Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO.


CAPÍTULO PRIMERO.

Entra el exercito en los términos de Tlascála, y alojado en Gualipár, visitan a Cortés los Caciques y Senadóres: celébrase con fiestas públicas la entrada en la ciudad, y se halla el afecto de aquella gente asegurado con nuevas experiencias.

Recogió Hernan Cortés su gente que andaba divertida en el pillage, volvieron a ocupar su puesto los soldados, y se prosiguió la marcha, no sin algun rezelo de que se volviese a juntar el enemigo, porque todavia se dexaban reconocer algunas tropas en lo alto de las montañas; pero no siendo posible salir aquel dia de los confines Mexicanos, a tiempo que instaba la necesidad de socorrer a los heridos, se ocuparon unas caserías de corta o ninguna poblacion, donde se pasó la noche como en alojamiento poco seguro: y al amanecer se halló el camino sin alguna oposicion, despojados ya, y libres de asechanzas los llanos convecinos; aunque duraban las señas de que se iba pisando tierra enemiga en aquellos gritos y amenazas distantes que despedian a los que no pudieron detener.

Descubrieronse a breve rato, y se penetraron poco despues los términos de Tlascála, conocidos hasta hoy por los fragmentos de aquella insigne muralla que fabricaron sus antiguos, para defender las fronteras de su dominio, atando las eminencias del contorno por todos los parages donde se descuidaba lo inaccesible de las sierras. Celebróse la entrada en el distrito de la República con aclamaciones de todo el exército. Los Tlascaltécas se arrojaron a besar la tierra, como hijos desolados al regazo de su madre. Los Españoles dieron al cielo, con voces de piadoso reconocimiento, la primera respiracion de su fatiga. Y todos se reclinaron a tomar posesion de la seguridad cerca de una fuente, cuyo manantial se acreditó entonces de saludable y delicado; porque se refiere con particularidad lo que celebraron el agua los Españoles: fuese porque dió estimacion al refrigerio la necesidad, o porque satisfizo a segunda sed bebida sin tribulacion.

Hizo Hernan Cortés en este sitio un breve razonamiento a los suyos, dandoles a entender: Quanto importaba conservar con el agrado y la modestia el afecto de los Tlascaltécas: y que miráse cada uno en la ciudad como peligro de todos la queja de un paisano. Resolvió despues hacer alguna mansion en el camino para tomar lengua, y disponer la entrada con noticia y permision del Senado: y a poco mas de medio día, se hizo alto en Gualipár, villa entonces de considerable poblacion, cuyos vecinos salieron largo trecho a dar señas de su voluntad, obeciendo sus casas, y quanto fuese menester, con tales demostraciones de obsequio y veneracion, que hasta los que venian rezelosos, llegaron a conocer que no era capaz de artificio aquel género de sinceridad. Admitió Hernan Cortés el hospedage, y ordenó su quartel con todas las puntualidades que parecieron convenientes para quietar los escrupulos de la seguridad.

Trató luego de participar al Senado la noticia de su retirada y sucesos con dos Tlascaltécas: y por mas que procuró adelantar este aviso, llegó primero la fama con el rumor de la victoria; y casi al mismo tiempo vinieron a visitarle por la República su grande amigo Magiscatzín, el ciego Xicotencál, su hijo, y otros Ministros del gobierno. Adelantóse a todos Magiscatzín, arrojandose a sus brazos, y apartandose de ellos para mirarle, y cumplir con su admiracion, como quien no se acababa de persuadir a la felicidad de hallarle vivo. Xicotencál se hacia lugar con las manos ázia donde le guiaban los oidos: y manifestó su voluntad aun mas afeétuosamente; porque se queria informar con el tacto, y prorumpió en lagrimas el contento, que al parecer, tomaban a su cargo el exercicio de los ojos. Iban llegando los demás entretanto que se apartaban los primeros a congratularse con los Capitanes y soldados conocidos. Pero no dexó de hacerse algun reparo en Xicotencál el mozo, que anduvo mas desagradable, o mas templado en los cumplimientos: y aunque se atribuyó entonces a entereza de hombre militar, se conoció brevemente que duraban todavia en su intencion las desconfianzas de amigo reconciliado, y en su altivez los remordimientos de vencido. Apartóse Cortés con los recien venidos, y halló en su conversacion quantas puntualidades y atenciones pudiera desear en gente de mayor policía. Dixeronle que andaban ya juntando sus tropas con ánimo de socorrerle contra el comUn enemigo, y que tenian dispuesto salir con treinta mil hombres a romper los impedimentos de su marcha. Dolieronse de sus heridas, mirandolas como desman sacrilego de aquella guerra sediciosa. Sintieron la muerte de los Españoles, y particularmente la de Juan Velazquez de Leon, a quien amaban no sin algun conocimiento de sus prendas. Acusaron la bárbara correspondencia de los Mexicanos: y ultimamente le ofrecieron asistir a su desagravio con todo el grueso de sus milicias, y con las tropas auxiliares de sus aliados: añadiendo para mayor seguridad, que ya no solo eran amigos de los Españoles, sinó vasallos de su Rey, y debian por ambos motivos estar a sus órdenes, y morir a su lado. Asi concluyeron su conversacion, distinguiendo, no sin discrecion pundonorosa, las dos obligaciones de amistad y vasallage, como que mandaba en ellos la fidelidad lo mismo que persuadia la inclinacion.

Respondió Hernan Cortés a todas sus ofertas y proposiciones con reconocida urbanidad: y de lo que discurrieron unos y otros pudo colegir, que no solo duraba en su primero vigor la voluntad de aquella gente, pero que habia crecido en ellos la parte de la estimacion: porque la pérdida que se hizo al salir de México, se miró como accidente de la guerra, y quedó totalmente borrada con la victoria de Otumba, que se admiró en Tlascála como prodigio del valor, y último credito de la retirada. Propusieronle que pasáse luego a la ciudad, donde tenian prevenido el alojamiento; pero se ajustaron facilmente a conceder alguna detencion al reparo de la gente: porque deseaban prevenirse para la entrada, y que se hiciese con pública solemnidad, al modo que solian festejar los triunfos de sus Generales.

Tres dias se detuvo el exército en Gualipár, asistido liberalmente de quanto hubo menester por cuenta de la República: y luego que se hallaron los heridos en mejor disposicion, se dió aviso a la ciudad, y se trató de la marcha. Adornaronse los Españoles lo mejor que pudieron para la entrada, sirviendose de de las joyas y plumas de los Mexicanos vencidos: exterioridad en que iba significada la ponderacion de la victoria: que hay casos en que importa la ostentacion al credito de las cosas, o suele pecar de intempestiva la modestia. Salieron a recibir el exército los Caciques y Ministros en forma de Senado con todo el resto de sus galas, y numerosa comitiva de sus parentelas. Cubrieronse de gente los caminos: hervia en aplausos y aclamaciones la turba popular: andaban mezclados los víctores de los Españoles con los oprobrios de los Mexicanos: y al entrar en la ciudad, hicieron ruidosa y agradable salva los atabalillos, flautas y caracoles, distribuidos en diferentes coros, que se alternaban y sucedian, resonando en toques pacificos los instrumentos militares. Alojado el exército en forma conveniente, admitió Cortés, despues de larga resistencia, el hospedage de Magiscatzin, cediendo a su porfia por no desconfiarle. Llevóse consigo, por esta misma razon, el ciego Xicotencál a Pedro de Alvarado; y aunque los demás Caciques se querian encargar de otros Capitanes, se desvió cortesanamente la instancia, porque no era razon que faltasen los Cabos del cuerpo de guardia principal. Fue la entrada que hicieron los Españoles en esta ciudad, por el mes de Julio del año de mil quinientos y veinte; aunque tambien hay en esto alguna variedad entre los Escritores; pero reservamos este género de reparos para quando se discuerda en la substancia de los sucesos, donde no cabe la extension del poco mas ó menos. Dióse principio aquella misma tarde a las fiestas del triunfo, que se continuaron por algunos dias, dedicando todos sus habilidades al divertimiento de los huespedes, y al aplauso de la victoria, sin excepcion de los nobles, ni de los mismos que perdieron amigos o parientes en la batalla: fuese por no dexar de concurrir a la comun alegria, o por no ser permitido en aquella nacion belicosa tener por adversa la fortuna de los que morían en la guerra. Ya se ordenaban desafios con premios destinados al mayor acierto de las flechas: ya se competia sobre las ventajas del salto y la carrera: ya ocupaban la tarde aquellos funámbulos o bolatines, que se procuraban exceder en los peligros de la maroma, exercicio a que tenian particular aplicacion, y en que se llevaba el susto parte del entretenimiento. Pero se alegraban siempre los fines y las veras del espectáculo con los bayles y danzas de invenciones y disfraces: fiesta de la multitud en que se daba libertad al regocijo, y quedaban por cuenta del ruido bullicioso las últimas demostraciones del aplauso.

Halló Hernan Cortés en aquellos ánimos toda la sinceridad y buena correspondencia que le habian prometido sus esperanzas. Era en los nobles amistad y veneracion lo que amor apasionado y obediencia rendida en el pueblo. Agradecia su voluntad, y celebraba sus exercicios, agasajando a los unos, y honrando a los otros con igual confianza y satisfaccion. Los Capitanes le ayudaban a ganar amigos con el agrado y con las dádivas, y hasta los soldados menores cuidaban de hacerse bien quistos, repartiendo generosamente las joyas y preséas que pUdieron adquirir en el despojo de la batalla. Pero al mismo tiempo que duraba en su primera sazon esta felicidad, sobrevino un cuidado, que puso los semblantes de otro color. Agravóse con accidentes de mala calidad la herida que recibio Hernan Cortés en la cabeza: venía mal curada, y el sobrado exercicio de aquellos dias truxo al cerebro una inflamacion vehemente con recias calenturas que postraron el sugeto y las fuerzas, reduciendole a términos que se llegó a temer el peligro de su vida.

Sintieron los Españoles este contratiempo como amenaza de que pendia su conservacion y su fortuna; pero fue mas reparable, por menos debida, la turbacion de los Indios, que apenas supieron la enfermedad, quando cesaron sus fiestas, y pasaron todos al extremo contrario de la tristeza y desconsuelo. Los nobles andaban asombrados y cuidadosos, preguntando a todas horas por el Teule, nombre, como diximos, que daban a sus Semi-dioses, o poco menos que deidades. Los plebeyos solian venir en tropas a lamentarse de su pérdida: y era menester engañarlos con esperanzas de la mejoria para reprimirlos y apartarlos donde no hiciesen daño sus lástimas a la imaginacion del enfermo. Convocó el Senado los Medicos mas insignes de su distrito, cuya ciencia consistia en el conocimiento y eleccion de las hierbas medicinales, que aplicaban con admirable observacion de sus virtudes y facultades, variando el medicamento, segun el estado y accidentes de la enfermedad: y se les debió enteramente la cura; porque sirviendose primero de unas hierbas saludables y benignas para corregir la inflamacion y mitigar los dolores, de que procedia la calentura, pasaron por sus grados a las que disponian y cerraban las heridas con tanto acierto y felicidad, que le restituyeron brevemente a su perfecta salud. Riase de los empiricos la medicina racional: que a los principios todo fue de la experiencia: y donde faltaba la natural filosofia, que buscó la causa por los efectos, no fue poco hallar tan adelantado él magisterio primitivo de la misma naturaleza. Celebróse con nuevos regocijos esta noticia. Conoció Hernan Cortés con otra experiencia mas el afecto de los Tlascaltécas: y libre ya la cabeza para discurrir, volvió a la fábrica de sus altos designios, tirar nuevas líneas, dirigir inconvenientes, y apartar dificultades: batalla interior de argumentos y soluciones, en que trabajaba la prudencia para componerse con la magnanimidad.

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