Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo trigésimoprimero - Ningún lugar donde descansar la cabezaCapítulo trigésimotercero - Hasta el último alientoBiblioteca Virtual Antorcha

Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo trigésimosegundo
España: la cima de la montaña



Durante años se había comentado que Emma Goldman estaba a punto de retirarse.

Goldman pertenece ya al pasado, se había burlado en 1931 Laurence Stallings; ni siquiera fue capaz de admitir que le complacía cebarse en un tigre sin dientes (1).

Varios años después, también el director de Harper'S señalaba el fin de la carrera de Emma:

Es extraño el efecto que tiene el tiempo sobre las causas políticas. Hace apenas una generación, muchos conservadores norteamericanos creían que las opiniones de Emma Goldman barrerían con todo. Ahora lucha casi sola por una causa aparentemente perdida; la gran mayoría de los radicales contemporáneos están contra ella ... (2).

Pero Emma no deseaba en modo alguno quedar relegada al pasado e ignoró estas prematuras notas necrológicas:

Todavía me falta mucho ¡para retirarme -le informó adustamente a una joven pareja que en 1936 le inquirió al respecto-. En realidad, estoy ahora más decidida que nunca a hacer que mi vida termine tal y como comenzó, en la lucha.

Mas no contaba con el suicidio de Berkman, acaecido unos meses después.

Tras el tremendo golpe, sola como nunca lo había estado, se sintió hundir cada vez más en un estado de congoja y desesperación.

Fue entonces, el 19 de julio de 1936, cuando los obreros españoles ofrecieron la primera resistencia activa contra el fascismo europeo, al desbaratar una insurrección militar y poner los cimientos de una revolución social de gran magnitud.

Guiados por su fe en el anarquismo, profundamente arraigado en España desde los tiempos de Bakunin, los revolucionarios formaron establecimientos agrarios e industriales colectivos, e iniciaron un serio esfuerzo tendiente a crear un futuro de libertad e igualdad.

Emma seguía las noticias de aquella hazaña con tan grande interés, que pronto sus problemas personales comenzaron a parecerle insignificantes.

Es de imaginar la inmensa alegría que le produjo la misiva de Agustine Souchy, secretario de la Comisión AnarcoSindicalista, donde la llamaba a servir en la extraordinaria empresa.

Llena de júbilo, Emma le comunicó a su sobrina que la carta contenía una invitación para que fuera a Barcelona. Créeme, mi corazón dio un salto y el terrible peso que me oprimía desde la muerte de Sasha, desapareció como por arte de magia (3).

2

Cuando, en septiembre de 1936, Emma arribó a Barcelona, la aguardaban con los brazos abiertos los miembros de la poderosa Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

Diez mil camaradas concurrieron a un gran acto en el cual Emma los proclamó Maravilloso ejemplo para el resto del mundo.

Por primera vez en su vida se encontraba en una ciudad donde dominaban los anarquistas y existían perspectivas enormemente gratas:

He venido hacia vosotros como hacia mi propia familia -declaró-, pues vuestro ideal ha sido el mío durante cuarenta y cinco años, y seguirá siéndolo mientras tenga aliento (4).

Dejando momentáneamente a un lado sus dudas en cuanto a la pureza idealista de los anarquistas españoles, se lanzó a la lucha con todo su antiguo vigor y ánimo. Tenían una gran obra por delante y la necesitaban.

Los obreros catalanes querían que Emma se ocupara del servicio de prensa y propaganda de la CNT-FAI en Inglaterra.

Trataron de que viera con sus propios ojos lo ya hecho y también los graves problemas que debían enfrentar para que así pudiera hablar de la revolución con conocimiento de causa.

Hasta la ayudaron a llegar al frente aragonés a fin de que comprobara personalmente si se había militarizado a las milicias anarquistas.

A los sesenta y siete años, Emma se encontró en las trincheras, al alcance de los tiradores franquistas, conversando con Buenaventura Durruti, el ya legendario militante y organizador anarquista, y con obreros simples y cándidos que habían acudido en masa al frente para jugarse el todo por el todo en aras de la libertad de España (5).

Volvió del frente tranquilizada por no haber encontrado allí una disciplina de cuartel y sí, en cambio, el ideal de la igualdad, sostenido por cada combatiente, desde el soldado raso hasta el oficial.

Lamentaba que esta revolución, lo mismo que todas en los tiempos modernos, tuviera que nacer de la guerra, pero le cnmplacía saber que los anarquistas gozaban de la fama de ser los mejores en el campo de batalla.

Consciente de que el problema fundamental de España era su sistema agrario feudal, visitó cuantos establecimientos agrícolas colectivos pudo. La impresionó especialmente Albate de Cinca, una aldea colectivizada de la provincia de Huesca. La gran extensión de tierra que antaño perteneció a un solo hombre, siempre ausente, había sido repartida entre los cinco mil residentes del lugar, recibiendo cada familia una parte proporcional a la cantidad de personas que la integraban. Aunque aquellas tierras habían estado abandonadas durante años y los nuevos propietarios casi no contaban con maquinarias modernas, éstos lograron magníficos resultados en aquella aventura en común.

Naturalmen~e, estaban muy orgullosos de la trilladora que habían adquirido y de su capacidad para cultivar el suelo con buen éxito sin la direpción de una persona extraña al grupo o de algún representan\e del Estado.

Los camaradas de Cinca consideraban su deber demostrar la calidad superior del trabajo en común, observó Emma.

Su alegría fue mayor al comprobar que no existía nada semejante a la Cheka ni indicio alguno de maquinaria estatal (6).

La colectivización de las fábricas no había seguido un proceso tan extraordinario pues los obreros vieron obstruida su labor por la oposición del gobierno de Madrid, la huida de muchos técnicos y administradores, la creciente dificultad para obtener materias primas del exterior y la pérdida de los principales mercados nacionales y extranjeros.

No obstante, quedó asombrada ante la capacidad de aquellos trabajadóres a los que se suponía carentes de la preparación necesaria. El Sindicato de los Metalúrgicos constituía un notable ejemplo. En sólo dos días había convertido una fábrica de automóviles en otra de armamentos y cuando llegué, en septiembre de 1936, ya trabajaban en tres turnos y producían las únicas armas que durante aquel período crítico pudieron obtener los leales (7).

Todo lo visto en España aumentó su convencimiento de que los anarquistas de ese país habían probado que el patrón revolucionario bolchevique podía evitarse, que era factible llevar adelante un movimiento constructivo sin ahogar la libertad.

Tras sus visitas a los establecimientos colectivos, informó durante una gran asamblea de la juventud de la FAI:

Vuestra revolución destruirá por siempre jamás (la idea) de que el anarquismo significa caos (8).

Era descabellado pretender que una revolución no tropezara con serios obstáculos, y eso es lo que sucedía con la española, que para peor debía hacer frente a un ataque armado.

Según el punto de vista de Emma, sólo existía una salida: He sostenido y sigo sosteniendo -escribió--, que la defensa armada es la única respuesta al ataque fascista y contrarrevolucionario (9).

Dada la situación, no se inclinaba a condenar de modo absoluto excesos tales como la destrucción de iglesias. Después de todo, ¿quién se atrevería a criticar a un pueblo que, pese a la situación difícil en los frentes de Madrid y Zaragoza, enviaba mil delegados a Barcelona para tratar sobre la enseñanza moderna y los peligros de la centralización?

Antes de partir para Inglaterra, la llevaron a los Pirineos, donde tuvo ocasión de conocer un experimento educativo libertario.

Debo confesar que, prácticamente, tuvieron que subirme por la montaña hasta una altura de cuatro mil pies sobre el nivel del mar. Y si pude llegar fue únicamente gracias a que de un lado me ayudaba el profesor Mawa y del otro, los hijos del camarada Prig Elías. Delante nuestro iba cantando alegremente un grupo de niños. Nos seguía otro, dirigido por un camarógrafo. Reconozco que fue una hazaña dificilísima, pero no me la habría perdido por nada del mundo. En la cima de la montaña encontramos una blanca casita de campesinos y un pedazo de tierra. Fuimos saludados por un gran banderín donde se leía en grandes letras el nombre de la colonia: Mon Nou (Mundo Nuevo). Su credo era: Los niños son el mundo nuevo. Y todos los soñadores son niños; aquéllos a quienes impulsa la bondad y la belleza (10).

La pena que experimentó al descender de aquella montaña de idealismo para bajar nuevamente al mundo criminal fue una suerte de presentimiento. Nunca más volvería a sentirse tan feliz.

3

Aunque casi habría preferido morir en España antes que vivir en Inglaterra, en diciembre se encaminó a Londres con el propósito de lograr apoyo económico y moral para sus camaradas españoles, que tanto lo necesitaban.

La reacción internacional ante la situación ibérica hizo virtualmente inútil su gestión desde el principio. El gobierno conservador de Gran Bretaña había convencido a Francia y a otros países para que se adhirieran a una política llamada de no intervención; temían provocar a Alemania e Italia, que apoyaban a los insurgentes, y al general Franco, quien dominaba territorio dondel muchos ciudadanos británicos tenían importantes inversiones.

(Los Estados Unidos siguieron el ejemplo de los demás países en enero de 1937, cuando se promulgó un decreto auspiciado por Roosevelt. en el cual la nación se declaraba neutral y negaba toda ayuda a los leales).

En octubre de 1936, Rusia comenzó a intervenir no oficialmente en favor de los leales, pero, desde luego, lo hizo en su propio interés.

La Unión Soviética buscaba, entre otras cosas, detener la expansión alemana, mantener su alianza defensiva con Francia y fortalecer el hasta entonces insignificante partido comunista hispánico.

No era su propósito apoyar la revolución libertaria, pues ello habría significado el doble riesgo de debilitar su propia influencia autoritaria en España y de perder, en aquella época de frentes unidos, a sus aliados de Francia y otros países del mundo ansiosos de conservar sus bienes.

En resumen, una cosa unía a todas las grandes potencias: su oposición a la revolución española.

Cabía esperar que, por lo menos, los sindicalistas y socialistas extranjeros demostraran cierta solidaridad hacia los trabajadores españoles, pero, como Emma pronto descubrió, aceptaron sin pensarlo demasiado la idea de que primero había de ocuparse de la guerra contra Franco y sólo después, de la revolución.

En vano clamaba la CNT-FAI que la revolución y la guerra eran inseparables, que seguir adelante con la segunda dejando a un lado la primera significaba robarle al pueblo la voluntad de resistirse al fascismo y postergar la revolución por tiempo indefinido, quizá para siempre.

Mas, en concepto de los prácticos laboristas, aquella posición sólo era un izquierdismo infantil, un izquierdismo que impedía la necesaria centralización de las actividades militares e industriales. Algunos llegaron a aceptar la idea stalinista de que los revolucionarios apuñaleaban a la República por la espalda, como parte de una pérfida confabulación fascista. Resultado de este realismo y de estas difamaciones fue la indiferencia de la clase obrera europea ante el decisivo conflicto español. A lo sumo, los trabajadores aportaban pequeñas contribuciones a los diversos fondos de ayuda.

Ningún individuo aislado podría haber logrado cambiar de dirección la corriente de opinión contraria a los anarquistas españoles, pero Emma hizo todo lo que estuvo a su alcance. Estableció en Londres una oficina de propaganda de la CNT-FAI y comenzó la publicación en inglés del boletín de ésta. Con el propósito de combatir los sistemáticos ataques de la prensa contra la posición anarquista, inició campañas para que se enviaran cartas a los diarios y ella misma escribió algunas al Guardian de Manchester, al Daily Telegraph, al Evening Standard y a otros.

También publicó artículos en Spain and the World, periódico quincenal.

Se dedicó a organizar conciertos, muestras de arte catalán y exhibiciones cinematográficas con el fin de reunir fondos para sus camaradas.

Formó la Comisión de Ayuda a Mujeres y Niños Españoles< Sin Hogar, de la cual ella fue honorable secretaria y Stella Chuurchill, tesorera; la auspiciaban Sir Barry Jackson, Sybil Thorndike, Lady Playfair y otras personas notables.

Más tarde, convenció a Havelock Ellis, C. E. M. Joad, John Cowper Powys, Ferlher Brockway, Rebecca West, George Orwell y Herbert Read, para que prestaran su nombre y apoyo a otra comisión fundada por ella, la Solidaridad Internacional Antifascista, que constituía otro intento de hacer revivir a los muertos ingleses (11).

Pero los muertos se negaban porfiadamente a resucitar. Era tan difícil encontrar hombres de ideas honestas como intelectuales izquierdistas que pintaran con honradez y espíritu solidario la causa de los anarquistas españoles.

a amarga experiencia le enseñó lo mismo que más tarde descubriría George Orwell, a saber, que resultaba casi imposible conseguir que alguien publicara o dijera algo en su defensa. Y recién cuando salió a luz Homage to Catalonia (12) (1938) de Orwell, según expresó Emma en una carta a un amigo, se rompió la conspiración de silencio contra nosotros ... Por primera vez desde que se inició la lucha en 1936, alguien que no pertenece a nuestras filas se ha levantado para describir a los anarquistas españoles tal cual son en realidad (13).

Exasperada hasta lo indecible por la conducta de los intelectuales ingleses, su enojo y desprecio por quienes ni siquiera querían oír a los anarquistas fueron en aumento, lo mismo que su determlnación de abligarlos a conocer la verdad de los hechos.

Necesitó de toda su increíble tenacidad para pronunciar las incontables conferencias que formaron parte de su campaña en pro de la CNT-FAI.

En Lover under Another Name (1953.), Ethel Mannin, que en aquellos días se encontraba muy cerca de Emma, la describe en acción durante un acto más o menos típico. Pese a ser una obra de ficción escrita mucho tiempo después, el relato de la señorita Mannin tiene el sabor de lo auténtico: una anciana baja, regordeta, de mirada ceñuda, cabellos grises y gruesos lentes, Emma entró en la repleta sala y se sentó mirando ferozmente al público. Cuando se puso de pie para hablar, sus partidarios la aplaudieron, los fascistas dieron muestras de reprobación, mientras los comunistas la silbaban y cantaban L'Internationale. Se oyeron gritos que pedían la intervención de la policía.

Pero la roja Emma anunció rugiendo que ya hacia cincuenta años que enfrentaba tales tumultos, y que nadie podia hacerla callar con sus gritos. Y por Dios que tenia razón. Nadie pudo. Involuntariamente vinieron a mi memoria estos versos de The Marriage of Heaven and Hell:

Brama Rintah y lanza al cargado aire su fuego;
Hambrientas nubes cabecean en las profundidades.

Siempre me gustó la palabra cabecear. Y la voz de la roja Emma realmente parecía cabecear sobre las olas de la oposición.

Terminado su discurso y hecha la colecta, no dejó retirarse a la concurrencia sino que comenzó a enrostrar al público su escaso número -aunque el local estaba atiborrado- y su mezquindad al donar sólo 300 libras para la causa por la cual el pueblo español -les recordó a gritos- estaba dando su sangre.

Los asistentes quedaron subyugados por el ataque, y cuando terminó, la aplaudieron con enorme entusiasmo (14).

¡Vaya viejo tigre desdentado!

4

Pero comenzó a desalentarse, pues además de los insuperables o casi insuperables obstáculos que se le interponían en Inglaterrá, se sentia profundamente preocupada por las componendas a las que se avenían sus camaradas españoles.

En 1936, estando todavía en Barcelona, escribió:

Es evidente que los fines justifican los medios más imposibles ... y lo más trágico es que no hay retorno a los principios primeros. Por el contrario, uno se hunde cada vez más en el lodazal de las concesiones (15).

El objetivo era la derrota de Franco y la supervivencia de la revolución. Pero, aparentemente, para vencer a Franco resultaba imprescindible participar en el moderado gobierno del frente popular de MadrId y fue así que, en noviembre de 1936, el mundo tuvo el gusto de ver el curioso espectáculo de los anarquistas convertidos en ministros de Estado.

Mucho más grave, en opinión de Emma, era el hecho de que aceptaran armas de la Unión Soviética (con las inevitables ataduras que ello implicaba) llevados por el deseo de contar con los medios para combatir a Franco y vencer las dificultades que les significaba la política de no intervención de los países capitalistas.

Desarmados por estas concesiones fundamentales, los anarquistas se encontraron integrando el gobierno, aunque odiaban y temían toda forma de autoridad; se hallaron hombro a hombro junto a los comunistas, aunque odiaban y temían sul profundo autoritarismo y se percataban de que, al participar en el frente unido, traicionaban en cierto modo a los anarquistas que languidecían en las prisiones rusas; se encontraron luchando en ejércitos cada vez más centralizados y disciplinados, aunque odiaban y temían las consecuencias de la guerra y del militarismo.

Desde el principio, Emma criticó privadamente el camino elegido por los dirigentes de la CNT-FAI. Aún antes de la muerte de Berkman dijo, en una carta dirigida a su viejo amigo¡ que no era partidaria de que los anarquistas españoles participaran en las elecciones y rechazaba de plano toda idea de trabajar en común con los comunistas. Reconocía que esta negación de la filosofía anarquista era inútil a la par que peligrosa; además, afirmaba, aquello no dejaba de ser absurdo: los comunistas eran tan grandes enemigos de los anarquistas como los fascistas y, en la primera oportunidad, se volverían contra sus amigos para 4estruirlos (16).

Ahora urgía a los dirigentes de la CNT-FAI a acelerar la reVolución, a conservar las milicias populares, a recurrir a las huelgas y a otras medidas netamente revolucionarias.

Les advertía que, si aceptaban ser ministros, dejarían de ser hombres útiles a la causa y quedarían apartados de las filas anarquistas, que militarización se oponía totalmente al espíritu y a los principios del anarquismo y, sobre todo, que la colaboración con los comunistas era un paso fatal (17).

Lo mismo que en el juego de ajedrez, cada movimiento de los anarquistas españoles conducía a otro. Emma lo sabía muy bien y la angustiaba no poder convencer a sus camaradas de que cada concesión tornaba más inevitable el desastre final.

Sus cartas estaban llenas de tristes reflexiones acerca del inminente derrumbe:

(14 de noviembre de 1936) Las cosas no andan tan bien. Nuestra gente se las ve en figurillas ... A propósito de Rusia, querido, lamento desilusionarte.Rusia nunca hace nada por generosidad.
(5 de enero de 1937) El así llamado frente unido pende de un hilo. Sólo conseguiríamos hacer las cosas más difíciles para la CNT-FAI si fuéramos a decir claramente lo que pensamos.
(4 de mayo de 1937) Bueno, he ocupado mi lugar junto a los camaradas españoles. No puedo aceptar todo lo que hacen, pero su valor, su fortaleza y, más aún, su apasionada devoción a la revolución me han decidido a permanecer a su lado hasta el triste final (18).

Cuando escribía esta última carta, los comunistas combatían contra los anarquistas en las calles de Barcelona.

Desde principios de 1937, el gobierno de Valencia, dominado por los comunistas, había ido estrangulando en forma paulatina la revolución por medio de impuestos y decretos cuidadosamente planeados para colocar a las cooperativas, a las colectividades y a las milicias de los trabajadores bajo un poder centralizado.

El 3 de mayo de 1937, el gobierno trató de apoderarse de la central telefónica de Barcelona, que estaba en manos de los anarquistas, provocación a la cual opusieron resistencia los miembros de la CNT-FAI. Las fuerzas del gobierno se lanzaron contra los anarquistas y pronto se levantaron barricadas, dando principio a las infames jornadas de mayo. Pero los representantes anarquistas, temerosos de que las luchas intestinas debilitaran las fuerzas antifranquistas, no tardaron en hacer un llamamiento a los obreros para que abandonaran las barricadas. Entonces, los comunistas y sus aliados, incapaces de tales escrúpulos, iniciaron una larga serie de medidas represivas contra los trotskistas y los ingobernables anarquistas.

Siguiendo su ya conocida política, comenzaron a llenar las cárceles de presos políticos. Había llegado el triste fin predicho por Emma, con los comunistas a la cabeza de la contarevolución.

A despecho de todo, Emma seguía defendiendo públicamente a los dirigentes de la CNT-FAI y pedía comprensión para ellos, visto la terrible situación en que se encontraban.

Siempre reservó sus principales críticas a sus conversaciones y corresponderlcia privadas. Por primera vez en su vida, Emma expresaba ante el mundo ciertas opiniones y guardaba para su círculo íntimo otras que no deseaba dar a conocer.

Extremadamente difícil desde el principio, su posición se hacía cada vez más intolerable a medida que la tragedia se acercaba a su término.

A fines de 1937, Mariano Vázquez, secretario nacional de la CNT, le solicitó a Emma que actuara como delegada dd la organización ante una reunión extraordinaria de la Asociadión Internacional de Trabajadores.

Durante la sesión, realizada en París, Emma se encontró entre dos fuegos. De la derecha la atacaban quienes, como Max Nettlau, consideraban que ya había criticado demasiado los actos de la CNT-FAI, y de la izquierda la censuraban aquellos que, como Alexander Shapiro, estimaban que se había erigido en defensora de los estupendos errores y concesiones de los dirigentes españoles.

Inclinada toda su vida a la extrema izquierda, Emma tuvo que hacer el esfuerzo de contener sus dudas interiores para aprovechar al máximo aquella nueva experiencia de defender una posición céntrica:

Si no supiera que los españoles tienen al gobierno como recurso provisional que pueden arrojar por la borda cuando deseen, si no supiera que el mito parlamentario jamás los ha engañado ni corrompido, tal vez me alarmaría más el futuro de la CNT-FAI. Pero con Franco a las puertas de Madrid, difícilmente podría vituperarlos por elegir el menor de los males, por preferir la participación en el gobierno antes que la dictadura, el peor dq los males (19).

Aunque sus palabras estaban llenas de comprensión por el dilema en el cual se hallaban los anarquistas hispánicos, no denotaban pleno convencimiento de que las decisiones de éstos tuvieran justificativo. Quizá, entre todos los presentes, Emma era quien menos creía en su propio argumento de que el proceder de los españoles obedecía a una necesidad histórica y a la obligación de escoger el menor de los males.

Es indudable que Emma se dejaba llevar por sus sentimientos cuando defendía públicamente la línea de conducta de los anarquistas españoles. Como ella misma dijo en una de sus cartas, veía las contradicciones de la CNT-FAI con los mismos ojos que una madre a su hijo condenado.

A otro camarada le declaró:

En estos momentos corresponde tanto juzgar a nuestros compañeros como enjuiciar a un hombre condenado a muerte. Ahora debemos dejar a un lado todas las teorías y esforzarnos al máximo por ayudar a nuestros compañeros ... (20).

Pese a que su solidaridad para con los camaradas peninsulares era digna de encomio, y su modo de encarar el problema español estaba indudablemente influido por la impresión que le produjo el rugir de los cañones en Barcelona, no podía pasar por alto las teorías sin cosechar las co~secuencias. En aquella época sabía ya algo que otros aprenderían después: que hasta la victoria sobre Franco obtenida con ayuda soviética significaba, en última instancia, una derrota.

Cuando Emma no osó señalar pública y claramente esta verdad, dejó de cumplir su papel político más efectivo, el de la crítica honesta que no conoce términos medios.

La defensa de las concesiones fundamentales en las que se arriesgan los principios básicos es cosa que cuadra mejor a los políticos profesionales.

Pero, en último al!álisis, Emma siguió siendo esencialmente rebelde antes que revolucionaria. En una carta dirigida a una novelista amiga, que había puesto en duda el valor de las revoluciones cuando las mismas ahogan el espíritu creador, afirmó:

De algo puede estar segura: de que si la CNT-FAI llegara verdaderamente a vencer, llegara realmente a convertirse en la única fuerzá económica y espiritual y, desde esta posición, tratara de ejercer represión, yo sería la primera en cortar con ellos (21).

En ese caso, se rebelaría contra la propia revolución. Su espíritu maternal, que la inclinaba a perdonar y la había hecho apartarse de su verdadera y habitual línea política, no llegaba al punto de admitir que se tocaran las libertades básicas.

Aunque hacía mucho tenía el presentimiento de la derrota, se sintió abrumada de dolor cuando, finalmente, sus compañeros españoles cayeron vencidos.

A pesar de todas las concesiones y frustraciones, España le había brindado una imagen verdadera del Nuevo Mundo por cuya concreción había trabajado durante décadas. En su primer viaje, en 1936, había visitado una comunidad donde los ideales estaban dando hermosos frutos. Era aquélla una comunidad que no buscaba el lucro ni se entregaba al terror organizado; en ella el vil sometimiento de los muchos a los pocos había sido reemplazado por una genuina relación fraternal de tú y yo; se fomentaba en hombres y mujeres el espíritu de libertad, y en los niños, la capacidad para soñar. La mujer con un niño muerto en los brazos, que aparece en el grandioso cuadro de Picasso Guernica (1937), expresa la misma terrible angustia espiritual que experimentó Emma cuando esa dichosa comunidad fue destruida.

Es como si uno hubiese deseado toda la vida un hijo -le confesaba a una amiga-, y por fin, ya abandonadas las esperanzas, recibiera la dicha de tenerlo sólo para que la muerte se lo arrebatara inmediatamente (22).

Como último gesto de apoyo, Emma fue al Canadá a recoger dinero y expresiones de simpatía para la causa perdida.

El día 27 de junio de 1939, cuando celebraba su septuagésimo año de vida, recibió en Toronto un mensaje que la conmovió profundamente. Marino Vázquez, dirigente de la CNT refugiado en París, saludaba a la cansada anciana en nombre del movimiento libertario español. Su tributo, redactado con todo el floreo latino, era algo ampuloso:

Usted es la encarnación de la eterna llama del ideal del cual su vida es ejemplo vivo. Los militantes españoles la admiran y reverencian como todo anarquista debe admirar y valorar a los seres de gran corazón y perdurable humanidad para con todos los hombres ... La declaramos nuestra madre espiritual (23).



Notas

(1) Sun de Nueva York, 20-11-1931.

(2) Harper's Magazine, CLXX (diciembre de 1934), 52.

(2) Souchy a EG. 18-8-1936, IIHS, EG; EG a Stella Cominsky, 22-8-1936, BPNY, DEG.

(4) Boletín de Información de la CNT-AIT-FAI, 25-9-1936. (La AIT era la filial española de la Asociación Internacional de Trabajadores -Association International des Travailleurs-; Emma estaba a cargo de una edición inglesa de este boletín),

(5) Visita al Frente de Batalla, manuscrito inédito, sin fecha, CL.

(6) Albate de Cinca, manuscrito inédito, sin fecha, CL.

(7) La Atracción del Pueblo Español, manuscrito inédito, sin fecha, CL.

(8) Boletín de Información de la CNT-AIT-FAI, 15-10-1936.

(9) EG a Tom Bell, 4-10-1936, BPNY, DEG.

(10) Atracción del Pueblo Español, CL.

(11) EG a Harry Kelly, 1-I-1938, BPNY, DEG.

(12) En castellano Cataluña 1937-Testimonio sobre la Revolución española-, Buenos Aires, Editorial Proyección, 1963 (Segunda edición, 1964).

(13) EG a Rudolf Rocker, 6-5-1938, BPNY, DEG.

(14) Lover under Another Name, Londres, Jarrolds, Ltd., 1953, pp. 136-39.

(15) EG a Mark Mratchny, 3-11-1936, CL.

(16) EG a AB, 24-3-1936, IIHS, AB.

(17) EG a Mark Mratchny, 3-11-1936, CL; EG a Alexander Shapiro, 2-5-1937, IIHS. EG.

(18) EG a Stella Cominsky, 14-11-1936, BPNY, DEG; a Mark Mratchny, 5-1-1937, CL; a Rudolf Rocker, 4-5-1937, IIHS, EG.

(19) Discurso Pronunciado ante los Delegados al Congreso Extraordinario de la AIT, celebrado en París, sin fecha, BPNY, DEG.

(20) EG a W. S. Van Valkenberg, 4-4-1938, IIHS, EG.

(21) EG a Evelyn Scott, 19-7-1938, IIHS, EG.

(22) Ethel Mannin, Women and the Revolution, Nueva York, E. P. Dutton & Co., 1939, p. 137.

(23) Vázquez a EG, 12-6-1939, CL.
Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo trigésimoprimero - Ningún lugar donde descansar la cabezaCapítulo trigésimotercero - Hasta el último alientoBiblioteca Virtual Antorcha