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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO CUARTO
CAPÍTULO PRIMERO
DETENCIÓN Y FUGA
SEGUNDA PARTE


Al mismo tiempo que los defensores, llegaron 8 Sebastopol mi madre, mi esposa, Vera Gliébovna, su hermano Boris Gliébovich Uspienski y el abogado A. T. Zémel, compañero mío de Instituto. Zémel no intervino en el tribunal, pero prestó muchos servicios para la organización de la defensa.

Entonces llegó también Zilberberg por iniciativa propia. Después de la resolución de interrumpir el terror, presentóse a Azev y declaró que, en vista de dicho acuerdo, tomaba a su cuenta y riesgo la tentativa de libertar de la cárcel a Dvoínikov, a Nazárov y a mí, para lo cual solicitaba únicamente un auxilio en dinero.

Azev trató de disuadir a Zilberberg de este propósito. Le decía que era imposible libertar, no sólo a los tres, sino aun a mí solo; que la organización no podía sacrificar a sus miembros para empresas de antemano condenadas al fracaso, y aconsejó a Zilberberg que esperara con paciencia la reanudación de la acción terrorista. Zilberberg' no se mostró de acuerdo con él, y el Comité Central puso a su disposición los recursos necesarios para la evasión.

Vera Gliébovna me informó de la llegada de Zilberberg. La misión de éste era dificil. Libertarnos era posible sólo por medio de un ataque armado o con el auxilio de algún jefe del servicio de centinela. El regimiento de Bielostok, como ya he dicho, tenía, en general, un espíritu muy revolucionario. Más de una vez los centinelas y los suboficiales nos dijeron que al primer disparo de los atacantes, los centinelas tirarían el fusil. Por grande que fuera el escepticismo con que acogíamos estas palabras, había, sin embargo, la esperanza de que una parte de los soldados no haría uso de las armas. Sin embargo, no tardamos en abandonar este plan.

Era evidente que al atacar era imposible evitar la muerte de alguien, y posiblemente no sólo de oficiales, con lo cual nos conciliábamos, sino también de soldados, con lo cual no podíamos en ningún caso conformarnos. Además, el Comité local no disponía de fuerzas de combate suficientes. Zilberberg no podía formar un grupo numeroso y bien preparado.

Con el abandono de este plan desapareció casi completamente la esperanza de poder organizar la evasión de todos los compañeros juntos. Quedaba la posibilidad de libertar sólo a uno, y aun así la evasión traía aparejadas consigo muchas dificultades.

El Cuerpo de guardia principal de la fortaleza estaba guardado por una compañía de Infantería, que se relevaba diariamente y se divivía en tres secciones: general, de los oficiales y secreta. Nosotros estábamos en esta última. Dicha sección secreta era un corredor largo y estrecho, con 20 calabozos a ambos lados. Por uno de sus extremos el corredor terminaba en una pared con una ventana enrejada, y por otro, en una puerta de hierro cerrada siempre a llave. Esta puerta daba al lavabo, el cual comunicaba a su vez con el cuarto del suboficial de gendarmes de guardia, completamente oscuro, sin ventanas, el depósito, la sección de oficiales y el Cuerpo de guardia. Unicamente se podía salir al portal a través del Cuerpo de guardia. En el corredor secreto vigilaban constantemente tres centinelas. Los había también en el lavabo y en la puerta del Cuerpo de guardia. Había asimismo centinelas fuera, entre el Cuerpo de guardia y el muro exterior, y, fuera de éste, en la calle. Por tanto, para salir del Cuerpo de guardia había que pasar ante los tres centinelas del corredor secreto, después las puertas cerradas a llave, después dos centinelas más, más allá el Cuerpo de guardia lleno de soldados, y sólo entonces se podía salir al portal, donde estaba otro centinela, pasando por delante del cuarto de los oficiales de guardia. Es evidente, pues, que la evasión podía efectuarse con éxito, como ya he dicho más arriba, únicamente con el auxilio de algunos de los superiores, por ejemplo, del oficial encargado de los centinelas, de uno de los gendarmes, etcétera, o de acuerdo cOn alguno de los centinelas. Los centinelas eran relevados diariamente, y mientras estuvo el regimiento de Bielostok ni los soldados ni los oficiales conocieron personalmente a ninguno de los deltenidos.

Zilberberg obraba en la calle. En un principio organizó el ataque, después procuró encontrar a compañeros en el regimiento de Bielostok por mediación del Comité local. Yo procuré obrar en el Cuerpo de guardia con ayuda de uno de los soldados del regimiento de Brest, Israil Kon, que estaba preso; entablé rElaciones con algunas de las compañías encargadas de nuestra custodia. Ya después de haber abandonado nuestro plan de ataque conseguÍ al fin ponerme de acuerdo con uno de los centinelas apostados en nuestras puertas. Convine con él que, con ayuda de un escribiente conocido suyo, vendría de nuevo a hacer centinela una semana después, con la particularidad de que uno de los relevos de nuestro corredor debía estar compuesto de sus próximos compañeros, gente que simpatizaba también con la revolución y dispuesta a contribuir a la fuga. Dicho soldado no me pidió ni dinero ni recompensa alguna. Solicitó únicamente que, después de la evasión, se le ayudara a marchar al extranjero.

Puse al corriente a Zilberberg de estas negociaciones mías. Me contestó que fuera estaba ya todo preparado y me aconsejaba no dejar escapar la ocasión. Pero en el transcurso de la semana que me había sido señalada por mi centinela, se produjo un cambio de consideración. El 50 regimiento de Biolostok fue reemplazado inesperadamente por el segundo batallón del 57 regimiento de Lituania.

Por lo tanto, todas las relaciones adquiridas por Zilberberg y por mí en el regimiento de Bielostok perdieron de golpe y porrazo su significación. Además, pronto se vió que dicho relevo traía aparejados consigo otros inconvenientes. Si bien el batallón de Lituania resultaba no menos, por no decir más ganado al estado revolucionario que el regimiento de Bielostok, las compañías volvían ahora a efectuar el servicio de centinela. no a los tres días, sino a los cuatro. Los soldados y oficiales entablaron muy pronto relación con nosotros, y había pocas esperanzas de que no me reconocieran aun en el caso de que me disfrazara de soldado. No había más remedio que confiar en la casualidad.

Con ayuda de un gendarme sobornado conseguimos, ya antes de las conversaciones mencionadas, organizar una reunión general en el calabozo de Nazárov. En dicha reunión comuniqué a los compañeros que había llegado Nikolai Ivánovich (Zilberberg) con el fin especial de sacarnos de la cárcel. Dije también que no había casi esperanzas de que se nos pudiera libertar a los cuatro, y planteé la cuestión de saber quién tenía que fugarse, si no se podía libertar más que a uno.

El primero que habló fue Nazárov:

- ¿Quién tiene que escaparse? Naturalmente, tú, No hay por qué hablar más de esto.

Dvoínikov se unió a su opinión.

Cuando fuimos detenidos, Makárov no sabía que nosotros fuéramos miembros de la Organización de Combate, llegados a Sebastopol para matar a Chujnin. Al enterarse de esto se mostró asimismo de acuerdo, sin vacilar. con Dvoínikov y Nazárov.

Hice objeciones, indiqué que lo justo en este Caso sería que nos sorteáramos, pero esta proposición fue rechnzada. Entonces planteé por segunda vez la misma cuestión y pregunté quién deseaba fugarse. Dije que personalmente renunciaba de buena gana a mis derechos.

Los tres compañeros contestaron de nuevo que, a juicio suyo, el que tenia que evadirse era yo.

Accedí. Confiaba que ninguno de ellos sería ejecutado. Makárov, por ser menor de edad; Dvoínikov y Nazarov, por falta de pruebas. La sentencia demostró que no andaba equivocado.

Con todo esto, el tribunal de Sinferópol reconoció a Makarov responsable. Se fijó nuevamente el día para la celebración del juicio, esta vez para el 25 de mayo. Por lo visto, había que renunciar a toda esperanza de evasión. No se podía dudar, por las palabras de la defensa y por mi convicción, que la sentencia sería condenatoria.

El 26 de maYo, fuertemente custodiados, fuimos condncidos al local de los zapadores donde debía reunirse el tribunal. Presidía el general Kardinalovski; la acusación corría a cargo del fiscal militar Volkov. Al empezar la sesión, el abogado Andrónnikov solicitó el aplazamiento del juicio. Declaró que si bien Makárov había sido reconocido responsable, se había mandado recurso de casación a la Audiencia de Járkov, y que, por consiguiente, mientras no se conociera la resolución de ésta, Makárov no podía ser juzgado. El tribunal, después de prolongada consulta, decidió aplazar el juicio.

Esto modificó inesperadamente mi situación en un sentido favorable. La cosa se alargaba. Zilberberg obtenía un tiempo ilimitado para sus preparativos. El peligro consistía en que se me trasladara a Petersburgo, a la fortaleza de Pedro y Pablo, lo cual exigía con insistencia Trusievich.

No puedo recordar a nuestros defensores sin un sentimiento de profundo reconocimiento. Sin hablar ya de Jánov, antiguo conocido mío y que más de una vez había ya prestado servicios a la Organización de Combate en Moscú y defendido a Kaliáev, todos los defensores mostraron un interés ardiente por nuestro asunto. Nuestras entrevistas con ellos eran para nosotros verdaderas fiestas.
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