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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO CUARTO
CAPÍTULO PRIMERO
DETENCIÓN Y FUGA
OCTAVA PARTE


Durante todo el invierno y la primavera de 1907 esperé con impaciencia los resultados del trabajo de Bujalo. Mi opinión sobre la Organización de Combate seguía siendo la misma; no veía motivos para modificarla. Todas las esperanzas las cifraba en la ciencia técnica. Azev se mostraba de acuerdo conmigo. Después del congreso de Tammerfors se quedó en Rusia; pero no tomó una participación directa en los actos terroristas. Se dedicaba a los asuntos del Comité Central.

Visité a Bujalo en su taller, situado en Mossach, cerca de Munich. Tras del banco de tornero vi a un hombre de unos cuarenta años, con lentes, tras los cuales brillaban unos ojos grises e inteligentes. Bujalo estaba enamorado de su trabajo, al cual había consagrado ya muchos años de su vida. Me acogió muy gozosamente y me enseñó con gran cariño sus proyectos y máquinas. Acercándose a un pequeño motor de la fábrica, Antoinette dijo, dando un golpe con la mano a los cilindros:

- Lo trajeron, me alegré mucho. Me hice muchas ilusiones, y ahora veo que no sirve para nada. Habrá que arreglarlo aquí ...

Trataba como a seres vivos a las hojas de acero, a las piezas de las máquinas, por no hablar ya de sus gráficos y de los complicados cálculos matemáticos. De cada palabra suya emanaba la fe en su aparato y una tenacidad inquebrantable. Hablaba poco de la revolución, se expresaba con cierto desdén con respecto a las publicaciones ilegales y señalaba numerosos errores existentes, a su juicio, en la táctica del partido. En cambio, consideraba que el terror era el único medio para arrebatar la victoria al Gobierno. Al marcharme de Munich me llevé conmigo, si no la fe en el valor de su invento, una confianza completa en él. Estaba convencido de que pondría a contribución todo lo que podía dar la ciencia, su aptitud y su experiencia.

Los trabajos de Bujalo se prolongaban. Hacia agosto se vió claramente que aun en el caso de que resolviera el problema de la nevegación aérea, esto no tendría lugar en un porvenir próximo; había tropezado con una dificultad inesperada en la construcción de su aparato.

Azev estaba en el extranjero y vivía con su familia en Suiza, en Charboniers. Me llamó con el fin de cambiar impresiones sobre el terror.

Nos vimos en Montrey. Guerchuni asistía asimismo a la entrevista. Azev empezó diciendo:

- No podemos esperar ningún resultado positivo en un porvenir próximo de los trabajos de Bujalo. Hay que marchar a Rusia.

Yo dije:

- Para irnos a Rusia hay que saber lo que nos proponemos hacer y cómo.

Entonces Guerchuni preguntó:

- ¿Qué se puede hacer, a su juicio?

Yo dije lo siguiente:

La experiencia de la Organización de Combate me había convencido, en primer lugar, de que la forma de organización adoptada no correspondía a los fines del terror. Una órganización basada en el método de la observación en las calles no está dotada de la agilidad necesaria, no puede llevar a cabo ataques abiertos por medio de grupos armados. Lo impide, tanto la situación oficial de los encargados del servicio de observación (cocheros, vendedores ambulantes), como la falta de datos sobre el zar, los Grandes Duques y los ministros. Esos datos únicamente podría reunirlos y utilizarlos un grupo preparado especialmente para este fin, cuyos miembros estuvieran en contacto con todos los organismos del partido y no se vieran reducidos a los estrechos límites de la organización terrorista. La experiencia muestra, sin embargo, que dichos datos tienen habitualmente el carácter de rumores, que hay que utilizarlos con la mayor prudencia, que en ningún caso hay que tomarlos como base para toda la actuación terrorista de la Organización de Combate. En el mejor de los casos pueden dar la posibilidad de cometer un acto terrorista aislado.

Dije que, en segundo lugar, la experiencia me había convencido de que el método de observación en las calles no daba resultados sustanciales, al menos con el número de observadores que se había adoptado y que se permitía. Dije asimismo que el aumento del número de los observadores acaso repercutiría favorablemente en los resultados de la observación. La experiencia de la Organización de Combate se había visto confirmada, a mi juicio, por las de los últimos actos terroristas: la muerte del general Launitz, del general Pavlov (diciembre 1906), en los cuales los informes casuales dieron la posibilidad de emprender el atentado; pero no permitieron basar en dichas observaciones todo el plan de actuación ulterior; las detenciOnes de Schtiftar y de Gronski (febrero de 1907), de los compañeros del llamado proceso del zar (31 de marzo de 1907) y de los participantes en el segundo atentado contra el primer ministro Stolypin (verano del mismo año).

Partiendo de estas consideraciones, afirmaba que la única solución radical de la cuestión seguía siendo la aplicación de los inventos técnicos. Por consiguiente, era necesario; primero, sostener la empresa de Bujalo, y segundo, estudiar la técnica de las minas, de las explosiones a distancia, etc.

Como paliativo temporal proponía el siguiente plan;

En vista de la necesidad extrema de acciones terroristas inmediatas y teniendo en cuenta la imposibilidad de utilizar por el momento la técnica científica, el partido debía poner en tensión todas sus fuerzas sin ahorrar recursos ni hombres, para reconstituir la Organización de Combate en la única forma que, a mi juicio, podía darle la posibilidad de desarrollar la energía suficiente para una acción terrorista eficaz. El número de compañeros encargados del servicio de observación debía ser elevado a algunas docenas. Paralelamente, debía crearse un grupo cuyo fin consistiría en ataques armados abiertos sobre la base de los informes recogidos por el mismo con ayuda de los organismos del partido. Al frente de dicha organización, que comprendería también, naturalmente., a algunos químicos, debía hallarse un centro fuerte, práctico y con prestigio moral. Consideraba que Guerchuni era necesario que formara parte de dicho Comité.

Guerchuni callaba. Cuando terminé, Azev preguntó;

- Si en la organización hay algunas docenas de hombres, cincuenta, sesenta, ¿cómo evitar la provocación?

Contesté que la selección severa de !os miembros podía, hasta cierto punto, preservarnos del provocador, y que las formas rigurosas de organización, la división del trabajo y el aislamiento de los distintos militantes, podían disminuir los perjuicios causados por dicho provocador, aun en el caso de que éste consiguiera penetrar en la organización.

Entonces Azev dijo:

- Me has dicho con frecuencia que yo hacía entrar demasiada gente en la organización, y ahora tú quieres hacer entrar aún más.

Contesté que hablaba así únicarnente cuando se trataba de la admisión de nuevos miembros, a los cUales no se podía asignar ninguna misión. Dichos compañeros permanecían inactivos en Finlandia, lo cual les desmoralizaba, y no sólo a ellos, sino a toda la organización. En mi plan cada hombre debería dedicarse a un trabajo útil.

Entonces Guerchuni me preguntó:

- ¿Dónde encontrará usted un número tal de terrOristas?

Dije que el partido contaba con fuerzas combativas suficientes; que muchas de ellas no habían sido utilizadas, y que la experiencia de los maximalistas mostraba que no había ni podía haber insuficiencia de hombres.

Guerchuni dijo:

- Sí; pero ¿dónde encontrará usted a los suboficiales y oficiales? Un Comité compuesto de tres personas no puede mantener el equilibrio de una organización tal. Son necesarios ayudantes, directores en las distintas localidades.

Contesté que en el partido había muchos militantes valiosos que hasta entonces no habían tomado parte en el terror. Creía que en un momento excepcional como aquél, entrarían por iniciativa propia en la OrganizaCIón de Combate. Cité una serie de nombres. Añadí, sin embargo, que temía que el Comité Central no les autorizara a dejar el trabajo del partido.

Azev dijo:

- El Comité Central les autorizará; pero son ellos los que no irán al terror.

Gueerchuni reflexionó.

- ¿Y qué hacer -dijo- si efectivamente no qUIeren ir al terror?

Yo dije:

- Entonces mi plan es irrealizable. Nosotros tres no podemos dirigir una organización de cincuenta hombres.

Guerchuni reflexionó de nuevo.

- Y con la forma anterior de organización -preguntó- ¿considera usted imposible el terror?

- En estas condiciones no puedo tomar sobre mí ninguna responsabilidad por el terror.

- ¿Y no desea usted participar en él?

- Yo sólo no lo deseo, sino que no puedo. Sin tener confianza en el éxito, no puedo invitar a la gente a participar en el terror. Sabiendo que la organización, por su método y por sus formas está condenada a la impotencia, considero imposible participar en su dirección.

Azev dijo:

- Tu plan es prácticamente irrealizable; no hay ni hombres ni dinero suficiente. Además, la provocación es inevitable.

Yo dije:

- Propón tu plan en vez del mío.

Azev se encogió de hombros.

- No sé qué decirte. Lo Único que sé es que hay que trabajar.

Guerchuni se callaba. Entonces me dirigí a él:

- ¿Y usted?

- Yo tampoco lo sé; pero creo también que hay que trabajar.

Dije entonces que estaba dispuesto a participar en cualquier empresa que me pareciera realizable, pero que consideraba contrario a mi conciencia revolucionaria y a mis convicciones terroristas comprometer gente en el terror sin ver la posibilidad de realizarlo.

Con este motivo Azev me escribió más tarde lo siguiente:

Hay que marcharse sin más, partiendo del principio de que hay que poner en tensión todas las fuerzas para crear lo que sea necesario; es decir, colocarse en el punto de vista en que estoy colocado y que te expuse. Con respecto al derecho moral de comprometer a la gente, etc., te digo que cuando lo hago confío en que tendré derecho para hacerlo; por el momento, lo único que puedo hacer es poner en tensión todas las fuerzas para la creaci´pon, etc., etc. Me dices que me esfuerzo en infundirte fe en una causa que ha nacido muerta. No sé de dónde has sacado que yo quisiera infundirte esa fe. Estoy muy leos de esto, y, al contrario, creo que con la ausencia completa de lo que se manifiesta en tu carta, lo mejor que se puede hacer -te lo digo como compañero- es no marcharse.

(Carta de Munich del 24 de septiembre de 1907).

A pesar de las palabras finales de la carta citada, Azev adoptó el punto de vista en que se hubían colocado G. A. Guerchuni, V. N. Fígner y otros muchos miembros, que yo respetaba, del partido. Dichos compañeros consideraban que el deber del terrorista consistía en militar en el terror, fueran las que fueran las circunstancias y las condiciones, y que al negarme a participar en la labor de combate, no cumplía con mi deber. Yo no podía mostrarme de acuerdo con ellos. Al contrario, consideraba que no hubiera cumplido con mi deber si no hubiese indicado a los compañeros y al Comité Central que, a mi juicio, el retorno a las antiguas formas de lucha terrorista no podía, en ningún caso dar confianza en el éxito. Estimaba asimismo que hubiera cometido un crimen si hubiese atraído al terror, sin creer yo mismo en la posibilidad del éxito, a gente que tenía confianza en mi experiencia práctica.

Mi plan fue rechazado por Guerchuni y por Azev. Ni éste ni aquél indicaron otro más práctico. Los resultados de la empresa de Bujalo se hacían esperar mucho. Volver a lo que la experiencia había demostrado ya ineficaz lo consideraba perjudicial y moralmente inadmisible para mí; aun en el caso de que renunciara al papel directivo y hubiera ofrecido mi colaboración en calidad de ejecutor, el hecho mismo de mi permanencia en la 0rganización cargaría sobre mí la responsabilidad, tanto por su actuación como por los compañeros que participan en la misma, inducidos por la confianza que les inspirábamos Guerchuni, Azey y yo.

Decidí no limitarme a mi declaración a Azev y Guerchuni; consideré que mi deber consistía en ejercer presión sobre el Comité Central en el sentido de la modificación de los procedimientos de lucha terrorista, aun en el caso de que esta tentativa se viera previamente condenada al fracaso.

Con este fin, en octubre de 1907 me marché a Finlandia. En Viborg se celebró una sesión del Comité Central, en la cual hice un informe.

Asistían a dicha reunión Azev, Guerchuni, Chernov, Hakítnikov, Avksentiev y Babkin. Estos dos últimos incorporados al Comité Central después del congreso de Tarnmerfors.

Repetía ante los reunidos lo que ya dije en Montrai y presenté la proposición siguiente: en el caso de que el Comité Central, por unos u otros motivos, considere irrealizable el plan propuesto por mí, concentrar todos los esfuerzos en la técnica científica, hasta que se consiga la aplicación de los inventos técnicos al terror, y poner término al terror central en su forma de organización. Empleé la expresión en su forma de organización deliberadamente. Admitía la posibilidad de un terror accidental, independiente de la actuación de la Organización de Combate. Podían presentarse terroristas aislados entre las personas que rodeaban a los ministros y al zar: marineros, soldados, gente de servicio, oficiales. Dichos terroristas, naturalmente, tenían necesidad de la ayuda del partido; pero no de la existencia de una Organización de Combate. Posteriormente, a base de proposiciones accidentales de este género, se organizaron tres tentativas de atentado contra el zar. Estas tres tentativas, todas en los buques de la escuadra del Báltico, fracasaron.

Durante mi discurso Guerchuni y Azev no dijeron ni una sola palabra. Después del debate, el Comité Central, considerando irrealizable mi plan de organización, rechazó, por cuatro votos contra dos (Rabkin y Avksentíev), todas mis proposiciones. (Se decidió continuar el terror central en su forma de organización.) Azev continuó al frente de la Organización de Combate. Más tarde me enteré de que su ayudante era P. V. Kárpovich. La Organización de Combate reconstituída por ellos no llevó a cabo ni un solo atentado.

De Viborg me marché a Helsingfors, donde vino a encontrarme Azev. Este trató insistentemente de persuadirme de que volviera al trabajo.

- Naturalmente -me decía-, tienes razón; en la actualidad es extraordinariamente dificil actuar; pero, a mi juicio, no es imposible. Si antes era posible, ¿por qué no lo será ahora?

- El pasado otoño -le dije- convenías conmigo en que el método de observación en las calles había envejeciClo. ¿Por qué has modificado ahora tu opinión?

- No la he modificado -me contestó-. Efectivamente, con la observación exterior no se puede hacer gran cosa; pero queda aún el recoger informes ... Basandonos en éstos, fueron muertos Pavlov y Launitz.

Yo le repliqué:

- El año pasado convenías conmigo en que la mayor parte de estos informes no eran más que rumores absurdos. La muerte de Pavlov y de Launitz fue una excepción, y el zar no se puede comparar ni a uno ni al otro. La experiencia muestra, al contrario, cuán difícil es basar el trabajo en los informes accidentales relativos al zar.

Azev objetó:

- Es que no hemos recogido informes de un modo sistemático, sino que hemos utilizado siempre la cAsualidad. Ahora organizaremos la cosa seriamente.

Contesté que, a mi juicio, reducirse a recoger informes, sobre todo en una empresa como un atentado contra el zar, no podía dar ninguna esperanza en el éxito y que, a pesar de todos sus esfuerzos para convencerme, no podía mostrarme conforme con que, sin contar con ningún plan realizable, se sacrificara a la gente.

Entonces Azev reflexionó y, frunciendo el ceño, dijo:

- Grlgon (Guerchuni) considera que el deber de revolucionario exige que tomes parte en el terror.

Yo le pregunté:

- ¿Y tú también piensas así?

- Sí -dijo-; yo tambien pienso así.

Contesté a esto que, a pesar de que apreciaba en mucho su opinión, y la de Guerchuni. mi opinión era distinta, v que al negarme a participar en una empresa condenada al fracaso cumplía precisamente con mi deber.

Azev frunció todavía mñs el ceño.

- Me será difícil trabajar sin ti -dijo.

Le contesté que no podía participar en el terror inducido Únicamente por el sentimiento de solidaridad propia de compañeros.

Azev se marchó a Viborg con el fin de reunirse a Guerchuni. Yo decidí trasladarme al extranjero, y en el buque Polaris me fuí a Copenhague. En dicha ciudad me sucedió lo siguiente:

Desde Abo telegrafié a mi amigo, el escritor danés Ange Madelung, que fuera a recibirme. Cuando el vapor llegó al puerto, Mndelung vino corriendo a cubierta y me dijo al oído:

- Se le quiere detener a usted. Hay aquí agentes rusos y un detective danés.

Mientras esperaba al vapor se dió cuenta de la presencia de estos agentes, los cuales miraban una fotografía mía, y por lo visto me estaban esperando.

Según las leyes danesas, en caso de detención, hubiera sido inmediatamente entregado al Gobierno ruso. Por esto agradecí mucho la advertencia de Madelung.

Mi amigo me ocultó en Copenhague en casa de sus padres. La policía danesa me buscó siguiendo la huella de mi equipaje, que Madelung había hecho llevar a casa de su amigo el actor del Teatro Real, Teksiek. En la casa donde vivía este último se presentaron unos detectives daneses con mi fotografía y preguntaron a los inquilinos si me habían visto.

Acompañado de Madelung salí de Copenhague; pero no directamente para Alemania, sino primeramente hacia Suecia, a la ciudad de Gotenborg, y desde allí ya para Berlín. Unos días después estaba en París.

Lo ocurrido me hizo sospechar que había un confidente en el partIdo, cerca de sus organismos centrales. Si hubiera sido seguido en Finlandia, me hubieran detenido en Hehdngfors, sin darme la posibilidad de marcharme a Dinamarca. Evidentemente el provocador había dado cuenta telegráficamente de mi salida cuando yo me hallaba ya en alta mar. Sólo la casualidad y la amistad de Madelung me salvaron de la detención. Hacía toda clase de conjeturas; pero no podía sospechar de ninguno de los compañeros.
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