Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO TERCERO - capítulo primero - Octava parteLIBRO CUARTO - Capítulo segundo - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO CUARTO
CAPÍTULO PRIMERO
DETENCIÓN Y FUGA
NOVENA PARTE


Viví en París hasta junio de 1908, alejado de toda empresa terrorista. A finales de dicho mes tomé parte en una tentativa de atentado contra el zar.

En la ciudad de Glasgow, en Escocia, en los astilleros Vickers, se estaba construyendo el crucero acorazado Riurik. Uno de los ingenieros, K. P. Kostiénko, era miembro de la organización militar del partido de los socialistas revolucionarios. Por iniciativa suya, y bajo su dirección, se empezó la propaganda revolucionaria entre los marineros del crucero en construcción. Los propagandistas eran: el oficial de Infantería Varschánov, el ex marinero de la escuadra del almirante Rojdéstvenski Zaterti (seudónimo) y el obrero Petr (seudónimo), miembro del partido socialdemócrata. En la primavera de 1908, Kostienko informó al Comité Central de que en el buque había algunas docenas de marineros revolucionarios y de que entre ellos se contaba con gente de estado de espíritu terrorista, dispuesta a matar al zar, en el momento en que éste visitara al Riurik, al ir el mismo a Rusia.

M. A. Natanson me comunicó esta noticia, preguntándome al mismo tiempo si deseaba marchar a Glasgow a fin de comprobar personalmente la posibilidad del atentado. Contesté que no podía objetar nada a ello; que lo único que podía hacer era saludar con satisfacción toda tentativa terrorista.

Azev, en Petersburgo, se dedicaba también a la preparación de un atentndo contra el monarca. Estaba al corriente del estado de cosas en Riurik y, a propuesta suya, llegó al extranjero el miembro de la Organización de Combate reconstituída por Azev P. V. Kárpovich. Este tenía que ir también a Glasgow. Le encontré en París.

Había conocido a Kárpovich en 1900, en Berlín, antes de que matara al ministro Bogoliépov. Me quedó grabado en la memoria el recuerdo de un estudiante alto de talla, melenudo y de barba negra, con una blusa roja. Ahora se me presentaba un hombre ya de edad madura, con un rostro joven, pero con las sienes grises. Iba elegantemente vestido, y por su aspecto exterior nadie hubiera adivinado en él al revolucionario.

Kárpovich había pasado algunos años en la fortaleza de Schisselburg. Se puede juzgar de su actitud con respecto a la revolución y al pRrtido, por la carta siguiente, mandada por él desde su encierro, después del manifiesto del 17 de octubre:

Ha llegndo el momento. Las cadenas que oprimen a Rusia desde hace tanto tiempo están a punto de caer. Un esfuerzo más y terminarán las orgías sangrientas del burocratismo ruso y se desbrozará el camino para la creación de una nueva Rusia. Desgraciadamente, desde mi encierro no he podido hacer otra cosa que mandar mis saludos y augurar el éxito a todos los que luchan por la emancipación de Rusia, y sobre todo a vosotros, queridos compañeros, agrupados bajo la enseña del socialismo. Hace algún tiempo me enteré de la entrada on combate del partido de los socialistas revolucionarios, el cual encarnó en su programa todas mis aspiraciones y esperanzas. Al mismo tiempo me enteré con dolor de las divergencias existentes entre los dos partidos que representan al socialismo en Rusia. Queridos camaradas. Buscad más bien en nuestros programas lo que sea susceptible de unirnos, qUé no subrayar tenazmente las divergencias sobre las cuales será el porvenir quien dirá la última palabra.

P. Karpovich.

Kárpovich era bruscG y franco. Amigo apasionado de la verdad, no soportaba la menor falta de sinceridad en los demás. Era éste el rasgo fundamental de su carácter. Otro de los rasgos era su audacia. Recordaba a aquellos caballeros medievales de los cuales se habla en la leyenda: cuanto más peligrosa era la empresa, con tanto mayor placer la emprendería. Por sus opiniones se hallaba en la oposición del partido. No reconocía más que el terror, y trataba con menosprecio toda otra manifestación de la actividad del partido. Se sentía profundamente atraído por Azev, al cual profesaba una tierna amistad y, acaso más que nadie, veía en él al jefe nato tel terror central.

Nos marchamos juntos a Glasgow y nos instalamos en un mismo piso. Durante el mes y medio que vivimos juntos me di cuenta de que la integridad de sus convicciones no era más que exterior. Detrás de sus opiniones decididas se ocultaban vacilaciones que no eran más que el síntoma de una inteligencia madura y de un espíritu concienzudo. Le agitaban los problemas relativos a la justificación moral de la violencia, y en sus conclusiones extremas me parecía ver la repugnancia por la sangre y la desesperación ante el hecho de que la revolución tuviera que ser inevitablemente sangrienta.

- Se nos ahorca -decía-, nosotros tenemos que ahorcar. No se puede hacer el terror con las manos limpias, con guantes. Hay que conseguir la victoria, aunque esto cueste la muerte de millares de hombres. Los campesinos incendian las casas señoriales; que las incendien. La gente no tienen nada que comer y se dedica a la expropiación; que lo hagan. Los tiempos que vivimos no son tiempos de sentimentalismo. En la guerra, como en la guerra.

Tales eran sus palabras; pero él no expropiaba ni incendiaba. Y en mi vida he visto muy pocos hombres que, tras de su brusquedad exterior, conservaran un corazón tan tierno y amoroso como el de Kárpovich. Y esto era tanto mejor cuanto que hablaba con desprecio del amor por los hombres y consideraba el odio como un sentimiento legítimo. Había en él una contradicción constante entre las palabras y los hechos, siempre decididamente en provecho de estos últimos. Incluso aquellos que no coincidían con él ni por sus opiniones, ni por sus simpatías, ni por su modo de vivir, lo trataban con cariño y respeto.

Kostienko, un joven oficial, entusiasmado con la idea de la sublevación de la escuadra del Báltico, nos puso en contacto con Varschámov y los marineros. Entre la masa gris de la tripulación se destacaban tres hombres: el encargado de la bodega, Kotov; el marinero Povarénkov y el maquinista Guerasim Avdeíev. Los tres formaban parte del Comité de la organización del buque. Decidimos establecer con ellos un contacto mas estrecho.

Kotov era un propagandista por vocación. Terminaba su servicio en otoño y su sueño consistía en enseñar el socialismo revolucionario a los campesinos cuando volviera a la aldea. Lo que le había atraído en el programa del partido era la solución de la cuestión agraria; el terror le interesaba poco. Es posible que se manifestara en esto la influencia de la propaganda social demócrata y el silencio de nuestros propagandistas con respecto a la necesidad del atentado contra el zar. Decidimos decirle una sola palabra sobre el objeto de nuestro viaje: su renuncia era indudable.

Povarénkov era un ukraniano de baja estatura y fornido. No había leído tanto como Kotov; la cuestión agraria le interesaba tan poco como el terror. Creía sólo en la sublevación de la escuadra, la ocupación de Cronstadt, el bombardeo de Peterhof. Ejercía una gran influencia sobre la tripulación: era el organizador en el buque, había creado grupos de marineros revolucionarios, uniéndolos en un todo único.

Práctico y reservado, era insustituíble en la organización clandestina.

Guerosim Avdeíev era un marinero de elevada estatura y cuello tostado por el sol. Tenía un gran temperamento revolucionario, pertenecía a la categoría de esos hombres que en los movimientos de las masas se ponen al frente de estas últimas y son los caudillos naturales en el momento decisivo. Valiente, enérgico, ajeno por naturaleza a la conspiración, fue el único marinero que nos pareció susceptible de entusiasmarse por la idea del terror. Kostienko nos dijo qUe más de una vez había hablado de la necesidad de matar al zar.

Cuando vi a Avdeíev por primera vez, le dije:

- Me han dicho que quisiera usted participar en el terror. ¿Es verdad?

Avdeíev palideció:

- ¿Quién se lo ha dicho?

- Porfiri (Kostenko).

Avdéiev bajó los ojos y dijo en voz alta:

- No. No puedo. No estoy preparado.

El día siguiente vino a verme de nuevo y me dijo:

- He reflexionado toda la noche. Estoy conforme. Dígame lo que hay que hacer.

Yo le dije:

- ¿Sabe usted que se trata del zar?

- Tanto mejor -me contestó-. ¿Qué hay que hacer?

El plan consistía en lo siguiente: El Riurik salía a fines de verano para Rusia, y en otoño debía celebrarse en Cronstadt la recepción del buque en presencia del zar. Queríamos introducir en el buque a un compañero, a Kárpovich, a mí o a un miembro cualquiera de la Organización de Combate. Naturalmente esto debía permanecer en secreto. Pero para meterse en el buque y vivir en él secretamente se necesitaba la ayuda al menos de uno de los marineros. Este podía ser Avdéiev, en Glasgow o en Cronstadt.

Puse al corriente a Avdéiev de este plan.

Avdéiev me escuchó en silencio, y después dijo:

- Es posible esconderse en el buque.

- ¿Dónde?

- Ya encontraré sitio.

Durante algunos días más, él y Kostenko lo buscaron, y al fin, lo encontraron. En la sección de la barra, detrás del timón, había unos orificios oscuros y estrechos en los cuales podía instalarse con trabajo un hombre. En cuclillas y reclinado se podría permanecer allí durante algunos días. El local podía parecer un poco incómodo; pero, en cambio, la salida del mismo ofrecía todas las comodidades. Desde la sección de la barra había un ventilador que pasaba por la cUbierta. En el interior de dicho ventilador había una escalera. Subiendo por esta última, con una bomba se podían hacer saltar los camarotes del almirante, por delante de los cuales pasaba el ventilador. Se podía asimismo hacer saltar la cubierta superior, donde se efectuaba precisamente la recepci6n. Ahora que habíamos encontrado ya el sitio, teníamos que resolver otra problema: cómo subir a bordo.

Avdéiev seguía todos nuestros esfuerzos y se veía que pasaba momentos muy malos. Se daba cuenta de las dificultades que traía aparejadas consigo el atentado contra el zar si el ejecutor inmediato del mismo era un hombre ilegal que no tenía la ocasión de encontrarse frente a frente con el monarca.

Comprendí también que todas esas dificultades desaparecían si se decidiera a efectuar el atentado un hombre que por el carácter de su servicio se encontrara con el zar. Se le planteaba directamente la cuestión: ¿no estaba obligado a proponerse como ejecutor? Poco preparado para asuntos de este género, se pasaba las noches sin dormir, enflaquecía y palidecía. Se veía que su impotencia le atormentaba profundamente.

Nos veíamos con él en nuestro domicilio o en el campo, en la orilla del río Cleyde, cuando al atardecer la tripulaci6n se iba de paseo. Me interrogaba, emocionado, a prop6sito de Spiridónova, Kaliáev, Sazónov, Guerchuni, Konopliánikova. Le admiraba sobre todo que las mujeres participaran en el terror con tanta abnegación. Al hablar con Kostienko de la necesidad de matar al zar, no había pensado que sus palabras podían sugerir una tentativa de atentado, y ahora se le planteaba en toda su sencillez la cuestión: sacrificarse en aras de la revolución.

En una de las entrevistas que tuve con él, me dijo tímidamente:

- Quería decirle a usted ...

- ¿Qué?

- Que me he decidido.

Le contesté que, por el momento, teníamos la esperanza de colocar a uno de nuestros hombres en el crucero, no era preciso, por tanto, su actuación como ejecutor; que lo único que nos era indispensable era su ayuda, pues contábamos COn que proporcionaría alimentos al compañero escondido y le daría la señal convenida cuando la lancha del zar se acercara al crucero. Le dije asimismo que no había que precipitarse en una decisión de ese género; que en el terror es inoportuna toda violencia sobre sí mismo; que se puede y se debe ir al terror únicamente cuando el hombre no puede psicológicamente dejar de ir, y, finalmente, que veía que él, Avdéiev, no se había conciliado aún con la necesidad de morir.

Avdéiev movió tristemente la cabeza y dijo:

- Sí; tiene usted razón.

No tardamos en ver que en Glasgow era posible meter a un hombre en el buque. Se ignoraba, sin embargo, cuándo tenía que celebrarse la ceremonia, y por esto surgió una nueva dificultad. En el sitio escogido, como ya he dicho, se podían pasar algunos días con gran trabajo, pero no había ni tan siquiera que pensar en la posibilidad de pasar ahí algunas semanas. Ahora bien, el hombre que se instalara en el Riurik en Glasgow tenía que hacer todo el trayecto desde este punto hasta Cronstadt y allí esperar la ceremonia durunte un espacio de tiempo indefinido. Era evidente que ni aun el hombre más lleno de salud tuviera fuerzas suficientes para realizar semejante tarea. Aun admitiendo que el compañero escondido no muriera, en todo caso se debilitaría hasta tal punto que era dudoso que tuviera fuerzas bastantes para subir con un pud de peso por una escalera perpendicular de algunos pisos de altura. Empezamos, pues, a pensar en la posibilIdad de instalar un hombre en el crucero en RUSIa. Kostienko nos puso en relación con un compañero suyo, oficial también, miembro del partido, el ingeniero naval A. I. Prójorov. Este debía ir a Rusia en el buque, y, en su calidad de constructor, asistir a la ceremonia. Kostienko salía de vacaciones. Prójorov nos dijo, sin embages, que no se veia con fuerzas para matar personalmente al zar; pero que estaba dispuesto a ayudarnos en lo que pudiera. Su franqueza le hacia honor, y no podlamos contar con nada más que con su ayuda. Sus indicaciones fueron muy valiosas para nosotros: una vez más examinó el sitio escogido y nos confirmó que allí se podía vivir. Con respecto a subír a bordo en Cronstad, Prójorov, lo mismo que Kostienko, se manifestó en sentido negativo.

La rada era vigilada por torpederos. A trayés ue la red de los mismos, naturalmente era posible pasar; pero no lo era tanto que se pudiera burlar la vigilancia en el Riurik. Avdéiev tomaba sobre sí la tarea de ayudar a penetrar cn el buque, pero consideraba que estaba condenada al fracaso la tentativa de subir secretamente de noche al Crucero y pasar al sitio convenido. Tropezábamos con un obstáculo que no podíamos vencer.

A fines de junio, Azev llegó a Glasgow. Quería estudiar personalmente los detalles del atentado. Junto con Kostienko, autorizado por el capitán del buque, que, naturalmente, no sospechaba de quién se trataba, visitó al Riurik y examinó él mismo el sitio escogido. Estudió también todas las irregularidades de a bordo que dieran la posibilidad de subir al crucero. Azev llegó a la misma conclusión que nosotros; se podía vivir en el agujero; pero era imposible subir secretamente a bordo.

Avdéiev seguía con gran interés los resultados de nuestras investigaciones. En cierta ocasión, después de la revista, se escapó secretamente del buque y vino a vernos.

En nuestra habitación vió a un hombre desconocido: a Azev. Después de mirarlo un momento frunció el ceño y calló.

Yo me lo llevé a otra habitación.

- ¿Qué le pasa a usted?

- ¿Quién es ese gordo?

- Es un compañero.

Avdéiev frunció todavía más el ceño.

- ¡Qué rostro más desagradable!

Entonces yo le dije:

- Si tiene usted confianza en mí, téngala también en él. Es mi compañero y amigo.

Avdéiev me tendió la mano:

- No se enfade usted ... No he querido ofenderle; pero no me ha gustado.

Avdéiev vino con una decisión definitiva, y en presencia de Azev y de Kárpovich dijo:

- Yo solo, durante la ceremonia, mataré al zar, Tengo la sensación de que debo hacerlo y lo haré.

Intenté nuevamente persuadirle de que renunciara a su propósito. Veía que hablaba sinceramente y no dudaba de que creía en su decisión de morir y matar; pero veía también que ante él, marino. forjado por la disciplina, se presentaba una tarea superior a sus fuerzas: liquidar en un mes todas las vacilaciones y decidirse a lo que cada uno de nosotros se había decidido después de dudas prolongadas, que a veces habían durado varios años. Yo estaba convencido que no se hallaba preparado para el terror y de que el zar no sería muerto en el Riurik. Lo mismo pensaban Kárpovich y Azev.

Avdéiev insistió tenazmente en lo suyo, y pidió que le diéramos un revólver. No consideramos posible dejar de satisfacer su demanda. Solicitó una entrevista en Cronstadt. Kárpovioh decidió marcharse allí. Azev se fue al Mediodía de Francia. Yo regresé a París.

Desde Grinok, en Escocia, donde se hallaba el Riurik, A. vdéiev me escribio:

Sólo ahora empiezo a comprender lo que soy. No he sido, ni seré nunca, un propagandista. Ahora, después de haber reflexionado profunda y seriamente, tengo una idea clara de la misión que se me ha confiado. Esta es una satisfacción real. Yo digo que soy un cañón, al cual se puede cargar con el fin de dispararlo, y en el buque me dicen: anda, no eres más que un charlatán ... Por la fuerza de las circunstancias, no hay más remedio que someterse. Pero ¿cómo hacerlo? Tengo la sensación de que he forjado un resorte y de que ahora hay que ponerle en tensión, y tengo miedo de que se rompa ... Y si acaso ... No, un minuto será más decisivo que meses enteros. Entonces se verá mejor.

(13 de agosto de 1908.)

Kárpovich se quedó algunos días más en Glasgow. Además de Avdéiev había otro marinero, llamado Kaptelovich, al cual no conocía personalmente casi, que deseaba tomar parte en el atentado. Kárpovich le dió también un revólver.

En octubre, en Cronstadt, tuvo lugar la recepción del Riurik. Avdéiev y Kaptelovich se encontraron frente a frente con e! zar. Ninguno de ellos disparó. Considero injusto sospechar que a Avdéiev le faltara valor. Había tenido que pasar por las vacilaciones del terror con una rapidez excesiva y de un modo demasiado tenso. No tenia nada de sorprendente que el resorte se hubiera roto.

La suerte de los compañeros de que me separé en el otoño de 1906, fue la siguiente:

1) Boris Uspienski y María Jadátova se apartaron de la actuación terrorista y viven con sus nombres en Rusia.

2) Vladimir Vnorovski y su mujer, Margarita Grundi, después del aténtado frustrado contra el general Kaulbars, se marcharon al extranjero.

3) Lo mismo hizo Valentina Kolósova-Popova.

4) Boris Gorinson, después del atentado frustrado contra el general Kaulbars, participó en varias tentativas terroristas provinciales. Fue detenido el verano de 1908, en Moscú.

5) Pávla Levinson, al regresar de Odesa, militó en la Organización de Combate, reconstituída por Azev. En la actualidad se halla en el extranjero.

6) Vsiévolod Smirnov se dedicó a la actuación general del partido. Vive en Rusia con otro nombre.

7) Ksenia Zilberberg, después de participar en los atentados contra el general Launitz, el Gran Duque Nikolai Nikolaievich y el zar, después de las detenciones del 31 de marzo de 1907, se marchó al extranjero.

8) Alexandr Feldman, después de tomar parte en el atentado contra Stolypin, en 1907, se marchó al extranjero.

9) Rachel Vúlvovna (Vladimírovna) Lurié, nació en 1894, en una familia acomodada de comerciantes judíos. Se educó en el Instituto de Kovno. En un principio perteneció al Bund judío y entró en el partido de los socialistas revolucionarios en 1904. Rachel Lurié se suicidó en París el 1 de enero (nuevo estilo) de 1908, disparándose un tiro.

10) Alexandra Sebastiánova, en noviembre de 1907 arrojó una bomba en Moscú contra el general-gobernador Gerschelman. El tribunal militar la condenó a muerte y fue ahorcada (1).

11) Petr Ivanov, el 28 de agosto de 1907 mató de un tiro en la ciudad de Pskov al director del presidio de Algatchin, Borodulin. El tribunal militar le condenó a muerte y fue ahorcado en Pskov; ignoro su biografía.

12) Boris Nicoláievich Nikítenko, gue se trasladó en lancha de Sebastopol a Rumania, a fines de 1906 se fue a Petersburgo e ingresó en la Organización de Combate de Zilberberg. Después de la detención de este último, los miembros de la Organización de Combate que quedaron en libertad prepararon un atentado contra el zar. Nikítenko fue detenido, junto con otros compañeros, el 31 de marzo de 1907. Fue juzgado, junto con Naumov, Siniaski y otros, y condenado a muerte. Fue ahorcado el 21 de agosto del mismo año en Lisi Nos, cerca de Petersburgo. Desconozco su biografía.

13) Karl Ivánovich Stalberg, que me escondió en su alquería después de mi evasión, fue detenido en Sebastopol en 1907 y murió en la cárcel.

14) El Almirante, el 23 de diciembre de 1906 mató de un tiro en Petersburgo al gobernador Launitz durante la ceremonia de inaguración de la clínica de enfermedades de la piel; inmediatamente después del atentado se suicidó.

En el número 9 del periódico La Enseña del Trabajo, M. A. Spiridónova, compañera de El Almirante en Tambov, le dedica las siguientes líneas:

Al lado de Launitz había un joven rubio, en chaqué, con un guante en la mano izquierda, tranquilo, con aire de gran señor ... Hubiera podido matar de un tiro allí mismo, en la iglesia, a aquel a quien había buscado durante todo un año; pero El Almirante se mostró fiel a sí mismo. Con la delicadeza de un hombre que no entra calzado en la mezquita, esperó y mató a Launitz en la plaza. Durante largo rato los Lecock rusos examinaron la mano callosa que había puesto fin a la vida del servidor del zar, con el fin de poder determinar a qué estamento pertenecía su poseedor. ¡Cuán sorprendidos hubieran quedado al saber que ese joven elegantísimo, poco antes del acto, trabajaba como cochero, limpiaba el estiércol, enganchaba los caballos! ... ¡Qué sorpresa la suya, si supieran que este cochero de rostro sonrosado y bonachón era un intelectual en el mejor sentido de la palabra!.

15) Vasili Mitrofánovich Suliatitski se hallaba junto con El Almirante en la inauguración de la mencionada clínica. Tenía que matar a Stolypin, cuya llegada se esperaba. Stolypin no llegó. Suliatitski fue detenido en la calle el 9 de febrero de 1907. El tribunal militar le condenó a muerte, y el 16 de julio del mismo año fue ahorcado, con el nombre de Gronski, en los muros de la fortaleza de Pedro y Pablo ... Suliatitski era hijo de un cura. Había nacido en 1885, y al terminar el curso en el Seminario de Poltava se alistó como voluntario en el regimiento de Infantería 51 de Bielostok.

16) Lev Ivónovich Zilberberg, a partir del otoño de 1906, estuvo al frente del destacamento volante de combate, que, por mediación de El Almirante, mató al general Launitz.

Fue también bajo la dirección de Zilberberg que se preparó el atentado contra Stolypin y la tentativa para hacer saltar el tren en que debía dirigirse a Tsárskoie-Tselo el Gran Duque Nikolai Nikolaievich, jefe de las tropas de la guardia y de la región militar de Petersburgo. Este ultimo atentado se intentó el 13 de febrero de 1907; pero fracasó. El ejecutor fue descubierto por la policía y detenido. Zilberberg lo había sido unos días antes de dicho atentado, el 9 de febrero. Dicho compañero había nacido el 26 de septiembre de 1880, en Yelisabetgrat. En un principio estudió en el Instituto de la localidad, después en Moscú. Al terminar los estudios en dicha ciudad entró, en 1899, en la Facultad Físico-Matemática de la Universidad. En febrero de 1902, con motivo de los desórdenes estudiantiles, fue detenido en Sebastopol y deportado administrativamente por cuatro años a Olekminsk, en la regIón de Yakuts. Con ocasión de la amnistía concedida a los estudiantes, regresó al cabo de un año a la Rusia europea, instalándose en Tver, donde estaba sometido a la vigilancia de la policía. En dicha ciudad se adhirió al partido de los socialistas revolucionarios, y después de organizar a algunos obreros y a cierto número de campesinos, en agosto de 1903 se marchó al extranjero. En el congreso de las organizaciones del partido en el extranjero, celebrado en 1904, fue representante del grupo de los socialistas revolucionarios de Lieja. En la primavera de 1905 ingresó en la Organización de Combate. Zilberberg fue juzgado por el tribunal militar de Petersburgo, junto con Suliatitski, y en unión suya fue ahorcado, bajo el nombre de Vladimir Schtiftar, el 16 de julio de 1907, en los muros de la fortaleza de Pedro y Pablo.

El acta de acusación comunica los siguientes detalles relativos al asunto de Zilberberg y Suliatitski:

El 21 de diciembre de 1906, a las doce del medio día, fue asesinado en el Instituto de Medicina Experimental el gobernador de Petersburgo general Von-der-Launitz.

Dicho asesinato, según resulta de la instrucción preliminar, se efectuó en las siguientes circunstancias:

El 21 de diciembre debía procederse a la bendición e inauguración de la clínica de enfermedades de la piel, y a la de la iglesia, construídas con los recursos del consejero del Estado N. K. Siniaguin. El consejero de Estado Pogvisotski, director del Instituto, había invitado para la ceremonia a cerCa de dOscientas personas mediante el envíó de invitaciones, nominales unas y sin nombre otras. Los invitados empezaron a llegar a las diez de la mañana. A las doce del medio día, al terminar el oficio religioso, todos los invitados salieron de la iglesia, situada en el cuarto piso, y se dirigieron al tercero, con el fin de almorzar. Iban delante los cantantes, a continuación su alteza imperial la princesa Oldenburg con el consejero de Estado Siniaguin, seguidos del ayudante del príncipe capitán Vorchev y el ayuda de cámara Vuich y detrás todos los demás invitados. Cuando llegaron al rellano superior de la escalera, se encontraron con un joven vestido impecablemente, que todo el mundo tomó por uno de los invitados. En el mismo momento en que el capitán Vorchev y el ayuda de cámara Vuich acababan de pasar por delante del mencionado joven, éste se sacó rápidamente del bolsillo un revólver e hizo tres disparos contra el general Launitz, el cual se desplomó, muriendo unos minutos después. El capitán Vorchev y el ayuda de cámara Yuich, al oír los disparos volvieron sobre sus pasos; el señor Vuich cogió al criminal por la garganta y el capitán Vorchev, sacando la espada, empezó a asestar golpes con ella al asesino. Al mismo tiempo, el jefe de policía, teniente coronel Korchak, viendo que el asesino seguía disparando, cogió con su mano derecha la mano derecha del criminal y la levantó al aire, mientras disparaba con su revólver contra el asesino, el cual, después del segundo disparo, cayó muerto.

Al ser examinado el cadáver del criminal se constató que tenía siete heridas de espada en la cabeza, que no habían interesado más allá de los huesos, y tres de arma de fuego.

Al comparar las balas extraídas del cuerpo con las que sirvieron para cargar los revólveres del criminal y del teniente coronel Korchak, resultó que las heridas en el pecho y en el vientre fueron ocasionadas por el revólver del teniente coronel, y las de la cabeza, por el del asesino. Como puede apreciarse por las actas de inspección del cadáver, el criminal llevaba ropa interior completamente nueva, sin marcar; un chaqué también completamente nuevo y botas; en sus manos tenía una pistola browning, con un cargador con dos balas hendidas en forma de cruz; en los bolsillos del criminal se encontró: un cargador de repuesto, cerca de 49 rublos, un monedero y una invitación, sin nombre, para la ceremonia de la bendición de la iglesia.

No se encontró en el cadáver del criminal ninguna indicación susceptible de identificación. A pesar de todas las medidas tomadas, ni la policía ni el juez instructor consiguieron establecer la identidad del asesino ni cómo ni de dónde pudo proporcionarse el billete de invitación. La única indicación relativa a la identidad del criminal la dió Ali-Kuli-Bek-Scha-Tajtinski, condenado actualmente por un delito previsto en el Art. 126 del Código criminal, el cual declaró que el asesino era un miembro del grupo de combate de los socialistas revolucionarios, a quien Scha-Tajtinski había visto dos veces en una reunión, pero cuyo nombre y apellidos ignoraba.

Tampoco se pudo esclarecer si el criminal llegó solo o acompañado de cómplices a la clínica de enfermedades de la piel; únicamente el cochero Petr Ttrofímov declaró que el 21 de diciembre, a las once, dos paisanos querían tomar su coche en la plaza de Isaak para ir a la calle Lopukínskaya, pero que estaba ocupado, y que no recuerda el aspecto exterior de los que querían tomar el fiacre.

Por lo que respecta a los motivos de la muerte del general Von-der-Launitz, se deducen de la carta siguiente, recibida por la redacción del periódico RUsia y sellada con el timbre del Comité Central del partido de los socialistas revolucionarios:

A la redacción del periódico.

El Comité Central declara que la sentencia de muerte contra el gobernador de Petersburgo Von-der-Launitz fue ejecutada el 21 de diciembre por un miembro del destacamento combativo central del partido de los socialistas revolucionarios.

24 de diciembre de 1906.

Más adelante se dice que en febrero de 1907, el portero y una sirvienta de una fonda situada en la Imatra indicaron a la policía a dos individuos que se entrevistaban en dicha fonda con un joven parecido al asesino de Launitz. Los detenidos dijeron llamarse Gronski y Schtiftar.

Acusados en calidad de miembros de una organización que se propone como fin el derrumbamiento del régimen existente y que disponen de materias explosivas, y acusados asimismo de participación en la muerte del gobernador von Launitz, Gronski y Schtiftar no se declararon culpables y se negaron a dar ningún detalle respecto al asunto, manifestando al mismo tiempo que los pasaportes que llevaban no eran suyos y que no deseaban dar sus verdaderos nombres y apellidos, añadiendo que pertenecían al partido de los socialistas revolucionarios.

He aquí cómo describe los últimos momentos de Suliatitski y Zilberberg un testigo presencial:

El valor y la tranquilidad ante la muerte asombraba a los testigos ... Uno de ellos sollozaba como un niño; el condenado a muerte le consolaba ... Este consideraba la muerte como el cumplimiento de un deber.

Muero con la conciencia profunda de que tengo que morir ... He vivido muchos momentos magníficos y felices.

Hablaba con entusiasmo del pasado, recordaba los amigos muertos gloriosamente.

Todos morimos igual.

Ni una sola palabra sobre su porvenir ... No lamentaba lo bueno que este porvenir pudiera reservarle de no haber muerto ... La risa despreocupada, las bromas, las agudezas de sus amigos condenados a muerte obligaban al oyente a olvidar la muerte inevitable preparada por los verdugos. Con una alegría infantil contaba cosas relativas a uno de los cocheros con quien vivía. Al recordar a la esposa y a la madre, sus magníficos ojos claros se velaban a veces con una lágrima ... Se apartó ... Un minuto de grave silencio ... Otra vez el rostro tranquilo y claro. Ha terminado con todas las cuestiones. Ninguna duda, ningún arrepentimiento ... Un solo pensamiento atormenta su mente: cómo podrá soportar el contacto del verdugo con su cuerpo. Su pobre madre pensaba lo mismo. Se acordabR de otro compañero que se había suicidado por no tolerar ese contacto repulsivo. Ahora comprendía la decisión de este compañero al suicidarse ... Pero; ¡cómo sabía economizar sus fuerzas espirituales! Dormía de día, velaba de noche a fin de no ser sorprendido por el enemigo y no manifestar la menor debilidad cuando le oondujeran al cadalso ... Hasta el último instante de su vida trabajó celosamente en la resolución del problema matemático: la división del triángulo en tres partes iguales, y después de haberlo resuelto, pidió que fueran comunicados a la Universidad los resultados obtenidos. Tuvo fuerzas suficientes para firmar su trabajo después de la sentencia, aun acaso algunas horas antes de la ejecución. Después que les fue leída la sentencia, los dos amigos, movidos por un mismo sentimiento, se levantaron y se besaron, como para despedirse para siempre y expresarse mutuamente la gratitud por todo ...

No puedo soportar a los hombres nerviosos. Son capaces de grandes actos, pero es mejor que mueran en el momento de realizarlos; no deben quedar con vida, pues no tienen fuerzas espirituales para mucho tiempo. En sus conversaciones hablaba a menudo del proyecto de reconstitución de la Organización de Combate, de apoderarse de la periferia ...

He aquí lo que el cerebro oprimido de un testigo casual ha podido transmitir a propósito de los últimos instantes de nuestro inolvidable compañero muerto tan pronto, pero gloriosamente.

En la última carta a su madre, Zilberberg decía:

Mamá:

Antes sólo te quería, después aprendí a respetarte. Desde entonces ese respeto fue creciendo, y esto es para mí la garantía de que soportarás firmemente todo cuanto pueda suceder conmigo. He pasado contigo una gran parte de mi vida. Vosotros (tú y K.) sois las únicas personas por las cuales experimento un sentimiento de amor y de respeto. Todo lo bueno que hay en mí os lo debo a vosotros. Con vuestro corazón amante y valeroso, que ha soportado firmemente los sufrimientos físicos, las conmociones espirituales, me habéis inspirado un sentimiento sagrado hacia la mujer. Gracias.

Hay que terminar; es difícil escribir, pues me están mirando. Muchos besos para ti, querida madre, para mi padre, para mi hermana, su marido y el hermano de éste. A todos los demás parientes y amigos que se interesen por mí, un saludo. Adiós.

En la última carta a su mujer escribía lo siguiente:

¡Oh, vida! ¡Oh, juventud! ¡Oh, amor!
El amor me tortura ... De nuevo
quiero entregarme a vosotros
aunque no sea más que por un instante ...
Y deBpués morir ...

Turgueniev.

Soy feliz porque no estás aquí. Lo soy también porque piensas en mí. Esto me hace más soportables los últimos días y aligera el fin. ¡Cuántas veces he pasado de la esperanza de que estabas libre a la duda de ello! Estos cinco meses han transcurrido como un instante, y el tiempo que falta todavía me parece una eternidad. Esto lo comparo con los largos viajes invernales en un carro cerrado. Pasa un día y otro día. Hoy como ayer, mañana como hoy. Y de estos días que han pasado de un modo idéntico no queda absolutamente nada, y cuando das la vista atrás te parece no que han pasado, sino que han volado; esto se explica por la ausencia de toda impresión, y esta misma monotonía hace que el tiempo cueste mucho de pasar. Durante estos meses me he modificado mucho, tanto desde el punto de vista exterior, como del espiritual. Me ha crecido una gran barba negra y llevo el pelo muy largo, echado atrás, como a ti te gustaba. A veces, medio adormecido, me parece que tu dulce mano los acaricia ...

He leído muchos y buenos libros. En parte de un modo directo y en parte indirectamente, me han abierto todo un mundo nuevo, ignorado, magnífico y majestuoso. Han dado un sentido a mi amor instintivo por la naturaleza, han elevado mi espíritu y he comprendido mucho de lo que antes sólo sentía. Son libros de historia natural, biología y fisiología.

Me he negado a ver a la chica (1). Los sufrimientos espirituales del hombre tienen un límite. Puedo ver a mi madre. Con gran trabajo te podría ver a ti, pero a ella ... Esto supera mis fuerzas. No puedo. Cuando quiero imaginarme esta niña que no conozco todavía, y a la cual quiero tanto, me represento cómo me miraría y no comprendería lo que pasa. Acaso incluso se pondría a llorar viendo a una persona desconocida ... No puedo. Sé que yo mismo, a quien nadie, excepto tú, ha visto una lágrima, me pondría a llorar como un niño en presencia de los gendarmes ...

Espero tranquilamente el fin que me está reservado. Ni uno solo de los perros que me han rodeado durante estos cinco meses podría decir que ha observado en mí la menor emoción. Te mando unas muestras, las mejores, de la pobre flora de nuestro patio para el paseo: las he secado para ti ...

Mi último y apasionado deseo es que nuestra hija tenga una madre con la cual viva y crezca. Y que cuando sea mayor le muestre aquellas magníficas páginas de tu diario; le cuentes cuánto quería yo a esa madre, a ti; le digas que lo que me ha separado de este gran amor y de la vida ha sido la lucha contra la amargura y el sufrimiento de los demás. Saluda al padre y al hermano. He lamentado a menudo que no haya podido verles. Esta carta es la. última.La hija de L. I. Zilberberg.Adiós, amiga mía. Adiós, querida ... Adiós ... Esta terrible palabra diríase que resuena en el aire y que, como el tañido de la campana, va volviéndose cada vez más tenue ... Adiós.

8-7-1907.
Fortaleza de Pedro y Pablo.



Notas

(1) En el número 9 del periódico La Enseña del Trabajo apareció la necrología siguiente:

Un nuevo nombre ha venido a unirse a la lista de los abnegados combatientes del terror muertos por la mano del verdugo: en Moscú ha sido ejecutada A. Sebastiánova, que, con la bomba en la mano, atentó, por encargo del destacamento combativo central del partido de los socialistas-revolucionarios, contra la vida del general-gobernador Gerschelman. La difunta se adhirió a las filas del partido de los socialistas-revolucionarios en el mismo momento en que éste nació. Ya a fines de 1901 fue delenida y deportada por seis años a Siberia, de donde no tardó en evadirse, y desde entonces llevó a cabo una labor difícil y rigurosamente conspirativa. ¡Que la tierra le sea leve! Su alma viva no conocía la paz, y su misma muerte no es más que un llamamiento a una lucha tenaz y abnegada tal como fue toda su vida ...

(2) La hija de L. I. Zilberberg.
Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO TERCERO - capítulo primero - Octava parteLIBRO CUARTO - Capítulo segundo - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha