Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO.


CAPÍTULO SEGUNDO.

Llegan noticias de que se habia levantado la Provincia de Tepeáca: vienen Embajadores de México a Tlascála; y se descubre una conspiracion que intentaba Xicotencál el mozo contra los Españoles.

Venia Hernan Cortés deseoso de saber el estado en que se hallaban las cosas de la Vera Cruz, por ser la conservacion de aquella retirada una de las basas principales, sobre que se habia de fundar el nuevo edificio de que se trataba. Escribió luego a Rodrigo Rangel, que, como diximos, quedó nombrado por Teniente de Gónzalo de Sandoval en aquel gobierno: y llegó brevemente su respuesta, mediante la extraordinaria diligencia de los correos naturales, cuya substancia fue: Que no se habia ofrecido novedad que pudiese dar cuidado en la plaza ni en la costa: que Narbáez y Salvatierra quedaban asegurados en su prision: y que los soldados estaban gustosos y bien asistidos, porque duraba en su primera puntualidad el afecto y buena correspondencia de los Zempoales, Totonáques y demás naciones confederadas.

Pero al mismo tiempo avisó que no habian vuelto a la plaza ocho soldados con un Cabo, que fueron a Tlascála por el oro que se dexó repartido a los Españoles de aquella guarnicion: y que si era cierta la voz que corria entre los Indios de que los habian muerto en la Provincia de Tepeáca, se podia temer que hubiese caido en el mismo lazo la gente de Narbáez que se quedó herida en Zempoála: porque habian marchado en tropas, como fueron mejorando, con ansia de llegar a México, donde se consideraban al arbitrio de la codicia las riquezas y las prosperidades.

Puso en gran cuidado a Cortés esta desgracia, por la falta que hacian al presupuesto de sus fuerzas aquellos soldados, que segun Antonio de Herrera, pasaban de cincuenta; y aunque fuese menor el número, como lo dice Bernal Diaz del Castillo, no por eso dexaria de quedar grande la pérdida en aquella ocasion, y en una tierra donde se contaba por millares de Indios lo que suponia cada Español. Informóse de los Tlascaltécas amigos, y halló en ellos la misma noticia que daba Rangel, y la notable atencion de haberSela recatado, por no desazonar con nuevos cuidados su convalecencia.

Era cierto que los ocho soldados que vinieron de la Vera Cruz, llegaron a Tlascála, y volvieron a partir con el oro de su repartimiento, en ocasion que andaba sospechosa la fidelidad de la provincia de Tepeáca, que fue una de las que dieron la obediencia en el primer viage de México: y despues se averiguó con evidencia que habian perecido en ella los unos y los otros, en que no dexaba que dudar la circunstancia de haber llamado tropas Mexicanas, con ánimo de mantener la traicion. Novedad que hizo necesario el empeño de sujetar aquellos rebeldes, y apartar de sus términos al enemigo: cuya diligencia no sufría dilacion por estar situada esta provincia en parage que dificultaba la comunicacion de México a la Vera Cruz: paso que debia quedar libre y asegurado antes de aplicar el ánimo á mayores empresas. Pero suspendió Hernan Cortés la negociacion que se habia de hacer con la República para que asistiese con sus fuerzas a esta faccion; porque supo al mismo tiempo que los Tepeaqueses habian penetrado pocos días antes los confines de Tlascála, destruyendo y robando algunas poblaciones de la frontera; y tuvo por cierto que le habrían menester para su misma causa, como sucedió con brevedad; porque resolvió el Senado que se castigáse con las armas el atrevimiento de aquella nacion, y se procuráse interesar a los Españoles en esta guerra, pues estaban igualmente irritados y ofendidos por la muerte de sus compañeros: con que llegó el caso de que le rogasen lo mismo que deseaba, y se puso en términos de conceder lo que habia de rogar.

Ofrecióse poco despues otra novedad que puso en nuevo cuidado a los Españoles. Avisaron de Gualipár que habian llegado a la frotera tres o quatro Embajadores del nuevo Emperador Mexicano, dirigidos a la República de Tlascála, y quedaban esperando licencia del Senado para pasar a la ciudad. Discurrióse la materia en él con grande admiracion, y no sin conocimiento de que se debian escuchar como amenazas encubiertas las negociaciones del enemigo; pero aunque se tuvo por cierto que sería la embajada contra los Españoles, y estuvieron firmes en que no se les podria ofrecer conveniencia que preponderáse a la defensa de sus amigos, se decretó que fuesen admitidos los Embajadores, para que se lográse por lo menos aquel acto de igualdad, tan desusado en la soberbia de los Príncipes Mexicanos. Y se infiere del mismo suceso, que intervino en este decreto el beneplácito de Cortés, porque fueron conducidos publicamente al Senado los Embajadores, y no hubo recato, disculpa o pretexto de que se pudiese arguir menos sinceridad en la intencion de los Tlascaltécas.

Hicieron su entrada con grande aparato y gravedad. Iban delante los tamenes bien ordenados, con el presente sobre los hombros, que se componia de algunas piezas de oro y plata, ropas finas de la tierra, curiosidades y penachos, con muchas cargas de sal, que alli era el contrabando mas apetecido. Trahian ellos mismos las insignias de la paz en las manos, gran cantidad de joyas, y numeroso acompañamiento de camaradas y criados. Superfluidades en que, a su parecer, venia figurada la grandeza de su Príncipe, y que algunas veces suelen servir a la desproporcion de la misma embajada: siendo como unas ostentaciones del poder, que asombran o divierten los ojos, para introducir la sinrazon en los oidos. Esperólos el Senado en su tribunal, sin faltar a la cortesia, ni exceder en el agasajo; pero zeloso cuidadosamente de su representacion, y mal encubierto el desagrado en la urbanidad.

Su proposicion fue (despues de nombrar al Emperador Mexicano con grandes sumisiones y atributos:) Ofrecer de su parte la paz y alianza perpétua entre las dos naciones, libertad de comercio, y comunicacion de intereses, con calidad y condicion que tomasen luego las armas contra los Españoles, o se aprovechasen de su descuido y seguridad para deshacerse de ellos. Y no pudieron acabar su razonamiento, porque se hallaron atajados, primero, de un rumor indistinto que ocasionó la disonancia; y despues, de una irritacion mal reprimida, que prorrumpio en voces descompuestas, y se llevo tras si la circunspeccion.

Pero uno de los Senadores ancianos acordó a sus compañeros el desacierto en que se iban empeñando contra el estilo y contra la razon; y dispuso que los Embajadores se retirasen a su alojamiento para esperar la resolucion de la República. Lo qual executado, se quedaron solos a discurrir sobre la materia; y sin detenerse a votar, concurrieron todos en el mismo sentir de los que habian propalado inadvertidamente su voto; aunque se aliñaron los términos de la repulsa, y se hizo lugar la cortesia en la segunda instancia de la cólera: resolviendo que se nombrasen tres o quatro Diputados que llevasen la respuesta del Senado a los Embajadores, cuya substancia fue: Que se admitiria con toda estimacion la paz, como viniese propuesta con partidos razonables, y proporcionados a la conveniencia y pundonor de ambos dominios; pero que los Tlascaltécas observaban religiosamente las leyes del hospedage, y no acostumbraban ofender a nadie sobre seguro: preciandose de tener por imposible lo ilicito, y de irse derechos a la verdad de las cosas, porque no entendian de pretextos, ni sabian otro nombre a la traicion. Pero no llegó el caso de lograrse la respuesta: porque los Embajadores, viendo tan mal recibida su proposicion, se pusieron luego en camino, llevando tanto miedo, como truxeron gravedad: y no pareció conveniente detenerlos, porque habia corrido la voz en Tlascála de que venian contra los Españoles, y se temió algun movimiento popular que atropelláse las prerogativas de su ministerio, y destruyése las atenciones del Senado.

Esta diligencia de los Mexicanos (aunque frustrada con tanta satisfaccion de los Españoles) no dexó de traher algun inconveniente, de que se empezó a formar otro cuidado. Calló Xicotencál el mozo en la junta de los Senadores su dictamen, dexandose llevar del voto comun, porque temió la indignacion de sus compañeros, o porque le detuvo el respeto de su padre; pero se valió despues de la misma embajada, para verter entre sus amigos y parciales el veneno de que tenia preocupado el corazon: sirviendose de la paz que proponian los Mexicanos, no porque fuese de su genio, ni de su conveniencia; sinó por esconder en este motivo especioso la fealdad ignominiosa de su envidia, y dañada intencion. El Emperador Mexicano, decia, cuya potencia formidable nos trahe siempre con las armas en las manos, y envueltos en la contínua infelicidad de una guerra defensiva, nos ruega con su amistad, sin pedirnos otra recompensa que la muerte de los Españoles, en que solo nos propone lo que debiamos executar por nuestra propia conveniencia y conservacion: pues quando perdonemos a estos advenedizos el intento de aniquilar y destruir nuestra religion, no se puede negar que tratan de alterar nuestras leyes y forma de gobierno, convirtiendo en monarquía la República venerable de los Tlascaltécas, y reduciendonos al dominio aborrecible de los Emperadores: yugo tan pesado y tan violento, que aun visto en la cerviz de nuestros enemigos, lastima la consideracion. No le faltaba eloqüencia para vestir de razones aparentes su dictamen, ni osadia para facilitar la execucion; y aunque le contradecian, y procuraban disuadir algunos de sus confidentes, como estaba en reputacion de gran soldado, se pudo temer que tomáse cuerpo su parcialidad en una tierra donde bastaba el ser valiente para tener razon. Pero estaba tan arraigado en los ánimos el amor de los Españoles, que se hicieron poco lugar sus diligencias, y llegaron luego a la noticia de los Magistrados. Tratóse la materia en el Senado con toda la reserva que pedia un negocio de semejante consideracion, y fue llamado a esta conferencia Xicotencál el viejo; sin que bastase la razon de ser hijo suyo el delinqüente, para que se desconfiáse de su entereza y justificacion.

Acriminaron todos este atentado como indigna cavilacion de hombre sedicioso, que intentaba perturbar la quietud pública, desacreditar las resoluciones del Senado, y destruir el credito de su nacion. Inclinaronse algunos votos a que se debia castigar semejante delito con pena de muerte, y fue su padre uno de los que mas esforzaron este dictamen, condenando en su hijo la traicion, como juez sin afectos, o mejor padre de la patria.

Pudo tanto en los ánimos de aquellos Senadores la constancia pundonorosa del anciano, que se mitigó, por su contemplacion, el rigor de la senténcia, reduciendose los votos a menos sangrienta demostracion. Hicieronle traher preso al Senado; y despues de reprehender su atrevimiento con destemplada severidad, le quitaron el baston de General, deponiendole del exercicio y prerogativas del cargo, con la ceremonia de arrojarle violentamente por las gradas del tribunal: cuya ignominia le obligó dentro de pocos dias a valerse de Cortés con demostraciones de verdadera reconciliacion: y a instancia suya fue restituido en sus honores, y en la gracia de su padre, aunque despues de algunos dias volvió a reverdecer la raiz infecta de su mala intencion, y reincidió en nueva inquietud, que le costó la vida, como verémos en su lugar. Pudieron ambos lances producir inconvenientes de grande amenaza, y dificultoso remedio; pero el de Xicotencál llegó a noticia de Cortés quando estaba prevenido el daño, y castigado el delito; y el de los Embajadores Mexicanos dexó satisfechos a los menos confiados, quedando en uno y otro nuevamente acreditada la rara fidelidad de los Tlascaltécas, que vista en una gente de tan limitada policía, y en aquel desabrigo de los medios humanos, llegó a parecer milagrosa; o por lo menos se miraba entonces como uno de los efectos en que no se halla la razon natural, si se busca entre las causas inferiores.

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