Índice de Mi historia militar y política 1810-1874 de Antonio López de Santa AnnaCapítulo XIXCapítulo XXIBiblioteca Virtual Antorcha

MI HISTORIA MILITAR Y POLÍTICA
1810-1874

Antonio López de Santa Anna

CAPÍTULO XX

1866 a 1867

VIAJE A NEW YORK. MAZUERA DESCUBIERTO. LOZANO ENVENENADO Y SUS REVELACIONES. JULVE


Dos días después, el día 6 de mayo de 1866, navegaba en el vapor Georgia para New York. Componían mi comitiva don Miguel Lozano (secretario), mi hijo Ángel, el coronel don N. Almada, Mazuera, Báez, Julve, Vidal y Rivas y Manuel Mesa (escribiente). Al octavo día desembarcamos. Ninguna demostración había en el fuerte de la anunciada por Mazuera, lo cual comenzó a llamar mi atención. Báez me condujo a su casa de Elizabeth Port para explotarme a su contento.

Mazuera, Báez y Vidal y Rivas pasaron a Washington a participar al ministro mi llegada. La comisión regresó sin ser recibida. Vidal y Rivas (hombre honrado que no estaba en el complot de Mazuera) me observó: que según él advertía, parecíale todo una trama infame.

Entre los curiosos que me visitaron por conocerme, concurrió un amigo de Mr. Seward, llamado Jorge I. Trunvooll, de buen personal y regular fortuna. Conociendo que por conducto de este individuo podía ponerme en comunicación con Seward, le correspondí su visita y entré en pláticas con él. Instruido de lo que pasaba, me ofreció hacer viaje a Washington para tomar noticias e informarme.

Mr. Trunvooll regresó de Washington y me dio este informe:

El ministro oyó con sorpresa cuanto le comuniqué. Protesta no haber visto ni una sola vez a Darío Mazuera; por consiguiente, no ha podido prestarle ninguna confianza; que ocupado como está con el Conde de Montholon, enviado extraordinario del emperador Napoleón en asuntos pertenecientes a México, no estaba en su deber recibir los cumplimientos del general Santa Alma, quien no tendrá ya que ocuparse de los franceses.

Aturdido quedé con el informe: no cabía duda que Mazuera me engañaba y que era víctima de su perfidia ... ¿qué hacer? De pronto pensé regresar luego a St. Thomas, mas después recordé que estaba pendiente de la contestación del presidente Juárez, a quien había ofrecido mi espada sinceramente para cooperar a libertar al pueblo mexicano de sus opresores, y resolví esperarla.

Tomé posesión de una hermosa casa amueblada en New York que Báez alquiló para mí por cuatro meses en dos mil cuatrocientos pesos, alquiler escandaloso que soporté a cambio de alejarme del cómplice de Mazuera, cuya vista no podía soportar.

Trasladados a New York los señores William V. de Gion me impusieron que el vapor Georgia, perteneciente a la casa que representaban, lo habían fletado al señor don Abraham Báez en diez mil pesos para conducir a St. Thomas pasajeros y mercancías; y que habiendo el individuo solicitado comprarlo facultaron al capitán para vendérselo si entregaba en oro ochenta mil pesos al contado; que al regreso de St. Thomas, Báez les entregó esta cantidad en pagarés con mi firma responsable; pero ellos le pusieron por condición que el buque no sería entregado hasta que la cantidad fuera pagada en moneda de oro. Explicación tan explícita daba a conocer a Báez, y no dejaba duda alguna de su complicidad con Mazuera.

Juárez aprovechó la ocasión de satisfacer su encono, infiriéndome un grosero desaire, en su contestación a mi acomedido ofrecimiento, contestación autorizada por su ministro de Relaciones, don Sebastián Lerdo de Tejada, la que por su contenido parecía más bien un libelo infamatorio que la comunicación oficial de un gobierno que conoce la dignidad y se respeta a sí mismo. No obstante conocer la mala voluntad de Juárez, extrañé tan ruda contestación dada en momentos de aflicción para la patria y cuando a él todos le voltearon la espalda.

Otro acontecimiento se presentó a aumentar mis disgustos: la intempestiva muerte de mi secretario, don Miguel Lozano, en momentos que me hacía tanta falta. Preguntándole por el origen de su enfermedad, produjo esta respuesta:

Ayer, almorzando con Mazuera y Julve, convidado por el primero, sentí un extraño dolor en el vientre; continuándome tomé un carruaje y me vine. Me pareció envenenamiento y supliqué al coronel Almada me suministrara en pequeñas dosis el contraveneno que a precaución cargo hace algunos años, mas ningún efecto ha producido; quizá lo he tomado tarde ... me siento grave ...

Muy temprano al día siguiente volví a verlo y lo encontré agitado; había pasado mala noche. Al verme hizo un esfuerzo para decirme: ¡Mi querido general, me muero! Me envenenaron en el almuerzo ... temían que hablara y me quitaron de enmedio ... cuídese usted ... ¡ah!, mi familia, mi desgraciada familia queda en St. Thomas sin amparo, la recomiendo a su conocida generosidad ... no puedo seguir.

El estertor de la muerte le impidió la palabra, no hizo más revelaciones, pero ninguna duda quedó de la culpabilidad de Mazuera. Lozano conocía el documento falsificado con la firma del ministro Seward, y su declaración perdía a Mazuera indudablemente.

Mientras tantas cosas desagradables pasaban, el plazo de los pagarés firmados en St. Thomas se acercaba. Escaso de dinero, sin conocer el idioma y las leyes de los Estados Unidos, mi confusión aumentaba. Recoger, nulificar los dichos pagarés, me parecía lo más urgente para libertarme de serios compromisos, y con esta mira me valí de Julve, pues a Mazuera no lo veía desde su regreso de Washington; temía seguramente a mis reconvenciones. Julve pudo sacarle los ciento sesenta mil pesos de pagarés que conservaba en su poder para negociarlos, pero a costa de cuatro mil pesos en oro y la promesa de no reclamar los cuarenta mil que Báez recibió en St. Thomas. Los ochenta mil restantes estaban en poder de William V. de Gion, por la entrega que Báez les hizo, y no obstante estar impuestos de lo ocurrido se atrevieron estos hombres a pedir por la devolución veinticinco mil pesos en papel, abusando de mi apurada situación, a cuya codicia tuve que satisfacer, considerando que me sería más costoso ocurrir a la via judicial y que pondrián mi nombre en tela de juicio; entregué, pues, mi pagaré por valor de veinticinco mil pesos en papel, y entretanto era satisfecho dejé en depósito mi cajita de alhajas que encerraba en valores más de treinta mil pesos en oro, alhajas que aún permanecen en poder de aquellos avaros sin conciencia porque mi situación desgraciada no me ha permitido cubrir el dicho pagaré. Tantos así fueron mis sacrificios por libertar mi nombre de los compromisos en que lo colocaron las arterías de Mazuera y Báez, estos modernos Robert, Macario y Beltrán.

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