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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO SEGUNDO
LA ORGANIZACIÓN DE COMBATE
SEGUNDA PARTE


A mediados de febrero salí para el extranjero por Eidkunen, con un pasaporte a nombre de James Galley. En Génova encontré a Azev, Rutenberg y Gapón.

Azev me interrogó detalladamente a propósito de Kiev, de Petersburgo y Moscú, de todos los miembros de la organización en general y de cada uno en particular. En general, se mostró satisfecho de la situación de nuestra labor, pues no concedía gran importancia al fracaso de Kiev. Me comunicó en esa misma conversación que yo había sido incluido en el Comité Central, y que en el extranjero había algunas personas que deseaban entrar en la Organización de Combate: Lev Ivánovich Zilberberg, con su mujer, Ksenia Ksenofontovna; Mania Schkólnik y Aron Schpaizman. Los dos primeros y el hermano de Aiev, Vladimir, bajo la dirección de Boris Grigórievich Villit, químico de profesión, preparaban dinamita en una villa alquilada por ellos en Villafranche, en el mediodía de Francia. Los otros dos vivían en Ginebra.

Por indicación de Azev, me puse en contacto con Mania Sohkólnik y Aron Schpaizman. Schkólnik era modista; Schpaizman, si no ando equivocado, era encuadernador; la primera tenia veintidós años; el segundo, treinta.

Oriundos de una aldea de la región occidental, fueron juzgados juntos en el otoño de 1903, por el asunto relacionado con la imprenta clandestina, y deportados a Siberia. Se fugaron de allí, y ahora solicitaban que se les admitiera en la Organización de Combate.

Mania Schkólnik era una muchacha pálida y enclenque. Hablaba con acento judío muy pronunciado y gesticulaba mucho. En cada una de sus palabras y de sus gestos se manifestaba su adhesión fanática a la revolución. Se excitaba particulalrmente cuando empezaba a hablar de las humillaciones y calamidades que sufre la clase obrera. Me parecía una agitadora por vocación; pero la fuerza de su adhesión al terror tampoco ofrecía la menor duda. Y, por esto, no protesté contra su entrada en la Organización.

Aron Schpaizman era un hombre de estatura más bien baja, pelo negro y ojos judíos, también negros y tristes. Como Mania Schkólnik, era por temperamento más bien agitador que terrorista, y antes de su deportación disfrutaba de una gran popularidad entre los obreros. Vivían muy pobremente, seguían con gran atención el movimiento obrero de Occidente y esperaban pacientemente su partida a Rusia.

Fue entonces cuando vi por vez primera a Gapón. Este recibió de Rutenberg, en Rusia, las señas de la V. G. O. en Ginebra, pero sin buscarlo fue a ver a los social demócratas. Cuando lo encontré estaba elaborando un plan de conferencia general del partido, la cual, a su juicio, debía sentar las bases de la unificación de todas las organizaciones políticas existentes. Manifestaba en alta voz su simpatía por el partido de los socialistas revolucionarios; pero estaba en contacto asimismo con los social demócratas, con los anarquistas, con la Alianza de la Emancipación (1) y con los grupos cuyos representantes estaban en Ginebra o en París. La primera impresión que me produjo fue más bien desfavorable. No llevaba barba, y noté inmediatamente la desproporción que existia entre la parte superior de su rostro -una frente bella, e inteligente y unos ojos morenos, vivos- y la parte inferior, con la barbilla echada adelante. La primera entrevista que tuve con él, no me dejó tampoco un buen recuerdo.

Lo encontré en la Rue de Carouge, en el domicilio de V. J. S. Evidentemente estaba ya enterado de mi participación en el asunto de Moscú. Después de saludarme, me cogió por el brazo y me llevó a otro cuarto, donde inesperadamente me besó.

- Le felicito.

- ¿Con motivo de qué? -pregunté sorprendido.

- Con motivo de lo del Gran Duque Sergio.

Fue Gapón el único que consideró necesario felicitarme con ocasión de este asunto.

Esta primera impresión no tardó en desvacenerse. Me hallaba bajo el hechizo del 9 de enero, veía en el Domingo sangriento la aurora de la revolución rusa, y por escéptica que fuera mi actitud con respecto al espíritu revolucionario de las masas, tenía que reconocer la importancia y la magnitud del acontecimiento histórico que acababa de tener lugar.

Gapón no era para mí simplemente el ex cura, el padre Jorge que había marchado al frente de los obreros insurreccionados; cifraba en él grandes esperanzas. Por la impresión del 9 de enero me parecía un hombre de cualidades y de una voluntad extraordinarias, el único acaso cápaz de conquistar los corazones de los obreros. Este error era compartido por muchos. Unicamente Azev y I. A. Rubanovich se dieron cuenta inmediatamente del valor real de Gapón, que no consideraban muv elevado.

Una relación más íntima con él confirmaba la opinión preconcebida respecto a sus cualidades. Tenía una inteligencia viva, rápida y ágil; las proclamas escritas por él, a pesar de cierta rudeza, mostraban la originalidad y la fuerza del estilo; finalmente, y esto es lo principal, tenía una gran aptitud oratoria, ingénita, que saltaba a la vista.

No leí sus discursos de Petersburgo, y no puedo juzgar de sus méritos en este aspecto; pero en oierta ocasión, en una de las reuniones, sucedió lo siguiente:

Uno de los Comités de la región del Volga del partido sooialdemócrata publicó una proclama, en la cual se hablaba groseramente de Gapón como de una figura absurda de cura descarado. Alguien trajo dicha proclama a la reunión. Gapón leyó y se transfiguró instantáneamente. Hubiérase dicho que creció de repente de estatura, sus ojos se iluminaron, dió un puñetazo sobre la mesa y se puso a hablar. Pronunciaba palabras que no sólo no tenían gran importancia, sino tampoco gran sentido. Amenazaba con borrar a los social demócratas de la faz de la tierra, mostrando a todos los obreros su falsedad y su insolencia; atacó groseramente a Plejanov y pronunció una serie de otras frases no más convincentes que éstas. Pero no era el sentido de sus discursos lo que impresionaba. He tenido ocasión más de una vez de oír a Bebel, a Jaures, a Sebastien Faure. Nunca ninguno de ellos han cautivado tanto al auditorio como Gapón, y no en una reunión obrera, donde hablar es incomparahlemente más fácil, sino en una pequeña habitación, ante un número reducido de oyentes, pronunciando un discurso compuesto casi exclusivamente de amenazas. Tenía verdadero talento oratorio, y, oyendo sus palabras llenas de rencor, comprendí por qué ese hombre había conquistado a las masas.

Al tratar más de cerca a Gapón, no observé en él un grande y ardiente amor por la revolución. Pero la impresión de su personalidad seguía siendo poco clara. Ante mí se hallaba un hombre que, sin ningún género de duda, había arriesgado su vida el 9 de enero. Por esto me inclinaba hacia la idea de que mi juicio era erróneo y de que no sabía ver en él el amor abnegado por la revolución que sentía en realidad.

Había oido opiniones relativas a Gapón de Rutenberg, que era todavía entonces su amigo. Estas opiniones no me aclaraban nada. Rutenberg le caracterizaba como a un pobre cura, sincero y honrado, que se había metido en la revolución. Yo creo que Rutenberg se equivooaba: Gapón fingía ante él y se le presentaba tal como aquél hubiera querido que fuera.

Gapón insistía mucho en la necesidad de crear un Comité de Combate, una institución especial encargada de dirigir el terror central y en masa. Desarrollaba la idea de un movimiento terrorista entre los campesinos, y en sus planes encontraba la simpatía de muchos compañeros, sobre todo de Breschkóvskoya y del príncipe D. A. Jilkov. Tras prolongadas negaciaciones, ingresó en el partido, pero no mostraba deseo alguno de marchar ilegalmente a Rusia, limitándose a profetizar acciones armadas en masa en un futuro próximo, incitando a prepararlas. El partido no tardó en abandonarlo.

Rutenberg simpatizaba también con los planes de Gapón. Consideraba asimismo necesario emprender inmediatamente el armamento de las masas populares. El estado de espíritu era tal en aquella época, que sólo muy pocos se atrevían a manifestarse contra este modo de obrar. Esta minoría indicaba que el armamento del pueblo era una tarea irreallzable, pues ninguno de los partidos tenía fuerzas suficientes para llevarlo a cabo. Y si era así, era más razonable y más ventajoso desde el punto de vista de los intereses de la revolución utilizar las fuerzas y los medios destinados a esto en el desarrollo del terror central. En aquella época, el Comité Central era muy numeroso. Las decisiones se tomaban lentamente, y no siempre en presencia del Comité en pleno. El papel dirigente lo desempeñaban Azev y Gotz. De ellos dependían muchas cosas.

Triunfó la opinión de la mayoría. Se decidió fundar una organización especial destinada a la preparación combativa de las masas. Se encargó el asunto a Rutenberg, a cuya disposición fueron puestos tres candidatos a la Organización de Combate: Alexandra Sebastianova, que en 1902 tomó parte en la imprenta de Tomsk: Boris Gornson, técnico de Varsovia. indicado por K. M. Genrchkóvich, y Jaim Gherchkóvich, recomendado por N. V. Chaikovski. Rutenberg, con su ayuda y con las personas que cooptaría en Rusia, debía sentar las bases de la preparación combativa de las masas. Tenía que preparar un local para los depósitos de armas en Petersburgo, buscar las posibilidades de adquirir estas últimas en Rusia, recibir de los armenios miembros del partido Dachnakistiun la carga de bombas que se les había cedido y, finalmente, aclarar si era factible la expropiación de los arsenales. Se proyectaba para más tarde, cuando se reforzara la organización en Petersburgo extender la acción de la misma al Sur de Rusia. El paso siguiente en este sentido fue la expedición del buque John Grafton.

Rutenberg, Gornson, Sebastianova y Gherchkóvich se fueron a Rusia. Gapón marchó a Londres para realizar gestiones relacionadas con la publicación de su autobiografía, por la cual le habían prometido en Inglaterra una suma importante. Yo me fuí a Niza, a ver a Gotz.

Este, además de una brillante erudición. de gran inteligencia y de un talento extraordinario de organizador, estaba dotado de otra cualidad muy poco frecuente y que le conquistaba la adhesión de todos los que le conocían. Tenía la inapreciable aptitud, no sólo de conocer, después de unas pocas entrevistas, a la gente, sino que, individualizando las particularidades de cada uno, penetraba en su situación personal y de partido. Esto lo hacía con tanto cariño y sensibilidad, con un conocimiento tan excepclonal de los hombres, que la relación personal con él nos daba una gran fuerza moral. Muchos, y entre ellos Kaliáev, se consideraban sus discípulos.

Gotz estaba enfermo. Entre nosotros se establecieron inmediatamente aquellas relaciones suaves y tiernas cuyo único secreto tenía Gotz y que se encuentran tan raramente en los hombres unidos por la comunidad de opiniones, pero no por la simpatía y el modo de vivir. Fue él el primero que me enteró del proyecto de expedición del John Grafton.

El miembro del partido finlandés de la resistencia activa, el periodista Konni Zilliakus, comunicó al Comité Central que había recibido, con destino a la revolución rusa, un socorro de un millón de francos, procedente de unos millonarios norteamericanas, y que éstos habían puesto como condición que este dinero se destinara exclusivamente al armamento del pueblo y fuera distribuído entre todos los partidos revolucionarios, sin diatinción de programa (2).

El Comité Central aceptó el subsidio con estas condiciones, después de descontar cien mil francos, que entregó a la Organización de Combate.

Con ese dinero se decidió fletar un buque que debía llevar armas a los partidos revolucionarios, desembarcando poco a poco su carga en la costa del Báltico y en Finlandia. En Inglaterra fue adquirido el John Grafton a nombre de un comerciante noruego. El buque tomó una carga compuesta exclusivamente de armas y materias explosivas, y con una tripulación formada principalmente por suecos, se hizo a la mar el verano de 1905. En el buque se hallaba en calidad de encargado de las materias explosivas el químico Villit, de quien ya he hablado. El John Grafton no cumplió su cometido; ancló en la isla Kemi, en la bahía de Botnia, Y fue hecho saltar por la tripulación. Parte de las armas fue descargada en la isla y encontrada más tarde por el servicio de vigilancia de la frontera. Dichas armas fueron cogidas en los días de la huelga de octubre por los revolucionarios finlandeses y distribuídas entre los campesinos.

Yo no tomé participación alguna en el asunto del John Grafton, y me enteré de esta expedición únicamente por lo que me contaron los compañeros. Tampoco intervine en la tentativa de preparación combativa de las masas, si se éleja aparte mi presencia en algunas reuniones y la compra verificada por mí en Amberes, en mayo de 1905, de una partida de revólveres destinados a Rusia.

Durante mi estancia en Niza, pasaba la mayor parte del tiempo en casa de Gotz, y estuve algunas veces en Villafranche, en el laboratorio químico de Villit, Vladimir Azev y el matrimonio Zilberberg.

El laboratorio estaba situado en las afueras, en una villa de dos pisos. Desempeñaba el papel de criada Rachel Vladimírovna Lurié. A ésta y a Villit les había conocido en Ginebra, a los Zilberberg los veía por primera vez.

Lev Ivánovich Zilberberg, ex estudiante de la Universidad de Moscú, y que había estado ya en Siberia, era un joven de veinticinco años, de bella prestancia, fuertes músculos y anchas espaldas. Por su carácter pertenecia, como Schvéizer, al tipo de hombres de convicciones y voluntad firmes. Era matemático y se dedicaba con cariño a las ciencias aplicadas. De sus escasas palabras emanaba la misma fuerza que se percibía en la reserva de Schvéizer. Su mujer, Ksenia, por sobrenombre de partido Irina, era también reservada y poco habladora. Lo mismo se puede decir de Rachel Lurié.

En Ginebra nos enteramos por la Prensa de la muerte de Schvéizer. Este, con el nombre de Arturo Henry y Moor MacCunlogh murió en la noche del 26 de febrero de 1905 en el hotel Bristol, en Petersburgo, del mismo modo que había muerto Pokotílov, en 31 de marzo de 1904, en el hotel del Norte. Schvéizer estaba cargando bombas para el atentado contra el Gran Duque Vladimir Alexándrovich.

Con motivo de esta muerte, apareció la nota siguiente en el número 61 de La Rusia Revolucionaria:

En la noche del 26 de febrero, en la fonda Bristol, de San Petersburgo, murió a consecuencia de una explosión casual un miembro de la Organización de Combate de los socialistas revolucionarios.

Un documento oficial describe así la muerte de Schvéizer:

En la noche del 26 de febrero de 1905, en Petersburgo, en la fonda Bristol, situada en la casa núm. 39-12, en el chaflán de la Morskava *** de la Avenida Vosnesenski, se produjo una explosión cerca de las cuatro de la madrugada en el cuarto núm. 27.

A consecuencia de ella, en los cuatro pisos de la fachada que da al square de Isaak, se rompieron los cristales en 36 ventanas. La parte adyacente de la avenida de Vosnesenski estaba llena de trozos de madera y de objetos de todas clases, arrojados por la fuerza de la explosión fuera de los locales destruídos. Parte de estos objetos fue a parar a la Catedral de Isaak, a una distancja de 37 pasos, en la cual derribó incluso una verja de hierro, en una extensión de 16 pasos. La explosión produjo destrozos, más o menos considerables, en los cuartos inmediatos al núm. 27, números 25, 26 y 24; en el corredor y asimismo en el restaurante Michel, contiguo también al núm. 27. Originó también desperfectos de importancia en las habitaciones del tercer piso situadas encima del núm. 27, así como en los cuartos situados en el primero.

El número 27 presentaba grandes señales de destrucción. Las paredes de la habitación, que tenía seis archinas y cinco verchki de altura, quedaron derribadas en parte. El estucado del techo y de las cornisas se resquebrajó y en algunos sitios se desprendió. En las ventanas, todos los cristales resultaron rotos. La estufa apareció parcialmente destrozada. El suelo de la habitación estaba completamente cubierto de los restos de la mampara de madera que separaba el núm. 27 del cuarto inmediato, de estucado y de muebles. La cama de hierro con dos colchones, situada cerca de la pared que daba al restaurante Michel, se hallaba llena de pedazos del estucado; encima de ella había dos almohadas, dos sábanas, dos mantas, un número del periódico Neue Freie Presse del 24 de febrero y unos libros en francés; junto a la pared que daba al patio interior había una cómoda y un armario, de los cuales, después de la explosión, no quedaron más que restos. Adosados a la pared que daba a la Avenida de Vonesenski había una mesa-escritorio, un tocador y una etagére, pero de estos objetos no quedaron tan siquiera las huellas. Cerca de la pared en que estaban la cómoda y el armario, entre un montón de restos de muebles, se hallaba el cadáver mutilado de un hombre.

En el número 27 se encontraron objetos pertenecientes a la víctima de la explosión: un pasaporte extranjero a nombre del súbdito inglés Arturo Henry y Moor CacCunlogh y varios objetos que, por lo que se ve, constituían las piezas del explosivo que estalló. Estas últimas fueron examinadas por un perito, el cual sacó la conclusión siguiente: el artefacto había sido construído de tal modo, que podia ser utilizado como bomba lanzable. El casco era ligero, de hoja de lata de 0,3 mm. El explosivo estaba compuesto de dinamita magnesial, muy parecido por la fuerza a la gelatina fulminante, el más fuerte preparado de nitroglicerina. La explosión se produjo por la materia explosiva del detonador, colocado en el tubo detonador del explosivo y que por lo visto era mercurio fulminante. El artefacto podía ser de dimensiones considerables para bomba de mano y permitía cargarlo de materias explosivas, en cantidad de cuatro a cinco libras.

A juzgar por el aspecto de las heridas, más profundas y anchas en la región anterior del tronco y en la parte inferior de las extremidades superiores, y teniendo en cuenta la disposición de las quemaduras, hay que suponer que en el momento de la explosión lo que estaba más cerca de la bomba era la parte anterior e interior del tronco; el criminal seguramente permanecía de pie ante la mesa en la cual se produjo la explosión. A juzgar por los restos de indumentaria, hallados en el cadáver, es de suponer que en el momento del estallido el difunto no llevaba más que ropa interior. Por lo visto, la explosión se produjo cerca de la ventana, y la fuerza de aquélla arrojó el cuerpo contra la pared contraria y hacia arriba, donde hay huellas abundantes de sangre; de aquí, por la fuerza de gravedad, fue a caer en el sitio en que fue hallado. La muerte fue instantánea.

(Véase el Asunto relativo al atentado de dieciséis personas contra la vida del general Trepov).

Maximiliano Illich Schvéizer nació el 2 de octubre de 1881 en Smolensk. Sus padres eran unos comerciantes acomodados. En 1899 ingresó en el Instituto de dicha ciudad, y siendo alumno de la séptima clase, participó en la labor revolucionaria. Al terminar el curso en el Instituto, en 1897 se fue a Moscú, donde asistió a las clases de la sección de Ciencias Naturales de la Facultad Físico-Matemática de la Universidad. En 1899, complicado en las revueltas estudiantiles, fue desterrado a la región de Yakutsk. Al regresar de allí se instaló en casa de sus padres, en Smolensk, donde fue sometido a la vigilancia de la policía. En el destierro, sus convicciones se afirmaron definitivamente, y ya entonces soñaba en un viaje al extranjero para estudiar la química de las materias explosivas. Fue entonces cuando se adhirió al partido de los socialistas revolucionarios. En 1903 se marchó al extranjero y entró en la Organización de Combate, en la que militó hasta su muerte.

Se ha conservado una carta característica, dirigida por él a su madre desde Siberia. En 1902, sus padres pidieron que se le perdonara. Naturalmente, él estaba contra esta petición, y contestó a la misma, por medio de una carta mandada al departamento de Policía, en la cual renunciaba a toda gracia.

A propósito de esta renuncia, escribía a su madre en la carta mencionada:

Macha, 14 de septiembre de 1902.

Querida mamá:

He recibido hoy tu carta del 13 de agosto y ha sido muy doloroso para mí, primero, ver que no me habías comprendido como era debido, y segundo, que te causaba tantos disgustos. En vano te imaginas que el frío me ha hecho olvidarte. Al contrario, ahora más que nunca veo cuanto te quiero. Ni el frío ni los años pueden hacerme olvidarte. Pero por mucho que te quiera, no podría obrar de otro modo. Sabía muy bien que con mi acción te causaría un gran disgusto, y no fue por falta de valor, como tú escribes, que no te dije nada directamente a ti; quería simplemente que te dieran esta noticia de la manera más suave posible.

Quisiera hablar de nuestras relaciones, querida mamá. Tanto tú como papá me queréis ardientemente. Yo también os quiero con no menos ardor, lo que hay es que no sé manifestar este cariño como otros, y deseo para mí, como lo deseáis vosotros, todo el bien. Al parecer no podría haber entre nosotros divergencias, pero lo que hay es que comprendemos el bien de una manera distinta. Vosotros deseáis para mí una buena esposa, una gran posición social, una felicidad familiar inquebrantable. Por lo que a mí se refiere. una vida así me haría infeliz. En esta forma no podría vivir ni un solo año, y el bien lo comprendo de un modo muy distinto.

He aquí por qué tan a menudo hay nubes entre nosotros; por qué te hago sufrir con tanta frecuencia.

¿Cómo no comprendes, mamá, que lo que hago me produce satisfacción? Es ésta una de las condiciones de la felicidad, y puesto que no me deseas más que bien, no debes disgustarte. Cuando mandé la petición del 12 de julio, tuve la sensación de que me quitaba un gran peso de encima, y si, gracias a tu suplica, me hubieran vuelto a tu lado, mientras que mis compañeros se quedaban aquí, no hubiera podido mirar cara a cara a ninguna persona honrada y me hubiera sentido el hombre más infeliz del mundo. Dudo que una situación tal te causara ningún placer.

No me refiero aquí a las cuestiones generales que me han incitado a mandar la petición mencionada. Si en todo he de obrar como quieres personalmente, me veré obligado a violentarme. Amémonos, mamá, como antes, y permíteme vivir como quiero.

Sólo con esta condición puedo ser feliz, y claro está que esto, lo quieres. Abandona todo mal pensamiento; tres años y medio son un plazo breve, pasarán rápidamente y volveré a tu lado tal como era antes. únicamente un poco más viejo y apreciando más, después de la separación, el amor que sientes por mí. Esto no hará más que unirnos más firmemente. Hasta la vista, querida mamá. Muchos besos de tu hijo, que te quiere ardientemente,

M. Schvéizer

En la persona de Schvéizer la Organización de Combate perdió uno de sus miembros más valiosos.



Notas

(1) Partido liberal burgués.- (N. del T.)

(2) Más tarde apareció en Novoie Vremia (Los Tiempos Nuevos) la noticia de que dicho subsidio había sido otogadono por los norteamericanos, sino por el gobierno japonés. Konni Ziliakus refutó esta versión, y el Comité Central no tenía motivos para no dar crédito a sus palabras.
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