Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo séptimo - Una persona perniciosa y de mala índoleCapítulo noveno - El asesinato de McKinleyBiblioteca Virtual Antorcha

Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo octavo
De regreso a la Isla de Blackwell



Cuando, en agosto de 1894, Emma Goldman volvió, ya libre, de la Isla de Blackwell, fue saludada por una entusiasta comisión de recepción.

En el Thalia Theater del Bowery se realizó en su honor un acto al cual concurrió una verdadera multitud, y más de cien personas quedaron fuera por falta de espacio. Retornaba convertida en figura famosa o infame, según fueran las ideas políticas y sociales de quien la juzgara.

La cantina de Justus Schwab, situada en el número 51 de la calle Primera, era en aquella época el lugar donde, según palabras de Emma, se reunían todos. Todos los radicales, se comprende.

Para la prensa, aquél era el cuartel central de la infamia internacional. Siempre en busca de artículos sensacionales, Nellie Bly fue a visitar el local de Schwab y quedó muy sorprendida al ver que hombres y mujeres entraban por la misma puerta. Después de bajar tres escalones, se encontró frente a un alto mostrador, inocente de vasos y, peor aún, sin almuerzo gratis.

Detrás del mostrador había aproximadamente una docena de copas, pero las mismas quedaban casi ocultas tras pilas de libros, los que sumarían unos seiscientos.

¡Extraña cantina, en verdad!

Como si esto fuera poco, había allí una pizarra donde sus asombrados ojos leyeron algunos pensamientos sorprendentes:

En las colinas de Nueva Jersey, donde nadie oye, resonará la libre palabra.
El esplendoroso Sol se eleva para saludar a una raza de esclavos
; y,
Arrestad a toda enagua que ponga en peligro el bienestar de la República.

Acorde con sus sentimientos de desprecio por los temerosos burgueses que habían encerrado a Emma durante un año, Schwab dio a las enaguas una calurosa bienvenida. Emma ocupó con verdadero placer su lugar en aquel círculo donde reinaba el buen humor y se discutía con ardor.

Eran asiduos del local no sólo otros anarquistas sino también varios hombres de letras tales como Ambrose Bierce, James Huneker, Sadakichi Hartmann y John Swinton.

La amistad de estos notables liberales norteamericanos tuvo una influencia especialmente importante en la evolución de Emma. Mientras estaba en la prisión, recibió un ejemplar dedicado de The Life of Albert Brisbane, enviado por el hijo de éste con una nota de saludo. La lectura de esta biografía la hizo penetrar en el mundo del radicalismo norteamericano de 1840.

Ya fuera de la cárcel, fue invitada a comer por John Swinton, ex redactor de los artículos de fondo del Times de Nueva York y más tarde editor del Sun de la misma ciudad, quien tenía ciertos antecedentes radicales -había apoyado el movimiento abolicionista y defendido a Walt Whitman- y era, además, amigo de los exiliados políticos que buscaban asilo en los Estados Unidos.

Sus conversaciones con Swinton y otros norteamericanos le permitieron conocer algo de las fuertes tensiones anticapitalistas que existían en el país; de tal manera, llegó a una posición que prácticamente ningún radical extranjero se mostró capaz de tomar: dejó de lado su superficial idea de que aquélla era una nación sin idealistas y resolvió dedicarse a hacer propaganda entre los naturales del país.

Gran parte de la significación que tuvo Emma dentro de la vida norteamericana es, indudablemente, producto de esta determinación. En efecto, si se hubiera contentado con hacer propaganda en alemán e idisch dentro del hermético círculo de los grupos de habla extranjera, habría sido una figura de interés histórico pasajero.

En aquella época conoció a Lillian Wald, Lavina Dock y otras personas que trabajaban en los centros de asistencia social y se ocupaban,de los problemas de los necesitados del East Side. Aunque sentía admiración por estos idealistas sinceros, capaces de actos nobles y generosos, se mostraba escéptica en cuanto a los resultados de su obra. ¿De qué les servía a los pobres que les enseñaran a comer con tenedor, se preguntaba, si no tienen alimento?

En su concepto, la tarea educativa de estos centroS llegaría a crear, sin quererlo, cierto snobismo entre la misma gente que trataban de ayudar. Por su parte, aunque sólo más tarde conocería bien a Emma, Lillian Wald no se interesó en el anarquismo de aquélla y en sus críticas fundamentales del orden social imperante. Al igual que la mayoría de los liberales norteamericanos, Lillian Wald prefería enfocar los problemas pragmáticamente y por partes.

Muy acertada es la aseveración de su biógrafo:

En aquella época no se dedicaba demasiado a analizar el problema. Las doctrinas en sí no le interesaban; sólo le importaba la gente.

A pesar de sus diferencias con Lillian Wald y otros liberales, Emma llegó a conocerlos bastante y a respetar sus ideas.

También trabó conocimiento con algunos de los dirigentes del movimiento en pro del impuesto único y aprendió a apreciar su jeffersoniano ahínco en defender la libertad de palabra.

Cuando preparaba una apelación en favor de Berkman conoció, entre otros, a Ernest Crosby, quien la impresionó con su comprensiva actitud de simpatía hacia un hombre con quien no podía estar de acuerdo por cuanto era tolstoiano y repudiaba la violencia. En años posteriores, cuando luchaba por la libertad de palabra, Emma recibió gran apoyo de este grupo.

Fue así como, gradual pero efectivamente, salió de su reducido núcleo para entrar en la vida norteamericana.

2

Entre las personas con quienes se relacionó durante su campaña para lograr una conmutación de la pena de Berkman se encontraba Edward Brady, austríaco que había pasado diez años en prisión por distribuir literatura anarquista.

Éste era el individuo más culto que Emma había conocido hasta entonces, pues no se limitaba, como Most, a los temas sociales y políticos. Bajo la guía de Brady, comenzó a leer a los clásicos de la literatura: Goethe, Shakespeare, Rousseau, Voltaire. Cuando hubo aprendido a leer en francés, se dedicaron a Molilke, Racine y Corneille. Al tiempo que su amistad con Brady evolucionaba hacia un dulce compañerismo, Emma ampliaba su campo intelectual.

A pesar de que le preocupaba la trágica situación de Berkman -y Brady sabía perfectamente que el mismo ocupaba los pensamientos de Emma la mayor parte del tiempo-, su amistad maduró hasta convertirse en amor.

Durante los siete años siguientes, la vida privada de Emma estuvo ligada a la de Brady.

Aunque se amaban profundamente, estaban en continuo conflicto, pues Brady no aprobaba la actividad permanente de Emma en favor del anarquismo. Consideraba que esa vida no era natural para una mujer. Con una actitud que Emma encontraba típica de un patriarca alemán, la deseaba toda para sí, quería tenerla cerca para prodigarle protección, amor y cuidados. Pero a Emma le disgustaba que la trataran como a una propiedad.

Brady le había pedido que dejara las conferencias y se convirtiera en su esposa para darle un hijo: tenía el convencimiento de que el movimiento la atraía simplemente por insatisfacción de sus impulsos maternos. Trató de obligarla a elegir entre su obra y su amor; mas Emma no aceptó tal imposición y, finalmente, se separaron.

3

La experiencia que reunió en el hospital de la prisión la capacitó para desempeñarse luego como enfermera práctica. El, doctor White, médico de la cárcel, le dio un empleo en su consultorio privado, y su amigo, el doctor Julius Hoffman, le recomendaba pacientes. También tenía un puesto en el Hospital Beth-Israel, trabajo que en esa época daba muy pocas satisfacciones por ciertp: exigían muchas horas, la paga era miserable y, para colmo, trataban a las enfermeras sin título como si fueran sirvientas. Se dio cuenta de que para conseguir un buen empleo, le era necesario un título. A instancias de Brady partió de Nueva York en agosto de 1895 con destino a Viena, donde estudiaría obstetricia y enfermería en la Allgemeines Krankenhaus.

En camino a Austria, desembarcó en Gran Bretaña para realizar una gira por Inglaterra y Escocia y pronunciar conferencias. Aprendió a replicar a las burlonas preguntas del públicO de Hyde Park y conoció a varias figuras del movimiento libertario tales como las nietas de Dante Gabriel Rossetti, Olivia y Helena (que en esos momentos dirigían la publicación The Torch), su amado maestro Pedro Kropotkin, el ya legendario Errico Malatesta y Louise Michel, la famosa Vierge Rouge de la Comuna de París.

Llegó a Viena al primero de octubre y se inscribió en la escuela como señora de Brady. Prudentemente, se dedicó sólo a sus estudios sin pretender en ningún momento desarrollar alguna actividad en oposición al Imperio de los Habsburgo. Los cursos de obstetricia, enfermedades infantiles y materias anexas eran dictados por profesionales muy capaces, entre los cuales se encontraba un joven llamado Sigmund Freud.

Al terminar el año rindió dos exámenes y recibió dos diplomas, uno de obstetricia y otro de enfermería.

Cuando retornó a Nueva York en el otoño de 1896, pudo considerarse satisfecha de los resultados de su viaje al exterior. Su inquieta mente y su gran energía la habían hecho avanzar bastante en el camino hacia una meta largamente acariciada: la práctica de una profesión dentro del campo de la medicina. Además, había podido participar de la vida cultural de Viena: oyó El Anillo de los Nibelungos de Wagner y vio a la incomparable Eleonora Duse en el papel protagónico de la obra Heimat de Hermann Sudermann. Y lo que es más importante aún, leyó a Nietzsche, a Ibsen y a otros autores que estaban creando la nueva literatura.

Gracias a las lecturas que ella misma seleccionaba, se convirtió en autodidacta, aunque la falta de una sistemática educación formal la perjudicaría en ciertos aspectos durante el resto de su vida.

Emma sólo tenía oportunidad de trabajar como partera entre las inmigrantes más pobres del East Side: las que tenían algunos recursos preferían, al igual que sus hermanas norteamericanas, los servicios de un médico. Diez dólares era lo máximo que podía cobrar por parto, aunque a menudo se le pagaba mucho menos.

Quedó aterrada al descubrir la pobreza y la desesperanza en que vivían sus pacientes, pues su ocupación le permitía observar bien de cerca a los trabajadores cuya situación había sido para ella más bien un concepto abstracto. Le impresionó particularmente la desesperada lucha de las esposas de los pobres obreros por evitar los embarazos frecuentes. Sufría profundamente por sentirse impotente para auxiliar a estas desgraciadas criaturas.

Gracias a su trabajo, Emma pudo conocer hechos sumamente interesantes. Una Nochebuena, memorable para ella, el doctor Hoffman la llamó para que fuera a atender a una enferma morfinómana. Emma no tardó en descubrir que su paciente, la señora Spenser, dirigía una casa pública. Para su sorpresa, se enteró de que el sargento Jacobs, uno de los principales responsables de su encarcelamiento en 1893, era el amante de la señora Spenser y que el ex fiscal auxiliar de distrito, McIntyre, visitaba regularmente el establecimiento de primera categoría de esta señora, quien también le relató que las muchachas preferían a cualquiera antes qué a ese asqueroso.

Con gran satisfacción, Emma recordó que habia sido McIntyre quien advirtió seriamente al jurado que si se le dejaba en libertad, sería como levantar la bandera de la anaquia y hacerla flamear sobre las ruinas de la ley y del orden; llevado por su oratoria, McIntyre había dicho también que Emma era uno de esos extranjeros capaces de clavarle un cuchillo a cualquiera o hacer volar media ciudad con bombas de dinamita.¡Y pensar que este pilar de la ley y del orden -reflexionó Emma- era el hombre a quien nadie quería en el burdel de la señora Spenser!

4

En 1899, sus amigos Herman Miller, presidente de la Brewing Company de Cleveland, y Carl Stone, hombre de buena posición, le ofrecieron a Emma su generoso apoyo financiero a fin de que pudiera seguir su ansiada carrera médica.

Ambos se comprometieron a ayudarla hasta que se recibiera. Miller le compró algunas ropas y le dio 500 dólares para el pasaje y los primeros meses de estada en el extranjero.

Por ese entonces era ya una figura pública y el olimpico Times de Nueva York informó de su partida en el St. Louis como acontecimiento de importancia.

En viaje a Suiza, volvió a detenerse en Inglaterra, donde habló en el Athenaeum Hall de Londres y en el East End.

A pesar de los esfuerzos de Kropotkin por disuadirla, decidió realizar actos en contra de la guerra de los boers. Los jingoístas amenazaron desbaratar la reunión que proyectaba efectuar en South Place Institute, pero Emma hizo frente a la oposición y logró llevar adelante su mitin con muy buen éxito.

En Londres conoció a Hippolyte Havel, revolucionario checo emigrado. Juntos visitaron varias veces la zona de Whitechapel y otros distritos del East End de Londres, donde observaron con horror la irremediable miseria en que vivían aquellas desesperanzadas criaturas, a quienes consideraban víctimas del capitalismo inglés.

Este compartido sentimiento de simpatía por los indigentes creó un lazo entre ambos. Ya separada definitivamente de Brady, Emma comenzó a sentir que el amor volvía a reclamarla. Cuando partió hacia París, iba acompañada de Havel.

Unas semanas más tarde recibió una carta de Carl Stone, en la que éste le recordaba que su asignación le había sido dada para que estudiara medicina; Stone la conminó a elegir entre su trabajo de propaganda y su nuevo amor y sus estudios.

En la misiva, su benefactor le decía:

Sólo me interesa E.G. mujer; sus ideas no significan nada para mí. Sírvase escoger.

A lo cual respondió la interesada:

E.G. mujer y sus ideas son una sola cosa. No está para diversión de advenedizos, ni tampoco permitirá que nadie mande sobre su vida. Guárdese su dinero.

Cuando se enteró de que Miller también había desistido de la empresa de financiarle los estudios, Emma no tuvo más remedio que abandonar sus proyectos. Si hubiese deseado profundamente doctorarse en medicina, habría dejado para más adelante su lucha en favor del anarquismo.

La reacción de aquellos dos amigos que habían deseado ayudarla era muy comprensible. Pero, por otro lado, Emma seguramente no creyó que tendría que posponer sus ideas y su vida personal cuando aceptó su colaboración. Por ello es igualmente comprensible que rechazara el intento de Stone y de Miller de gobernar su vida por el solo hecho de otorgarle una subvención.

Durante su estada en París, Víctor Dave, anarquista francés amigo suyo, la llevó a una reunión secreta del Congreso Neomalthusiano donde le presentaron a Paul Robin, a Madeleine Verne y a los Drysdale.

Emma acudió allí deseosa de conocer los diferentes medios tendientes a evitar la preñez y los métodos que se podían aplicar para limitar la natalidad. Pensaba en sus desesperadas pacientes del East Side.

También tenía intención de asistir al Congreso Anarquista, mas a último momento las autoridades francesas lo prohibieron.

Concurrió a algunas reuniones secretas efectuadas en casas privadas pero, dadas las circunstancias, sólo se pudieron considerar brevemente los problemas más apremiantes.

Al finalizar estas reuniones subrepticias, retornó a los Estados Unidos; desembarcó en Nueva York el 7 de diciembre de 1900.
Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo séptimo - Una persona perniciosa y de mala índoleCapítulo noveno - El asesinato de McKinleyBiblioteca Virtual Antorcha