Índice de Juan Sarabia, apostol y martir de la Revolución Mexicana de Eugenio Martinez NuñezCAPÍTULO ICAPÍTULO II - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

Juan Sarabia, apostol y martir
de la
Revolución Mexicana

Eugenio Martinez Nuñez

CAPÍTULO SEGUNDO

Se consagra como luchador

PRIMERA PARTE


El ingeniero Arriaga.

Por esa época vivía en San Luis Potosí una persona que mucho habría de distinguirse en nuestras luchas sociales, el ingeniero Camilo Arriaga, que había seguido paso a paso el desenvolvimiento espiritual de Juan Sarabia, admirándolo como una rara excepción en la juventud intelectual de aquellos tiempos, que sólo ambicionaba riquezas, comodidades y placeres, y que vivía de rodillas ante un régimen que tenía al pueblo en la ignorancia y la miseria.

El ingeniero Arriaga, hombre culto, de ideas avanzadas, joven y rico, que disfrutaba del aprecio de toda la sociedad potosina, prendado de las cualidades de aquel valeroso luchador, cultivó con él una íntima amistad, lo ayudó en la publicación de su periódico y puso en sus manos los libros de los escritores revolucionarios más avanzados de la época para que consolidara sus ideas e imprimiera en su cerebro las orientaciones sociales que no había tenido antes.


El Porvenir.

Además, el ingeniero Arriaga, en vista de que El Demócrata había tenido que desaparecer bajo la presión de las autoridades, tomó por su cuenta la publicación de un nuevo periódico oposicionista que puso bajo la dirección de Juan Sarabia con el nombre de El Porvenir, que muy pronto alcanzó gran popularidad y circulación, y en el cual el joven escritor continuó combatiendo sin descanso y con extraordinario empuje los actos atentatorios del arbitrario y clerical gobierno de Escontría.


El club Ponciano Arriaga.

Mientras Juan Sarabia se dedicaba a la publicación de El Porvenir, don Camilo Arriaga, con motivo de las conocidas declaraciones del obispo de San Luis Potosí en el sentido de que en México las Leyes de Reforma eran violadas por la Iglesia católica con la complicidad del general Díaz, había hecho un urgente llamamiento a los liberales de toda la República a fin de que se organizaran en clubes para luchar contra las tendencias clericales del Gobierno, así como para que enviasen delegados a un Congreso Liberal que se reuniría en la ciudad de San Luis el 5 de febrero de 1901, donde además de procurarse la reorganización del Partido Liberal, se trataría de la responsabilidad de los funcionarios públicos y se dictarían acuerdos tendientes a garantizar los derechos de los ciudadanos, las libertades de prensa, sufragio y municipio, la enseñanza laica gratuita y obligatoria y el cumplimiento de las Leyes de Reforma.

Igualmente don Camilo había fundado, en la misma capital potosina, el memorable club Ponciano Arriaga, y como órgano del mismo comenzó a publicar el viril semanario Renacimiento en que colaboraron el estudiante de leyes Antonio Díaz Soto y Gama y otros distinguidos periodistas liberales, y cuya publicación, que ostentaba en su portada como banderas de combate tres vibrantes pensamientos de Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez y Ponciano Arriaga, pronto habría de dejar también bajo la dirección de Juan Sarabia.


El Congreso Liberal.

Reunido el Congreso Liberal en la fecha señalada en el Teatro de la Paz de la ciudad de San Luis con el concurso de delegados de cerca de doscientos clubes que ya para el mes de enero de 1901 se hallaban establecidos en todo el país, y que no fue simplemente un movimiento netamente anticlerical como aseveró el desaparecido luchador Enrique Flores Magón, sino que por los temas que en él se trataron fue un verdadero movimiento revolucionario de enorme trascendencia; mucho se distinguieron en los debates Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama, Juan Sarabia y Ricardo Flores Magón, quienes fueron las figuras centrales de la agrupación, como dijera el extinto periodista Santiago R. de la Vega (1).

El ingeniero Arriaga, bajo cuya presidencia funcionaba el Congreso, hizo un concienzudo análisis de la situación política y social del pueblo mexicano oprimido por el arma de dos filos del fanatismo y la tiranía, proponiendo la necesidad de llegar al fondo de tales cuestiones para encontrarles una resolución satisfactoria y lograr de este modo un nuevo sistema de vida basado en la equidad y la justicia para los trabajadores del campo y de la ciudad. Sus razonamientos fueron escuchados con gran interés por todos los delegados, y los puntos principales tocados en sus discursos sirvieron en gran parte para orientar las luchas posteriores de los más radicales revolucionarios del Partido Liberal en favor de los desheredados de la tierra.

Antonio Díaz Soto y Gama, que a pesar de sus todavía no cumplidos veintiún años de edad era ya un formidable tribuno de combate, pronunció entre otros igualmente fogosos, un admirable discurso en que abordó el tema de la supresión de las jefaturas políticas y del desarrollo de la organización municipal; y en cuyo discurso, que poco después aprovechó para redactar la tesis que presentó en su examen profesional de abogado, azotó sin piedad a los jueces y magistrados corrompidos del llamado Tribunal de Justicia del Estado y a todo género de tiranos y caciques que detentaban el poder en el país.

Juan Sarabia, que era entonces un joven de dieciocho años de edad, se encargó de pronunciar el discurso de apertura del Congreso para dar la bienvenida a los delegados. Expuso la ejemplar historia del Partido Liberal y planteó brillantemente los grandes problemas nacionales, agregando que la patria necesitaba del esfuerzo noble, decidido y desinteresado de sus hijos para alcanzar el bienestar común.

En el curso de su peroración atacó sin contemplaciones a los causantes de la miseria del pueblo, conmoviendo al auditorio con los giros apasionados de su oratoria inflamada por el ideal de establecer la verdadera libertad y la verdadera justicia en México.

Ricardo Flores Magón, al tomar la palabra para clausurar las sesiones, produjo uno de los discursos de mayor fuerza combativa que se escucharon en aquella histórica reunión. Siempre implacable, hizo una pormenorizada relación de los atentados y los crímenes cometidos por la dictadura porfirista; habló de despojos de tierras, de la ley fuga, del caciquismo brutal y sanguinario, de los asesinatos del tirano y sus secuaces, de los grandes ladrones públicos, de los ultrajes a las instituciones republicanas, concluyendo que todos esos horrores eran patrimonio del régimen emanado del cuartelazo de Tuxtepec, porque la administración de Porfirio Díaz era una madriguera de bandidos.

Algunos de los delegados menos resueltos sisearon ligeramente esta frase lapidaria, que Flores Magón volvió a pronunciar con más energía; y en vista de que aún se escucharon murmullos en la sala, Ricardo los desvaneció totalmente afirmando por tercera vez con mayor entereza:

¡Sí, señores, porque la administración de Porfirio Díaz es una madriguera de bandidos!

Entonces, este gesto de virilidad le conquistó al orador un prolongado y estruendoso aplauso.


Una rectificación.

Aunque es muy cierto que, como dice Santiago R. de la Vega, con esta actitud resuelta y tajante puso Ricardo de su parte a todos los liberales jóvenes del Congreso, haciendo justicia a Camilo Arriaga, Juan Sarabia, Díaz Soto y Gama y demás luchadores de sólido prestigio y clara visión que brillantemente tomaron participio en la misma agrupación liberal como Benito Garza, Antonio de la Fuente, José Castanedo, Agustín Navarro Cardona, Francisco Naranjo, Librado Rivera, Juan Ramírez Ramos, Vidal Garza Pérez, Atilano Barrera, Lázaro Villarreal, Pompeyo Morales, José Trinidad Pérez, Salomé Botello, Fernando Tagle y Vicente Reyes Torres, creo como un deber decir que es falso, como han asegurado algunos escritores anarquistas, que Flores Magón los hubiera aplastado con ideas nuevas y avanzadas en los debates.

El pronunció, en efecto, una de las arengas más radicales y valientes en aquella asamblea, en la que como se ha visto, declaró abiertamente que la administración de Porfirio Díaz era un madriguera de bandidos; pero en realidad, Ricardo, que en compañía de su hermano don Jesús dirigía en la ciudad de México el periódico Regeneración, y en el cual entonces sólo se dedicaba a fustigar la venalidad de algunos funcionarios del Poder Judicial, se nutrió en el Congreso de orientaciones sociales de fondo con los razonamientos del ingeniero Arriaga, quien había estudiado antes que ninguno otro de los precursores de la Revolución el origen de la desigualdad social, y que fue quien puso por primera vez en manos no sólo de Flores Magón, sino de Díaz Soto y Gama, Juan Sarabia, Librado Rivera, Santiago de la Hoz, Alfonso Cravioto, De la Vega y demás combatientes de primera fila de esa brillante generación, las obras de Marx, Kropotkin, Dagan, Jaurés y demás autores socialistas y anarquistas de gran prestigio, y que tanto habrían de influir en sus luchas posteriores por la emancipación del pueblo.


El club Ponciano Arriaga se transforma.

Como después de clausuradas las sesiones del Congreso la Dictadura desató persecuciones contra los liberales en distintas partes del país, figurando entre éstas la disolución de clubes en los Estados de Nuevo León, Hidalgo, San Luis Potosí, Chiapas y Durango, así como el asesinato del periodista Escalante en Cuicatlán, Oaxaca, y el encarcelamiento del licenciado Antonio Díaz Soto y Gama en las bartolinas de Belén, en la junta directiva del club Ponciano Arriaga se haDían registrado numerosos aunque saludables cambios, ya que muchos de los liberales de agua tibia que en ella habían figurado desde un principio y que no tenían otro concepto de la lucha social que aquel que se reducía a lograr la separación de la Iglesia del Estado, se fueron retirando de toda actividad antigobiernista para no como prometerse en una empresa que ya para los últimos meses de 1901 era prácticamente revolucionaria, habiendo quedado con tal motivo en la misma junta únicamente los liberales de firmes convicciones y reconocido valor civil como el ingeniero Arriaga, que continuó siendo su presidente; Antonio Díaz Soto y Gama, que fue nombrado vicepresidente; Juan Sarabia, con el carácter de secretario, y Librado Rivera, Enrique Castillo, Heliodoro Gómez, Armando Lozano, Enrique Martínez Vargas, Carlos y Julio Uranga, Rafael Vélez Arriaga, José y Benjamín Millán, Angel Moncada, Celso Reyes, Cayetano González Pérez, Eduardo Islas, Lucas García, Daniel González, Rosalío Bustamante y Humberto Macías Valadez, como vocales. También figuraba el pasante de derecho José María Facha como secretario del club, pero este joven, poeta y orador de talento, que había sido delegado al Congreso Liberal, resultó a la postre un falso luchador, ya que a fines de 1902, después de haber sufrido su primer encarcelamiento, prevaricó, pasándose a las filas del reyismo.


Trabajos de mayor alcance social.

Los miembros de esta nueva junta directiva, encabezados por Arriaga, Sarabia, Rivera, y Díaz Soto y Gama, imprimieron un mayor alcance social a los trabajos de la agrupación, ya que además de preocuparse por la resolución de los puntos tratados en el Congreso, fijaron su atención en otros problemas tanto o más importantes, como lo eran los graves perjuicios que los desalmados agiotistas ocasionaban a las clases económicamente débiles de la comunidad, la miserable situación en que vegetaban los trabajadores de las fincas de campo y el acaparamiento de la riqueza agrícola en unas cuantas manos, por lo que primero desde las columnas de El Porvenir y Renacimiento y luego en un poco conocido documento de fecha 4 de noviembre de 1901, pusieron a la consideración de todos los clubes liberales un nuevo grupo de temas incluyendo tan importantes asuntos, a fin de que fueran estudiados y luego discutidos y resueltos en un segundo Congreso Liberal que debería reunirse tres meses después en la misma ciudad de San Luis, o sea el 5 de febrero de 1902.


Asalto al club Ponciano Arriaga.

Sin embargo, no fue posible discutir y menos resolver tan importantes cuestiones porque el general Díaz, seriamente preocupado por el aspecto que tomaban los nuevos trabajos de los luchadores potosinos, ya que con las reformas y reivindicaciones sociales que se proponían conquistar, particularmente la libertad de prensa, del municipio y del sufragio, el mejoramiento de los campesinos y el reparto de los latifundios que estaban en poder de sus favoritos se perjudicarían los grandes intereses creados en su sistema dictatorial de gobierno, ordenó al general Bernardo Reyes, ministro de la Guerra y enemigo jurado de las corporaciones liberales, que suprimiera el club Ponciano Arriaga para impedir que se reuniera el segundo Congreso Liberal.

Para cumplir este encargo, Bernardo Reyes, que ya con todo género de violencias había suprimido en abril de 1901 el club liberal de Lampazos, Nuevo León, comisionó al tristemente célebre Heriberto Barrón, entonces diputado al Congreso general, para que con el apoyo de las fuerzas federales y de los elementos policíacos que el gobernador de San Luis ya tenía instrucciones de proporcionarle, asaltara aquella agrupación y encarcelara a las primeras figuras de su junta directiva.

De cómo se llevó a cabo esta jornada liberticida, perpetrada en la noche del 24 de enero de 1902, y como resultado de la cual fueron reducidos a prisión Camilo Arriaga, Juan Sarabia, Librado Rivera, José y Benjamín Millán, Rosalío Bustamante, Carlos y Julio Uranga, Humberto Macías Valadez y unos treinta liberales más, se encuentra ampliamente explicado en un Manifiesto a la Nación y a los Clubes Liberales que con fecha 28 del mismo mes expidieron los miembros de la agrupación ya encarcelados, y del cual extracto lo siguiente:

El club Ponciano Arriaga había anunciado al pueblo de San Luis una de sus conferencias públicas para las ocho y media de la noche del 24 de enero, y a esa misma hora Heriberto Barrón, después de haber discutido con el gobernador todos los detalles para el buen éxito de la triste misión que se le había encomendado, se presentó en el salón de sesiones acompañado por un teniente y gran número de sargentos del ejército disfrazados de civiles, con el objeto aparente de escuchar la plática anunciada.

El vocal del club, Julio Uranga, había sido nombrado para pronunciar la conferencia de esa noche, y cuando hubo terminado de leer su discurso, el ingeniero Arriaga dio por terminada la sesión; pero en esos momentos comenzó a hablar Barrón sin que nadie lo hubiera autorizado, empezando por elogiar al señor Uranga y a llamarse él mismo liberal, para terminar con una serie de insultos personales contra Camilo Arriaga, al que interpeló si en realidad era liberal o un sedicioso que encabezaba un grupo que ultrajaba lo más sagrado de la Patria, como lo eran el señor Presidente de la República y el señor Ministro de la Guerra; observaciones completamente forzadas, puesto que en esa noche no se habían hecho alusiones personales sobre ninguno de los funcionarios públicos.

El ingeniero Arriaga, en lugar de dar explicaciones a su vulgar deturpador, tocó el timbre para indicarle que dejara de vociferar; pero Barrón, que ante la serena actitud de Arriaga veía que se le frustraban los planes del asalto, se apresuró a lanzar un estentóreo grito de ¡Viva el general Díaz!, que fue secundado por el teniente y los sargentos, y los que siguiendo el ejemplo del representante popular arrojaron sobre la pacífica concurrencia las sillas en que se habían sentado, golpeando a muchos de los asistentes. Acto continuo Barrón se acercó a la puerta de la sala y disparó varios tiros de su pistola.

Los miembros principales de la Junta Directiva corrieron el riesgo de ser asesinados, pues cuando Barrón produjo el escándalo, uno de los sargentos sacó su arma para dispararla sobre ellos. Carlos Uranga impidió la ejecución del crimen desviando el arma del agresor, pero resultó herido en la cabeza de un pistoletazo que le asestó el mismo sargento, y golpeado brutalmente en todo el cuerpo por los demás esbirros al estar caído.

Inmediatamente después de que Barrón disparó los tiros, que era la señal convenida, se presentaron en el salón unos cincuenta gendarmes al mando del inspector de policía mayor Juan Macías al que acompañaban varios oficiales montados a caballo, el jefe político Gustavo Alemán y el jefe de la Zona Militar, general Joaquín Z. Kerlegand. Poco más tarde era invadida la calle por la fuerza federal. Todos estos elementos, que sumaban más de trescientos hombres, se habían ocultado en el Teatro de la Paz, en cuyas inmediaciones se encontraba el salón del club, y sólo esperaban la señal del diputado-esbirro para entrar en acción.

Todos los liberales, con excepción del ingeniero Arriaga y Librado Rivera, que se habían refugiado en la casa del primero y que estaba a espaldas del salón de sesiones, fueron aprehendidos y con gran aparato de fuerza conducidos por en medio de la calle hasta el Palacio de Gobierno, donde fueron encerrados en un calabozo pestilente y lleno de inmundicias conocido con el nombre de La Cuadra.

En cuanto al discurso escrito y pronunciado por Julio Uranga, la autoridad lo recogió declarándolo perdido para que los detenidos no pudieran defenderse de los cargos de sedición y ultrajes a funcionarios públicos que se les imputaban, pues con dicho discurso se hubiera comprobado que no se había injuriado a ningún funcionario de la administración, ni mucho menos incitado al pueblo a rebelarse contra el Gobierno.

Estando ya los liberales en La Cuadra, un despótico y altanero capitán, ayudante del gobernador, abusando de su ventajosa posición frente a los inermes prisioneros, los insultó con el lenguaje más soez y patibulario que puede darse; y a medianoche fue introducido al mismo calabozo un individuo que parecía estar en el último grado de ebriedad, pero que intempestivamente se levantó para agredir con un revólver de muy buena calidad a Juan Sarabia y Carlos Uranga, quienes por fortuna, y no sin antes haber sostenido una lucha peligrosa, lograron desarmarlo. Por la circunstancia de que a ese lugar de detenidos no se llevaba a nadie sin haberle hecho un escrupuloso registro y quitarle hasta el más insignificante cortaplumas, se puede comprender que se tenían nuevas intenciones de asesinar a los principales luchadores.

La noche fue un suplicio para las víctimas de este atropello sin nombre, que sin embargo tenían que sufrir todavía más vejaciones. Pidieron agua para lavar la herida del señor Carlos Uranga, pero les fue negada por el carcelero, que no conforme con esto, recogió y se guardó con el mayor descaro varias cartas que sus familias, inquietas y afligidas, enviaron a los prisioneros.

A las once de la mañana del día 25, y casi asfixiándose por el ambiente de aquel nauseabundo lugar, dirigieron un ocurso al gobernador solicitando se les cambiara a un sitio más habitable; y dos horas después eran sacados del calabozo y conducidos por una compañía del 15 Batallón ante el Juez de Distrito, licenciado Gabriel Aguirre, quien tomó nota de sus nombres y los consignó a la Penitenciaría del Estado.

La misma fuerza los llevó a esta prisión, haciéndolos pasar por las calles más céntricas de la ciudad para exhibirlos ante la sociedad como vulgares delincuentes; pero uno de los presos se colocó en un hombro un cartón en que en grandes caracteres se leían estas dos palabras: Por liberales.

Mientras esto acontecía, la casa del ingeniero Arriaga había sido sitiada por rurales y soldados del 15 Batallón y del 2° Regimiento, que incesantemente recorrían la calle en forma de patrullas. Este escandaloso aparato de fuerza aterrorizó a los pacíficos vecinos, que no se explicaban por qué inspiraba tanto miedo al Gobierno el presidente de una agrupación propagandista de los principios liberales y cuyos actos estaban muy lejos de violar ninguna de las leyes del país.

Cerca de las doce horas del día 25 el ingeniero Arriaga envió un escrito al gobernador pidiendo garantías. Poco después se retiraron las fuerzas que custodiaban su domicilio, y se presentó el inspector Macías con una orden del Juez de Distrito para efectuar un cateo en la misma casa, donde aprehendió a Librado Rivera, a quien llevó a la Jefatura de Policía e incomunicó en uno de sus calabozos.

A las cuatro de la tarde del mismo día 25 fue llamado Arriaga a la citada Jefatura, de donde por disposición del propio Juez fue trasladado a la Penitenciaría, adonde llegó al mismo tiempo que Rivera, que había sido conducido por separado.

Durante los días 26, 27 y 28 fueron sacados de la Penitenciaría los detenidos de menor importancia para ser llevados en grupos bien escoltados ante el Juez de Distrito a rendir sus declaraciones, y en este último día el Secretario del Juzgado se presentó en la cárcel para notificar la formal prisión de Camilo Arriaga, Juan Sarabia y Librado Rivera, y la completa libertad de los demás.

Hacemos a la Nación este minucioso relato (concluye diciendo el mencionado Manifiesto) para que deduciendo las consecuencias comprenda la situación en que nos hallamos colocados, y a los clubes liberales les rogamos que se sirvan no enviar sus Delegados al 2° Congreso Liberal, porque no podemos recibirlos, pero excitamos a nuestros dignos correligionarios a no desmayar en sus trabajos en favor de nuestra noble causa. Nada importan las vejaciones y los atropellos, que sólo sirven para justificar nuestras quejas y para templar la fuerza moral de los hombres honrados, pero no para matar las convicciones de los que, como nosotros, luchamos por la razón y la justicia.


Se levantan las protestas.

La noticia de estos graves atentados en que la fuerza y las intrigas de la Dictadura se habían excedido para aplastar la más caracterizada agrupación del Partido Liberal se extendió rápidamente, y como era natural, los clubes liberales y los periódicos libres de toda la República protestaron con energía ante los nuevos ultrajes que sufrían la libertad de reunión y las garantías de los ciudadanos. Asimismo, en la propia ciudad de San Luis, las valerosas damas potosinas Rosa Martínez de Salas, Dionisia Flores, Josefa Guevara, Marcelina G. de Cerda, Herlinda del Pozo, Petra R. de Castillo, Dolores G. de Ceballos, Casimira Dubáez, Marcelina Z. viuda de Hernández, Juana Ferniza, Altagracia y María Andrea Salaices, Flavia Díaz y Anastasia J. de Guzmán, que aunque sin pertenecer al Partido Liberal eran enemigas de los atropellos por estar inspiradas en nobles sentimientos de justicia, lanzaron a la publicidad un documento fechado el 27 de febrero de 1902 que fue reproducido en El Hijo del Ahuizote el 16 de marzo siguiente, y en el cual, interpretando la propia indignación y la que en el pueblo potosino había provocado el salvaje atentado sufrido por el Club y el arbitrario encarcelamiento de tres de sus principales dirigentes, con toda entereza y valentía manifestaban, entre otras cosas, lo siguiente:

Conocida es ya por toda la sociedad potosina y casi por todo el país, la verdad de los acontecimientos que tuvieron lugar en el club liberal Ponciano Arriaga de esta ciudad la noche del 24 de enero próximo pasado. Todos comprenden ya, por tanto, que la detención transitoria de algunos miembros de dicha agrupación y la formal prisión de los Sres. Ing. Camilo Arriaga, Prof. Librado Rivera y Juan Sarabia, es absolutamente injustificada: todos saben que la promoción del escándalo que se les imputa, fue obra del Sr. diputado Heriberto Barrón y de las personas que lo acompañaron con el fin premeditado de desacreditar al Club Liberal y disolverlo por medio de la prisión de sus principales miembros ...

... Cuando todo el mundo sabe que la conferencia del Club Liberal, como las anteriores, durante más de un año, se efectuó con todo orden, cuando todos comprenden que el Sr. Barrón, apoyado por militares disfrazados que lo acompañaron y por la policía que estaba preparada, fue el que provocó el tumulto disparando tiros, arrojando sillas sobre los pacíficos concurrentes y gritando inoportunos vivas al Sr. Presidente de la República; cuando todos conocen que eso no fue más que un plan preconcebido para acusar a los liberales de un delito en que no tuvieron la parte más insignificante, la sociedad no puede menos que indignarse, protestar contra el atropello de que fueron víctimas personas bien conocidas por su dignidad y honradez y reclamar para ellas la justicia del tribunal que los juzga, ya que la justicia social, la opinión pública, los ha absuelto, o mejor dicho no los ha considerado culpables ni un momento ...

... Se usó de la celada, de atropello, de la calumnia; se optó por el escándalo, por el alarde de la fuerza, por el ultraje público, todo lo cual es ofensivo y alarmante para la sociedad. Un diputado al Congreso de la Unión, un teniente del ejército, varios sargentos disfrazados, multitud de policías secretos, infinito número de gendarmes emboscados en las inmediaciones del teatro de los sucesos y cientos de soldados que sitiaron la casa del Sr. Arriaga e inmediatas: este inmenso personal fue necesario para ultrajar, para atropellar, para violar las garantías de algunos hombres honrados y pacíficos ...

... Quizá la misma prensa que ha calificado de bandidos a personas honradas e inocentes del delito que se les imputa, pretenda mancharnos con sus virulentos insultos; pero creemos que es preferible cumplir con la propia conciencia, que con los que, por defender al gpbierno, injurian sin motivo a los patriotas ...

... Nosotras, en nombre de la pacífica sociedad potosina en la que la tranquilidad y la armonía han reinado siempre, a pesar de algunas disensiones en ideas, en la que ni los liberales han atropellado al Gobierno ni el Gobierno los había atropellado a ellos, en la que nunca se habían presenciado escándalos ni tumultos; en nombre de la sociedad ultrajada, decimos, protestamos contra los escándalos que vino a promover un intruso y contra el apoyo que le prestaron para perturbar el orden, las autoridades locales y federales que intervinieron en tan lamentables sucesos, y protestamos, por último, contra la arbitraria y prolongada prisión de tres honradas personas que no tienen más culpa que ser liberales y desafectos al Gobierno (2).

En la Penitenciaría. Cuando el ingeniero Arriaga, Juan Sarabia y Librado Rivera fueron declarados formalmente presos, el gobernador de San Luis ordenó al conserje de la Penitenciaría que ejerciese sobre ellos una estrecha vigilancia para evitar las posibilidades de una fuga, por lo que dicho conserje, no encontrando otro medio más adecuado para tenerlos bajo su control, dispuso que fueran encerrados en una celda perteneciente a la galera llamada El Cajón, donde se acostumbraba alojar a los reos más peligros y que siempre estaba guardada por macheros desalmados y gran número de centinelas de vista. En esta celda, que era conocida con el nombre de La Sombría por ser muy húmeda y obscura, eran, sin embargo, frecuentemente visitados por los miembros del club que habían sido absueltos por el Juez de Distrito, quienes les aseguraban que no siendo responsables de ningún delito, muy pronto obtendrían, como ellos, su absoluta libertad.

La defensa de los prisioneros la tomaron a su cargo desde la ciudad de México los abogados Jesús Flores Magón y Antonio Díaz Soto y Gama, y una de sus primeras providencias fue dirigirse a la Suprema Corte de Justicia solicitando un amparo en su favor; pero por haber sido negado tal recurso, los tres luchadores, a pesar de los vaticinios de sus compañeros, tuvieron que sufrir un largo encarcelamiento procesados por los ya mencionados delitos de sedición y ultrajes a funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones.

Uno de los resultados inmediatos de su encarcelamiento, fue la supresión de El Porvenir y Renacimiento, cuyas prensas, tipos y demás útiles de imprenta y hasta algunas resmas de papel, todo ello de la propiedad del ingeniero Arriaga, fueron secuestrados por disposición del Juez Tercero de lo Criminal, licenciado Aurelio Manrique, que era uno de los instrumentos más incondicionales del gobernador Escontría.

Para mayor abundamiento de contratiempos, sobre el ingeniero Arriaga recayó un nuevo proceso por haber estampado en una circular dirigida a los clubes liberales, con el carácter de presidente que era del Centro Director de los mismos, una frase considerada por el Juez de Distrito como ultrajante para el general Díaz y su Gobierno; pues por ello, dicho Juez lo sentenció a once meses de prisión sin perjuicio de la pena que ya tenía por los sucesos del 24 de enero, así como a pagar mil pesos de multa. Por esta misma causa fue también encarcelado en la Penitenciaría de San Luis José María Facha, ya que había firmado la mencionada circular como secretario del propio Centro Director, y sobre el cual recayó una sentencia de nueve meses de prisión y quinientos pesos de multa.


El Demófilo.

Como era natural, el ingeniero Arriaga, Juan Sarabia y Librado Rivera, que en San Luis Potosí eran el cerebro y el corazón de la obra revolucionaria enaltecida ya con las primeras persecuciones, no podían permanecer inactivos en la prisión, por lo que contando como contaban con la imprenta del valiente impresor liberal Rafael Vélez Arriaga, vocal del club, fundaron un nuevo periódico con el título de El Demófilo para substituir las dos publicaciones desaparecidas y seguir combatiendo desde sus columnas los atentados del régimen potosino y luchando por sus ideales de mejoramiento social.

El 6 de abril de 1902, cuando todavía se escuchaban por todos los rumbos de la ciudad calurosos y apasionados comentarios sobre la jornada liberticida del 24 de enero y de la clausura de El Porvenir y Renacimiento, surgió a la luz el primer número de este periódico en que figuraba el nombre del joven y valeroso intelectual José Millán como director, y en el cual, dando fe de su interés por el bienestar popular, se declaraba en su portada que publicaría todas las quejas que le mandaran los obreros que fueran víctimas de injusticias y malos tratamientos en las fábricas donde trabajaran, y que por ser un verdadero amigo del pueblo, sería un defensor decidido de las clases humildes y explotadas.

Por esos días marchó de México rumbo a San Luis el licenciado Díaz Soto y Gama, y apenas llegado a esta ciudad fue objeto de nuevas persecuciones, ya que por haber asentado en un escrito de defensa en favor de José María Facha unas durísimas, pero justas y bien fundadas frases en contra de los arbitrarios procedimientos del Juez de lo Criminal, licenciado Benito Carrizales, y del licenciado Mariano Niño, fiscal del Supremo Tribunal de Justicia del Estado, fue procesado por el delito de ultrajes a dichos funcionarios y encerrado también en la Penitenciaría.

Ya reunido con Arriaga, Sarabia y Rivera en la prisión, Díaz Soto y Gama se hizo cargo de la sección jurídica del periódico, escribiendo en defensa de sus compañeros, de sí propio y de todos los que en San Luis eran atropellados en sus derechos, una serie de vibrantes artículos denunciando la ineptitud y parcialidad de los funcionarios judiciales, en tanto que Arriaga y Rivera abordaban temas de interés general para las agrupaciones liberales, y Sarabia desarrollaba una brillantísima labor literaria bajo el seudónimo de Dioscórides, en la que en prosas y versos del más lacerante estilo, atacaba los vicios e injusticias que imperaban en el territorio potosino.


La labor de Sarabia.

En esa labor, haciendo de El Demófilo una publicación de fuerza combativa difícilmente igualada en la historia del periodismo de combate en San Luis Potosí, emprendió Sarabia, abarcando el más amplio programa de acción, una vigorosa campaña tendiente a dignificar a los habitantes del Estado por medio del mejoramiento de su condición social bajo todos sus aspectos.

Luchó por la conquista de las libertades y derechos consagrados en las leyes del país, y atacó rudamente los atentados de los funcionarios de las distintas ramas de la Administración; combatió al alto clero católico por su depravado comportamiento y el fanatismo que inculcaba en todas las clases de la sociedad, y abogó por la difusión de la enseñanza progresista, fustigando a los maestros de ideas retardatarias y de instintos crueles; censuró duramente el mal ejemplo que daban a la juventud los intelectuales que por su servilismo formaban la camarilla política del Gobernador y los prevaricadores que habiendo pertenecido al Partido Liberal servían y adulaban al Gobierno; levantó la bandera del antirreeleccionismo oponiéndose a la burla del voto popular que estaba tratando de perpetrar el propio Escontría para continuar en el poder, y defendió a los periodistas que por haber descubierto lacras de caciques y potentados influyentes sufrían injustos cautiverios; se preocupó por las garantías individuales, por la retribución equitativa de las labores de los obreros y empleados de comercio, y en fin, consagró sus esfuerzos por levantar la situación de los trabajadores del campo, que inicuamente explotados por terratenientes sin conciencia, arrastraban una existencia ensombrecida por la ignorancia y la miseria en todas las fincas agrícolas del Estado.


Críticas al fanatismo religioso.

Comenzando a desarrollar su labor contra el fanatismo religioso tan extendido entonces en San Luis, como lo estaba en la mayor parte de la República, en el primer número del periódico publicó unos contrastes en verso y un artículo sobre la Semana Santa que por esos días acababa de pasar, y que había sido celebrada COn gran pompa en todos los templos de la ciudad por orden del obispo Montes de Oca, quien para darle mayor solemnidad y lucimiento, había invitado al célebre predicador jesuita Díaz Rayón para que pronunciara una serie de sermones en la santa Iglesia Catedral.

Los citados contrastes, en que sin miramientos arremete contra los curas y los beatos potosinos, dicen así bajo el título de Musa Anticlerical:

Que expuestos y perseguidos
Algunos cuantos bandidos
Roben en camino real,
No está mal;
Pero que con vil engaño
Desvalije a su rebaño
La pandilla clerical,
Si está mal.

Que con una meretriz
Cometa un fraile un desliz
De impúdico furor lleno,
Está bueno;
Pero que a alguna alma pura
Pretenda llevar un cura
Su maldad y su veneno,
No está bueno.

Que el jesuita Díaz Rayón
Predique un diario sermón
En la santa Catedral,
No está mal;
Pero que beatos y beatas
Griten en sus predicatas
De una manera infernal,
Si está mal.

Del artículo sobre la Semana Santa, que fue reproducido en el Diario del Hogar de la ciudad de México el mismo mes de abril, es el siguiente fragmento:

... En la archimóchesis potosina, como llama El Hijo del Ahuizote a nuestra Entidad, se procuró que la Semana Santa fuera lucida, y al efecto se trajo un elocuentísimo orador, uno de esos predicadores de los que las viejas conocedoras en achaques de sermones, dicen que tienen un pico de oro.

De oro, quién sabe ... pero lo que es de plata, de seguro que sí tienen un buen pico, como todos los frailes.

Vino, pues, el notable padre Díaz Rayón a dar mayor brillo a la Semana Mayor, y proponiéndose convertir a todo San Luis, predicó diariamente en Catedral nada menos que un par de sermones.

Y habló ... habló de muchas cosas que dejaron patitiesos a los oyentes, pero, sin duda, donde más se lució, fue en su sermón sobre el Infierno.

¡Oh, el Infierno! ¡Tema inagotable para los oradores sagrados! Cuando el padre Díaz Rayón describía con espeluznantes detalles los tremendos suplicios de los condenados, todo el auditorio (yo inclusive) tenía los pelos de punta, y un sudor frío corría por todas las frentes; cuando hablaba de las bocas infernales que vomitan enormes llamas y asfixiantes vapores, hubo algunos que de tal modo se asimilaron con el orador, que estuvieron a punto de achicharrarse de calor y hasta creyeron percibir en la atmósfera un penetrante olor de azufre. Pero esto no es nada. Cuando el éxito alcanzó no soñadas proporciones, fue cuando el predicador con voz doliente llamó a todos los hermanos en Jesucristo a un acto de contrición, cuando con balbuciente labio les dijo que de rodillas pidieran a Dios perdón por sus iniquidades, cuando del tono descriptivo pasó al patético.

Entonces ¡oh poder de la religión!, un sollozo desgarrador, formidable, unánime, hizo temblar el templo en sus cimientos y repercutió lúgubremente por las amplias naves, para subir después al Trono del Señor.

Es cierto que nadie derramó una lágrima, pero ya un sabio ha dicho que los grandes dolores no tienen lágrimas. En cuanto a la potencia de sus pulmones, todos la ejercitaron, y en verdad que el resultado no pudo ser más satisfactorio. Es seguro que los poderosos lamentos de los fieles fueron escuchados en la región celeste.

También dio algunos consejos el padre Díaz Rayón. Dijo que los padres de familia, especialmente los ricos, debían hacer sacerdotes a sus hijos, porque había muy pocos ministros de Dios y el gremio estaba muy desacreditado.

¿Conque a los ricos especialmente? ¡Ya lo creo! Como que los pobres no tienen patrimonio que ceder a la Iglesia. En cuanto a que el clero está muy desacreditado, tiene mucha razón el padre. Desacreditadísimo está, solamente que el mismo clero es el que con su conducta corrompida ha hecho que se le tenga en tan pésimo concepto.

En lo que sí no tiene ni pizca de fundamento el consejero jesuita es en decir que hay pocos frailes. ¡Qué ha de haber pocos! ¡Si abundan como la mala yerba! Afortunadamente el consejo no pasará de tal. Los ricos prefieren su vida de mundanos placeres, y los pobres ... los pobres no son ya tan tontos ...


Los prevaricadores.

En torno del gobernador Escontría se había reunido toda una falange de profesionistas, particularmente médicos y abogados, que formaban su camarilla política, y que lo adulaban sin cesar tanto en discursos como en La Orden, El Contemporáneo, El Progreso, El Estandarte y demás periódicos subvencionados de la ciudad, a pesar de reconocer los graves errores que privaban en la administración bajo su cargo. A todos estos intelectuales sin pudor ciudadano exhibió Sarabia en El Demófilo, haciéndolo con menos consideración con aquellos que habiendo pertenecido al club Ponciano Arriaga, se habían convertido después en amigos y partidarios del mencionado mandatario. Entre estos últimos figuraba el licenciado Moisés García, que había sido uno de los redactores de Renacimiento, y de quien el 6 de junio publicó la siguiente semblanza en el periódico:

Contra el Gobierno ayer blandió su encono,
Y hoy está por don Blas de afecto lleno;
Tan pronto a la política es ajeno
Como habla de ella en destemplado tono.

Hoy vocifera defendiendo al trono;
Luego de la República va al seno;
Su volubilidad no tiene freno,
Y a su conducta no se le halla abono.

Este ayer exaltado jacobino
Y hoy de Blasilio en Jesucristo hermano;
Este que si lo exige su destino
Es el mismo budista o mahometano,
Tiene por credo, con sublime tino,
Que primero es comer que ser cristiano.


Los clericales.

Entre los aduladores del Gobernador que no tenían más pecado que ser clericales y pertenecer a lo que Sarabia llamó estadística, inventario o galería de doctores barberos de Escontría, se encontraba el director del Instituto Científico y Literario y un catedrático del mismo plantel que además era candidato a diputado a la legislatura local. Estos médicos eran generalmente estimados en San Luis por sus conocimientos profesionales, pero el joven luchador, no pudiéndolos perdonar por su servilismo y fanatismo religioso, el mismo 6 de junio publicó sobre el primero este soneto:

Pasa la vida en un confesionario,
Y de sacro terror en el delirio,
Quiere librarse de infernal martirio
Por medio del ayuno y del rosario.

Agita humildemente el incensario
A los pies de San Blas y San Porfirío;
Enciende por las ánimas un cirio
Y hace del Instituto un seminario.

Es desconsolador, más que irrisorio,
Ver nuestra juventud bajo el imperio
De este blasista y clerical notorio ...
A ella que busca con audaz criterio
De la ciencia en el gran laboratorio
Luz, Libertad, no sombra y cautiverio.

Y sobre el segundo este otro:

Del Gobierno al hallarme en el pantano
Y del blasismo al revolver el cierno,
¿Cómo pude hasta aquí pasar sererno
Y olvidar en mis cantos a Quijano?

¡Oh, tú, Genio! Talento sobrehumano
Que eres en este siglo de luz lleno
El más notable y colosal galeno
De todo el Continente Americano.

Tú que en defensas eres oportuno,
Que no dices jamás un desatino,
Que en virtud del rosario y del ayuno
Te hallas del Presupuesto en el camino;
Dime, Dios del talento Trino y Uno,
¿Por qué para afeitar no eres más fino?


La Oración por Todos.

Como para mediados del citado junio no se había pronunciado todavía ningún fallo en los procesos abiertos contra los cuatro luchadores, alargándose con ello de modo indefinido su encarcelamiento con las consiguientes penalidades que por consigna del gobierno sufrían en la prisión, el gran Dioscórides, abogando por sus compañeros y por sí mismo, así como por los alumnos de las escuelas oficiales que eran atendidas por maestros clericales y afectos a los más duros castigos, por los enfermos pésimamente atendidos en los hospitales y por los infelices presos que eran sacados de las cárceles para hacerlos trabajar casi muertos de hambre en las obras que se estaban ejecutando para la construcción de la presa de San José, cercana a la ciudad de San Luis, el 22 de dicho mes publicó en El Demófilo la siguiente Oración por Todos, dedicada a San Blas:

Tú que libre fuiste ayer
¡Oh milagroso Blasillo!
En quien nuestro gran Caudillo
Depositó su poder;
Tú a quien debemos temer
Como a la mano de Dios
Los que seguimos en pos
De la liberal bandera;
Tú cuya justicia fiera
Ha asustado a más de dos;
Tú que ya ne quieres queso
Y estás gobernando a fuerza;
Tú que quieres que me tuerza
Algún esbirro el pescuezo;
Tú cuyo nuevo tropiezo
No viene a salvar Burrón,
Ven a escuchar mi canción,
Que hablaré hasta por los codos
Rezando a tus pies por todos
Mi fervorosa oración.

Ya los hombres de esta edad
Están llenes de malicia,
No tienen fe en la justicia
Ni creen en la libertad.
Es inmensa su maldad,
Tremendos son sus pecados,
Pero por esos malvados
Que aquí tu bondad consiente,
Va la plegaria ferviente
De mis labios fatigados.

No me puedo contener,
Y aunque mal efecto te haga,
Rezo por Camilo Arriaga
Al que tú ne puedes ver.
¿Cuál su culpa puede ser?
¡Ah! No lo dudo un momento:
Fue el viril Renacimiento
Que con noble y santa audacia
Hizo temblar la autocracia
Con su demócrata aliento.

También véngate a pedir,
Aunque provoque tu rabia,
Por el atroz Juan Sarabia
Director de El Porvenir.
Aquel que te hizo sufrir
Con sus verdades amargas,
Y que hoy paga las cargas
A tu clerical persona,
Sufriendo injusta encerrona
Cuya duración tú alargas.

También está en la prisión
Antonio Díaz Soto y Gama,
Aquel que te puso en cama
Con una publicación;
El que lucha con tesón
Por sus altos ideales,
Y que hoy sufre las fatales
Consecuencias del cariño
Que le tiene el Fiscal Niño
Y el justo Juez Carrizales.

Por esto vengo a rezar
Y por Librado Rivera,
Que cuando profesor era
De la Normal Militar,
Tu odio se supo captar
Porque en su clase de Historia
De Juárez la excelsa gloria
Enseñó con patriotismo
Exhibiendo el servilismo
De la Paz Conciliatoria.

Tu piedad imploro yo
También para Julio Uranga
Que después de la guasanga
A México se escapó.
Dicen que perdón pidió
Por su discurso maldito,
Mas por si el Juez de Distrito
No ha sabido su inocencia,
Haz, Señor, que por tu influencia
Le perdonen su delito.

Tengo además que rogar
Dejando ya los famosos
Liberales sediciosos
Que tanto te hacen penar,
Por la Industrial Militar
Que me inspira compasión,
Y en la que con gran fruición
Castiga el beato Palacios
A los alumnos reacios
Como en una Inquisición.

Rezo aquí por la Normal
En la que a toda criatura
Se prohíbe la lectura
Como si leer fuera un mal;
Y con fervor especial
Ruego por los desgraciados
Que en la cárcel encerrados
Años y años están presos
Creyendo que sus procesos
Se olvidan en los Juzgados.

Rezo, en fin, con devoción
Por los que en los hospitales
Sienten aumentar sus males
En vez de hallar curación;
Por los que en cruel expiación
Llevó a la Presa una mona;
Por los que caen en chirona
Después de apaleada estulta,
Y aún pagan allí multa
Para prez de la Corona.

Aún queda mucho, Señor,
Mas por hoy calla mi lira.
¡Oh San Blas! ¡Aplaca tu ira,
Tu justicia y tu rigor!
Calma tu rabioso ardor,
Tu justo enojo retén,
Y ya que recé tan bien,
Para concluir, te suplico
Que no me cierres el pico
Mañana o pasado. Amén.


Los resbalones políticos de don Blas.

Es cierto que el gobierno de don Blas Escontría estaba muy lejos de ser tan despótico, inmoral y sanguinario como el del Estado de Puebla, donde el tristemente famoso general don Mucio P. Martínez ejercía la más odiosa tiranía, monopolizaba los más productivos negocios, asesinaba en la vía pública a los periodistas que se atrevían a censurarlo, se dedicaba al tráfico de surtir prostíbulos con desdichadas jovencitas que eran secuestradas mediante engaños y amenazas, y ultrajaba los hogares de los habitantes de la capital y otras poblaciones del Estado, pero no por eso dejaba el gobierno potosino de tener sus grandes fallas y de cometer muchos errores y muy graves atropellos. Entre estos errores, que El Demófilo llamó resbalones políticos, figuraban los de no haber cumplido como debiera algunas ejecutorias de la Suprema Corte de Justicia cuando afectaban de algún modo los intereses personales del obispo Montes de Oca, y de permitir, violando preceptos constitucionales, que el presidente del Tribunal Supremo de Justicia del Estado, se dedicara a dirigir negocios judiciales por sí o por interpósita persona, o a intervenir directamente en otros, y a aconsejar a los litigantes en cuantos asuntos le ofrecían. Asimismo, los obreros y los dependientes de casas de comercio, sin contar ni con las más elementales garantías, consumían miserablemente su vida trabajando más de doce horas diarias recibiendo malos tratamientos y un salario insuficiente para atender las necesidades de sus familiares, y en los colegios particulares, siempre dirigidos por profesores de ideas aristocráticas y conservadoras, se impartían clases de religión, se organizaban peregrinaciones a templos y santuarios con estandartes alusivos, y se enseñaba a los alumnos a glorificar a Iturbide y Maximiliano y a mirar con desdén y aun con odio la obra de Juárez y demás próceres de la Reforma.


Las pesadillas de Sarabia.

Pero el gobierno de don Blas no sólo cometía estos resbalones, que si se quiere eran pecados veniales, sino que con su pleno consentimiento se ejecutaban actos mucho más graves todavía. En la misma capital del Estado, un grupo de aristócratas que gozaban de la amistad y protección de Escontría, se reunieron en una asociación secreta a la que el pueblo atinadamente bautizó con el nombre de La Tenebrosa, para cometer todo género de atentados contra los pacíficos habitantes de San Luis cuando por alguna necesidad transitaban ya muy entrada la noche por las solitarias y mal iluminadas calles y callejuelas de la tranquila población.

Numerosas fueron las víctimas de este grupo de bandidos, que siempre ejercitaban sus actividades cubiertos con grandes y negros capuchones cual si fueran verdugos del Santo Oficio; y como los delitos que cometían jamás eran castigados tanto por la privilegiada posición social de que gozaban, como por la protección que les era impartida por las autoridades encargadas de velar por la seguridad pública de la ciudad, Juan Sarabia publicó en El Demófilo un enérgico y a la vez ingenioso artículo denunciando la complicidad del gobernador en esos atracos que con sobrada razón sembraron la alarma y el terror en la sociedad potosina.

De dicho artículo, que vio la luz el 29 de junio con el título de Mis Pesadillas, transcribo lo que sigue:

Nadie, con toda seguridad, nadie en este desdichado San Luis soñará lo que yo sueño.

¡Cosas horribles, monstruosas, estupendas, fantásticas, inverosímiles!

No son sueños: son pesadillas, únicas en su género.

Como es natural, mis pesadillas versan sobre aquello que más me interesa. Son pesadillas políticas.

No sé por qué será, pero el caso es que yo sueño mucho, sueño diariamente. Lo menos tengo cuatro sueños y medio por día, digo, por noche, y todos interesantísimos por lo raros. Me propongo escribir un libro que contenga la admirable relación de todos mis sueños, ensueños, pesadillas, fantasías, etc., etc., y que indudablemente me hará célebre. Para preparar mi gloria, voy a referir ahora mi sueño de anoche, un sueño muy curioso, muy original.

Verán ustedes.

Yo soy un hombre de costumbres morigeradas. No soy de los que van a derrochar a Los Alpes o al Fiel Pastor el producto de sus más o menos malos, indescifrables o intraducibles artículos. No es ninguna alusión a los de La Orden. Lo hago constar simplemente para que no vaya a creerse que mis sueños son hijos de la excitación alcohólica.

¡Nada de eso! En mis cinco sentidos, o mejor dicho, en mis seis, pues me precio de tener el sexto de que carecen los gobiernistas, el común; en mis seis sentidos, pues, llego invariablemente a mi morada a las ocho y cinco en punto. Me recojo luego, rezo mis oraciones ... a San Blas, apago mi lagañosa vela de sebo (especialidad de periodistas que no viven del Presupuesto) y después de estar a punto de sofocarme con la pestilencia que al apagarse exhalan esta clase de bujías, me duermo.

Anoche, como de costumbre, me dormí después de los expresados preliminares, y como de costumbre también, no tardé en hallarme en pleno sueño ...

... De improviso, y en una de esas transiciones extrañas, y más que extrañas, absurdas, que todos hemos observado en nuestros sueños, el mío se transformó completamente. Mi sueño pasó a ser verdadera pesadilla: pesadilla tenebrosa.

Me rodeaba la sombra, una sombra impenetrable, pavorosa, espeluznante, sin un intersticio de claridad, sin una tenue ráfaga de luz. No podía comprender donde me hallaba. Temblé, y pensé en algo muy tenebroso. Llegaban a mí rumores que me parecían siniestros, cuchicheos confundidos con sollozos, carcajadas diabólicas interrumpidas por gemidos lastimeros.

Pasado algún tiempo, la densa obscuridad se disipó, y fue sucedida por una vaga claridad, por una especie de triste crepúsculo. Entonces vi algo como un Tribunal de la Inquisición. Sólo que sobre la cabeza de los que lo formaban, en vez de Crucifijo, había un enorme retrato de Don Blas, a cuyo pie se leían, escritas en latín, estas palabras: Nos burlamos de la Justicia.

Aunque no sé latín, traduje inmediatamente aquella frase. Esto no es extraño. En los sueños todo se sabe. Una vez soñé que era chino, y leía de corrido a Confucio. Otra vez soñé que era Escontría, y me suicidé, y como era natural, me fui derechito. al Infierno. Allí hablé en todos los idiomas con los condenados. Casi todos hablaban latín.

Hecha esta aclaración, vuelvo a mi tenebrosa pesadilla. Aquella especie de Tribunal de la Inquisición de que hablé, estaba formado por cuatro figuras imponentes. Aquellas figuras escribían. Lo que escribían eran sentencias. Cada vez que terminaban una, se oía en derredor un rumor horrible de lamentos y maldiciones, y unas voces ahogadas que decían: ¡Tenebrosos! ¡Tenebrosos! ¡Tenebrosos!

No pude, no podré nunca explicarme por qué tuve aquella pesadilla, ni lo que podría significar ...

Por supuesto que este artículo, así como otros que publicó Sarabia en el mismo sentido, no dieron resultado satisfactorio, ya que la temible asociación secreta continuó ejerciendo impunemente sus actividades nocturnas hasta que le faltó la protección de don Blas, cuando éste dejó el gobierno de San Luis el 25 de enero de 1905 para venir a ocupar la secretaría de Fomento, cargo que por cierto desempeñó muy poco tiempo por haber fallecido el 5 de enero del siguiente año.


Un Atento Ocurso.

Mientras en El Demófilo se continuaban exhibiendo los errores y atropellos del gobierno de Escontría, los cuatro luchadores eran objeto no sólo de estrecha vigilancia en la Penitenciaría sino de malos tratamientos de los carceleros, tal vez para intimidarlos y hacerlos enmudecer, pues de sobra era conocido que ellos, aunque sus nombres no aparecieran en el peródico, eran los autores de aquella enérgica campaña contra los funcionarios del Estado; pero Juan Sarabia, sin arredrarse ante la posibilidad de mayores represalias en la prisión, el 16 de julio publicó un Atento Ocurso al ciudadano Gobernador, en que enderezaba nuevos ataques a su administración y le pedía que, para bien del pueblo que ya lo aborrecía, renunciara al puesto que desempeñaba. Dicha composición, que por su ingenio y virilidad fue reproducida en El Hijo del Ahuizote el 27 del mismo mes, dice así:

Dioscórides Montelongo
Vecino de esta ciudad,
Casado, mayor de edad,
Y bruja, ante usted expongo:

Que aunque usted lo tuvo a mal
Tan luego como lo supo,
Hace tiempo que me ocupo
De política local.

En tal concepto, he estudiado
Su muy honrado Gobierno,
Y, con perdón del Infierno,
Casi infernal lo he encontrado.

Todo aquí se encierra en dos
Burladores de la Ley:
En usted, que es el Virrey,
Y en Montes de Oca, que es Dios.

No existe aquí nada bueno,
Y cualquier observador
Sólo hallará en derredor
Lodo, podredumbre y cieno.

Bajo su administración
A ser San Luis ha llegado
El Estado en peor estado
Que hay en toda la Nación.

Aquí la noble enseñanza
No pasa de ser ficticia,
Y de que haya aquíJusticia
No se tiene ni esperanza.

Aun cuando el pueblo no entienda,
Como dicen sus Doctores,
Velos múltiples errores
Que usted comete en Hacienda.

Respecto a la libertad,
Es tanta la que gozamos,
Que hasta parece que estamos
En la Medioeval Edad.

Por imitar al Caudillo,
Y hasta echárselas de lado,
Aquí usted se ha transformado
En Señor de horca y cuchillo.

Y con esta pretensión
De compararse al Gran Díaz,
Viola usted las garantías
Que da la Constitución.

Por temor a algún mitote
Nadie aquí puede escribir,
¡Ay! Sabe que el porvenir
Del periodista es el Bote.

¿Reuniones? La policía
Viola tan sagrado fuero:
¡El veinticuatro de enero
Está fresco todavía!

Teme aquí por mil razones
El honrado ciudadano,
Asaltos, golpes de mano,
Garrotazos y prisiones.

De autocracia refinada
Tiene usted terribles hechos.
Aquí no hay ley, ni derechos,
Ni Constitución ... ¡ni nada!

Y a medida que la gracia
De usted el pueblo ha perdido,
Completa la han conseguido
El clero y la aristocracia.

Como esto no es nada bueno,
Sino que es injusto y malo,
El pueblo, que no es de palo
Y que de usted está lleno,

Quiere que esta situación
No siga de un modo eterno,
Y si usted deja el Gobierno,
¡Se encontró la solución!

Yo también encuentro en esto,
Y todos lo han de encontrar,
El modo de terminar
Con tanto mal. Por lo expuesto

A UD. D. BLAS ESCONTRIA
Gobernador del Estado
Y General Reservado
De Reyes y Compañía,

En situación tan atroz,
Pido que, con fundamento
En el primer Mandamiento
De la Santa Ley de Dios,

Abandonando el martirio
Que hoy en el Gobierno pasa,
Se vaya usted a su casa
A rezarle a San Porfirío.

El pueblo, si usted esto hace,
Inmenso favor recibe;
Y además, el que esto escribe
Le jura dejarlo in pace.

Ceda usted. De lo contrario,
Dé su reposo al olvido.
Es justicia lo que pido.
Protesto lo necesario.


Notas

(1) También mucho se distinguió como orador el licenciado Diódoro Batalla, pero no lo he tomado en cuenta porque no era un liberal sincero, ya que casi al mismo tiempo que asistía al Congreso, publicaba artículos en el periódico asalariado El Imparcial, adulando al clerical Ministro de Hacienda José Ives Limantour.

(2) Protesta contra la Injusticia. Documento impreso en el taller de Rafael Vélez Arriaga en San Luis Potosí. (Archivo del autor).

Índice de Juan Sarabia, apostol y martir de la Revolución Mexicana de Eugenio Martinez NuñezCAPÍTULO ICAPÍTULO II - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha