Índice de Juan Sarabia, apostol y martir de la Revolución Mexicana de Eugenio Martinez NuñezCAPÍTULO II - Segunda parteCAPÍTULO IVBiblioteca Virtual Antorcha

Juan Sarabia, apostol y martir
de la
Revolución Mexicana

Eugenio Martinez Nuñez

CAPÍTULO TERCERO

La lucha en la ciudad de México


Juan Sarabia al frente de El Hijo del Ahuizote.

Cuando Juan Sarabia llegó a la ciudad de México era un joven de sólo veinte años de edad que ya gozaba de gran prestigio por sus brillantes actuaciones en la prensa y agrupaciones liberales de San Luis, y que podía ostentar con orgullo los primeros laureles del sacrificio con que el despotismo lo había enaltecido en los calabozos de su tierra natal.

Por esas fechas todavía se encontraba preso Camilo Arriaga en la cárcel de Belén, así como Ricardo y Enrique Flores Magón en Santiago Tlaltelolco por haber emprendido una enérgica campaña contra los abusos de Bernardo Reyes, y desde luego el ingeniero Arriaga, que mucho estimuló e hizo lucir el talento de un tan esclarecido humorista como Juan, lo propuso para director de El Hijo del Ahuizote a Ricardo, quien como gerente gue era entonces de este famosísimo semanario lo aceptó desde luego, seguro de haber hecho una adquisición nunca bastante alabada como merecía, según palabras de Santiago R. de la Vega.

Desde el 23 de noviembre de 1902 en que Sarabia tomó a su cargo la dirección de El Hijo del Ahuizote, su cuerpo de redacción quedó constituido con los más destacados intelectuales de la oposición como Alfonso Cravioto, Antonio Díaz Soto y Gama, Santiago de la Hoz, Marcos López Jiménez, Francisco César Morales, Pablo Aguilar, Luis Jasso, el mismo Juan y su primo Tomás Sarabia Labrada, quienes imprimieron desde luego tan extraordinario empuje a sus trabajos contra la Monarquía Tuxtepecana, que en breve plazo el periódico, al mismo tiempo que aumentó considerablemente el número de sus ejemplares, fue tan rudamente perseguido como difícilmente lo había sido antes ninguna otra publicación de combate durante toda la larga dictadura de Podirio Díaz.

Una de las primeras pteocupaciones de Sarabia al frente del periódico fue conseguir la libertad de Camilo Arriaga y los Flores Magón, sobre quienes publicaba enérgicas notas denunciando los atropellos de que eran objeto en sus respectivas cárceles; y gracias a sus esfuerzos, unidos a los del licenciado Francisco Serralde, que se había constituido en defensor de los tres luchadores, el 10 de enero de 1903 salió libre el ingeniero Arriaga y trece días más tarde los Flores Magón.

Al salir de la prisión, tanto aquél como éstos fueron a unirse con los redactpres de El Hijo del Ahuizote para reanudar de inmediato sus labores periodísticas. Con su concurso se reforzó la cruzada que el periÓdico venía desarrollando contra todos los males que causaban la desgracia de los habitantes del país, y que eran entre otros muchos y muy graves, la opresión que sobre las masas populares ejercían los gobernadores de los Estados; las persecuciones que sufrían quienes se atrevían a censurar los actos del Gobierno; la sexta reelección del Caudillo, que a pesar de su edad avanzada trataba de conservar el poder indefinidamente; el funesto influjo político del clero voraz y corrompido, que pregonando que su reinado no era de este mundo se apoderaba de cuanto estaba al alcance de su mano; el despotismo de los caciques pueblerinos y las arbitrariedades del reyismo; los despojos de tierras, las vejaciones que en las fincas de campo sufrían los peones y el maltrato de los obreros en fábricas y talleres; la falta de ilustración del pueblo, del cual más de las tres cuartas partes eran analfabetos; y en fin, los atentados que con demasiada frecuencia cometían los tres Poderes de la Unión tanto en la capital como en toda la extensión de la República.


Algunas críticas de Sarabia.

Desde el momento en que el joven luchador quedó al frente de El Hijo del Ahuizote, comenzó a desarrollar, de acuerdo con la naturaleza del periódico y siguiendo la táctica empleada en El Porvenir y El Demófilo, una campaña de críticas mordaces contra los principales funcionarios de la administración pública.

En sus múltiples escritos, que llenaban una gran parte de todos los números de la publicación, no perdonó a ninguno de los personajes que hallándose en las cumbres del poder hacían escarnio de las leyes, atropellaban el derecho, asesinaban la libertad y despreciaban al pueblo mexicano, fustigándolos con las sátiras que brotaban de su pluma que, haciendo las veces de una hoja de disección, ponían al descubierto todas sus podredumbres.

Desde las columnas despiadadas de El Hijo del Ahuizote popularizó los nombres de Porfirio Díaz, Bernardo Reyes, José Ives Limantour, de los gobernadores, ministros y demás altos funcionarios de la administración con los apodos más irreverentes. Al general Díaz le llamaba Sacarreal, Rey Porfiado, Don Perpetuo, San Porfirio, Don Necesario, Don Popular, Llorón de Icamole y Hombre de la Matona; a Bernardo Reyes Canana, Barbas de Bronce, Don Impulsivo y Pistola Sable; al Ministro de Hacienda Lima y Lima, etcétera, etcétera, quebrantado con ello la grave majestad que para todos sus actos revestía ante las masas populares aquella temible dictadura.

Uno de los funcionarios que más tuvieron que soportar sus sátiras sangrientas fue el gobernador de San Luis, a quien jamás dejó de fustigar, entre otras cosas, por los atropellos de que hacía víctimas a los periodistas independientes en su tierra natal. El 18 de enero, después de haberle escrito el día once una de sus famosas cartas semanarias en que le decía Oye tú, Blas Escontría, que estás haciendo a San Luis el pueblo más infeliz de toda la Monarquía, le dirigió esta otra intercediendo por la libertad de José Millán y Vélez Arriaga, que aún se encontraban sufriendo sus rigores en la Penitenciaría del Estado:

Segunda carta del mes
Dirigida a Blas el Mocho,
México, enero dieciocho
De mil novecientos tres.
Mi querido Pedro Arbues ...
Digo, mi buen Escontría,
Gobernador todavía
De la Entidad potosina
Por la protección divina
De Jesús y de María.

Espero, querido Blas,
Que al recibir la presente
Te encuentres perfectamente
De salud y lo demás.
Deseo que la dulce paz
De tu angelical conciencia
No haya sufrido violencia
Con mi epístola pasada
Y que no haya sido alterada
La calma de tu conciencia.

Pero pasando a otro punto
Te diré que no la amueles,
¿Por qué de Millán y Vélez
No terminas el asunto?
Una reflexión te apunto
De gran peso y de valor:
¿Cuándo a tu buen confesor
Tus pecados le confiesas,
Por confesarle no empiezas
Contra Millán tu furor?

¿Y el hijo del Padre Eterno
No te ha llegado a decir
Que por tal odio te has de ir
De patitas al Infierno?
¿No le temes al Averno
O siquiera al Purgatorio?
¿Te haces el cargo ilusorio
De que después de este sueño
Te irás derechito al cielo
Cual se fue Don Juan Tenorio?

No te ilusiones, Blasillo,
Y piensa que Dios es justo.
¡No te vaya a dar un susto
Y te aplique a ti el tornillo!
Mira que Dios no es tan pillo
Como tú te lo figuras.
El no manda dar torturas
Ni implantar lnquisiciones,
Ni juzgar a bofetones
A las humanas criaturas.

Y eso es lo que estás haciendo
Sin que te importe un comino
Tanto precepto divino
Como te estoy transcribiendo.
A Dios estás ofendiendo
Tú, Blas el Beato llamado,
Cristiano falsificado,
Católico inquisidor,
Furioso conservador
Y clerical declarado.

Ya que a tu cruel corazón
Que de mármol parece hecho
No han conmovido el Derecho
Ni la Santa Religión,
Dime, ¿cuál es la intención
Que tienes para tus presos?
Les quieres romper los huesos,
Meterlos en una fragua,
Aplicarles el del agua
O algunos otros excesos?

Pero si tu odio no enfrenas.
Si no eres bueno ni un rato.
Te juro, Blasillo el Beato,
Te juro que te condenas.
Para que aumenten tus penas
Y tengas tu alma en un hilo.
Sabe que Arriaga Camilo
Se encuentra ya en libertad,
Y yo estoy sin novedad
Siempre con el mismo filo.


El 24 de enero.

Al llegar el 24 de enero, primer aniversario del asalto al club Ponciano Arriaga, El Hijo del Ahuizote no podía dejar en el olvido tan memorable acontecimiento, por lo que Juan Sarabia publicó en el número del día 25, aparte de unas cartas dirigidas a Reyes y Escontría como autores principales del atraco, una comedia en prosa en que ridiculizaba terriblemente a cuantos habían intervenido en ese golpe de mano que tanto perjudicó la causa liberal y que tanto desprestigio arrojó sobre la Dictadura.

Además, el periódico adornó su portada con una caricatura de Jesús Martínez Carrión, en la que se representaba en la forma más sangrienta a Heriberto Barrón con cuerpo de jumento, arriba de cuyo pescuezo estaba montado el gobernador de San Luis sosteniendo con grandes trabajos sobre sus hombros a Bernardo Reyes, que muy sonriente saludaba al pueblo con una gorrita militar.

Este grabado tenía por título La Santísima Trinidad, y en su pie se leía esta leyenda:

Los héroes del 24 de enero dan las gracias al público por la ovación que han estado recibiendo todo el año.


El Panteón Político Nacional.

En el mes de febrero, los redactores de El Hijo del Ahuizote causaron muchos disgustos al general Díaz. El día primero publicaron una caricatura con el título que encabeza este párrafo, en la que aparecía don Porfirio haciéndola de don Juan Tenorio, portando gran capa negra, chambergo y una matona descomunal. Estaba en la escena del panteón, rodeado de varias tumbas en que yacían la Democracia, el Pueblo, el Sufragio Libre, las Garantías Individuales y la No Reelección. Don Porfirio, en actitud desafiante y echando mano de la matona, les decía a esos difuntos que él mismo había enterrado:

Que os levantéis no me arredra;
¡Alzaos, fantasmas vanos!
Yo os volveré con mis manos A vuestros lechos de piedra.


La Constitución ha Muerto.

A iniciativa de Juan Sarabia, y no de Ricardo Flores Magón como se ha dicho, el día 5, aniversario de la promulgación de la Carta del 57, adornaron con banderas enlutadas la fachada de la casa en que se imprimía el periódico, ubicada en el número 25 de la calle de Chiconautla, hoy Colombia, y en medio de los balcones, bajo unos retratos de don Benito Juárez, de don Valentín Gómez Farías y de don Sebastián Lerdo de Tejada, colocaron un cuadro de color gris ornado de musgo y de crespón, en el que en grandes letras negras se leían estas cuatro palabras que provocaron enorme expectación en la multitud que durante todo el día estuvo desfilando por la calle:

La Constitución ha muerto ...

Además, en esa misma fecha hicieron circular por toda la ciudad una hoja suelta en que, haciendo contraste con los honores que oficialmente se rendían a la Constitución, protestaban contra el Caudillo y sus colaboradores, a quienes claramente señalaban como asesinos del propio Código por haber desgarrado todos sus postulados en perjuicio de la dignidad y del bienestar de los ciudadanos.


Un nuevo redactor.

Por esos días llegó a la redacción del periódico Manuel Sarabia, hermano de Tomás y primo de Juan como se ha dicho, a quien éste llevó a colaborar con él después de haberlo librado de la explotación cariñosa de unos comerciantes suizos establecidos en la capital. El mismo Manuel Sarabia, a quien Juan inició en las luchas periodísticas con insinuaciones y consejos y con la lectura de obras revolucionarias que le facilitó apenas llegado a la ciudad de México, nos refiere en la siguiente forma cómo influyó Juan en la evolución de su espíritu y cómo ingresó en el periódico, del cual habría de ser uno de sus más destacados redactores:

Cuando llegó Juan a México de San Luis Potosí en 1902, se encontró con que era yo un enamorado de Ponson Du Terrail; Rocambole me fascinaba. Carolina Invernizio me quitaba muchas horas de sueño. Juan, que ya había pasado su época tenoresca, se compadeció de mí y con gran tacto sugirió que las lecturas fantásticas de esos fecundísimos autores no ilustraban y sólo servían para estragar el gusto; que era preferible leyera yo obras serias como las de Gorki, Zola, etc. El cambio fue rudo, las obras del gran cantor de las estepas y de la vida vagabunda, así como las del sublime defensor de los judíos no me entraban; mis ojos se rendían al sueño después de leer y releer la misma página. Sin embargo, la constancÍa triunfó: no sólo llegué a comprender a Gorki y Zola, sino que aprendí a amarlos.

Las nuevas obras y las insinuaciones de Juan despertaron en mí el deseo de lucha; de espectador me convertí en combatiente.

Después, cuando ya mi intelecto había sido encaminado por el sendero de la ciencia, Juan me arrebató a unos capitalistas suizos que me explotaban con amore y me llevó a El Hijo del Ahuizote. Desde entonces nuestros destinos quedaron ligados fraternalmente por un mutuo convenio de ideales y esperanzas.


Se reorganiza el club Ponciano Arriaga.

Realizando el proyecto que concibieron desde que estaban presos en San Luis, de que tan luego como obtuvieran su libertad procederían a reorganizar el club Ponciano Arriaga para continuar el programa de lucha social que en él habían iniciado, desde mediados de enero, Arriaga, Sarabia y Díaz Soto y Gama comenzaron a trabajar en tal sentido con la ayuda de los demás redactores de El Hijo del Ahuizote, logrando bien pronto su objetivo, ya que el mismo 5 de febrero en que se protestaba por el asesinato de la Carta Magna, la agrupación quedó nuevamente establecida con una Junta Directiva en que por legítimo derecho figuraba como presidente el ingeniero Arriaga; como vicepresidente Antonio Díaz Soto y Gama; como secretarios, del primero al cuarto, Juan Sarabia, Ricardo Flores Magón, Santiago de la Hoz y Enrique Flores Magón; tesorero, Benjamín Millán, y como vocales, respectivamente, doña Juana Gutiérrez de Mendoza, Evaristo Guillén, Federico Pérez Fernández, Rosalío Bustamante, Elisa Acuña y Rosete, Alfonso Cravioto, Refugio Vélez Arriaga, Salvador Soto, Tomás Sarabia, Alfonso Arsiniega y Humberto Macías Valadez.


Continúan las persecuciones.

Apenas reorganizado, el club Ponciano Arriaga comenzó a protestar enérgicamente contra los atentados de que la Dictadura, en su afán de exterminar el pensamiento libre, seguía haciendo víctimas a los periodistas liberales en distintos lugares de la República.

Algunos de estos luchadores habían sido brutalmente ultrajados, otros asesinados, y otros más permanecían encerrados en las cárceles con muy pocas esperanzas de salir en libertad. José Millán y Rafael Vélez Arriaga, después de siete meses de prisión, sufrían aún los rigores del Gobierno de Escontría; al periodista Dionisio Hernández, que había sido encarcelado en Matehuala, se le había conducido atado de brazos entre un piquete de rurales hasta la penitenciaría de San Luis, para lo cual había tenido que recorrer a pie más de ciento cincuenta kilómetros por pésimos caminos y sufriendo los efectos del hambre y de la sed; el coronel Jesús Cervantes, director de Hoja Blanca, se encontraba preso en Tampico por haber pedido justicia con motivo del asesinato del valiente y talentoso periodista José Vicente Rivero Echegaray; en Veracruz habían sido asesinados Antonio Granada y Matías Nicolás, redactores de un periódico local, y en el mismo puerto se hallaban encarcelados los periodistas Edilberto Pinelo, Néstor Barrera y Lorenzo Dozal, enemigos del gobernador Dehesa; el periodista alemán Martín Stecker había sido encarcelado en Linares, Nuevo León, sólo por haber publicado en su periódico El Trueno una crítica sobre un personaje indeterminado de la localidad; y en fin, en Lagos de Moreno, Jalisco, el periodista Gabriel López Arce, director de El Defensor del Pueblo, había sido hecho prisionero simplemente por haber censurado un discurso ofensivo para los principios liberales pronunciado por el notario del curato de la misma población.


El Carnaval Político.

Mientras tanto, los redactores de El Hijo del Ahuizote no dejaban de hacer objeto de críticas y burlas al Caudillo y aduladores de su régimen.

El 22 de febrero, con motivo del carnaval que por esos días se celebraba, adornaron la carátula del periódico con una caricatura en que censuraban las marcadas inclinaciones clericales de don Podirio, y Juan Sarabia, aparte de la carta reglamentaria para Blas el Beato, publicaba un artículo sobre el Carnaval Político en que México vivía de modo permanente por la hipocresía de la prensa subvencionada y la confusión de los valores morales que privaba entre los funcionarios y servidores del Gobierno.

Entre esa prensa figuraban hojas mercenarias como El Popular, La Protesta, La Nación y otras semejantes que habían sido creadas por Bernardo Reyes para hacerse bombo y llenar de improperios a cuantos lo atacaban; El País, que había sido fundado por el más que católico clerical don Trinidad Sánchez Santos, donde éste con su turíbulo sacado de las iglesias coqueteaba con don Podirio y los personajes del Partido Científico, dejando sus arrestos de gladiador viril para funcionarios de segunda fila; y El Imparcial y El Mundo, que Limantour había establecido tanto para adular al Caudillo como para crearse, como lo hacía Bernardo Reyes, un ambiente propicio para realizar algún día sus ensueños presidenciales.

En la caricatura mencionada, que titularon Miércoles de Ceniza, se presentaba al general Díaz con una estatura insignificante, sin matona, cruzado de brazos y muy compungido frente a un muchacho burlón que simbolizaba el periódico, que esta ocasión estaba vestido de monaguillo con bonete, y quien después de haberle puesto con ceniza en la frente la palábra Mocho, le decía con gran malicia:

Mocho eres y mocho has sido, y mocho siempre serás, y a la tumba llegarás Como mocho empedernido.

Es por demás decir que esta sentencia mordaz se debió a la pluma de Sarabia, quien en el artículo, después de haber hecho una ingeniosa crítica de la prensa convenenciera y corrompida, expresaba:

... Ahora, si salimos de la esfera de la prensa y descendemos a personalidades, por más que los periódicos grandes y serios y ... sosos digan que no se debe descender a personalidades, encontraremos nuevos temas para hablar del carnaval político y podremos estudiar y admirar variadísimos disfraces de gran mérito.

A mí, no obstante desafiar con ello los furores de la prensa soporífera, me gusta descender a personalidades, y desciendo, sin más trámite, a la personalidad política de don Porfirio, que es la más alta entre nosotros.

¡Don Porfirio! Ese sabe, o supo, lo que es Carnaval, lo que vale una careta, lo que viste un disfraz oportuno, acomodado y bien puesto.

Y todos sus inferiores lo imitan, aunque con deficiencias.

He aquí, pues, al Caudillo que, cuando la revuelta de Tuxtepec, se disfrazó de Constitucionalista tan bien, pero tan bien, que el pueblo se engañó y lo ayudó a llegar a la Presidencia. Lo malo es que ahora ya no puede decir impunemente el clásico Mascarita: ¿me conoces?, porque cualquiera le contesta: Sí, viejecito, te conozco, y sólo siento no haberte conocido a tiempo ...

He aquí a Canana, que siendo grajo, se disfrazó de pavo real, y siendo enano, se disfrazó de gigante. Lo triste fue que pronto enseñó el cobre: tras de una pluma dorada se le vieron muchas pardas, y por debajo del dominó se le descubrieron los zancos.

Ved más lejos, o mejor dicho, más cerca, al aristócrata y clerical Lima y Lima disfrazado de estadista, de ecónomo y hasta ¡de azteca! Pero lo denuncian sus patillas ex rubias y la miseria nacional, y a pesar de sus disfraces no es ni será otra cosa que Lima y Lima.

Y descendiendo más todavía, si llego a personalidades de menor estofa que presidentes, ministros y gobernadores, me encuentro a los señores diputados, es decir, a los señores disfrazados de tales, a los disfrazados de senadores, a los disfrazados de jueces, y por último, a toda la gran turba de explotados, envilecidos, sin garantías y sin derechos; a todos los habitantes de este Imperio disfrazados de ciudadanos mexicanos ...


Importante documento del club Ponciano Arriaga.

Los disgustos y preocupaciones que en febrero había causado al Caudillo los trabajos de El Hijo del Ahuizote y del club Ponciano Arriaga, culminaron cuando esta agrupación hizo circular en toda la República un importantísimo Manifiesto fechado el 27 del mismo mes, donde se presentaba un balance pormenorizado de la desastrosa situación social, política, cultural y económica en que se hallaba el pueblo bajo la dictadura, a la que se lanzaban muy graves acusaciones y se hacía a la vez un llamamiento a los habitantes del país para que con toda virilidad y entereza se colocaran en el verdadero lugar que como ciudadanos mexicanos les correspondía.

La publicación de este Manifiesto, que en colaboración redactaron Juan Sarabia y Santiago de la Hoz, y en el cual de manera elocuentísima se ponía al desnudo la ineptitud, el espíritu de retroceso, la barbarie y la falta de patriotismo del Gobierno, provocó un sacudimiento de rabia en la inmensa mayoría de los funcionarios públicos; pero ninguna autoridad se atrevió a ejercer venganzas, puesto que los cargos que el documento contenía estaban plenamente justificados y en todo se apegaban a la dolorosa realidad en que por entonces se debatía la nación entera.


Vocifera la prensa servil.

Sin embargo, en algunos Estados fueron perseguidos los liberales que se encargaron de distribuir el impreso, como sucedió con el profesor Francisco Noble, que fue golpeado y encarcelado en Pachuca, y en todos los periódicos serviles de la ciudad de México, a falta de argumentos que oponer a las verdades del Manifiesto, se emprendió una campaña de insultos personales contra los luchadores, en que se les presentaba como un grupo de vividores y convenencieros que solamente esperaban, para callarse, que el Gobierno les aventara el mendrugo de sus favores. Pero entre todas estas hojas vendidas, la que más se distinguió en esa labor infame fue El Popular, donde colaboraban el nauseabundo Heriberto Barrón y el falso liberal Diódoro Batalla, ya que tratando de babear reputaciones intachables para justificar la protección oficial, lanzaba sobre los miembros del club, entre otros epítetos igualmente injuriosos, los de zánganos, descarados, cínicos, energúmenos, parodias de Marat, insignificantes, ceros sociales, Cagliostros del centaveo, temerarios sediciosos, doctores merolicos, despechados, mal entretenidos, hipócritas, falsos liberales, Cristos vigilados por los gendarmes, charlatanes, vociferadores de plazuela y embaucadores del pueblo.

Y era natural que esto sucediera con la prensa servil, tanto porque sus cuerpos de redacción estaban generalmente integrados por los llamados lagartijos de las calles de Plateros y San Francisco, que sólo escribían para halagar al dictador o por ejercitar facultades literarias sin importarles en lo absoluto los intereses del pueblo, como porque los periódicos que disfrutaban de más o menos crecidas subvenciones para engañar a las masas presentando a la tiranía como una democracia perfecta, trataban de conservar o acrecentar ese preciado tesoro; y, también, porque los que no habían logrado aún esa anhelada granjería, luchaban desesperadamente por alcanzarla por medio de adulaciones y bajezas.


Una aberración.

Y, sin embargo, no han faltado intelectuales que hayan dicho con toda seriedad que algunos de los directores de esas publicaciones corrompidas hicieron escuela de periodismo; sí, hicieron escuela de periodismo, pero de periodismo embrutecedor y venal; de periodismo canallesco que aplaude y justifica los atentados de los déspotas, de periodismo cínico y desvergonzado que engaña y envilece al pueblo con sofismas y lecciones diarias de abyección y servilismo. Y para vergüenza del gremio periodístico actual, en la Asociación Mexicana de Periodistas se ha colocado en lugar de honor un gran retrato de Rafael Reyes Spíndola, director del periódico más servil del porfirismo y que gozaba de la más alta subvención como era El Imparcial, retrato que por dignidad debe retirarse desde luego para poner en su lugar el de alguno de los auténticos representantes de la prensa honrada nacional, que en medio de incomodidades y sacrificios lucharon desinteresadamente por la libertad, la ilustración y el bienestar del pueblo.


Otros dos nuevos colaboradores.

A mediados del mes de marzo, con pocos días de diferencia, llegaron a la ciudad de México Librado Rivera y Santiago R. de la Vega, y desde luego se unieron a los redactores de El Hijo del Ahuizote.

Rivera había llegado a las oficinas del periódico, según él mismo lo cuenta, una noche en que el ingeniero Arriaga, Juan Sarabia, Santiago de la Hoz, Díaz Soto y Gama y los Flores Magón se hallaban leyendo y comentando en las mismas oficinas La Conquista del Pan, de Kropotkin, de cuya obra el propio Arriaga había llevado al periódico más de un centenar de ejemplares para ser distribuidos sin costo alguno entre los correligionarios más caracterizados que se encontraban diseminados en la República.

Camilo Arriaga no solamente había llevado al periódico dicha obra, sino también algunos volúmenes de La Filosofía Anarquista, del mismo Kropotkin, así como del Manifiesto Comunista y de El Capital, de Carlos Marx; y era natural que con la lectura, el estudio y la meditación de estas obras, que ya nunca abandonaron, sino que formaron parte de su equipaje en sus destierros y prisiones, los luchadores del grupo liberal evolucionaron en sus ideas revolucionarias hasta inclinarse por las doctrinas libertarias o anarquistas; doctrinas que ya desde entonces todos ellos profesaban, pero que aún no exponían en sus escritos, en espera de hacerlo cuando ya el pueblo, a fuerza de una inteligente y gradual propaganda periodística, estuviera lo suficientemente ilustrado para comprenderlas y aun para practicarlas.

Santiago R. de la Vega era un joven escritor y periodista de gran talento, nacido en la ciudad de Monterrey, el 7 de febrero de 1885, que muy pronto destacó entre sus compañeros por su brillante estilo epigramático y sus grandes dotes de polemista; era además uno de los mejores dibujantes y caricaturistas de la época, pasando por ello también a formar parte del grupo de artistas que ilustraban la publicación con los grabados que tanto ridiculizaban a los personajes del clero y del Gobierno, y que tanto deleitaban al público por la gracia lacerante con que estaban realizados.


Trabajos antirreeleccionistas.

Para reforzar los trabajos que desde fines de 1902 venía desarrollando Juan Sarabia en El Hijo del Ahuizote contra la campaña que en los círculos oficiales se estaba preparando para llevar a cabo la sexta reelección de don Porfirio, Santiago de la Hoz, que era un joven e inspirado poeta nacido en Veracruz, fundó el Club Antirreleccionista Redención, y con la ayuda pecuniaria de sus compañeros sacó a luz como órgano del mismo, el 2 de abril, el semanario ¡Excélsior!, formidable periódico de combate que ya desde 1901 había publicado en su tierra natal para luchar contra los desmanes del gobernador del Estado.

Esto destruye la creencia, como dijo en septiembre de 1924 el licenciado Alfonso Cravioto en El Demócrata de esta capital, de que ¡Excélsior! fue un periódico fundado por Ricardo Flores Magón, cosa que han difundido quienes le atribuyen todos los hechos importantes llevados a cabo por los demás luchadores.


Una Carta Abierta al dictador.

El mes de abril fue fecundo en acontecimientos. El día 2, mientras en la ciudad de México era festejado con gran aparato uno de los triunfos militares del general Díaz con la batalla de Puebla en 1867, se podía leer en el número inicial de ¡Excélsior!, que había sentado sus oficinas en frente de las de El Hijo del Ahuizote, una Carta Abierta a don Porfirio, en la que Santiago de la Hoz, haciendo un severo juicio de su obra de gobierno, le lanzaba durísimas acusaciones por haber desgarrado los principios republicanos y democráticos que lo elevaron al poder, para concluir diciéndole que por ser ya indigno de ocupar la Presidencia por haberse convertido en un tirano, en vez de pensar en reelegirse, debería dimitir su cargo en beneficio del país.

Este casi desconocido documento, que causó verdadero estupor entre los círculos gobiernistas, está concebido en los siguientes términos que revelan la gran calidad combativa de su autor:

Señor general Díaz:

Hace muchos años que ascendió Ud. al Poder con la espada enrojecida por la sangre de sus conciudadanos. Sin embargo, fulguraban en su frente los laureles de La Carbonera y del 2 de abril, y en su mano, como un haz de rayos se veía el famoso Plan de Tuxtepec. Ese Plan justificaba la sangre de su acero, y el pueblo tendió sus brazos al revolucionario y lloró sobre la tumba de sus hijos, sin abrigar rencores para Ud. La Historia, en la balanza de un juicio que se abría, puso en un platillo el Plan de Tuxtepec, y en el otro la sangre mexicana derramada.

Talentos como el de Ignacio Ramírez, tributaron un homenaje de respeto al hombre que, en la cumbre de la República, se presentaba como un reformador. Las Cámaras, en aquella época, rieron de las rudezas de Ud., pero respetaron sus ideas como las había respetado la Nación. Y como la Nación, las Cámaras esperan algo de esas ideas.

¡Vana esperanza!

Las vorágines del Poder, rugientes y enloquecedoras, hicieron sentir a Ud. formidables vértigos, y sus proyectos fueron sepultados en esas vorágines, que se llaman riqueza, compromisos con los favoritos, y deseos de perpetuidad en el Poder.

La Historia puso en el platillo de la sangre derramada, la infidencia de Ud.

Y Ud., señor, rico y poderoso, desdeñó el Gorro Frigio de las libertades y vio estorbosa a la República ...

El pueblo, llorando entonces sobre la tumba de sus hijos sacrificados estérilmente, sintió indecibles cóleras hacia Ud. ... y las siente todavía.

La República derrotada, se retiró del campo de la política, no sin decir a Ud., parodiando al Gral. Anaya: Si hubiera habido ciudadanos, no estaría Ud. en la Dictadura.

Pasó el tiempo, y el país comenzó a cubrirse de luto ...

Era la degradación de los mexicanos.

Como los fanáticos que mueren bajo las ruedas del carro sagrado de la India, los mexicanos morían bajo las ruedas del carro sagrado de una Dictadura.

Y entre esa compacta multitud de seres abyectos, a veces tropezaba el carro con hombres descreídos (con hombres liberales) y esos hombres eran atropellados y aplastados también. El carro iba dejando un rastro de sangre y de restos humanos ...

La Historia ponía toda esa sangre y esos restos en el platillo de la infidencia y de la sangre.

Don Sebastián Lerdo de Tejada murió en Nueva York, dejando en sus Memorias volterianas acusaciones contra Ud. Sí, hay toda la sátira punzante y toda la amargura sombría de Voltaire en esas Memorias cuya circulación se ha apresurado Ud. a prohibir. ¡Cuánto pesar supremo habrá experimentado en su agonía ese gran hombre, cuyos últimos partidarios, asesinados en Veracruz la noche del 24 al 25 de junio, fueron amontonados en una carreta y tuvieron por solo cortejo algunos perros que iban oliendo sangre y materia gris!

La Historia, en el platillo de la sangre, de la infidencia y de los restos humanos, puso las Memorias de Don Sebastián.

¡Son innumerables, señor, los sacrificios que ha costado a la Nación, la estancia de Ud. en el Poder!

Tribunos, periodistas, cuantos han tenido la honra de decir a Ud.: Porfirio Díaz, ¿qué has hecho de la República?, han caído para no volver a levantarse.

Es amargo, señor, sumamente duro ver a Ud. en la Primera Magistratura de la Nación, librando encarnizada batalla a la democracia ...

¡Cuánta diferencia entre don Benito Juárez y Ud.!

Juárez ajustició en la Cámara al clero y en el Cerro de las Campanas a los traidores.

Ud. ha ejecutado en la Cámara a la República y ha convertido al país en tributario del clero. Ud. ha glorificado a los traidores en el Cerro de las Campanas, erigiendo una Capilla Propiciatoria.

No terminaría nunca de narrar todas las heridas, todas las cadenas, todos los grilletes, todos los latigazos que el pueblo ha recibido de Ud.

Y después de una larga administración en que ha hecho Ud. a la Patria todo el bien indispensable y todo el mal posible; al terminar este cuatrienio en que ha sido macheteado el Partido Liberal, ensalzado el clero y exaltado los traidores; a toque de bombos y platillos, rodeado de aristócratas y serviles, lanza Ud. una carcajada de desprecio ante el dolor de sus conciudadanos, y acepta, sosteniéndose en pie apoyado en la punta de su espada, la sexta reelección, que caería en la tumba de Sebastián Lerdo de Tejada como un sombrío escupitajo político, y en el corazón del pueblo como nuncio terrible de abyecciones y de indefinibles desventuras.

Sr. general Díaz: es cierto que Ud. ha sentido alguna vez cóleras santas y anhelos patrióticos, es cierto que Ud. ha sido un buen mexicano; pero después ha golpeado Ud. la frente del pueblo con la bota de una tiranía; hoy es Ud. un republicano, un hijo del pueblo y un campeón de la Patria extraviado por la senda de la aristocracia, del capital y de un gobierno monárquico ...

La República, mutilada, ensangrentada, llena de deudas, padeciendo miseria, viendo a sus hijos con hambre y sin instrucción, viendo desgarrada su legislación y profanado su solio por el aristócrata y el clerical, contemplando a la Historia que mostrándole la balanza, le ha dicho: Levántate y anda, se levanta hoy de su marasmo para decir a Ud.: ¡Salga del Poder el general Díaz!

Señor: Ud. sabe que toda esa turba de aduladores que comienzan a preparar su sexta reelección, no representan al pueblo y engañan a Ud. y se engañan a sí mismos.

Señor: esos hombres tienen enferma la garganta del mal presupuesto ido, y su voz se ahoga en medio de una caliginosa atmósfera cortesana: no los oiga Ud. No ayude ni sostenga Ud. esa labor.

La República pronuncia hoy su voz soberana, y Ud., señor, que no es capaz de someterse porque así lo ha demostrado en veintiséis años de gobierno, DEBE DIMITIR.

¡Señor general Díaz: AL TERMINAR ESTE CUATRIENIO, OBEDEZCA UD. A LA REPUBLICA!

Su conciudadano que lo atacará pacífica, legal y enérgicamente.

Santiago de la Hoz.


El salvajismo de Bernardo Reyes.

Más arriba digo que el mes de abril de 1903 fue fecundo en acontecimientos y en efecto así es, ya que el mismo día 2, mientras que los amigos del general Díaz, aparte de celebrar su triunfo de 1867, organizaban una gran manifestación para hacerle creer que todas las clases sociales deseaban que se llevara a cabo su sexta reelección, y sobre cuya farsa escribió Juan Sarabia una crónica terriblemente mordaz que fue publicada el día 5 en El Hijo del Ahuizote, tuvo lugar en Monterrey una jornada liberticida y sangrienta en la que Bernardo Reyes mandó asesinar al pueblo en masa en los momentos en que se encontraba celebrando un mitin de apoyo a la candidatura del licenciado Francisco, Reyes para gobernador del Estado de Nuevo León, en contra de la del propio general que por cuarta o quinta vez, y sin contar con la simpatía de las masas populares, trataba de reelegirse para dicho cargo.

De este acontecimiento verdaderamente escandaloso y salvaje se ocuparon todos los periódicos y clubes liberales de la República; pero sin duda los que lo hicieron con mayor extensión y energía fueron El Hijo del Ahuizote y el Club Ponciano Arriaga, que sin contemplaciones exhibieron la conducta criminal del entonces ya ex Ministro de la Guerra, quien con sus actos de barbarie presentaba a México como un país indigno de figurar en el concierto de las naciones civilizadas.

Según una información basada en datos proporcionados por varios testigos oculares de la tragedia, y publicada por Juan Sarabia en El Hijo del Ahuizote el 12 de abril de 1903, los liberales del Estado de Nuevo León, reunidos en la Convención Electoral Neoleonesa, habían organizado para el 2 de dicho mes una gran manifestación pública, tanto para conmemorar la victoria de las armas republicanas en 1867 en la ciudad de Puebla, como para patentizar al licenciado Reyes la simpatía que el pueblo de Nuevo León sentía por su candidatura para primer mandatario del Estado.

Pero entonces Bernardo Reyes, envidioso de la popularidad de que gozaba su rival político, no sólo puso en juego cuantos medios estaban a su alcance para hacer deslucir o fracasar la manifestación, sino que con toda sangre fría concibió la idea de ametrallar a los manifestantes, ordenando a los alcaldes de los pueblos cercanos a Monterrey que cada uno se presentara con cincuenta hombres armados y que se parapetaran en las azoteas del Casino y del Palacio Municipal, con objeto de que cuando los manifestantes se reunieran en la Plaza Zaragoza hicieran fuego sobre ellos, sin tomar en cuenta la presencia de niños y mujeres entre la multitud.

Desde la mañana del día 2, más de diez mil personas de todas las clases sociales se reunieron en la Alameda, y después de recorrer las calles principales de la ciudad en medio de un gran entusiasmo popular, llegaron al frente del Palacio Municipal en la plaza mencionada, donde el licenciado Vicente Treviño debería pronunciar un discurso para exaltar las cualidades del candidato del pueblo. Pero cuando el orador abordaba una tribuna improvisada y apenas comenzaba a hablar, se escucharon descargas cerradas de fusilería que provocaron un muy justificado pánico entre la multitud que corría en todas direcciones, quedando en pocos momentos tirados en el arroyo varios cadáveres acribillados, en tanto que un gran número de heridos yacían en tierra revolcándose en su propia sangre, y otros muchos trabajosamente huían, aterrorizados, de aquella espantosa carnicería.

Inmediatamente después de estos hechos inauditos, se llegó al cinismo de culpar de sedición a los ultrajados manifestantes, acusándolos de haber sido ellos quienes dispararon contra la policía, ya que dos gendarme s fueron muertos por sus propios compañeros para justificar el cargo que se lanzaba contra los inermes liberales.

Con tal motivo fueron aprehendidos y encerrados en la Penitenciaría del Estado los licenciados Vicente Garza Cantú, Nicolás Berazaluce, Eulalio Sanmiguel, Vicente Treviño, Andrés Sánchez Fuentes, Apolonio Santos, Esteban Horcasitas y Francisco de P. Morales; los pasantes de Derecho Galdino P. Quintanilla y Eugenio y Jesús María del Bosque, así como los señores Miguel Morales Zaragoza, Julio Galindo, Vidal Garza Pérez, Rafael Garza Martínez, Julio Morales, Adolfo Duclós Salinas, Gonzalo Espinosa, Anacleto Garza, Hipólito Díaz, Epitacio Rodríguez, Luis Guajardo, Godofredo Obregón, José Meléndez, Amado Bocanegra y Eugenio Rodríguez; siendo todas estas personas de los miembros más prominentes de la Convención Electoral Neoleonesa y redactores de los periódicos Redención, Justicia y Constitución, y el licenciado Garza Cantú era, además, Magistrado del Tribunal Superior de Justicia del Estado.


El club Ponciano Arriaga acusa a Bernardo Reyes.

En presencia de sucesos tan bochornosos, la Junta Directiva del club Ponciano Arriaga y gran parte de sus miembros presentaron una legalmente fundamentada Acusación contra Bernardo Reyes ante la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, exigiendo su castigo como responsable, entre otros delitos, de haber atentado contra el sagrado derecho de reunión, contra la libertad del sufragio, contra la libre manifestación de las ideas, así como de allanamiento de morada, de prisiones arbitrarias, de lesiones y de asesinato colectivos.


Resultado de la acusación.

Al presentarse la acusación, que es un importante y actualmente desconocido documento que Juan Sarabia publicó el 19 de abril en El Hijo del Ahuizote, la Cámara le dio entrada, y constituyéndose en Gran Jurado, abrió desde luego una farsa de proceso contra Bernardo Reyes, que sin más trámite fue absuelto de toda culpa por consigna del Dictador. En cambio, los ciento treinta y cinco miembros del club que firmaron el escrito de cargo fueron declarados responsables del delito de acusación temeraria, por lo que se les instruyó un proceso y fueron perseguidos, teniendo muchos de ellos que ocultarse, y otros, como el ingeniero Arriaga y el licenciado Díaz Soto y Gama, que emigrar a los Estados Unidos para librarse de las venganzas del cacique de Nuevo León.

Poco después el mismo Reyes, para agradecer la justicia que se le había impartido, obsequió con un banquete al Dictador, al que asistieron los miembros de su Gabinete.

En la hora de los brindis, don Porfirio, a pesar de que aún no se borraba la sangre derramada en la Plaza Zaragoza, ensalzó al autor de la hecatombe, diciéndole: ¡Así se gobierna!; frase rigurosamente histórica que sin restricciones debe juzgarse como brutal pronunciada en aquellas circunstancias, y que resumía la política represiva del régimen porfirista, pletórico de arbitrariedades, abusos y atropellos.


Continúa la campaña antirreeleccionista.

Ya desde que se había llevado a efecto la citada manifestación que tanto ridiculizó la pluma vigorosa y satírica de Juan Sarabia, en todas las calles de la ciudad de México se hallaban pegados en las esquinas una multitud de manifiestos en que las diversas agrupaciones porfiristas, que trataban de llevar adelante la sexta reelección del caudillo, exaltaban los méritos del mismo, haciéndolo aparecer como el hombre necesario e insubstituible para regir los destinos y fomentar el progreso de México; y a medida que los días pasaban, toda esa propaganda se intensificaba al grado de hacer creer al pueblo ignorante que si el general Díaz no continuaba en el poder contribuyendo con su gran experiencia de estadista y gobernante, el país se vería expuesto no sólo a perder las conquistas sociales alcanzadas, sino a sufrir serias perturbaciones en su vida política y económica, y a tener graves trastornos en todos los órdenes de la administración pública.

Oponiéndose a estas actividades, la Junta Directiva del Club Redención, con Santiago de la Hoz, Juan Sarabia y los Flores Magón a la cabeza, lanzó el 11 de abril un Manifiesto a la Nación, que fue reproducido poco más tarde en ¡Excélsior! y El Hijo del Ahuizote, y en el cual, acusando duramente al régimen, entre otras cosas por haber corrompido la justicia, violado principios democráticos y garantías ciudadanas, protegido el capitalismo en perjuicio de los trabajadores y ultrajado la dignidad humana, y señalando los peligros que para el país representaba la permanencia indefinida del dictador en el Poder, atacaba su sexta reelección e invitaba al pueblo a establecer clubes antirreeleccionistas para que lanzaran un candidato liberal, honesto y progresista, que se enfrentara al mismo caudillo en las elecciones presidenciales de 1904.


Son encarcelados los luchadores de El Hijo del Ahuizote.

Era de esperarse que por la campaña contra la dictadura en general, y por los trabajos antirreeleccionistas en particular que desde noviembre de 1902 venía desarrollando El Hijo del Ahuizote, no muy tarde se desataran persecuciones en su contra y en efecto así ocurrió, pues el 16 del mismo mes de abril sus oficinas fueron allanadas y en la propia fecha su director, algunos de sus redactores y varios de sus empleados fueron aprehendidos y al día siguiente encarcelados en las bartolinas de Belén.

Para dar a este atentado un aspecto completamente distinto de la verdadera causa por la cual se había perpetrado, las autoridades echaron mano de un ridículo pretexto para acusar al personal del periódico del consabido delito de ultrajes a funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones.

Por aquellos días estaba en revisión de los tribunales de la ciudad de México el famosísimo proceso del coronel Timoteo Andrade, a quien enemigos irreconciliables, sin fundamento alguno, presentándolo como un monstruo de maldad, lo habían acusado judicialmente de azotar a su esposa con lujo de barbarie y de haber cometido varios supuestos asesinatos con las tres agravantes de ley. Después de siete años y siete meses de injusto encarcelamiento, el coronel fue sentenciado a la pena de muerte por el Juez Tercero de lo Criminal, licenciado Jesús María Aguilar; y aunque él apeló de tal sentencia ante el Tribunal Superior del Distrito Federal, ello fue con mala suerte, ya que el mismo Tribunal, sin siquiera enterarse a fondo del asunto, confirmó la resolución del juez Aguilar y le negó el indulto solicitado.

En vista de estas graves irregularidades, el licenciado Francisco Serralde, que con todo empeño y absoluto desinterés venía defendiendo desde hacía largo tiempo al coronel Andrade, al mismo tiempo que interponía una demanda de amparo en su favor ante la Suprema Corte de Justicia, enviaba una extensa y conmovedora carta a cada uno de sus magistrados en que les demostraba con hechos irrefutables la inocencia de su defenso, logrando que dichos funcionarios lo ampararan; pero a pesar de este amparo, el citado Tribunal Superior, declarándose en rebeldía contra la Suprema Corte, volvió a negar a Andrade el indulto necesario pedido por su talentoso defensor, por lo que el desventurado militar fue puesto desde luego en capilla para ser pasado por las armas en el llamado Patio del Jardín de la fatídica Cárcel de Belén.

Con motivo de estos sucesos, El Hijo del Ahuizote, que desde años atrás venía ocupándose extensamente del Caso Andrade, dando a conocer al público los múltiples incidentes ocurridos en las audiencias del complicado y larguísimo proceso, con fecha 12 de abril publicó el siguiente comentario, que había de ser el pretexto para el encarcelamiento de Juan Sarabia y varios otros de los principales redactores del periódico:

Desgraciadamente, el Tribunal Pleno del Distrito Federal ha negado a Timoteo Andrade el indulto necesario solicitado por su inteligente y activo defensor.

Ese fallo nos ha causado una profunda decepción, por más que, escépticos en lo que a la justicia de nuestros tribunales se refiere, ya esperábamos que el Tribunal del Distrito no cumpliera con su deber.

Los magistrados de ese Tribunal, que debían ser respetables y respetados por su edad, su posición y su saber, se han complicado con el juez Aguilar al aceptar todas las deformidades que hay en el proceso Andrade. Y más todavía, ese Tribunal del Distrito, insignificante en rango a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se ha permitido tener una rebeldía y arrojar el guante al Primer Tribunal de la República, mil veces más imparcial, mil veces más ilustrado y mil veces más respetado que el insignificante Tribunal del Distrito.

Quédele al defensor la satisfacción de haber cumplido con su deber, y quédele al Tribunal Superior del Distrito la amargura que inmensamente pesará sobre su conciencia, de no haber cumplido con el suyo.

La Historia juzgará al uno y al otro, y veamos cómo juzgará la Historia a ese Tribunal. Giurati en su notable obra titulada Errores Judiciales, página 157, habla del primogénito de una familia de hugonotes que se suicidó en Calais. Se creyó que el crimen había sido cometido por la familia y se atormentó al padre, ahorcándosele al fin. Después de la ejecución se hizo la luz, y un grito de horror se produjo en toda la Francia. El Gobierno hizo llamar al Presidente del Parlamento de Toulouse, quien se excusó diciendo: No hay caballo por bueno que sea, que no tropiece. Sea; pero esta vez ha tropezado toda la recua, respondió el Ministro, que lo era el cardenal Richelieu.

En el caso de Andrade, la Historia dirá en lo futuro, uniéndose a la opinión del cardenal Richelieu, que ha tropezado toda la recua ...

En efecto, el Procurador de Justicia del Distrito Federal, licenciado Emilio Alvarez, aprovechando la oportunidad que se presentaba para amordazar al periódico con el pretexto de la frase del tropezón de la recua aplicada a los magistrados que no supieron cumplir con su deber, ordenó que se formulase acusación contra el mismo por el delito antes mencionado. Una vez hecho esto, el mismo Procurador dio instrucciones al Agente del Ministerio Público adscrito al Juzgado Primero Correccional para que procediera desde luego contra los responsables, cómplices y encubridores del hecho delictuoso; y dicho agente, en cumplimiento de tal disposición, comisionó al juez y al secretario del propio Juzgado para que con auxilio de la policía fueran al periódico a aprehender a su director, redactores y demás personas que allí se encontraran y que en alguna forma tuvieran que ver con los trabajos de la publicación.

A las siete de la tarde la fuerza armada, con sus jefes a la cabeza, allanó atropelladamente las oficinas y talleres de El Hijo del Ahuizote, aprehendiendo incontinenti a todos los que allí estaban reunidos y que eran: Juan Sarabia, director del periódico; Ricardo Flores Magón, gerente; Santiago R. de la Vega, Librado Rivera, Luis Jasso, Alfonso Cravioto, Benjamín Millán, Rosalío Bustamante y Manuel Sarabia, redactores; Gabriel y Federico Pérez Fernández, Enrique Flores Magón y Humberto Macías Valadez, encargados de la Administración; Francisco Gutiérrez, Edmundo Rodríguez Chávez y Rafael Vélez Arriaga, que hacía poco había salido en libertad, impresores, así como algunos cajistas y dobladores y un mozo de las oficinas del periódico.

A las 10 de la noche, después de que los funcionarios del Juzgado hubieron decomisado todos los documentos que encontraron en los muebles, los veinte y tantos detenidos fueron conducidos por media calle a la Inspección General de Policía, de donde se les consignó a distintas delegaciones para de allí ser trasladados al día siguiente a la Cárcel de Belén, donde quedaron formalmente presos Juan Sarabia, los Flores Magón, Alfonso Cravioto y Santiago R. de la Vega, poniéndose poco después en libertad a los demás.

Y aquí es necesario referir un hecho que desconocen nuestros historiadores, y es que cuando no bien hubo salido Manuel Sarabia de la prisión, tuvo un gesto viril al pronunciar enfrente de la misma un candente discurso denunciando en alta voz el atentado cometido contra el personal del periódi,co, por lo que inmediatamente fue otra vez aprehendido y encerrado nuevamente en la cárcel bajo el mismo cargo que pesaba sobre sus cinco compañeros.


El periódico se sigue publicando.

A pesar de estos acontecimientos no se suspendió la publicación del periódico por las favorables circunstancias de que sus prensas no fueron decomisadas y de que tan pronto como Federico Pérez Fernández salió libre, fue a sacar por la azotea de una casa contigua los libros de su contabilidad, que de milagro habían escapado de caer en manos de la policía; pues con estos elementos pudo seguir apareciendo con regularidad, aunque con serias dificultades, contándose para ello con la ayuda del personal que había quedado en libertad, y con la colaboración incesante de los presos, que burlando la estrecha vigilancia de que eran objeto, encontraban los medios para enviarle sus artículos con toda oportunidad.


Juan Sarabia, víctima del temor dictatorial.

Al ser los seis luchadores declarados formalmente presos, los abogados Francisco Serralde, Jesús Flores Magón y Antonio Díaz Soto y Gama se constituyeron espontáneamente en sus defensores, promoviendo desde luego un amparo en su favor ante el Juez Segundo de Distrito; pero habiendo negado este funcionario dicho amparo, y en tanto efectuaban otras gestiones con el mismo fin ante la Suprema Corte, los mismos abogados hicieron cuanto estuvo de su parte para que se les guardaran las consideraciones a que tenían derecho por su calidad de periodistas y se les alojara en lugar de distinción durante todo el tiempo que durara su proceso. Por causas difíciles de explicar, al fin la Corte no dictó ningún acuerdo favorable, y en cuanto a las segundas peticiones sólo fueron atendidas parcialmente, ya que habiendo sido alojados en un principio los periodistas en un departamento de los altos del edificio, donde gozaban de ciertas comodidades, pocos días después ordenaron las autoridades al alcaide de la cárcel, que era un individuo de mala catadura y pésimos antecedentes, con el grado de coronel, llamado Juan Oscuras y al que por sus despotismos y crueldades con los reclusos se había atacado rudamente en El Hijo del Ahuizote, que solamente dejara en él a los demás luchadores y que a Juan Sarabia, director del periódico y por lo tanto más responsable de las denuncias del mismo, lo trasladara a las galeras o común de presos, donde debería tenerlo encerrado hasta nueva orden; pero en vista de las protestas de la prensa y de sus mismos defensores, Sarabia, después de haber permanecido más de tres semanas en ese horrendo lugar, confundido entre todo género de criminales y desventurados, tuvo que ser devuelto, con gran contrariedad del desalmado alcaide, al departamento que antes ocupaba junto con sus compañeros.


¡Oh, Nuestra Civilización!

Cuando Juan Sarabia se hallaba en las galeras sufriendo los rigores de la venganza con que lo honraba la dictadura, el maltrato de Oscuras y toda clase de vejaciones y atropellos por parte de los brutales carceleros que a fuerza de garrotazos y blasfemias imponían el orden entre los delincuentes de la clase común, escribió, aparte de otros interesantísimos documentos de combate, uno de los más mordaces artículos que produjo durante su lucha periodística contra la tiranía en 1903. En este artículo, haciendo mofa de la supuesta civilización alcanzada por el régimen porfirista en materia política y presentando al Caudillo como un héroe de comedia salvador de los principios, establecía un parangón entre la forma salvaje y complicada en que eran juzgados los periodistas en la época bárbara de los constituyentes del 57 cuando se presumía que habían cometido un delito de prensa, y la manera civilizada y sencillísima con que los mismos periodistas eran juzgados por el gobierno progresista del general Díaz, para terminar haciendo una versión del atentado sufrido por el personal del periódico, con sus correspondientes críticas al Procurador por sus arbitrarios procedimientos y al alcaide Oscuras por haberlo enviado a galeras para hacerlo enmudecer.

Dicho artículo, que fue publicado en El Hijo del Ahuizote el 26 de abril con el título que tiene este párrafo, es el siguiente:

Allá, en los calamitosos tiempos del Constituyente, cuando ni se soñaba en la descomunal civilización que hemos alcanzado, había una Ley de Imprenta.

¿Han visto ustedes mayor aberración, mayor prueba de salvajismo?

Los Constituyentes, que eran unos bárbaros completos, unos caribes para los que la civilización era cosa por completo desconocida, hicieron dicha Ley de Imprenta; como quien dice, se hicieron acreedores a las fulminantes iras de la Historia y a la execración de sus pósteros.

¡Valientes tíos! ¡Y valientes tíos también Juárez y Lerdo de Tejada, que después ocuparon el Gobierno, pero no se preocuparon por corregir el error de los Constituyentes, sino que se hicieron cómplices de ellos, sosteniendo también aquella famosa Ley de Imprenta, prueba patente de nuestro enorme atraso en aquel entonces!

Al conocer nuestras leyes, entre las que figuraba principalmente ésa a que me vengo refiriendo, las naciones civilizadas se preguntaban en el colmo del asombro:

- ¿Pero qué pasa en México? ¿Es posible que en pleno SIglo XIX haya un pueblo tan primitivo como ése?

Y no podían figurarse a un mexicano, sino emplumado.

¡Figúrense ustedes a las naciones extranjeras figurándose la facha de Gómez Farías, Arriaga, Ocampo, Ramírez, Prieto y todos los demás autores, coautores, encubridores y cómplices del monumental absurdo legislativo que nos ocupa!

De seguro que se los figuraban indefectiblemente emplumados, con sendos tatuajes, con la macana en la diestra, el arco en la siniestra y el carcaj a la espalda.

La situación del país era insoportable. El desprestigio de la Nación era infinito.

En esto, llega el regenerador, el salvador, el civilizador Porfirio Díaz, entonces simple militar, y hoy gran Estadista, estupendo ecónomo, Héroe de la Paz, y otras yerbas, al que todos conocemos.

LlegÓ, señores, don Porfirio, y a machetazo limpio salvó los principios e implantó la civilización.

Sí; hay que ser justos, hay que confesarlo: nosotros somos gente civilizada únicamente desde que don Porfirio se está «sacrificando» en el Gobierno, por nosotros.

Y vaya si ha sido grande el sacrificio. Lleva ya cosa de un siglo en él.

Pero hay que confesar también que ese sacrificio no ha sido estéril: estamos viendo sus opimos frutos.

Y si no, vamos a cuentas.

Allá en los tiempos de barbarie del Constituyente, de Juárez y de Lerdo, era tratado el periodista conforme a la salvaje ley de aquellos tiempos ídem.

Había un delito de prensa: se veía primero si lo publicado traspasaba los límites de la vida privada, de la moral o la paz pública.

El periodista pasaba por un jurado popular que calificaba el hecho, y luego por otro que aplicaba la pena. Por supuesto, había clasificación de los tres delitos previstos, y pena especial para cada uno de ellos.

Era la tal Ley de Imprenta un verdadero enredo de clasificaciones, penas, jurados populares, etc., etc. Se tenía entonces la mala costumbre de tomar al pueblo en consideración.

El periodista andaba de jurado en jurado, es decir, de Herodes a Pilatos, y en caso de condena, se le daba para cumplirla un alojamiento especial, donde estaba solo.

Esto sucedía entonces, cuando las ciencias legislativa y judicial estaban en pañales.

Pero ahora que el regenerador don Porfirio ha implantado un sistema modernísimo de legislación, y una adelantada jurisprudencia a la alta escuela; ahora que estamos en plena civilización, las cuestiones de prensa se resuelven de la manera más sencilla.

Supongamos que en los actuales porfiristas tiempos se le ocurre a un periodista profetizar que en tal o cual caso de justicia ... o de injusticia, dirá la Historia, como Richelieu, que ha tropezado toda la recua.

Pues no acaba de decirlo cuando algún influyente personaje envía a un juez cualquiera el ejemplar del periódico, denunciándolo, y subrayando con rayitas coloradas, por ejemplo, aquello de 'recua, en lo que dicho personaje se ve aludido.

El juez prepara su golpe, y a lo mejor, cae en la redacción del periódico y despacha una docena de gentes a Belén, a fin de averiguar quiénes son los autores, cómplices, etc., del delito que se persigue.

Se toman informes sobre cuáles de los embartolinados pueden ser los más temibles, y una vez tomados, se declaran formalmente presos, con fundamento en lo primero que venga, a cuatro o cinco de los temibles, y a los demás se les deja en libertad.

Así, sencillamente, sin jurados, sin calificaciones, sin andarse por las ramas, se arregla el asunto en dos por tres.

Luego, como hay temores de que el director del periódico siga hablando, tanto de la recua como de otras cosillas, se procura callarlo por medio de sufrimientos físicos y morales, y viene de lo alto una orden superior de que sea trasladado a un infecto departamento.

Y como nunca falta un instrumento para estas cosas, he aquí que algún obscuro alcaide ejecuta automáticamente la orden superior, y saca al mencionado director de la distinción, donde estaba, para meterlo prosaicamente a galeras. Ya con esto, hay presunciones de silencio.

Pero sucede, se llega a dar el caso de que el director esté curado de espanto y sea de los que velan muertos a obscuras (no es alusión) y sin café, y entonces no hay tu tía. Entonces la orden superior se ceba, y en vez de quedar sumergidos en el silencio, siguen saliendo al retortero todas las recuas y todos los puntos obscuros habidos y por haber.

Pero la civilización se salva, y don Porfirio se prestigia. Este caso que como una suposición he relatado, lo prueba plenamente.

Ante los modernos procedimientos del gobierno con la prensa, no cabe duda que nuestra civilización, y su glorioso autor don Porfirio, se prestigian en el extranjero.

Y todo el mundo aplaude.

Y nosotros exclamamos dándonos tono:

¡Oh, nuestra civilización ... !


Una sacudida a don Porfirio.

Entre los documentos de ataque que Sarabia publicó en El Hijo del Ahuizote estando preso en las galeras, se encuentran, aparte del artículo anterior, algunas otras composiciones en que figura una carta satírica en verso dedicada nada menos que al temible caudillo tuxtepecano, donde le da su sacudida tanto porque a pesar de su debilidad por derramar lágrimas COn frecuencia en ceremonias públicas, seguía tiranizando al pueblo, como porque sin tomar en cuenta las protestas de la prensa y sin contar con el apoyo popular, no le aflojaba a la torta al tratar de perpetuarse en el poder por medio de una nueva reelección.

De dicha carta, que como todos los escritos de Sarabia fue muy festejada por los lectores del periódico y que muchos de ellos se aprendieron de memoria, son las siguientes décimas:

Aunque eres temible, ¡oh Rey!
Hoy a fustigarte ocurra.
¡Si tú eres la fiebre en burro
Yo seré la peste en buey!
Tengo por arma la Ley,
Y aunque en el presidio me hallo,
Desde galeras estallo
Y desde galeras grito,
Que aunque soy pollo chiquito
Tengo más plumas que un gallo.

Aguarda que con las leyes
Tu mal gobierno yo esculque.
¡Ahora si se vendió el pulque,
Ya llegaron los magueyes!
Para mí los falsos reyes
No gozan de impunidad;
Yo te hablaré con lealtad
Aunque pongas cara adusta
Y aunque sé que no te gusta
Que te digan la verdad.

Yo nunca corto me quedo
Y a cada quien doy su tanto.
¡Ya estoy curado de espanto
Y a nadie le tengo miedo!
Tú no te mamas el dedo
Para meter las espuelas;
y aunque gimoteando anhelas
Pasar por buen corazón,
No le hace que seas llorón
Si llorando nos amuelas.

¡Te aferras a la Poltrona
Y luego andas gimoteando ...!
¡No puede llover helando,
Valedor de la Matona!
Mientras ciñas la Corona
Y ¡te reelijas de un hilo,
Te dirán por este estilo
Los que te miran llorar:
¡No nos quieras engañar
Con llanto de cocodrilo!

Pero creo que no te importa
Lo que el pueblo de ti piensa,
Y aunque protesta la prensa
No le aflojas a la Torta.
Aunque el pueblo al bien te exhorta
Tú te haces indiferente;
¡Con razón dice la gente
Que tú ya no escuchas nada,
Porque el que es bota curada
No le hace ni el aguardiente!

Y la verdad, viejecito,
Es que diatiro la atrasas,
Y de encajoso te pasas
Con este pueblo bendito.
No tienes otro prurito
Que el de llenar tu ambición,
Y ya de otra reelección
Preparas el golpe rudo ...
¡Es bueno ser mofletudo
Pero no tan cachetón!

¿Te quieres hacer pasar
Por un hombre extraordinario?
¡Ya estará, don Necesario ...!
¡Ya estará, don Popular ...!
Si es que te quieres pagar
Tus muertas glorias de un día,
Ya cobras con demasía
Y con sordidez de mocho.
¡Diste apenas un bizcocho
Por una panadería!

Con esto por hoy me callo
Esperando tus acciones.
¡Basta ya de reelecciones!
¡Con veinte mil de a caballo!

Y si quieres ya ¡mal rayo!
Que no te pisen la cola,
Deja que ruede la bola;
'No te elijas, por piedad,
Que una cosa es la amistad
Y otra cosa es no la ... no la ...


Sobreviene la incomunicación.

Estando ya reunidos los seis luchadores en el departamento antes mencionado, sólo pudieron permanecer en él unos cuantos días más, pues en virtud de que la campaña contra la Dictadura la seguían sosteniendo cada vez con mayores ímpetus, tanto en ¡Excélsior! como en El Hijo del Ahuizote, las autoridades, para reducirlos a la impotencia y al silencio, ordenaron que fueran incomunicados por tiempo indefinido en unas mazmorras muy húmedas, llenas de sabandijas venenosas y totalmente sin luz ni ventilación, que existían en los sótanos de la cárcel, y que por su mortal ambiente constituían uno de los más crueles instrumentos de tortura que el general Díaz empleaba contra sus opositores.


¡Excélsior! es suprimido.

Mientras esto acontecía en la cárcel, la causa antirreeleccionista había sufrido un nuevo y muy serio quebranto con la supresión de ¡Excélsior!, ya que la Dictadura no podía permitir que se siguiera publicando este formidable semanario que de modo tan resuelto se oponía a la sexta imposición del Caudillo y que tan virilmente denunciaba los atentados que sufrían los luchadores en la prisión. Con este motivo Santiago de la Hoz y sus colaboradores Rosalío Bustamante y Humberto Macías Valadez fueron igualmente procesados por el tan traído y llevado delito de ultrajes a funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones y encerrados también en los mismos calabozos infernales, sin tomarse en consideración que De la Hoz se encontraba enfermo y muy débil en aquellos días.


Un carcelero cavernario.

La saña que había desplegado el despotismo contra los periodistas, era aumentada con los pésimos tratamientos de que los hacía víctimas en la prisión el famoso coronel Oscuras, hombre enfermo del hígado que no desaprovechaba ninguna oportunidad para saciar en ellos los frecuentes arranques de su carácter de fiera adicta y fiel a la Dictadura.

Este sujeto, que era uno de los muchos traidores a la patria que Porfirio Díaz sostenía en su gobierno impropiamente llamado republicano, puesto que había servido con sus armas al imperio de Maximiliano, y al que se exhibía en las caricaturas de El Hijo del Ahuizote con la forma del monstruo mitológico de tres cabezas que guardaba la puerta de los Infiernos, llegó al colmo de sus furores cuando vio publicado en el periódico que tanto le molestaba el siguiente soneto que Sarabia había escrito en las galeras y que le había dedicado a su persona:

Hombre negro y feroz que no te paras
En dar tormento a miles de criaturas;
Modelo de las almas más obscuras
Que al que escribe con fruición quemaras;

Tú podrás asustar turbas ignaras
Con penas crueles, infamantes, duras,
Y a los cobardes causará pavuras
Tu mostacho brutal de veinte varas.

Pero lo que es conmigo no le atoras
Que estoy curado ya de tus galeras;
Y aunque feroz mi situación empeoras
Y de este modo que me calle esperas,
Yo te he de hacer rabiar a todas horas
Y te he de fustigar aunque te mueras.


Sucumbe El Hijo del Ahuizote.

Pero la suerte de El Hijo del Ahuizote estaba ya también sellada. La precaria y ya insostenible situación de que venía sufriendo con el encarcelamiento de su director y principales redactores, con la persecución continua de que eran objeto sus empleados y obreros por parte de la policía, y con la absurda vigilancia de un grupo de agentes de las llamadas Comisiones de Seguridad que de día y de noche espiaban hacia el interior de sus oficinas y recogían gran parte de sus ejemplares antes de salir a la venta, tenía que resolverse en breve plazo, y así sucedió efectivamente: la Dictadura, dándole un golpe de muerte para continuar sin estorbos, críticas ni denuncias sus atentados y los preparativos para la sexta reelección del Caudillo, dictó la orden para que fuera suprimido definitivamente por resolución judicial, cosa que se llevó a cabo ellO de mayo de 1903; pues ese día, habiendo sido acusado con cualquier pretexto por el eterno delito ya conocido, le fue decomisado totalmente el último de sus tiros y luego clausuradas y selladas sus oficinas y talleres, por disposición de la pantera negra de la prensa independiente, licenciado Wistano Velázquez, Juez Primero Correccional de la ciudad de México, quien personalmente y con gran satisfacción ejecutó esta para él tan agradable diligencia.


Dos nuevos periódicos de vida efímera.

Este nuevo desastre no fue suficiente para desanimar a los luchadores. Poco después de la clausura de El Hijo del Ahuizote adquirieron con la ayuda de varios correligionarios algunos muebles de oficina, máquinas de escribir y demás útiles de trabajo, y rentaron un pequeño taller de imprenta. Ya con estos elementos, y contando además con la decidida cooperación de sus compañeros que se hallaban en libertad y con la de un grupo de abnegados impresores enemigos de la tiranía, que habían organizado una sociedad llamada Ser o no Ser, cuya misión consistía en trabajar exclusivamente para los periódicos libres, aunque fueran perseguidos y no se les pagara por sus servicios, iniciaron, primero, la publicación de El Nieto del Ahuizote y después la de El Padre del Ahuizote, periódicos de la misma estirpe del viejo e indomable paladín desaparecido, y en los cuales intentaban continuar la lucha interrumpida.


La Dictadura se desboca.

Ante esta inflexible y tenaz campaña de los jóvenes luchadores que no se doblegaban ni con las más tremendas represalias, sino que por cada golpe recibido contestaban con más vigorosos latigazos a la tiranía, el Dictador, irritado con tanta audacia y tenacidad, despreciando los aparentes recursos legales que hasta entonces había empleado con la esperanza de someterIos a su voluntad y su capricho, al mismo tiempo que clausuraba arbitrariamente los dos nuevos periódicos al primer número, despojándolos de todos sus elementos de trabajo, que junto con la imprenta y muebles de El Hijo del Ahuizote fueron amontonados y destruidos en la Ciudadela como fierro y palos viejos, dictaba las órdenes para que los escritores fuesen asesinados en sus mismos calabozos si aparecía cualquiera otra publicación por ellos redactada.

Y si este horrendo crimen que ningún argumento hubiera podido justificar no se cometió, fue debido a la circunstancia de que el director de la Cárcel de Belén, Antonio Villavicencio, que sentía algún afecto por los prisioneros, no queriendo hacerse cómplice de tal monstruosidad, les hizo saber privadamente las negras intenciones del tirano, librando con ello a aquel régimen de nuevas y mayores ignominias y de una tremenda responsabilidad histórica.

De este modo tan salvaje y brutal, quizá sin precedente en la historia del periodismo mexicano, se amordazó a los luchadores. Así fue como a partir del 10 de mayo de 1903 dejó de publicarse El Hijo del Ahuizote, terminando con ello la enésima y última época de este gran periódico de combate, después de seis meses de ser dirigido por Juan Sarabia y de dieciocho años de una existencia enaltecida por incontables persecuciones y dignificada por constantes y viriles acusaciones contra el despotismo porfiriano. Y de este modo también murieron al nacer dos publicaciones que hubieran sido otros tantos campeones de la prensa libre nacional.


Surgen protestas y hay más persecuciones.

En presencia de estos atentados, de uno a otro extremo del país se levantaron gritos de protesta; pero muchos de los periódicos que censuraron los actos del gobierno fueron suprimidos y las bartolinas de Belén se llenaron con más de ochenta ciudadanos de corazón bien puesto.

En la ciudad de México, por haber emprendido una campaña en defensa de tanto prisionero, los periódicos La Voz de Juárez, El Paladín, El Alacrán, Onofroff, Juan Panadero, Vésper y otros más fueron igualmente clausurados, y don Paulino Martínez, director del primero, huyendo de persecuciones se refugió en los Estados Unidos, mientras que las redactoras del último, señora Juana Gutierrez de Mendoza y señorita Elisa Acuña y Rosete, pagaban su atrevimiento en las mismas bartolinas de Belén.


Se levanta la incomunicación.

Después de que la Dictadura hubo asestado todos estos golpes a la prensa de combate, no considerando ya tan peligrosos a los escritores que languidecían en los calabozos subterráneos de la prisión, después de dos meses y medio de tenerlos allí incomunicados, a mediados de agosto ordenó que fueran trasladados a un departamento llamado de distinción que, por una extraña coincidencia, quedaba situado junto a la crujía donde estaban los enfermos contagiosos del establecimiento penal.


Oscuras continúa molestando.

Esto ya era una muy grande mejoría, pero no por eso los periodistas dejaban de ser sistemáticamente hostilizados por el cancerbero Oscuras, que impulsado por un bajo instinto de animalidad y a pretexto de cumplir con ciertos requisitos carcelarios, o simplemente porque se le daba la gana, los privaba de algunas garantías y pequeñas libertades a que tenían derecho en la prisión: violaba en muchas ocasiones su correspondencia; impedía que sus defensores les hablaran cuantas veces fuera necesario, y que recibieran periódicos o revistas; prohibía que sus amigos y parientes les llevaran ropa limpia y alimentos y, en fin, seguía haciéndolos objeto de los más ridículos y absurdos espionajes; vejaciones todas éstas a las que ellos respondían, no con altiva y estoica resignación como se ha dicho, sino con enérgicas protestas que mucho encolerizaban a tan despreciable pretoriano.


Un bofetón al verdugo.

Un incidente al parecer sin importancia, pero que puede demostrar que jamás los luchadores se doblegaron ante la despótica autoridad de este carcelero porfiriano, que por cierto, como se lo vaticinó Sarabia, falleció a consecuencia de un coraje poco antes de que ellos obtuvieran su libertad, es el siguiente: refiere Santiago R. de la Vega que en cierta ocasión, al ser llamado Alfonso Cravioto a la alcaidía del presidio para la práctica de alguna diligencia, se presentó en ella sin quitarse el sombrero. Uno de los empleados, al advertir tamaña falta de respeto, le exigió que se descubriera, pero Cravioto contestó con calma irónica que no lo haría mientras el coronel Oscuras no hiciera lo mismo, ya que éste estaba sentado frente a su escritorio con la gorra metida hasta las orejas.


Sus actividades en la prisión.

Imposibilitados como estaban para seguir luchando en la prensa, los periodistas tuvieron que conformarse con esperar, casi inactivos, el término legal de su condena. Durante los dos meses que faltaban para salir en libertad, ya que habrían de sufrir medio año de prisión, puede decirse que no hicieron otra cosa que leer libros de autores socialistas y anarquistas, sostener correspondencia con amigos y correligionarios, y preparar, de acuerdo con la natural evolución de sus ideales revolucionarios, un nuevo programa de lucha ya con mayor alcance social y humano, para después darle forma definitiva y llevarlo a la práctica cuando se repusieran de los elementos de trabajo de que la Dictadura los había inicuamente despojado.

Juan Sarabia y Santiago de la Hoz, que con los negros y amargos días sufridos en la cárcel no sólo habían estrechado la íntima amistad que los había unido desde que se conocieron en las oficinas del periódico, sino que llegaron a verse como verdaderos hermanos, se dedicaron también en ese lapso a escribir versos de combate con la intención de darlos más tarde a la publicidad en un solo volumen como un recuerdo de su estancia en el presidio y para levantar el espíritu del pueblo oprimido por la Dictadura. Sarabia, que en El Hijo del Ahuizote había usado en todos sus trabajos el seudónimo de Ravachol, compuso entonces algunas de las mejores poesías que produjo en toda su vida de luchas e infortunios, tales como Esbozo y Oda Heroica, dedicada esta última a su en esa época y por muchos años después compañero y hermano de ensueños y esperanzas Ricardo Flores Magón. En esas poesías, despojadas ya del humorismo empleado en El Demófilo y El Hijo del Ahuizote, trazaba cláusulas candentes y rotundas, y despreciando los sufrimientos en el cautiverio, despersonalizaba los ataques y excitaba los sentimientos de la dignidad entre los hombres para revelarlos ante los dolores del pueblo y de la patria.

Santiago de la Hoz, que en el mismo periódico había escrito a su vez con el seudónimo de El Hombre Gris una serie de vibrantes notas, artículos y versos atacando los atentados de Bernardo Reyes y denunciando los atropellos y los crímenes de que eran víctimas los periodistas liberales en toda la República, escribió asimismo unas semblanzas de sus compañeros de prisión, retratándolos física y espiritualmente, haciendo resaltar las características de su temperamento y de su valer moral e intelectual. Su brillante pluma describió admirablemente la figura dominante y tempestuosa de Ricardo Flores Magón, la silueta viril y romántica de Juan Sarabia, el soñador entusiasmo de Humberto Macías Valadez, la cultura literaria y la filosofía positivista de Alfonso Cravioto, la serena altivez de Manuel Sarabia y las indomables rebeldías de Rosalío Bustamante, Enrique Flores Magón y Santiago R. de la Vega.


En libertad.

Por fin, en la primera semana de octubre, recién muerto el carcelero Oscuras, los licenciados Flores Magón y Serralde, habiendo interpuesto con anterioridad un nuevo amparo ante la Suprema Corte en favor de los nueve luchadores, lograron que en tanto este Tribunal concedía o negaba dicho amparo, les concediera su libertad bajo caución.

Sin embargo, poco tiempo después de que las puertas del otrora Convento de Belén de las Mochas se abrieron para dejarlos libres, la situación de los luchadores se hizo difícil en extremo, pues aparte de que existía el peligro de ser nuevamente encarcelados por haber negado la Corte el amparo mencionado, sobre ellos gravitaba la terrible amenaza de ser asesinados a la vuelta de cualquier esquina por unos esbirros que, según se ha afirmado en repetidas ocasiones, había destacado la Dictadura en su persecución con tan siniestro propósito.

Esto dio origen para que se desintegrara el gallardo grupo de combatientes. Santiago R. de la Vega marchó a su tierra natal de Monterrey, para cruzar poco más tarde la frontera por Laredo, con el propósito de continuar la lucha junto con Arriaga y Díaz Soto y Gama, que aún permanecían en el destierro; Alfonso Cravioto fue a reunirse en secreto con Federico Pérez Fernández, Jesús Martínez Carrión y los doctores Alfredo Ortega y Juan de la Peña, hermano de Rosario la de Acuña, que preparaban la publicación de un nuevo semanario de caricaturas que al aparecer poco más tarde pronto habría de hacerse famoso con el nombre de El Colmillo Público, y Rosalío Bustamante y Humberto Macías Valadez regresaron a San Luis Potosí, donde se nombró al último presidente de un club antirreeleccionista que desde tiempo atrás venía funcionando en la ciudad de Matehuala.

Y por lo que se refiere a Juan y Manuel Sarabia, Ricardo y Enrique Flores Magón y Santiago de la Hoz, éstos, en vista de que toda labor de imprenta les había sido proscrita en su misma patria y de las tremendas amenazas que se cernían sobre su libertad y su vida, se vieron obligados, como De la Vega, a huir a los Estados Unidos, adonde llegaron juntos y prácticamente en la miseria en los primeros días de enero de 1904, para hacerse allá de nuevos elementos de trabajo y seguir combatiendo hasta el fin, con todo el vigor de su corazón y su cerebro, y aun a costa de la propia existencia, por la causa del pueblo humilde y oprimido de su desventurado país.

Índice de Juan Sarabia, apostol y martir de la Revolución Mexicana de Eugenio Martinez NuñezCAPÍTULO II - Segunda parteCAPÍTULO IVBiblioteca Virtual Antorcha