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CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA

Compilador: Florencio Barrera Fuentes

SESIÓN DEL 19 DE MAYO DE 1915

Presidencia del ciudadano Antonio Mesa salinas

(Crónica publicada por el periódico La Convención, en su edición del 20 de mayo de 1915)


En la sesión que ayer tarde celebró la Soberana Convención Revolucionaria, quedó aprobado que los extranjeros no podrán pertenecer al Ejército revolucionario, y para ello se tuvieron en consideración razones de patriotismo y de decoro. Siendo la lucha actual una pugna política, los individuos que no sean de nacionalidad mexicana, no pueden tomar parte en ella, y mucho menos con el carácter de soldados; pues si esto resulta inconveniente cuando se trata de guerras extranjeras, es más indecoroso en las circunstancias actuales. Sin embargo, deseando la Convención ser justa con individuos de nacionalidad extranjera que han prestado eminentes servicios a la Revolución, decidió que si esas personas desean continuar afiliadas al Ejército, deberán nacionalizarse mexicanos.

SE DA CUENTA CON VARIOS ASUNTOS

Después de las cuatro de la tarde, y bajo la presidencia del delegado Mesa Salinas, se abrió la sesión. La Secretaría dio cuenta con el acta de la anterior, que fue aprobada sin discusión.

NUEVO MINISTRO DE LA GUERRA

La Secretaría dio lectura a un oficio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en el cual comunica que con fecha de ayer (19), el ciudadano Encargado del Poder Ejecutivo. nombró Ministro de la Guerra, al general Francisco V. Pacheco. Lo cual se comunica a la Soberana Asamblea, para que ésta ratifique o rectifique dicho nombramiento.

EN FAVOR DEL PROLETARIADO

Luego se da lectura a una comunicación del Gobernador del Estado de México, coronel Baz, en la cual participa que cede la mitad de su sueldo como gobernador, para aliviar las necesidades de los habitantes de la ciudad de México, así como también que procurará por todos los medios a su alcance, que se cumplan los acuerdos de la Convención, con respecto al mismo asunto.

Se da lectura al dictamen que recayó a la proposición que fue presentada a la Asamblea hace algunos días, relativa a medidas que podían tomarse para evitar la escasez de artículos de primera necesidad. La Comisión no lo considera práctico y a su vez propone otros medios.

Consultada la Asamblea sobre el particular, el dictamen resultó desechado, por unanimidad.

LOS EXTRANJEROS EN EL EJERCITO

Sobre la admisión y permanencia de los extranjeros en las filas de la Revolución, la Comisión de Guerra propone, después de varias consideraciones de índole patriótica y de conveniencia política, el siguiente acuerdo, dividido en tres artículos:

I. Que se comunique a las autoridades militares la decisión de la Asamblea, de prohibir que se admitan extranjeros en las filas del Ejército convencionista.

II. En el caso de que hubiere extranjeros que hayan prestado eminentes servicios a la causa, sólo podrán continuar en las filas del Ejército, previa nacionalización.

III. Dígase a los jefes de Cuerpos que procedan desde luego a dar de baja a los extranjeros que militen en las fuerzas de su mando.

Después de ligeras aclaraciones, el anterior dictamen resultó aprobado en lo general, e inmediatamente después se pasa a discutir en lo particular el artículo primero.

El delegado Méndez habla en contra y hace notar que no hay concordancia entre el primero y el segundo artículos, puesto que el primero manda que no se admitan extranjeros en las filas, y el segundo previene que se nacionalicen.

Cervantes advierte que el primero ejercerá acción preventiva y el segundo ejecutiva.

El general Pasuengo, Sergio, está de acuerdo en que el Ejército de la República esté integrado únicamente por ciudadanos mexicanos, pues los extranjeros que ingresen a las filas no irán, seguramente, impulsados por sentimientos patrióticos, sino por deseos de lucro.

El delegado Pérez Taylor, también apoya el dictamen. Los Mina son raros en estos tiempos de mercantilismo. Dice que está seguro de que la mayor parte de los extranjeros que han ingresado a las filas revolucionarias, en cualquiera facción, lo han hecho, porque hallaron una manera de lucrar, no porque nada les importen nuestras desgracias. Además, es altamente inmoral que intervengan extranjeros cuando luchan hermanos contra hermanos. Expresa su presunción de que también de las filas carrancistas han de haber desaparecido los extranjeros. (Aplauden las galerías)

Considerando el punto suficientemente discutido, se pone a votación, y resulta aprobado por unanimidad.

Se pasa a discutir el artículo II, que habla de la nacionalización de quienes hayan prestado eminentes servicios a la Revolución y deseen continuar sirviendo en el Ejército.

Méndez no está conforme con tal idea y propone como más conveniente que se diga que cesen inmediatamente de prestar sus servicios, los que ingresaron a filas después de la caída del usurpador, o que se fije una fecha anterior, por ejemplo: el primero de enero de 1914. Expresa sus temores de que muchos extranjeros, en su mayoría españoles, que sólo ingresaron al movimiento con miras de lucro, no tendrán inconveniente en nacionalizarse si ven que por ese medio pueden continuar medrando. Refiere casos concretos de individuos que días antes de la salida de la Convención para Cuernavaca, trabajaban como abarroteros, y ahora ya andan luciendo estrellas, y confiesan ellos mismos que su idea es la del negocio, aprovechando la posición militar que han alcanzado, debido a los favores de compatriotas suyos que anteriormente se habían colado en el Ejército. Insiste en que mejor que la nacionalización, será la exigencia de antigüedad, que, cuando menos, implica valor y cierta simpatía a la causa, puesto que a ella ingresaron cuando era muy peligroso ser revolucionario.

El delegado Casta habló en pro del artículo y lo consideró perfectamente razonable.

El delegado Valle hizo notar que no porque un extranjero se nacionalice, va a identificarse con el espíritu del pueblo mexicano, ni con la Revolución.

Refiere muchos abusos cometidos por los españoles, especialmente, que vistiendo el uniforme, han encontrado la manera de seguir extorsionando al pueblo, su antigua víctima.

El delegado Cervantes, miembro de la Comisión Dictaminadora, está de acuerdo en lo que ha dicho el delegado Valle, y estima que ni la nacionalización, ni la larga permanencia en el Ejército, borra de los extranjeros el espíritu de filibusterismo, pues siguen siendo filibusteros; pero también cree que la preventiva de nacionalización será una manera de restringir el número de extranjeros que ingresaron a las filas y en ellas han prestado eminentes servicios. Hace notar que sólo en este caso, de eminentes servicios, se les concederá permanecer en el Ejército, previa nacionalización.

Méndez vuelve a hablar e insiste en sus argumentos anteriores. Estima que el artículo no evita el peligro, pues está seguro de que, inmediatamente, ocurrirán a la Secretaría de Guerra muchos extranjeros, pidiendo naturalizarse mexicanos. Además, siendo muchos los extranjeros en filas, el estudio de cada caso sería dilatado y, entre tanto, esos individuos que ingresaron a última hora, seguirán percibiendo haberes que más merecen otros mexicanos, que, por humildes, han quedado postergados.

Cervantes hace nuevas aclaraciones sobre la interpretación que Méndez ha dado al artículo, y éste se pone a discusión, siendo aprobado por mayoría.

El artículo III fue aprobado por unanimidad y sin discusión.

LAS PROPIEDADES DE LOS DISIDENTES

El delegado Alejandro Aceves, encargado de la Oficina de Confiscaciones, presenta una moción en la que pide que la Asamblea defina si son confiscables o no los bienes de los revolucionarios carrancistas.

Luego que se escucha la lectura de dicha pregunta, surgen muchas voces en las curules: ¡no, no! (Aplausos)

Aceves informa que diariamente recibe gran cantidad de denuncias de bienes de carrancistas, tantas que forman el sesenta por ciento del total de las denuncias sobre bienes confiscables. Esto hace suponer que son los mismos reaccionarios los que están empeñados en seguir provocando escisiones entre los revolucionarios; (voces: es claro), pero yo, continúa Aceves, he respetado esas propiedades hasta conocer la decisión de esta Asamblea. (Voces: bien hecho)

Por eso quiero saber: ¿vamos también a confiscar las propiedades de nuestros hermanos? (Voces: ¡no, no! Aplausos)

El delegado Casta hace notar que se deben recoger los objetos que indebidamente sustrajeron los carrancistas de varias casas, para su provecho personal, pues esos objetos pertenecen a la Nación. (Aplausos en las galerías)

Pero las casas y demás propiedades adquiridas con fecha anterior a los saqueos, deben respetarse. (Aplausos)

Hablan otros ciudadanos delegados sobre el mismo asunto, y, finalmente, se hace saber al ciudadano Aceves que los bienes de que habla no son confiscables.

Con esta aclaración, Aceves retira su moción.

Comienza a discutirse la reforma de los artículos 6° y 7° del Comité de Salud Pública, cuando a las puertas de la Cámara se escucha la voz del pueblo, que va a pedir pan. De este asunto informamos en otro lugar.

El pueblo, el eterno aherrojado por los despotismos de las dictaduras, al que nunca se escuchaba, al que se le disolvía a punta de bayoneta cuando pretendía hacerse oír, y al que siempre se le utilizaba como carne de cañón, llegó ayer hasta los escaños del recinto donde deliberan los delegados de la Soberana Convención Revolucionaria, y fue recibido con los brazos abiertos, con efusión fraternal, con la cabeza descubierta, como dijera en un arranque lírico el líder socialista Díaz Soto y Gama.

El pueblo, que, por las circunstancias de la guerra y por la avaricia de los acaparadores, ha sentido en estos últimos días el aguijón del hambre, no vaciló en acudir a la Asamblea Revolucionaria, porque sabe que allí tiene hermanos y no encubiertos explotadores, disfrazados con la careta hipócrita del mentor y protector.

Rumor de oleaje tempestuoso se escuchó en la Asamblea, cuando una multitud de mujeres, ancianas las más, niños y adolescentes, llegaron a las puertas del edificio de la Cámara de Diputados pidiendo entrar.

Los fuertes rumores interrumpieron la discusión de los asuntos que se trataban en la Asamblea, y cuando los delegados se dieron cuenta de lo que ocurría se escucharon muchas voces que decían: Que entren, que entren; déjenlos pasar.

Y la multitud se precipitó hacia dentro, invadiendo los escaños. Los delegados se pusieron de pie y con un aplauso que fue secundado por las galerías, se dio la bienvenida a los menesterosos que sufren hambre.

Una anciana fue la primera en hablar. Dijo que tenían hambre y que iban a pedir que se les proporcionara la manera de adquirir maíz y frijol. Multitud de voces se escucharon, formando confuso rumor en que nada claro se percibía, hasta que después de algunos minutos, la campanilla de la Presidencia logró restablecer relativo silencio, y el señor presidente Mesa Salinas invitó al representante de esa manifestación que pasara a la tribuna a exponer los motivos que allí los llevaban.

El general Montaño había comenzado a hablar desde su asiento, pero fue imposible escuchar lo que dijo. Se le invitó a pasar a la tribuna, y entonces pudo hacerse oír.

Dio la bienvenida al pueblo, le ofreció que la Convención remediaría su situación. Había que darle pan a toda costa, y que para ese efecto se tomaría de donde lo hubiera. (Aplausos en curules y galerías)

Las mujeres de rostro macilento y los niños raquiticos y enfermizos, agitaron también sus manos y dieron vivas a la libertad, a los delegados ...

Luego el delegado Tulio Espinosa, dio lectura a una proposición firmada por él y por los delegados Castro y Zamora, y que se refiere a que se nombre una Comisión de delegados para que investiguen dónde existen cantidades almacenadas de artículos de primera necesidad, que se le faculte para decomisarlas, haciendo uso de la fuerza, si es necesario, y que tal disposición se ponga en conocimiento de los Consulados extranjeros, suplicándoles muy atentamente que recomienden a sus nacionales acaparadores, que pongan desde luego sus mercancías a la venta pública, y a precios equitativos.

La proposición se aprueba en lo general, con aplauso, y en medio de calurosa ovación de arriba y de abajo.

El delegado Aceves se hace oír y dice que mientras esas investigaciones se hacen y las mercancías se decomisan, ¿qué van a hacer con las señoras que han ido a pedir maíz, qué les van a dar?

El delegado Pérez Taylor dice, con voz fuerte: ¡Nuestra decena! (Aplausos estruendosos)

El delegado Castellanos dice que su cuota está lista para darla a los menesterosos; pero pide que no haya festinación, que se obre con calma ... gritos, siseos, increpaciones, murmullos y palmoteos, impiden hablar al orador ... (La voz de Pérez Taylor: ¡El hambre no espera!)

La voz del delegado Ortiz: Debemos ayudar al pueblo, ya que el Ejecutivo no ha querido ... (Una voz: ¡miente!) ... no ha querido cumplir (Peña Briseño: ¡Eso que dice usted es una infamia!) ...

El Ejecutivo ... (Peña Briseño: ¡Es una infamia! ¡Es una infamia!)

Castellanos va a la tribuna y puede hablar. Indica que deben reflexionarse los medios que se van a emplear, para que sus resultados sean eficaces, como se quiere, que no habla así porque no quiera dar su cuota, pues ésta está a disposición de la Mesa; pero que este asunto ha querido convertirse en arma política contra el Ejecutivo, y eso es una infamia. (Las galerías aplauden estrepitosamente. Otras voces: no, no, no)

Si el delegado Ortiz es tan amigo del pueblo, que me diga ¿ qué ha hecho? ¿por qué culpa al Ejecutivo de no haber traído los víveres?, ¿por qué Ortiz no fue a traerlos, ya que tanto ama al pueblo? Que me diga qué ha hecho por él.

Las mujeres que se hallan cercanas a Ortiz comienzan a dirigirle frases de enojo, que lo desconciertan, porque los rumores no le permiten hablar ... (Las galerías siguen aplaudiendo estrepitosamente y se escuchan también bravos)

NI ATAQUES NI DEFENSAS, FUERA PASIONCILLAS

Aborda la tribuna el licenciado Díaz Soto y Gama. Se extraña de las palabras del delegado Castellanos. Dice que ni ataques al Ejecutivo, ni defensas a nadie, ni pasioncillas (aplausos abajo. Siseos arriba) ... deben constituir el alma de ese momento solemne en que el pueblo, el verdadero pueblo, ante el cual deben descubrirse las galerías reaccionarias y los delegados también, acude a pedir pan, porque tiene hambre. Porque éste es el pueblo, no los reaccionarios que van a aplaudir o sisear por paga. (Aplausos y siseos)

Sigue hablando con entusiasmo, con pasión. pidiendo que se ayude al pueblo, que se le dé de comer, y que para ello se recurra a todas las medidas, que él sabe de abarroteros que han dicho que no venderán sus mercancías hasta dentro de tres o cuatro meses, es decir: ¡cuando cada grano de frijol valga tanto como una pepita de oro! (Aplausos estruendosos)

El orador es interrumpido por voces que dicen: Nuestras cuotas. Que se pase lista.

Peña Briseño anuncia que dará toda su decena, porque aunque acaba de sufrir contratiempos que le significan gastos, tiene otros medios honrados de vida. Se escuchan aplausos calurosos)

Chargoy pide que no sólo se dé la decena, sino también la mitad de lo que se hayan incautado los revolucionarios. (Aplausos en las galerías)

Por varios minutos persiste el desorden, hasta que puede restablecerlo la Presidencia.

Se fija una cuota de cincuenta pesos por persona.

La Secretaría, a cargo del delegado Casta, por orden alfabético de la lista, recoge los donativos de los ciudadanos delegados presentes; el primero en inscribirse es el ciudadano Aceves, con cincuenta pesos, y con igual cantidad los delegados Arellano, Arroyo, y la mayoria.

El ciudadano Peña Briseño sube a la tribuna y expresa que contribuye con su decena de delegado, $250.00.

El delegado Pérez Taylor contribuye con $200.00, y ofrece sus servicios para pasar a las galerías a colectar fondos, servicios que son aceptados.

El general Serratos envía $360.00, y el general Valle da un vale de $500; los empleados de la Soberana Convención Revolucionaria cooperan con $200, y el personal del periódico La Convención, se inscribe con cien pesos.

Un obrero asistente a las galerías grita que él no es reaccionario, y arroja un billete de cinco pesos; interrogado por la Secretaría para que diga su nombre, a fin de inscribirle en la lista, dice que se llama Arnulfo Rosales.

Un extranjero llega a la tribuna y entrega dos pesos, y al preguntársele con qué nombre se le inscribe, dice: con el de un anarquista. El público estalla en prolongados aplausos y el delegado Castro hace uso de la palabra para manifestar que le causa tristeza que los delegados que más abusan de la palabra pueblo, se hayan ausentado en esos momentos del salón, y pide que aparte de la multa que les corresponde por esa falta, se les inscriba con cincuenta pesos.

Después se dirige a las galerías, llamándolas reaccionarias, y se produce un formidable desorden, que difícilmente logra reprimir la Presidencia.

El delegado Castro sigue haciendo uso de la palabra, después de que se restablece el orden, y como las galerías dieran muestras de desagrado, la Presidencia le indica que si prosigue en el uso de la palabra, suspenderá la sesión. Castro se indigna, y, debido a la mediación del general Matías Pasuengo, el ciudadano Castro cesa de hablar.

El delegado Pérez Taylor dirige al pueblo la palabra, en medio de grandes aplausos, impidiendo escuchar las frases del orador, el murmullo del pueblo.

La Secretaría da cuenta con una moción, en la que pide que se inscriba con cincuenta pesos a los delegados ausentes, no conociéndose el resultado, debido a que el pueblo que está dentro de la sala, grita: tenemos hambre, queremos maíz, maíz ...

El delegado Ledesma pide que el dinero recogido se reparta inmediatamente entre el pueblo, varios delegados se oponen a ello, y se escuchan varias voces que dicen: ¡No queremos dinero, queremos maíz! ¡Maíz, maíz!

El delegado Méndez explica al pueblo que con el dinero reunido se va a comprar maíz, que se repartirá en el Cuartel General del Sur, antiguo Hotel Sanz, situado en la Avenida de los Hombres Ilustres, que a cada uno de los presentes que han ocurrido a la Convención en demanda de maíz, se le va a dar un boleto, para que recoja diez cuartillos de ese cereal. También manifiesta al pueblo que se van a establecer expendios en toda la ciudad, para vender a precios bajos tan indispensable cereal. El delegado Méndez es muy aplaudido.

El ciudadano Chargoy se dirige al pueblo en términos patrióticos, manifestándole que la Revolución no verá con indiferencia sus sufrimientos.

Un delegado, en nombre del periódico Vésper, contribuye con cien pesos.

Se concede la palabra a un obrero de apellido Cortés, quien dice que aprovecha la oportunidad que le presta el pueblo humilde, al que pertenece, para hablar en nombre de él, en la Asamblea. El ideal de la caridad, dice el obrero, no reconoce nacionalidad, y creo que bien puede organizarse una manifestación en que tomen parte los extranjeros, que llevarán un lazo verde, los niños un lazo blanco, y los delegados un lazo rojo, para recorrer las calles y arbitrarse recursos para combatir el hambre.

El obrero continúa su discurso refiriéndose al hermoso ejemplo que da la Revolución, al permitir que lleguen hasta ese recinto los desvalidos, y es interrumpido por unas mujeres que han tomado asiento en las curules, y que, indignadas, se levantan de su asiento y dicen: ¡Hambre tiene el pueblo, menos palabras, y al grano; no hay que perder el tiempo!

Nuevamente se produce una gran confusión, y desde los escaños del parlamento hace uso de la palabra un extranjero de exaltadas ideas socialistas, y dice:

Pueblo: en el torbellino revolucionario debemos ver con beneplácito el bello gesto que la Soberana Convención ha tenido, dándoos pan, pero no debemos aletargarnos, sino laborar ardientemente al lado del gobierno, que rige los destinos del país. Yo soy extranjero, y como extranjero digo que en todas partes del mundo las revoluciones son iguales; esas revoluciones no deben ser únicamente políticas, para cambiar de gobernantes, como aquí ha sucedido, de Porfirio Díaz a Francisco I. Madero; de éste a Victoriano Huerta, sino que deben ser sociales y que tiendan a mejorar la triste condición del pueblo. Hay en México grandes almacenes que están llenos de semillas, compradas con el sudor del trabajador y resguardadas con el candado de la ambición del burgués. Pueblo: Si por medio de tu trabajo no logras tener lo que necesitas, pide; y si no te dan, agarra.

Fue estrepitosamente aplaudido, y la Presidencia levantó la sesión a las ocho y treinta minutos de la noche.

La cantidad colectada fue de seis mil ciento sesenta y un pesos, cincuenta centavos.

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