Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO TERCERO.
CAPÍTULO NOVENO.
Viene al quartel a visitar a Cortés de parte de Motezuma el Señor de Tezcuco su sobrino: continúase la marcha, y se hace alto en Quitlavaca, dentro ya de la laguna de México.
Da aquellas caserias, donde se alojó el exército de la otra parte de la montaña, pasó el dia siguiente a n pequeño lugar, jurisdiccion de Chalco, situado en el camino real a poco mas de dos leguas, donde acudieron luego el Cacique principal de la misma provincia, y otros de la comarca. Trahian sus presentes con algunos bastimentos; y Cortés los agasajó con mucha humanidad y con algunas dádivas. Pero se reconoció luego en su conversacion que se recataban de los Embajadores Mexicanos; porque se detenian y embarazaban fuera de tiempo, y daban a entender lo que callaban en lo mislno que decian. Apartóse con ellos Hernan Cortés, y a poca diligencia de los intérpretes dieron todo el veneno del corazon. Quejaronse destempladamente de las crueldades y tiranías de Motezuma: ponderaron lo intolerable de sus tributos, que pasaban ya de las haciendas a las personas; pues los hacia trabajar sin estipendio en sus jardines, y en otras obras de su vanidad. Decian con lágrimas: Que hasta las mugeres se habian hecho contribucion de su torpeza y la de sus ministros, puesto que las elegian y desechaban a su antojo, sin que pudiesen defender los brazos de la madre a la doncella, ni la presencia del marido a la casada: representando uno y otro a Hernan Cortés como a quien lo podia remediar, y mirandole como a deidad que baxaba del cielo con jurisdiccion sobre los tiranos. El los escuchó compadecido, y procuró mantenerlos en la esperanza del remedio, dexandose llevar por entonces del concepto en que le tenian, o resistiendo a su engaño con alguna falsedad. No pasaba en estas permisiones de su política los términos de la modestia; pero tampoco gustaba de obscurecer su fama, donde se miraba como parte de razon el desvarío de aquella gente.
Volvióse a la marcha el dia siguiente, y se caminaron quatro leguas por tierra de mejor temple y mayor amenidad, donde se conocia el favor de la naturaleza en las arboledas, y el beneficio del arte en los jardines. Hizose alto en Amecameca, donde se alojó el exército: lugar de mediana poblacion, fUndado en una ensenada de la gran lagúna, la mitad en el agua, y la otra mitad en tierra firme al pie de una montañuela esteril y fragosa. Concurrieron aqui muchos Mexicanos con sus armas y adornos militares: y aunque al principio se creyó que los trahia la curiosidad, creció tanto el número, que dieron cuidado; y no faltaron indicios que persuadiesen al rezelo. Valióse Cortés de algunas exterioridades para detenerlos y atemorizarlos: hizose ruido con las bocas de fuego: dispararonse al ayre algunas piezas de artillería: ponderóse, y aun se provocó la ferocidad de los caballos, cuidando los intérpretes de dar significacion al estruendo, y engrandecer el peligro; por cuyo medio se consiguió el apartarlos del alojamiento antes que cerrase la noche. No se verificó que viniesen con ánimo de ofender, ni parece verisímil que se intentáse nueva traicion, quando estaba Motezuma reducido a dexarse ver; aunque despues mataron las centinelas algunos Indios sobre acercarse demasiado con apariencias de reconocer el quartel: y pudo ser que alguno de los caudillos Mexicanos conduxese aquella gente con ánimo de asaltar cautelosamente a los Españoles, creyendo no sería desagradable a su Rey, por considerarle rendido a la paz con repugnancia de su natural y de su conveniencia; pero esto se quedó en presuncion, porque a la mañana solo se descubrieron en el camino que se habia de seguir algunas tropas de gente desarmada, que tomaban lugar para ver a los estrangeros.
Tratábase ya de poner en marcha el exército, quando llegaron al guartel quatro Caballeros Mexicanos con aviso de que venía el Príncipe Cacumatzin, sobrino de Motezuma, y Señor de Tezcuco a visitar a Cortés de parte de su tio; y tardó poco en llegar. Acómpañabanle muchos nobles con insignias de paz y ricamente adornados. Trahianle sobre sus hombros otros Indios de su familia en unas andas cubiertas de várias plumas, cuya diversidad de colores se correspondia con proporcion. Era mozo de hasta veinte y cinco años, de recomendable presencia: y luego que se apeó, pasaron delante algunos de sus criados a varrer el suelo que habia de pisar, y a desviar con grandes ademanes y contenencias la gente de los lados: ceremonias, que siendo ridículas, daban autoridad. Salió Cortés a recibirle hasta la puerta de su alojamiento con todo aquel aparato de que adornaba su persona en semejantes funciones. Hizole al llegar una cumplida reverencia, y él correspondió tocando la tierra, y despues los labios con la mano derecha. Tomó su lugar despejadamente, y habló con sosiego de hombre que sabía estar sin admiracion a vista de la novedad. La substancia de su razonamiento fue: Dar la bien venida, con palabras puestas en su lugar, a Cortés y a todos los Cabos de su exército: ponderar la gratitud con que los esperaba el Gran Motezuma , y quánto deseaba la correspondencia y amistad de aquel Príncipe del oriente que los enviaba: cuya grandeza debia reconocer por algunas razones que entenderian de su boca: y por via de discurso propio volvió a dificultar, como los demás Embajadores, la entrada de México, fingiendo que se padecia esterilidad en todos los pueblos de su contribucion: y proponiendo, como punto que sentia su Rey, lo mal asistidos que se hallarian los Españoles donde faltaba el sustento para los vecinos. Cortés respondió, sin apartarse del misterio con que iba cebando las aprehensiones de aquella gente: Que su Rey, siendo un Monarca sin igual en otro mundo cercano al nacimiento del sol, tenia tambien algunas razones de alta consideracion para ofrecer su amistad a Motezuma, y comunicarle diferentes noticias que miraban a su persona y esencial conveniencia: cuya proposicion no desmereceria su gratitud; ni él podia dexar de admitir con singular estimacion la licencia que se le concedia para dar su embajada, sin que le hiciese algun embarazo la esterilidad que se padecia en aquella Corte: porque sus Españoles necesitaban de poco alimento para conservar sus fuerzas, y venian enseñados a padecer y despreciar las incomodidades y trabajos de que se afligian los hombres de inferior naturaleza. No tuvo Cacumatzin que replicar a esta resolucion; antes recibió con estimacion y rendimiento algunas joyuelas de vidrio extraordinario que le dió Cortés: y acompañó el exército hasta Tezcuco, ciudad capital de su dominio, donde se adelantó con la respuesta de su embajada.
Era entonces Tezcuco una de las mayores ciudades de aquel imperio: refieren algunos que sería como dos veces Sevilla; y otros, que podia competir con la corte de Motezuma en la grandeza, y presumia, no sin fundamento, de mayor antigüedad. Estaba la frente principal de sus edificios sobre la orilla de aquel espacioso lago en parage de grande amenidad, donde tomaba su principio la calzada oriental de México. Siguióse por ella la marcha sin detencion, porque se llevaba intento de pasar a Iztacpalapa, tres leguas mas adelante, sitio proporcionado para entrar en México el dia siguiente a buena hora. Tendria por esta parte la calzada veinte pies de ancho, y era de piedra y cal, con algunas labores en la superficie. Habia en la mitad del camino sobre la misma calzada otro lugar de hasta dos mil casas, que se llamaba Quitlavaca; y por estar fundado en el agua, le llamaron entonces Venezuela. Salió el Cacique muy acompañado y lucido al recibimiento de Cortés, y le pidió que honráse por aquella noche su ciudad, con tanto afecto y tan repetidas instancias, que fue preciso condescender a sus ruegos por no desconfiarle. Y no dexó de hallarse alguna conveniencia en hacer aquella mansion para tomar noticias; porque viendo desde mas cerca la dificultad, entró Cortés en algun rezelo de que le rompiesen la calzada, o levantasen los puentes para embarazar el paso a su gente.
Registrabase desde alli mucha parte de la lagúna, en cuyo espacio se descubrian várias poblaciones y calzadas que la interrumpian y la hermoseaban: torres y capitéles, que al parecer, nadaban sobre las aguas: árboles y jardines fuera de su elemento: y una inmensidad de Indios, que navegando en sus canoas, procuraban acercarse a ver los Españoles; siendo mayor la muchedumbre que se dexaba reparar en los terrados y azuteas mas distantes. Hermosa vista, y maravillosa novedad, de que se llevaba noticia, y fue mayor en los ojos que en la imaginacion.
Tuvo el exército bastante comodidad en este alojamiento, y los paisanos asistieron con agrado y urbanidad al regalo de sus huespedes: gente de cuya policía se dexaba conocer la vecindad de la Corte. Manifestó el Cacique, sin poderse contener, poco afecto a Motezuma, y el mismo deseo que los demás de sacudir el yugo intolerable de aquel gobierno; porque alentaba los soldados, y facilitaba la empresa, diciendo a los intérpretes, como quien deseaba que lo entendiesen todos: Que la calzada que se habia de seguir hasta México era mas capaz y de mejor calidad que la pasada, sin que hubiese que rezelar en ella, ni en las poblaciones de su margen: que la ciudad de Iztacpalapa, donde se habia de hacer tránsito, estaba de paz, y tenia orden para recibir y alojar amigablemente a los Españoles: que el Señor de esta ciudad era pariente de Motezuma; pero que ya no habia que temer en los de su faccion, porque le tenian rendido y sin espíritu los prodigios del cielo, las respuestas de sus oráculos, y las hazañas que le referian de aquel exército; por cuya razon le hallarian deseoso de la paz, y con el ánimo dispuesto antes a sufrir que a provocar. Decia la verdad este Cacique; pero con alguna mezcla de pasion y de lisonja: y Hernan Cortés, aunque no dexaba de conocer este defecto en sus noticias, procuraba divulgarlas y encarecerlas entre sus soldados. Y no se puede negar que llegaron a buen tiempo, para que no se desanimáse la gente de menos obligaciones con aquella variedad de objetos admirables que se tenian a la vista, de que se pudiera colegir la grandeza de aquella Corte, y el poder formidable de aquel Príncipe; pero los informes del Cacique, y las ponderaciones que se hacían de su turbacion y desaliento pudieron tanto en esta concurrencia de novedades, que alegrandose todos de lo que se habian de asombrar, se aprovecharon de su admiracion para mejorar las esperanzas de su fortuna.
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