Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesSegunda parte de la sesión del 23 de marzo de 1915 Segunda parte de la sesión del 24 de marzo de 1915Biblioteca Virtual Antorcha

CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA

Compilador: Florencio Barrera Fuentes

SESIÓN DEL 24 DE MARZO DE 1915

Presidencia del ciudadano Matías Pasuengo
Primera parte

(La primera parte de esta sesión se ha integrado con la crónica publicada por el periódico La Convención, en su edición del 25 de marzo de 1915; se concluye con el resto de los debates publicados por el propio periódico en su edición del 28 de junio de 1915)


En la sesión de ayer, la Soberana Convención Revolucionaria continuó el estudio del sindicalismo, que desde hace dos días viene ocupando la atención de la Asamblea. Durante dos horas y media los señores delegados se dedicaron a estudiar asunto tan interesante, discutiendo si el Gobierno debe o no reconocer personalidad a los sindicatos.

La discusión resultó interesante; pero no se llegó a ningún acuerdo, en vista de que hubo de suspenderse el debate para que el enviado del general González Garza informara de asuntos militares. Este informe, lo publicamos en otro lugar de este número.

A las cuatro y cuarenta y cinco minutos de la tarde se abrió la sesión, ocupando la Presidencia, el general Matías Pasuengo.

Se leyó y aprobó sin debate el acta de la sesión celebrada anteayer.

La Secretaría, a cargo del ciudadano Zepeda, dio cuenta con la falta de asistencia de los ciudadanos delegados a la sesión del día 23 de los corrientes.

La misma Secretaría anunció que seguía la discusión del artículo trece, hoy catorce del Proyecto de Programa de Reformas Político-Sociales de la Revolución, que dice:

Reconocer amplia personalidad ante la Ley a los sindicatos y sociedades de obreros, dependientes o empleados, para que el Gobierno, los empresarios y los capitalistas tengan que tratar con fuertes y bien organizadas uniones de trabajadores y no con el operario aislado e indefenso.

Al leerse la lista de oradores inscritos para el pro y el contra, surgió un incidente de trámite, que reclamaban los delegados Méndez, Treviño y Pérez Taylor, resolviéndolo la Mesa, concediendo la palabra al ciudadano Treviño, que la había solicitado desde la víspera, al suspenderse la discusión del mismo artículo a debate.

EL DELEGADO CARLOS TREVIÑO

Emocionado sube a la tribuna el ciudadano Treviño, y manifiesta que antes de entrar en materia, va a hacer su auto de fe. Se revela enemigo del sindicalismo y ferviente sostenedor del unionismo y colectivismo. Describe su vida de ferrocarrilero, señalando la gran unión del gremio. En seguida, al atacar el punto a debate, dice que pensar en el sindicalismo es cabalgar en un rocinante y enfrentarse con los molinos de viento.

Analiza a varios autores socialistas, que escriben bello, infiltrando teorías disolventes a las masas. Hay que dar al pueblo -continúa el orador-; pan social, pan político, pan educativo, pero no manjares que lo indigesten, ni sindicalismos que son armas de dos filos. Reconozcamos el mutualismo y fijémonos en esa Alianza de Ferrocarrileros que hace dos años tiene personalidad jurídica.

Concluye suplicando a la Comisión de Programa, reforme el artículo a discusión en el sentido de que el Gobierno conceda personalidad política a las sociedades mutualistas y uniones de obreros, en vez de a los sindicatos.

Al bajar de la tribuna, el ciudadano Treviño fue muy aplaudido.

EN DEFENSA DEL SINDICALISMO

El delegado Méndez, en pro del artículo a discusión, intenta hablar para defender el sindicalismo; pero la Mesa concede la palabra al ciudadano Pérez Taylor, que habla en contra, manifestando que no va a atacar el fondo del artículo a debate.

El orador dice, que, leyendo una revista francesa, de uno de los grandes paladines del anarquismo, que no es prosa rimada y sí una literatura difícil, que no se puede rumiar, ha comprendido la importancia de los sindicatos que proclaman la lucha contra el capital y contra todo Gobierno, contra las instituciones y contra los intereses creados, usando como arma de defensa el boicotaje, la huelga general, el sabotaje y la etiqueta, describiendo el significado de las armas de defensa del sindicalismo.

Al hablar del anarquismo, dice que hace 80 años que empieza a desarrollarse. Hace historia de la Casa del Obrero Mundial y de la creación del sindicalismo dentro de ella, explicando los medios de que se valieron él, Soto y Gama y Méndez, para no ser perseguidos por Huerta en la propaganda sindicalista; y termina diciendo que es ridículo, tonto, baboso que los delegados que se dicen sindicalistas, apoyen el reconocimiento del Gobierno a los sindicatos que son antípodas a toda clase de Gobierno. Los sindicalistas de Europa y de la Argentina se reirán de nosotros, al saber que habíamos conseguido el apoyo del Gobierno al sindicalismo. (Aplausós)

EL DELEGADO MENDEZ

En medio de una gran ovación, iniciada por la delegación del Sur, sube a la tribuna el ciudadano Méndez, para defender el artículo a debate.

El C. Méndez
(Aplausos) Señores delegados:

No comenzaré como lo hiciera ayer el compañero Pérez Taylor, lamentándome por un incidente que, en la lucha de los trabajadores, ha sido para él de grandísimo desconsuelo, pero que para mí no tiene muy grande razón, porque tengo la seguridad de que más bien que un fracaso, el caso sucedido en la Casa del Obrero será una experiencia más para los obreros y quizá ellos mismos sirvan de propaganda en las filas de la Revolución, entre las que se encuentran.

No me referí a eso porque, repito, lo considero de poca importancia; lejos de lamentarme en esta ocasión, tengo que felicitarme por la especialísima circunstancia de que un hijo de la gleba, como soy yo, un hijo del taller, como soy yo, tenga la oportunidad de contestar a un hijo del glorioso Colegio Militar, a un hijo de las clases aristócratas ...

El C. Cervantes
¡Mentira!

El C. Méndez
... que, aunque en lo personal sea pobre, tengo la seguridad de que fue arrullado en cunas muy muelles.

El C. Cervantes
¡Eso es mentira!

El C. Méndez
Dispense el señor Cervantes, pero me han informado que el señor Cervantes es una persona emparentada con una de las familias más aristocráticas y linajudas de la administración pasada.

El C. Treviño
Pido la palabra para una moción de orden.

Creo que no venimos a discutir personalidades; que el señor Méndez argumente sobre lo que estamos discutiendo, que es lo que nos interesa conocer; pero no sobre si el señor Cervantes nació en un petate o en edredones. (Aplausos)

El C. Méndez
(Continuando):

No me disgustan en lo más mínimo los aplausos con que han sido acogidas las palabras del compañero Treviño, porque sé me encuentro en un medio cuasi hostil, y tan sólo me parece oportuno recordar al compañero Treviño que el señor Cervantes, ayer cuando se refería al compañero Pérez Taylor, comenzó diciendo: acaba de hablar el poeta de los ojos azules y cabello de oro, y entonces no se dijo que no estaba a discusión el color de los ojos del compañero Pérez Taylor. (Aplausos)

Hecha esta aclaración, continuaré diciendo por lo que un miembro de esta Asamblea o de las galerías dijo, que quizá pueda yo argumentar algo, cuando me. siento orgulloso de contestar a un' hijo del glorioso Colegio Militar, a un hombre con toda la cultura que la moderna educación trae y con todas las prerrogativas y facilidades para haber adquirido una superior educación en los centros de Europa, en donde por algunos meses estuvo. Este hijo de la gleba, como digo, tendrá la oportunidad, tendrá el orgullo, en estos momentos, de contestarle.

Sé que algunos señores van a decir que las revoluciones tienen esta cualidad: la de levantar a las basuras; no rechazo el epíteto y me glorío y me siento orgulloso de que esta basura hable y conteste en este lugar, que para él vale mucho y que para mí no vale más, ni es más alto que la tribuna roja de la Casa del Obrero. (Aplausos)

El C. Cervantes
Es claque.

El C. Méndez
El señor Cervantes, al referirse ayer a la cuestión sindicalista, reveló algún conocimiento del sindicalismo, pero demostró también un desconocimiento muy grande de la cuestión social y un desconocimiento grande también, de las doctrinas socialistas, pues confundió lamentablemente y cree que es antagónico, cuando, en realidad, no hay ningún antagonismo entre la palabra socialismo y sindicalismo o entre las ideas que una y otra cosa encierran.

El socialismo es, como su nombre y su etimología lo indican, una doctrina social que tiende a substituir el actual sistema capitalista, en el que un hombre puede ser dueño de todo el mundo y todo el mundo puede no tener ni un petate, por otro sistema social en el cual todos tengan lo necesario y ninguno lo superfluo.

Ese sistema social que a muchos les parece absurdo y utópico, es correctamente lógico, es perfectamente necesario. No expondré todas las razones que tengo para demostrarlo, y que para otra ocasión me reservo; pero voy a manifestar las que a mi juicio son más que suficientes para orientar el criterio de la Asamblea, y que no puede menos que transformarse en una sociedad socialista, como la misma fuerza de las cosas lo indican y como dentro de la misma sociedad actual se sienten y se preven los gérmenes de esa futura organización social.

El sindicalismo, señores, no es más que un medio de realizar aquel ideal, es un medio de lucha de los trabajadores, que han agotado ya ,todos los demás, como el médio mutualista, que al compañero Treviño le encanta, pero que es perfectamente inconveniente e inútil en los tiempos modernos; quizá hace un siglo serviría de algo. En los tiempos modernos todo es lucha intensa; el sindicalismo se desarrolla de una manera poderosa en esta época en que es tan grande el acaparamiento de la riqueza pública; el trabajador aislado reclama como una imperiosa necesidad, el sindicalismo, para combatir duramente, y como lo ha dicho el señor Pérez Taylor, y en este punto estoy perfectamente de acuerdo con él, puesto que son las mismas teorías que he sostenido siempre y las cuales se aplicarán tarde o temprano.

Esa lucha directa que constituye el sindicalismo, es una lucha completamente necesaria, y los sistemas como el sabotaje y el boicotaje, que emplean ese medio de luchar, tienen los medios a propósito, porque desgraciadamente las promesas en el cielo antes, y las promesas de los políticos después, son cosas que no se han podido realizar y en las cuales no piensan los trabajadores; por tanto, es natural que se adhieran a un movimiento directo y que no se pongan en manos de nadie, ni a nadie confíen sus aspiraciones, sino que se ocupen de realizarlas inmediatamente y por sí mismos.

Los trabajadores todos, al lanzarse al sabotaje y al boicotaje, no hacen más que usar el derecho de defensa del débil contra el fuerte; la defensa que haría la oveja en contra del tigre que está provisto de fuertes garras. Los obreros, trabajadores, pues, repito, no cometen ningún desmán, como decía el compañero Cervantes, cuando se lanzan al sabotaje; es la natural defensa que oponen un grupo siempre escarnecido y siempre vilipendiado, en contra de otro grupo menos numeroso pero mucho más fuerte, porque siente el apoyo de las armas de los inconscientes que van siempre a poner sus servicios en manos de los poderosos, para oprimir a sus compañeros.

El sabotaje no es ningún crimen, ni el boicotaje tampoco. La Revolución es el sabotaje llevado a su más suprema expresión, en manos de los campesinos del país, que no tienen ningún otro remedio que ir al sabotaje y que tender a la Revolución, que es el sabotaje más formidable que se hecho ahora con esta Revolución que empezó desde 1910. (Voces: ¡Bravo! y aplausos)

El C. Cervantes
Es pura claque.

El C. Méndez
Se me ocurren todavía una docena de los argumentos que esgrimió el señor Cervantes, y voy a decirlos uno a uno procurando no ser muy extenso, para no fastidiar a este auditorio y a estas galerías que por primera vez en su vida oyen algo de sindicalismo, que pueden creerse locura, pero que en un muy poco tiempo se verá convertido en realidad; porque los trabajadores estamos dispuestos a implantarlo en México a toda costa.

En la lamentable equivocación que sufrió el señor Cervantes, decía que el sindicalismo era el envilecimiento y que creíamos que debía implantarse a golpes. Yo declaro, aunque no soy filósofo, que la igualdad absoluta no puede existir y que se refiere a una igualdad mucho menos relativa de la que es actualmente (a la tan cacareada), que desde hace un siglo o poco más viene consignada e impresa en todos los Códigos que se precian de liberales. La igualdad sólo consiste en los derechos políticos, y cuando se ejercitan poco, de nada sirven, son completamente nulos ante la realidad de los hechos, ante la desigualdad de las fortunas, o bien de las situaciones económicas. También algunos señores muy amantes del orden, dicen que tratamos de implantar a golpes tal sistema; y yo declaro sinceramente, que no quisiera llegar a la violencia, sino me agradaría mucho que nos acostáramos una noche muy tranquilamente y que a la mañana siguiente los señores capitalistas y los señores acaparadores declararan que, en vista de los argumentos esgrimidos en la tribuna y en la prensa, teníamos razón y que entregaban. la riqueza adquirida, en nuestras manos. Eso indudablemente sería muy bello, pero la naturaleza humana es fatalmente egoísta y tememos que va a ser necesario una Revolución algo más formidable de la que hemos pasado, para arrebatar, no ya unos cuantos pedazos más de tierra a sus poseedores, sino algo más que los pedazos de tierra; la maquinaria, los medios de transporte, los instrumentos de trabajo y todo lo que en verdad constituye la riqueza pública y, más que otra cosa, lo que constituye el capital.

A propósito del capital, se cree equivocadamente que los socialistas somos enemigos de él; para esto debemos entendernos. ¿Qué se entiende por capital? Si por capital se entiende los discos de oro y de plata o los papeles de Banco y los papeles que lanzan los revolucionarios o los generales en cualquiera época, somos enemigos de ese capital, porque sería inútil por sí mismo. En un estado de civilización más adelantado, cuando todo el mundo fuera un poco menos imbécil de lo que es actualmente, nos rebelamos contra los discos de plata y contra esos papeles de Banco, porque nosotros por capital entendemos, en primer lugar, la tierra, de la que nadie puede ser dueño, pero de la que todos debemos serlo, lo mismo que del subsuelo, así como de las máquinas, de los medios de transporte y de los instrumentos de trabajo, por una razón sencillísima: todo eso es obra de los trabajadores, son producto de la iñteligencia de los trabajadores; ¿y cómo va a ser justo y lógico que vaya eso a parar a manos de los que no han puesto ninguna parte de su inteligencia ni de sus esfuerzos en la producción de aquellas riquezas? Eso es un absurdo que salta claramente a la vista; yo estoy seguro, y con argumentos puedo demostrar que es completamente inexacto, que el sindicalismo sea enemigo del capital.

Yo declaro que ha sido fatal la implantación del capitalismo, que ha llegado a su forma actual, después de muchas evoluciones; pero como quiera que sea, el progreso es un hecho, las evoluciones de la humanidad se dirigen en un sentido contrario al que se han dirigido hasta ahora. El esfuerzo natural del pueblo tiende constantemente a su mayor poder; la aristocracia natural, la aristocracia vital, que tiene su origen en el músculo y probablemente antes de la edad de piedra, ha pasado, por fin, a la Historia, a esa aristocracia ha sucedido una fracción del pueblo, a la que se ha denominado burguesía, una parte del pueblo que ha tenido más inteligencia, nada más, y que ha podido adueñarse de los negocios públicos, del Gobierno y del Estado, en condiciones de dominar y de explotar a la humanidad; pero esa burguesía que apenas cuenta un siglo de vida, ha llegado al pináculo de su poder, al pináculo de su grandeza y se precipita en la decadencia.

Yo contemplé y contemplaba antes, más que ahora, hace algunos años, cuando paseaba y veía cómo desfilaba por nuestras calles céntricas toda esa cáfila de burguesillos que discurrían por nuestras avenidas, me daba cuenta de su deformidad, y yo, que no me siento superior a nadie, pero que tampoco me quisiera declarar inferior a ninguno, veía con inmenso desprecio a todos aquellos hombres que creo que no sirven para nada, como no sea para estorbo, como no sea para aumentar la miseria moral de la humanidad; y entre esos hombres degenerados, de los cuales a algunos, afortunadamente pocos, tuve que tratar, entre los que no pude encontrar a ninguno verdaderamente inteligente, lo que me llenaba de esperanzas, porque comprendía que esa clase estaba por desaparecer, y ahora, con el ciclón formidable de la Revolución, esa, por lo menos esa parte de la burguesía va a desaparecer en gran parte, y en su lugar quedará la burguesía surgida del seno de la Revolución, pero que no va a ser tan mala como hasta aquí, porque los trabajadores más conscientes trataremos de impedirlo.

Decía, pues, que la burguesía, en tan poco tiempo tiene que ceder su paso a la grande fuerza del pueblo, no a la dictadura de abajo, como se teme, aunque si llegara a suceder una dictadura del pueblo o la preponderancia de la dictadura de los más sobre los menos, probablemente seria un paso más el que se daba.

Se acusa a los trabajadores, principalmente a los que nos llamamos socialistas, de que pretendemos el reparto de toda la riqueza, y no hay tal; nosotros no queremos el reparto, como se ha llegado a creer, ni el despojo de los bienes personales; tampoco queremos que el Gobierno lo reparta todo, porque sería pedirle peras al olmo. Los Gobiernos pueden acapararlo todo, pero casi nunca reparten nada; somos nosotros mismos, los trabajadores, los que, convencidos de que la riqueza es producto si no del trabajo de los trabajadores actuales, sí de los trabajadores pasados, creemos es una herencia que justamente corresponde a la humanidad toda y que es una injusticia pertenezca a unos cuantos. No queremos destruir a las personas de los capitalistas, pero sí al capitalismo; pero si esas personas, esos capitalistas, se oponen, tendrán que ser fatalmente arrollados, como lo han sido muchos que a la Revolución se han opuesto. Es una ingenuidad de espíritu querer negar a la fuerza de los acontecimientos; vivimos en un siglo que mira ansiosamente hacia el socialismo que tiende hacia esta solución, y llegaremos a él, aunque para llegar tengamos que pasar por otros pasos.

El señor Cervantes nos leía ayer una anécdota, creo que de un industrial francés que regalaba la fábrica, a lo cual los obreros se rehusaron; y parece que señalaba esto como un signo de imbecilidad, siendo que es una significación de dignidad, porque los trabajadores no somos limosneros ni tampoco rateros; pero si fuese preciso optar entre bandolero y limosnero, yo optaría por lo primero, es decir, por ser ladrón.

Los trabajadores nos preciamos de ser hombres dignos y rechazamos cualquiera dádiva, y cuando se dice aquí que se viene a suplicar al Gobierno que nos reconozca, se equivoca lamentablemente el señor Pérez Taylor, porque los trabajadores no vienen a suplicar nada ni mucho menos; los trabajadores de conciencia, que sean dignos, dirán que ellos piden el reconocimiento de la personalidad de los sindicatos y, si se quiere, obligar en parte a los mismos Poderes de la Nación (se trata de hombres dignos y no de paniaguados, como han sido otros), y me refiero a los empleados públicos, que hasta ahora no han tenido la entereza suficiente para oponerse a los caprichos de sus jefes respectivos y se han doblegado mansamente a todas las exigencias. Es preciso reconocer que los trabajadores, aunque no lo sean manuales, contribuyen a la riqueza pública; son trabajadores que, al fin y al cabo en alguna cosa se habían de ganar la vida. Es necesario que el Gobierno, en tesis general, reconozca, no conceda, pues yo me opongo a la palabra conceder, porque es denigrante; con la palabra reconocer pido un derecho y no un favor. Con eso que se dice por ahí de conceder a los obreros, parece que se trata de hacer un favor o una gracia a los obreros, que no han pedido. Se decía que los empleados públicos, por medio de un reconocimiento tal, estarían en la posibilidad de hacer valer sus derechos (pues de esto es de lo que se trata), y yo vería con mucho gusto que los empleados, por ejemplo, de Correos, se lanzaran como todos los de cualquiera fábrica, zapatería o hacienda, a una huelga, cuando los jefes hostilizaran a sus compañeros o a la colectividad.

Por eso insistimos el compañero Díaz Soto y Gama y yo, en afirmar que nosotros somos enemigos de las leyes, porque sabemos que las leyes se han inventado hasta ahora para oprimir a los trabajadores. Creemos que esta es una circunstancia excepcional, y en esa virtud me he permitido hacer las anteriores observaciones, porque si éste fuera un Parlamento constituido, no me atrevería a hablar de eso, y puede que hasta vergüenza me diera ocupar este lugar, pero ahora que las circunstancias son excepcionales, en que no son los hombres de la curia los que están haciendo las leyes, sino los hombres de corazón, muchos o casi todos trabajadores, muy pocos profesionales, creo que es muy justo que se apruebe un artículo como el que está discutiéndose, porque puede traer algunas ventajas para los trabajadores, evitándose algunas dificultades al Gobierno de mañana, que tal vez darían base a todos los opositores a que reconozcan o crean con fundamento que el sindicalismo es un peligro para ellos, como indudablemente lo es, y mañana se sucederán las dificultades entre los trabajadores y el Gobierno mismo.

Entre las dificultades capitales. del sindicalismo, nos señalaba ayer el señor Cervantes las dificultades que los industriales tienen para manejar sus negocios, es decir, las dificultades que para sus negocios se presentan a los señores dueños de negocios potentados de la industria o del comercio; pues precisamente, señores, esas dificultades son las que queremos que se dupliquen para los potentados, como ha sucedido con los Terrazas, los Martínez, los Noriega que eran dueños de inmensas extensiones de terrenos y que ahora no tienen ninguna propiedad de hecho.

Le parecía al señor Cervantes algo así como un crimen, algo así como un atentado, el que los trabajadores estuvieran exigiendo siempre, por medio de huelgas, el remedio de sus males y, sobre todo, el aumento de sus salarios, y nos decía que en Francia había alcanzado el salario un máximum elevado y que eso traía inmensas y gravísimas dificultades; precisamente, señores, el ideal sindicalista no es tan sólo hacer resistencia por medio de las huelgas, no es tan sólo elevar el salario ni siquiera indefinidamente; es mucho más que todo eso: es la abolición del salario, o bien, la apropiación, no tuerca a tuerca ni tornillo a tornillo de la maquinaria, ni pedazo a pedazo de los rieles de los ferrocarriles, sino en masa, la industria, los medios de comunicación, para que estén en poder de los grupos que los trabajan. A eso aspira el sindicalismo, que es mucho más que un ficticio aumento de sueldo o salario que, al fin y al cabo, sólo redunda en un nivelamiento en relación con el que se disfrutaba antes, porque, ya lo dije: el precio, la carestía de la vida, está en relación con el aumento del salario, y por lo tanto, es como si no hubiera habido ningún aumento.

Ños dijo también el señor Cervantes, que una vez en París había contemplado con el ánimo asustado (son sus palabras textuales) un magnífico movimiento huelguista, creo que en la capital de Francia, cuando estuvo en ella el señor Cervantes, debe haber sido muy mozo, muy joven, es decir, porque a un buen militar como es el señor Cervantes, no debe asustarle ningún movimiento huelguista ni revolucionario.

Considera también un peligro el señor Cervantes, las exigencias del sindicalismo; pero yo traduzco la palabra sindicalismo, en este caso, por las crecientes exigencias del pueblo, es decir, de los desheredados, de los que alguna vez y de una vez por todas, quieren tomar parte en el banquete de la vida, quieren que se les considere como hombres, que se les hagan efectivos los tan cacareados derechos políticos, escritos en la Constitución, y que no pasan de ahí y no sirven para nada, porque no se han llevado a una forma práctica que beneficiara directamente los intereses personales del pueblo; lo considera, repito, como un peligro para la civilización, y en eso está completamente equivocado; muy por el contrario, el socialismo y el sindicalismo son la más bella esperanza de la civilización, la mayor garantía de que la civilización llegue a implantarse alguna vez, y no puede ser de otro modo como se podría salvar la pobreza de la capital de Inglaterra, donde pululan tantos pordioseros al lado de los potentados; ahí hay infelices que desfallecen de miseria y se mueren de hambre en las estaciones rigurosas, porque los medios de vivir son muy difíciles; y esto es una tremenda desigualdad. Si me he metido a socialista, no ha sido sin estudiar profundamente la causa de todos los males y de buscar también, de acuerdo con mi escasa inteligencia en fuentes sabias, la manera de remediar esos males; y, repito, no se me tome por sentimentalista, a cuyo carácter soy completamente ajeno. He procurado siempre, con el escalpelo del análisis más fino, buscar el origen de todas las miserias humanas (dentro de mis facultades intelectuales, por supuesto), y encontrar el remedio a los males que los grandes pensadores aconsejaran; encontré como causa principal -y era casi siempre mi tesis cuando ocupaba la tribuna en la Casa del Obrero, que estoy seguro volveremos a ocupar en no muy lejano tiempo, los señores Pérez Taylor y Soto y Gama-, como una de las causas fundamentales de la miseria: la ignorancia; y en este punto no se puede menos que renegar del origen divino, pues no tengo las pretensiones de descender del Olimpo, para mí reclamo el origen que Darwin nos asigna y declaro que tenemos que seguir muchas evoluciones para podernos elevar.

Desde hace muchos años que no comulgamos con ruedas de molino, y, por mi parte, no creo en las intervenciones divinas; soy materialista por un mediano ejercicio intelectual, por una deficiente educación, si se qúiere; pero abrigo el convencimiento de que él hombre llegará a la cúspide de la civilización y del bienestar, hasta que se despoje de todos los prejuicios atávicos, de todos los prejuicios que se han desarrollado dentro de su animalidad y sobre cuyos despojos ha tenido que pasar; es indispensable tirarlos por la borda, como dirían los marinos, como diría el señor Zepeda cuando nos habla de la nave; es preciso hacer a un lado todos los prejuicios para alcanzar la anhelada meta del bienestar y del progreso; y para ese fin, lo primero que se recomienda es la educación, la instrucción que el individuo debe buscar por sí mismo, mientras que se encuentra el medio para salir de la situación en que se encuentra, y esto no puede confiarlo nunca a nadie, ni a los amos del cielo, que, o no existen o son sordos, ni a los amos de la tierra, que sí existen y son más sordos que los del cielo.

Decía, pues, que armonizando esos males, recomiendo como principal remedio la educación, y a eso han tendido mis débiles esfuerzos en la lucha obrera. He sido, soy y seguiré siendo enemigo del parlamentarismo, que no es más que una mira convencional de que nos hablan grandes hombres antiguos, como Hipócrates, y que tan admirablemente define Mantegazza; por lo mismo es una ironía, un crimen, ir a aconsejar a las clases obreras que se fueran a votar a las casillas electorales por H o por R, así fuera socialista o anarquista y se le dijera que consiguiendo aquélla curul se remediarían sus males.

Estoy de acuerdo con el compañero Pérez Taylor, en que el trabajador adquirirá por sus propios medios y esfuerzos, una mejoría a sus males, pero me parece que en este momento es un medio político el consignar un derecho como este en el programa; y digo que es un fin político, porque la cuestión obrera se desarrolla en México, aunque no de la manera tan formidable que en Europa; se desarrolla en México y se ha planteado aquí, ahora mismo, y están sobre el tapete de la misma cuestión dos asuntos: uno de la huelga de telefonistas, de las señoritas y empleados de esa Compañía, que ya no pueden vivir con lo que ganaban antes y es lógico que quieran ganar más. No me atrevo a augurar nada sobre el triunfo de esta huelga, aunque sí deseo que sea completo; y ese ejemplo a la ligera demuestra que la cuestión obrera existe en México y debe preverse. Otro asunto también del día es el que se presenta con una Compañía de Tranvías: unos motoristas engañados, alucinados o convencidos, se fueron de la capital, siguiendo a una facción revolucionaria, y se llevaron los controllers, dejando los carros parados; la Compañía parece que los va a recuperar, es decir, van a volver a sus legítimos poseedores o a sus legítimos dueños, según el caló capitalista y en ese caso los motoristas que no siguieron a sus compañeros, van a quedar un poco mal mirados; y si este artículo se aceptara desde ahora, se sentaría el precedente de que la revolución reconoce el derecho para asociarse libremente, el derecho que tienen los obreros para asociarse en la forma de sindicatos, que tantos peligros parece que entrañan; pero peligros ciertos o falsos, el sindicalismo será un hecho en México, porque habemos muchos que lo proclamamos, lo hemos gritado hace años y se está gritando por todas partes.

El sindicalismo es una semilla en México, que no puede ya desarraigarse; ha sentado carta de naturaleza, y aunque sea con tropiezos y dificultades, marchará adelante.

Decía yo que si se acepta el precedente, desde luego, de que la Revolución tiene intención de aceptar la organización de las uniones obreras modernas, no las del pasado, no del mutualismo rancio que apenas diera unos cuantos pesos a la familia del infeliz cuando se muere, pero que no se ocupa de él mientras vive, y no se preocupa más que de borrarlo de la lista, cuando no paga tres o cuatro meses, sino el síndicalismo que impide que sea maltratado por los patrones en el taller y robado en su trabajo.

Los trabajadores han comprendido esto, se han dado la mano y se han asociado; ya en México hay más de treínta sindicatos que aunque restados en sus elementos, por el momento, llegarán, sin duda, a restablecerse poderosamente; esa forma de lucha debe reconocerse en principio por esta Revolución. Ya sé yo que si los trabajadores no se unifican, que si los trabajadores no estan constantemente en la brecha, para hacer valer esos mismos derechos que se van a reconocer, que se van a hacer valer, y de ninguna manera a conceder, serán nulos; pero repito que es muy conveniente prever el caso de cuando vuelvan los obreros a México, por ejemplo, para que se encuentren con que esta Revolución, con que esta Convención no es tan conservadora ni tan reaccionaria, como tanto se ha cacareado, sino que vean que se ha ocupado realmente de los asuntos trascendentales y de los asuntos de momento, y que tiene los ojos suficientemente claros y bastante abiertos para ocuparse de la cuestión que el problema obrero entraña, pues es un error decir que sólo la cuestión agraria es la importante; es realmente la principal, la cuestión obrera también es de ingente resolución en México, y nos lo demuestra el hecho de que en las filas de los hoy nuestros enemigos y ayer nuestros amigos, y yo deseo sean compañeros mañana; en esas filas, digo, hay millares y millares de obreros que no han ido allá, a militar bajo esas banderas o en esas filas, como enemigos de esta Revolución, sino que muy lejos de eso, son amigos de algunas medidas conducentes o políticas que la Convención ha tenido; en el elemento obrero domina el espíritu más radical, más amplio y es necesario y es justo que eso se tenga en cuenta, y si eso no es posible, que la Convención tenga la intención de que sus hermanos que, por ejemplo, hoy militan en las facciones disidentes, no se vayan a expatriar, no se les vaya a fusilar y que no se les vaya a perjudicar de alguna manera a esos trabajadores que, repito, inconsciente, abnegada, justa o engañadamente han ido a las filas contrarias; como tengo la seguridad de que no es ésa la intención de la Convención, como lo demuestra el hecho de que en Cuernavaca en un decreto que casi no fue discutido, se tomó por unanimidad la resolución de que no se fusilaría a los prisioneros de guerra; es justo que los enemigos vean que nos ocupamos por la cuestión obrera y que si estamos divididos por pasiones demasiado egoístas, tenemos el espíritu tranquilo y reconocemos que los obreros, en uno o en otro bando son siempre compatriotas nuestros, y les digo compatriotas y compañeros, porque son hijos del pueblo, hombres que tienen tantos derechos como nosotros y que merecen todas las consideraciones, y si no nos ocupamos de la cuestión obrera, mañana tendríamos que lamentar que no nos hayamos ocupado de ella, y cuando la Convención se encuentre triunfante o vencida, los obreros se lo echarán en cara.

Por lo demás, no hay que hacerse ilusiones: aunque aquí reinara el espíritu reaccionario más completo, que no lo creo; aunque aquí estuviésemos todos subvencionados por los capitalistas, tendríamos que reconocer que la fuerza del obrero es un hecho, tendríamos que reconocer que es la fuerza del porvenir y que los trabajadores serán los únicos que tendrán derecho en un futuro no lejano, a disfrutar de los placeres de la vida; por eso debemos ocuparnos de esas cuestiones y aprobar el artículo para prever posteriores dificultades en no muy lejano día; debemos reconocer públicamente que es un principio de alta moralidad, que es un principio de altísima justicia, que es un apotegma de innegable veracidad, que sólo deben tener derecho a la vida los que trabajan, que los parásitos de cualquier clase que sean, deben ser destruidos del Universo y deben ser, más que todo, obligados a convertirse en hombres útiles; el trabajador es un hombre indispensable y debemos comprender que sin Dios se vive perfectamente, como vivimos los que no tenemos ninguno, y sin amos se vive perfectamente, como vivimos los que tampoco tenemos ninguno, sin capitalistas, se ha vivido muchas veces, en muchísimas épocas; se vive perfectamente sin curas (se viviría admirablemente) (aplausos); en fin, se puede vivir sin esa cáfila de zánganos y de roedores y explotadores, pero no sin el obrero; sin el esfuerzo del obrero no podría haber nada, no podríamos tener lo que vestimos, lo que comemos; y debemos aceptar el reconocimiento, puesto que el obrero es una personalidad indispensable mucho más que todos los demás. Debemos ocuparnos del esfuerzo del trabajador y aprobar este artículo que, repito, no viene a conceder sino a reconocer tan sólo el derecho indudable que los trabajadores tienen, que los trabajadores exigen y que esgrimirán muy pronto los que tienen tanto derecho, y más que muchos, a todas las consideraciones.

Dicho esto, creo que los señores no se opondrán a que se apruebe este artículo, que si no es un modelo de revolucionarismo, también es cierto que puede prever dificultades y, sobre todo, es de justicia al obrero de México. (Aplausos)

El C. Quevedo
Pido la palabra en contra.

El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Quevedo.

El C. Quevedo
Ruego a alguno de los señores sindicalistas se sirvan informarme cuáles son los procedimientos acostumbrados en el sindicalismo, para defender sus intereses, porque hace un momento se hablaba de huelga, boycotaje, sabotaje ... y no sé qué más. Yo rogaría al señor Pérez Taylor, que parece ser el más amable, me dijera la significación de cada una de esas palabras, que desconozco porque no soy sindicalista y estoy ignorante de todo eso.

El C. Soto y Gama
¿Tuviera usted la bondad, señor Quevedo, de dirigirse a mí, que conozco el asunto porque fui el autor del Programa, en ese punto?

El C. Quevedo
Siento mucho no poder hacerlo.

El C. Soto y Gama
La pregunta hecha por el señor Quevedo al señor Pérez Taylor, es un poquito maliciosa, toda vez que declaró ya las armas del sindicalismo revolucionario, que no es el que se consulta en este programa; lo que se consulta es quitarle armas a la burguesía, así sea la burguesía de Porfirio Díaz, que empezó por asesinar a los obreros de Río Blanco, y nosotros lo que consultamos es la huelga, el boycotaje y no la Ley Labal; de manera que suplico al señor Quevedo esgrima buenas armas, no las de la burguesía: que esgrima armas enteramente leales; debía atenerse al programa, que habla sólo de huelgas y boycotaje; y sobre esa base puede discutir el señor Quevedo.

El C. Zepeda
Pido la palabra para una moción de orden y para protestar contra la Mesa, porque no está llevando los debates con orden.

El C. presidente
El señor Quevedo tiene la culpa, porque lo interpeló.

El C. Quevedo
Yo estoy interpelando al señor Pérez Taylor y el señor Soto y Gama contestó. (Aplausos)

Debo manifestar que yo, en este caso, me estoy ilustrando, porque desconozco en su profundidad las teorías sindicalistas, y como uno de los prominentes sindicalistas en este lugar es el señor Pérez Taylor, que en uno de sus discursos anteriores se refirió al sabotaje, por eso yo, atenido a lo manifestado por el señor Pérez Taylor, me opongo terminantemente a la aprobación del artículo a discusión, y voy a fundarlo.

Para eso ruego al señor Pérez Taylor me repita lo que significa sabotaje en el sindicalismo.

El C. Pérez Taylor
Como yo no puedo tener todavía los repulgos de político, no puedo servir muchas veces en estos asuntos, porque yo soy claro y me gusta decir la verdad siempre, y, sobre todo, cuando en un grupo colegiado se trata de ilustrar el criterio de todos los compañeros.

El sabotaje consiste en lo siguiente: a mal salario, mal trabajo; si yo presto mis servicios como carpintero en un taller, y sé que pagan mal, hago un mal trabajo; y a una manifestación de sabotaje otra manifestación de sabotaje; y le contaré un dato histórico al señor Quevedo: En la Habana existen con gran profusión las fábricas de puros; una vez declaróse, no la huelga, sino el sabotaje en dicha fábrica, y consistió en lo siguiente: después de que el propietario se neg6 terminantemente a acceder a las peticiones de los obreros, los obreros que confeccionaban los puros hicieron una pésima confección de éstos; los puros fueron mandados a su destino, y creo que al mes quebraba la fábrica, porque todos los clientes de la misma protestaron enérgicamente contra la fabricación de los puros.

La otra manifestación de sabotaje es la manifestación potente, brutal, destructora, de las fuerzas colectivas; por ejemplo, ese incidente en Italia, en la última huelga de ferrocarrileros; el sabotaje consistió en lo siguiente: destrucción de vías, destrucción de puentes, voladura de trenes y fusilamiento de todos los esquiroles que manejaban las máquinas de los ferrocarriles, y fusilamiento de conductores y garroteros.

El sabotaje es sencillamente un principio, una arma revolucionaria brutal que tiene por único objeto atemorizar al Gobierno, evitar que se cuente con un partido, con una acción revolucionaria tan grande desde el punto de vista de la acción directa, de la destrucción directa, que tiene que ceder para no trastornar los intereses creados de sus gobernados. Esa es, en síntesis la explicación del sabotaje que plantea el sindicalismo revolucionario, como se entiende en Europa: y yo vuelvo a poner los puntos sobre las íes: el sindicalismo en Europa, en Argentina, en todos lados donde las organizaciones están prevenidas para hacer acción directa, se reirian y prorrumpirían en una carcajada estentórea, y seriamos nosotros, los que pretendemos el sindicalismo en la República Mexicana, dignos de que no se nos baje de tontos, de estúpidos, de científicos, de babosos, de fantasma de pavor, porque ahora sí cabrían todos esos calificativos, al ver que nosotros estamos pidiendo al Gobierno que reconozca a los sindicatos. El sindicalismo en Europa es la manifestación más alta del revolucionarismo, es la manifestación poderosa para prevenir una revolución social y esto es lo que tengo que manifestarle al ciudadano Quevedo. (Aplausos)

El C. Quevedo
Eso que manifiesta el señor Pérez Taylor, es lo que yo necesitaba para basar mis argumentos en contra; pero debo manifestar que me causa profunda extrañeza que los señores que se nombran sindicalistas vengan a sentarse a los sitiales de esta Cámara donde se está formando un Gobierno; es decir, ellos son autores parciales de la formación de un Gobierno, y, sin embargo, son enemigos de toda clase de gobierno; no entiendo cómo está eso, cómo los señores sindicalistas forman la parte más directa de ese Gobierno, ocupando puestos en la Administración. (Aplausos)

Si sabido es por todos que los gobiernos en las naciones son las instituciones creadas por el pueblo para darle garantías a ese mismo pueblo, para garantizar los derechos mutuos de los asociados, no entiendo cómo se puede pedir que un Gobierno reconozca el sindicalismo que, en buenas frases, es la tendencia a la destrucción del capital; capital que requiere siempre en todos los países, en los tiempos modernos, el apoyo del Gobierno, y tanto más lo requiere aquí, mientras las cosas estén creadas como están creadas hoy en este país donde la industria nacional es tan exigua, tan raquítica, donde el capital, a pesar de lo que dice el delegado Méndez, que no es necesario para la vida, sí es muy necesario. ¿Cómo se pide que se venga a reconocer el sindicalismo, cuando interpretándolo en buena forma, en buena manera, significaría como la autorización del Gobierno a los trabajadores para la destrucción de las industrias, de las industrias que necesitamos, pese a las ideas muy avanzadas del socialismo, que yo considero muy hermoso, pero muy fuera de la época?

Claramente se desprende por la ilustración que me han traído los señores sindicalistas que han hecho uso de la palabra, que el reconocimiento oficial, es decir, el hecho de reconocer personalidad ante la ley a los sindicatos, requiere forzosamente la autorización tácita para consentirles; más bien dicho, autorizarles el derecho de la huelga, del boycotaje, del sabotaje, y del label ... ¿De qué, señor Pérez Taylor?

El C. Pérez Taylor
De la etiqueta label. (Risas)

El C. Quevedo
Nosotros, como decíamos hace un momento, estamos necesitados del capital extranjero que tiene que venir a nuestro país, para darle trabajo al obrero que tanto estamos defendiendo en estos momentos, del capital nacional que da vida a la clase obrera; sin él seguramente que vamos a ver millares de hombres sin trabajo, que no sé a qué excesos llegarán por la falta de elementos para la vida.

Como decía hace un momento, las ideas que exponen los señores sindicalistas, las ideas del socialismo más avanzado, del socialismo bien entendido, del socialismo de Marx, son muy hermosas, pero las considero fuera de la época y principalmente fuera de nuestro medio actual; porque esas ideas socialistas no están implantadas en ningún país del mundo, aunque tengan miles de millares de adeptos.

Previendo lo que podría suceder si nosotros cometiéramos la imprudencia de aceptar este artículo como está propuesto, me vienen a la mente cuántas cosas sucederían con las industrias ya establecidas, y no con las que se fueran a establecer, porque seguramente no vendría a México ni un solo centavo de capital extranjero; el obrero, acostumbrado a ganar un salario raquítico, con el derecho que le dábamos, aceptando el artículo a discusión, seguramente que no iba a exigir un precio razonable, que le fuera suficiente para la vida actual, sino que propondría más bien dicho, exigiría sueldos exorbitantes, fundado en el derecho que nosotros le dábamos de destruir la industria; pongo el caso que citaban hace un momento: el de los tranvías eléctricos. El operarío de tranvías que hoy gana dos pesos, querría ganar veinte pesos diarios, o veinticinco, o cincuenta, y si los industriales o los capitalistas se negaran, por imposibilidad, a concederles ese salario, inmediatamente los sindicalistas procederían a la destrucción de los tranvías eléctricos, de las vías, de los talleres, de los dinamos, y el Gobierno no podría decirles ni una sola palabra, porque los había autorizado a esos que yo considero como desmanes, mientras las cosas sean como son.

Yo he estado en el extranjero y he pertenecido a agrupaciones, a uniones, a sindicatos; pero son los sindicatos que están establecidos sobre bases juiciosas, que benefician en mucho al obrero y que lo benefician en una forma pacífica, en una forma correcta.

Yo pertenecí en Nueva York a la Unión de Tipógrafos Número Siete, pero les voy a explicar a los señores sindicalistas que se encuentran presentes, en qué forma están creadas por allá las uniones obreras.

En primer lugar, la cultura de aquellos hombres, la experiencia adquirida por ellos en muchos años, los ha hecho unirse y hacerse todos ellos solidarios; después de haberse unido todos los del gremio, acordaron no trabajar por un determinado sueldo, sino hasta que se les diera el que ellos exigían; una de las primeras cosas que han hecho los socialistas de Nueva York, ha sido sindicalizar al industrial, de tal manera que allá los obreros forman una sociedad con los industriales; el tipógrafo sindicalizado no puede trabajar en un taller que no esté también sindicalizado, y un industrial sindicalizado no puede admitir a ningún obrero que no pertenezca a alguna agrupación sindicalizada; el industrial está obligado a pagarles la cantidad de veintisiete dólares semanarios como mínimo, y el trabajador está comprometido a entregar determinado trabajo en el curso del día; en esta forma hay una perfecta unión entre el trabajador y el industrial; no son grandes fortunas las que adquieren los industriales, pero sí es un salario muy justo el que adquieren los trabajadores; mas no hay allí ningún reconocimiento oficial del sindicalismo, ese reconocimiento oficial que es una amenaza en los países del mundo, al menos en el nuestro, porque ignora en el fondo las ideas sindicalistas que están en este momento puestas a debate. Yo creo, y digo creo, porque así me lo dice la razón, que no hay país en el mundo donde se haya reconocido oficialmente, donde se haya dado personalidad legal y jurídica a los sindicatos, como lo queremos hacer; pero si así fuera donde la civilización haya dejado sus frutos mejor que en México; si hubiera un país más adelantado que el nuestro donde existiera ese reconocimiento, no sería ésta una razón para que nosotros lo aceptáramos en el momento actual, porque yo sí profeso las teorías que hace un momento expresaba el señor Méndez, que para llegar a ese fin brillantísimo se necesitaba ir etapa por etapa, es decir, progresando; y nosotros queremos ir del estado miserable y raquítico en que nos encontramos, a la perfección y al adelanto más completos; por eso es que si yo fuera sindicalista, como ellos, tendería más que todo a la cultura del obrero, a las conferencias, a hacerle ver la conveniencia de las uniones, la conveniencia de las huelgas; pero no en la forma como se quiere hacer ahora: que un Gobierno se haga solidario del sindicalismo, con las formas terribles que nos manifestaba hace un momento el delegado Pérez Taylor, porque yo creo que así no habría Gobierno que pudiera existir, pues antes de un mes caería cualquiera que aceptara serlo con la ley que decretáramos concediéndole personalidad a los sindicatos.

Esa es mi creencia, sin conocer a fondo la cuestión que está a debate.

El C. Soto y Gama
Pido la palabra para rectificar un hecho.

Se han dicho tantos dislates ahora, se ha disparatado tanto en esta discusión, se ha confundido tanto la cuestión (iba a decir la palabra: se ha barbarizado tanto, y no la digo por respeto a la Asamblea), que es necesario leer a los señores del contra a Leroy Beaulieu, el corifeo de la burguesía en materia de asociaciones obreras; y es necesario que se sirvan comprender los señores que discuten el Programa, antes que ponerse a debatir, porque el Programa es perfectamente claro, que el Programa no profesa el sindicalismo, porque es perfectamente absurdo confundir la bandera de la doctrina sindicalista con el Sindicato agrupación.

Nos acaba de decir el mismo señor Quevedo, dando un argumento a nuestro favor, que ha estado en un sindicato de tipógrafos, y que ese sindicato no usaba bombas de dinamita, ni minaba a la sociedad, ni destruía a los gobiernos; y ahora, después de haber oído de su boca que hay sindicatos de muchas clases, se nos viene a decir que provocamos el sindicalismo con todas las armas, ese sindicalismo que, porque quiso, expresó, sin necesidad, a esta Asamblea el señor Pérez Taylor; puesto que aquí nadie ha venido a discutir el sindicalismo; a no ser el señor Cervantes, con ese deseo que tiene, como tienen todos los humanos, de exhibirse para mostrar erudición; pero no estaba a discusión la doctrina sindicalista.

El C. Quevedo
¿Me permite hacer una aclaración?

El C. Soto y Gama
Estoy hablando. Yo, con todo gusto he estado oyendo la discusión sobre el sindicalismo, pero es una discusión fuera de cacho, como se dice en términos taurómacos (risas); porque aquí nadie ha estado discutiendo la doctrina sindicalista sino el sindicato, que en ninguna parte de Europa ha producido la destrucción ni la desorganización, y es muy raro que el señor Quevedo, que ha estado en el extranjero, y el señor Cervantes, que ha estado en Francia, pensionado por el Gobierno (aplausos y risas), ignoren y olviden que hay una ley para el sindicato, expedida en 1884, y que existe la gran Confederación del Trabajo, tan temible; esa Confederación del Trabajo, netamente anarquista, y que el Gobierno la apoya, la reconoce más bien y la teme, y ¿cómo se impone?, como se impusieron los grandes hechos sociales, como se impusieron los sindicatos en pleno huertismo, y como aquí se impondría en esta Revolución, que en muchos puntos se me antoja que tiende a fracasar, por las teorías tan poco congruentes con los principios revolucionarios que aquí se vienen a sostener, sin que se sientan las protestas de los delegados, si es que sube el coro de los aplausos, en esta vez perfectamente inconscientes, que no me extrañan en las galerías pero sí me extrañan en hombres que habiendo entrado a una gran revolución social, se espántan del socialismo, cuando tiene que surgir aquí y en todas partes, y que ha triunfado de hecho, aboliendo de una plumada y aboliendo a balazos, sablazos y metrallazos, el sagrado derecho de propiedad de nuestra rancia y vieja Constitución; ¡la gran Constitución que admira tanto el señor Cervantes! (Risas)

El C. Cervantes
¡Bravo! ¡Muy bien!

El C. Soto y Gama
Es cierto, es lógico y, sin embargo, usted se ríe. La revolución social es la que ha triunfado, y esa revolución que destruye el derecho de propiedad, ¿no tiene el derecho de conceder, de reconocer libertad a los sindicatos de uniones de trabajadores?

El Programa dice:

Reconocer amplia personalidad ante la ley, a los sindicatos y sociedades obreras, dependientes o empleados, para que el Gobierno, los empresarios y los capitalistas tengan que tratar con fuertes y bien organizadas uniones de trabajadores y no con el operario aislado e indefenso.

Se ve, pues, que la intención de las uniones exclusivamente es con el objeto de que los capitalistas no abusen del obrero aislado y sí tengan que tratar con el obrero en la forma de contrato colectivo, que tanto asusta al señor Cervantes; y tendré el gusto de demostrarle al señor Cervantes que está preconizado por la ciencia y apoyado por el intelectual más grande de la burguesía, por Herbert Spencer. Y ya que se nos amontonan citas de Le Bon, acerca de la transcripción de cuyas ideas, hechas casi taquigráficamente por el señor Cervantes, tengo motivo para felicitarlo, porque el discurso es la copia de capítulos enteros, de citas completas y exactas de la obra de Le Bon sobre el Socialismo, Psicología del Socialismo, etc., etc.

El C. Cervantes
Hay que probarlo.

El C. Soto y Gama
Conviene expresar que además de ser claro este artículo, no suena para nada la palabra sabotaje, ni la palabra label, ni todos esos puntos que se arrancaron con habilidad al señor Pérez Taylor, y que él, como no es político, por más que esté en una Asamblea política, no tuvo inconveniente en soltar. (Risas)

De manera que lo que se pide es la libertad y la unión de trabajadores; la palabra sindicato no me preocupa ni poco ni mucho. Es el caso ahora de que se vea hasta qué punto es imposible negar el derecho de coalición a los trabajadores. Es verdaderamente alarmante que en esta tribuna se haya alarmado el señor Cervantes con las huelgas, y que uno de los peligros principales de los sindicatos era que, por medio de ellas, los obreros obtuvieran un aumento en los salarios; casi nada: un derecho a la vida, un derecho a la mejoría, y esa mejoría es la que yo le daría a un individuo que ha tomado parte en esa lucha por la vida, y al que haya tomado parte en esta Revolución.

Por eso me alarma y me contrista ver en esa tribuna revolucionaria alarmarse y venir a predicar el derecho para la clase propietaria, para la clase privilegiada, pedir que se desarme a los obreros, que se desarme al proletariado, y se desarme al obrero y que en lugar de garantizarlo se le quite esa fuerza y se le entregue día a día a la rapacidad del jefe de fábrica, que le dice: o trabajas por el salario que te señalo o mañana estarás en la miseria; o aceptas el salario infame que te concedo como limosna o mañana tú y tu familia estarán pasando los horrores del hambre; y con esa admirable libertad mercantil, que ya alguna vez ataqué, se quiere venir a asegurar el triunfo de los principios revolucionarios, cuando el principio revolucionario es que de igual a igual trate el operario con el capitalista, el grupo de operarios coaligados con el grupo de capitalistas coaligados.

Veamos, pues, al maestro de los capitalistas, al maestro de los señores burgueses, al famoso Leroy Beaulieu, al famoso Herbert Spencer, a los que siguen el pensamiento de Smith, al gran Adam Smith, todos los cuales reconocen el derecho supremo de los obreros para asociarse, y este derecho natural que concede la economía burguesa, se le quiere negar a nuestro obrero, solamente por el fracaso de la Casa del Obrero, porque la Casa del Obrero se volvió Carrancista.

Sería, pues, perjudicial la prohibición de los sindicatos de las clases obreras. (Siseos)

El C. presidente
(Campanilla) Un momento, señor. Han hablado tres oradores en pro y tres oradores en contra. Usted me pidió la palabra como miembro de la Comisión, supongo que para una aclaración.

El C. Soto y Gama
Estoy rectificando hechos.

El C. Fierro
Déjenlo que hable. (Voces: Que hable)

El C. Soto y Gama
No he acabado con los hechos.

Estoy diciendo que si se prohibe el derecho de formar sindicatos, se formarán con mayor vigor y darán el resultado que se indica; serán más salvajes, porque esa prohibición les comunica ese sabor de revuelta de que gustan siempre los caracteres que se llaman exaltados; y me llama la atención que los que vienen a defender a la sociedad quieran subvertirla, y aquí vienen al caso, cuando se habla de huelgas, las citas relativas a los casos de Cananea y de Río Blanco, que son precisamente la causa primordial, la causa inicial de esta gran Revolución, más que las prédicas de Madero y de Flores Magón, y más que la cuestión agraria; no fue más que la torpeza y salvajismo del general Díaz, cuando se declaró enemigo del pueblo, al provocar a los trabajadores de Cananea y ahogar en sangre a los obreros de Río Blanco. De manera que los que pedimos una libertad de asociación para los obreros, que ellos se han de conquistar por la fuerza de sus brazos y de su número, en lugar de subvertir a la sociedad, sostenemos que se debe evitar el derramamiento de sangre en momentos tan graves como en el que estamos, porque cualquiera que tenga memoria recordará que este movimiento empezó con los acontecimientos de Cananea y de Río Blanco, y éstas no son declamaciones, es la historia de la humanidad y la historia de los movimientos obreros.

El mismo señor Cervantes nos viene aquí rebatiendo nuestros argumentos con los conceptos de Le Bon, y después se nos viene a echar en cara que estamos falsificando el movimiento revolucionario, y se nos ponen como antecedentes las huelgas y sindicatos de la clase obrera. (El orador inicia la lectura de un autor. Siseos en las galerías)

El C. Amezcua
Pido la palabra para una protesta.

Es infame la actitud de estos imbéciles (dirigiéndose a las galerías), porque sisean a un individuo, a un hombre que está expresando su libre pensamiento. Pido respetuosamente a la Presidencia llame al orden a esos individuos.

El C. Pérez Taylor
Yo protesto contra el ciudadano Amezcua, que llama a las galerías imbéciles. (Aplausos. Bravos)

Aquí, ciudadano presidente, voy a repetir las palabras de Mirabeau, que le dijo al pueblo: creo que el pueblo tiene razón siempre cuando se queja; creo también que sabe oponerse a los abusos, a sus agravios, y para llegar a ser terrible no necesita más que ser ... (Aplausos. Voces: ¡Bravo! Campanilla)

Este pueblo que se ha dejado oprimir cuando estuvo aquí Obregón, y que por medio de la paralización de las fuerzas efectivas echó abajo al carrancismo, este pueblo no es imbécil, este pueblo es sencillamente valiente. (Aplausos. Desorden)

Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesSegunda parte de la sesión del 23 de marzo de 1915 Segunda parte de la sesión del 24 de marzo de 1915Biblioteca Virtual Antorcha