Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesPrimera parte de la sesión del 21 de marzo de 1915 Primera parte de la sesión del 22 de marzo de 1915Biblioteca Virtual Antorcha

CRÓNICAS Y DEBATES
DE LAS SESIONES DE LA
SOBERANA CONVENCIÓN REVOLUCIONARIA

Compilador: Florencio Barrera Fuentes

SESIÓN DEL 21 DE MARZO DE 1915

Presidencia del ciudadano Matías Pasuengo
Segunda parte


El C. Montaño
Para aclaraciones.

Las aclaraciones que trato de hacer son las siguientes:

Primera, la que se relaciona con el Gran Juárez, a quien yo adoro y venero;

Segunda, respecto de la manifestación que el pueblo hizo ahora, y;

Tercera, relativa a la proposición que hice, y que consiste en que los señores expresen libremente sus pensamientos.

Por otra parte, yo no tributo aplausos a un mito, yo no me inclino, ni nunca he sido mendigo de dictadores, ni mendigo de ningún gobierno; pero sí, señores, yo siempre he tenido la religión de la patria, y creo que la patria tiene sus dioses, y esos dioses viven en el pueblo, necesitan la veneración del pueblo mexicano. Por esa circunstancia, señor compañero Soto y Gama, me inclino delante de Hidalgo, porque hizo pedazos las cadenas de la esclavitud y, a pesar de que es bastante discutible su personalidad y a pesar de que muchos mexicanos exclaman: ¿Qué hizo Hidalgo? yo les puedo contestar que derramó su sangre por la patria, para darnos un ejemplo de cómo se derrama la sangre para conquistar las libertades y para hacer pedazos a los tiranos.

Según el concepto que acabo de oír respecto del Gran Juárez, Hidalgo merece nuestro desprecio ...

El C. Soto y Gama
¡No!

El C. Montaño
Yo adoro a Morelos, el gran político, el hombre de espada; ha habido impugnadores que le lanzan manchas a ese titán formidable, a ese Napoleón mexicano, que si aquí en México no se le tributa una manifestación de cariño, los pueblos de la Tierra que aman las libertades se la tributarían. (Aplausos)

Yo adoro al gran Guerrero, al hombre de hierro que se destacó en la montaña, que se sostuvo con su terrible espada, el único hombre que se había mantenido en los reductos de las montañas del Sur, a ese hombre lo venero, y, ¿sabéis por qué lo venero?, porque sostuvo con firmeza, con energía, con valor, con entereza, como ningún mexicano, el pendón de la libertad en esas montañas que serán su eterno pedestal, que serán los Homeros que le lancen cantos; a Guerrero, señores, le tenemos que hacer cargos también, porque ya sabéis el pacto que formó en Iguala, ya sabéis ese abrazo que después vino a desenlazar la perfidia más horrible y que nos trajo el Imperio de Iturbide.

Señores, si así juzgamos a los hombres, no encontraremos un hombre que merezca la confianza del pueblo; no encontraréis hombres perfectos como Jesús, que ni Jesús fue perfecto, porque, en mi concepto, mientras más grandes son los hombres, más errores cometen, más grandes son sus defectos; pero a pesar de todos los defectos más grandes, ¿nada vale ese sol de gloria que trae en su frente y que es capaz de sostener al pueblo y que es el símbolo de nuestra redención? Y nuestra redención, señores, siempre la veneraremos, aun cuando esos hombres no nos hayan conducido a la tierra de promisión.

Yo, señores cuando se habla de Juárez, cuando se trata de discutir al estilo Bulnes a Juárez, ¡hierve mi sangre y estalla mi cuerpo! (Aplausos nutridos)

Si esos hombres no pudieron hacer obra perfecta, no se culpe al artífice; las intenciones de Juárez, como las de Hidalgo, como las de Morelos, fueron santas y buenas; si no pudieron realizar su obra tal como lo deseaban los mexicanos, a nosotros toca hacerla efectiva, a nosotros nos toca realizarla; ¿o entonces, señores, esta generación en que vivimos es una raza de víboras, no una raza de leones capaz de enfrentarse contra los escollos para vencerlos? ¿Queremos ya una patria formada? Entonces, ¿dónde está nuestra obra? No creo que, en ese caso, haya obra ninguna que tengamos que hacer, pues entonces ya nosotros no tendremos que alcanzar ningún progreso. De ser asi, de haber sido nuestros héroes hombres sin la menor falta en su vída, nuestra patria hubiese sido el prototipo de la perfección; pero señores, aquellos hombres no pudieron, aunque sus aspiraciones fueron grandes, no pudieron realizar esa obra, y a nosotros toca realizarla si somos mexicanos y amamos a la patria y estimamos el suelo en que hemos nacido; el gran ejemplo lo hemos tenido trazado, ¿y culpa de quién ha sido que no se cumpla esa obra? ¿Qué, acaso nosotros no pertenecemos a la raza de los Cuauhtémoc? ¿Qué, Cuauhtémoc es un enano? ¿Es la suya una raza de enanos?, pregunto yo. Y nosotros sus descendientes, nosotros los que descendemos de nuestros antepasados, a quienes debemos venerar, porque nos han dado el ejemplo de cómo se defiende la patria, ¿nosotros vamos a renegar ahora contra aquellos hombres que demostraron grande interés en sostener las libertades de México, que demostraron, señores, en el terreno de la práctica de su vida, que aquí en México hay hombres capaces de hacer las libertades del pueblo, hay hombres capaces de redimirnos? ¿Ahora nosotros vamos a renegar de esos hombres, cuando la Historia los ha juzgado, cuando viven en el alma del pueblo? Creo que no, porque entonces no tendremos héroes, no tendremos quienes hayan dado doctrinas; pero yo sí creo en Juárez, porque para mí es el símbolo de la justicia, Juárez es el símbolo de nuestros derechos y ahora yo digo al señor Soto y Gama: déme un hombre que haya defendido los derechos del pueblo en México, que haya defendido con tesón y firmeza los derechos y las libertades de México, déme un hombre de la talla de Juárez. Si usted, señor Soto y Gama no reconoce a Juárez, entiendo señor licenciado, que entonces no tendremos héroes en nuestra Historia. (Aplausos)

En Francia, en la misma Francia, recuerdo a ustedes que decía Julio Favre, en el seno de la Asamblea, cuando la guerra suscitada entre Napoleón III y los alemanes, en esa época en que Alemania quería la Alsacía y la Lorena, los franceses, en el seno de la Asamblea, exclamaron: No nos veríamos obligados, en este momento, a indemnizar cinco mil millones de francos a las arcas teutónicas de la Prusia, no nos veriamos obligados a cederles la Alsacia y la Lorena, si nosotros contáramos con un Juárez que no dejara escapar de sus manos ni un palmo de territorio. (Aplausos)

Entiendo yo, señores delegados, entiendo yo, compañeros, que, respecto al heroísmo de nuestros antepasados, yo soy quien me inclino; es mi credo, señores, y, aunque esté equivocado, respeto, por veneración que conservo a los libertadores de México.

Entonces, señores, perdónenme si estoy equivocado ; pero mientras víva en esta tierra, siempre tendré respeto y veneración por aquellos hombres que se han sacrificado en pro de nuestras libertades. (Aplausos)

Va otra aclaración: Yo no me inclino delante de las cortesanas, como me ha dicho mi compañero Soto y Gama; no señores, yo no me inclino delante de las mujerzuelas, yo no me inclino delante de la reacción, porque precisamente yo desprecio a la reacción, y ya hace más de cuatro años que he tomado las armas, precisamente para no inclinarme ante los despotismos brutales de los creadores de cortes, de los creadores de masas inconscientes.

No les vamos a tributar aplausos a los tiranos, no les tributamos aplausos a los payasos; yo no me inclino delante de esos reaccionarios, no, señores, yo no me inclinaré delante de aquellos que siempre han estrangulado al pueblo; pero entiendo yo que en medio de los elementos que existen en esta capital, acaso entre los elementos que aún quedan aquí, ha de haber muchos elementos honrados, y he hablado en pro de esos elementos honrados, que a pesar de la ruina en que los ha tenido sumidos la tiranía, a pesar del marasmo en que los ha tenido sumergidos el tirano, hoy despiertan de su letargo y vienen al seno de la Revolución a ofrecer sus servicios.

Yo, cuando se han presentado a ofrecer sus servicios, si efectivamente no es su promesa vana y todo es palabrería, si todos esos ofrecimientos van a la efectividad, no sólo nosotros, los del seno de esta Convención, les daremos un homenaje, no solamente aquí merecerán nuestra aprobación, sino que todo el pueblo, en general de la República, les tributará el aplauso, les tributará el elogio de la actitud que han tenido en estos momentos; entiendo yo que aquí, como se ha dicho por algunos oradores y yo lo he reconocido, se ha tributado un aplauso a todos los tiranos; al primer tirano que entra, todas las chusmas salen a recibirlo, yo lo reconozco perfectamente bien; pero si aquí se pone una raya, si aquí, de hoy en lo sucesivo, ese pueblo se regenera, si de hoy en lo sucesivo echa al pasado su actitud tomada, si de hoy en lo sucesivo ese pueblo está dispuesto a batirse como un león, yo soy el primero en hacerle la indicación de que pase a enfrentarse con el enemigo, a afrontar el peligro, a exponer su vida delante de las balas enemigas; que desde mañana los hombres que son hombres pasen a inscribirse al Cuartel General del Sur, para que esas legiones que hoy salieron llenas de entusiasmo a protestar en las calles de la metrópoli, demuestren con efectividad sus razones y sus dichos, demuestren que son capaces de ir al combate, como han ido nuestros compañeros; demuestren que son capaces de ir a medir sus armas con las armas del enemigo; mañana espero que los manifestantes demuestren que son capaces de hacerlo.

Entiendo yo que al hacer esa protesta han hecho un juramento eterno delante de la patria y, al hacerlo así, siempre que lleven a la efectividad sus propósitos, merecerán una corona de estimación de nuestros compatriotas.

Otra aclaración más: me permito manifestar que yo no soy el que me inclino ante los puestos, cosa a que se ha hecho alusión. Yo, jamás he mendigado puestos públicos, ni he mendigado nada de ningún déspota de la Tierra; tengo suficiente independencia de carácter para encontrarme enteramente libre. Pero sí creo yo, señores, que hombres que hablan con el alma, con verdaderas convicciones, como tengo el honor de manüestarlo aquí, creo yo que al manifestar mi cariño a Juárez, al manifestar mi cariño a Hidalgo, como a todos nuestros héroes, no soy partidario de los déspotas, no soy partidario de los reaccionarios, no soy partidario de las personalidades, sino del principio sagrado, de ese principio sagrado que está fundamentado en el amor a la patria y en el amor al suelo en que hemos nacido y a esas instituciones salvadoras que, mediante la reforma, serán el arca de la salvación del pueblo.

Me resta manifestar, respecto del profesorado, que ha demostrado sus energías en esta vez, la única quizá que tendrá el profesorado; el profesorado siempre ha sido el mártir. Tal como lo ha dicho el señor compañero Soto y Gama, tiene mucha razón, pues el profesorado es de lo más corrompido que ha existido, porque pertenece a la escuela de Ezequiel Chávez, yo lo reconozco, y la mala educación de ese profesorado, su corrupción, han dependido precisamente de los tiranos y por eso los surianos hemos proclamado dos reformas fundamentales en los problemas que tratamos de resolver, y las reformas son el pan de cada día para los del pueblo y el pan del espíritu, para que tengan una verdadera reconstitución, para que nuestro pueblo pueda siempre ser libre y no estar en las tinieblas; mientras el pueblo está en las tinieblas, mientras el pueblo no tenga educación, mientras el pueblo no tenga civilización, señores, permitidme que os lo diga, siempre será el esclavo del tirano, aun cuando le demos tierras, porque no se conseguirán las reformas que nosotros tratamos de implantar. Por eso debemos preocuparnos, al mismo tiempo, de darle civilización al pueblo (aplausos), y de esa manera, señores, creo yo que el pueblo podrá no dejarse ya en lo sucesivo atar con nuevas cadenas, porque tendrá la suficiente energía para pulverizarlas, y desaparecerán, para siempre, esas eternas ergástulas.

Si en lo sucesivo, como hoy, se levanta la voz en pro de los ideales de la Revolución, yo estoy por el orden de que se acepte a todos aquellos de buena voluntad para que pasen a inscribirse en las filas revolucionarias, a aquellos verdaderos revolucionarios que salen de la metrópoli a la montaña para ofrecer en holocausto su vida a la patria. No aceptemos a los revolucionarios de última hora, porque los revolucionarios de última hora, solamente conquistan galones, solamente conquistan estrellas, solamente se manifiestan adictos a una causa en los albores del triunfo, pero son los primeros que asaltan los puestos públicos, las arcas nacionales; los primeros que quieren dinero, los primeros que quieren los honores; y esos revolucionarios que conquistan galones en la ciudad, esos revolucionarios que conquistan honores dentro de la ciudad, yo los desprecio, yo desprecio a esos revolucionarios de última hora. (Aplausos)

Pero, señores, porque tengo la seguridad de que no se hacen generales en un día, capitanes en un día, ni jefes, por más científicos que sean los hombres en la Revolución, y de qúe para conquistar grados, deben modelarse en el torno del sacrificio, en el torno de la positiva redención del pueblo, no únicamente porque tienen bonitas figuras y exquisitas frases, porque saben hablar a tal o cual personalidad; yo soy enemigo de los revolucionarios de última hora que ostentan galones, de esos que no han olido siquiera la pólvora, de aquellos que no saben cómo se manejan las armas, que son una nulidad, porque tengo entendido que un soldado les dará lecciones de estrategia, y de cómo se defiende la patria en pleno campo de batalla, en que se lucha contra el enemigo.

Por esa circunstancia, manifiesto mi desinterés y sólo he hablado en esta Convención en pro de los hombres libertadores, de aquellos de quienes no se puede obtener nada; porque entiendo que no puede obtenerse ningún puesto público del gran Hidalgo, ni puede obtenerse una canonjía del gran Morelos, ni un puesto de ministro en el gabinete de Juárez.

Hablo de los muertos, que merecen nuestro cariño y veneración, hablo de los que han comparecido ante el tribunal de la Historia, que los ha declarado inmortales. (Aplausos)

Yo no vengo a inclinarme, señores, ante los vivos, porque jamás he sido mendigo de nadie; me he inclinado ante ellos por cortesía, por respeto, porque amo a la sociedad, porque soy capaz de respetarla desde el momento en que me respete, de demostrarle la cortesía, desde el plebeyo hasta el rico, a todas las clases sociales.

Yo detesto a los que hacen mal al pueblo y hemos demostrado yo y los compañeros del Sur, que los detestamos, desde el momento en que tenemos más de cuatro años de sacrificio y de prueba y, si esa prueba no basta, llegará el día también en que se nos lancen maldiciones a nosotros, a quienes se han dado los calificativos denigrantes de bandidos y, a pesar de eso, hemos seguido adelante nuestra obra y siempre seguiremos dando el grito de ¡Adelante! para salvar a la patria, para salvar al pueblo únicamente y para sepultar para siempre a los tiranos. (Aplausos)

El C. presidente
Tiene la palabra, en pro, el ciudadano Cervantes.

El C. Aceves
Pido la palabra, para un hecho, señor presidente.

El C. Orozco
Pido la palabra, para una aclaración.

El C. Aceves
Para un hecho, pido la palabra.

El C. presidente
Tiene usted la palabra.

El C. Aceves
Se nos indica el sendero por el que más tarde quizá, llegaremos a ser dignos bandidos carrancistas, yo declaro que no pudo ser cobardía del pueblo mexicano: yo lo he visto recibirnos con la vehemente mirada del que agradece, ¿qué tiene que agradecer? No hemos hecho nada, es muy poco lo que se ha hecho, lo único que hemos hecho es destruir las comodidades de esta capital, porque esta capital no tiene vida propia, la necesita de fuera: nosotros hemos absorbido los elementos de fuera y es evidente que es el único punto donde se siente. Apenas empezamos a borrar la impresión de los ladrones y se nos aconseja que más tarde robemos: de seguro que el hombre honrado no ha venido aquí con decantado patriotismo, honradez, etc., para más tarde tener la debilidad de decir: sí, es bueno robar.

La clase media del pueblo mexicano, del capitalino, sufre precisamente porque no tiene elementos ningunos más de qué vivir que los empleos, el trabajo personal, ese trabajo personal, nosotros, nuestra obra, lo ha venido a trastornar, no pueden lanzarse a la Revolución ... (Una voz: Tienen miedo) (Otra voz: Ese no es un hecho)

Más que miedo, hambre; porque saben perfectamente que allá en las enfermizas pocilgas que habitan pueden morirse sus hijos cuando ellos ni siquiera hayan caminado veinte leguas a la Revolución; de suerte que yo he presentado el hecho de que, si en adelante, tendremos que ser bandidos para ser revolucionarios, protesto y, en ese caso, me retiraré.

El C. presidente
Tiene la palabra el ciudadano Cervantes.

El C. Cervantes
Señores delegados: por sobre el tímpano de mis oídos ha resonado, con redoble creciente, una serie inimaginable de frases locas del coronel Díaz Soto y Gama. (Risas)

La sorpresa que sus palabras me causaron no es nueva: estoy acostumbrado a esa clase de sorpresas; las declaraciones del señor Soto y Gama no son nuevas; estoy acostumbrado a esa clase de declaraciones demagógicas y disolventes (aplausos): pero de esa repetida sorpresa que me causa, voy a devolverle una poca al señor licenciado Soto y Gama: porque no dudo que habrá de sorprenderle el convencerse de que ha perdido la memoria.

El señor coronel Díaz Soto y Gama defendió a Juárez hace años en un 18 de julio, y por verter conceptos que explicaban esa defensa del glorioso indio de Guelatao, fue reducido a prisión. Si esa prisión es la que lo ha hecho cambiar de opinión, enhorabuena, señor coronel Díaz Soto y Gama. (Aplausos)

Quería yo también impresionar mi sentido del olfato con la expresión del mefitismo de que nos habló el señor Soto y Gama, pero no he podido conseguirlo, y me aparto de intento de oler los conceptos que me sugiere su fraseología, porque no quiero explicar que más mefítica que esa corrupción de la capital, de que él habla, es una declaración solemne que se hizo en esta Presidencia, diciendo a toda la capital que se le garantizaba que se les defendería, y esto, para abandonarla al día siguiente. (Voces: ¡Muy bien!)

Bueno es no sorprenderse de que nosotros los del Norte y los maderistas defendamos y amemos a nuestros héroes con todo lo más tierno de nuestro corazón; es bueno que se sepa que en este día de aniversario no venimos a hacer una apología del gran Juárez, que ya está escrita en las páginas de la Historia; y no queremos, ni por un momento, hacer caso de la escuela de Bulnes, que pretende derrocarlo de su altar; bueno es que os sorprendáis de saber que, a más de amar y de defender la memoria de los hombres grandes, nosotros los del Norte, también amamos y defenderemos a la mujer mexicana (aplausos), y que también le pediremos sus miradas de simpatía y también, si se puede, conseguiremos su cariño, o por lo menos la caricia de sus miradas, porque ello no es vergüenza para la juventud, y si es un signo de virilidad. (Aplausos)

Pero esos hombres del Norte, que aman los perfumes de la capital, que aman en general el perfume de la mujer hermosa, no pierden el sentido con esos perfumes, porque antes que ellos, cumpliendo con sagrados deberes, han olido suficientemente el aroma de la pólvora. (Aplausos)

Y ellos, revolucionarios de acción, que es lo que más vale dentro de todas las revoluciones, han probado con sus hechos, y han sellado con su sangre, vertida por sus heridas, que aman a su patria y que aman, sobre todas las cosas, al pueblo mexicano.

He pedido la palabra en pro de la proposición que se discute, porque he procurado, y estoy contento de haberlo conseguido, ejercitar el derecho de hablar, aunque algunos de los señores delegados se oponen a ello.

El hecho de que la Asamblea haya tomado en consideración la moción a discusión, me da desde luego el derecho de verter las frases que me tenía propuestas, pero entiéndase bien, que yo no vengo a halagar a las galerías, que yo no vengo a conquistarme a unos delegados y a malquistarme a otros; yo vengo sencillamente a cumplir con lo que en mi concepto es un alto deber de moralidad.

Algunos señores delegados han pretendido que el hacer uso de esta tribuna con otro objeto que no fuera el de discutir nuestro famoso Programa de Gobierno, serían payasadas. Yo voy a probarles a quienes así piensan, que los conceptos que vierto, por la moralidad que encierran y por la intención con que los digo, constituyen, sin duda alguna, un fin tan merecedor de consideración y de aprobación por parte de los señores delegados, como lo puede ser la discusión del Programa.

Ciertamente que el aniversario que celebramos sería un motivo de regocijo y sería un motivo para hacer largas disquisiciones; pero yo profeso el concepto de que la manera más segura, más firme y más leal de honrar a los muertos grandes, es la de aconsejar y decir palabras de verdad a los vivos, que son pequeños.

Sorpresas me ha dado el señor coronel Diaz Soto y Gama, sorpresas desagradables, sin duda; pero en contraposición con ellas, como para equilibrarlas y dejar mi ánimo conténto, he escuchado con beneplácito las frases sinceras y honradas del señor delegado general Montaño, frases que me han llenado de entusiasmo, porque he visto que ese hombre que quizás no pretende tener la inteligencia de otros hombres, tiene, sin duda alguna, una sinceridad inmensa y un amor patrio muy grande que lo hacen grande ante mis ojos.

No quiero tampoco hacer disquisiciones sobre conceptos, por demás absurdos, de aquellos que pretenden denigrar a los muertos grandes.

Acordarse de los héroes y engrandecerlos con la acción imitando su ejemplo y con la palabra predicando lo que ellos predicaron, es, en mi concepto, tender a algo muy grande, a algo que es supremo; es tender a la formación del alma nacional, y ... ¡compadezco con cariño y fraternalmente a aquellos que se aventuran con la audacia del mosco a soplar con un meñique, soplo que se imaginan soplo de huracán, sobre los sólidos, sobre los gigantescos, sobre los inconmovibles altares de la patria!

La continuación de nuestras labores en el seno de esta H. Asamblea es, sin duda alguna, vuelvo a repetirlo, un sencillo acontecimiento que no merecería el honor de sendos discursos de inauguración, si no fuera porque al aprovechar esa oportunidad, honramos a los muertos grandes, hablándole al pueblo de moralidad cívica, que tanto necesita; si no fuera, porque con ese pretexto nos valemos de hermosas ocasiones para verter conceptos que son verdades, que a semejanza de la semilla sembrada en tierra fértil, producen sin esfuerzo tallos lozanos y dan al cabo valiosos frutos; y, el fruto de la verdad, aunque a veces sea espinoso y amargo, siempre es ofrenda y alimento que debe servirse al pueblo, porque así se le nutre y así se le dignifica; que sólo de ese modo, por la crítica, por el ejemplo y por la sanción de la verdad, podrán las clases superiores, o sean las clases diligentes, llenar su santo papel civilizador ante el pueblo que, cansado de dar su sangre generosa, está anhelante de conseguir justicia, en forma de tierras que constituyan su patrimonio, en forma de educación que norme su conducta y en forma de autoridad que sea su salvaguardia.

Velney dice en un concepto de flamante moralidad, que la tendencia suprema del hombre debe ser el deseo del bien, la pasión por el honor y el afán de adquisición de la verdad; y proponerse eso, señores delegados, no es pretender aplausos ni provocar animadversiones.

La sociedad y el pueblo están pendientes de nuestros actos; aquélla experimenta aún el temor de otra invasión de los enemigos del orden, y éste conserva humeante todavía el fusil al hombro, desconfiando quizá del éxito final de sus esfuerzos.

Al pueblo vengo a hablarle, vengo a honrar a los muertos; no vengo a cosechar aplausos. La sociedad, amenazada con los horrores del hambre que pretendiera imponerle por la fuerza un gran malvado, no encuentra en nosotros todavía el brazo fuerte que la defienda, y piensa en la guardia civil y habla de defensa social, y trata de organizar batallones que no la abandonen a la hora del peligro, si por acaso éste viniera a amenazarla.

Yo quiero, con este motivo, recordar palabras que brotaron de mis labios, destinadas a la misma sociedad capitalina hace tres años, allá cuando en 1912 se erguía pavorosa en el Norte la ambición de Pascual Orozco; época en que se pretendió hacer, lo que se pretende ahora; de esta misma sociedad nacieron cuerpos de voluntarios que pedían instrucción militar para aprender a defenderse.

Yo tuve entonces el honor de organizar la Compañía de Voluntarios de la Banca de México, y fui el que previendo la efímera duración de esos cuerpos, por la efímera energía de quienes los formaban, les dije estas palabras, que ahora es oportuno repetir:

En las actuales condiciones no basta, para ser patriota, con dar ejemplo de orden y moralidad; se necesíta y urge contribuir con todos nuestros esfuerzos para hacer la paz y la concordia.

Es claro que las comodidades de la vida, que son una molicie, no permiten que fácilmente se tienda el músculo para exigirle un gran esfuerzo; pero es fuerza que se encaucen firmemente esos impulsos de entusiasmo viril, porque siempre es y será una vergüenza ceder al escepticismo cobarde y deprimente; esos voluntarios deben dar pruebas prácticas de su sentir y de su voluntad; que al fin y al cabo, si sus servicios no llegan a ser indispensables, no por eso será menos cierto que sus conciencias estarán más tranquilas y que se habrán ganado para la Patria más ciudadanos resueltos y más hombres completos.

Anhelar subsistir sin mengua, es querer con toda el alma que la Nación viva, pero grande y respetable; para ello se requiere la educación que eleva, la moralidad que enaltece, la virilidad que da fuerza y el amor patrio que santifica.

Que se formen, sí, cuerpos de ciudadanos voluntarios que amen al país y que lo quieran fuerte, demostrando con los hechos que a pesar del sacrificio de sus comodidades y de su albedrío, quieren auxiliar a quienes representan el orden y quieren contribuir a aniquilar a quienes enarbolan la anarquía.

¡La Patria escarnecida se halla enferma; con labor noble curemos a la Patria!

Por eso, al ver que continúa la fatal guerra fratricida, tiembla de santo horror el brazo del deber, la espada que defiende la legalidad y el orden amenaza inflexible con la serenidad de la justicia a los destructores de la sociedad, ellos también amenazan con la daga de la anarquía; de entrambos brota sangre del mismo origen; pero de un lado emana el sacrificio y del otro se consuma el matricidio, unos quieren dar vida y honor a la Patria, en tanto que otros la asesinan.

La falta de patriotismo, y la abundancia de defectos y ambiciones, ciegan a muchos de tus hijos hasta no verte, ¡oh Patria!, se juega tu suerte con dados de plomo sobre tu manto sagrado empapado y tinto ya en el líquido púrpura de tus propias arterias. Te quieren precipitar al fin trágico, ¡cuánto más valiera que antes que perderte con mengua, nos hundiera contigo el cataclismo! ...

Felizmente, en los momentos actuales, una serie gloriosa de costosos triunfos, nos anuncia ya la unidad de una acción omnipotente que no habrá de tardar mucho en conquistar tras los laureles de la victoria definitiva, la oliva de la anhelada paz; felizmente, señores delegados, el formidable empuje guerrero del Norte y la constancia inquebrantable del Sur, el ideal común de ambos hermanos y la grandeza y la justicia de la causa, nos dan fe en la esperanza de próximos tiempos mejores, en que a la lucha sangrienta y de destrucción, sucederá la paz reconstructora y el orden generador de nuevas energias, y en que al manejo de cañones y fusiles substituya el trabajo de yunques y arados, y ojalá que con esa fe y con ese apoyo prestigiemos la causa.

También nosotros en la esfera de nuestra acción, señores delegados, convencidos de que la felicidad del pueblo se consigue sólo con actos encaminados al bien del mismo pueblo, puesto que, como dice Gustavo Le Bon, por encima de todo existe una moral más alta e indispensable que la que señalan los códigos; la que enseña a sacrificar el interés del individuo por el interés de la colectividad; y una sociedad puede durar con lo primero, pero no puede nunca engrandecer sin lo segundo.

Y ojalá también que los luchadores armados que han conquistado muchos lauros los guarden como trofeos; pero que no los usen como galardones, y que a ejemplo de Cincinato, el célebre general romano, pasada la lucha, guarden los arreos guerreros y cedan sus energías al cultivo de la tierra; porque sólo así se mostrarán honrados, sólo así engrandecerán a su país, y sólo así harán inmortal su gloria.

Que no olviden esos triunfadores de hoy que la gloria es tanto más grande, cuanto mayor desinterés encierra y que, en cambio, cuando va unida a la ambición pierde su brillo, para enmohecerse con el sucio orín del militarismo.

Cuando con esta guerra se consiga terminar la odisea del pueblo mexicano, en su titánica lucha contra el yugo para obtener su independencia, en su guerra contra el clericalismo, que le dio la libertad del culto, en esta lucha en que puja por acercarse al mejoramiento económico, que no vaya a venir la férula del militar sin instrucción, sino que neguemos, por gradaciones sucesivas, a la democracia efectiva, que es nuestro derecho y que debe ser nuestra aspiración sensata: hacer democracia práctica, señores delegados, y no empeñarnos en el lirismo de la teórica democracia.

Esa es mi esperanza y ése es mi anhelo; señores delegados: creo que vosotros lo deseáis también así, y que pensáis conmigo; en que no sólo Roma la grande tuvo Gracos, que con sus leyes agrarias favorecieran al pueblo y que se sacrificaran por los intereses de la patria, que a más de ser grandes generales fueron grandes obedientes de la soberana voluntad de su pueblo y sensatos políticos, que respetaron la justicia y los derechos del hombre, sino que México, nuestro amado México, tendrá también su era grandiosa de prosperidad; debida a los esfuerzos abnegados de sus hijos, que exponiendo su vida, salvaron los ideales revolucionarios; que conservando el honor, afirmaron la verdad de sus convicciones y que, ¡engrandeciendo a la Patria, cimentaron el dogma del verdadero patriotismo! He dicho. (Aplausos)

El C. presidente
Tiene la palabra, en contra, el ciudadano Amezcua.

El C. Amezcua, Genaro
Hombres honrados de la Revolución del Norte, hermanos de la Revolución del Sur:

Verdaderamente contristado me siento al pensar que, en los momentos angustiosos para el pueblo de la capital, vengamos aquí con lirismos, porque el sentimiento que se guarda a los grandes hombres del pasado existe ya en el corazón de todos los mexicanos; no necesitan de más incienso, ni necesitan más flores, porque, como he dicho, en el corazón de todos hay todo eso en demasía.

No veo yo labor práctica al querer suspender la sesión de hoy; es más bien un pretexto, un fútil pretexto, para no discutir la cuestión del Programa, y allí sí veo una labor práctica, una labor honrada, una labor única que venga a beneficiar a los hermanos hambrientos de la capital.

Yo soy de México, yo soy de la capital, yo, como los hijos hambrientos de esta ciudad, siento sus dolores; sin embargo, no me dejo llevar por los arrebatos de la palabra, brillante pero sin sentido, de mis compañeros; yo deseo una labor más práctica, quiero para ellos que trabajen honradamente, firmemente, sin perder un solo minuto de esta época tan terrible por que atraviesa la vida mexicana.

Exhorto, pues, a mis compañeros, a mis hermanos los revolucionarios del Norte, para que, con la mano puesta en el corazón piensen en lo grave, en lo difícil por que atraviesa el país, y no vengamos a perder el tiempo; ya que hemos tenido el honor, ya que hemos tenido el gusto de venir a la capital, donde necesitamos hacer efectivo trabajo en bien del proletariado, no nos distraigamos en verter frases de relumbrón y en perder el tiempo inútilmente. Yo, por eso, voto en contra.

El C. presidente
Tiene la palabra, en pro, el ciudadano Zepeda.

El C. Zepeda
Quiero expresar, señores delegados, la impresión que en el fondo de mi alma han producido todos los discursos emanados de los labios de mis compañeros; sería tarea, no tanto difícil, cuanto larga y que no viene al caso, puesto que lo que se discute aquí es una moción suspensiva, que sirvió de pretexto a unos cuantos de nosotros, para hablar sobre cosas que interesan, asuntos que deben de pasarse de una vez para siempre y que deben de puntualizarse antes de comenzar nuestras tareas en esta capital, que será o no relajada, pero que es también -y en eso deben fijarse nuestros compañeros- capital de nuestra República, de nuestra muy amada Patria.

Todavía bajo la impresión bastante hermosa de los sentimientos que produjo en mi alma la palabra arrobadora y franca y noble del orador Cervantes, quizá bajo el cúmulo de sentimientos que la juventud de él ha producido en la juventud mía, porque veo en él un porvenir, como veo en mi Patria el ideal de mis sudores y trabajos; todavía bajo esa impresión, he subido a esta tribuna, más que para hablar sobre el asunto a discusión, señores, para fijar esos puntos de que hablaba al principio y que son interesantes, a pesar de lo que digan otros compañeros y de lo que piensen algunos.

No cabe duda de que, como dijo muy bien algún filósofo, cada cabeza es un mundo; todas las ideas, si fueran comunes, es seguro que no producirían luchas.

Pero, precisamente por eso y porque es necesario plantear lo que debemos resolver y unificarnos en lo que debemos entender, es por lo que quiero contestar a algunos de mis compañeros, que tal vez por sus arrebatos ciegos o por sus entusiasmos que creen nobles, han llegado aquí a decir que el patriotismo es un prejuicio, aunque siseen las galerías.

Ellos mismos han asentado ya la reprobación de su hecho: elpatriotismo es un prejuicio, es un lirismo, como también lo es el honor, señores, según algunos, que no quieren el honor, porque tal vez no lo han conocido; no digo que quien sostuvo eso no tenga patriotismo, lo que sucede es que en las convicciones no nos ponemos de acuerdo, y al mismo que lo ha sostenido voy a demostrarle que lo ha tenido y que lo ha tenido muy grande.

El patriotismo, según mi modo de pensar, es la virtud que lleva al hombre a sacrificarse por el bienestar de su nación; no sé si el orador que ha asentado eso, y con cuyas palabras tengo que contestar, porque sería perjudicial no hacerlo; pues sembraría tal vez ideas malas en el sentimiento del pueblo mexicano, que no está todavía instruido; no sé, digo, si habrá pensado en lo que él ha hecho y por qué lo ha hecho; meterse a una Revolución, según la frase del pueblo, no creo que sea, para muchos corazones nobles y jóvenes como el de mi compañero Orozco, con el objeto de medrar; éso sí no sería patriotismo, eso sería conveniencia personal ¡eso serían bajezas infames!

El compañero Orozco, por más que diga que por amor del pueblo ha hecho ese sacrificio, no puede negar que también lo ha hecho por amor a un terruño, por amor a una nación, por la que estamos todos dispuestos a sacrificar vida y trabajo y todo lo que nos ha dado el Hacedor Supremo, porque, señores, la Patria es algo muy grande que llevamos en el corazón, en lo más íntimo de él, y que no podrán quitarnos, todos los socialismos habidos y por haber, a los que todavia nos sentimos mexicanos y mexicanos de corazón; y el propio compañero Orozco ha peleado -y ha peleado mucho- por esa misma Patria, por ese pueblo a quien le viene a hablar de que no hay Patria, y de que no hay patriotismo, es decir: que el patriotismo es un prejuicio; y, señores, los pueblos cuando van al sacrificio, van pór el terruño, van por la Patria y van por la familia; es decir: van por la familia, porque van por la Patria, porque el conjunto: el terruño y la familia, forman el sentimiento de Patria, que es muy hondo, muy grande y muy noble.

No creo yo que sea justo el que la Revolución siente, de una vez para siempre, esas doctrinas y por eso vengo a aclamarlas, porque creería ese pueblo mexicano, del cual no se ha arrancado aún el sentimiento de Patria, creería que los revolucionarios no peleaban por patriotismo, sino que tal vez por sentimientos que él calcularía egoístas y que así lo va calculando por las acciones que va viendo de los revolucionarios, acciones que no son muy nobles en muchos; es muy triste, señores delegados, el ver que algunos de nuestros compañeros creen que el odio es el llamado a resolver los problemas sociales.

Los que hemos visto cómo se construyen los edificios, los que nos hemos dedicado a resolver los problemas sociales, los que nos hemos puesto a estudiar esa tarea y los que no la han estudiado, hemos podido observar que, para llevar a cabo una semejante obra, se necesita de una argamasa que una piedra con piedra, para que ese edificio sea sólido; pero no creo, como lo creyeron otros, que esa argamasa sea el odio, que es peor que la dinamita y que puede hacer volar una sociedad tanto más rápidamente cuanto más firmemente nos empeñemos en establecerla como fundamento de nuestras construcciones.

No creo que sea verdad lo que nos ha asentado aquí el señor Soto y Gama: él no odia, y, en medio de su entusiasmo, él quiere demostrar amor al pueblo, haciéndole creer que odia a la sociedad, que odia a los ricos, porque los cree causantes de todos los males; pero yo no sé por qué se ha de odiar al que está enfermo, precisamente porque padece de esa enfermedad; no sé por qué odiar al virulento porque tiene la viruela que le ha atacado; porque el mal que nos aqueja no viene de las clases sociales, hemos visto que el gendarme es más tirano a veces que el mismo gobernador, y el gendarme no sale de la esfera de donde es, es de la esfera baja y, sin embargo, es muy tirano; el pueblo ha sufrido más atropellos tal vez de él que del mismo gobernador.

¿A qué se deben; pues, nuéstros males? Al virus que nos corroe, a la lepra desgraciada que nos ha minado y que nos llevará a la ruina si en lugar de estirpar ese virus seguimos clamando con odios contra la sociedad que es nuestra hermana, que quiere unirse a nosotros en sentimientos y en ideales; estamos dando prueba nosotros mismos de que lo que padecemos es el egoísmo y el servilismo; yo no veo que la Revolución triunfe, por más que se repartan las tierras, mientras esos dos males que nos han minado no se acaben, mientras ese egoísmo y ese servilismo no se acaben.

Lo vemos en los mismos libertadores revolucionarios, porque hay muchos que no tienden más que a su medro personal; hemos visto muchas quejas de los mismos ciudadanos mexicanos que nos dicen que están mal o peor que antes, y no es cuestión de la Revolución, sino que el mismo jefe revolucionario es un cacique tres veces peor que el cacique derruido o derrumbado por los impulsos nobles de este pueblo que tendía a conquistar sus libertades; ese odio que se trata de inculcar al pueblo no tiene razón de ser; precisamente por eso y hablando del servilismo, voy a poner un ejemplo que está a la vista de todos.

Los porfiristas de ayer, y los villistas y zapatistas de hoy, se parecen en una cosa: en que han levantado un ídolo sobre el mismo pedestal; hay muchos que pelean por ideales, pero hay muchos también que casi confunden la persona del caudillo con la causa que ellos defienden, y ese es un mal que corroe también a muchos revolucionarios, a quienes yo creo nobles, a quienes yo creo tendiendo a los grandes fines, pero, que no han podido librarse de ese mal; están también contagiados y van a la ruina, como iremos siempre que no sepamos distinguir entre el buen sendero y el malo.

Algunas veces hemos escuchado aquí la voz aterradora de los leaders, de un grupo que pide guillotinas, que pide cadalzos, que pide acabar con las clases sociales, con las clases altas, con la clase burguesa, con la aristocrática y la rica; no señores, yo creo que lo que debemos pedir es cadalzos para el egoísmo que está en la clase baja, como en la clase alta; cadalzos para la vanidad y para el servilismo que están aquí mismo, en todas las clases; y para que se vea que las revoluciones siempre fracasan cuando no van por el término medio, por el lado bueno, que es el de la vírtud y el del honor; voy a leer un trozo que, por casualidad me encontré leyendo una obra del gran parlamentarista inglés y notable psicólogo, el historiador E. B. ... que examinando la historia de la Revolución Francesa, el liberal de los liberales, lanza verdaderos cargos a esa Revolución, solamente porque no supo llevar a término, con honradez y con decencia, como debiera, los ideales de aquel pueblo francés, tres veces grande y mil veces heroico; dice el mencionado historiador:

La imparcial filosofía de las revoluciones juzga con severa tristeza el inútil despilfarro de nobles energías e inteligencias humanas sacrificadas al Moloc de insanas pasiones por la Revolución francesa. Era una loca e insensata destrucción que dejó exhausta a Francia y horrorizada a Europa. Con Mirabeau murió el único de aquellos hombres cuyo talento de hombres de Estado podía haber encauzado aquel gran movimiento. Los Danton, Robespierre, etc., eran incapaces para dirigir la Revolución, fueron arrastrados por ella y sus errores y vicios arrojaron a la Francia en brazos del gran aventurero Napoleón Bonaparte.

Más bien perjudicial al progreso, demuestra la Revolución cuán grande es el poder de la idea que enaltece a los hombres y ha hecho que aquel huracán, que mató las libertades en Europa, durante una generación, resultara una epopeya de admirables abnegaciones y heroísmos en aras de ideales humanitarios. Desgraciada en su totalidad, es la Revolución; gracias a esos heroísmos, quizá la página más brillante de la histOria de la Humanidad y eterno título de gloria y simpatía a la siémpre joven nación francesa. El vulgo revolucionario de todos los países cree que una guillotina en cada esquina es la quinta esencia de la revolución. ¡Locos y desgraciados! ¡Y estos locos se llaman partidarios de la abolición de la pena de muerte! Sus instintos salvajes les parecen virtudes; cualquier energúmeno sueña con imitar a Dantón, degollando a los aristócratas, o a Robespierre guillotinando a los revolucionarios tibios.

Esta leyenda de locuras sanguinarias hace despreciar a los grandes pensadores, cuyo espíritu prepara y vigoriza las revoluciones fértiles, y, sin los cuales, éstos desbordan en orgías sangríentas para terminar con la díctadura del sable.

El C. presidente
La Mesa suplica al orador que se ciña al punto a discusión.

El C. Zepeda
Voy a eso.

Suplico a los señores delegados en general y a la Mesa en particular, que me dispensen esta digresión, porque va precisamente a un punto importante que trataron los oradores antes; pero aunque el compañero Genaro Palacios Moreno dice que es mucha vuelta, para terminar de una vez voy a acabar con la cita.

Estas revoluciones fértiles, son obras colectivas de nobles espíritus. Para transformar los ideales en realidades, hay necesidad de hombres de carácter y al mismo tiempo inminentemente políticos que posean el raro talento de saber buscar sus colaboradores y la más rara modestia de dar a estos colaboradores la gloria que merecen.

Sólo los hombres muy grandes son modestos y atraen hacia su obra talentos de mérito; los ambiciosos pequeños buscan un ambiente de medianías para sobresalir en él. (Ernesto Bark, Política Social. El Internacionalismo).

Vengo a ese punto, señores, y quiero que fijéis vuestra atención en él; por eso pedí la palabra, precisamente porque si es cierto que el Programa nos interesa, también nos interesa fijar ideas y enderezar nuestros pasos por buen sendero.

Esta metrópoli, que nos recibió por interés o sin interés, como queráis, tiene en su seno un elemento por el cual han luchado tanto, según han dicho, el señor Soto y Gama y todos los compañeros que aquí estamos presentes: el elemento popular, el elemento abnegado, el elemento eterno esclavo de las usurpaciones y de las tiranías y por ese elemento es precisamente por el que yo quiero llamar la atención a mis compañeros, para que se fijen en que esta capital, como todas las capitales y todas las ciudades de la República, merecen nuestra atención, merecen nuestro cariño, aun las mismas clases elevadas; porque las clases elevadas, aunque sean, como se dice, burguesas, reaccionarias o como sean, son mexicanas y la Revolución debe tender siempre a matar los gérmenes, pero no las individualidades, He ahí la tendencia de nuestra Revolución.

Alguna vez, cuando en las mazmorras me ponía yo a pensar en las penas que sufre nuestro pueblo, desesperado me preguntaba cuál era el remedio de tanto mal; quizá muchos de vosotros os desesperabais también queriendo destruir el mal, queriendo llegar a conseguir el remedio, y nunca lo encontrabais, porque, señores, acabar con los hombres no es acabar con los males y yo creo que ése es el fundamento de su mal: el egoísmo y el servilismo. Quitar esos males es redimir a la Patria; pero más que todo, señores, se necesita hacer un punto en esta situación que se nos presenta.

Algunos aquí han deturpado a unos que son grandes hombres, algunos han venido a criticar grandes figuras; yo no me pongo a juzgarlos, porque, al fin y al cabo, no soy historiador; yo soy hombre pequeño para juzgar a los hombres que otros han creído grandes. Pero, señores, creo que la nacionalidad, creo que nuestro patriotismo, creo que toda nuestra vida de pueblo independiente, se debe basar en un solo punto: el respeto del pueblo a sus tradiciones grandes, a sus altos ideales; el respeto del pueblo a sus héroes; el respeto del pueblo a los que le encauzaron por el buen camino.

Voy a terminar y quiero, ante todo, daros las gracias porque me habéis escuchado y también pedir que se apruebe la moción, aunque ya resultará aprobada bastante tarde, por la discusión tan larga que ha sobrevenido por el punto; pero en fin, que se apruebe en honor de los compañeros o del héroe a quien se aclama y en honor también de este día en que se inaugura esta Convención en una ciudad quizá muchas veces maldecida por un compañero, pero que también es mexicana y que, como mexicanos, debemos de querer y debemos de sostener y debemos de procurar remediar sus males. (Aplausos)

El C. Soto y Gama
Para contestar alusiones personales, pido la palabra. (Voces: No, no; sí, sí)

Para suplicar a la Presidencia que, ya que no ha tenido inconveniente en violar todos los acuerdos anteriores de la Asamblea, cumpla siquiera con un solo artículo del Reglamento, que dice que inmediatamente después de que en un discurso se aluda a cualquiera de los delegados, el delegado tiene derecho a contestar; que cumpla con el Reglamento, ya que ha violado el compromiso anterior de que no se debía dar preferencia a ninguna clase de discursos, menos a discursos tan inconducentes como los que se han pronunciado; así es que pido la palabra para alusiones personales. (Campanilla, murmullos)

El C. secretario
El artículo 12 del Reglamento, dice así:

Articulo 12. Cuando hayan hablado sobre el mismo asunto tres oradores en pro y tres en contra, preguntará la Presidencia si se considera el asunto suficientemente discutido. Si la Asamblea resuelve por la afirmativa, se procederá a la votación, y si contesta negativamente, se ampliará el debate hasta que la Asamblea lo considere agotado.

El C. Soto y Gama
Pido a la Secretaria, que lea el artículo relativo a las alusiones personales; ése es el que yo invoco.

El C. secretario
Si la Asamblea resuelve por la afirmativa ...

El C. Soto y Gama
Pido que se lea, señor presidente; no me dirijo a la Secretaría, pido que se lea el artículo relativo a las alusiones personales.

El C. presidente
Debo contestar al señor licenciado Soto y Gama que sólo me sujeto a lo que dice la moción suspensiva, y el Reglamento dice que hablarán uno en pro y otro en contra primero; después de que la tome en consideración la Asamblea, hablarán tres en pro y tres en contra. Ya hablaron tres en pro y tres en contra y se preguntará si está suficientemente discutido.

El C. Soto y Gama
En todas las Asambleas, aparte de los que se inscriben en pro y en contra, siempre tienen derecho a contestar las alusiones personales los aludidos. Pido a la Presidencia que mande dar lectura al artículo relativo del Reglamento.

El C. presidente
El señor delegado Soto y Gama tiene derecho para interpelar a todos los que quiera y yo le concederé la palabra.

El C. Soto y Gama
Es para contestar alusiones personales.

El C. Liñeiro
No se le han hecho.

El C. Amezcua
Pido la palabra, para una moción de orden.

El C. secretario
Artículo 8° Cuando algún delegado sea objeto de alusiones personales; podrá hacer uso de la palabra para contestar, al terminar de hablar el orador, y deberá hacerlo en términos breves.

El C. Soto y Gama
La alusión personal que a mí se refiere, es sumamente importante, porque no sólo es alusión personal a mi, sino a mi grupo; por eso tengo interés en contestarla. (Voces: No hay grupo)

Entonces, se trata de mí, señores.

Se ha dicho que yo vengo a fomentar el odio en una sociedad que quiere unirse ante el terror que le inspira determinada facción. Vengo a contestar la alusión, diciendo que en mi grupo y yo, mal que les pese a los señores que dicen que no hay grupo, no venimos a sembrar odios, venimos a hablar en nombre de la Historia de la Revolución, para decir que es una vergüenza que la Revolución se olvide de sus enemigos.

El grupo que empezó con el nombre de Defensa Social, ese grupo que empezó con ese nombre, fue el peor de sus enemigos, el que después fue secundado por esa juventud tan noble y tan alta de que nos hablaba el señor Zepeda, que fue la que entró a la Escuela Libre de Derecho bajo el amparo de León de la Barra, que no merece mi respeto y creo que no merece el respeto de la Asamblea; yo vengo sencillamente a ptotestar aqui contra el hecho de que la Revolución triunfadora, triunfadora en el terreno de las armas, triunfadora intelectual y moralmente, venga a rendir parias al grupo reaccionario vencido en todos los terrenos; pero esencialmente en el terreno de las ideas; y vengo a oponerme a que se aplauda aquí y que se reciban con beneplácito los aplausos mentirosos, los aplausos inspirados por el miedo con que la juventud corrompida de siempre, la juventud educada a lo Rodolfo Reyes y De la Barra, viene a incorporarse a la Revolución, una vez triunfante, a esa Revolución, y olvida que cuando la Revolución caia por un momento, vacilante en la persona de don Francisco I. Madero ... (Murmullos y aplausos)

Vengo a protestar contra eso y no seria yo revolucionario de principios si viniera a decir aqui, en nombre de la unión, que debíamos ilusionarnos con la sociedad de la capital, que ha aplaudido tanto a Santa Anna como a Maximiliano y lo mismo entonó en todos los tonos alabanzas a Porfirio Díaz, que se inclinó a Madero cuando lo vio fuerte y lo abandonó miserablemente cuando lo vio caído. (Aplausos)

Yo no busco ni aplausos, ni empleos; ni absolutamente la aprobación de nadie, sino la aprobación de mi conciencia y la aprobación del verdadero pueblo mexicano, que no es el que vive en esta metrópoli; he venido a protestar contra ese hecho y vengo a señalar la verdadera orientación del grupo suriano para decir: la Revolución no va contra los hombres de trabajo, la Revolución no va contra los neutrales, la Revolución no va contra los industriales de buena fe, ni contra los comerciantes de buena fe, ni contra los extranjeros que trabajan y que hacen prosperar a este país en esta etapa de capitalismo egoísta que, por desgracia, atravesamos. Pero la Revolución va, implacable, contra el grupo de hacendados que se han venido a afiliar ... (Aplausos)

La Revolución va, implacable e inflexible, contra el grupo de Gobernadores del porfirismo y de Gobernadores del huertismo, y de los miserables que alquilaron su conciencia, y de altos miembros del clero, más corrompidos, que prestaron su dinero y prestaron su apoyo y prestaron el mentido apoyo de la Religión en Jesús, para hacer sostener un régimen que no merecia más que la abominación y la vergüenza y el escupitajo de todos los revolucionarios. (Aplausos)

La Revolución dará garantías a la industria y al comercio, la Revolución finiquitará a los hacendados y aniquilará sus bienes a Mondragón y a Félix Díaz y a todos los cobardes como Huerta y Blanquet. (Aplausos)

A esos miserables que, después de haber sumido a este país en la vergüenza (aplausos); porque la verdadera vergüenza no la han arrojado sobre él Obregón ni Carranza, sino el miserable bandido de Huerta cuando traicionó dos veces, primero a Madero y después a Félix Díaz; a esos hombres que, después de haber metido a este país en la claoca de la ignominia, ellos que, como Díaz Mirón, decían que desafiarían las iras de la Revolución en las calles de la capital, tuvieron la cobardía de salir de ella y se han ido a asilar a los centros malditos de Europa, a los centros burgueses; y los bienes de esos miserables responden de sus hechos, y ya que no se tienen sus cabezas, se tienen sus bienes: ¡que sean confiscados! (Aplausos)

Yo lo digo y lo repito: ni para Limantour, ni para Reyes y su cohorte, ni para el Gobernador Cárdenas, ni para los infames Gobernantes de Estado, ni para los cómplices del huertismo, habrá compasión; si no están sus cabezas, están sus bienes. (Aplausos)

Digo también que el clero, si tiene la impudicia de pasearse por las calles de la metrópoli, debe ser decapitado. El Arzobispo Mora, el miserable y canalla Arzobispo Mora ... (Aplausos), esos que con toda hipocresía ayudaron al gobierno de Huerta, renegando de Cristo, del Gran Cristo, que es el Apóstol de todos los hombres de principios y de corazón, ese hombre, si viene aquí, ese hombre será decapitado irremisiblemente. (Aplausos)

Por eso, señores, quiero establecer diferencias: Justicia y Garantías para los que las merecen; castigo para los miserables que hoy quieren cobijarse bajo la bandera de la Revolución ... (Aplausos) ... Que la Revolución no se incline ante la bella dama que se llama Capital de la República, sino que tenga la frente alta y la verdadera virilidad, la virilidad de resistir a los aplausos; no somos toreros, no venimos a mendigar el aplauso de la gente fementida; venimos a cumplir con los compromisos que tenemos con los débiles, con los oprimidos, con las víctimas de Huerta y sus secuaces, contra el alto clero que se honró con los nombres de Hidalgo y de Morelos, contra ese alto clero y contra la alta Banca y todos los grandes bribones que sostuvieron la dictadura de Huerta; contra ésos, la Revolución será implacable y siempre estará mi voz dispuesta para levantarla contra ese afeminamiento pretendido de la Revolución que se inclina ante una miserable tanda de aplausos, como si viniéramos, sencillamente, a ser cómicos que las galerías van a aplaudir.

Protesto contra eso, y creo que la dignidad de la Revolución está muy por encima de las miserias de esta capital. (Aplausos)

El C. Montaño
Para aclaraciones y rectificaciones. (Voces: No, no)

La aclaración consiste en lo siguiente, o mejor dicho la rectificación: he oído expresar conceptos referentes a los poderosos que han estrangulado al pueblo, he escuchado conceptos en contra de la Revolución francesa; y como aquellos principios de la Revolución francesa nos contagiaron a nosotros, es decir, a la América, para levantar el estandarte de sus libertades, en este momento me permito hacer una explicación respecto de los poderosos que figuran en la legión de hacendados y caciques.

En la conciencia del pueblo está que las miserias del pueblo, la sangre que se ha derramado, el sacrificio de nuestros compatriotas, ese sacrificio de tanta sangre derramada, ha sido provocado precisamente por los poderosos, por lo que pudiéramos nombrar aristocracia mexicana, por lo que pudiéramos nombrar feudalismo mexicano; el feudalismo ha sido el protector de los grandes tiranos, de los grandes déspotas, él ha regado tanta sangre en la Patria; ese feudalismo, sintetizado por los hacendados, y el caciquismo, necesita un ejemplar castigo, necesita que la sociedad se purgue de esos pulpos que, como zánganos, han absorbido la riqueza pÚblica y han dejado en la miseria al pueblo; el pueblo ha recorrido un Gólgota de sacrificios, y ha sido precisamente por los poderosos, porque, decidme ¿qué poderoso le ha tendido la mano al pueblo, qué feudal le ha tendido la mano al pueblo? Todos vosotros habéis visto que han desatado el látigo sobre sus espaldas, sobre el pueblo infeliz, que no ha tenido más recursos que el camino de la Revolución para defenderse, que el camino de la Revolución para salvarse, que el camino de los principios predicados al pueblo para redimirse.

Respecto de lo que se acaba de nombrar del clero, debo manifestar a ustedes que, precisamente allí, está la obra del Gran Juárez, que no se intimidó ante esos hombres, ese hombre que ahora se trata de discutir; y yo digo delante de esos nombres venerados que están escritos con letras de oro, señores, si no respetamos la memoria de Juárez, de no respetarla, señores, borremos esos sacrosantos nombres; pero el que tal haga, no borrará del alma del pueblo mexicano, el gran tributo de homenaje que se merece; no porque esos nombres los borren, podrán borrarlos de nuestro cielo. (Aplausos)

Por un Pericles y por Milcíades vivió Grecia, y por un Leónidas, que viven en el alma de los pueblos de la tierra; por un Washington vive la Nación del Norte en el alma de los pueblos libres; por un Morelos, por un Hidalgo y por un Juárez, vivirá eternamente en el alma de la humanidad el pueblo mexicano. (Aplausos)

Por San Martín, gran parte del Sur de América. Esos nombres, que pertenecen a la humanidad, debemos siempre presentarlos a la juventud, como un ejemplo que la estimule, como la religión de la positiva Patria; pero no olvidemos que si borramos esos nombres del corazón del pueblo, que si borramos esos nombres escritos con letras de oro en esos muros, entonces, señores, borraremos la Patria; pero no, señores, entiendo que vosotros sois verdaderos mexicanos y jamás borraréis a los benefactores de la humanidad, jamás borraréis a los verdaderos redentores del pueblo.

Tengo la seguridad, señores, de que todos los principios que hemos desatado, son verdaderamente definidos.

Yo no pido aplausos para las frases que brotan de mis labios; es la veneración que consagro a los hombres del pasado, es una veneración por la raza; no tengo el valor suficiente ni la entereza para remover con mi saeta a puñaladas a los que están descansando en sus propias tumbas, a los que desde el cielo tienen la vista fija en nosotros, para ver qué cosa hacemos; ellos, que han luchado y que han muerto como héroes de la humanidad, defendiendo los sacrosantos ideales del pueblo ... no me siento con fuerzas suficientes para renegar de la memoria de aquellos héroes, no me siento con fuerzas suficientes, señores, para declinar la Religión de la Patria, la Religión de la Patria ideal, del alma del pueblo, en que viven sus sacrosantos hombres, sombras veneradas de todos los mártires de los heroísmos de México, aunque el mundo entero los pretenda sepultar en olvido.

Creo yo que todo mexicano digno debe guardar siempre en su corazón la remembranza inmortal de esos hombres cuya inmortalidad jamás la eclipsará nadie absolutamente; porque la Historia es la soberana, porque la Historia es el severo tribunal que dictará su fallo inapelable y, en el fallo de la Historia, esos hombres están reivindicados. (Aplausos) (Voces: ¡Que se ponga a votación!)

El C. secretario
Se pregunta a esta Honorable Asamblea si, habiendo hablado tres en pro y tres en contra, se aprueba esta moción que dice: (Leyó).

Aprobada.

Se suspende la sesión para mañana a las cuatro en punto, con la misma orden del día.

Índice de Crónicas y debates de la Soberana Convención Revolucionaria Recopilación de Florencio Barrera FuentesPrimera parte de la sesión del 21 de marzo de 1915 Primera parte de la sesión del 22 de marzo de 1915Biblioteca Virtual Antorcha