, sencillo y de buen corazón, pero no lo considero capaz de sacar avante una situación difícil como tendrá que ser la que resulte de un cambio brusco de gobierno. A no ser, recalqué, que detrás del general Treviño haya otra cosa que no conozco.

El señor licenciado Rábago, que llevaba la voz, me dijo:

- Sí, señor doctor: detrás del general Treviño hay otra cosa, hombres que formarán el gabinete y que sacarán avante la situación. Nada digo de ellos, porque no estamos autorizados; pero de todos modos agradecemos sus opiniones que, por otra parte, bien valen la pena de meditarse.

Con esto terminó nuestra conversación.

Ocho o diez días después recibí otro recado del mismo señor Cárdenas para que volviera a ver a la enferma y contesté que iría a la misma hora que la otra vez; después de terminar mi consulta. Volví, en efecto, pero en esta ocasión ya no hubo enferma que ver, sino que fuí introducido directamente al saloncito donde estaban los mismos señores Castillo y Rábago. Este volvió a tomar la palabra y se expresó así:

- Señor doctor: la otra vez no pudimos corresponder a la franqueza y sinceridad con que nos manifestó usted sus opiniones, porque no estábamos autorizados para ello: hoy sí lo estamos y vamos a corresponderlas. Detrás del general Treviño están Rosendo Pineda y otros del mismo grupo que usted conoce. Nosotros no hablamos directamente con ellos: nos entendemos con el señor licenciado Ramón Prida, que es el intermediario en estos asuntos.

A esto se redujo nuestra conversación y me despedí en seguida.

La intervención del señor licenciado Prida no me llamó la atención ni me sorprendió, pues hacía tiempo que yo sabía que se conspiraba contra el gobierno en favor del general Treviño; que éste no aceptaba el papel que se le ofrecía, y que el licenciado Prida unas veces, y otras, alguna persona de su familia, iban a Monterrey con frecuencia para convencer al general. Recuerdo que en varias ocasiones, mi amigo el señor don Alberto García Granados, me habló de varios proyectos: en uno, el general Treviño debía asumir la primera magistratura; en otro, el general Orozco, y en alguno el general Félix Díaz. Pedía mi opinión acerca de los candidatos propuestos; y cuando yo le decía que no llenaban las condiciones requeridas para el objeto, siempre me contestaba: Convengo con usted; pero con un buen gabinete, se puede salir avante. En éste siempre figuraba De la Barra como ministro de Relaciones o sea como jefe del gabinete. A este respecto, yo siempre le contestaba que, en mi concepto, la cabeza de un gpbierno debe tener cabeza, porque si todo se espera del gabinete, sus miembros se ocuparían en hacer política futurista y en ganar la preponderancia sobre el Presidente de la República para manejarlo como instrumento.

A propósito del treviñismo, voy a aprovechar la oportunidad para referir algo de lo que sucedió después de verificado el cuartelazo de Huerta.

Cuando éste tuvo lugar, el general Jerónimo Villarreal mandaba o formaba parte de las fuerzas que estaban de guarnición en Laredo, y también se pronunció, creyendo que el cuartelazo era treviñista; pero cuando se despejó la situación, vió que no había tal cosa y no tuvo, por de pronto, más que permanecer felicista. Huerta, que tenía conocimiento del movimiento en favor del general Treviño, poco después de estar en la Presidencia, mandó traer a éste a la capital con toda clase de consideraciones, según se dijo, pero en realidad para tenerlo aquí y vigilarlo por lo que pudiera haber. Pudo también suceder que Huerta hubiera tenido noticias de que Carranza le había ofrecido al general Treviño la jefatura del movimiento constitucionalista, según me dijo el entonces Primer Jefe, cuando en el mes de mayo de 1913 nos vimos en Piedras Negras.

Ahora bien, ¿por qué los que conspiraban contra el gobierno me hablaban de sus proyectos? Yo creo que por la manera como terminaron mis relaciones políticas con el entonces Presidente de la República, pues no creo que hayan pensado que yo pudiera sumarme a ellos, aunque a decir verdad, nadie me habló nunca en ese sentido. Yo oía a todos los que me hablaban, quienes, por otra parte, estaban seguros de que yo no había de delatarlos.

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