Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO.


CAPÍTULO TERCERO.

Executase la entrada en la provincia de Tepeáca: y vencidos los rebeldes, que aguardaron en campaña con la asistencia de los Mexicanos, se ocupa la ciudad, donde se levanta una fortaleza con el nombre de Segura de la Frontera.

Entretanto que andaba Xicotencál el mozo convocando las milicias de su República, cebado ya en la guerra de Tepeáca, y deseoso entonces de borrar con los excesos de su diligencia las especies de su infidelidad, procuraba Cortés encaminar los ánimos de los suyos al conocimiento de que no se podia excusar el castigo de aquella nacion, poniendoles delante su rebeldía, la muerte de los Españoles, y quantos motivos podian hacer a la compasion, y llamar a la venganza. Pero no todos se ajustaban a que fuese conveniente aquella faccion, en cuyo dictamen sobresalieron los de Narbáez, que a vista de los trabajos padecidos, se acordaban con mayor afecto del ocio y de la comodidad, clamando por asistir a las grangerías que dexaron en la Isla de Cuba. Tenian por impertinente la guerra de Tepeáca, insistiendo en que se debia retirar el exército a la Vera Cruz para solicitar asistencias de Santo Domingo y Jamaica, y volver menos aventurados a la empresa de México; no porque tuviesen ánimo de perseverar en ella, sinó por acercarse con algun color a la lengua del agua, para clamar o resistir con mayor fuerza. Y llegó a tanto su osadia, que hicieron notificar a Hernan Cortés una protesta en forma legal, adornada con algunos motivos de mayor atrevimiento que substancia, en que andaba el bien público y el servicio del Rey, procurando apretar los argumentos del temor y de la floxedad.

Sintió vivamente Cortés que se hubiesen desmesurado a semejante diligencia, en tiempo que tenian los enemigos, que asistian en Tepeáca, ocupado el camino de la Vera Cruz, y no era posible penetrarle sin hacer la guerra que rehusaban. Hizolos llamar a su presencia, y necesitó de toda su reportacion para no destemplarse con ellos: porque la tolerancia o el disimulo de una injuria propia es dificultad que suele caber en ánimos como el suyo; pero sufrir en un despropósito la injuria de la razon, es en los hombres de juicio la mayor hazaña de la paciencia.

Agradeció como pudo los buenos deseos con que solicitaban la conservacion del exército; y sin detenerse a ponderar las razones que ocurrian para no faltar al empeño que estaba hecho con los Tlascaltécas, aventurando su amistad, y dexando consentida la traicion de los Tepeaqueses, se valió de motivos proporcionados al discurso de unos hombres a quien hacia poca fuerza lo mejor: para cuyo efecto les dixo solamente: Que teniendo el enemigo los pasos estrechos de la montaña, precisamente se habia de pelear para salir a lo llano: que ir solos a esta faccion, sería perder voluntariamente, o por lo menos aventurar sin disculpa el exército: que ni era practicable pedir socorro a los Tlascaltécas, ni ellos le darian para una retirada que se hacia contra su voluntad: y que una vez sujeta la provincia rebelde, y asegurado el camino (en lo qual asistiria con todas sus fuerzas la República) les ofrecia sobre la fé de su palabra que podrian retirarse con licencia suya quantos no se determinasen a seguir sus banderas. Con que los dexó reducidos a servir en aquella guerra, quedando en conocimiento de que no eran a proposito para entrar en mayores empeños; y trató de poner luego en execucion su jornada, con que se quietaron por entonces.

Eligió hasta ocho mil Tlascaltécas de buena calidad, divididos en tropas, segun su costumbre, con algunos Capitanes de los que ya tenia experimentados en el viage de México. Dexó a cargo de su nuevo amigo Xicotencál que siguiese con el resto de sus milicias: y puesta en orden su gente, se halló con quatrocientos y veinte soldados Españoles, inclusos los Capitanes, y diez y siete caballos, armada la mayor parte de picas, espadas y rodelas, algunas ballestas, y pocos arcabuzes, porque no sobraba la polvora, cuya falta obligó a que se dexasen los demás en casa de Magiscatzín.

Marchó el exército con grandes aclamaciones del concurso popular, y grande alegria de los mismos soldados Tlascaltécas, pronosticos de la victoria, en que tenian su parte los espíritus de la venganza. Hizose alto aquel dia en el primer lugar de la tierra enemiga, situado tres leguas de Tlascála, y cinco de Tepeáca, ciudad capital que dió su nombre a la provincia. Retiróse la poblacion a la primera vista del exército, y solo dieron alcance los batidores a seis o siete paisanos, que aquella noche hallaron agasajo y seguridad entre los Españoles, no sin alguna repugnancia de los Tlascaltécas, en cuya irritacion tuvieran diferente acogida. Llamólos a la mañana Hernan Cortés, y alentandolos con algunas dádivas, los puso a todos en libertad, encargandoles que por el bien de su nacion dixesen de su parte a los Caciques y Ministros principales de la ciudad: Que venia con aquel exército a castigar la muerte de tantos Españoles como habian perdido alevosamente la vida en su distrito, y la traicion calificada con que se habian negado a la obediencia de su Rey; pero que determinandose a tomar las armas contra los Mexicanos (para cuyo efecto los asistiria con sus fuerzas y las de Tlascála) quedaría borrada con un perdon general la memoria de ambas culpas, y serian restituidos a su amistad, excusando los daños de una guerra, cuya razon los amenazaba como delinqüentes, y los trataria como enemigos.

Partieron con este mensage, y al parecer, bastantemente asegurados: porque Doña Marina y Aguilar añadieron a lo que dictaba Cortés algunos amigables consejos y seguridades en orden a que podian volver sin rezelo, aunque fuese mal admitida la proposicion de la paz. Y asi lo executaron el dia siguiente: acompañandolos en esta funcion dos Mexicanos, que al parecer, venian como zeladores de la embajada, para que no se alterasen los términos de la repulsa, cuya substancia fue insolente y descomedida: Que no querian la paz, ni tardarian mucho en buscar a sus enemigos en campana para volver con ellos maniatados a las aras de sus dioses. A que añadieron otros desprecios y amenazas de hombres que hacian la cuenta con el número de su exército. No se dió por satisfecho Hernan Cortés con esta primera diligencia, y los volvió a despachar con nuevo requerimiento, que ordenó para su mayor justificacion, en que les protestaba: Que no admitiendo la paz con las condiciones propuestas, serían destruidos a fuego y a sangre como traidores a su Rey, y quedarian esclavos de los vencedores, perdiendo enteramente la libertad quantos no perdiesen la vida. Hizose la notificacion a los Enviados con asistencia de los intérpretes: y dispuso que llevasen por escrito una copia del mismo requerimiento; no porque le hubiesen de leer, sinó porque al oir de sus mensageros aquella intimacion de tanta severidad, temiesen algo mas de las palabras sin voz que llevaba el papel: que como estimaban tanto en los Españoles el oficio de la pluma, teniendo por sobrenatural que pudiesen hablarse y entenderse desde lejos, quiso darles en los ojos con lo que les hacia ruido en el cuidado: que fue como llamarlos al miedo por el camino de la admiracion.

Pero sirvió de poco este primor; porque fue aun mas briosa, y mas descortés la segunda respuesta, con la qual llegó el aviso de que venia marchando en diligencia mas que ordinaria el exército enemigo: y Hernan Cortés resuelto a buscarle, ordenó luego su gente, y la puso en marcha, sin detenerse a instruirla ni animarla: porque los Españoles estaban diestros en aquel género de batallas; y los Tlascaltécas iban tan deseosos de pelear, que trabajó mas la razon en detenerlos.

Aguardaban los enemigos mal emboscados entre unos maizales, aunque los produce tan densos y crecidos la fertilidad de aquella tierra, que pudieran lograr el lazo, si fuera mayor su advertencia; pero se reconoció desde lejos el bullido de su natural inquietud; y la noticia de los batidores llegó a tiempo, que dadas las órdenes, y prevenidas las armas, se consiguió el acercarse a la zelada con un género de sosiego, que procuraba imitar el descuido.

Dióse principio al combate, prolongando los esquadrones lo que fue necesario para guardar las espaldas: y los Mexicanos, que trahian la vanguardia, se hallaron acometidos por todas partes, quando se andaban disponiendo para ocupar la retirada. Facilitó su turbacion el primer avance, y fueron pasados a cuchillo quantos no se retiraron anticipadamente. Fuese ganando tierra sin perder la formacion del exército; y porque las flechas y demás armas arrojadizas perdian la fuerza y la puntería en las cañas del maiz, lo lúcieron todo las espadas y las picas. Rehicieronse despues los enemigos, y esperaron segundo choque, alargando la disputa con el último esfuerzo de la desesperacion; pero se detuvo poco en declararse la victoria, porque los Mexicanos cedieron no solamente la campaña, sinó todo el pais, buscando su refugio en otros aliados: y a su exemplo se retiraron los Tepeaqueses con el mismo desorden, tan atemorizados, que vinieron aquella misma tarde sus Comisarios a rendir la ciudad , pidiendo quartel, y dexandose a la discrecion o a la clemencia de los vencedores.

Perdió el enemigo en esta faccion la mayor parte de sus tropas: hicieronse muchos prisioneros, y el despojo fue considerable. Los Tlascaltécas pelearon valerosamente (y lo que mas se pudo estrañar) tan atentos a las órdenes, que a fuerza de su mejor disciplina, murieron solamente dos o tres de su nacion. Murió tambien un caballo: y de los Españoles hubo algunos heridos, aunque tan ligeramente, que no fue necesario que se retirasen. El dia siguiente se hizo la entrada en la ciudad; y así los Magistrados, como los Militares que salieron al recibimiento, y el concurso popular que los seguia, vinieron desarmados a manera de reos, llevando en el silencio y los semblantes confesada o reconocida la confusion de su delito.

Humillaronse todos al acercarse, hasta poner la frente sobre la tierra: y fue necesario que los alentase Cortés para que se atreviesen a levantar los ojos. Mandó luego que los intérpretes aclamasen, levantando la voz, al Rey Don Carlos, y publicasen el perdon general en su nombre: cuya noticia rompio las ataduras del miedo, y empezaron las voces y los saltos a celebrar el contento. Señalóse a los Tlascaltécas su quartel fuera de poblado, porque se temió que pudiese mas en ellos la costumbre de maltratar a sus enemigos, que la sujecion a las órdenes en que se iban habituando: y Hernan Cortés se alojó en la ciudad con sus Españoles, con la union y cautela que pedia la ocasion, durando en este género de rezelo hasta que se conoció la sencillez de aquellos ánimos, que a la verdad, fueron solicitados y asistidos por los Mexicanos, asi para la primera traicion, como para los demás atrevimientos.

Hallabanse ya escarmentados y pesarosos de haber dado segunda vez la cerviz al yugo intolerable de aquella nacion: y tan desengañados en el conocimiento (de que aun viniendo como amigos, no sabian abstenerse de mandar en las haciendas, en las honras y en las vidas) que hicieron ellos mismos diferentes instancias a Hernan Cortés para que no desamparáse la ciudad: de que se tomó pretexto para levantar alli una fortaleza, que se les dió a entender era para defenderlos, siendo para sujetarlos: y sobre todo para dar seguridad al paso de la Vera Cruz, a cuyo fin convenia mantener aquel puesto, que siendo fuerte por naturaleza, podia recibir con facilidad los reparos del arte. Cerraronse las avenidas con algunas trincheras de fagína y tierra que diesen recinto a la ciudad, atando las quiebras de la montaña: y en lo mas eminente se levantó una fortificacion de materia mas solida en forma de castillo, que se tuvo por bastante retirada para qualquier accidente de los que se podian ofrecer en aquel género de guerra. Dióse tanto calor a la fábrica, y asistieron a ella los naturales y circunvecinos con tanta solicitud, y en tanto número, que se puso en defensa dentro de breves dias: y Hernan Cortés señaló algunos Españoles que se quedasen a defender aquella plaza, que hizo llamar Segura de la Frontera, y fue la segunda poblacion Española del Imperio Mexicano.

Desembarazóse primero para dar cobro a estas disposiciones de los prisioneros Mexicanos y Tepeaqueses de la victoria pasada: y ordenó que fuesen llevados a Tlascála con particular cuidado, porque ya se apreciaban como alhajas de valor, habiendose introducido entonces en aquella tierra el herrarlos, y venderlos como esclavos. Abuso, y falta de humanidad, que tuvo su principio en las Islas, donde se practicaba ya este género de terror contra los Indios rebeldes, aunque no se refiere; como disculpa el exemplar: que siempre yerra segunda vez quien sigue lo culpable; y por mas que fuese ageno el primer desacierto, quedaria con circunstancias de reincidencia la imitacion.

No se detuvo muchos dias el remedio y la repreension de semejante desorden, aunque llegó a noticia del Emperador fundado en algunos de los motivos que hacen licita la esclavitud entre los Christianos, y fue punto que se ventiló en largas disputas y papeles. Pero aquel ánimo Real (verdaderamente religioso y compasivo) se dexó pendientes las controversias de los Teólogos, y ordenó de propio dictamen, que fuesen restituidos en su libertad quando lo permitiese la razon de la guerra; y en el interin, tratados como prisioneros, y no como esclavos. Heroica resolucion en que obró tanto la prudencia como la piedad: porque ni en lo político fuera conveniente introducir la servidumbre para mejorar el vasallage; ni en lo católico desautorizar con la cadena y el azote la fuerza de la razon.

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