Índice de Mi historia militar y política 1810-1874 de Antonio López de Santa AnnaCapítulo XVIIICapítulo XXBiblioteca Virtual Antorcha

MI HISTORIA MILITAR Y POLÍTICA
1810-1874

Antonio López de Santa Anna

CAPÍTULO XIX

EL EMPERADOR MEXICANO EN DESACUERDO CON EL MARISCAL FRANCÉS. CRUELDADES DE LOS FRANCESES. EL MINISTRO DE LOS ESTADOS UNIDOS, SEWARD MAZUERA


Las primeras noticias de México favorecían al imperio, decían: El país entero reconoce y obedece al emperador; hay dinero y animación, Maximiliano anda visitando las poblaciones del interior, en todas partes recibe ovaciones entusiastas ...

Las posteriores iban cambiando en el orden siguiente: El emperador y el general Bazaine aparecen en desacuerdo; los franceses despliegan un carácter duro; las comisiones militares fusilan mexicanos en abundancia; les parece que están en Argel; las cosas cambian, el disgusto se generaliza y todo anuncia una tormenta.

Las últimas eran desesperantes: La situación va haciéndose intolerable por momentos; para cambiarla bastaría la presencia de un caudillo acreditado, capaz de impulsar y dirigir un movimiento contra estos franceses.

En el descontento del pueblo mexicano con los franceses no cabía duda; y para hacer conocer que confrontaba con él y darle ayuda, escribí y publiqué la alocución de 8 de julio de 1865, la que llenó su objeto en los lugares que fue conocida: la revolución comenzó con vigor.

La prensa periódica de los Estados Unidos se explicaba fuertemente contra la permanencia de los franceses en México, y como esto halagaba mis miras, llegué a pensar que allí encontraría seguramente lo que necesitaba para lanzarme a acaudillar el movimiento y conseguir la expulsión de los franceses. Mi animación era tanta que me dirigí al presidente de aquella República, pidiéndole su ayuda directa o indirecta.

Desesperaba de la contestación, cuando un vapor de guerra de los Estados Unidos ancló en el puerto de St. Thomas, conduciendo al ministro de Estado, Mr. William H. Seward, quien de la casa del gobernador pasó a la mía.

La inesperada visita de este personaje púsome en deseo de saber su objeto, pero en media hora de plática no conseguí una contestación explícita; palabras cortadas en voz baja, como el que quiere hablar y se detiene. Quiso saber ¿qué fui a hacer a Veracruz con la plaza ocupada por los franceses?, y lo satisfice. Sin embargo, del misterioso manejo del diplomático comprendí sus intenciones: estábamos acordes en la expulsación de los franceses, y me ofreció protección. Al despedirse, con mirada significativa y fuerte apretón de mano, me dijo: ¡General, a México!

Al siguiente día preparábame para pagar a Mr. Seward su visita, cuando el vapor zarpaba del puerto.

La intempestiva y rápida aparición del ministro de los Estados Unidos en St. Thomas dio que hacer a los curiosos; creían ver algo que se combinaba y recordaban el ruidoso convite que me había dado a bordo pocos días antes el jefe de una escuadra americana.

Cabe en este lugar dar a conocer al neogranadino Darío Mazuera (monstruo de maldad), autor de la intriga fraguada para llevarme a los Estados Unidos y robarme; y como este viaje fue para mí un manantial de desgracias que no pueden extraerse de la relación que sigue, es de necesidad exhibir a ese hombre en su originalidad.

Darío Mazuera, a la edad de veintiséis años, reunía elegante figura y una locuacidad extraordinaria que le facilitaba introducirse en la alta sociedad; inquieto y audaz por carácter, se introdujo en las filas contrarias al general Mosquera, en el tiempo de la revolución de Nueva Granada, donde se dio a conocer por sus instintos de ferocidad salvaje. Huyendo de Mosquera se asiló en el Perú. Desde Lima me escribió dos cartas, pretendiendo que le enviara apuntes que le proporcionaran escribir mi historia, pues aunque no me conocía de vista sentía viva simpatía por mi persona. Extrañé tanta confianza y mi contestación no excedió de lo que la buena educación demandaba. A la caída del presidente del Perú por una revolución, Mazuera emigró con un buen botín que había estafado a su favorecedor, faltando a la confianza, y se apareció en St. Thomas. Mazuera me visitó usando palabras de un miserable adulador, y entonces tuve la desgracia de conocerlo.

Para captarse mi confianza insistía hasta el fastidio de ocuparse de mi historia, y algunos días empleaba en hacer apuntaciones; pero lo que ocupaba su cabeza verdaderamente era mi fortuna colosal que había leído en varios periódicos mexicanos, y trataba de encontrar los medios de explotarla a su modo, cuidando de ocultar su audacia y el ceño del criminal intercopiado en su semblante.

Una noche, mostrando cansancio, dijo: He empleado todo el día para alistar mi viaje a New York, y no he podido ver a usted antes; mañana temprano iré navegando ... De New York pasaré a Washington; mucho me agradaría emplearme por allá en servicio de usted. No necesito ningún suministro (y me enseñó su cartera con billetes de banco). Oportuna ocasión me pareció para dirigir la carta escrita al presidente de aquella República, y se la recomendé, imponiéndolo antes de la importancia de su contenido.

Desde Washington me escribió así:

He llegado felizmente. El presidente me admitió en su presencia y puse en sus manos la carta de usted. Estos hombres economizan mucho las palabras, y nada me dijo de contestación.

En su segunda carta decía: Me presenté al ministro de Estado Mr. Seward, como agente y amigo de usted y me recibió cortésmente.

En la tercera se reducía a decirme: que el ministro de Estado se había ausentado y no había vuelto a verlo.

El viaje de Mr. Seward a St. Thomas sirvió al perverso designio de Mazuera completamente. Así fue que en su cuarta carta se extendió a decirme. El ministro de Estado regresó bien de su viaje; no puede usted figurarse cuánto es su contento por haber hablado con usted en esa, pues se muestra muy su adicto; me ha dicho que puedo verlo cuando quiera.

La última carta de Washington contenía estas mismas palabras: He conseguido poseer la confianza del ministro; le he dado una comida y tuve la satisfacción de tenerlo a mi derecha y un senador influyente a mi izquierda. Creo estar bien pronto en la presencia de usted bien despachado.

Todavía de New York Mazuera me escribió: Voy ya en camino para esa, pero me detendré en ésta tres días. Adquiriré conocimiento con el señor general Ortega y otros mexicanos liberales que están aquí huyendo del imperio, y estoy con el empeño de adherirlos a usted, pues podrán ayudarlo en su noble empresa contra los franceses. Ya diré a usted a nuestra vista.

Así Mazuera se burlaba de mi buena fe, cuando yo creía haber encontrado en ese mal hombre la capacidad que necesitaba.

Mazuera llego por fin a St. Thomas acompañado de Abraham Báez, Vicente Julve y Luis de Vidal y Rivas, fue luego a verme: General, venimos por usted, en New York se le espera; a nuestra presentación en el puerto los cañones del fuerte saludarán al ilustre mexicano, y para no detenernos traigo el hermoso vapor Georgia, de excelente andar, que he comprado en doscientos cincuenta mil pesos con plazo de dos meses. En la bahía puede verse.

La compra del vapor y su crecido valor llamó mi atención y me negué a aprobarla; pero Mazuera era hombre de recursos; imperturbable siguió su obra. Me entregó una carta de mi amigo, el distinguido general venezolano don José A. Báez, a quien había sorprendido seguramente, pues la carta decía: Con mucho gusto emitiré mi opinión respecto de la empresa que a usted ocupa, ella corresponde a un hombre, esclarecido patriota, que mira con celo justamente la dominación del suelo patrio por ávidos extranjeros que derraman la sangre de los compatriotas sin misericordia ... En este país libre y rico usted conseguirá recursos; los momentos son oportunos. Venga usted pues y proporcióneme el gusto de verlo.

Al día siguiente, Mazuera y sus compañeros de viaje concurrieron a mi casa; acompañábalos don Miguel Lozano, cónsul de Perú. El primero, presentando un papel con grande sello en inglés y su traducción en español, con tono grave me dijo: El honorable Mr. William H. Seward, ministro de Estado en Washington, se sirvió confiarme este memorándum con el encargo de ponerlo en las manos de usted, como tengo el gusto de hacerlo. El señor don Miguel Lozano que está presente, amigo fiel, ha tenido la bondad de traducirlo en castellano. Su contenido explica si mis trabajos en obsequio del señor general han sido fructuosos.

Sentados todos pedí al traductor leyera lo que había traducido y lo hizo en alta voz.

Memorándum reservado. En la Cámara de Diputados está aprobado el préstamo de los cincuenta millones de pesos para México, y en el Senado tendrá igual resultado. De esa suma, treinta millones podrán destinarse para la expedición del general Santa Anna. Su presencia por aquí se hace ya necesaria: será apoyado. En Washington a 2 de abril de 1866. Seward.

Me agradó tanto el contenido del memorándum, que no pude ocultar mi contento, ni me detuve a examinar su autenticidad, sólo pregunté a Mazuera:

¿El ministro Seward ha entregado a usted el documento para mí?

Sí, señor, él mismo en la pieza de su despacho.

Y como no hay cosa más fácil que engañar al hombre de buena fe, al que no es capaz de pensar mal de nadie, caí en la trampa. Mi respuesta fue decir a todos los presentes: Señores, supuesto el contenido del papel que se ha leído, no hay más que prepararnos para marchar.

Mazuera, que sin pestañear acechaba mis movimientos, aprovechó mi contento poniéndome a la firma pagarés por el valor del vapor Georgia, pagaderos a dos meses cumplidos, y los que tomó de las manos de Báez, hebreo hábil con el sobrenombre de comerciante de New York. ¿Y cómo desairaría al que se había hecho merecedor a toda consideración? Para salir del conflicto tuve que aceptar la responsabilidad del pago y firmé los dichos pagarés. En seguida, Báez desempeñó su papel muy bien. Con semblante compungido y apretándose las manos me manifestó que llevaba el compromiso de entregar en St. Thomas al capitán del Georgia cuarenta mil pesos o una fuerte multa. No tenía la suma indicada, pero inclinado a servirlo se buscó bajo mi crédito y responsabilidad.

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