Índice de Juan Sarabia, apostol y martir de la Revolución Mexicana de Eugenio Martinez NuñezCAPÍTULO II - Primera parteCAPÍTULO IIIBiblioteca Virtual Antorcha

Juan Sarabia, apostol y martir
de la
Revolución Mexicana

Eugenio Martinez Nuñez

CAPÍTULO SEGUNDO

Se consagra como luchador

SEGUNDA PARTE


Más cargos concretos.

En vista de los ataques que continuamente se lanzaban al régimen de Escontría, el licenciado Jesús Ortiz, diputado a la legislatura local y uno de los turiferarios de La Orden, retó a los redactores de El Demófilo a sostener una polémica en la cual pretendía demostrar que todo lo que decían en perjuicio de don Blas y su gobierno carecía de fundamento, puesto que, según él, dicho funcionario era un modelo de integridad y de virtud. Como la polémica era insostenible, al fin el diputado desistió de ella, pero Juan Sarabia dio a conocer en el periódico los cargos concretos que contra la administración blasista debían haber sido discutidos y que, en parte, eran los siguientes:

Que dicha administración veía con desprecio las garantías individuales, ya que la consignación al servicio de las armas se hacía del modo más arbitrario y sin sujetarse al reglamento vigente sobre sorteos, o sea que se hacía uso de la leva.

Que la libertad de imprenta era violada a cada paso, siendo así imposible desarrollar cualquier programa periodístico; pues apenas alguien comenzaba a censurar los actos del gobierno, cuando las iras del Poder se desataban sobre el atrevido en forma de persecuciones y atropellos. Y que esto sucedía porque don Blas, que sentía temor por la prensa libre como el criminal lo siente por el juez honrado, además de no tolerar la discusión por comprender que sería mortífera y fatal para su administración plagada de favoritismos, impregnada de complacencias y saturada de pequeñeces, buscaba la infalibilidad de los dictadores como único medio de imponerse a las conciencias raquíticas y como único recurso para embaucar a los imbéciles de todas clases.

Que por este motivo se suprimieron en Matehuala los periódicos oposicionistas El Demócrata y El Progreso y se sometió a prolongada prisión a su director Dionisio Hernández, y en la ciudad de San Luis se decomisó la imprenta en que se imprimían El Porvenir y Renacimiento.

Que la inmensa mayoría de los jefes políticos abusaban indignamente de su puesto y consumaban los más graves atentados y las más odiosas vejaciones, prevaliéndose de la impunidad que el gobierno les otorgaba en todo y para todo; que en varios partidos, particularmente en los de la Huasteca, cometían esos caciques verdaderos actos de latrocinio y de barbarie, disponiendo a su antojo de armas, animales y otras cosas de propiedad particular, imponiendo multas arbitrarias y exacciones no previstas por la ley, y entregándose a excesos vergonzosos con doncellas indefensas y ensañándose cruelmente con sus enemigos personales, en quienes ejercitaban infames venganzas.

Que no faltaban tampoco salvajes atentados en la vía pública, pues que todos eran testigos de que los gendarmes y serenos apaleaban despiadadamente a los presos que conducían por las calles, y de la brutal golpiza que el influyente y arbitrario polizonte Pedro González Gutiérrez, miembro de La Tenebrosa, había propinado impunemente al indefenso estudiante Juan José Pereda, quien por sus buenas cualidades era generalmente estimado en la sociedad potosina.

Que los derechos de los ciudadanos carecían de sólidas y eficaces garantías mientras que hubiera magistrados y jueces que litigasen, y funcionarios que se propusieran proteger a todo trance a ciertos y determinados postulantes.

Que por lo que se refería a los atentados monstruosos perpetrados por el régimen de Escontría, de ellos se tenía un soberbio ejemplo en los escándalos del 24 de enero, provocados por la fuerza federal en combinación con las autoridades del Estado, y en los cuales habían sobresalido por su oficiosidad torpe y sospechosa las autoridades judiciales y la policía, con su jefe a la cabeza, había auxiliado a varios aventureros para que dieran el golpe de mano más burdo, canallesco y salvaje que pueda humanamente concebirse.

Que don Blas Escontría se había propuesto reducir a los potosinos al régimen del silencio, imponiendo en todo y para todo su soberana voluntad, pues que para él toda libertad política era un peligro y todo derecho del ciudadano una amenaza.

Que cuando a pesar de la coacción y la consigna había pueblos que se atrevían a elegir libremente a sus mandatarios, la elección se anulaba y el voto popular quedaba burlado, como había ocurrido en las elecciones municipales de Pastora, Cuesta de Campa, Aquismón y otros pueblos de la Huasteca y de Rioverde; elecciones todas que a raíz de su verificativo habían sido anuladas por decreto del Ejecutivo, que ni siquiera se había expedido con la previa aprobación del Congreso.

Que en cambio, otras poblaciones más desgraciadas o menos viriles que siempre habían designado libre y espontáneamente a sus consejales, habían tenido que soportar la afrenta de presenciar en su seno elecciones dirigidas por el Poder; que estos tristes fracasos de la democracia municipal habían ocurrido en Matehuala, Catorce, San Nicolás Tolentino y otras ciudades o aldeas que siempre se habían distinguido por la independencia de su municipio y el civismo de sus vecinos.

Que ni siquiera el derecho de reunión había escapado de los agresivos terrores de Escontría, puesto que aparte del Ponciano Arriaga, otros clubes pacíficos, legalmente establecidos y que asimismo trabajaban por el bienestar común, como lo eran los de Valles, Cerritos y San Nicolás Tolentino, habían sido también brutalmente disueltos por las autoridades.

Que la injustificada condenación de Antonio Díaz Soto y Gama, era otro magnífico ejemplo de la absoluta falta de respeto que aquella administración tenía hacia libertades y derechos que debiera haber venerado.


No eran los únicos cargos.

No eran éstos los únicos cargos que se presentaban contra el Gobierno potosino, ya que falta mencionar, entre otros, los que se referían al absurdo sistema de tributaciones que había impuesto el mismo régimen, que oprimiendo al contribuyente con tarifas de gravámenes arbitrarios, impedía el desarrollo y el progreso del comercio y de la industria en general; a la punible morosidad de jueces y magistrados que no atendíah debidamente sus obligaciones y los procesos permanecían sin tocar en tribunales y juzgados hasta por espacio de ocho años, con gravísimos perjuicios de los presos en las cárceles de ciudades y pueblos del Estado; a que en la Penitenciaría se encontraban prisioneros más de cincuenta niños menores de catorce años haciendo vida común con los criminales, sólo por haber cometido pequeños robos u otros delitos leves empujados por el abandono y por el hambre, cuando esos niños deberían haber estado alojados en establecimientos especiales donde encontraran la debida protección, recibieran buenos ejemplos y disfrutaran de los benefioios de la enseñanza; a los enganches que se hacían de hombres jóvenes y útiles a sus familias, para que por medio de engaños fueran a sufrir los rigores de las fincas henequeneras de Yucatán, o a engrosar las filas de los soldados que en el mismo Estado y en el territorio de Quintana Roo asesinaban a los levantiscos indios yaquis que habían sido y eran deportados de Sonora como esclavos después de haber sido inicuamente despojados de sus tierras y ganados; y en fin, a los tremendos atentados de que ciertos terratenientes, apoyados por los caciques locales, hacían víctimas a los peones de sus haciendas, a los que por simple desobediencia u otras faltas insignificantes, golpeaban despiadadamente o llegaban a asesinar y luego enterrar clandestinamente sus cadáveres, como ocurrió en una finca cercana al templo de Nuestra Señora de Guadalupe del Santo Desierto, perteneciente al municipio de la capital, y de cuyo crimen había dado ya cuenta El Hijo del Ahuizote el 28 de septiembre de 1901.


El Demófilo es perseguido.

Como era de esperarse, con esta valerosa campaña el periódico se conquistó las iras del gobierno, que descargó sobre él una ruda persecución.

Desde principios de julio don Blas Escontría, a fin de estar en condiciones más o menos legales para los efectos de su primera reelección en contra de la candidatura popular del distinguido liberal y antiguo soldado de la Reforma, general Manuel Sánchez Rivera, que gozaba de grandes simpatías entre el pueblo de San Luis, había entregado interinamente el Poder al científico porfirista José Espinosa y Cuevas, dueño de la enorme hacienda de La Angostura donde explotaba inicuamente a sus trabajadores, y entonces este despótico terrateniente, el 30 del mismo mes, faltando sólo cuatro días para que la imposición de don Blas se llevara a cabo, ordenó que El Demófilo fuera despojado de su imprenta para impedir sus denuncias en la farsa electoral, así como que se encarcelara a su director e impresor y que se incomunicara a sus redactores en la Penitenciaría.

Estos nuevos atentados a la libertad de prensa y a las garantías individuales perpetrados por el régimen de Escontría precisamente en los momentos en que este pésimo funcionario trataba de reelegirse y en que su administración se encontraba colocada en la cumbre del desprestigio y del escándalo, se había desarrollado de la manera siguiente:

El 29 de julio, encontrándose Sarabia y compañeros en la celda que ocupaban en la Penitenciaría, se les presentó el mayor Herculano de la Costilla, conserje del establecimiento y ex liberal que fingía ser su amigo, para manifestarles que había recibido órdenes terminantes del gobernador sustituto de separarlos e incomunicarlos en distintos calabozos.

Los presos preguntaron al mayor cuál era el fundamento de esa disposición, y éste les contestó que no había ninguno; pero que él creía que era con el objeto de que ya no se publicara El Demófilo, pues que en el Gobierno se sabía desde tiempo atrás que ellos formaban su cuerpo de redacción.

Inmediatamente después, Arriaga, Rivera y Sarabia dirigieron un escrito al conserje en el cual alegaban que, dependiendo como dependían de la autoridad federal, sólo a ésta correspondía tomar con ellos ciertas medidas, medidas que el propio conserje no podría ejecutar sin ese requisito, y que en caso contrario, pedirían amparo y exigirían responsabilidades; y el día siguiente les comunicó el mayor que Espinosa y Cuevas, después de leer el escrito, había reiterado sus órdenes, a las que a él no le tocaba más que obedecer.

Entonces los periodistas advirtieron al conserje que en el escrito exponían razones legales que le prohibían ejecutar las órdenes recibidas, y que solamente tenía que obedecer lo que estuviera dentro de sus funciones y ajustado a la ley, agregando que si acaso también los haría asesinar si le mandasen que lo hiciera; a lo que el mayor contestó que antes pasarían por su cadáver que permitir que se asesinara a los liberales entregados a su custodia, y que tan no quería usar de la violencia, que cuando Espinosa y Cuevas le había dicho que tomara los macheros más fornidos y que los incomunicara por la fuerza, él le había enseñado el artículo del reglamento que prohíbe que a los presos se les maltrate de palabra o de obra; pero que en el caso actual, tenía órdenes terminantes que le era imposible desatender.

En vista de esa inapelable resolución, los presos manifestaron que acatarían las órdenes, pero que acudirían a todos los recursos legales para hacer valer sus derechos.

Ante la determinación de los luchadores de obedecer la arbitraria disposición de Espinosa y Cuevas, el mayor vio que se le malograban ciertos planes, y como a guisa de consejo amistoso, les propuso que se resistieran y les ponderó las ventajas de tal conducta.

Al fingir ellos resistencia, él fingiría que usaba de la fuerza y traería a los soldados, que igualmente fingirían sacarlos de su celda y conducirlos a los distintos calabozos por medio de todo género de brutalidades y violencias. Así habría grandes fundamentos para pedir un amparo y llenar de responsabilidades al Gobierno y al mismo mayor.

La tranquilidad con que éste pedía las acusaciones y su empeño en usar de la fuerza armada, hacían sospechar que había recibido órdenes tremendas y que tenía asegurada la impunidad de sus actos.

Los periodistas se negaron a representar esta farsa, y de nuevo manifestaron que obedecerían, aunque reservándose el derecho de protestar contra el atropello, que no por falta de soldados dejaba de serlo, puesto que la violación a sus garantías estaba en la incomunicación misma, y no en la forma en que se hiciera efectiva.

Los luchadores fueron separados, pero antes de serlo, enviaron un ocurso al juez de distrito pidiendo la suspensión de los procedimientos de que eran víctimas; y poco después fueron conducidos a diferentes crujías, donde quedaron incomunicados y bajo la estrecha vigilancia de numerosos centinelas, que eran macheros brutales y soldados ebrios.

Hay que advertir que desde horas antes de que se les hiciera objeto de este atentado, se habían tomado inútiles y exageradas precauciones para el caso remoto de un motín de protesta. Además de que se encerró bajo cerrojo a todos los demás presos en sus celdas, se puso la fuerza que guarnecía la prisión sobre las armas, y el edificio quedó convertido en una verdadera fortaleza, pues se rodeó totalmente con destacamentos de infantes y dragones.

El juez de distrito, al recibir el ocurso de referencia, se conformó con darle curso al fiscal del Tribunal de Justicia del Estado, licenciado Ponciano Liceaga, quien entre otras peticiones verdaderamente ridículas y fuera de lugar, opinó que se pidiera un reglamento de la Penitenciaría para estudiarlo y poder dictar su resolución.

Al mismo tiempo que todo esto acontecía, eran aprehendidos en la ciudad con gran aparato de fuerza el director y el impresor de El Demófilo y conducidos a la Penitenciaría, donde quedaron incomunicados en un calabozo que el mayor, por orden de Espinosa y Cuevas, les había preparado con anticipación.


Ecos del atropello.

No tardaron en conocerse en todo el país estos atentados; los clubes y periódicos liberales protestaron enérgicamente, y El Hijo del Ahuizote, uniendo a sus protestas un resumen de la actuación valerosa de El Demófilo, en su número del 3 de agosto de 1902 expresaba:

... Como una necesidad para exhibir los descarríos del Gobierno de San Luis Potosí, surgió un periódico, El Demófilo, que con excepcional bravura atacaba la pésima administración del inepto, clerical y voluntarioso Blas Escontría.

La campaña que emprendió El Demófilo era obra de titanes, porque ella tenía por objeto exhibir todo lo malo de un gobierno, que sostenido por las bayonetas del Centro, amparado por la petulancia del obispo Montes de Oca y la sórdida avaricia de los ricachos potosinos, ha esparcido como simiente de maldición la más abrumadora miseria en toda la extensión del Estado; ha matado todas las potentes energías de un pueblo digno de mejor suerte; y perseguido sin piedad, en nombre del absolutismo, a todos aquellos ciudadanos que prefieren una vida de inquietudes a la vergonzosa tranquilidad de los serviles a quienes escupe el despotismo.

El Demófilo se hizo eco de todos los sufrimientos, de todas las torturas de que es víctima el pueblo, y atacó con vigor, con sin igual entereza al Gobierno, como causante de tanta desventura. Y esa labor dignísima ha sido interrumpida. El 30 del pasado julio fueron reducidos a prisión, en San Luis, los honrados ciudadanos liberales José Millán y Rafael Vélez, el primero director de El Demófilo y el segundo dueño de la imprenta en que se imprimía el periódico.

Ese mismo día, sin causa justificada, fueron incomunicados los enérgicos patriotas Sres. Jng. Camilo Arriaga, Prof. Librado Rivera, Juan Sarabia y Lic. Antonio Díaz Soto y Gama, que sufren desde enero el rigor de la tiranía triunfante, encarcelados con motivo del escándalo que provocó Heriberto Barrón el 24 de ese mes ...

... Pero falta la nota más grotesca, la que revela la poca firmeza de la actual administración. El mismo 30 de julio se puso la fuerza sobre las armas ...

El golpe ha sido bien calculado. Hoy se efectúan las elecciones para gobernador de San Luis y se ha querido maniatar a los patriotas ...


Reaparece El Demófilo.

Pero a pesar de todo esto El Demófilo pronto habría de reaparecer, aunque muy fugazmente debido a los insuperables contratiempos que en seguida sufrieron sus redactores, ya que la defensa de Millán y Vélez la tomó a su cargo el íntegro juez de lo criminal licenciado Fortunato Nava, quien el primero de agosto decretó que se les devolviera la imprenta de que se les había despojado y continuó luchando por que se les pusiera en libertad, cosa que al fin no pudo conseguir por haber sido poco después destituido de su cargo por órdenes de Escontría, que para desventura del pueblo de San Luis acababa de ser nuevamente impuesto por el dictador, por lo que sus defensos continuaron en la cárcel con una sentencia de siete y ocho meses de prisión, respectivamente.

Contándose, pues, de nuevo con la imprenta de Vélez Arriaga, El Demófilo reapareció con renovados bríos el domingo 10 de agosto, y en el número de ese día, que habría de ser el último de la vida del valiente semanario, Juan Sarabia, reanudando su tarea de exhibir las pequeñeces y miserias de los altos y bajos funcionarios del Estado, publicó entre otros escritos de combate un artículo, varios sonetos y una letrilla, haciendo en el primero una crítica mordaz sobre la intervención del Gobernador y algunos miembros de su camarilla en los atentados sufridos por el periódico y su personal; trazando en los segundos unas semblanzas de Escontría, del secretario de Gobierno, de Espinosa y Cuevas y otros funcionarios, y pintando en la última la complicada personalidad del mayor De la Costilla, carcelero que en otros tiempos había luchado con su espada por los principios del Partido Liberal.

Pasando por alto las demás composiciones por requerir su transcripción un gran espacio, sólo daré a conocer la semblanza del secretario de Gobierno y la letrilla mencionada, y de las cuales la primera dice:

Emilio Ordaz, el benátista nato,
Que aborrece a Porfirio por completo
Y no guarda sus odios en secreto
Sino que los pregona sin recato;

Es Secretario de Blasillo el beato,
-Pues liberal de nombre, es mocho in peto-,
Y entre los dos desuellan sin respeto
Al rey porfiado que les llena el plato.

De su conciencia en el abismo ignoto
Maquiavelo es un Dios, Juárez un mito,
Su pesadilla el liberal Díaz Soto ...
Odia, con odio negro e infinito,
Pero todo lo arroja en saco roto
Ante una copa vil de chinguirito.

Y la segunda es ésta:

Herculano es un señor
Que Costilla se apellida
Y que hoy el pan de la vida
Gana de Alcaide Mayor.
No es un conspicuo doctor
Ni por su navaja brilla;
Es uno de la pandilla;
Un blasista de buen diente;
Es simple y sencillamente
El Mayor de la Costilla.

Liberal fue en el pasado;
Pero hoy que sirve a Escontria
Y que en la Penitenciaría
Mal que bien se ha colocado,
Es un ferviente afiliado
De la clerical gavilla;
Mas como esto no lo humilla
Ni cual traidor lo presenta,
Cobra con honra su cuenta
El Mayor de la Costilla.

No respeta ley ni fuero
Y en cualquier caso ofrecido
Tiene ya bien entendido
Que Don Blas es lo primero.
Su papel de carcelero
Desempeña a maravilla;
Y sin odio ni rencilla
-Tan sólo por obediencia-,
Comete cualquier violencia
El Mayor de la Costilla.

Nunca se le ve en su puesto;
Nunca se ocupa de nada;
Incolora es su mirada
Y disciplente su gesto.
Nunca hay razón ni pretexto
Que lo arranque de su silla;
Y sin que le haga cosquilla
Ni lo más arduo y urgente,
Vive en un dolce far niente
El Mayor de la Costilla.

Sólo cuando Cuevas trata
De producir ciertos males,
De molestar liberales
Y de meter la gran pata;
Sólo entonces da la lata
Y corre y se mueve y chilla
Y suelta una que otra hablilla,
Y ejerce su fiero mando,
Y todo lo hace volando
El Mayor de la Costilla.

El útil no podrá ser
Para nada a Blas ajeno,
Ni para hacer nada bueno
Ni cumplir con su deber;
Pero para abedecer,
Para doblar la rodilla
Y enarcar la rabadilla
Ante don Blas que es su Apolo,
Para eso se pinta solo
El Mayor de la Costilla.

Es franco como Luis Once,
Liberal como Barrón,
Generoso cual Nerón
Y sensible como el bronce.
Mas doy fin, pues no soy Ponce,
Y temo -cosa sencilla-,
Que si sigo esta letrilla
Que es de su fama la trompa,
Una costilla me rompa
El Mayor de la Costilla.


Una ruin venganza.

En vista de que a pesar del encarcelamiento de los luchadores El Demófilo había vuelto a aparecer gracias a la devolución de su imprenta decretada por el juez Nava, Escontría, profundamente lastimado por tantas y tan enérgicas acusaciones de la indomable publicación que había puesto al descubierto las lacras de su gobierno y lo había colocado en la picota del desprestigio y del ridículo ante la opinión pública, ejerció la más ruin de las venganzas, ordenando que Juan Sarabia, Camilo Arriaga y Librado Rivera fueran sacados a media noche y en secreto de la Penitenciaría, y que en medio de toda clase de brutalidades fueran conducidos a los horrendos calabozos del Cuartel de la Gendarmería Montada, donde deberían quedar incomunicados y bajo la estrecha vigilancia del arbitrario polizonte Pedro González Gutiérrez que, como se sabe, era uno de los asaltantes de La Tenebrosa, y que indebidamente portaba el uniforme de mayor del ejército nacional.

Este inaudito y escandaloso atentado, que cuando pasÓ al conocimiento público causó profunda indignación en el pueblo potosino, fue denunciado inmediatamente por el licenciado Díaz Soto y Gama, y a esto se debió que se tuviera que devolver a los tres periodistas a la Penitenciaría después de más de quince días de estar sufriendo los horrores del cuartel, el maltrato de los gendarmes y el lenguaje canallesco del esbirro de la temible asociación secreta. Aquí hay que decir que este impulsivo sujeto que tanto se había ensañado con los inermes prisioneros haciendo alarde de arrogancia y valentía por su ventajosa situación, no hacía mucho que había rehuido del modo más cobarde un duelo a muerte a que Díaz Soto y Gama lo había retado por haberlo injuriado gravemente.

Estos hechos verdaderamente tenebrosos dan derecho a pensar que el gobernador de San Luis tenía el propósito de que a los tres luchadores se les hiciera víctimas en el cuartel de los más tremendos ultrajes y atropellos, o quizá que, arrojando todavía mayores responsabilidades sobre su ya desprestigiada administración, se les hiciera desaparecer.


Sucumbe El Demófilo.

Al ser devueltos a la Penitenciaría, Arriaga, Sarabia y Rivera quedaron nuevamente incomunicados, ya que el juez de distrito, haciéndose cómplice de los arbitrarios procedimientos del gobierno, no los había amparado como era su deber. Entonces el mayor De la Costilla, también resentido por la letrilla ridiculizante que se le había hecho en el periódico, redobló la vigilancia que tanto sobre ellos como sobre Díaz Soto y Gama se ejercía, haciéndolos objeto de los más exagerados y absurdos espionajes para evitar que por ningún motivo pudieran salir sus escritos de la prisión.

Con estas más que sobradas razones tuvo que dejar de publicarse definitivamente El Demófilo, cuando apenas llegaba a su cuarto mes de vida, pasando así brillantemente a la historia del periodismo de combate este semanario que aunque trató de ser imitado por otro muy distinto que posteriormente apareció con el mismo nombre, jamás pudo ser igualado ni mucho menos superado, ya que por su enorme calidad moral y sus indomables energías tuvo la virtud de poner en inquietud a los serviles y farsantes, a los tiranos y explotadores, y a todo un régimen corrompido y arbitrario que había sembrado el fanatismo, la ignorancia y la miseria en el pueblo potosino.


Una verdadera dictadura.

Todavía para principios de septiembre no se había dictado ninguna sentencia en los procesos instruidos contra los periodistas, por lo que la prensa independiente, las agrupaciones obreras y los clubes liberales demandaban con frecuencia que cuanto antes se les hiciera justicia para que obtuvieran su libertad; pero el Gobierno miraba con indiferencia tales peticiones, sin comprender que atizaba la hoguera del descontento entre las clases populares, que profesaban una verdadera estimación por los jóvenes combatientes injustamente encarcelados.

Pero si en verdad era cierto que los presos liberales contaban con el aprecio, la simpatía y hasta con la admiración de las clases trabajadoras, también era un hecho que dentro de las clases encumbradas de la sociedad potosina, ligadas con estrechos vínculos de amistad o parentesco con el clero y los funcionarios del Estado, la opinión que se tenía de ellos era muy desfavorable. La aristocracia los clasificaba como vulgares agitadores, trastornadores de la paz y el orden público, no titubeando en aplaudir los epítetos de sediciosos, traidores y bandidos que en su contra lanzaban los periódicos clericales de la ciudad, precisamente por la labor de regeneración que llevaban a cabo y con la cual trataban de romper, en beneficio de las masas oprimidas, los privilegios y el predominio social de que aquella clase disfrutaba.

Así, pues, aunque tenían la satisfacción de contar con el apoyo de las clases humildes, la situación en que se hallaban en la Penitenciaría no podía ser más desesperante. Además de pesar sobre ellos el fardo de la infamia y la injusticia, estaban de hecho aislados, estaban débiles y casi abandonados por sus mismos correligionarios, pues sólo unos cuantos de los más dignos y valerosos se atrevían a visitarlos, ya que los demás dejaron de hacerlo temerosos de provocar las venganzas del Gobierno, que no vacilaba en asestar golpes sobre todos aquellos que hasta del modo más insignificante consideraba como sus enemigos.

En aquella época, en que no había civismo -dijo en 1934 el licenciado Díaz Soto y Gama-, los presos políticos eran despreciados y vistos con desdén por la sociedad. Yo tendría entonces la edad de Juan Sarabia, y me acuerdo muy bien de todo aquello. Era una época terrible en que muy pocos tenían el valor suficiente para enfrentarse al tirano. Uno de mis más queridos maestros no iba a vernos a la prisión por temor, porque creía saber que don Porfirio mandaba recoger la lista de los visitantes, para después descargar persecuciones sobre ellos. Era aquello verdaderamente pavoroso, era una dictadura de verdad. Todos los tiranos de ahora no son sino ridículas, burdas imitaciones del dictador Porfirio Díaz.


Se levanta la incomunicación.

Ya sabiéndose en el Gobierno que no se publicaría más El Demófilo, a mediados del propio septiembre se levantó la incomunicación de los presos y se les devolvió a la celda que antes ocupaban en la Penitenciaría. En esas condiciones, ya sin tener continuamente encima la mirada pertinaz del mayor De la Costilla y gozando de ciertas libertades, Sarabia, que como sus compañeros no podía permanecer sin combatir en la prisión, envió varias colaboraciones tanto a El Hijo del Ahuizote como a un semanario político-literario que con el nombre de El Hogar era publicado en San Luis por el impresor Elpidio Ramírez, y en el cual, con el seudónimo de Arlequín, dio a conocer algunas de las composiciones que por esos días había escrito influenciado por el ambiente melancólico del presidio. Entre las poesías que publicó en este semanario, figura el siguiente soneto que tituló Glorias del Pasado, para condenar la falta de firmeza de uno de sus más íntimos amigos, que ante los primeros sinsabores de la lucha no sólo lo había abandonado en la prisión, sino que al desertar del Partido Liberal, se había colocado entre las filas del clericalismo y la autocracia:

En los tiempos felices que pasaron
Sus sentimientos nobles y sinceros
Entre todos sus leales compañeros
A una altura notable lo elevaron.

Mas ¡ay! cuando en la cárcel me encerraron
Ya el Gobierno para él no tuvo peros;
Su liberal ardor, sus odios fieros,
Cual por arte de magia se apagaron.

Su gloria fue su ayer; hoy, cual la roca,
Duro es su corazón y su alma es fría;
Hoy cifra su ambición extraña y loca,
Para rubor de lo que fue en un día,
En besar la sandalia a Montes de Oca
Y en vivir a las plantas de Escontría.

Las colaboraciones que enviaba a El Hijo del Ahuizote eran, como debe suponerse, puramente de combate. En ellas arremetía con su empuje acostumbrado contra el gobierno de don Blas, contra Bernardo Reyes y contra Porfirio Díaz; y en uno de los trabajos dedicados a este último, que es el que transcribo a continuación, traza con mano firme y estilo corto un cuadro de los desastres que al pueblo habían causado sus ambiciones de poder, desde que llevando el >Plan de Tuxtepec como bandera trataba de escalar la presidencia, hasta que por medio de sucesivas reelecciones y oprimiendo, encarcelando, envileciendo, asesinando, violando promesas, traicionando instituciones y esparciendo el terror por todas partes, había logrado establecer una paz ficticia, una paz de sepulcros en toda la República:

Un ambicioso Caudillo
Que sueña con el Poder,
Y que después ha de ser
Un Señor de horca y cuchillo;

Un plan lleno de mentiras
Que no se habían de cumplir,
Y que vería el porvenir
Hecho, no pedazos, tiras;

Mucho que el derecho vibre,
Y mucha Constitución,
Y mucha no-reelección
Y mucho sufragio libre;

Un golpe con buena suerte;
Un episodio en la Historia;
Para un Caudillo, la gloria,
Y para un pueblo, la muerte;

Cuatro años que al parecer
Satisfacen las conciencias:
Se cubren las apariencias
Y todo marcha al placer;

Pero sigue la ambición;
Se pone el rey los calzones;
Algunas persecuciones ...
Y ¡primera reelección!

Una autocracia feroz;
La conciliación empieza;
Rueda más de una cabeza ...
¡Reelección número dos!

De la Patria por el bien
Surgen oposicionistas;
Se llenan de periodistas;
Las mazmorras de Belén;

La reelección llega al trío ...
Desaparición de gente:
Fusilatas en caliente
Y fusilatas en frío;

El servilismo está en boga;
Sólo la bajeza es gracia;
Todo talento se mata;
Toda aspiración se ahoga;

Se persigue la energía,
Para el Derecho no hay gracia:
Termina la democracia;
Comienza la monarquía;

Nada se aprecia o respeta;
Todo se hunde en el abismo;
Sólo queda el despotismo
Que se arranca la careta.

Hay odio a la libertad;
El sufragio está maldito;
El Parlamento es un mito
Y la Ley, Perpetuidad;

Periodistas sin honor
Venden su pluma y su afrenta;
Sólo hay libertad de imprenta
Para el vil adulador;

Dentro, malestar muy hondo;
Fuera, vanidad inmensa;
Mucho oropel en la prensa;
Mucha miseria en el fondo;

Un gran Código deshecho;
Una bonanza ficticia;
Un mercado en la Justicia:
Un sarcasmo en el Derecho;

Clericalismo y machete
En vil contubernio unidos;
Hombres y clubs perseguidos
Por la espada y el bónete;

Gachupines de alpargata
Que aquí tienen voz de mando;
Que se enriquecen saqueando
Al pueblo, que el hambre mata;

Pan y paló, reelección,
Ruina, muerte, feudalismo,
Indignidad, servilismo,
Bajeza, conciliación;

Un pueblo dado a Caifás,
De reelección indigesto ...
¿Cómo se llama todo esto?
¡¡La magna obra de la Paz!!


Arriaga es trasladado a Belén.

Con el trato diario de los largos meses que llevaban de vivir juntos en la Penitenciaría, los cuatro luchadores llegaron a verse como verdaderos hermanos, conocieron sus intimidades y quedaron unidos con un entrañable afecto que ni las vicisitudes y tempestades de su vida posterior habría de interrumpir. Vivían en una perfecta comunidad, compartían alegremente su mesa, escribían y leían juntos por la noche, forjaban proyectos de combate para el porvenir, y velando por los mutuos intereses, el ultraje de que uno llegaba a ser víctima lo hacían suyo los demás, y sus penas y alegrías eran de todos con esa hermosa solidaridad que sólo puede florecer en el corazón en medio del infortunio. Pero esta sociedad habría de sufrir la pérdida temporal de un compañero, ya que por esos días el ingeniero Arriaga fue trasladado a la ciudad de México por disposición del juez de distrito, para que cumpliera en las bartolinas de Belén la sentencia que le había impuesto por los conceptos ultrajantes vertidos en la ya mencionada circular dirigida a las agrupaciones liberales.

Junto con Arriaga fue conducido a Belén José María Facha, que como se recordará había firmado como secretario la misma circular; pero Facha no cumplió toda su sentencia por haber implorado el perdón de su culpa ante Bernardo Reyes, quien lo absolvió y ordenó su inmediata libertad. Apenas salido de la cárcel regresó Facha a la ciudad de San Luis ya curado de su antiguo liberalismo y convertido en un ferviente partidario del ministro de la Guerra y cacique de Nuevo León, trabando amistad con algunos blasistas reconocidos, tales como el tenebroso Pedro González Gutiérrez y un sujeto llamado Pedro Amézquita, con quienes acostumbraba reunirse en la lujosa taberna El Fiel Pastor, donde se daban cita los gomosos de la aristocracia potosina.

El tal Pedro Amézquita era mayor de la guardia personal del Gobernador, y publicaba en San Luis un periodiquito subvencionado titulado El Zurriago que mucho ofendía el idioma castellano, y en el cual, escudado cobardemente con el anónimo, había injuriado de la manera más inmunda a los redactores de El Demófilo ya cuando esta publicación, estrangulada por don Blas, no podía castigar sus desahogos.


Mientras tanto.

Pero mientras tanto, la situación de la familia de Sarabia, víctima indirecta de la tiranía, no podía ser más angustiosa. Los grandes sufrimientos morales y la falta de recursos habían hecho languidecer a su madre y a su hermana Elena, y a no haber sido por la ayuda económica que les impartía Camilo Arriaga (Camilito, como le decían), cuya bolsa estaba siempre dispuesta para remediar cuanto más podía las necesidades de sus compañeros, de seguro la más grande miseria hubiera invadido todos los rincones de su hogar. La salud de su hermana, a la que Juan amaba con honda ternura, se había desmejorado a tal extremo al ver sus penas en la prisión, que muy en breve se le declaró un mal incurable que en poco tiempo se la habría de llevar hasta el sepulcro.

En una ocasión en que lo fue a visitar junto con su madre la contempló Juan tan abatida, que la impresión que dejó en su alma fue tan dolorosa, como llenos de delicadeza y sentimiento son estos versos que le inspiraron aquel callado sufrimiento fraternal:

La vi pálida, débil, consumida,
De abatimiento y de tristeza llena,
Ante el dolor injusto de la vida
Doblegando su frente de azucena.

Así la quiero más porque parece
Un ángel puro del Edén proscrito;
Al verla triste mi ternura crece ...
Si es posible que crezca lo infinito.


En libertad.

Después de haber esperado con altiva dignidad el momento en que se les hiciera justicia, llegó por fin el 29 de septiembre de 1902, en que gracias a los recursos interpuestos por los abogados Jesús Flores Magón desde la ciudad de México y Antonio Díaz Soto y Gama desde la misma prisión, los jueces que seguían sus cáusas pusieron en absoluta libertad a Juan Sarabia, Librado Rivera y al propio Díaz Soto y Gama después de ocho meses de injusto cautiverio, al declarar que había falta de méritos en su contra en los procesos que por los delitos de sedición y ultrajes a funcionarios públicos se les tenían instruidos.


Muere la hermana de Sarabia.

Pero el destino tenía reservadas nuevas penalidades para el joven luchador. Al obtener su libertad, tuvo que convertirse en enfermero de su hermana que yacía en cama gravemente enferma. Abandonando cualquier otra ocupación, le prodigaba con gran paciencia y cariño las más delicadas atenciones y procuraba animarla con frases de aliento y esperanza; pero el mal seguía su curso inexorable y al fin no fue posible salvarla de la muerte, que con gran dolor para él y para su madre se la llevó cuando a los dieciséis años de edad entraba en la época florida de la juventud.

Camilo Arriaga sufragó los gastos del sepelio, y en el panteón del Saucito de la ciudad de San Luis, ante la tumba de aquel ser querido que tan fugazmente había pasado por la vida, Juan pronunció una sentidísima oración que arrancó las lágrimas de todas las personas que lo habían acompañado en aquel momento de amargura.


Nuevas persecuciones.

No terminaron aquí los infortunios de Sarabia. Pocos días después de la muerte de su hermana, o sea cuando su afligida madre más necesitaba de su apoyo y compañía, se vio obligado a abandonarla para marchar a Celaya, en virtud de que algunos de los funcionarios que más habían sufrido sus latigazos comenzaron de nuevo a perseguirlo, pues de sobra conocían que no otro sino él era el famoso y gran Dioscórides que tan, rudamente los había fustigado en El Demófilo.

Durante su ausencia escribió una larga serie de composiciones en prosa y verso lanzando nuevos ataques al régimen de Escontría y a la dictadura en general, con intenciones de darla a luz en un volumen; pero su trabajo fue inútil porque su madre, al recibir el paquete con los originales, en lugar de entregarlo al impresor Elpidio Ramírez para su publicación como Juan se lo había recomendado, lo redujo a cenizas para evitarle nuevas y mayores persecusiones del Gobierno.


A la ciudad de México.

En los primeros días de noviembre regresó Sarabia secretamente a San Luis, pudiendo darse cuenta desde luego que aún era buscado por la policía, y que también a Díaz Soto y Gama se le hacía objeto de vejaciones y se le hostilizaba en todos sentidos por las autoridades. Como tal situación era ya insostenible en los dominios de don Blas, donde carecían de seguridad y garantías puesto que todos los elementos oficiales estaban en su contra, tanto el uno como el otro resolvieron abandonar el Estado, y a mediados del mismo mes, trayendo a la mamá de Juan y acompañados por Benjamín Millán, Rosalío Bustamante y Humberto Macías Valadez, se vinieron a la capital de la República a continuar su campaña revolucionaria junto con Arriaga, los Flores Magón y otros distinguidos luchadores que en la misma metrópoli combatían desde hacía tiempo el despotismo porfirista.

Índice de Juan Sarabia, apostol y martir de la Revolución Mexicana de Eugenio Martinez NuñezCAPÍTULO II - Primera parteCAPÍTULO IIIBiblioteca Virtual Antorcha