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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO CUARTO
CAPÍTULO PRIMERO
DETENCIÓN Y FUGA
TERCERA PARTE


A fines de julio, contra la prohibición habitual, vino como centinela a nuestras puertas un judío miembro del Bund (1). Por mediación de Israil Kon, ya citado por mí, conseguí organizar, sirviéndome de mi mujer, una entrevista de Zilberberg con este centinela, que se mostró inmediatamente dispuesto a ayudarnos. Zilberberg en la entrevista le pidió que indicara cuál de los soldados del batallón se comprometería a participar directamente en la evasión.

Como respuesta a esto, no tardaron en celebrarse, por iniciativa de dicho centinela, una reunión de Zilberberg con algunos compañeros soldados. Asistió asimismo a dicha reunión el soldado voluntario de la sexta compañía del 57 regimiento de Lituania, miembro del Comité de Sinferópol del partido de los socialistas revolucionarios, Vasili Mitrofánovich Suliatiski, que estaba terminando ya el servicio. Suliatiski declaró categóricamente que tomaba personalmente sobre sí la organización de mi fuga.Zilberberg se mostró inmediatamente de acuerdo.

Desde entonces mis relaciones con Zilberberg y Suliatiski, sostenidas por mediación de mi mujer, tomaron el carácter de preparativos definidos de la evasión.

El 31 de julio Suliatitski se presentó por primera vez en el Cuerpo de guardia, junto con el encargado de distribuir a los centinelas del interior. Por la mañana, después del control, se abrió la puerta de mi calabozo y vi ante mí a un soldado muy alto, de ojos azules y risueños.

- Buenos días, vengo de parte de Nikolai Ivánovich -me dijo, dándome un billete de Zilberberg.

Sentóse en la cama y dijo que se preparaba mi evasión para aquella noche, y que él, Suliatitski, me sacaría de la cárcel. Me preguntó si por mi parte estaba preparado. Por desgracia, durante el día Se vió ya con evidencia que la evasión era poco posible. El jefe de los centinelas dió inesperadamente la orden de devolverle las llaves de la puerta de nuestro corredor después de haberlas utilizado. Antes de esta disposición la llave la guardaba el suboficial de guardia, y el encargado de los centinelas podía utilizarlas cuando quisiera. Suliatitski informó inmediatamente a Zilberberg de lo ocurrido y le entregó un molde de cera del cerrojo de la puerta, con el cual se hizo inmediatamente una llave. que al atardecer recibimos en el Cuerpo de guardia. Pero la llave no entraba en el cerrojo, y no quedó más remedio que abandonar la idea de la evasión para aquella noche.

El 3 de julio, Suliatiski vino de nuevo con los centinelas. En esta ocasión, de acuerdo con Zilberberg, realizó una tentativa para libertar a todos los detenidos. Trajo consigo un paquete de caramelos, mezclados con polvos soporíferos. Por la noche tenía que obsequiar con dichos caramelos a los oficiales y centinelas, y cuando se durmieran, abrir las puertas de todos los calabozos. Los polvos soporíferos habían sido recomendados y preparados por un médico del partido, en cuyos conocimientos y experiencia confiaron Zilberberg y Suliatitski. Por la noche, poco después de las doce, éste empezó a repartir los caramelos, los cuales estaba persuadido de que eran inofensivos para la salud, pero que provocaban un sueño fuerte y prolongado.

Desde mi calabozo oí c6mo obseqniaba a los centinelas.

- ¿Quieres un caramelo, paisano?

- Muy agradecido.

Se oyó un portazo en el corredor. Comprendí qUe Suliatitski se había marchado. Se hizo el silencio. Esperé que los soldados se durmieran. Unos minutos oespués oí que los centinelas conversaban entre sí:

- ¡Qué malditos caramelos!

- ¿Es posible que se los coman los señores?

- ¡Qué asco!

Después se hizo nuevamente el silencio. No dormí en toda la noche, pero los centinelas tampoco se durmieron. Ninguno de ellos se durmió, como ninguno enfermó más o menos seriamente. Los polvos resultaron ser de morfina.

Cuatro días después, el 7 de julio, Suliatitski hizo una nueva tentativa. Era de nuevo el encargado de los centinelas en el corredor. Cada vez, para ser designado en el Cuerpo de guardia. tenía que obsequiar con aguardiente al sargento e imaginar toda clase de pretextos. Era incomprensible por qué prefería el servicio pesado y responsable en la cárcel, a las ocupaciones más fáciles a que tenía derecho en calidad de voluntario. Por esto tenía valor Cada día, y cada fracaso amenguaba la esperanza. En la última tentativa realizada antes de la evasión nos estorbó nuevamente una casualidad. El jefe de los centinelas, teniente Korokov, inesperadamente y sin explicar las causas, no confirmó la designación de Suliatitski, al cual designó como centinela en el muro exterior del Cuerpo de guardia. Naturalmente, en dicho puesto no podía prestarme ningún auxilio. La evasión fue nuevamente aplazada.

La situación parecía haberse modificado en un sentido decididamente desfavorable. Teníamos motivos para pensar que las siguientes tentativas fracasarían también. Vera Gliébovna me comunicó que Zilberberg estaba estudiando la cárcel civil, de la cual decidió que era más fácil fugarse y me propuso que solicitara mi traslado allí. Hice inmediatamente la demanda, fundándola en la ausencia de paseo en el Cuerpo de guardia, pero fue rechazada.

Con todo esto, Suliatitski desapareció; más tarde se supo que esos días estaba en Sinferópol, donde se hallaba su regimiento. Suliatitski se presentó al coronel Cherepagin-Yváschenko, que mandaba el regimiento, y le contó cómo había sido sacado del puesto de encargado de los centinelas por Korokov. Declaró que en esta disposición veía una desconfianza ofensiva para él. Fundándose en su servicio intachable en el regimiento, pidió que se le defendiera su honor militar ofendido. El coronel Cherepagin le prometió defenderle. Sólo entonces Suliatitski regresó a Sebastopol y, después de verse con Zilberberg, se presentó de nuevo, el 15 de julio, en el Cuerpo de guardia para desempeñar el mismo cargo que antes. Estaba al servicio otra vez del teniente Korokov. Pero no podía ya poner a nuestro amigo de centinela en el muro exterior.

Decidimos fugarnos en el tercer relevo, entre la una y las tres de la madrugada. Zilberberg, como en los días anteriores, me preparó un sitio en la ciudad donde pudiera eSconderme, y nos esperó allí toda la noche. Pero durante el tercer relevo, Korokov no se acostó. Corríamos el riesgo de encontrarle en el corredor. No podíamos fugarnos. A las tres se relevaron los centinelas. Entró el primer relevo, y casi en el mismo instante oí que se abría mi puerta. Entró Suliatitski, como siempre, muy tranquilo. La puerta quedó abierta. En el umbral había un centinela.

Casi hasta ese mismo instante había estado hablando con Dvoínikov, y a veces, pasando por delante de la puerta de Nazárov, me detenía y conversaba con él. Los centinelas estaban acostumbrados a estas conversaciones nocturnas. Dvoínikov y Nazárov sabían que mi evasión debía efectuarse aquella noche. Makárov lo ignoraba.

Dvoínikov trató de hacerme disuadir de mi propósito.

- ¿Cómo te escaparás? Es imposible fugarse de aquí ... Esto se acabará pegándonos un tiro. Es mejor que renuncies a esto. ¿Cómo se puede pasar por delante de los centinelas?

Le objeté que no podía perder nada.

Nazárov hablaba de otro modo:

- Está bien, márchate ...; pero ten cuidado que no te abran el vientre con la bayoneta, y si te escapas, saluda a los compañeros de fuera ...

Cuando Suliatitski entró, yo había perdido ya la esperanza de fugarme esa noche y me disponía a acostarme. Como de costumbre, se sentó en la cama.

- Qué, ¿nos marchamos? -preguntó encendiendo un pitillo.

Yo le dije lo mismo que había dicho a Dvoínikov, que no tenía nada que perder; pero añadí asimismo que él, Suliatitski, arriesgaba la vida, y le pedí que lo pensara nuevamente.

Suliatitski se sonrió:

- Ya lo sé, veremos ...

Me entregó un revólver. Yo le pregunté:

- ¿Qué piensa usted hacer si nos detienen los soldados?

- ¿Los soldados?

- Sí, si el centinela me reconoce.

- No disparar contra los soldados. Es decir, ¿volver al calabozo?

Suliatitski sonrió nuevamente.

- No, ¿por qué al calabozo?

- Pues ¿qué hacer?

- Si se tropieza con un oficial hay qUe disparar contra él; si le detiene un soldado, entonces ..., y bien, entonces, ¿comprende usted?, que hay que disparar contra uno mismo.

Me mostré de acuerdo con él.

- ¿Tiene usted unas botas altas? -me preguntó de repente, después de un momento de silencio.

Yo no tenía botas de las que llevaban los soldados y así se lo dije. Entonces abrió uno de los calabozos de al lado, en el cual estaba detenido un soldado del servicio de la frontera. El soldado dormía. Suliatitski cogió sus botas, que estaban en el suelo, y me las entregó a los ojos del centinela. Me vestí, me eché una toalla al cuello y nos fuimos hacía las puertas del lavabo por el largo cOrredor. Habitualmente, como ya he dicho, en dicho trayecto había tres centinelas. Esa noche Suliatitski había persuadido a Korokov de sacar uno. Decía que había bastante con dos, que los soldados estaban cansados. Pasando por delante de lOS centinelas, Suliatitski dijo displicente:

- Va a lavarse ... Dice qUe no se encuentra bien ...

De acuerdo con el reglamento, no me lavaba nunca antes de las cinco de la mañana, y siempre bajo la vigilancia de un gendarme y del soldaJo llamado acompañante. A pesar de esto, los centinelas, medio dormidos y subordinados de un modo inmediato a Suliatitski, no vieron nada de particular en el hecho de que yo saliera por la noche del calabozo acompañado únicamente del encargado de los centinelas.

Llegamos hasta la puerta de hierro del final del corredor. Suliatitski dijo al centinela:

- ¿Duermes, amigo?

El centinela Se estremeció.

- Ya dormirás después. Abre.

El centinela abrió la puerta.

Pasé al lavabo y me puse a lavarme. Tenía soldados a derecha y a izquierda. El gendarme dormía profundamente en su cuarto, con la puerta abierta. Entretanto Suliatitski, después de cerrar la puerta con llave, se fue al Cuerpo de guardia, a ver si todo estaba tranquilo. Al regresar, me acompañó al almacén, por delante de los centinelas. Allí, en la oscuridad, me corté el bigote, me puse una camisa preparada de antemano, una gorra, una mochila y un cinturón. Salí del almacén convertido ya en soldado. A la vista de los mismos centinelas pasé tras de Suliatitski al Cuerpo de guardia. Una parte de los soldados dormía, otra, después de haber descolgado la lámpara y de ponerla sobre los camastros, formaba un círculo y escuchaba la lectura. Al ruido de nuestros pasos algunos volvieron la cabeza; pero nadie me reconoció en la oscuridad. En el vestíbulo, la puerta que comunicaba con el cuarto de oficiales de guardia, estaba abierta; en la mesa, iluminada por una lámpara, estaba sentado, de espaldas a nosotros, el oficial de guardia encargado de los centinelas, Koroskov, echado en el diván; por lo visto, dormía. En la calle nos vió un centinela, el cual, al ver nuestras charreteras, dió media vuelta. Doblando la esquina del Cuerpo de guardia nos dirigimos hacia la ciudad. Por las paredes blanqueaban en la niebla las chaquetas de los centinelas exteriores.

En el estrecho callejón de al lado nos esperaba el ex marino Fedor Bósenko, uno de los centinelas puestos por Zilberberg. Bósenko tenía en las manos un cesto con ropa y nos propuso cambiar inmediatamente de traje. Nos negamos a ello, pues podía ser que se hubieran dado cuenta de la fuga. No se podía perder ni un minuto. Yo arrojé la mochila y Suliatitski me puso en la mano, para el caso de que tropezáramos con una patrulla, un permiso a nombré de un soldado del regimiento de Lituania. Más tarde no lamentamos el que no nos hubiéramos quitado el traje de soldado y perdido tiempo cambiándolo. La evasión fue descubierta cinco minutos después; Koroskov mandó fuerzas en busca nuestra e hizo un registro en el domicilio de mi mujer.

Descendimos a la ciudad casi corriendo. Apuntaba el alba, y a lo lejos, en nuestro camino, más allá de la calle, se divisaba una serie de chaquetas de soldado. Era indudable que venía a nuestro encuentro una patrulla. No podíamos escaparnos. Pero acercándonos más vimos que nos habíamos equivocado. Se había abierto el mercado, y un grupo de marinos compraba provisiones. No se fijaron en nosotros, y diez minutos después nos hallábamos en el domicilio del obrero N., donde nos esperaba Zilberberg. Nos cambiamos de traje, y junto con Zilberberg y Bosenko nos fuimos al domicilio de este último. Bósenko no tenía trabajo y vivía en unos sótanos húmedos y oscuros. No se podía suponer que la policía fuera a buscarme allí.

Estaba libre. Zilberberg, iniciador y organizador de mi evasión, había perdido su sangre fria habitual, y nos abrazaba gozosamente a Suliatitski y a mí. Pero ahora tenía que realizar una misión no menos difícil: organizar nuestra fuga al extranjero. Toda la policía de la ciudad estaba en pie. Por las calles y las afueras de la ciudad circulaban grupos de gendarmes y patrullas montadas, a las cuales se daba el nombre de escuadrones. Era necesario pasar a través de esta red.

Suliatitski era también feliz. He de decir que no he observado con frecuencia un valor tranquilo como el que manifestó en dicha noche, por no hablar ya de su abnegación, puesto que ni tan siquiera me conocía.

Entonces, en el domicilio de Bósenko, redactamos la siguiente comunicación impresa en un gran nÜmero de ejemplares:

En la noche del 16 de julio, por decisión de ]a Organización de Combate del partido de los socialistas revolucionarios, y con la cooperación del soldado voluntario del 51 regimiento de Lituania V. M. Suliatitski', ha sido libertado del Cuerpo de guardia de la fortaleza el miembro del partido de los socialistas revolucionarios Boris Victorovich Sávinkov.

8ebastopol, 16 de julio de 1906.



Nota

(1) Partido de los socialdemócratas judios.-(N. del T.)
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