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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO SEGUNDO
LA ORGANIZACIÓN DE COMBATE
PRIMERA PARTE


El día 4 de febrero, por la tarde, partí de Moscú y me fuí a Petersburgo. Kulikovski salió de la organización. Dora Briliant se marchó a Járkov. Moiseenko, después de vender el caballo y el trineo, se reunió con ella.

En Petersburgo vi a Sohvéizer. Este me confirmó lo que me había contado antes en Moscú Tiuchev. La sección de Petersburgo, debilitada por la detención de Márkov y Basov y la desaparición de Sacha de Bielostok, recogía lentamente datos sobre Trepov. El servicio de observación distaba mucho de estar terminado, y no había posibilidad alguna de matar a Trepov. En cambio, Schvéizer tenía datos sobre las salidas del Gran Duque Vladimir Alexandrovich. Estos datos habían sido comprobados por la observación, y Schvéizer decidió concentrar todas las fuerzas en este asunto inesperado. Me comunicó su decis!ón y la aprobé. Fue entonces cuando me habló asimismo del estado en que se hallaban nuestras cosas en Kiev.

Borichanski y el matrimonio Kazak, a fines de enero pudieron fijar las salidas de Kleigels y decidieron realizar el atentado. Los Kazak, por motivos que desconozco, no participaron en este último. Borichanski se quedó solo, cargó él mismo la bomba y salió con ella a Kreschatik. Esperó allí cerca de una hora, pero Kleigels no compareció. Entonces se volvió al hotel. Posteriormente se supo que Kleigels había salido unos minutos después, y de no haberse marchado Borichanski, el general-gobernador habría sido muerto, Borichanski se quedó todavía en Kiev, pero habia pocas esperanzas de que pudiera realizar solo su tarea, A pesar de la pérdida de Kaliáev, de los fracasos de Schvéizer y de la desorganización completa de la sección de Klev, la Organización de Combate representaba en sí, en aquel entonces, una fuerza considerable, La ejecución de Plehve y más tarde la de Sergio, le crearon un enorme prestigio entre todos los sectores de la población; el gobierno la temía, el partido la consideraba como su organización más preciada, De otra parte, las fuerzas de la organización eran indudablemente demasiado grandes para una sociedad secreta, En sus filas había un organizador de tanto talento como Schvéizer; sus cuadros estaban compuestos de elementos que, aunque numéricamente débiles, eran militantes probados, unidos fuertemente entre sí por el amor a la organización, una larga experiencia y la adhesión al terror; Dora Briliant, Moiseenko, Dulébov, Bürichanski, Ivanovskaya, Leontieva, Schíllerov y otros. Dinero había suficiente; candidatos tampoco faltaban en la Organización de Combate; finalmente, y esto era lo principal, nos hallábamos en vísperas de una nueva empresa, no menos importante que el asunto Sergio, el atentado contra el Gran Duque Vladimir. Se puede decir sin vacilar que en aquel momento la organización se había consolidado ya de un modo definitivo, tomando la forma de una sección independiente sometida a sus propias leyes, esto es, había alcanzado la situación a que naturalmente aspira toda sociedad secreta, y que es la única que puede garantizarle el éxito. La conciencia de este éxito no nos abandonaba; Schvéizer, a pesar de sus fracasos, creia también firmemente en el porvenir del terror.

Convencido de que mi presencia en Petersburgo no era necesaria, resolví marcharme a Ginebra a fin de oambiar impresiones con Gapón y Azev sobre las empresas combativas ulteriores. Pedí a Ivanovskaya que fuera a Járkúv con objeto de ver a Moiseenko y Briliant a darles cuenta de mi partida y proponerles que esperaran hasta mi regreso. Fue también entonces cuando me vi por última vez en Petersburgo con Tatiana Leontieva. Rubia, esbelta, de ojos claros, recordaba por su aspecto exterior a la señorita aristocrática que era en realidad. Se lamentaba de lo difícil de su situación, pues se veía obligada a frecuentar y tratar amablemente a gente que no sólo no respetaba, sino que consideraba como sus enemigos: a elevados funcionarios y oficiales de la guardia, entre ellos al que fue más tarde famoso pacificador de la insurrección de Moscú, entonces todavía coronel del regimiento de Semenov, Min. Leontieva, sin embargo, seguía desempeñando su papel, ocultando, incluso a sus padres, sus simpatías revolucionarias. Hacía su aparición en las veladas, frecuentaba los bailes, y, en general, se esforzaba con su conducta en no distinguirse del medio en que vivía. De este modo contaba entablar las relaciones que le eran necesarias. En este difícil papel manifestaba mucho talento y no menos inventiva y tacto, y, hablando con ella, me acordé más de una vez de la opinión expresada por Kaliáev en la primera ocasión que la vió: Esta muchacha es un verdadero tesoro.

Nos encontramos con ella en la calle y entramos en uno de los grandes restaurantes de la Morskaya. Después de hablarme de su vida y de sus planes, me preguntó tímidaménte cómo había sido organizado el atentado contra el Gran Duque Sergio. En pocas palabras le conté nuestra vida en Moscú y lo sucedido el 4 de febrero, sin citarle, sin embargo, el nombre de Kaliáev. Cuando terminé, sin levantar los ojos, me dijo:

- ¿Quién lo hizo?

No contesté.

- ¿El Poeta?

Asentí con un signo de cabeza.

Se reclinó en el respaldo del sillón y de repente, como Dora el 4 de febrero, estalló en sollozos. Conocía poco a Kaliáev y se encontró con él raras veces, pero esas breves entrevistas le dieron la posibilidad de apreciarle en lo que valía.

Leontieva poseía en gran medida aquella fuerza de voluntad concentrada en que era tan rica Briliant. Ambas eran del mismo tipo monjil, pero Dora Briliant era más triste y sombria; no conocía el goce del vivir, la muerte se le aparecía como una recompensa merecida y esperada durante mucho tiempo. Leontieva era más joven y alegre, más clara. Participaba en el terror con el mismo sentimiento que animaba a Sazónov, con la conciencia gozosa de que realizaba un sacrificio grande y elevado. Estoy persuadido de que si el destino hubiera sido otro, habría salido de ella una de esas raras mujeres cuyo nombre queda en la Historia como símbolo de la fuerza femenina activa.

Cuando me disponía a salir de Petersburgo me vi también por última vez con Schvéizer, que se mostró más taciturno que de costumbre y, como siempre, muy reservado. Me interrogó con todo detalle sobre el asunto de Moscú, deseando conocerlo minuciosamente y saber cuál era mi opinión. Dijo que la constante modificación del plan -hoy contra el zar, mañana contra Muraviev, pasado mañana contra Trepov o el Gran Duque Vladimir- tenía el convencimiento que constituía un obstáculo para el trabajo. Añadió que había decidido preparar únicamente un atentado contra el Gran Duque Vladimir, y mientras no lograra realizarlo no se marcharía de Petersburgo. Hablamos accidentalmente del 9 de enero y de Gapón. Schvéizer hablaba con entusiasmo de la firmeza de los obreros petersburgueses y, como Kaliáev, afirmaba su convicción en un florecimiento próximo e inevitable del terror en masa. La personalidad de Gapón le interesaba profundamente, confiando en que su nombre arrastraría a toda la Rusia trabajadora.

Subrayó varias veces la necesidad de establecer un sólido contacto con las masas, pero opinaba que la misión de la Organización de Combate consistía en pasar de los grandes duques al zar, y coronar la obra del terror central con el asesinato de este último. Al despedirse salió un poco de su habitual reserva y, besándome, me dijo:

- Dé un beso de mi parte a Valentín.

Schvéizer no tenía más de veinticinco años. No había podido aún poner de manifiesto todas las posibilidades que encerraba. Pero ya entonces resaltaban en su carácter dos rasgos muy pronunciados: un talento práctico, orientado directamente hacia el fin, y una voluntad de hierro. Trabajaba constantemente en su educación y prometía ocupar en el futuro un sitio particularmente importante en las filas terroristas. Saltaba a la vista su cariño por los conocimientos técnicos, la química, la mecánica, la electrotecnia. No sólo estaba al corriente de la literatura dedicada a las cuestiones sociales, sino que en las horas libres estudiaba ciencias preferidas.

En la táctica del partido concedía una importancia decisiva al terror, pero me parece que hubiera podido salir de él un organizador magnifico. Como Leóntieva, sucumbió demasiado pronto.
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