Índice de Mi historia militar y política 1810-1874 de Antonio López de Santa AnnaCapítulo IICapítulo IVBiblioteca Virtual Antorcha

MI HISTORIA MILITAR Y POLÍTICA
1810-1874

Antonio López de Santa Anna

CAPÍTULO III

1824 a 1825

REPÚBLICA


La nación en absoluta libertad eligió sus representantes, en cumplimiento de la convocatoria expedida por el Supremo Poder Ejecutivo provisional, quienes expresaron libremente la voluntad de la nación. Instalado pues un Congreso constituyente, después de serias discusiones, dictó la Constitución de 1824, sancionada y publicada por el gobierno provisional; las provincias, con el dictado de Estados soberanos, libres e independientes, y las franquicias que la ley fundamental les concedió, quedaron satisfechas. Los nuevos Estados votaron para presidente de la República al antiguo patriota don Guadalupe Victoria.

Por marzo de 1824 la provincia de Yucatán, por cuestiones locales, estaba en revolución; la ciudad de Mérida hacía la guerra a la de Campeche. El gobierno provisional se sirvió encargarme su pacificación, y al efecto me nombró comandante general. La Iguala, goleta de guerra nacional, me tomó a su bordo con mi Estado Mayor y me condujo al puerto de Campeche sin novedad.

Los campechanos, al saber que me encontraba en el puerto, saludáronme con sus cañones. El comandante militar de la plaza, teniente coronel don Juan N. Roca, se apresuró a ponerse a mis órdenes; la población me recibió con demostraciones de contento. El coronel don Benito Aznar, que sitiaba la plaza, hizo lo mismo. La junta provisional tuvo a bien nombrarme gobernador político de la provincia. Campechanos y meridanos me abrumaron con sus cumplimientos. El orden se restableció y conservóse inalterable, y con la reconciliación de los ánimos se consiguió la paz y el contento. Organicé y equipé cuerpos permanentes y activos como allí no se habían visto; mejoré las fortificaciones y proveí a la seguridad de la provincia en todo lo posible.

En ese tiempo acaeció la sensible hecatombe de don Agustín Iturbide en Padilla, acontecimiento que deploré sinceramente y que dio lugar a una de tantas ocurrencias que la miseria humana presenta cada día. Divulgada la noticia en Mérida, los aduladores del poder llenaron el salón de la casa de gobierno, y con la sonrisa en los labios felicitábanme por la muerte del tirano. Sorprendido con aquel cínico espectáculo, me apresuré a contestarles: Señores, si la patria reporta alguna ventaja de la trágica muerte del caudillo de Iguala, felicítenla enhorabuena, mas a mí de ninguna manera. Ciertamente que no estuve acorde con su coronación imprudente y con la espada en la mano reclamé los derechos del pueblo para que dispusiera de sus destinos como quisiera, mas nunca fui enemigo personal del héroe: en Yucatán no se le hubiera privado de la vida. Los felicitantes se retiraron confundidos. De esta ocurrencia los círculos de la ciudad se ocuparon algunos días.

El clima ardiente de Yucatán me era nocivo, e insté por mi relevo, que obtuve. Trasladado a la provincia de Veracruz pude dedicarme a los adelantos de mi hacienda de Manga de Clavo más de dos años.

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