Índice de Mi historia militar y política 1810-1874 de Antonio López de Santa AnnaCapítulo ICapítulo IIIBiblioteca Virtual Antorcha

MI HISTORIA MILITAR Y POLÍTICA
1810-1874

Antonio López de Santa Anna

CAPÍTULO II

1822 a 1823

IMPERIO


El Rey de España, Fernando VII, desaprobó el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, disponiendo se quemaran por mano del verdugo, y declarando al general don Juan O'Donojú de nefanda memoria. En esos momentos don Agustín Iturbide no supo sobreponerse a la lisonja de los que lo rodeaban ni a la tentación: se precipitó a ocupar el trono de Moctezuma, para el que no estaba llamado, sin prever las consecuencias, que pronto se sucedieron: su desprestigio y la anarquía. La opinión general estaba pronunciada a favor de una regencia, entretanto la nación disponía de sus destinos por medio de sus representantes. Yo participaba de esta opinión y la di a conocer sin disfraz. A la sazón, y por primera vez, organizábase el partido republicano y creaba prosélitos. Algunos de mis conocidos pretendieron afiliarme, pero educado bajo la monarquía no estaba preparado para ese cambio, y los oía con desagrado.

Los españoles en posesión del castillo de Ulúa intentaron una noche apoderarse de la plaza de Veracruz, con el designio de destruir los baluartes de Santiago y Concepción, evitándose así de ser por ellos hostilizados alguna vez. La vigilancia de la guarnición evitó la sorpresa intentada, mas un combate de más de dos horas que se trabó y el que costó a los agresores pérdidas sensibles, dejaron en nuestro poder prisioneros a un jefe, tres oficiales y ciento cuarenta y seis individuos de tropa del batallón de Cataluña. Este triunfo, el gobierno imperial lo calificó de glorioso para los defensores de la plaza, y me envió despacho de brigadier con letras.

El día 30 de octubre de 1822 el emperador Agustín I disolvió el Congreso constituyente, instalado el 24 de febrero del mismo año, considerándolo hostil a su persona. Días después emprendió viaje a Jalapa para sacarme de la provincia, donde le causaba cuidado por las declaraciones e instigaciones de mis émulos. Su majestad imperial, sabiendo que no había sido de los adictos a su coronación, me destituyó de todos los mandos que ejercía y dispuso mi traslación a la capital, faltando hasta a los usos comunes de urbanidad. Golpe tan rudo lastimó mi pundonor militar y quitó la venda a mis ojos: vi al absolutismo en toda su fiereza y me sentí luego alentado para entrar en lucha con él.

Decidí en ese momento ocuparme seriamente de reponer a la nación en sus justos derechos.

El cumplimiento de mi resolución demandaba sacrificios y grandes esfuerzos, y yo ninguno excusé. Velozmente me presenté en Veracruz y hablé al pueblo, y al frente de mis soldados proclamé la República el día 2 de diciembre a las cinco de la tarde. A continuación publiqué el plan y manifiesto en que explicaba mis intenciones, y el carácter de provisionalidad que aquel acto tenía, supuesto que la nación era la única, con derecho a constituirse como quisiera, siendo árbitra de sus destinos.

El ejército imperial, al mando del general don José A. Echevarría, comenzó a hostilizarme; encuentros favorables y adversos se sucedieron, pero la fuerza numérica me redujo al recinto de la plaza. Por órdenes apremiantes del emperador, el ejército sitiador emprendió el asalto la noche del día 30 de enero de 1823. Los defensores, en número solamente de mil cuatrocientos, consiguieron con esfuerzos desesperados, en tres horas, el triunfo más completo. Verdad es que la impericia del general en jefe de los imperiales nos favoreció mucho: sus columnas fuertes, de doce mil hombres, maniobraron tan torpemente que no adquirieron la menor ventaja, y para librarse de nuestros mortíferos fuegos emprendieron una retirada vergonzosa, dejando el recinto y todo el terreno que pisaron cubierto con sus cadáveres.

A los tres días, el ejército rechazado, para cubrir su vergüenza, levantó la conocida Acta de Casa Mata, con la fecha de 1° de febrero, extraordinaria ocurrencia que cambió enteramente la situación política del país, porque el emperador, asombrado con lo que pasaba y desanimado por la defección de su ejército, abdicó el 19 del mismo mes.

La victoria no podía ser más espléndida: árbitro en esos momentos de los destinos de mi patria, no falté en una letra al programa que di a luz al proclamar la República; con celo religioso cuidé de su más exacto cumplimiento.

Don Agustín Iturbide con su familia se embarcó en el puerto de Veracruz, con dirección a Italia, el 11 de mayo. Su persona fue respetada debidamente.

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