Índice de La guerra de secesión, Victor Austin compiladorCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VIII

LAS MUJERES DEL SUR

El Sur brilló en el campo de batalla, pero, en las plantaciones, reinan la tristeza y la desolación.

El que habla aquí era un niñito en esa época:


A medida que pasaban los años, casi todas las mujeres, de duelo por un miembro de su familia, se vestían de negro. Desde hacía mucho tiempo, todos los hombres sanos habían partido bajo bandera. Sólo quedaban los viejos y los lisiados; y muchachitos de doce a catorce años que llevaban adelante las plantaciones junto con los negros.

Todas las campanas de bronce habían sido fundidas y transformadas en cañones o en proyectiles, y los domingos eran silenciosos. Pero nosotros, los viejos, las mujeres y los niños, no necesitábamos su llamado para dirigirnos a la iglesia. El canto de los salmos estaba lleno de tristeza y los negros mismos, ganados por la inquietud general, permanecían serios y silenciosos en las galerías.




¿Qué piensan los negros? Es el gran enigma que preocupa a las mujeres del Sur aisladas en medio de sus esclavos.

La señora Chesnut, mujer de un senador de Carolina del Sur:


Minnie F. sostiene que habría habido un comienzo de levantamiento en Luisiana y en el Misisipí y que allá hay tantos negros colgados de los árboles como pájaros en las ramas. Pero allá se dice lo mismo de Carolina del Sur, mientras que sabemos al respecto que en este Estado todo es calma.

Los negros no tienen ninguna reacción que deje suponer siquiera que saben que estamos en guerra. No les hablo nunca de ello; además ellos no creen una palabra de lo que se dice sobre este asunto. Un verdadero propietario de esclavoB, el que los posee desde hace ya generaciones, no teme a los negros. Aquí, a pesar de que vivimos rodeados de negros y que todos los hombres blancos están en guerra, todo es calma y serenidad.

El señor Team ha venido hoy. Es un hombre apuesto, de buena estampa a pesar de su edad y posee tal vez los ojos negros más hermosos que he visto. Toda su vida ha sido celador. La mayoría de la gente desprecia a los celadores, pero el señor Team es una excepción. Todo el mundo lo estima y respeta. Le hemos contado La Cabaña del Tío Tom, imaginada por la señora Stowe, nos ha respondido que no había visto muchos esclavos como ése. Si existieran, no se los podría conseguir con el dinero. Ha agregado: Por mi parte, jamás he visto quemar o asesinar a un negro. Naturalmente, si el amo es un malvado o borrachín, eso será malo para los esclavos. La esclavitud es algo demasiado injusto para subsistir. Corramos el riesgo y liberémoslos, y que luchen a nuestro lado para comprar su libertad.

Luego nos contó la historia de una esclava tan perezosa que ató a su hijo a la espalda y se tiró al río. Ella había dicho que no quería trabajar a la fuerza y que su hijo no lo haría tampoco. El señor Team nos había hecho llorar frecuentemente con sus historias, pero ahora hemos reído para no llorar.

Agosto de 1862. Al volver a ver a Dick, el mayordomo, he recordado que cuando niños, nuestras nodrizas nos daban el té al aire libre, en mesitas de madera de pino. Cuando Dick pasaba, con su andar lento y solemne, lo interpelábamos: Dick ven pues a servirnos. -No, amita, nunca he servio a nadie en mesa'e pino. Epere a ser má grande pa' poné lo pié bajo la mesa'e caoba'e papá.

Le enseñé a leer apenas lo supe hacer yo misma. Ahora, su mirada me evita. Mira por encima de mi cabeza, huele la libertad en el aire. Ha sido siempre muy ambicioso. No pienso que él haya leído nunca mucho; pero como mi padre lo decía siempre, Dick, inmóvil cerca de la mesa, ha escuchado discutir, sobre todos los temas posibles, a las más brillantes inteligencias de nuestra sociedad. Es el primer negro en quien siento un cambio. Todos se pasean detrás de su máscara negra, sin dejar filtrar el menor asomo de emoción.




Una mujer muy joven, Mary Pugh, describe a su marido, que está en el frente con un regimiento de artillería de Nueva Orleáns, cómo abandonó su plantación de Luisiana, con todos sus esclavos, hacia Texas.

El trayecto debía durar un mes.


Entre Opalousas y Alexandrie, Luisiana.

Domingo a la noche, 9 de noviembre de 1862

Muy querido esposo:

Cuando te escribí la última carta, nunca habría pensado que ésta la haría tan lejos de nuestra querida y vieja mansión. No obstante, en este momento, nos hallamos en esta triste comarca, bien contentos de haber podido escapar de esos malditos yanquis que deben, sin duda, estar acomodándose en nuestra querida casa. Mucho antes de recibir mi carta, habrás sabido que han llegado a Bayou Lafourche.

El domingo último, al alba, papá fue al campamento situado más allá de la propiedad del señor Littlejohn. A su retorno, nos ha dicho que tenía la impresión de que nuestros oficiales no parecían inclinados a luchar, y que era del parecer que deberíamos, por cierto, irnos de allí. Nos aconsejó preparar nuestros equipajes en seguida. Hice una escapada a caballo hasta Dixie. He reunido a todos los negros y les expliqué que se esperaba la llegada de los yanquis y que en ese caso tú querías que partiesen todos conmigo. Sentían mucho abandonar sus hermosos campos, pero dijeron que estaban listos a seguirme. Los mandé empacar por si estuviésemos obligados a partir inmediatamente. Vuelta a casa, al atardecer, he sabido que papá y David habían decidido partir al alba, pues los yanquis se hallaban en las proximidades de la propiedad del señor Littlejohn y no esperaban más que el día para entablar combate.

Hacia las diez de la noche, papá y David fueron a Dixie para decir a los negros que estuvieran listos para partir al alba. Los negros pasaron la noche haciendo los preparativos y cocinando provisiones para el viaje, y, muy temprano en la mañana, los he encontrado a todos en el camino, felices y contentos. Desde nuestra partida, se han comportado bien, a pesar de los numerosos malos ejemplos. En efecto, la mañana de nuestra partida, alrededor de veintisiete negros de papá habían desaparecido. Entre ellos Jim Bynum (después de esto, ¿se podrá tener confianza en uno de ellos?), la vieja Mary Nell y su marido, el viejo David y su familia, y el viejo Virgilio y su familia. En el momento de nuestro descanso, la primera noche, Sylvestre huyó. La noche siguiente, en Bayou Boeuf, alrededor de veinticinco de los mejores obreros de papá se fugaron. El día siguiente, en Berwick Bay, casi todas las mujeres y los niños se preparaban a hacer lo mismo, pero papá lo advirtió a tiempo y los ha vuelto a recuperar, salvo a un hombre y a una mujer.

En total, papá perdió alrededor de sesenta de sus mejores esclavos. Hace de tripas corazón y opina que aún tiene la suerte de haber podido conservar algunos.

Como ya te lo he dicho, David ha venido con nosotros. Pero en Bayoú B., debió retroceder, pues doce de sus mejores negros había huido el mismo día de la partida y otros tantos desaparecieron en Bayou B. Además, temiendo encontrarse solo con las mujeres y niños, decidió regresar. Tu madre había enviado al pequeño Nathan con David, pero él también ha huido con los otros, después de haber dicho que quería volver a la casa de ella. Ahora bien, todo esto pasaba delante de tus negros, y con toda seguridad han aprendido mucho y han tenido más de una ocasión de hacer lo mismo. Sin embargo, ellos están todos allá todavia, tan humildes y respetuosos como antes. Me siento verdaderamente reconocida hacia ellos por su buena conducta, y tú puedes estar orgulloso de ellos.

Hasta la tía Tiby nos ha seguido. He tratado de hacerla quedar; pero tenía tal deseo de venir que no he podido rehusarme. Me he dicho también que dejándola, Sharp estaría tentado de huir para reunirse con ella; y como los negros son como carneros, no quería un ejemplo semejante. Estoy contenta de haberla traído ahora, pues allá abajo, sola, habría tenido disgusto. Parecía tener diez años menos y no hacía más que sonreír. Habla a menudo de los carneros, a los que parece añorar mucho. Teniendo tela de sobra, he hecho recubrir los carromatos con ella y así, en la noche, los negros están al abrigo. Sus ropas de invierno están empaquetadas. Como no las había distribuido, me dije que los que quisieran huir no tendrían gran cosa encima. Haré la distribución de ellas dentro de uno o dos días, pues me parece que no se arriesgan más a escaparse.

Después de haber reflexionado mucho, papá ha decidido al fin ir a Texas ... Sueña con el condado de Polk. Allá es posible aprovisionarse fácilmente y a un precio razonable. Se dice que el maíz se vende a cuarenta centavos el barril y una vaca vale de doce a catorce dólares. Estamos todavía a una distancia de trescientos veinte kilómetros, y papá espera que estaremoS allí en dos semanas. El tiempo y los caminos son excelentes y pensamos instalar a los negros en sus alojamientos de invierno antes de las lluvias. La señora Young ha partido con nosotros, trayendo alrededor de ochenta mujeres y niños, y es papá quien debe ocuparse de ellos, pues todos sus esclavos han huido, salvo una docena. Tu madre ha rehusado hacer viajar a sus negros, diciendo que eran demasiado numerosos. Piensa que si ella puede protegerlos, le será más fácil en su casa, y yo creo que tiene razón.

Al abandonar nuestra plantación, hemos oído distintamente tiros de fusil del lado de Labadia. El combate comenzaba. Ves que hemos escapado justo a tiempo de los yanquis, pues han llegado a Thibodaux algunas horas después. ¡Oh, Richard, adivinarás qué triste estaba al dejar todas esas CoSas que me eran tan queridas! Cuando me alejaba a caballo de nuestra hermosa Dixie, tenía la impresión de decirte adiós por segunda vez. Mamá no ha traído más que sus ropas y su cama. Ni un solo mueble. Ha hecho empaquetar los cristales y la porcelana y los ha enviado a lo de la señora S. con la esperanza de salvarlos. Papá ha dejado al viejo M. R. para ocuparse de la propiedad, y el tío Punch y uno o dos negros ancianos para ayudarle, pero temo que los yanquis se los lleven.

En lo del señor Wilson, donde pasamos dos días, hallamos a Miles Taylor. Los yanquis llegaron a su casa y han llevado todo lo que podía andar; no le han dejado siquiera un pollito. El señor Taylor pidió prestada una chaqueta y ha huido con su hija. Los yanquis habían comenzado a destruir todo mucho antes de Thibodaux. Se cuenta que han tomado todos los negros de M. R., matando a dos de ellos que rehusaban seguirlos. Walter, tu hermano, ha partido también con sus esclavos. pero no sé dónde. El señor Dillon, hijo, nos alcanzó y nos ha contado que a todos los negros de su padre y los del señor Parkins, hasta la anciana Lucinda, se los han llevado. Parece que los yanquis construyeron un campamento para los negros en la plantación del señor Buxton, a la espera de enviarlos a otra parte.

El pobre Frank vuelve a partir mañana a la mañana. Escribo esta carta para que te la lleve, pues me ha prometido ir a verte si te hallas en su sector. Cuando pienso que no he recibido noticias tuyas desde hace una eternidad, me pregunto cómo puedo soportar todas estas desdichas. Mi querido Richard, he hecho tantos esfuerzos para que estés contento de mí que merezco una recompensa. Debo confesar, sin embargo, que ayer me porté mal, pero, ¡había alimentado durante tanto tiempo la esperanza de poder partir con Frank al Misisipí para tratar de verte! Por eso, cuando me ha anunciado que nos dejaba mañana y supe que no podía acompañarlo, fue demasiado para mí. Supongo que te dirá cómo he llorado, pero sé bien, Richard querido, que cometería un error si dejara a los negros ahora. Quedo con ellos de todo corazón, estando segura que tal es tu deseo, pero mi resistencia ha llegado al límite y corro el riesgo de ceder: la verdad, Richard, es que tú debes hacer lo imposible por volver. Podrías ciertamente hallar un medio de hacerte liberar, ya sea encontrando un reemplazante o bien en razón de la reciente ley sobre la exención que declara que se necesita un hombre blanco por cada veinticinco esclavos. Cuánto mejor sería, Richard, si pudieses ocuparte tú mismo de tus negros. Por el momento, ellos están contentos pero no sé cuánto tiempo durará. y además, papá tiene más trabajo del que puede hacer. El tendrá a su cargo a la señora Young durante toda la guerra y se ocupará de ella y de todos sus negros; no es tarea fácil.

Te envío por Frank las camisas cosidas por mí misma. Me sentía muy felíz haciéndolas, a pesar de que a menudo me he detenido para sepultar el rostro en el género y llorar a mis anchas. Sé que te gustarán y, por una vez, admitirás que tienes una buena mujercita. Dile a César que estire los faldones a lo largo y las mangas a lo ancho cuando las lave, de otra manera encogerán y te molestarán. Tendria otras cosas para enviarte, y algunas para César, pero Frank no está seguro de verte puesto que no sabe dónde se halla el ejército. Se verá obligado a confiar las camisas a otro cualquiera, por eso no quiero hacer un paquete demasiado voluminoso.

He tomado como cochero a un negro joven al que el señor WilIiams llama Yellow Lewis. Es muy gentil y muy dócil, y se desenvuelve bien con los caballos. Champ e Inkey forman mi yunta ahora. El pobre viejo John ha muerto en el camino (en lo del señor Nelson), de tétanos a causa de un clavo metido en un casco.

Es tarde y estoy sola. Deberia estar en la cama, pues partimos temprano mañana. Pero hace tanto tiempo que no te he escrito y tengo tantas cosas que contarte que no querria detenerme.

DIos te guarde.

Mary




Cerca de Sabine City, Luisiana.

Martes a la tarde, 18 de noviembre de 1862.

Mi querido esposo:

Esta mañana hemos llegado aqui y nos quedaremos en una casa confortable hasta mañana. Los carromatos habrán tenido asi el tiempo de atravesar el rio Sabine y entonces volveremos a partir. Hasta aqui, todo ha ido bien pero desde hace una semana avanzamos más lentamente a causa de los malos caminos y de las colinas escarpadas. No obstante, se nos ha asegurado que el camino mejora luego y esperamos avanzar más rápidamente. No hemos tenido averia: ni mula, ni negro enfermo. Papá no ha tenido con sus carromatos más que accidentes sin importancia. Pero la señora Young se encuentra en un verdadero atolladero desde su partida y sus desgracias no tienen miras de terminar. Todas sus mulas están en mal estado y son incapaces de arrastrar el viejo baratillo que ella ha permitido llevar a los negros. Naturalmente hemos tratado de ayudarla tanto como es posible, pero parece tan poco agradecida por todo lo que hacemos que todos se cansan. Le hemos prestado mulas y negros para ocuparse de sus carromatos desde hace dos semanas, pero ella como si lo ignorase; nadie recibió nunca una palabra de agradecimiento. Su rostro enfurruñado deprime a todo el mundo, sobre todo en esos bosques de pinos donde no se ve ni siquiera un pájaro.

A la noche, nos detenemos en la casa más próxima, mientras que papá y los hombres quedan con los carromatos. Ahora encontramos en venta tocino a veinticinco centavos la libra y, como no comemos más que carne de vaca y pan de maiz, estamos tan contentos como los negros cuando se les da un poco. Justamente, papá les ha comprado un poco de tocino y ellos lo han festejado. Tengo la impresión de que al comienzo eso de ir a Texas no les decia nada pero, con la carne de cerdo en perspectiva, esa idea parece gustarles.

Debo decirte que tienes un negro más desde que nos hemos puesto en camino, y todo el mundo no puede decir lo mismo. Antes de ayer, en la mañana, poco después de partir, Martha, la mujer de Bill Roads, ha tenido los primeros dolores, y, al cabo de una hora, tenia un hijo. Felizmente, el carromato de Bill era uno de los que yo habia hecho recubrir; asi Martha y Mathie se instalaron alli y han salido de apuros sin tener que detener el carromato. Yo habia llevado todas las camas de la enfermeria y las mantas; también les he dado lo suficiente como para preparar una cama, y he hecho recubrir el toldo con mantas para que no tomen frio. Me ocupo de ella y le doy buena alimentación y estoy segura de que todo irá bien. Bill está arrobado y me ha pedido que elija un nombre para el bebé. He propuesto Louella, y le ha parecido muy bien. Dos negras de papá han dado a luz también desde nuestra partida. Mamá ha llamado Tribulación a uno de esos bebés.

Papá no ha decidido aún exactamente dónde iremos a instalarnos, pero cuenta ir más allá del condado de Polk, demasiado cercano de Galveston, en su opinión. Piensa que el condado de León u otro de la misma región seria mejor, pero nada se ha fijado todavia. Mañana nos dejará para tratar de encontrar algo antes de nuestra llegada. Buscará, si es posible, granjas abandonadas para aprovechar las chozas que se encuentran ya en el lugar. De todos modos, habrá siempre bastante tierra labrada como para hacer crecer el maiz y las papas, en caso de vernos obligados a quedar alli varios meses. Papá cree que nuestro viaje habrá terminado en diez dias, como máximo. ¡Ah! Richard, no veo el momento de que los negros estén instalados para el invierno a fin de no pensar más que en ti y sólo en ti.

Te abrazo tiernamente.

Mary




Kate Cumming se ha quedado para ocuparse de los heridos:


Corinth, Misisipí.

12 de abril de 1862. Los hombres están tendidos en toda la casa, hasta en el piso, alli donde se los ha dispuesto al traerlos del campo de batalla. Están amontonados en las pequeñas piezas, el vestibulo, y a lo largo de la galeria. Al principio, el aire viciado por esa masa humana me dio náuseas y vértigo, pero ya pasó. Pisoteamos sangre yagua, y, para ocuparnos de los heridos, debemos arrodillarnos en los charcos, pero no prestamos atención.

Algunos heridos han sufrido horriblemente toda la noche; un hombre anciano no cesó de gemir. Tiene unos sesenta años y perdió una pierna. Vive en los alrededores de Corinth, y la mañana de la batalla habia venido a la ciudad, para ver a sus dos hijos que eran soldados. Cuando el combate comenzó, no pudo evitar el ponerse el fusil al hombro y luchar. Lo he reconfortado lo mejor que pude. Es muy creyente y ha rezado casi toda la noche.

19 de abril de 1862. He conversado con algunos prisioneros heridos. Uno de ellos, un hombre muy joven, es muy hablador. Dice que detesta a Lincoln y el abolicionismo lo mismo que nosotros y declara que pelea solamente para salvar a la Unión. Todos dicen lo mismo. ¡Qué bella Unión podria lograr eso!

Hoy nos han traido un gran número de camillas reservadas para los que están más heridos. Estoy bien contenta por ello: asi podremos limpiar parte de la suciedad esparcida en el piso. Un médico me ha pedido que bajara a ver si no habia una cama ocupada por un herido federal. Si la encontraba debia hacerlo levantar, pues él necesitaba la camilla para uno de nuestros hombres gravemente herido. He ido a preguntarle a la señora Royal, de Mobile, quien me habia hablado de los yanquis con amargura. Ella sabia muy bien que habia uno en una cama, pero no ha querido decir dónde estaba. A pesar de su hostilidad, su verdadera naturaleza de mujer predominó en ella. Queriendo saber cuál era ese federal, he ido en su búsqueda. Lo encontré sin dificultad, simplemente preguntando de dónde venian a los hombres colocados sobre las camillas. Uno de ellos, muy joven con rostro de niño, me respondió que era originario de IIIinois. Comprendi en seguida que era él. Le hablé de su madre y le pregunté por qué se habia alistado. Los ojos se le llenaron de lágrimas y sus labios se pusieron a temblar y no pudo contestarme. Yo estaba muy emocionada, y después de algunas palabras de consuelo, lo dejé. Por nada del .mundo le habría podido quitar su camilla.

17 de abril de 1862. El doctor Smith se ha hecho cargo de la dirección de este hospital y creo que muchas cosas van a cambiar favorablemente. Hace limpiar a fondo la casa y el patio. Antes se podían hallar miembros amputados arrojados al patio y que quedaban allí.

La señora Glassburn y yo hemos ido al College Hospital. Las Hermanas de la Caridad se ocupan de la administración, y, como siempre con ellas, todo está perfecto. Las Hermanas nos han recibido con mucha gentileza.




Mientras tanto, el ejérmto del Norte ocupa lentamente el Sur.

Una joven mujer de Fredericksburg:


Fredericksburg,. Virginia.

Viernes Santo, 18 de abril de 1862.

Mientras nos estábamos vistiendo, hemos visto enormes columnas de humo que se elevaban del río y poco después nos dijeron que el enemigo acababa de llegar con fuerzas importantes y que nuestras tropas se habían retirado de ese lado después de prender fuego a los puentes.

Mientras descendía hacia la costa, no olvidaré jamás el espectáculo que he visto allí. Río arriba, los tres puentes ardían de un extremo al otro, y, a cada instante las traviesas se hundían con estrépito, haciendo brotar chorros de agila. Río abajo, dos grandes barcos de ruedas, el Virginia y el Nicholas, así como una docena de pequeñas embarcaciones, estaban en llamas. Dos o tres balsas, cargadas de varias familias, con sus negros y sus caballos, atravesaban el río zigzagueando entre ellos. Carromatos, carretas, hombres y mujeres que abandonaban la ciudad en coches y en calesas obstruían las calles.Todos han huido y las calles ahora están desiertas. La bandera estrellada ondea en Falmouth, a alrededor de cinco millas hacia el norte. Algunos dicen que las tropas enemigas cuentan con ocho mil hombres, y otros hablan de diez mil.

20 de abril de 1862. Domingo de Pascua. Podemos ver a los yanquis y sus carpas más allá del río. Esta noche, han recibido cerca de diez mil hombres de refuerzo. No nos hacemos a la idea de que el enemigo está tan próximo y que estamos a su merced. Esta tarde he oído su música, que tocaba Yankee Doodle y el Star Spangled Banner. No podía meterme en la cabeza que son enemigos e invasores. Esas viejas melodías que antes me gustaban, me han dejado una impresión triste y penosa.

Viernes, 25 de abril de 1862. Cinco barcos de rueda y veinte chalanas han llegado esta tarde. Las chalanas servirán de pontones, según supongo.

Los negros se escapan en gran número y comienzan a mostrarse indóciles y arrogantes. Creo que los tres que tenemos como sirvientes van a abandonarnos de aquí poco tiempo. Los soldados yanquis indisciplinados me atemorizan pero eso no es nada al lado del miedo que experimento al pensar en un levantamiento de los negros.

1º de mayo de 1862. Al atardecer, mientras estábamos sentadas en torno del fuego en la habitación de mamá, dieron ligeros golpes en la puerta y Johnny, mi querido hermano Johnny, entró. El primo Dabney lo ha propuesto como edecán y él ha venido a despedirse antes de partir para el Oeste. ¡Qué apuesto es! ¡Su venida nos alegró tanto!, ¡pero qué riesgos corría para darnos ese fugaz adiós! Desde hace varios días, en efecto, el enemigo busca a los rezagados. Ahora que los seres que nos son queridos deben desplazarse y esconderse en la noche como ladrones y arriesgar sus vidas para venir a sus casas, comprendemos que el enemigo existe realmente.

Domingo 4 de mayo de 1862. El general Van Rennselaer asistía hoy al oficio. Ocupaba la silla reservada para el alcalde y éste ha ido a colocarse en la galería. Desde que el enemigo está allí, el Reverendo Randolph omite la plegaria por el presidente y por el triunfo de nuestra causa.

16 de mayo de 1862. En lo que concierne a los negros, las cosas van todos los días de mal en peor. Abandonan a sus propietarios por centenares y comienzan a pedir salarios. Los habitantes de la ciudad rehúsan contratarlos, si bien hay gran cantidad de negros sin trabajo. Todos los nuestros han partido, salvo una joven de quince años, Nanny. Hacemos los trabajos de la casa y vigilamos la cocina por riguroso turno. En el fondo, constituye para nosotros un gran alivio el habernos desembarazado de los demás. Eran tan insolentes y perezosos, y Jinny era un mal sujeto. Se jactaba de haber traído soldados aquí en busca de las espadas, y hasta nos había proferido amenazas.

Domingo, 18 de mayo de 1862. Esta tarde vimos a un oficial confederado a caballo, con los ojos vendados, rodeado de guardias y llevado por un oficial federal hacia el cuartel general. Había venido con una bandera blanca, no sabemos por qué. Estábamos tan contentos de ver nuevamente un uniforme gris, que mamá tenía deseos de gritar: ¡Dios lo guarde!, pero no se ha atrevido.

Jueves, 22 de mayo de 1862. Ayer a la tarde, mientras Nanny Belle jugaba en la acera, un soldado le preguntó si quería descender a la calle con él para comprar bombones. Ella replicó: No, le agradezco, los bombones yanquis me ahogarían. Esto pareció divertir mucho al soldado.

Domingo, 25 de mayo de 1862. Abraham Lincoln estaba aquí, el viernes. El alcalde no se ha dado por enterado y no he escuchado ninguna aclamación en las calles.




Carta de Sherman, general norteño, a su esposa:


Campamento de Bear Creek.

20 millas al noroeste de Wicksburg.

27 de junio de 1869. Dudo de que se pueda hallar en la historia del mundo un ejemplo de odio más profundo e implacable que el de las mujeres del Sur para con nosotros. Todos los que las ven y las oyen no pueden sino sentir la fuerza de su hostilidad.

Ni un solo hombre, nada más que mujeres en las casas saqueadas. Por todos lados eampos abandonados donde vagabundea el ganado, los caballos sueltos, y los soldados de guardia echados en las galerías. Por todas partes, ruina. Todos los sirvientes han huido, y esas mujeres bellas y refinadas y sus hijos educados en el lujo, mendigan la ración de los soldados rogando al Todopoderoso, o a Joe Johnston, que venga a matarlos a esos destructores de su hogar y de todo lo que les es querido.




Las mujeres del Sur bajo la ley del Norte.

La muerte del capitán.


Ayer en la noche, mientras estaba sentada bajo la galería, he visto un hombre joven que se aproximaba caminando a grandes pasos a la casa. Desde luego, creí que era un yanqui; pero, por sus ropas comprendí que era de los nuestros. Era el teniente Latané, de la brigada de caballería de Stuart. Se libró un combate entre Hannover Court House y Old Church, y a su hermano, capitán del pelotón de Essex, lo habían matado a unas dos millas de W. Como la calesa del molino pasaba poco después cargó en su interior el cuerpo del hermano y lo llevó hasta W. Pero allí, cayó cerca de guardias yanquis. C. se ha encargado del muerto, prometiendo enterrarlo como si fuera su propio hermano. Ella envió al teniente hasta aquí, por atajos, para tomar el caballo de M., único que queda, pues los yanquis han requisado todos los otros.

Luego, después de haber dicho adiós al joven, partimos para W. a fIn de ayudar en el tocado del muerto antes del entierro. ¡Oh, qué triste deber! Parecía tan joven, no más de veinte años. Le hemos cortado un mechón de cabello para enviarlo a su madre.

(Al día siguiente.) Ayer era el primer día en tres semanas que no hemos tenido que soportar la presencia del enemigo. Aarón, a quien enviamos buscar, no ha podido pasar el puesto de guardia. Por lo tanto hemos tomado el cuerpo de nuestro joven capitán y lo hemos enterrado en el cementerio de S. H. Nadie avenido a molestarnos.




La correria de Stuart:


Fredericksburg, Virginia.

Domingo, 22 de junio de 1862. La ciudad tiene apariencia muy yanqui, y parece no haber sido jamás otra cosa. Vendedores de helados yanquis pasan por las calles vendiendo helados yanquis. Los vendedores de diarios yanquis pregonan diarios yanquis. Ciudadanos yanquis y alemanes yanquis han abierto negocios en Main Street (la calle principal) ; algunos asimismo han traído a su familia. Al verlos, se diría que nacieron aquí y que tienen la intención de quedarse hasta su muerte. Uno de ellos hasta se ha hecho construir una casa.

Uno se confunde con las diferentes monedas. Cada Estado tenía su moneda. Un par de zapatos vale tanto en oro, tanto en billetes yanquis, y el doble de su valor real en dinero del Estado de Virginia.

El otro día, el general Stuart con dos mil jinetes emprendió una correría audaz: atravesó las líneas enemigas hasta la retaguardia, quemó varios transportes en el Pamunkey y una cantidad de furgones de suministro, y recuperó numerosos caballos, mulas y prisioneros. No han tenido más que un solo muerto y dos heridos. Esta operación duró dos o tres días y la gente del campo aclamaba a nuestros soldados cuando pasaban cabalgando a rienda suelta. Una anciana acudió a la empalizada de su granja, y, por encima del estrépito de la galopada, gritó: Bravo, mozos de Dixie, desembarazadnos de esa canalla azul.




El vestido de muselina:


Saqueando los armarios, se han apoderado de un vestido de muselina con volados perteneciente a Miriam. Uno de esos oficiales lo colocó sobre la punta de su bayoneta y se puso a caminar en redondo, seguido de los otros que lo traspasaban con su espada, gritando: ¡>Tocada, la maldita sureña! ¡Allí, yo te la perforo! Continuaron su juego hasta que el género cayó en jirones. Luego, uno de ellos se apoderó de mi sombrero y mientras se lo encasquetaba, se precipitó afuera. Por otra parte a guisa de diversión, todos los soldados que han encontrado tocados de mujeres hicieron lo mismo, y se pusieron a correr por las calles así vestidos, como locos. Otro se apoderó de uno de mis vestidos de calicó y de un par de jarrones, ofrecidos a mi madre como regalo de casamiento, y se preparaba a marcharse con ellos cuando la señora Jones se los sacó de las manos y los ocultó en su pensión. Se los devolvió a mi madre al otro día. ¡Dios sea loado! me queda un vestido de calicó ... Los pocos vestidos que no fueron robados han sido arrojados a todos los rincones después de ser ensuciados. Charles, el negro de tía llarker, hizo lo que pudo para defender nuestra casa: ¿No se avergüenza de destruir todo lo perteneciente a una pobre viuda con dos hijos a su cargo? le dijo al oficial que se mostraba más encarnizado.

¿Pobre? ¡Que se vaya al diablo! Hace tiempo que no he visto una casa tan bien amueblada. ¡Mira, esos muebles! Ella ¡ pobre! -replicó el oficial y puso más empeño que antes para reducirnos, en efecto, a la pobreza.

Las cosas se hubieran puesto feas para nosotros si hubiésemos estado allí. Los sirvientes cuentan que irrumpieron en la casa gritando: ¿Dónde están esas malditas mujeres sureñas? Sabemos que se esconden y vamos a hacerlas bailar para enseñarles a burlarse de los oficiales federales. Hasta después de haber registrado el granero, no querían creer que no estábamos allí. Me pregunto lo que habrían hecho si nos hubiesen encontrado.

Cuando ese hermoso trabajo había terminado casi, Charles descubrió a un tal capitán Clark en la calle, y le suplicó que interrumpiera el saqueo. El oficial aceptó seguirle, y aunque el saqueo era evidente, ya no encontraron a nadie. El oficial se aprestaba a partir, pero Charles, jurando que había todavía alguno, lo condujo a mi habitación, se arrojó bajo la cama y tomó de las piernas a un capitán yanqui, seguido de un teniente, cada uno sosteniendo un fardo lleno de ropa de los niños, que dejaron caer al ínstante, protestando que no hacían más que inspeccionar la casa. El capitán Clark, un gentleman, los condujo ante su superior.




Julia Le Grand, cuyo padre fue un plantador muy rico, se halla sin recursos al morir este último. A fin de ganarse la vida abre, con su hermana, un pensionado de señoritas en Nueva Orleáns.

En su diario, anota los acontecimientos de la vida cotidiana durante la ocupación yanqui.


Nueva Orleáns.

Después de su interminable y odiosa permanencia aquí, Butler fue forzado a abandonar su puesto, su espada, y bastante de lo que había robado. La llegada de Banks y la caída de Butler nos han permitido dar libre curso a nuestra indignación, tanto tiempo contenida.

Hoy he sabido que existe en Nueva Orleáns una sociedad negra, llamada vudú, creo. Todos sus adherentes prestan juramento de guardar el secreto, so pena de muerte. Hombres y mujeres bailan desnudos en torno de una enorme serpiente. Es difícil creer que tales cosas existan en Nueva Orleáns. Pero es verdad, puesto que la policía ha descubierto algunas de sus guaridas y ha prohibido esas prácticas; pero sus ritos quedan todavía secretos. Si estuviera libre esa gente volvería nuevamente al salvajismo. Los que no están afiliados a esas sociedades, se abstienen de hacerlo no por falta de fe, sino por miedo.

Corre el rumor de que los esclavos se levantarán en Año Nuevo. El jefe de la Policía Militar ordenó devolver las armas a los confederados desarmados a fin de que puedan matar a los negros indisciplinados (como si fueran perros). Y esto después de haber incitado a los esclavos, por todos los medios, a sublevarse contra sus amos. Por mi parte no tengo miedo, pero muchos viven angustiados. La señora Norton tiene un garrote, un hachita y un frasquito de vitriolo para cegar a toda persona que pretenda irrumpir en su casa.

Hacia medianoche, o más tarde, algunas patrullas han pasado dos veces, a gran velocidad. La policía patrulla en la ciudad y todas las disposiciones se tomaron para dominar la insurrección. Por mi parte, no creo en ello, aunque algunos federales prediquen a los negros, en las iglesias, que es necesario barrernos para siempre. Pero el general Banks no es como Butler; él nos protegerá. La mayoría de los soldados odian a los negros y los maltratan cada vez que pueden. Se han valido de esa raza infeliz incitándola a abandonar a sus amos e insultarlos. Ahora los negros se arrastran por todos lados, miserables, sin recursos, sin amparo y sin esperanza.




Las habladurías de la capital sureña.

Carta de la mujer de un ofícíal a una de sus amigas:


Richmond, 7 de enero de 1863.

Querida mía:

¿No tienes ni pluma, ni tinta, ni papel allí junto al Blackwater, cuyo nombre mismo sugiera la tinta? No tengo ninguna novedad tuya. ¿Cómo te distraes? ¿Qué lees? Te envío hoy un ejemplar de la última novela de Victor Hugo, Les misérables, reeditada en Charleston con el mejor papel que se ha podido hallar, bastante malo, a decir verdad. A ti también te entusiasmará, como a mí y a muchos otros.

El mayor Shepard debería encargar varios ejemplares para su brigada. Puede bien darse ese lujo, ahora que tiene suficiente pan y carne. He llorado a lágrima viva leyendo las aventuras de Fantine, Cosette y de Jean Valjean. Todos los soldados lo leen. Los queridos muchachos entran tranquilamente a las librerías y piden Lee's misérables, faintin; el primer volumen se llama Fantine. Tengo un montón de novedades que anunciarte. Alice Grégory se ha puesto de novia con Arthur Herbert, el hombre más apuesto que conozco. ¿Sabes que John Field ha perdido una pierna en Malver Hill, o mejor dicho, en el hospital? Era un muchacho encantador, estaba de novio con Sue Bland; formaban la pareja más linda que he visto. Y bien, la belleza cuenta tanto para Sue como para mí, y Jim le ha escrito para devolverle su palabra. Ella lloró mucho y al final partió para Richmond donde se han casado y lo ha traído a su casa para cuidarlo.

¿Has advertido que pronto no tendremos más nada para ponernos? Ya no se halla un sombrero en todo Richmond. Algunas jóvenes los compran de contrabando, pero eso lo encuentro de pésimo gusto. En este momento, no tenemos derecho de estar mejor vestidas que las otras, y además, los soldados necesitan de cada céntimo.

Puede parecer bastante frívolo hablar de estas cosas mientras nuestro querido país está tan amenazado. Dios sabe sin embargo que, si fuera menester, me vestiría con sacos de café. Pero, sin café ¿de dónde sacaría los sacos?

Se levantan fortificaciones alrededor de Richmond. Mientras te escribo, multitud de negros pasan por las calles cantando. Han trabajado en las fortificaciones del norte de la ciudad y ahora van a construir las del sur. No parecen preocuparse nada por la proclamación de la emancipación del señor Lincoln.

Tu amiga,

Agnes

P.D. He asistido a la última recepción del señor Davis. Había una multitud, todo el mundo vestido de gala. Sabrás que como nos ponemos pocas veces nuestros vestidos, están todavía muy presentables. Yo tenía mi vestido de seda gris con once volados, el que me encargué para la última recepción de la señora Douglas; y, a propósito: ¿adivina quién se hallaba en la batalla de Williamsburg, entre el estado mayor del general McClellan? El príncipe de Joinville, con quien bebiste vino rosado en la recepción dada en honor de los japoneses, en casa del barón de Simbourg. ¡Todo eso parece tan lejos! ¿Recuerdas? El príncipe de Joinville me acompañó a una recepción en lo de un presidente y, ahora, asísto a una velada en la casa de otro y lo oigo tranquilamente contar que una rata, si es bien gorda, es tan buena como una ardilla, y que de todas maneras no podremos jamás pagarnos carne de mula. Ha agregado que puede ser que venga el día en que las ratas sean muy solicitadas.

Toda tuya

Agnes




Los sombreros del bloqueo:


5 de marzo de 1863. Una vez más he pedido un empleo cualquiera, pues eso me parece necesario para hacer vivir a la familia. Con varias de mis amigas, nos hemos puesto a fabricar jabón para vender, a fin de procurarnos la ropa indispensable. Una dama de mis relaciones, que, antes de la guerra, vivía holgadamente, ha tenido mucho éxito preparando encurtidos y salsa de tomate para los restaurantes. Otra, la señora Primrose, se jacta de lograr un jarabe de grosellas que burbujea como el champaña. Es la mejor bebida casera que he bebido.

Casi todas las jóvenes trenzan sus sombreros y los de su padre, hermano o novio, si es que tienen el mal gusto de tener un novio que no sea soldado, cosa que ninguna niña bien nacida aceptará, a menos que sea inválido o enfermo. Los sombreros de los hombres se trenzan esmeradamente con paja de centeno. Los de las damas -que una sombrerera parísiense hallaria ridiculos-, están bien torneados y sientan a maravilla a nuestras frescas y bellas jóvenes. ¿Por qué, después de todo, nos preocuparía la moda de París, sobre todo si ella nos viene por la región yanqui? El bloqueo nos ha dado la ocasión de mostrar de lo que éramos capaces, pero me digo a veces que, al caer una cortina entre nosotros y el mundo exterior, pasaremos, desde ciertos puntos de vista, por viejas caricaturas.

Un señor recientemente llegado de Columbia relata que las jóvenes de Carolina de Sur están muy orgullosas de su sombrero de hojas de palmetto (la palmera, palmetto, era la insignia de Carolina del Sur); y las bellas herederas que habrían creído desprestigiarse si no hubiesen tenido sombreros de Nueva York o de París, se enorgullecían ahora de su tocado en palmetto.




Jaekson Pared de piedra es herido.

Relato de su mujer:


Domingo a la mañana, 3 de mayo de 1863. Terminada la plegaria familiar, el doctor Brown me informó que se acababa de recibir la noticia de que habían herido al general Jackson.

El martes, con gran alivio mío, mi hermano Joseph vino a buscarme para conducirme junto a mi marido. Pero cuando me dijo que había necesitado casi tres días para venir del frente, a caballo, evitando a los federales, mi desesperación aumentó. No fue sino el jueves a la mañana cuando se pudo encontrar un tren armado para forzar el paso.

Después de algunas horas de un viaje sin incidentes, llegamos a la estación Guiney y nos llevaron a casa del señor Chandler, una bella mansión campesina. Otra casita se escondía en el parque. Es allí donde se hallaba mi herido idolatrado.

Se encontraba muy débil para hablarme y permaneció la mayor parte del tiempo en estado de semicoma. Poco después de mi llegada recobró el conocimiento e, impresionado por mi rostro descompuesto y ansioso, me ha dicho: Querida, arriba ese ánimo y no estés pues tan triste ..., querida mía, eres muy amada.

El domingo 10 de mayo, a la mañana temprano, el doctor Morrison me hizo salír de la habitación y me dijo que mi marido no sobreviviría a sus heridas. Pronto el herido entró en coma.

Al día siguiente a la mañana, he ido a ver sus despojos, cubiertos de flores primaverales. Su rostro estaba rodeado de muguetes, emblema de la humildad, su virtud principal. El lunes emprendimos el triste viaje hacia Richmond.


Índice de La guerra de secesión, Victor Austin compiladorCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha