Índice de Los anales de TácitoPrimera parte del LIBRO DÉCIMOQUINTOLIBRO DÉCIMOSEXTOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DÉCIMOQUINTO

Segunda parte



Conjuran contra Nerón y descúbrese el trato. - Mátanse a esta causa muchos hombres ilustres, y entre ellos Séneca. - Da el Senado gracias a los dioses por este suceso, como por caso alegre y venturoso.




XLI. No se puede decir con certidumbre el número de las casas, de los barrios aislados y templos que perecieron; mas es cosa cierta que de antiquísima religión se abrasaron: los que Servio Tulio dedicó a la luna; el templo grande y altar que Evandro de Arcadia consagró a Hércules, vivo y presente entonces; el templo de Júpiter Estator, hecho por voto de Rómulo; el palacio de Numa y el templo de Vesta, con los propios dioses penates del pueblo romano. Quemáronse también las riquezas ganadas con tantas victorias, las obras admirables de los griegos, las memorias antiguas y los trabajos insignes de aquellos buenos ingenios, y otras cosas semejantes conservadas hasta allí sanas y enteras, a muchas de las cuales lloraban los más viejos como incapaces de remedio, aún después de haber visto la grandeza con que Roma volvió a resucitar. Notaban algunos que este incendio comenzó el día de los diecinueve de julio en el cual, muchos años antes, los galos senones tomaron y quemaron a Roma; otros más curiosos contaban tanto número de años como de meses y días entre un incendio y el otro.

XLII. Mas Nerón, sirviéndose de las ruinas de la patria, fabricó una casa, en que no se admiraban tanto las piedras preciosas y el oro, cosas muy usadas ya de antes y hechas comunes por la gran prodigalidad y vicio de Roma, cuanto las campañas, los estanques, y, como en forma de desiertos, de una parte bosques, y de otra espacios de tierra descubiertos apaciblemente a la vista; siendo los trazadores y arquitectos de estas obras Severo y Célere, hombres de tal ingenio y de tan gran atrevimiento, que emprendían el dar con su arte lo que había ganado la misma naturaleza, y burlarse del poder y fuerzas del príncipe. Éstos habían ofrecido abrir un foso navegable desde el lago Averno hasta las bocas del Tíber, trayéndolo por la seca costa o al través de los montes, sin que en todo aquello hubiese otra humedad capaz de producir las aguas necesarias para ello, sino los estaños Pontinos, siendo todo lo demás tierra seca, despeñaderos tan grandes, que cuando se pudiera romper por ellos, fuera el trabajo insufrible y el provecho ninguno. Mas con todo eso, Nerón, como deseoso que era de cosas imposibles, insistió en hacer cortar las cumbres de aquellos montes vecinos al lago Averno; y aún hoy en día quedan los vestigios de aquellas sus vanas esperanzas.

XLIII. Pero las casas abrasadas del fuego no se reedificaron sin distinción y acaso, como se hizo después del incendio de los galos; antes se midieron y partieron por nivel las calles, dejándolas anchas y desavahadas, tasando la altura que habían de tener los edificios, ensanchando el circuito de los barrios y añadiéndoles galerías o soportales que guardasen el frente de los aislados. Estas galerías prometió Nerón que fabricaría a su costa, y que entregaría a los dueños los solares limpios y desembarazados, y, señaló premios, conforme a la calidad y hacienda, de los que edificaban, con tal que se acabasen las casas y los aislados dentro del término establecido por él. Mandó que las calcinadas y los despojos de aquellas ruinas se echasen en los estaños de Ostia, y que lo cargasen y llevasen allá los navíos que habían subido por el Tíber cargados de trigo. Ordenó también que en ciertas partes se hiciesen los edificios sin trabazón de vigas y otros enmaderamientos, rematándolos con bóvedas hechas de piedra de Gabi y de Alba, las cuales resisten valerosamente al fuego. Y para que el agua de las fuentes, mucha parte de la cual hasta allí se divertía en uso de particulares, pudiese abundar más en beneficio público, puso guardias para que pudiesen todos tener más a la mano la ocasión de reprimir el fuego en semejantes desgracias. Mandó también que cada casa se fabricase con paredes distintas y propias, y no en común con las del vecino. Todas estas cosas, hechas por el útil, ocasionaron también grande hermosura a la nueva ciudad; aunque creyeron muchos que la forma antigua era más sana, respecto a que la estructura de las calles y altura de los tejados servía de defensa contra los rayos del sol; donde ahora, el ser las calles tan anchas y descubiertas, y a esta causa privadas de sombra, ocasiona más ardientes calores.

XLIV. Hechas estas diligencias humanas, se acudió a las divinas con deseo de aplacar la ira de los dioses y purgarse del pecado que había sido causa de tan gran desdicha. Viéronse sobre esto los libros Sibilinos, por cuyo consejo se hicieron procesiones a Vulcano, a Ceres y a Proserpina, y las matronas aplacaron con sacrificios a juno, primero en el Capitolio, y después en el mar cercano a la ciudad, y sacando de él agua, rociaron el templo y el simulacro de la diosa; las mujeres casadas, tendidas por devoción en el suelo del templo, velaron toda la noche. Mas ni con socorros humanos, donativos y liberalidades del príncipe, ni con las diligencias que se hacían para aplacar la ira de los dioses era posible borrar la infamia de la opinión que se tenía de que el incendio había sido voluntario. Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dio por culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos, a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos. El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido justiciado por orden de Poncio Pilato, procurador, de la Judea¡ y aunque por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, pero también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas atroces y vergonzosas que hay en las demás partes. Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por indicios de aquéllos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por haberles convencido de general aborrecimiento a la humana generación (1). Añadióse a la justicia que se hizo de éstos, la burla y escarnio con que se les daba la muerte. A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña, a los que, en faltando el día, pegaban fuego, para que ardiendo con ellos sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche. Había Nerón diputado para este espectáculo sus huertos, y él celebraba las fiestas circenses; y allí, en hábito de cochero, se mezclaba unas veces con el vulgo a mirar el regocijo, otras se ponía a guiar su coche, como acostumbraba. Y así, aunque culpables éstos y merecedores del último suplicio, movían con todo eso a compasión y lástima grande, como personas a quien se quitaba tan miserablemente la vida, no por provecho público, sino para satisfacer a la crueldad de uno solo.

XLV. En tanto, para sacar dineros fue necesario saquear a Italia, arruinar las provincias y los pueblos confederados y las ciudades llamadas libres. Entraron también los dioses en el número de esta presa, despojándose en Roma los templos y sacando de ellos todo el oro que por triunfos y por votos se había ofrecido y consagrado en todas las edades del pueblo romano por prosperidad o por miedo; y en Asia y en Acaya, no sólo se arrebataban de los templos los dones ofrecidos a los dioses, sino hasta sus mismas estatuas, habiendo enviado a estas provincias a un liberto de César llamado Acrato y a Secundo Carinate; Acrato, hombre acomodado y pronto para cualquier maldad; y Carinate, docto en las letras griegas, aunque sólo en la lengua, sin vestir el ánimo de las buenas artes a que endereza aquella doctrina. Díjose que Séneca, por librarse de la infamia y el cargo que se le hacía de este sacrilegio, pidió licencia para retirarse a una heredad suya bien apartada, y que, negándosela, fingiéndose enfermo de la gota, no salió más de su aposento. Otros han escrito que por orden de Nerón le preparó el veneno un liberto del mismo Séneca, llamado Cleónico, y que le evitó por aviso del mismo liberto o por su propio temor, a causa de haber dado en hacer una vida sencillísima, no comiendo otra cosa que frutas silvestres, ni bebiendo sino cuando le apretaba la sed, y agua de fuente a la que él mismo viese correr.

XLVI. Por este mismo tiempo, tentando de escaparse los gladiatores que estaban en la villa de Prenestre, fueron detenidos por la guarnición que los guardaba; y comenzándose a alborotar ya el pueblo, cuya naturaleza es desear novedades y juntamente temerlas, refería en sus corrillos y conversaciones los males que causó Espartaco, y otras calamidades antiguas de este género. Poco después llegó nueva de un naufragio que padeció la armada, no por ocasión de guerra (porque nunca se gozó de tan firme y segura paz), sino porque Nerón, no exceptuando los casos fortuitos del mar, había señalado el día que forzosamente había de hallarse de vuelta en Campania; a cuya causa, los que la gobernaban, no obstante que el golfo estaba alborotado, se resuelven en partir de Formi, y sobreviniendo con gran furor un viento del Mediodía, travesía de aquella costa, mientras hacen fuerza por doblar el cabo de Niseno, arrojados a las playas de Cumas, dieron en tierra, perdiéndose muchas galeras y otros navios menores.

XLVII. Al fin del año se divulgaron muchos prodigios que fueron anuncios de los males que se aparejaban. Una violencia de rayos la más frecuente que jamás se vio. Mostróse un cometa, cuya siniestra interpretación procuró Nerón purgarla, como otras veces, con sangre de hombres ilustres. Viéronse arrojados en público partos humanos y de animales con dos cabezas; y lo mismo se vio en los sacrificios en que es costumbre que las bestias que se sacrifican sean hembras y estén preñadas. En el territorio de Plasencia, junto al camino, nació un becerro que tenía la cabeza en una pierna. Interpretaron luego los adivinos arúspices que se aparejaba otra cabeza para el imperio del mundo; mas que no sería poderosa, ni vendría secreta; lo primero porque el monstruo había sido reprimido en el vientre de su madre, y lo segundo porque había nacido junto al camino.

XLVIII. Entrados después de esto en su consulado Silio Nerva (2) y Ático Vestino, comenzó y se aumentó juntamente una conjuración contra el príncipe en que a porfía se escribían senadores, caballeros, soldados y hasta mujeres; tanto por aborrecimiento contra Nerón, como por la voluntad y el amor que tenían todos a Cayo Pisón. Éste, descendiente del linaje de los Calpurnios, y abrazando con la nobleza paterna muchas familias principales, gozaba para con el vulgo de esclarecida fama por sus virtudes verdaderas o aparentes; porque él ejercitaba su elocuencia en defender causas de ciudadanos, daba con liberalidad a sus amigos, y era apacible en la conversación y en el trato hasta con los que no conocía. Tenía grandes dones naturales, gentileza de cuerpo y hermosura de rostro; mas estaba muy lejos de poseer gravedad de costumbres y de saberse ir a la mano de los deleites y pasatiempos; dándose demasiadamente al regalo y magnificencia, y algunas veces al vicio deshonesto. Eran con todo eso agradables estas cosas a muchos, especialmente a los que en tiempos tan relajados temían un gobierno apretado y demasiado severo.

XLIX. No fue motivo de Pisó n ni deseo que tuviese de reinar el dar principio a la conjuración, ni sería fácil hallar el autor de una cosa de que se encargaron tantos. La constancia que tuvieron hasta la postre mostró que Subrio Flavio, tribuno de una cohorte pretoria, y Sulpicio Aspro, centurión, fueron los que se mostraron más prontos; y Lucano Anneo y Plaucio Laterano, nombrados para cónsul, trajeron consigo al trato más vivos y crueles aborrecimientos contra Nerón. Lucano, encendido de causas suyas particulares, porque impedía Nerón la fama de sus versos (3), vedándole por vana emulación el publicarlos; y Laterano, sin mostrar queja de alguna injuria, sino sólo por el bien de la patria. Mas Flavio Cevino y Africano Quinciano, entrambos senadores, se encargaron de dar principio a tan gran hazaña, muy contra la opinión en que generalmente eran tenidos. Porque Cevino, como hombre de ánimo remiso y, para poco, rendido del todo a sus deleites, vivía una vida floja y soñolienta; y Quinciano, infamado de haber usado mal de su cuerpo, reprendido de ello por Nerón con ciertos versos llenos de oprobios y vituperios, iba con esta ocasión procurando su propia venganza.

L. Éstos, pues, mientras discurren entre sí y con otros amigos de las maldades del príncipe, de la cercana ruina del Imperio, y de que convenía elegir otro que amparase el Estado y le defendiese de tan inminente peligro, agregaron al número de los conjurados a Tulio Seneción, Cervario Próculo, Vulcacio Ararico, Julio Tugurino, Munacio Grato, Antonio Natal y Marcio Festo, caballeros romanos; de los cuales Seneción, a causa de la estrecha familiaridad que había tenido con el príncipe, por quedarle todavía una cierta apariencia de ella estaba sujeto a peligros. Natal sabía todos los secretos de Pisón; a los demás movía la esperanza de cosas nuevas. Fuera de esto, Subrio y Sulpicio, de quien traté arriba, trajeron a su opinión otro buen golpe de soldados, es a saber, Granio Silvano y Estacio Próximo, tribuno de las cohortes pretorias, y Máximo Escauro, y Véneto Paulo, centuriones. Mas el nervio y la fuerza principal de esta empresa parecía a todos que consistía en Fenio Rufo, uno de los prefectos del pretorio, al cual, aunque alabado comúnmente por su buena vida y fama, se le anteponía en la gracia del príncipe con grandes ventajas Tigelino, por su crueldad y vicios sensuales; y no cesaba de revolverle con Nerón y procurar atemorizarle con él, queriéndole persuadir a que, habiendo sido Fenio adúltero de Agripina, la viva memoria que conservaba de ella le incitaba continuamente el ánimo a la venganza; pues, como los conjurados vieron de su parte a uno de los prefectos del pretorio, y por los ordinarios razonamientos que se oían hacer sobre el caso se acabaron de asegurar de que no había fingimiento, comenzaron a tratar con mayor libertad del tiempo y del lugar de la ejecución. Díjose que Subrio Flavio estuvo resuelto en acometer a Nerón cuando cantaba en el teatro, o cuando ardiendo su casa de luminarias y fuegos iba él sin guardia alguna discurriendo por diversas partes de la ciudad; moviendo su generoso ánimo a lo primero la ocasión de cogerle solo, y a lo segundo la muchedumbre de gente que acudía a la fiesta, a quien deseaba tener por certísimos testigos de su valor; mas que al fin le atajó entrambos caminos el deseo de quedar sin castigo, cosa que suele oponerse muchas veces a grandes y nobles resoluciones.

LI. Entretanto, pues, que los conjurados iban poniendo largas al negocio y fluctuando entre la esperanza y el temor, una cierta mujer llamada Epicaris, la cual no se sabe por qué vía tuvo noticia de este negocio, no habiendo tenido hasta entonces cuidado alguno de apetecer cosas honestas, incitando al principio y después reprendiendo la larga dilación de los conjurados, a lo último, enfadada de tanta flema, y hallándose en la provincia de Campania, imaginó en corromper y llevar a su opinión a los principales de la armada de Miseno, comenzando así a urdir su tela. Había en aquellas galeras un tribuno llamado Volusio Próculo, uno de los ministros que se hallaron en la muerte de Agripina, madre de Nerón, mal satisfecho a su parecer por no haber recibido de él recompensa proporcionada con tan gran maldad. Éste, o conocido antes de la mujer o admitido de nuevo a su amistad, mientras le descubre sus grandes méritos y la cortedad de los premios recibidos, añadiendo quejas y mostrando firme propósito de tomar venganza siempre que se le ofreciese comodidad, dio esperanzas a Epicaris de inducirle con facilidad a sus designios y de que traería consigo a otros muchos. Era grande el favor que podía dar la armada para conseguir estos intentos, por ofrecerse en ella muy a menudo grandes ocasiones de ejecutarlos, deleitándose mucho Nerón en pasear aquel pedazo de mar que hay entre Puzol y Miseno. Epicaris, pues, le cuenta todas las maldades del príncipe, y le dice que aunque el Senado cuidaba bastantemente de un negocio de tanto peso, y tenía ya resuelto el modo de hacer pagar a Nerón la pena merecida por la ruina de la República, hacía con todo eso él muy bien en meterse a la parte de aquella empresa, y más si procuraba llevar a su opinión algunos valerosos soldados; y que no dudase de que sacaría digna remuneración por tan gran servicio. Callóle con todo eso los nombres de los conjurados, cosa que hizo desvanecer el aviso de Próculo, aunque refirió a Nerón todo lo que de esta mujer había entendido. Porque llamada Epicaris y careada con él, le confundió con facilidad, faltando testigos con quien comprobar el indicio. Fue con todo eso detenida en la cárcel, creyendo Nerón que no eran del todo falsas aquellas cosas, aunque no se acababan de probar por verdaderas.

LII. Los conjurados, medrosos de verse descubiertos, determinaron de solicitar lo tratado y de ejecutar la muerte de Nerón en Baya y en la quinta de Pisón, de cuyo sitio ameno y deleitoso, prendado extremadamente César, acudía allí muy a menudo, deleitándose en baños y banquetes, dejando su guardia ordinaria y el acompañamiento y grandeza imperial. Mas no lo consintió Pisón, excusándose con el vituperio que se le siguiera manchando con la sangre del príncipe, por más malo que fuese, los sacrificios de la mesa y los dioses del hospedaje. Que era mejor matarle en Roma en aquella su casa aborrecible, fabricada con los despojos de los ciudadanos; fuera de que no era bien ejecutar en secreto lo que se emprendía por servicio público. Esto decía en común a los cómplices; mas interiormente temía que Lucio Silano, varón cuya señalada nobleza y la disciplina de Cayo Casio, con quien se había criado, le tenían en gran reputación, no usurpase el Imperio para sí, ayudado por los que no se hallasen interesados en el trato y por los que se compadeciesen del suceso de Nerón como de hombre muerto alevosamente. Creyeron también muchos que temió Pisón el natural levantado y áspero del cónsul Vestino, pareciéndole que en tal caso procuraría encaminar las cosas al antiguo estado de libertad, o por lo menos escoger otro emperador a su gusto, a quien obligar con entregarle en don a la República. Porque el cónsul no entró ni tuvo parte en la conjuración, dado que, so color de este delito, desfogó después Nerón contra su inocencia el antiguo aborrecimiento.

LIII. Finalmente escogieron para la ejecución el día de las fiestas circenses que se celebran en honra de Ceres (4); porque César, aunque salía pocas veces en público y se estaba retirado casi siempre en casa o en sus huertos, acudía con todo eso muy a menudo a los juegos del circo, donde ofrecía mayor comodidad para llegarse a él en medio del regocijo de aquellas fiestas. La orden de ejecutar la traición fue ésta: Que Laterano, con achaque de pedir alguna merced para ayuda de sustentar su estado, se le postrase a los pies dando muestras de humildad, y abrazándose con sus rodillas diese con él en tierra, que le sería fácil por cogerle de improviso y por ser Laterano hombre de gran cuerpo y de gallardo ánimo; y que teniéndole así apretado con el suelo, acudiesen luego los tribunos y centuriones y los otros conjurados a quien más ayudase el corazón, y allí finalmente le hiciesen pedazos; pidiendo Cervino con gran instancia que se le diese el primer lugar, como quien para este efecto había tomado un puñal del templo de la Salud en Toscana, o según otros, del de la Fortuna en la villa de Ferento, y le traía siempre consigo como consagrado para una gran empresa. Había de esperar en aquel medio Pisón en el templo de Ceres, de donde el prefecto Fenio y los demás conjurados le habían de llevar a los alojamientos militares acompañado de Antonia, hija de Claudio César, para ganar el favor del vulgo. Así lo cuenta Cayo Plinio. Yo, de cualquier manera que se haya escrito, no lo he querido callar, aunque me parece disparate y liviandad creer que Antonia quisiese prestar su nombre a Pisón con tanto peligro, o que Pisón, que sabe todo el mundo lo mucho que amaba a su mujer, viniese en obligarse a otro matrimonio, si ya no es que el deseo de reinar vence a todos los demás afectos del ánimo.

LIV. Mas lo que causa maravilla grande es ver que entre tanta diversidad de gente, ricos y pobres, de diversos linajes, edades y sexos, se pudiese tener oculta esta resolución hasta que comenzó a descubrirse de casa de Cevino. Éste, pues, el día antes del que se había señalado para el efecto, habiendo tenido una larga plática con Antonio Natal, vuelto de allí a su casa, selló su testamento y sacando de la vaina el puñal arriba dicho, quejándose de que con el tiempo había perdido los filos, mandó que le afilasen muy bien sobre una piedra y que le sacasen la punta, encargándolo a un liberto suyo llamado Melico. Hizo tras esto aparejar la cena con mayor abundancia de lo acostumbrado; dio libertad a los esclavos más amados y a otros dio dineros, y él, melancólico y triste, daba muestras de tener pensamientos y cuidados grandes, aunque con varias pláticas y discursos fingía estar alegre. Finalmente, ordena al mismo Melico que apareje vendas para curar heridas, y las demás cosas con que se suele restañar la sangre. O que Melico fuese también cómplice de la conjuración y fiel hasta entonces, o que a la verdad, no sabiendo cosa alguna de ella, le pusiesen en sospecha tales prevenciones, como muchos han escrito, lo cierto es que considerando entre sí mismo aquel ánimo servil el premio de la traición, y representándosele las inmensas riquezas y poder con que ya se figuraba, hizo poco caso de toda razón, de la vida de su amo y de la libertad recibida. Habíale confirmado en esta opinión su mujer, a quien pidió consejo, animándole a escoger lo peor, condición propia de mujeres, y diciéndole en orden a ponerle temor que no era él solo el que se había hallado presente a ver las cosas que le decía, habiéndolo visto también otros muchos esclavos y libertos, conque no sería de algún provecho el silencio de uno solo, pudiéndole ser de mucho el adelantarse y prevenir a los demás descubriendo él la conjuración.

LV. Con esto, al nacer el día se va Melico a los huertos Servilianos, donde estaba Nerón, y negándosele la audiencia comienza a decir a grandes voces que traía cosas importantísimas y atroces que revelar al príncipe. Y entonces, los porteros le llevan a Epafrodito (5), liberto de Nerón, y éste después al príncipe, a quien dando cuenta del urgente peligro en que estaba por causa de la conjuración y de las demás cosas que había oído y conjeturado, le muestra también el puñal mismo preparado para quitarle la vida, instando a que se asegurasen de Cevino; el cual, arrebatado por los soldados y traído a la presencia de César, comenzó a defenderse diciendo: que el puñal con que le argüían había sido tenido en gran veneración por su padre, guardándole en el propio aposento en que dormía, de donde con engaño se lo había robado el liberto; que otras muchas veces había sellado su testamento sin observancia alguna de días; que otras veces también había dado libertad y dineros a sus esclavos, y si entonces se había mostrado con ellos más liberal era porque, hallándose ya con poca hacienda y más apretado que nunca de sus acreedores, desconfiaba de que se pudiesen cumplir sus últimas voluntades; que siempre había procurado comer espléndidamente y pasar una vida alegre y regocijada, aunque murmurada por esto de los severos jueces de nuestras acciones; que no se habían aparejado por su orden vendas ni medicamentos para curar heridas, sino que resolviéndose el liberto de imputarle cosas notoriamente falsas, le había parecido añadir aquélla en que se podía notar alguna apariencia de delito y en que él pudiese a un mismo tiempo hacer oficio de acusador y de testigo. Dijo todas estas palabras con un ánimo tan constante y tan franco, acusándole de hombre infame y abominable con tanta seguridad de voz y poca mudanza de rostro, que comenzaba a desvanecerse el indicio y a vacilar el acusador, si no le advirtiera su mujer de que Antonio Natal había tenido largas y secretas pláticas con Cevino, y que entrambos eran íntimos amigos de Cayo Pisón.

LVI. Traído, pues, para esta averiguación Natal, y examinados separadamente sobre lo que habían hablado y conferido entre sí, como no se conformasen en las respuestas, entrando Nerón en vehemente sospecha, mandó que los pusiesen en hierros y poco después a cuestión de tormento, a cuya primera vista y amenazas confesaron sin dificultad el delito. Fue con todo eso Natal el primero, como más bien informado de toda la conjuración y que como tal podía argüir mejor a los conjurados; y comenzó por Pisón, nombrando después a Anneo Séneca, o que él hubiese servido de tercero entre Pisón y Séneca, o por granjear la gracia del príncipe, el cual, aborreciendo a Séneca, buscaba todos los medios que podía para acabar con él. Cevino, entonces, sabida la confesión de Natal, con la misma flaqueza de ánimo, o entendiendo por ventura que todo estaba descubierto y que no le podía ser ya de algún provecho el callar, descubrió a todos los otros; de los cuales, Lucano, Quinciano y Seneción al principio estuvieron firmes; pero dejándose vencer después con las promesas del perdón, por excusarse de lo que habían tardado en confesar, nombraron, Lucano a su madre Atila, Quinciano a Glicio Galo, y Seneción a Annio Polión, sus mayores amigos.

LVII. Entre tanto Nerón, acordándose que por la denunciación que hizo Volusio Próculo estaba todavía presa Epicaris, persuadiéndose a que, como mujer, no sufriría el dolor de los tormentos, mandó que la hiciesen pedazos en ellos; mas ni los cruelísimos azotes, ni el fuego, ni la rabia de los que, por no verse burlados de una mujer, la atormentaban con mayor fiereza, fueron parte para que ella dejase siempre de negar lo que se le imputaba. Con este menosprecio pasó Epicaris la tortura del primer día. Venido el siguiente y trayéndola a los tormentos en una silla (porque teniendo hechos pedazos todos los miembros no podía tenerse en pie), quitándose la faja con que traía ceñido el pecho, haciendo un lazo de ella y atándola a uno de los arcos de la silla, puso el cuello dentro del lazo, y haciendo fuerza con todo el peso del cuerpo, acabó de arrancar el poco espíritu que le quedaba; con ejemplo tanto más ilustre de una mujer libertina, puesta en tanto aprieto por defender a personas extrañas para ella y por ventura no conocidas, cuanto los hombres libres, caballeros romanos y senadores, tocados apenas de los tormentos, descubrían y acusaban a sus más caras prendas, esto es, a sus mayores amigos y cercanos parientes. Porque Lucano, Quinciano y Seneción no cesaban de ir nombrando poco a poco a todos los cómplices del trato, amedrentándose por momentos más y más Nerón, aunque, reforzadas las guardias de su persona, se hubiese hecho rodear por todas partes de soldados, mandando ocupar con diferentes cuerpos de guardias los muros de la ciudad, riberas del río y costa marítima, y puesto como en prisión a Roma.

LVIII. Corrían por las plazas, por las calles, quintas y aldeas comarcanas gran número de infantes y caballos, mezclados con los germanos de la guardia, en quien se fiaba más el príncipe, como en gente extranjera; resultando de aquí el traerse continuamente tropas y recuas de presos, siguiéndose unos a otros hasta llegar a las puertas de los huertos, donde se veían infinitos tendidos por aquellos suelos. Y admitidos a ser interrogados, el haberse casualmente hablado con alguno de los del trato, encontrádose de improviso, comido, o estado en su compañía en fiesta o regocijo público, era todo calificado por delito. Y a más de las terribles y crueles preguntas que hacian a los reos Nerón y Tigelino, los apretaba también con gran violencia Fenio Rufo, no habiendo sido nombrado aún por los que declaraban la conjuración; y deseando acreditarse por ignorante del caso, no cesaba de mostrarse riguroso contra sus compañeros. Y el mismo Fenio detuvo a Subrio Flavio, que estaba allí presente y le hacia señas si entretanto que se ventilaba la causa echaría mano a la espada y acabaría con Nerón, interrumpiéndole y refrenando aquel ímpetu cuando ya Subrio tenía la diestra sobre la empuñadura.

LIX. Algunos, después de descubierta la conjuración, mientras estaban oyendo a Melico y mientras Cevino estaba suspenso entre el negar y el confesar, exhortaban a Pisón a que se fuese a los alojamientos pretorianos o a la plaza llamada de los Rostros, y en una parte o en otra con alguna oración procurase ganar el favor de los soldados o del pueblo; porque si se juntaban todos los conjurados y sus cómplices en ayuda de sus intentos, era cierto que le seguirían también otros muchos, aunque ignorantes del caso, por la fama grande que traía consigo este movimiento, cosa que suele valer mucho en los consejos nuevos y arrebatados. Alegaban que no había hecho Nerón contra esto prevención alguna; y que si hasta los ánimos valerosos suelen perderse en los accidentes repentinos, ¿cuánto mejor se podría esperar de aquel farsante, acompañado de Tigelino y de sus mancebas, y más si les había de ser necesario empuñar las armas? Que muchas cosas que parecen imposibles a los cobardes suelen hallarlas muy fáciles los valerosos con sólo resolverse en intentarlas; que era disparate pensar que podía conservarse el silencio y la fe entre tanto número de conjurados, y que al fin se vencería todo con tormentos o con premios; que se desengañase que habría también para él prisión, tormentos y una muerte infame y vergonzosa. ¿Con cuánta mayor alabanza -decían- acabaréis la vida mientras abrazáis la República y pedís socorro para restituirle su libertad, y mientras, aunque os falten los soldados y os desampare el pueblo, ve el mundo que no os desampara el ánimo y el valor que heredasteis de vuestros antecesores, y que a todo mal librar habéis sabido escoger una honesta y honrada muerte?, No haciendo algún movimiento con todas estas razones y habiéndose dejado ver algún tanto en público, Pisón se retiró después solo a su casa, adonde atendió a fortalecer el ánimo para sufrir la muerte, hasta que llegó una tropa de soldados poco antes recibidos a sueldo, a quien escogió Nerón, por no fiarse de los viejos, como gente que podía estar sobornada. Murió, pues, Pisón, cortándose las venas de los brazos, y dejó un testamento lleno de vergonzosas adulaciones para con Nerón. Atribuyóse al gran amor que tenía a su mujer a la cual, sin tener otra cosa digna de alabanza que la hermosura y gallardía corporal, había quitado Pisón a un amigo suyo con quien estaba casada. Llamábase esta mujer Arria Gala, y el primer marido Domicio Silio. Éste con su sobrada paciencia y ella con su deshonestidad acrecentaron la infamia de Pisón.

LX. El primero a quien después de éste hizo matar Nerón fue Plaucio Laterano, nombrado cónsul; y con tanta prisa, que no se le permitió el abrazar a sus hijos, ni aquella breve dilación de escoger la forma de muerte, que se daba a otros; antes llevado al lugar donde suelen justiciarse los esclavos (6), fue allí muerto cruelmente por manos de Estacio, tribuno; conservando con gran constancia un generoso silencio, sin dar en rostro al tribuno con la conciencia de la misma culpa. Siguió a esta muerte la de Anneo Séneca, muy agradable al príncipe; no porque se hallase contra él culpa alguna en la conjuración, sino por ejecutar con hierro lo que no había podido con veneno; porque hasta entonces no había sido nombrado más que por Natal sólo, quien dijo que Pisón le había enviado a visitar a Séneca estando enfermo y a dolerse con él de que no consentía que le visitase; añadiendo que era mejor poner nuevas raíces a su amistad, tratándose y comunicándose familiarmente, y que Séneca había respondido que el conversar entre sí y verse a menudo no era conveniente a ninguno de los dos; pero que su salud pendía de la salud y seguridad de Pisón. Estas palabras mandó el príncipe que refiriese a Séneca Granio Silvano, tribuno de una cohorte pretoria, y que le preguntase si era verdad que hubiese pasado aquel coloquio entre él y Natal. Había casualmente Séneca (otros dicen que de industria) vuelto aquel día de Campania, y alojádose en una quinta suya, a una legua de la ciudad, donde cerca de la noche llegó el tribuno; y después de haber hecho cercar la quinta de escuadras de soldados, hallando a Séneca cenando con Pompea Paulina, su mujer, y dos amigos, le notificó las comisiones que llevaba del emperador.

LXI. Respondió Séneca: Que era verdad que había venido a él Natal de parte de Pisón, quejándose de que queriendo visitarle se le había negado la entrada; que a esto se había excusado con su enfermedad y con el deseo que tenía de quietud; y que en lo demás, nunca había tenido causa para anteponer a su propia salud la de un hombre particular; ni él de su naturaleza era inclinado a lisonjas, como mejor que otro alguno lo sabía el mismo Nerón; el cual había hecho más veces experiencia de la libertad de Séneca, que de su servil adulación. Referida por el tribuno esta respuesta al príncipe en presencia de Popea y de Tigelino, que era el consejo secreto con quien resolvía el modo de ejercitar su crueldad, le preguntó si Séneca se preparaba para tomar una muerte voluntaria, y afirmando el tribuno que no había conocido en él señal alguna de temor ni de tristeza en palabras ni en rostro, se le manda que vuelva y que le notifique la muerte. Escribe Fabio Rústico, que no volviendo el tribuno por el mismo camino por donde había venido, torció por casa del prefecto Fenio, y que dándole cuenta de la orden que llevaba de César y preguntándole si la obedecería con vileza y cobardía fatal de todos, le respondió que la obedeciese; porque también Silvano era de los conjurados, aunque ahora acrecentaba aquellas maldades, en cuya venganza había consentido como los demás. Con todo eso, no quiso ver ni hablar a Séneca; antes envió en su lugar a un centurión que le notificase la última necesidad.

LXII. Séneca, sin temor alguno, pidió recado para hacer testamento, y negándoselo el centurión, vuelto a sus amigos les dice: que pues se le impedía el reconocer y gratificar sus merecimientos, les dejaba una sola recompensa, aunque la mejor y más noble que les podía dar, que era el espejo y ejemplo de su vida; del cual, si tenían memoria, sacarían una honrada reputación y el loor de haber conservado y sabídose aprovechar del fruto de tan constante amistad. Y juntamente, ya con amorosas palabras, ya con severidad a manera de corrección, les hacía dejar el llanto y los procuraba reducir a su primera firmeza de ánimo, preguntándoles: ¿dónde estaban los preceptos de la sabiduría; dónde la disposición preparada con el discurso de tantos años para oponerse a cualquier accidente y eminente peligro? Porque a todos era notoria la crueldad de Nerón, a quien no quedaba ya otra maldad por hacer, después de haber muerto a su madre y hermano, sino el quitar la vida a su ayo maestro.

LXIII. Después de haber dicho en general éstas y semejantes cosas, abraza a su mujer, y habiéndole mitigado algún tanto la fuerza del temor presente, le exhorta y le ruega que trate de templar y no de eternizar su dolor, procurando con la contemplación de su vida pasada virtuosamente tomar algún honesto consuelo y en su manera olvidar la memoria de su marido. Ella, en contrario, afirmando que también tenía hecha resolución de morir entonces, pide con gran instancia la mano del matador. Con esto, Séneca, no queriendo impedirle su gloria, y juntamente amándola con ternura, por no dejar a tan caras prendas en poder de tantas injurias y tan crueles destrozos, le dijo: Yo te había mostrado los consuelos que había menester para entretener la vida; mas veo que tú escoges la gloria de la muerte. No pienso mostrar que te tengo envidia al ejemplo que has de dar de ti, ni estorbarte esta honra. Sea igual entre nosotros dos la constancia de nuestro generoso fin; aunque es cierto que el tuyo resplandecerá con mayor excelencia. Después de esto se cortaron a un mismo tiempo las venas de los brazos. Séneca, porque siendo ya muy viejo y teniendo el cuerpo muy enflaquecido con la larga abstinencia despedía muy lentamente la sangre, se hace cortar también las venas de las piernas y los tobillos. Y cansado de la crueldad de aquellos tormentos, por no quebrantar con las muestras de su dolor el ánimo de su mujer, y por no deslizar él en alguna impaciencia, viendo lo que ella padecía, la persuade a que se retire a otro aposento. Y sirviéndose de su elocuencia hasta en aquel último momento de su vida, llamando quien le escribiese dictó muchas cosas que, por haber quedado en el vulgo con las mismas palabras, excusaré el referirlas.

LXIV. Mas Nerón, no teniendo odio particular contra Paulina y por no hacer más aborrecible su crueldad, mandó que se le estorbase la muerte. Y así, a persuasión de los soldados, sus propios esclavos y libertos le vendan las incisiones de las venas y le restañan la sangre. No se sabe si con su consentimiento; porque, como quiera que el vulgo se inclina siempre a los peores juicios, no faltó quien creyese que mientras juzgó por implacable la ira de Nerón, deseó la fama de imitar y acompañar en la muerte a su marido; mas que habiéndosele ofrecido después más blandas esperanzas, se dejó vencer de la dulzura de la vida; a la cual añadió después bien pocos años, con una loable memoria de su marido y con un color pálido en el rostro y miembros, que se mostraba bien haber perdido mucha parte del espíritu vital. Séneca, entretanto, durándole todavía el espacio y dilación de la muerte, rogó a Estacio Anneo, en quien tenía experimentada gran amistad y no menor ciencia en la medicina, que le trajese el veneno ya de antes prevenido, que era el que solían dar por público juicio los atenienses a sus condenados; y habiéndoselo traído, le tomó, aunque sin algún efecto, por habérsele ya resfriado los miembros y cerrado las vías por donde pudiese penetrar la violencia de él. A lo último, haciéndose meter en el aposento donde había un baño de agua caliente, y rociando con ella a sus criados que le estaban más cerca, añadió estas palabras: Este licor consagro a Júpiter librador. Metido de allí en el baño, y rindiendo el espíritu con aquel vapor, fue quemado su cuerpo sin pompa o solemnidad alguna, como antes lo había ordenado en su codicilo, mientras hallándose todavía rico y poderoso iba pensando en lo que se había de hacer después de sus días.

LXV. Hubo fama que Subrio Flavio había tratado secretamente con los centuriones, y no sin sabiduría de Séneca, que después de haber muerto a Nerón con el favor y ayuda de Pisón, fuese muerto también el mismo Pisón, y se entregase el Imperio a Séneca, como a hombre inculpable y por el esplendor de sus virtudes merecedor de aquella suprema grandeza; y hasta las palabras mismas de Flavio andaban también en boca del vulgo. Honrado trabajo fuera el nuestro -decía él- si para remedio de la afrenta pública quitásemos el Imperio a un tañedor de cítara para darle a un farsante de tragedias. Decía esto Flavio, porque así como Nerón acostumbraba a cantar al son de la cítara, así también Pisón cantaba en el tablado vestido en hábito trágico.

LXVI. Tampoco pudo estar más tiempo secreta la conjuración de los soldados, encendiéndose por momentos los ánimos de los que se veían descubiertos contra Fenio Rufo, no pudiendo sufrir que siendo cómplice en el delito fuese a un mismo tiempo riguroso examinador de los acusados. Y así, mientras Rufo instaba y amenaza a Cevino, éste le respondió sonriéndose que ninguno sabía con mayor particularidad lo que le preguntaba que él mismo. Y tras esto le exhorta a que pague de su voluntad lo mucho que debe a la de tan buen príncipe. No tuvo a esto Fenio palabras que responder, ni supo tampoco tener silencio; antes embarazándose con la repentina turbación, dio bastantes muestras de que estaba medroso; y haciendo gran fuerza los demás por convencerle, especialmente Cervario Próculo, caballero, asió de él por orden de César un soldado llamado Casio, a quien le tenían allí para aquello como hombre de fuerzas extraordinarias, y al momento le puso en hierros.

LXVII. Luego, por confesión de los mismos, fue derribado Subrio Flavio, tribuno; el cual, defendiéndose al principio con mostrar la diversidad que había de costumbres y profesiones entre él y los conjurados, y que siendo como era hombre criado entre las armas, no había de tomar por acompañados para una empresa tan grande a gente afeminada y sin armas, viéndose después apretado, tuvo por acción de gloria el confesar. Y preguntándole Nerón la causa que había tenido para olvidarse del juramento que le tenía prestado, respondió: Teníate ya aborrecido; y advierte que mientras mereciste ser amado ninguno de tus soldados te fue más fiel que yo; pero comencé a aborrecerte desde que mataste a tu madre y a tu mujer, y te hiciste cochero, representante, y finalmente abrasaste tu propia patria. He referido las mismas palabras de Flavio por no haberse divulgado tanto como las de Séneca, y porque no me parecen menos dignos de ser sabidos estos conceptos de un hombre militar, llenos de gallardo espíritu, aunque declarados en estilo tosco; y es, sin duda, que no le sucedió a Nerón cosa tan pesada en toda aquella conjuración, ni que más le defendiese los oídos; porque aunque era pronto en cometer las maldades, no gustaba de que se las trajesen a la memoria, ni estaba acostumbrado a que se le diese en rostro con ellas. Cometióse el ejecutar el castigo de Flavio a Veyano Nigro, tribuno; el cual mandó cavar un hoyo donde meterle en cierto campo allí cercano y viéndole Flavio, considerando que le había dejado muy estrecho y poco hondo, volviéndose a los soldados circunstantes, dijo: ni aun esto ha sabido hacer Nigro conforme a las reglas militares. Y amonestándole él mismo a que extendiese animosamente el cuello para recibir el golpe, le respondió: ojalá hirieses tú con tanto ánimo. Y él, todo temblando, habiéndole cortado la cabeza apenas de dos golpes, se alabó después con Nerón de que por usar de crueldad con él le había hecho morir de golpe y medio.

LXVIII. Sulpicio Aspro, centurión, dio el segundo ejemplo de constancia; cuando preguntándole Nerón la causa por qué había conspirado contra él, le dio esta breve respuesta: porque no era posible poner de otra manera remedio a tus maldades. Y dicho esto se ofreció a la pena que le estaba ordenada.

No degeneraron los demás centuriones de su valor en dejar de morir con valerosa constancia; aunque faltó esta fortaleza de suerte en Fenio Rufo, que hasta su testamento hinchió de lamentaciones. Esperaba también Nerón a que fuese nombrado entre los conjurados el cónsul Vestino, teniéndole por hombre violento y conocidamente su enemigo. Mas ellos no habían confiado de él sus intentos, algunos por competencias viejas, y muchos porque le tenían por insociable y arrojadizo. Tuvo principio el aborrecimiento de Nerón con Vestino de la estrecha familiaridad que hubo entre los dos, mientras éste, habiendo acabado de conocer la vileza y poco ánimo del príncipe, le menospreciaba; y Nerón, en contrario, temía la fiereza de ánimo de Vestino, que muchas veces le solía motejar con donaires mordaces, los cuales, en arrimándose mucho a la verdad, dejan siempre de sí desapacible y áspera memoria. Añadíase a esto la reciente ocasión de haber tomado Vestino por mujer a Estatilia Mesalina (7), sabiendo muy bien que César era uno de sus adúlteros.

LXIX. Pero faltando delito y acusadores, y no pudiendo valerse del color de la justicia como señor, se resolvió en usar de la fuerza como tirano, enviándole a casa a Gerelano, tribuno, con una cohorte de soldados, y mandándole que previniese los intentos del cónsul y se apoderase de la fortaleza y de la escogida juventud que tenía consigo; porque Vestino tenía sus casas muy altas y eminentes sobre la plaza y buen número de pajes hermosos y casi todos de una misma edad. Había cumplido Vestino por aquel día con todos los negocios de su oficio de cónsul, y sin temor alguno, si ya no era que lo hacía por disimularle, celebraba un banquete; cuando entrados dentro los soldados, le dijeron que le llamaba el tribuno. Él se levanta al mismo punto de la mesa, y haciendo prevenir con gran presteza todos los aparejos necesarios para quitarse la vida, se cierra en su aposento, viene el cirujano, le cortan las venas, y estando todavía con harto vigor se hace meter en el baño, adonde sin dar alguna muestra de dolerse de sí mismo, murió zambullido en aquella agua caliente. Entretanto estuvieron rodeados de buenas guardias los convidados, y no los dejaron salir hasta que pasó gran parte de la noche, en que tuvo Nerón harta ocasión de reírse y burlarse de la arma falsa y del miedo que habían pasado. Y después, cuando le pareció que tenían ya bien tragada la muerte, mandó que los dejasen salir, diciendo que harto caro les había costado el banquete consular.

LXX. Mandó después que se ejecutase la muerte de Marco Anneo Lucano; el cual, mientras le salía la sangre de las venas, cuando echó de ver que se le iban resfriando los pies y las manos y poco a poco se le retiraba el espíritu de las partes extremas, teniendo todavía caliente el pecho y sano el entendimiento, acordándose de ciertos versos compuestos por él (8) en que pintaba la muerte de un soldado herido, los recitó desde el principio, y con las últimas palabras expiró. Murieron después Seneción, Quinciano y Cevino, no conforme al regalo y vicio de su vida pasada, y tras ellos los demás conjurados, sin haber hecho o dicho cosa digna de memoria.

LXXI. Henchíase, entre tanto la ciudad de mortuorios, y el Capitolio de víctimas¡ y aunque unos habían perdido hijos, otros hermanos, otros parientes y otros amigos, se hallaban todos necesitados a dar por ello gracias a los dioses, enramar sus casas de laureles, arrodillarse a los pies de César y romperle la mano a besos; y, él creyendo que procedía de general contento, con perdonar a Antonio Natal y Cervario Próculo, remuneró la prisa que tuvieron en confesar el delito. Melico, enriquecido con los premios que se le dieron, tornó un nombre que significa en lengua griega conservador. De los tribunos, Granio Silvano, que había sido absuelto, se mató con sus manos, y Estacio Próximo, con la vanidad de su muerte frustró el perdón que había alcanzado del emperador. Fueron después privados del oficio de tribunos Pompeyo, Comelio Marcial, Flavio Nepote y Estacio Domicio; no porque estuviesen convencidos de aborrecer al príncipe, sino porque se tenía esta opinión de ellos. A Novio Prisco, Glicio Galo y Anio Polión, más por la amistad que tenían con Séneca, que porque fuesen convencidos de este delito, se condenó en destierro perpetuo, en el cual acompañó a Prisco su mujer Antonia Flacila, y a Galo Egnacia Maximila, no con menos amor después que se le quitaron sus grandes riquezas que cuando las poseían, redundando entrambas cosas en particular gloria suya. Con la misma ocasión fue desterrado también Rufo Crispino, aunque de antes aborrecido de Nerón porque había sido casado con Popea. A Virginio y Musonio Rufo desterró de la ciudad el esplendor de su nombre; porque Virginio con su elocuencia, y Musonio con los estudios de filosofía, habían ganado gran nombre y el favor de la juventud romana. Clunidio Quieto, Julio Agripa, Blicio Catulino, Petronio Prisco y Julio Altino fueron echados a las islas del mar Egeo, como para hacer mayor la tropa y montón de los conjurados. Cadicia, mujer de Cevino, y Cesonio Máximo fueron desterrados de Italia, sin haber sido conocidos culpados en otra cosa que en la pena. Con Atilia, madre de Lucano, se disimuló sin castigarla ni absolverla.

LXXII. Después de haber ejecutado todas estas cosas Nerón, y tras una oración muy larga que hizo a los soldados, dio a cada uno sesenta ducados (dos mil sestercios), y añadió que se les diese el trigo para su provisión de balde, donde antes se les solía dar a la tasa; y luego, como si hubieran de referir los sucesos que habían tenido en alguna guerra, convoca el Senado, y concede en él los honores triunfales a Petronio Turpilano, varón consular, a Cocceyo Nerva (9), nombrado para pretor, y a Tigelino, capitán de los pretorianos, ensalzando de tal manera a Tigelino y a Nerva, que fuera de las estatuas triunfales que se les dedicaron en el foro, hizo poner también sus imágenes en palacio. Dio las insignias consulares a Ninfidio, de quien, pues no se ha ofrecido antes ocasión, referiré algunas cosas, siquiera porque ha de ser éste también gran instrumento de los estragos y las calamidades romanas. Tuvo Ninfidio por madre a una libertina, la cual entregó su cuerpo, harto dotado de hermosura, muchas veces a los libertos y esclavos de los emperadores; aunque él se alababa de que era hijo de Cayo César, o porque acaso se le parecía, por ser alto de cuerpo y de aspecto airado y feroz, o porque Cayo César, como amigo que era de tratar con mujeres ruines, engañase también a ésta como a otras.

LXXIII. Mas Nerón, después de haber hecho juntar el Senado y recitado una oración en él sobre lo sucedido, dio cuenta de todo al pueblo por un edicto, e hizo escribir en los libros públicos los cargos de los condenados y sus propias confesiones. Porque de ordinario le infamaba el vulgo culpándole de que había hecho morir a muchos varones inocentes por odio o por temor. Pero que esta conjuración se tramó al principio, y que después creció y cobró fuerzas hasta llegarse a descubrir y convencer como habemos dicho, ni entonces se puso duda por los que procuraron investigar la verdad, ni se atrevieron a negarlo después los que con la muerte de Nerón pudieron volver a la patria. Mas en el Senado, mientras estaban rendidos y sujetos todos a la adulación, y más los que tenían mayores causas de sentimiento, medroso Junio Galión a causa de la muerte de su hermano Séneca, y encomendándose por esto en los ruegos a los senadores, fue reprendido ásperamente por Salieno Clemente, llamándole rebelde y parricida; y pasara más adelante si no le fueran a la mano todos los demás, cargándole también de que quisiese abusar de las calamidades públicas y servirse de ellas contra sus aborrecimientos y pasiones particulares, renovando la memoria de las cosas que tenía olvidadas ya la benignidad y mansedumbre del príncipe, y aplicándolas de nuevo a materia de nuevas crueldades.

LXXIV. Decretáronse tras esto gracias y dones a los dioses, particularmente en honra del Sol, cuyo es un antiguo templo que hay junto al circo donde se había de ejecutar la maldad a título de que con su deidad había aclarado y descubierto los secretos de la conjuración. Que las fiestas de los juegos circenses, que se celebraban a la diosa Ceres, se hiciesen cada año por mayor circuito y con más número de caballos. Que el mes de abril se llamase de allí adelante Neronio, y que se edificase un templo a la Salud en el lugar donde Cevino había tomado el puñal, que consagró después el mismo Nerón en el Capitolio, con esta inscripción sobre él: A JÚPITER VENGADOR. Lo cual no se consideró por entonces; mas después que tomó las armas contra Nerón Julio Víndice, que quiere decir vengador, se tomó por un presagio y agüero de la venganza que se esperaba. Hallo en los comentarios del Senado, que Cerial Anicio, electo para cónsul, propuso, cuando llegó a dar su voto, que de gastos públicos se edificase lo más presto que fuese posible un templo al divo Nerón, entendiéndolo él verdaderamente en honra de aquel príncipe, que en su opinión había ya subido de la cumbre mortal a merecer ser adorado de los hombres, para que también se convirtiese después en agüero de su muerte. Porque al príncipe no se le dan honores divinos hasta que deja de vivir entre los mortales.




Notas

(1) El original dice: haud perinde in crimine incendii quam odio humani generis ronvicti sunt. Ignoramos qué motivo pudo tener nuestro Coloma en traducir el odio humani generis, por aborrecimiento a la humana generación, en vez de por aborrecimiento al género humano, que, además de ser la versión más natural y ajustada al texto, no da lugar a dudosas interpretaciones.

(2) De los fastos y lápidas consta que éste se llamaba Silano Nerva.

(3) No obstante. después de su muerte permitió que se publicasen y leyesen.

(4) Duraban desde el día 12 hasta el 19 de abril.

(5) Secretario de Nerón (Suetonio, Nerón, 4) y el mismo de quien fue esclavo Epícteto.

(6) Había, en efecto, un sitio destinado para el castigo de los esclavos y plebeyos fuera de Roma, en el cual estaban fijas las cruces y patíbulos, y donde se echaban los cadáveres corrompidos, etc.

(7) Descendía de Estatillo Tauro, cónsul en tiempo de Augusto, y fue tercera mujer de Nerón.

(8) Sin duda son éstos: Scinditur avulsus, nec sine vulnere sanguis.

(9) El mismo que fue después emperador.

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