Índice de Los anales de TácitoSegunda parte del LIBRO DÉCIMOQUINTOAPÉNDICEBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DÉCIMOSEXTO



Ofrécenle a Nerón en África un falso tesoro. - Opónese al certamen de los juegos quinquenales en hábito de representante. Muere Popea, y hácensele solemnes funerales y peregrino entierro. - Cayo Casio y Lucio Silano salen desterrados, y al fin muere el último por orden de Nerón, y tras él otros muchos. - Hay una gran tempestad en la provincia de Campania, que se toma por prodigio. - Mátanse con orden del príncipe Anteyo y Ostorio, Melas, Crispino y Petronio. - Trasea, Peto y Barea Sorano son acusados y muertos.



SE CONSERVA DE ESTE LIBRO SÓLO LA PARTE DE UN AÑO

AÑO DE ROMA
AÑO CRISTIANO
CÓNSULES
819
66, D. C.
C. Suetonio Paulino
L. Poncio Telesino

I. Después de todas estas cosas quiso la fortuna burlarse de Nerón con su misma vanidad por medio de cierta promesa que le hizo Ceselio Baso. Éste, de nación cartaginés y de entendimiento confuso y aprensivo, formando esperanzas, figuras de un sueño que soñó una noche, vino a Roma, y comprada la audiencia del príncipe, le dio cuenta de cómo había hallado en cierta heredad suya una cueva de inmensa hondura, y en ella gran cantidad de oro, no en moneda, sino en rieles y tejas de metal, como antiguamente se solían conservar los grandes tesoros. Que en esta cueva había visto grandes edificios de ladrillos, consumidos del tiempo, quedando en pie todavía gruesas columnas de piedra, mostrando bien aquellos vestigios que habían estado encubiertas tantas riquezas muchos siglos antes para que sirviesen de aumento a las presentes felicidades; pudiéndose alcanzar fácilmente por conjeturas, que la fenicia Dido, echada de Tiro, después de haber edificado a Cartago, escondió allí aquel tesoro por que su nuevo pueblo no se entregase a los deleites y al ocio con tan sobrada abundancia, o por que los reyes númidas, con quien ya tenía enemistad, no se encendiesen más a hacerle guerra con la codicia del oro.

II. Nerón, pues, sin considerar la fe que se debía dar al autor ni la calidad del negocio, sin enviar personas que cuidadosamente apurasen la verdad, iba él mismo acrecentando la fama, y sin reparar en cosa, despacha quien le traiga el tesoro, como si no hubiera cosa más segura. Y para que pueda venir con mayor brevedad, se le dan a Baso galeras escogidas por las más veloces; y por la sobrada credulidad de los que lo iban publicando, no se trataba de otra cosa en aquellos días por el vulgo. Celebraban acaso entonces los juegos quinquenales por el segundo lustro, en que sirvió de materia harto a propósito a los oradores y poetas para exagerar las alabanzas del príncipe. Decían que no sólo se engendraban para él los frutos acostumbrados de los campos, y el oro mezclado con otros metales, sino que concurría con nueva fertilidad la tierra; y los dioses ofrecían liberalmente sus riquezas sin buscarlas, y otras cosas semejantes que componían y fingían con tanta elocuencia como servil adulación, seguros de que habían de ser creídos con facilidad.

III. Iban creciendo entretanto con esta vana esperanza la excesiva prodigalidad y los superfluos gastos, consumiéndose largamente los tesoros viejos, como si se tuviera ya en las manos materia que poder desperdiciar por muchos años; y hasta sobre esta consignación daba Nerón, de manera que la esperanza de sus riquezas particulares fue una de las mayores causas de la pobreza pública. Porque Baso, habiendo cavado en su heredad y en los campos alrededor de ella, mientras afirma ser éste o aquél el lugar de la cueva prometida, siguiéndole, no solamente los soldados que le acompañaban, sino también gran cantidad de villanos que se traían para el ministerio, dejada finalmente su locura, y admirándose de que no habiéndole salido hasta entonces falsos sus sueños le burlasen en aquella ocasión, huyó de la vergüenza y del castigo que se le aparejaba con darse la muerte. Escriben algunos que fue preso y poco después libre, quitándole sus bienes en lugar de los tesoros reales que ofrecía.

IV. Acercándose entre tanto el concurso de las fiestas quinquenales, el Senado, por apartar de una afrenta vergüenza tan grande al emperador y echar un honesto velo a la bajeza de comparecer en el teatro, le ofrece sin disputa la victoria del canto y la corona de la elocuencia. Pero diciendo Nerón que no tenía necesidad de favores ni de la autoridad del Senado, y que quería concurrir con sus émulos sin ventaja y alcanzar la merecida loa con buena conciencia de los jueces, recita ante todas cosas sus versos en el tablado; y después, gritando el vulgo que publicase todas sus ciencias (usaron de estas mismas palabras), entra en el teatro obedeciendo y sujetándose a todas las leyes de los músicos de cítara, es a saber, no sentarse aunque estuviese cansado, no limpiarse el sudor sino con el vestido que traía, no echar excremento o superfluidad alguna por boca o narices. Finalmente, hincado de rodillas y haciendo con la mano reverencia y sumisión a la muchedumbre de gente que le escuchaba, fingía estar con gran temor esperando la sentencia de los jueces. Y la plebe romana, como acostumbrada a favorecer hasta los visajes y meneos de los histriones, le respondió con cierto estruendo músico, haciendo un sonoro y concertado aplauso. Creyérase verdaderamente que se alegraba, y por ventura era así, ni por otra cosa que por injuria y afrenta pública.

V. Mas los extranjeros de las villas y ciudades apartadas que conservan todavía aquella gravedad y antiguas costumbres de Italia, y otros que habían venido de provincias remotas con embajadas o negocios suyos particulares y no estaban acostumbrados a tanta disolución, no podían sufrir aquella vista, ni sabían acudir a tan vergonzoso trabajo con dar palmadas a compás; antes, embarazando a los prácticos y diestros en esto, recibían muy buenos palos de los soldados, que estaban repartidos por escuadras en los asientos, con orden de no dejar pasar un solo punto con aplauso y vocería desconcertada, o con silencio flojo y descuidado. Es cosa muy cierta que muchos caballeros, mientras hacían fuerza y procuraban salir rompiendo por la estrechura del paso y la muchedumbre y apretura de gente, quedaron ahogados; y otros, continuando el estar sentados a ver las negras fiestas de día y de noche, habían salido de ellas con enfermedades incurables. Porque era mucho mayor el daño que tenían de dejar aquel espectáculo, habiendo muchas personas que en público, y más en secreto, notaban los nombres, los rostros, la alegría o la tristeza de los que allí se hallaban, y de todo advertían a Nerón. Contra la gente de baja estofa se procedía con graves y resolutos castigos; mas contra los ilustres y poderosos se disimulaba por entonces, guardando para después la ejecución de aquel aborrecimiento. Díjose que Vespasiano, porque se dejó vencer algún tanto del sueño, fue reprendido ásperamente de Febo, liberto, y acusado a César; librándole entonces con dificultad de la culpa de este delito los ruegos de muchos buenos que se interpusieron, y después, de la ruina que le amenazaba, la fuerza de su buena fortuna que le guardaba para mayores cosas.

VI. Al fin de estas fiestas sucedió la muerte de Popea por un enojo casual de su marido, que estando preñada la mató de una coz. Porque no tengo por verdad que la hiciese morir con veneno, como lo escriben algunos más por odio contra Nerón que porque merezcan ser creídos en esta parte, hallándose él con gran deseo de tener hijos y muy aficionado y rendido a su mujer. No fue quemado su cuerpo según la costumbre romana, mas como usan los reyes extranjeros, embalsamándole con cosas olorosas (1), y se puso en el sepulcro de los Julios. Hiciéronsele con todo exequias públicas, y en ellas el mismo Nerón, en la plaza llamada de los Rostros, que es donde se suelen hacer semejantes oraciones, alabó su gran hermosura, que había merecido ser madre de una niña divina, y de otros dones de fortuna en lugar de virtudes.

VII. La muerte de Popea, que así como fue aparentemente triste y dolorosa a todos, fue asimismo alegre y regocijada a los que se acordaban de su crueldad y deshonestidad, la hizo Nerón aún más aborrecible prohibiendo a Cayo Casio el intervenir en sus exequias, primer indicio de su ruina, que se le difirió poco tiempo. Añadido también Silano sin ninguna otra culpa, sino que Casio, por antiguas riquezas y gravedad de costumbres, y Silano, en claridad del linaje y modesta juventud, se aventajaban a los demás ciudadanos. Enviando, pues, Nerón sobre esto una oración al Senado, trató largamente en ella de lo mucho que convenía desarraigar a entrambos a dos de la República, imputando a Casio que entre las imágenes de sus mayores veneraba también la de Cayo Casio, a quien tenía con este título: capitán del bando, como que con aquello quisiese dar a entender que conservaba la semilla de las guerras civiles, y aspirase a introducir en la República una rebelión contra la casa de los Césares; y que por no servirse en las sediciones y discordias que pensaba mover de sola la memoria de este nombre odioso y aborrecible, había tomado por compañero a Lucio Silano, mozo de noble linaje y de ingenio alocado y precipitoso, para hacer ostentación de él en caso de novedades.

VIII. Acusó también a Silano de las mismas cosas de que fue inculpado su tío Torcuato, como que ya dispusiese de los cargos del Imperio, repartiendo entre sus libertas los oficios de contadores, cancilleres y secretarios, cosas todas vanas y falsas; porque a Silano, fuera de que el miedo le traía recatado y medroso, la muerte de su tío le había enseñado a vivir. Procuró tras esto Nerón inducir a algunos a que; so color de descubridores del delito, acusasen falsamente a Lépida (2), mujer de Casio, tía de Silana, de incesto con un sobrino suyo, hijo de su hermano y de que había hecho sacrificios crueles y abominables. Estaban detenidos por cómplices del delito Vulcasio Tuliano y Marcelo Camelia, senadores, y Calpumio Fabato, caballero romano; los cuales, apelando para el príncipe, escaparon entonces la condenación; y después, ocupándose Nerón en mayores maldades, se quedó entre renglones ésta como cosa de menor cuantía.

IX. Por decreto del Senado fueron desterrados Casio y Silano, remitiendo a César el determinar la causa de Lépida. Casio fue a la isla de Cerdeña, hasta que el Senado dispusiese otra cosa de él; y a Silano, llevado a Ostia, como que le querían embarcar para la isla de Naxo, dieron con él en Bari, ciudad de Pulla, donde, sufriendo aquel caso indigno y no merecido por él con gran prudencia, llegó el centurión que se enviaba para matarle; y persuadiéndole éste que se abriese las venas, respondió: que estaba tan dispuesto y aparejado a morir, como a no consentir que tuviese parte en esta obra el que se las abriese. Con esto, viéndole el centurión sobradamente fuerte, aunque sin armas, y mucho más airado que temeroso, manda a los soldados que le prendan. Mas él no dejó de defenderse y ofender cuanto podía con las manos desarmadas, hasta que cayó muerto atravesado de muchas heridas que le dio el centurión, todas por delante, como en batalla.

X. No recibieron con menos resolución la muerte Lucio Vétere, Sextia, su suegra, y su hija Polucia, aborrecidos del príncipe, como si sólo con vivir le diesen en rostro y le inculpasen el homicidio perpetrado en la persona de Rubelio Plauto, yerno de Vétere. Mas quien dio la causa de que Nerón descubriese su crueldad contra éstos fue Fortunato, liberto de Vétere, que habiendo administrado mal la hacienda que le encomendó su señor, se resolvió en anticiparse él y acusarle, acompañándose para ello con Claudio Demiano; al cual, habiendo sido preso por sus delitos de orden del mismo Vétere, mientras era procónsul de Asia, le soltó y libró el príncipe. Sabido esto por el reo, y que había de estar a su juicio igualmente con su liberto, se retira a una heredad suya que tenía junto a Forme. Pusiéronsele allí con gran secreto guardias de soldados, que al punto le rodearon la casa, hallándose presente a esto su hija Antistia, la cual, a más del peligro presente, estaba rabiosa y terrible con el largo dolor que había sufrido desde que ella misma vio los matadores de su marido Plauto. Y habiendo abrazado entonces su cabeza ensangrentada, guardaba todavía su sangre y los vestidos bañados en ella, y pasaba su miserable viudez sepultada en continuo llanto, sin tomar otro alimento que el que le bastaba para no morir. Ésta, pues, a ruego de su padre va a Nápoles, y porque se le negaba la audiencia de Nerón, le acecha cuando sale fuera, y usando unas veces de llantos y lamentos mujeriles, y excediendo a la capacidad de su sexo, daba grandes voces en tono airado y ofendido, diciendo: que escuchase al inocente, y que no entregase en manos de un liberto a un hombre que había sido compañero suyo en el consulado, hasta que el príncipe se declaró inmóvil a todo género de ruegos y obstinado en el aborrecimiento.

XI. Ella, vuelta a su padre, le advierte que despida de sí toda esperanza, y le exhorta a disponer el ánimo y usar de la necesidad. Avísanle después que se había remitido el conocimiento de la causa al Senado, y que se esperaba una cruel sentencia. Y no faltó quien le persuadiese a que dejase heredero a César de la mayor parte de sus bienes, para asegurar de esta manera el resto a sus nietos. Mas él, dando de mano a este consejo, por no manchar su vida, pasada hasta allí poco menos que en libertad con hacer al fin de ella este acto tan bajo y servil, da a sus esclavos todo el dinero de contado con que se hallaba, y manda que de los muebles y alhajas de casa se lleve cada uno lo que pudiese, dejando solamente tres camillas en que poder hacer con sus cuerpos los últimos oficios. Entonces, en el mismo aposento y con un mismo hierro se abren todos tres las venas; y cubriéndose cada uno de ellos con sus vestidos todo lo que era necesario para conservar su honestidad, se hacen meter en baños de agua caliente, y mirando el padre a la hija, la abuela a la nieta, y ella a entrambos, pedían al Cielo, a porfía unos de otros, les concediese el acabar de arrancar el alma, que ya poco a poco se les iba despidiendo, antes que los suyos, para consolarse siquiera con dejarlos vivos, aunque por tan breve espacio como el que podía dilatárseles la muerte. Observó en esto la fortuna el orden de naturaleza, expirando primero el más viejo y siguiendo los otros por su ancianidad. Acusáronlos después de enterrados, y decretóse que fuesen castigados conforme a la costumbre de los antiguos. Mas interponiendo Nerón su autoridad, se moderó el decreto, concediéndoles que escogiesen la manera de muerte que les diese gusto. Tales eran las burlas y escarnios que se añadían a los consumados y públicos homicidios.

XII. Publio Galo, caballero romano, por haber sido estrecho amigo de Fenio Rufo y no enemigo de Vétere, fue condenado en destierro con la ordinaria prohibición del fuego y el agua. Al liberto y al acusador, en premio de esta buena obra, se concedió lugar en el teatro entre los maceros de los tribunas. Al mes de mayo, que sigue al de abril, llamado también Neronio, se le puso el nombre de Claudio, y a julio el de Germánico; afirmando Camelia Orfito, que lo votó, que acordadamente se había dejado a junio porque el haber sido muertos en aquel mes por sus maldades dos Torcuatos hacía infausto y desdichado el nombre Junio.

XIII. A este mismo año, señalado con tan notables maldades, señalaron también los dioses con tempestades y pestilencia, quedando destruida la provincia de Campania con grandes torbellinos y vientos que echaron por tierra las casas, arrancaron los árboles y destruyeron los frutos, las hierbas y las plantas de la tierra. La violencia de la tempestad llegó hasta los contornos de Roma, en la cual, sin que se echase de ver señal alguna de destemplanza de aire, arrebataba la furia de la pestilencia a toda suerte de gente, hinchiendo las casas de cuerpos muertos y las calles de mortuorios. No había sexo ni edad exento ni seguro de este peligro. Con la misma prisa morían los libres y los esclavos. Entre los llantos y lamentos de las mujeres y de los hijos sucedía topar la muerte con los que parecían más sanos, y arrebatándolos, dar con ellos en las hogueras que habían ellos mismos aparejado para sus difuntos. La muerte de los caballeros y senadores, aunque tan descortés y arrebatada con ellos como con el ínfimo vulgo, no era tan digna de llanto, pues con un fin común y natural prevenían a la crueldad del príncipe. En aquel año se hicieron nuevas levas de soldados en la Galia Narbonense, en África y en Asia para rehacer las legiones del Ilírico, de las cuales se habían despedido muchos con licencia por viejos y enfermos. El daño que a esta causa padecieron los leoneses mandó satisfacer el príncipe, dándoles cien mil ducados (cuatro millones de sestercios) para restaurar lo que había perdido aquella ciudad, la cual en las turbulencias pasadas de la República, voluntaria y prontamente, nos dio la misma suma.

XIV. En el consulado de Cayo Suetonio y Lucio Tiselino, Ansitio Sosiano, que, como he dicho fue desterrado perpetuamente por ciertos versos que hizo en vituperio de Nerón, viendo cuán honrados eran del príncipe todos aquéllos que haciéndose fiscales le daban ocasiones de ejercitar su crueldad, siendo él hombre inquieto y pronto en aprovecharse de las ocasiones, se hace gran enemigo de Pamenes, desterrado en el mismo lugar, y hombre que, por ser famoso astrólogo, tenía estrecha familiaridad con muchos, valiéndose de la semejanza de sus fortunas para domesticarse con él. Y juzgando que no sin causa le venían tantos despachos y consultas, viene a saber que Publio Anteyo le daba para su sustento cada año cierta provisión de dinero, no ignorando que Anteyo, por la amistad que había tenido con Agripina, era aborrecido de Nerón, ni que sus grandes riquezas, causa de la ruina de muchos, eran muy a propósito para encenderle en codicia de ellas. Con esto, habiendo procurado haber a la manos ciertas cartas de Anteyo, y hurtando los papeles donde estaba levantada la figura de su nacimiento, que guardaba Pamenes entre los más secretos, y viendo casualmente en ellos algunas cosas que había también escritas sobre el nacimiento y vida de Ostorio Escápula, escribe al príncipe que si le alzaba el destierro por un breve tiempo, le contaría grandes cosas tocantes a su propia salud.

Porque Anteyo y Ostorio tenían designios de Estado, y andaban investigando sus hados y los de César; el cual, en recibiendo el aviso, manda despachar una ligera libúmica (3) en que con gran presteza fue traído Sociano a Roma. Divulgada en tanto la acusación, eran tenidos Anteyo y Ostorio antes por condenados que por reos; tal, que nadie se atreviera a sellar y firmar el testamento de Anteyo si Tigelino no se encargara de la culpa en que por ello se podía incurrir; pero no se olvidó de advertirle ante todas cosas que procurase vivir lo menos que pudiese después de cerrado el testamento. Y él, habiendo tomado el veneno, enfadado de su lenta operación se apresuró la muerte cortándose las venas.

XV. Hallábase en este tiempo Ostorio en cierta heredad suya harto apartada en los confines de Liguria, donde se envió un centurión con orden de matarle sin dilación alguna; y la causa era porque teniendo Ostorio nombre de soldado valeroso, habiendo sido honrado en Inglaterra con una corona cívica, y siendo de gran fuerza de cuerpo y destreza en las armas, temía Nerón el ser acometido por él si se le daba tiempo; como quien vivía siempre medroso, y más después que se descubrió la conjuración. El centurión, pues, habiendo tomado todos los pasos de la quinta para que no se pudiese escapar, declaró a Ostorio el mandamiento imperial; el cual usó entonces contra sí mismo del valor que muchas veces había ejercitado contra los enemigos. Y porque las venas cortadas echaban de sí poca sangre, sirviéndose en aquella ocasión de la mano de un esclavo suyo, mandándole que tuviese bien firme el puñal, apretando él y llevando para sí la diestra del esclavo, le fue a encontrar con la garganta, y se degolló.

XVI. Verdaderamente que aunque yo contase las guerras extranjeras y las muertes sucedidas por servicios de la República con tanta semejanza en los sucesos, no sólo me causaría a mí mismo enfado, pero daría bastante ocasión de tenerle a todos los que me escuchan. Porque no sé yo a quién puede dejar de causar horror el ver tantas y tan continuas muertes de ciudadanos, aunque recibidas con constancia y valor; y por remate de ellas una paciencia tan servil como la que vamos notando, y tanta sangre derramada y perdida dentro de casa; cosas que fatigan el ánimo y le aprietan y afligen de dolor. Y no pediré otra cosa a los que llegaren a leer estos escritos, sino que no aborrezcan a los que se dejaban matar tan bajamente; porque no eran acciones suyas, sino una ira cruel de los dioses contra el Imperio Romano, que no pudo desfogarse de un golpe y de una sola vez, como en rotas de ejércitos o ruinas de ciudades. Concédase esto a la descendencia de los hombres ilustres; que así como se diferencian con la solemnidad de los mortuorios y entierros de la gente común, asimismo en la relación de sus postrimerías tengan una memoria propia y particular.

XVII. Fueron hechos morir como en tropa dentro de breves días Anelo Mela, Cerial Anicio, Rufo Crispino y Cayo Petronio. Mela y Crispino eran caballeros romanos, y en autoridad y riquezas iguales a cualquier senador. Crispino, que había sido prefecto del pretorio y recibido las insignias consulares, poco antes desterrado a Cerdeña por el delito de la conjuración, advertido de que estaba ya decretada su muerte, se la dio él mismo. Mela, hermano de Galión y Séneca, se había siempre abstenido de pedir oficios y honores públicos por una nueva manera de ambición, deseando ser solo entre los caballeros romanos igual en poder y autoridad a los hombres consulares. Pensó también enriquecerse más presto con la procura y factoría de los negocios del príncipe, ayudando mucho al aumento de su esplendor el haber tenido por hijo a Anneo Lucano. Muerto Lucano, mientras con gran vehemencia y rigor va buscando su hacienda, provocó por acusador contra sí a Fabio Romano, uno de los amigos más íntimos de Lucano. Fingió éste que el padre y el hijo habían intervenido juntos en la conjuración, contrahaciendo unas cartas de Lucano, las cuales, vistas por Nerón, mandó que se llevasen a Mela, deseoso de entregarse en sus riquezas; pero Mela se abrió las venas, que en aquel tiempo era el camino más pronto y usado para dejar voluntariamente la vida, dejando otorgado un codicilo en que legaba gran suma de dinero a Tigelino y a su yerno Cosuciano Capitón, para asegurar las mandas que hacía de lo restante. Añadióse a sus codicilos, como si lo hubiera dejado escrito así, quejándose de la injusticia de su muerte, que él moría sin culpa, y que vivían Rufo Crispino y Anicio Cerial, enemigos declarados del príncipe. Creyóse que se compuso esta mentira tanto por justificar la muerte de Crispino, como por que se matase Cerial, el cual poco después se privó de la vida. Y no se tuvo de él tanta compasión como de los otros, por acordarse todos de que fue él quien reveló a Cayo César la conjuración que se le armaba (4).

XVIII. De Cayo Petronio (5), aunque traté de él arriba, referiré aquí algunas cosas más. Tenía Petronio por costumbre dormir los días y valerse de las noches para hacer en ellas sus negocios y tomar sus deleites, regalos y pasatiempos. Y como otros por su industria y habilidad, éste por su negligencia y descuido había ganado reputación; y con todo eso no era tenido por tabernero y desperdiciador, como lo suelen ser muchos que por este camino consumen sus haciendas, sino por hombre que sabía ser vicioso con cuenta y razón. Sus dichos y hechos, cuanto por vía de simplicidad y descuido se mostraban más libres y disolutos, tanto se recibían y solemnizaban con mayor gusto. Pero, sin embargo de esto, cuando fue procónsul de Bitinia y después cónsul dio buena cuenta de sí, y se mostró vigilante en los negocios públicos. Vuelto después a los primeros vicios o a su imitación, fue recibido de Nerón por uno de sus más íntimos familiares, para ser árbitro y juez de las galas y términos cortesanos; no teniendo Nerón por gustoso ni agradable en aquella gran abundancia y avenida de vicios sino sólo aquello que aprobaba Petronio; de donde tuvo origen el aborrecimiento de Tigelino, como contra émulo y competidor suyo, y más privado que él en las materias deleitosas y sensuales. Tigelino, pues, tomó para derribarle el camino de la crueldad del príncipe, inclinación a que se rendían en él todas las demás, imputando por delito a Petronio la amistad que había tenido con Cevino, y sobornando a uno de sus esclavos para que sirviese de acusador. Con esto, por quitarle la comodidad de defenderse, hizo arrebatar la mayor parte de su familia y ponerla en estrechas prisiones.

XIX. Acaso había ido César aquellos días a la provincia de Campania, y llegando Petronio hasta Cumas, fue detenido allí; y aunque tomó luego resolución de no sufrir más las dilaciones en que le tenían el temor y la esperanza, no quiso dejar la vida precipitadamente, antes haciéndose abrir las venas y vendar después para poderlas soltar a su voluntad, se estaba en conversación con sus amigos, tratando, no de cosas graves ni cuales se suelen decir para ganar fama de constancia, antes en vez de gustar que le tratasen de la inmortalidad del alma y de las opiniones de los sabios, oía con gusto poesías insustanciales y versos fáciles y leves. De sus esclavos a unos hizo dar dineros y a otros azotes. Paseóse por las calles, y dejóse después vencer del sueño para que su muerte, aunque forzada, tuviese semejanza de fortuita. No quiso en sus codicilos como habían hecho muchos, adular a Nerón, ni a Tigelino o a otro alguno de los poderosos, antes debajo de nombres de mozuelos deshonestos y de mujeres ruines, escribió en ellos todas las maldades del príncipe con la novedad de los estupros que había cometido; y después de sellado lo envió a Nerón, habiendo al punto roto el anillo para que no pudiese servir de poner a otros en peligro.

XX. Considerando después Nerón el modo con que habían podido venir a noticia de todas las disoluciones y gustos de sus noches, se le ofreció al pensamiento Silia, mujer harto conocida por serlo de un senador, de quién él se había servido para todo género de deshonestidades, amiga estrecha de Petronio. A ésta, pues, añadido el título y color de no haber callado lo que había visto y sufrido en su persona al propio y particular aborrecimiento, condenó en perpetuo destierro. Y por dar gusto a Tigelino, hizo morir a Numicio Termo, que había sido pretor porque un liberto suyo había dicho algunas cosas malsonantes de Tigelino, las cuales pagó el liberto con los tormentos excesivos que se le dieron, y su señor con la muerte no merecida que padeció.

XXI. Después de haber quitado la vida Nerón a tantos hombres señalados, quiso últimamente extirpar del mundo a la misma virtud con la muerte de Barea Sorano y de Trasea Peto, aborrecidos por él mucho tiempo antes, y en particular Trasea por estas ocasiones más; es a saber porque salió del Senado cuando se trataba la causa de Agripina, como dije arriba, y porque había hecho poco caso de los juegos juveniles y asistido a ellos con poca atención, penetrando más altamente en su ánimo esta ofensa; porque Trasea, en la ciudad de Padua, donde había nacido, en ciertos juegos llamados césticos, instituidos por el troyano Antenor, había cantado en hábito trágico; y también porque en el día que se condenaba a muerte al pretor Antistio por los versos hechos en vituperio de Nerón, propuso que se le mitigase la pena, y salió con ello; y finalmente, porque cuando se decretaron a Popea las honras como a persona divina, no quiso hallarse presente ni intervenir en las exequias. Todas las cuales cosas no dejaba pasar en olvido Capitón Cosuciano, siendo de su condición inclinado a todo mal, y enemigo particular de Trasea, por cuya autoridad había sido condenado en la causa de residencia que traían contra él los embajadores silicios.

XXII. Antes fuera de las culpas ya dichas añadía: que Trasea se excusaba de prestar el juramento solemne que se hacía al principio del año; que no se hallaba presente a los votos, aunque era uno de los quince sacerdotes, que no se sacrificaba jamás por la salud ni por la voz angélica del príncipe, que acostumbraba asistir siempre con tanta puntualidad, que hasta en las consultas de poca importancia solía mostrarse adversario o fautor, y, finalmente, que cuando todos los senadores a porfía concurrían contra Silano y Vétere, él sólo había querido más atender a los negocios particulares de sus clientes, que esto no era ya otra cosa que división y bandos en la República, de que con facilidad se pasaría a guerra descubierta si muchos se atreviesen a hacer lo mismo. Como ya se hablaba antiguamente de Cayo César y de Marco Catón -decía él- así ahora, ¡oh Nerón!, habla de ti y de Trasea esta ciudad, deseosa de discordias. No pienses que le faltan secuaces, o por mejor decir ministros, que no sólo le van imitando en la contumacia de sus opiniones, pero hasta en el hábito y en el aspecto, mostrándose severos y melancólicos para darte en rostro a ti con tu liviandad. ¿Éste sólo no ha de hacer caso de tu salud, ni honrar tus artes? ¿Éste sólo ha de menospreciar las cosas prósperas del príncipe, sin acabarse de hartar jamás de tantos llantos y dolores? El no creer que Popea sea diosa es acción del mismo ánimo, y saeta de la misma aljaba, de él, que no quiere jurar los actos públicos del divo Julio y del divo Augusto, y de quien absolutamente se atreve a menospreciar las religiones y derogar las leyes. Las gacetas de Roma se leen con mayor atención en las provincias y en los ejércitos, sólo por saber lo que ha hecho o dejado de hacer Trasea. O pasémonos nosotros a sus leyes, si son mejores, o quítese la ocasión y la cabeza a tantos como hay deseosos de novedades. Esta secta también en la antigua República engendró los odiosos nombres de Tuberones y de Favonios (6). Éstos para arruinar el Imperio se sirven del nombre de libertad; y si salen con la suya, darán también con la libertad en tierra. En vano te has quitado de delante a Casio, si sufres que crezcan y cobren vigor los émulos de Bruto. Finalmente, no deliberes ni escribas tú cosa alguna de Trasea, sino deja que lo alterquemos nosotros en el Senado. Alaba Nerón el ánimo airado de Cosuciano, y añádele por compañero para seguir la acusación a Marcelo Eprio, hombre de mordaz y aguda elocuencia.

XXIII. En tanto Ostorio Sabino, caballero romano, había ya acusado a Barea Sorano por cosas de su proconsulado de Asia; en el cual con su industria y entereza aumentó el enojo y ofensas del príncipe, que en particular sintió que se encargase de abrir el puerto de Éfeso, y que dejase sin castigo a los vecinos de la ciudad de Pérgamo de la violencia que cometieron contra Acrato, liberto de César, impidiéndole en llevarse todas las estatuas y pinturas que en ella había; aunque el delito que más se le acriminaba era la amistad de Plauto, y la ambición con que había procurado granjear el favor de la provincia para nuevas esperanzas. Escogióse para hacer estas condenaciones el tiempo en que Tiridates había de entrar en Roma para recibir el reino de Armenia, porque con aquel rumor de cosas extranjeras se disimulasen mejor las maldades de casa; si ya no lo hizo Nerón para dar muestras de su grandeza imperial con la muerte de dos varones tan insignes, como con una hazaña digna de reyes y de monarcas.

XXIV. Concurriendo, pues, toda la ciudad a recibir al príncipe y a ver al rey, se le prohibió a Trasea el salir al recibimiento; mas no por esto se perdió de ánimo, antes hizo un memorial a Nerón pidiéndole declarase lo que se le imputaba, y ofreciendo justificarse si se le daba noticia de las culpas y tiempo de defenderse. Tomó Nerón muy aprisa el memorial, creyendo que Trasea, medroso de lo que se trataba contra él, diría alguna cosa que redundase en gloria del príncipe y en mengua de su reputación; y como esto no le salió según se imaginaba, temiendo el rostro, el espíritu y la libertad de este varón inocente, manda juntar los senadores.

XXV. Consultando entretanto Trasea con sus parientes y amigos si debía tentar o dejar la defensa, los halló de vario parecer.

Los que alababan el ir al Senado, decían: que estaban seguros de su constancia, y tenían por cierto que no diría cosa que no le pudiese servir de aumento de gloria. Los viles y tímidos -decían éstos- se encierran y esconden para morir. Vea el pueblo a un hombre que sale a recibir a la muerte; oiga el Senado sus palabras más que humanas y como procedidas de alguna deidad tan eficaz, que pueda la grandeza de este milagro mover hasta el ánimo fiero del mismo Nerón. Y cuando demos que persevere en su crueldad, ¿quién ignora que no diferenciarán nuestros descendientes con otra cosa la muerte generosa y noble de la infame y vil, que con la bajeza de los que supieren que acabaron con silencio?

XXVI. Al contrario, los que eran de parecer que debía esperar el suceso en su casa, cuanto a la persona de Trasea decían lo mismo: mas que yendo se ponía en manifiesto peligro de padecer mil afrentas y vituperios, de que era bien apartar los oídos un hombre tan grave como Trasea; que no eran solos Cosuciano y Eprio los que estaban prontos a ejecutar contra él cualquier maldad, pudiéndose creer que no faltara quien se atreviese a ponerle las manos y herirle; pues hasta los buenos, llevados del temor, suelen seguir la fiereza y crueldad del mal príncipe; que antes debía, para quitarle al Senado, por cuya reputación había mirado siempre, la ocasión de poder incurrir en tan vil hazaña, dejar en duda lo que hubiera resuelto después de ver a Trasea como culpado delante de sí: que eran muy vanas esperanzas las que se fundaban en que pudiese Nerón avergonzarse de sus maldades; debiéndose antes temer que aquello mismo serviría de moverle a ejercitar nuevas crueldades contra su mujer, contra su familia y contra sus prendas más caras. Y que así, sin sufrir ultrajes ni afrentas, procurase seguir en la muerte la gloria de aquéllos cuyas pisadas y estudios había seguido en la vida. Estaba presente a este consejo Rústico Aruleno (7), mozo de ardiente espíritu, el cual, deseoso de honra, se ofreció a oponerse al decreto del Senado, por ser, como era, tribuno del pueblo; y lo hubiera hecho si Trasea no refrenara aquellos espíritus levantados, rogándole que no emprendiese vanamente cosas que, no habiendo de aprovechar al reo, podían ocasionar la ruina del intercesor; pues él, que se veía haber llegado ya al fin de sus días, no pensaba mudar la forma de vivir que había continuado por tantos años, donde Rústico estaba entonces en el principio de los magistrados, y entera todavía para con él la esperanza de los honores y oficios venideros en que se podía gobernar como mejor le pareciese, y advertir muy despacio el tiempo en que comenzaba a encargarse de los negocios públicos. Cuanto a si le estaba bien ir al Senado tomó algún tiempo para consultar consigo mismo.

XXVII. Al asomar del siguiente día, dos cohortes pretorias armadas ocuparon el templo de Venus engendradora, y una tropa de gente de toga, no con armas secretas, sino descubiertas, se puso a la entrada del Senado, viéndose esparcidas por las plazas y por las lonjas de los templos escuadras de gente de guerra. Entre cuyos semblantes fieros y amenazas bárbaras, entrados los senadores en la curia, se oyó la oración del príncipe recitada por su cuestor (8); en la cual, sin nombrar a alguno en particular, reprendía y culpaba a los senadores, diciendo: que desamparaban los cuidados de la República, y que con su ejemplo se daban también al ocio los caballeros romanos; y que así no era maravilla que viniesen a ocupar los oficios públicos de Roma gentes de las provincias más remotas, pues que muchos de los naturales, en alcanzando el consulado o la dignidad sacerdotal, querían antes ocuparse en los regalos de sus huertos que en pagar su debida y natural obligación a la República.

XXVIII. Tomaron al punto los acusadores este pensamiento como por armas de su pretensión, y habiendo comenzado Cosucia no, le interrumpió Marcelo, gritando con mayor vehemencia: Que en aquello se trataba del punto más importante de cuantos se podían ofrecer en la República, y que con la contumacia y obstinación de los inferiores se disminuía la benignidad del emperador; que habían sido los senadores hasta aquel día demasiado sufridos, pues dejaban sin castigo a Trasea, rebelde al Imperio, y a su yerno Helvidio Prisco, llevado del mismo furor, junto con Paconio Agripino (9), heredero del paternal aborrecimiento contra los príncipes, y Curcio Montano, inventor de versos abominables; que si Trasea, contra los institutos y ceremonias de los antepasados, no se hubiera vestido descubiertamente en traje de enemigo y de traidor a la patria, él procurara hallarse, como varón consular en el Senado, como sacerdote en los votos, y como ciudadano en el juramento. Finalmente, que aquel hombre, acostumbrado a hacer del senador y a defender a los que murmuraban del príncipe, viniese allí personalmente y declarase lo que quería mudar o corregir; que más fácilmente le sufrirían el ir reprendiendo las cosas de una en una, que no el condenadas a todas con su silencio. ¿Desagrádale -decía- por ventura la paz universal del mundo, o las victorias sin daño de los ejércitos? No se permita que un hombre que se entristece con el bien público; que tiene por solitarios desiertos a las plazas, a los teatros y a los templos, y a quien le parece una gran amenaza el decir cada día que se quiere condenar a perpetuo destierro, venga a conseguir el fin de su ambición maligna. Si no le parecen a él decretos ya los que el Senado determina, ni los magistrados magistrados, ni Roma Roma, apártese de ella y vaya a vivir fuera de una ciudad de cuyo amor despojado primero, quiere ahora también privarse de su vista.

XXIX. Mientras Marcelo con éstas y semejantes invectivas, ceñudo y amenazador, se iba más y más inflamando en la voz, en el rostro y en los ojos, no mostraba el Senado exteriormente la tristeza acostumbrada por la continuación de los peligros; antes entrando en los ánimos de todos otro más nuevo y más profundo espanto, miraban las manos y las armas de los soldados, y juntamente tras esto se les representaba entre los ojos el venerable aspecto del mismo Trasea; y había muchos que se compadecían también de Helvidio, figurándoseles que había de pagar la pena de la inocente afinidad. ¿Qué otra cosa, -decían-, se le imputó a Agripino que la mala fortuna de su padre, el cual, con tan poca culpa como ahora el hijo, murió también a manos de la crueldad de Tiberio? Y verdaderamente Montano, varón de honesta y loable juventud, había sido desterrado, no por haber infamado a nadie con sus versos, sino porque se atrevió a mostrar su ingenio y agudeza.

XXX. Entretanto Ostorio Sabino, acusador de Sorano, comenzó por la amistad que Sorano había tenido con Rubelio Plauto y prosiguió diciendo: que cuando fue procónsul de Asia no había puesto la mira tanto al provecho público como al aumento de su reputación, y que a este fin alimentó las discordias y alborotos de la ciudad. Éstas eran las cosas viejas; mas de nuevo, para causar mayor peligro al padre, comenzó a acusar a su hija culpándola de que había repartido mucho dinero entre mágicos. No hay duda en que esto fue así, y que lo cansó el excesivo amor que Servilia -éste era el nombre de la moza- tenía a su padre, y no menos el haberse dejado llevar de la inconsideración y poca prudencia de su edad; pero no sobre otra cosa que sobre la salud de su casa y si se aplacaría Nerón, o si el Senado, en cuyas manos estaba la causa, tomaría contra él alguna terrible resolución. Traídos, pues, al Senado, estaban en pie los dos delante del tribunal de los cónsules; el padre a una parte, de mucha edad, y la hija menor de veinte años, viuda, sola y desamparada de su marido Anio Polión, que poco antes había sido desterrado, sin osar mirar a su padre, pareciéndole haber con sus propias culpas aumentádole la carga de los peligros.

XXXI. Entonces preguntándole el acusador si había vendido los atavíos y vestidos dotales y quitádose del cuello las cadenas, los collares y otras joyas para juntar dineros con que poder hacer los sacrificios mágicos, ella, arrojándose primero en tierra, llorando un gran espacio sin hablar palabra, abrazando después los altares y el ara, dijo: Yo no invoqué jamás a ninguno de los dioses crueles, ni hice encantamiento s ni conjuros, ni encaminé a otro fin mis infelices ruegos, sino que tú, César, y vosotros, senadores, me conservásedes salvo y seguro a este mi buen padre. Para esto, no lo niego, he dado las joyas, los vestidos y las insignias de mi nobleza, así como diera mi sangre y mi propia vida si me la pidieran. Éstos, a quienes no conocí antes de ahora y cuyos nombres jamás supe, ni el arte que ejercitan, pueden decir si cuando se ofreció nombrar al príncipe, traté de él sino como de uno de los demás dioses; pero nada de esto sabe mi infelice padre. Y así, si esto es al fin delito, yo sola lo he cometido.

XXXII. A esto tomó su padre la mano, cortándole el hilo de sus razones, y a grandes voces dijo: Que no habiendo estado Servilia con él en la provincia, ni conocido a Plauto, ni por su poca edad podido interesarse en los delitos de su marido, no hallándose en ella otra culpa que exceso de amor, debían separar las causas de padre e hija, fuese bueno o malo el suceso de la que se trataba contra él. Dichas estas palabras, saliendo a recibir los abrazos que le ofrecía su hija, se lo impidieron los lictores poniéndoseles delante. Diose después lugar a que dijesen los testigos, y cuanto había movido a lástima la crueldad de la acusación, tanto movió a ira la deposición de Publio Egnacio. Éste, siendo uno de los clientes de Sorano, comprado en esta ocasión para oprimir al amigo, se acreditaba con profesar la secta estoica, y con el traje y el rostro ejercitado en parecer amador de toda cosa virtuosa y honesta, aunque en lo secreto de ánimo engañador y traidor, cubría su avaricia y sus apetitos deshonestos. Mas pudiendo al fin más el dinero que su disimulación, nos dio un ejemplo nobilísimo y un provechoso escarmiento para guardamos y recatamos más de los falsos profesores de virtud que de los declaradamente perjudiciales y manchados de vicios.

XXXIII. Dionos también este mismo día otro ejemplo harto honrado en Casio Asclepiodato; el cual, siendo el más principal por sus grandes riquezas entre los de la provincia de Bitinia, siguió y celebró a Sorano en la adversidad con el mismo respeto y obediencia que le había celebrado y seguido en la próspera fortuna, a cuya causa fue despojado de todos sus bienes y condenado en destierro. Tal es la benignidad de los dioses, que dan a un mismo tiempo estos documentos y ejemplos de bien y de mal. A Trasea, a Serano y a Servilia se les concedió que pudiesen elegir la manera de muerte que quisiesen. A Helvidio y a Paconio desterraron de Italia. De Montano se hizo gracia a su padre, inhabilitándole primero para los oficios públicos. A cada uno de los acusadores Eprio y Cosuciano se dieron ciento veinte mil ducados (5.000.000 de sestercios), y a Ostorio treinta mil (1.200.000 id.), con privilegio de poder usar de las insignias que usaban los cuestores.

XXXIV. Aquel mismo día al anochecer se envió el cuestor del cónsul a Trasea, que se estaba en sus huertos en continua conversación y concurso de hombres y mujeres ilustres que iban a visitarle, atendiendo él particularmente a Demetrio, hombre docto y de la secta cínica, con el cual, por lo que se podía conjeturar de las acciones del rostro y de algunas palabras que se oyeron por haberlas dicho en voz más alta, iba discurriendo de la naturaleza del alma y de la separación que hace el espíritu del cuerpo; hasta que, llegado Domicio Ceciliano, uno de sus mayores amigos, le refirió la deliberación del Senado; y comenzando a llorar todos los que se hallaban presentes, Trasea les persuadió a partirse luego de allí por no mezclar su fortuna con la desdicha del condenado. Y queriendo su mujer Arria morir con él y seguir el ejemplo de su madre Arria (10), le ruega que conserve la vida, por no privar de aquel único socorro y amparo a la hija común.

XXXV. Entonces, saliendo a los corredores de su casa, le halló allí el cuestor harto alegre por haber entendido que a su yerno Helvidio no le daban otra pena que desterrarle de Italia. Y recibiendo después el decreto del Senado, lleva consigo al aposento donde dormía a Helvidio y a Demetrio, donde extendiendo entrambos brazos, después que comenzó a salir la sangre, derramándola por el suelo, y llamando al cuestor que se llegase más cerca: sacrifiquemos -dijo- a Júpiter librador. Y tú, mozo, advierte, no plegue a los dioses que yo diga esto con mal agüero tuyo, que has nacido en tal tiempo que es necesario fortalecer el ánimo con ejemplos de constancia. Después, por el gran dolor que le ocasionaba la dilación de la muerte, vuelve los ojos hacia Demetrio ... (11).




Notas

(1) Aseguran personas instruidas -dice Plinio- que no produce el África en un año tantos perfumes como quemó Nerón en los funerales de su esposa Popea ...

(2) Era hija de Apio Silano y de Emilia Lépida.

(3) Especie de nave de guerra construida conforme a un modelo inventado por los piratas de Iliria y adoptado por la marina romana después de la batalla de Accio. Era de forma prolongada y terminada por ambos extremos en punta; tenía, según sus dimensiones, uno o varios órdenes de remos y una o muchas velas, con el mástil en el centro y vela latina, en vez de la cuadrada que se usaba en las demás embarcaciones.

(4) El autor de esta conjuración, de la cual apenas hablan Suetonio y Dion, era ese Emilio Lépido que fue cuñado de Calígula y amante de dos de sus hermanas.

(5) No se sabe si éste es el Tito Petronio Árbiter, autor del Satiricon, o ese otro de quien dice Plínio que rompió antes de morir un vaso murrino que valía trescientos talentos y que era uno de los adornos más ricos de la mesa de Nerón.

(6) Q. Elio Tuberón -dice Cicerón, Brut. 31-, no sólo practicaba en toda su severidad los principos de la filosofía estoica, sino que los llevaba hasta la exageración. Su lenguaje era como sus costumbres, duro, austero y descuidado, y por lo tanto no pudo alcanzar la gloria a que llegaron sus antepasados. Por lo demás fue un ciudadano de gran resolución y animoso, y uno de los más constantes adversarios de los Gracos. El mismo Cicerón refiere en su arenga Pro Murena, que habiéndose encargado a Tuberón que hiciese los preparativos para un convite funerario que daba Q. Máximo al pueblo en honor de Escipión Africano, dispuso que las camas, de una forma común, estuviesen cubiertas con pieles de macho cabrío, mandó servir la comida en vajilla de barro. Tan intempestiva economía desagradó al pueblo, y ese hombre integro, excelente ciudadano nieto de Paulo Emilio y sobrino del Africano, se vio desairado al pretender la pretura a causa de sus pieles de macho cabrio: haedinis pelliculis praetura disjectus est. Favonio, amigo de Catón, se gloriaba de imitar en todo a ese romano de una virtud tan rígida, y muchas veces no hacía más que exagerar sus principios de una manera más perjudicial que útil a la causa de la libertad.

(7) Era pretor cuando tuvo lugar en las calles de Roma el sangriento combate entre los dos bandos de vitelianos y flavios. Fue muerto en tiempo de Domidano por haber escrito una vida de Trasea, y el delator Régulo, no contento con haber contribuido a su desgracia, insultaba su memoria llamándole en un escrito público mono de los estoicos.

(8) No a todos los que componian el colegio de los cuestores, dice Lipsio, se les daba esta comisión, y sí sólo a los candidatos de los príncipes. Por esto dice claramente Tácito: Quaestorem ejus, y en algunas inscripciones se halla de este modo: QUAESTOR AUG.

(9) Su padre, después de haberse constituido en acusador de Silano, procónsul de Asia, de quien había sido cuestor, fue acusado a su vez de crimen de lesa majestad y sacrificado a la recelosa crueldad de Tiberio.

(10) Arria, suegra de Trasea, era mujer de Peto Cecina, el cual tomó parte en el levantamiento de Escriboniano contra Claudio. Condenado a darse la muerte, preparábase a ella, cuando hiriéndose la primera su esposa, le alargó el ensangrentado puñal que acababa de arrancarse del pecho, diciéndole: Peto, eso no hace daño (Plinio, Cartas, III, 16). Marcial recuerda la escena parecida de Porcia (Epigramas, I, 42).

(11) Hasta aquí lo que ha logrado conservarse de esta obra de Tácito.

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