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CAPÍTULO XI

EL NORTE HALLA UN GENERAL: GRANT

Grant, educado en West Point, se distinguió allí más por sus cualidades de brillante jinete que por sus dones. Durante la guerra de Méjico (1846-1847) se destacó por su bravura y alcanzó el grado de capitán. Sirvió entonces en la frontera y renunció, en 1854, para dedicarse a los negocios, en realidad, sin mucho éxito.

Cuando estalló la guerra, hizo un pedido para reintegrarse al ejército:


Galena, Illinois.

24 de marzo de 1861.

Coronel S. Thomas.

General U.S.A.

Mi coronel:

Habiendo servido quince años en el ejército regular (de los cuales he pasado cuatro en West Point) y, considerando que todos los que se formaron a expensas del gobierno de Estados Unidos tienen el deber de concurrir en su ayuda, tengo el honor de ofrecerle mis servicios por la duración de la guerra, en el grado que se me pueda atribuir.

Considerando mi edad y mi tiempo de servicio, me creo capaz de desempeñarme en el comando de un regimiento si el señor Presidente juzga oportuno confiármelo.

U.U. Grant




Grant servirá en el teatro de operaciones del Oeste hasta la primavera de 1864. Es en Belmont, sobre el Misisipí, donde él se destaca por su mordacidad.

Un periodista del Norte narra este testimonio de segunda mano:


El otoño transcurría, las hojas secas caían a lo largo de las orillas del Potomac y del Ohío, y pronto la bella estación habria terminado. Era un periodo de desastre y de inacción ...

Durante ese tiempo, en El Caire, Illinois, Grant se dedicaba a adiestrar a sus reclutas, preguntándose sin duda por qué no se los empleaba. Había sido siempre de opinión que mientras dos ejércitos son igualmente indisciplinados, el más activo de los dos es el que triunfa. Por fin, el lº de noviembre de 1861, recibió la orden de hacer una demostración contra la fortaleza de Columbus, a fin de impedir que los confederados enviaran refuerzos al general Price en el Misurí. Finalmente, Grant tomó la decisión de transformar esa maniobra en un verdadero ataque contra el campamento de Belmont.

Columbus, en Kentucky, se levanta en un alto acantilado sobre la orilla izquierda del Misisipí. Esa ciudad estaba entonces tan sólidamente fortificada que era prácticamente intomable. Pero, en Belmont, sobre la ribera opuesta, se hallaba el campamento que Grant había decidido atacar. Una importante fuerza rebelde acantonaba allí, con el abrigo de barricadas hechas con árboles cortados y los cañones de Columbus la protegían. Era el punto principal de embarque de los refuerzos que atravesaban el río para ir en ayuda de Price. El objetivo de Grant era destruir el campamento, dispersar las tropas y volver a El Caire. Daría así el bautismo de fuego a sus tropas y sembraría confusión en el enemigo.

Después de varias fintas, Grant hizo desembarcar sus tropas en Hunters'Ferry, en el Misurí, y marchó de inmediato sobre Belmont que se hallaba aproximadamente tres millas más abajo. Rápidamente su pequeño ejército llegó ante la defensa enemiga y, en formación de tiradores, se arrojó contra las barricadas, trepando, arrastrándose o saltando por encima de los obstáculos y haciendo retroceder al enemigo hasta la orilla.

Se produjo entonces, un extraño espectáculo. Tras haber hecho varios centenares de prisioneros, las tropas de Grant, en la embriaguez del triunfo perdieron toda forma de disciplina. Unos soldados muy excitados se pusieron a perorar mientras que otros saqueaban el campamento. Rodeados de enemigos, esos soldados inexpertos se creían seguros. Mientras Grant, para obligar a sus tropas a reorganizar sus filas, ordenaba incendiar el campamento, los cañones de largo alcance de Columbus abrieron fuego. En eso, fuerzas rebeldes importantes que habían atravesado el río y unídose a los momentáneos vencidos, cercaron a sus vencedores.

Galopando hacia Grant, uno de sus edecanes, exclamó consternado: ¡Mi general, estamos cercados! Y bien, contestó Grant, volveremos a partir como hemos venido, haciéndonos camino a través del enemigo.

Su sangre fría reanimó al pequeño ejército; y, forzando el paso alcanzó el embarcadero. Todas las tropas pudieron embarcar al precio de ligeras pérdidas. Grant, que vigilaba las operaciones, estaba a retaguardia de su gnte; y, en un momento dado, se halló a cincuenta metros de la línea enemiga. Deteniéndose un instante para obiervarla, volvió riendas tranquilamente y se puso a galopar hacia las embarcaciones.




Con la toma de Fort Donelson, Grant logra reputación nacional y recibe el sobrenombre de: Unconditional surrender (Rendición incondicional): juego de palabras según las iniciales de su nombre (U. S. por Ulises Simpson), a causa de los términos que impuso el general confederado que comandaba Fort Donelson.


El 15 de febrero, el enemigo había intentado una salida que fracasó. Al atardecer, hallándome por azar en nuestra cocina-dormitorio, oí al general Grant ordenar al capitán Hillyer, su edecán, que estuviera listo para ir al puesto de telégrafo más cercano a fin de enviar el siguiente despacho al general Halleck: Fort Donelson se rendirá mañana por la mañana. Cuando me hallé solo con el general, le dije: Mi general, ¿no es arriesgado enviar un mensaje afirmando lo que el enemigo hará mañana? ¿Admitamos que no se rinda? Doctor, respondió el general, se rendirá. He recorrido el campo de batalla esta tarde y examiné algunos de sus muertos. Peleaban por tratar de escapar, pues sus alforjas y sus mochilas estaban llenas de víveres. Ahora que han fracasado, se rendirán. He conocido bien a los generales Buckner y Pillow en Méjico; actuarán como lo preveo.

La noche era fría. En el cuartel general, Grant dormía en el lecho de plumas de la cocina, yo, acurrucado sobre el piso. Muy temprano, un ordenanza hizo pasar al general Smith que parecía aterido. Se aproximó al fuego encendido del hogar, se calentó los pies un instante y dando la espalda al fuego miró al general Grant, que se habla deslIzado fuera del lecho y se ponía rápidamente su uniforme. Mi general, he aquí algo para usted, dijo Smith mientras le tendía una carta. Me parece ver aún al general Smith, erguido, de aspecto marcial, parado cerca del fuego retorciendo su bigote blanco. ¿Qué respuesta daré, general Smith?, preguntó Grant. Fueron exactamente sus palabras. Luego rió brevemente y, tomando un extremo de papel de formato corriente y de bastante mala calidad, comenzó a escribir. Sólo necesitó algunos minutos. Una vez terminado, leyó en voz alta, aparentemente para el general Smith, pero en realidad para que nosotros, personajes de segundo orden, escucháramos su famosa carta de rendición incondicional.

Cuartel general. Ejército en campaña.

Campamento próximo a Donelson.

16 de febrero de 1862.

Al general S. E. Buckner, del ejército confederado.

General:

Termino de recibir su comunicación del día de la fecha, proponiento un armisticio y la designación de comisarios para ajustar las condiciones de la capitulación. Sólo puedo aceptar una rendición inmediata e incondicional. Tengo intención de ocupar inmediatamente sus posiciones.

U.U. Grant

General de brigada.




Grant trata de tomar Vicksburg, el Gibraltar del Misisipi, pues mientras los confederados defiendan el curso medio del Misisipí pueden comunicarse con la Luisiana y los estados de allende el Misisipí, que les proporcionan víveres.

Una mujer habitante de Vicksburg:


20 de marzo. El bombardeo de Vicksburg continúa amenguado pero sin descanso y ya no le prestamos atención. Eso no impide ni trastorna nuestras ocupaciones diarias, pero sospecho que los federales están efectuando una estimación de distancias. Los civiles han recibido la orden de partir o de tomar las disposiciones necesarias a fin de cavarse un refugio. La excavación de esos refugios se ha vuelto un verdadero oficio. Los precios varían entre veinte y cincuenta dólares, según las dimensiones. Dos hombres han trabajado en el nuestro durante una semana, por treinta dólares. Ese refugio se halla situado en la colina, exactamente detrás de la casa. Está apuntalado y bien arreglado, con una especie de repisa para colocar allí una lámpara.

Con la aproximación de la primavera nos han entrado deseos de verduras y frutas frescas. En la huerta, un sector de rabanitos y cebollas era para nosotros una verdadera fortuna. Una ensalada de cebollas, simplemente sazonada con sal, pimienta y vinagre parecía un plato digno de un rey. Pero anoche, los soldados acantonados en el vecindario han hecho una incursión por el jardín y se lo han llevado todo.

2 de abril. Hemos debido abandonar nuestro refugio. El propietario de la casa volvió repentinamente y nos ha hecho saber que tenía la intención de llevar allí a toda su familia.

28 de abril. Nunca, hasta ahora, había comprendido el verdadero significado de estas simples palabras: ¿qué vamos a comer? ¿Qué beberemos?

1º de mayo de 1863. Por fin está decidido, nos quedamos en Vicksburg lo que dure el sitio. Desde que nos habían quitado nuestro abrigo, tenía miedo de que H. (su marido) tratase de enviarme a casa de sus padres, en el campo. Pero él no podía abandonar su puesto a menos de ser movilizado, y como estaba segura de que, dentro de poco, un ejército nos separaría, no tenía intención alguna de obedecerle.




El general Pemberton, que comandaba la plaza de Vicksburg, decide hacer una salida. El 15 de mayo, Grant lo ataca en Champion Hill.

Un cabo federal:


Hacia bastante calor, habíamos caminado mucho y dormido poco. El enemigo nos libró batalla bajo las magnolias de Champion Hill.

Algunos de los nuestros caían y los heridos eran transportados a la retaguardia y colocados junto a un viejo pozo cuyo brocal de madera solamente ofrecía alguna protección.

Coronel, haga desplazar a sus hombres hacia la izquierda, anunci6 una voz calma pero llena de autoridad.

Volviéndome, vi, justo a nuestras espaldas, a nuestro comandante en jefe, el general Grant. Montaba una magnifica yegua baya y lo acompañaba una media docena de oficiales de su estado mayor. Se apeó, por no sé qué razón, y envió a la mayor parte de sus ayudantes con distintos mensajes.

El fuego de los fusiles se hizo más intenso en nuestro frente y se aproximó a nuestra izquierda. Grant había llevado su caballo a este lado, quedando así próximo a nuestra compañía. Se había apoyado tranquilamente contra su montura para fumar un resto de cigarro. Su caballo era el único en los alrededores y, naturalmente, atraía el fuego enemigo. Todos los que lo habían reconocido habrían sin duda preferido que se retirase, pero el general qued6 allí sin preocuparse en lo más minimo de los disparos de fusil. Yo estaba tan cerca de él que podía observar sus rasgos. Era el semblante tranquilo y calculador que ya conocía, el mismo rostro circunspecto y un poco cínico que vería más tarde ocupado en los asuntos de Estado. Cualesquiera que fuesen sus sentimientos, no trataba de ocultarlos. Nada de poses ni de artificio.

Cerca de mí, los gritos de dolor de un soldado a quien se lo llevaban con una pierna quebrada, atrajeron su atención. El soldado ensangrentado parecía implorar con su mirada que lo asistieran, y noté la expresión curiosa y a la vez compadecida que pasaba por el rostro de Grant.

Poco después recibimos la orden de avanzar rápidamente sobre la izquierda y de alcanzar el camino. Los disparos enemigos se volvían más intensos y el aire parecía irrespirable. El coronel me había designado para reemplazar al ayudante y me puse a correr a lo largo de la línea gritando a voz en cuello: ¡Armar las bayonetas! Pero nadie me escuchó, y cargamos sobre el enemigo únicamente con nuestros fusiles. El calor era terrible esa tarde, bajo el sol del Misisipí, con el enemigo a nuestros talones. Tratamos de reorganizarnos, pero en vano. Partimos nuevamente a la carrera, más rápido y más lejos, volviendo a pasar por el lugar donde una media hora antes habíamos dejado al general Grant apoyado contra su caballo, fumando un cigarro.

Dándose cuenta de la situación y en menos del tiempo que se necesita para decirlo, el general había hecho avanzar unas baterías de artillería. No bien las dejamos atrás, los cañones se pusieron a vomitar metralla a quemarropa sobre nuestros perseguidores. Estos se detuvieron, volvieron la espalda y, a su turno, emprendieron la fuga, abandonando sus muertos al lado de los nuestros. Bajo la protección de la artillería, nuestras unidades pudieron volver a formarse para perseguir al enemigo y así se tomó a Champion Hill, llave de Vicksburg.

Después de la batalla, Grant pasó revista a nuestras filas. Mientras arrojaban el sombrero al aire, los soldados se pusieron a aclamarlo. Mudo, con un leve movimiento de cabeza, el general continuó su camino como un hombre turbado que busca ocultarse. Luego, se detuvo cerca de nuestro estandarte, y sin dirigirse a nadie en particular, dijo simplemente: ¡Buen trabajo!




Mary Ann Loughborough, con su hijita, ha seguido a su marido, oficial confederado, desde Jackson, Arkansas, hasta Vicksburg. Se ha quedado allí mientras duraba el sitio a pesar de la orden de evacuar a todos los no combatientes. Ve el sufrimiento de los animales, junto al de los hombres:


También los animales parecían compartir el miedo general a una muerte súbita y horrible. En medio de las detonaciones, los perros corrían a lo largo de las calles como si se hubiesen vuelto rabiosos. Al acercarse las granadas cambiaban bruscamente de dirección; luego, después de la explosión, se sentaban sobre el trasero y se ponían a aullar lastimosamente. Muchos erraban hambrientos en la ciudad y Georges debía golpearlos continuamente, pues buscaban aproximarse al fuego donde se cocía nuestra comida.

Atados a los árboles, cerca de las carpas, los caballos de los oficiales tiraban de la rienda para romperla, encabritándose con terror cuando una granada explotaba cerca. En la noche, por encima del estrépito del bombardeo, sus coces terminaban en un relincho quejumbroso.

La colina que estaba frente a nuestro refugio hubiera podido llamarse la colina de la muerte. La hierba estaba allí removida por todos lados por las granadas que habían arado el suelo. Caballos y mulas, que trepaban por las laderas para pacer en ellas, volvían a bajar arrastrándose, mortalmente heridos.

Todos los días, los intendentes hacían sacrificar cierto número de mulas para los soldados que preferían carne fresca, aunque fuera de mula, a las raciones de carne salada que se comían desde hacía mucho tiempo. Había ya casos de escorbuto. He suplicado asimismo a M. de hacerla servir en la mesa, pero me respondió: Esperemos todavía un poco. No quería verme comer carne de mula mientras se pudiera evitarlo.

Los víveres estaban casi agotados. Me sentía enferma desde hacía algunos días. Mi hijita, debilitada, con las mejillas afiebradas, permanecía postrada en su hamaca. No cabían dudas de que M. estaba muy inquieto. Una mañana, un soldado llevó un pequeño arrendajo para la niña. Luego de haberse divertido un momento, lo dejó a un lado, fatigada. Señoríta Mary, dijo la sirvienta, ella tiene hambre, déjeme prepararle un caldo con ese pájaro. Primero me he rehusado, no quería sacrificar al pobre animal, pero pensando en mi niña, he consentido a medias. Cinth se apoderó entonces de él con prontitud y desapareció para volver luego con una taza de caldo y un platito sobre el cual reposaba la carne blanca del pajarito.




En su refugio, la habitante de Vicksburg soporta el sitio:


25 de junio de 1863. Jornada terrible. La más terrible de todas para mí, pues he perdido mi sangre fría. Estábamos todos en el sótano cuando una granada atravesó el techo, estalló en una pieza del primer piso, destruyéndola; y las esquirlas, después de haber atravesado dos pisos, han penetrado hasta el sótano donde una de ellas destrozó el pantalón de H. Era la prueba evidente de que el sótano no ofrecía ninguna protección contra el bombardeo.

Seguidamente, M. J. vino a advertirnos que la joven M. P. había resultado Con el fémur aplastado. Luego, Marthe, que había ido a buscar leche, volvió horrorizada, diciendo que allá, una bomba le había arrancado el brazo a la sirvienta negra. Por primera vez perdí coraje ... Todas las noches, me acostaba a la espera de la muerte y cada mañana me levantaba para esperar lo mismo, sin perder por eso el dominio de mis nervios. Era por H. (su marido) que tenía miedo. Pero ahora, por primera vez, me doy cuenta de que estoy expuesta a cualquier cosa peor aún que la muerte: puedo quedar lisiada sin que la muerte llegue. He dicho entonces a H.: ¡Es necesario que me saques de este infierno! ¡No puedo quedarme más aquí! ¡Siento que me van a herir! Ahora, me pesa haber perdido el control de mí misma.

3 de julio. Estamos aún en el sótano y las granadas continúan cayendo en gran cantidad. Exceptuando el barril de azúcar, tenemos tan pocos víveres que en pocos días no nos quedará más que morirnos de hambre. Marthe cuenta que ha visto en el mercado ratas desolladas, así como carne de mula. Nada más. Un oficial de artillería me dijo que ayer a la noche había comido carne de rata. Hemos tratado de abandonar este infierno, pero en vano. Si el sitio continúa, será necesario hallar otra especie más difícil de coraje, el coraje moral de dominar mi miedo ante la idea de ser mutilada.




En el momento en que los federales logran la victoria sobre Lee en Gettysburg, Pemberton con sus 30.000 hombres capitula en Vicksburg. La línea entera del Misisipí está en las manos de los federales y, como la dijo Lincoln: El Padre de las Aguas fluye de nuevo en paz hasta el océano. Mary Ann Loughborough (continuación):


A la mañana siguiente, M. llegó pálido, mientras decía: ¡Ha terminado! ¡Vicksburg se ha rendido!

Después de colocarse la chaqueta y enganchar la espada en silencio, ha vuelto a salir para llevar a sus hombres a rendir armas fuera de las fortificaciones.

Yo experimentaba gran inquietud: esa calma parecía tan anormal ... He caminado de arriba abajo en el refugio hasta el regreso de M. Me contó que el ejército federal se había comportado con magnanimidad. Formados frente al lugar donde los confederados debian deponer sus armas, los federales parecían enternecidos al ver a nuestros pobres soldados que habian resistido tanto tiempo. Todo sucedió en forma completamente diferente a lo que se pensaba. Nada de burlas ni sarcasmos.

En la noche, Georges (un negro) ha ido a la ciudad sobre su mula, encaramado en la montura de M. adornada con plata. Quería llenar los ojos, como dicen los negros.

No he podido impedir de sonreírme cuando lo he visto regresar con el semblante demudado, sano y salvo, pero sin montura. M., desolado por haber perdido esa silla que era para él un objeto de gran valor, ha acosado a Georges con preguntas. Este, que parecía tan infeliz como M. ha terminado por explicar: Me he encontrado con un yanqui. Desciende de tu mula, me ha dicho. Voy a tomar tu montura. No, no desciendo, pero el yanqui sacó su pistola y yo bajé de un salto de la mula.


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