Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo trigésimo - El regreso de la hija pródigaCapítulo trigésimosegundo - España: la cima de la montañaBiblioteca Virtual Antorcha

Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo trigésimoprimero
Ningún lugar donde descansar la cabeza



Los noventa días de permanencia en los Estados Unidos renovaron viejos e imperiosos interrogantes acerca de su relación con aquel país que tanto amaba.

Admitido que su sueño de adolescente, el de encontrar un nuevo paraíso, había sido demasiado visionario, ¿no existía nada en el presente que diera motivo a esperanzas más modestas? ¿Por qué no cortaba para siempre los lazos que la unían a una tierra donde había sido perseguida por la policía, acosada por las autoridades y brutalmente encerrada en prisión? ¿Cómo se explicaba que sus sentimientos más profundos siguieran aferrados a ese pueblo? En pocas palabras, ¿cuál era la razón de ese desesperado amor no correspondido hacia un país que, además de no devolverle su afecto, persistía en tratarla como a una extranjera eminentemente indeseable?

Años atrás, desde el exterior, había analizado la crisis norteamericana y llegado a la conclusión de que era el inevitable resultado del derrumbamiento de los valores materiales. América construyó su ilusoria riqueza y la proclamó única deidad digna de adoración (...) a la cual, al desplomarse como un castillo de naipes, no ha dejado nada que la reemplace (,) y ya no queda fuerza interior a la que recurrir ni integridad espiritual para crear nuevos ideales (1).

Su retorno a los Estados Unidos no le dio motivos para cambiar de parecer acerca del materialismo allí reinante. Más aún, en un artículo para Harper's, señalaba hasta qué punto se había generalizado el espíritu materialista:

En rigor, la vida se ha estandardizado, se ha hecho rutinaria y mecánica como los alimentos envasados y los sermones dominicales. El ciento por ciento traga dócilmente todas las informaciones que le sirven, todas las ideas y creencias fabricadas que le endilgan. Vive de la sabiduría que a través da la radio y de revistas baratas le entregan corporaciones comerciales cuyo único y filantrópico fin es vender lo que sea. Acepta las normas de conducta y los patrones artísticos que le imponen junto con la propaganda de goma de mascar, pasta dentífrica y pomada de lustrar zapatos (2).

En una de las conferencias que dio en Canadá poco después de finalizada su visita a los Estados Unidos, predijo el inevitable fracaso del Plan de Recuperación Nacional. El pueblo había cometido un gran error al tomar a Roosevelt por un nuevo mesías y al sentarse tranquilamente a esperar sus milagros (3).

Pero también observaba algunos signos auspiciosos. En la misma conferencia alabó a Roosevelt por haber introducido una nota más liberal en la vida norteamericana y haber ayudado -sin querer- a despertar al país a una conciencia social más profunda.

Reprochó a Berkman el que condenara sin atenuantes el New Deal: si bien era infantil y ya había fracasado, es representativo del espíritu aventurero de este pueblo; en cualquier otra parte del mundo, habría significado fascismo.

Deseaba hacer resaltar el hecho de que el pueblo norteamericano se lanza a la aventura, busca la innovación, el osado experimento, cosa que no hace ningún país europeo, excepto Rusia (4).

En su artículo del Harper's, rehusaba desesperarse por los muchos males que veía en los Estados Unidos:

Por el contrario, considero que el fresco espíritu norteamericano y las grandes reservas de energía intelectual no aprovechadas hacen de este país una hermosa promesa para el futuro.

Para ella, América seguía siendo la tierra de promisión.

2

En el aspecto personal, los pocos días pasados en la patria le hicieron sentir con mayor fuerza la angustia de la expatriación. Ahora, como nunca, se daba cuenta de que el exilio significaba algo más que el forzado abandono del medio familiar y querido y del trabajo de casi toda una vida. Significaba también perder el goce directo del amor y la comprensión de parientes y amigos (5).

Para naturalezas menos expansivas que la de Emma, el estar lejos de la patria era cosa difícil de soportar, pero para ella constituía un verdadero tormento.

Su desesperación se alivió brevemente con la visita que le hizo a fines de agosto el doctor Frank G. Heiner. Emma conoCió a Heiner, egresado de la Facultad de Osteopatía de Chicago y entonces alumno de sociología del profesor Ernest W. Burgess en la Universidad de la misma ciudad, en ocasión de pronunciar una conferencia en el Lincoln Center.

Hacía mucho tiempo que Heiner la admiraba sin conocerla personalmente. En uno de los banquetes celebrados en Chicago en honor de Emma, su ingenio y facilidad de palabra habían llamado la atención de ésta, quien se alegró sobremanera de encontrar a un hombre así pues, como le escribió a Berkman, en todo el territorio de los Estados Unidos no tenemos a ninguna persona notable que conozca la psicología de los norteamericanos y sepa cómo ganar su confianza. He descubierto en Chicago a alguien realmente excepcional. Por desgracia es ciego, lo ha sido desde que tenía dos meses de edad (6).

Pese a la desventaja física de Heiner, éste y Emma elaboraron todo un programa tendiente a revivir el anarquismo en el país. Heiner se encargaría de redactar una serie de panfletos que se distribuirían ampliamente entre la población, y también de hablar ante la mayor cantidad posible de organizaciones y grupos. Cuando Emma dejó Chicago, él siguió adelante con los planes que habían hecho juntos. Pero también trató de establecer un nexo más intimo con ella; convencido de que la gran ternura espontánea y absorbente, así como la tremenda vitalidad y pasión sexual de Emma era precisamente lo que siempre había buscado en la mujer, Heiner le confesó que la adoraba y le rogó que iniciaran una relación amorosa. Emma rechazó aquel ofrecimiento de dulce amor recordándole que él tenía treinta y seis años, y ella, sesenta y cinco; hasta los camaradas radicales que aceptaban sonrientes la relación entre un hombre maduro y una mujer mucho más joven, desaprobarían con toda seguridad el caso inverso. Lo que era más importante, tenía la certeza de que las cosas no saldrían bien pues recordaba demasiado vívidamente la penosa experiencia pasada doce años atrás con el joven sueco (7).

Heiner no quiso atender estas objeciones ni los temores de Emma de destruir su matrimonio. En cuanto a la diferencia de edades, le decía en una carta: Los años no cuentan para mi absoluta necesidad de tenerte a mi lado.

Mary Heiner, notable mujer que ayudó al esposo a vencer los obstáculos de su desventaja física, no deseaba interponerse en el camino de éste, y le informó a Emma que lo deiaba en libertad para que fuera a Toronto. Recién entonces consintió Emma Que Heiner la visitara. Siguieron dos semanas gloriosas durante las cuales Emma olvidó su exilio para regocijarse en el mundo de belleza que Heiner trajo consigo. Para no dejarlo mucho tiempo solo en su prisión de oscuridad, abandonó el artículo que estaba escribiendo para el Harper's y le dedicó cada uno de sus minutos. Años más tarde, Heiner recordaba que los momentos que pasaron juntos lo fueron todo para mí:

Ella me estimulaba tanto mental como físicamente ... En Toronto, durante nuestras largas horas de conversación, me hacía confidencias, me hablaba de sus esperanzas, temores, ideas, gustos, de los objetos de SU admiración y de su aversión, de lo que le gustaba y le disgustaba, de su vida pasada, de sus amigos y experiencias. Platicar con ella era como leer una docena de libros a la vez. Fuera del movimiento anarquista, que conocía íntimamente, había estado en contacto con las personas más importantes de su época (8).

En un estado igualmente exultante, Emma le escribió a la sobrina:

Tengo más fe en la humanidad ahora que he visto cómo Frank, con su indomable voluntad, ha sabido vencer las terribles dificultades de su desventaja fisica. También ha forta(lecido) mi creencia de que la libertad es la más alta expresión del hombre. Como verás, querida, Frank y yo coincidimos completamente en nuestras ideas, en nuestro sueño del mundo que deseamos construir, en nuestra necesidad de arte y belleza; con él he llegado a la total realización de mi alma femenina. ¿No es maravilloso que esto haya sucedido a mi edad? ¿Y en este mundo desagradable e indiferente? (9)

Pero el hechizo no podía durar mucho. Heiner regresó a Chicago y Emma tuvo que volver a enfrentarse con la triste realidad de su exilio en un Toronto vacío.

Durante el otoño de 1934, renació su esperanza de ser readmitida en los Estados Unidos. Poco tiempo antes, el coronel D. W. MacCormack, comisionado de inmigración, se había mostrado dispuesto a considerar la concesión de un permiso para una estada de seis meses. Sin embargo, cuando Baldwin presentó la solicitud en septiembre, MacCormack se negó a firmarla; la señorita Perkins, su superior, adoptó igual actitud. Baldwin informó por escrito que la secretaria de Trabajo le había dicho durante una conversación telefónica que, personalmente, deseaba el retorno de Emma, pero que no podía arriesgarse a auspiciarlo debido a la huelga general en San Francisco, a los ataques cada vez más violentos contra radicales y extranjeros por parte de los periódicos de Hearst y del Tribune de Chicago, y a la creciente hostilidad pública hacia los extranjeros (10).

La señorita Perkins aconsejó que Emma se quedara en el Canadá hasta que las sesiones del Congreso estuvieran bien avanzadas, pues entonces sería el momento más propicio para reconsiderar su solicitud. Emma decidió permanecer en el Canadá, aunque no abrigaba ninguna esperanza.

¡Qué cobardes son estos seudoliberales! -exclamó-; es ridículo ese temor de que mi presencia tenga algím efecto sobre el Congreso. Es cierto que los diarios de Hearst y el Tribune de Chicago han estado destilando bilis contra los extranjeros. Pero no me engañan con esa excusa de MacCormack (sic) y Perkins. Estoy segura de que en la primavera encontrarán un nuevo pretexto (11).

Sin embargo. el rechazo definitivo de su solicitud fue un gran golpe para Emma. En aquellos momentos estaba muy preocupada porque había recibido la noticia de que el doctor Morris Goldman, su hermano favorito, moría lentamente; su angustia aumentó por el hecho de no disponer de dinero para el viaje de vuelta a Francia: esos largos meses de tediosas conferencias en Taronto y en Montreal apenas le habían dejado unos 60 dólares.

Llegó, desalentada, a dar un paso inusitado: preguntar a la esposa de un director radiofónico de su amistad si conocía a alguien que pudiera hablarle a Roosevelt en su favor.

Es porque me encuentro en un estado de desesperación -explicaba en son de disculpa-; si no, jamás llegaría a la humillación de solicitar a una persona que viese a Roosevelt para que me ayude (12).

Tras el fracaso de esta gestión, Emma no tardo en recuperar su equilibrio y siguió disponiendo todo lo necesario para partir definitivamente de la América del Norte. Un próspero amigo abonó su pasaje en el Ascania, el cual se hizo a la mar el 3 de mayo del 1935.

En una carta donde le anunciaba a Berkman que pronto se reuniría con él, aclaraba con su acostumbrada tozudez que, a despecho de los reveses sufridos, mantenía vivo su vigor: Estoy fuerte como un toro y conservo una energía inagotable (sic) (13).

Pero la triste realidad era otra. Su corazón sangraba porque dejaba América.

Así, poco después, le confesaba a Baldwin:

Es una gran desgracia para una revolucionaria e internacionalista como yo estar arraigada a una tierra. Tal vez se deba a que en la edad madura uno no es tan adaptable como en la juventud. Cualquiera sea la razón, tengo que reconocer mi derrota. Los noventa días que pasé en los Estados Unidos ahuyentaron toda duda al respecto: ahora estoy segura de que, por el resto de mi vida, me sentiré extránjera en cualquier otro país (14).

3

Por extraño capricho de la historia, León Trotski fue vecino de exilio de Emma Goldman y Alexander Berkman.

En 1935, Trotski vivía de incógnito en el pueblecito alpino de Domene, situado a un par de cientos de kilómetros al norte de Saint- Tropez. Aislado de sus amigos y, por primera vez, sin secretarios, deprimido por el reciente suicidio de su hija en Alemania y obsesionado por la persecución stalinista de su familia en Rusia, Trotski dejó a un lado -por un raro momento- sus polémicas y proclamas ideológicas para evaluar sombríamente el tremendo golpe que significa el ser alejado de la patria.

Escribió:

La profundidad y fortaleza del carácter humano están medidas por sus reservas morales. Una persona se revela por completo cuando la apartan de sus condiciones habituales de vida, pues únicamente en esta situación tiene que recurrir a sus reservas (15).

Aunque nunca estuvieron de acuerdo prácticamente en ningún punto con el carnicero de Kronstadt, Emma y Berkman, que tenían diez años más de exilio que Trotski, podían haber reconocido de inmediato la verdad de la observación escrita por éste en su diario: indiscutiblemente, la vida fuera de la patria obligaba al individuo a utilizar todas sus reservas morales (16).

De todas las mentiras comunistas, ninguna tan alejada de la verdad como la fantástica historia de que los dos famosos anarquistas vivían fastuosamente en la Riviera francesa con las ganancias que les reportó su traición a la revolución. En realidad, llevaban una existencia llena de pequeñas y grandes dificultades. Su situación económica era muy precaria, todas sus conferencias y artículos no le alcanzaban a Emma para vivir decentemente. Bon Esprit, la casita que le obsequiaron, alivió un tanto las cosas. También los regalos que, para sus cumpleaños y otras raras ocasiones, le enviaban amigos y conocidos, la ayudaban a salir del paso. Y si pudo seguir adelante fue sólo gracias al cheque de 30 dólares que, a partir de 1934, le enviaba mensualmente su hermano Morris Goldman.

Pese a que Emma se mostraba deseosa de compartir con él lo poco que tenía, la situación de Berkman era aún más grave. Mientras dirigía la edición del Bulletin of the Relief Fund destinado a los presos políticos de Rusia, trataba de mantenerse en Niza mediante traducciones y escribiendo anónimamente para otros. En 1928 tradujo El Prisionero, de Emil Bernhard, obra en cinco actos que fue representada por los Provincetown Players. Por recomendación del propio autor, vertió al ruso el Lázaro Río, de Eugenio O'Neill para el Teatro de Arte de Moscú.

En 1935, la revista Esquire aceptó su versión inglesa del cuento El Dictador, de Yefim Sosulia. Pero, como es bien sabido, los traductores reciben muy mala paga y Berkman no era una excepción a la regla. Por sus traducciones de obras de Gogol y Ostrovski, editadas en los Estados Unidos por Macaulay en 1927, por ejemplo, le abonaron apenas 150 dólares. Tampoco ganaba mucho con los trabajos que le encargaban. Por la redacción parcial, corrección y compilación de la obra Between Panics, de Talbot J. Taylor, donde se daban ocultos pormenores de la trapacería financiera internacional, recibió unos pocos dólares porque los editores consideraron que la publicación de tan osada historia de los engranaies de la Bolsa era empresa demasiado arriesgada. Algo más obtuvo con la preparación preliminar de' la autobiografía de Isadora Duncan. En 1931 logró ciertos ingresos ayudando al periodista Frank Scully, en colaboración con otros dos, a corregir y completar la biografía de Shaw, iniciada por el moribundo Frank Harris (17).

Todos estos traba;os esporádicos no le alcanzaban para vivir.

En el verano de 1933, Berkman tuvo la idea de comprar algunas carpas y establecer un campamento de vacaciones en Saint-Tropez, cerca de la casa de Emma. Desgraciadamente, también este proyecto falló: sólo consiguieron dos clientes (18).

Entonces. Berkman le propuso abrir un restaurante vegetariano, pero Emma, descorazonada, le replicó que esta nueva idea también fracasaría como casi todas las cosas que hemos emprendido ... Uno debe tener condiciones para los negocios, y ése es un don que nos falta (19).

Berkman estaba tan desorientado que hizo algo completamente desusado én él: gastó 100 francos en un billete de lotería. Paso fantástico que, como le explicó tímidamente a Emma, había dado para probar su suerte (20).

Pero, cuando más la precisamos, la buena suerte no viene.

En marzo de 1934, la situación de Berkman empeoró sensiblemente: Arruinado y endeudado -decía en un telegrama que envió desde Niza a un amigo norteamericano-. Dejo departamento. Necesito urgentemente 75 dólares (21).

Al mes siguiente recibió, agradecido, 60 dólares que le mandó Emma desde el Canadá, donde realizaba una gira de conferencias. Aquel cheque fue especialmente bienvenido:

Hacía dos semanas Que estaba de brazos cruzados, sin un centavo; algunos días no tenía siquiera lo suficiente para comer o viajar (22).

Si bien era terrible no tener suficiente para vivir, perO si demasiado para morir, como en una oportunidad expresó Emma a modo de resumen de su situación, era aún peor estar sujeto a los caprichos de las autoridades de un país extraño. Su matrimonio con Colton le había brindado un pasaporte británico y cierto grado de protección. No obstante, en marzo de 1930. encontrándose en Bon Esprit, recibió una orden de expulsión fechada el 26 de marzo de 1901 y firmada por Waldeck-Rousseau, el ex primer minic:tro de Francia muerto hacía ya más de veinticinco años. La policía le dio un plazo de diez días para salir del país.

Tras remover cielo y tierra, y gracias a los servicios del famoso abogado Henri Torres, logró la revocación de aquella vieja orden (23).

Berkman, que sólo contaba con un pasaporte Nansen. otorgado por la Liga de las Naciones a las personas sin ciudadanía, estaba más expuesto que Emma a la arbitrariedad oficial.

El 1° de mayo de 1930 fue arrestado y llevado a la prefectura de Niza. donde le tomaron fotografías y las impresiones digitales; finalmente, lo embarcaron en un tren con destino a Bélgica. En Bruselas también fue detenido con intención de mandarlo de vuelta a Francia. Afortunadamente, luego se le permitió seguir rumbo a Amberes.

Con la colaboración de Torres, Emma obtuvo un permiso por el cual se le concedía a Berkman el derecho de permanecer tres meses en Francia. Pero entonces, el cónsul francés en Bruselas se negó terminantemente a firmar la visación.

En una carta dirigida a un amigo, Berkman le relata:

¿Qué podía hacer? Bueno, en Amberes conocí a algunas personas que estaban en el comercio de diamantes, me hice amigo de ellas, etc., y, por último, conseguí cruzar la frontera con su ayuda (24).

Cada vez que se producía un cambio de ministro, llegaba una orden de expulsión. El soborno y los buenos oficios de algunos amigos franceses consiguieron evitar su deportación en noviembre de 1930, además de un permiso de permanencia válido por tres meses y renovable automáticamente. Pero el 28 de junio de 1931 recibió nuevamente orden de salir del país. Berkman comenzó a sospechar que viejos enemigos zaristas o agentes bolcheviques con influencia en la Sureté estaban decididos a quitarle el refugio francés, a pesar de que en 1930 había abandonado el Bulletin of the Reliel Fund. Creyó ver confirmadas sus sospechas cuando encontró su nombre en un artículo titulado Propagande antimilitariste a Toulon, publicado el 6 de julio de 1931 por Le Petit Marseillais. En realidad, sólo había estado una vez en Tolón, hacía ya varios años, durante menos de una hora.

Más tarde se creyó que era el gobierno de los Estados Unidos el que subrepticiamente trataba de lograr su expulsión.

En una carta a Roger Baldwin, Berkman le comunica:

Hemos sido informados por muy altos funcionarios del Ministerio del Interior que tras el movimiento tendiente a echarme del país se esconde U.S.A. (25).

Un funcionario francés le explicó confidencialmente que se lo perseguía porque el ministerio había recibido la noticia, mejor dicho el infundio, de que Berkman había matado a un hombre en la frontera canadiense; otro le hizo saber que su atentado contra Frick era el principal motivo de la intervención yanqui.

Pese a no coincidir en los detalles, ambos funcionarios por igual afirmaron que la campaña para expulsarlo de Francia era iniciativa del gobierno norteamericano.

Berkman estaba perplejo, no imaginaba cuál podía ser la razón:

Pero, ¿quién puede saber? -le comentaba al escultor Jo Davidson-. Quizá detrás de todo este asunto se oculte algún enemigo personal que mueve los hilos desde el Servicio Secreto de Washington (26).

Quienquiera buscase su extradición, el hecho es que la misma no pudo realizarse en 1931 merced a los renovados esfuerzos del abogado Torres, un diputado bien dispuesto de nombre Pierre Rénaudel y una constelación de escritores e intelectuales, entre los que figuraban Albert Einstein, Thomas Mann, John Dewey, Romain Rolland, Charles Vildrac y Bertrand Russell, todos los cuales presentaron una petición al primer ministro Laval solicitándole permitiera a Berkman permanecer en Francia (27).

A partir de entonces, Berkman pudo vivir tranquilo pues el intento de deportarlo había quedado definitivamente desbaratado.

De todos modos, los gendarmes locales siguieron molestándolo, además, estaba sometido a ciertas ordenanzas discriminatorias respecto de los extranjeros. Durante años se vio obligado a renovar cada tres meses su permiso de residencia. Cada tanto, lo visitaban representantes de la policía en busca de información y elevadas propinas. Le negaron la libreta de trabajo, con la cual habría tenido derecho a practicar alguna labor manual. Por último, cuando en 1935 quiso establecerse en Saint-Tropez durante una ausencia de Emma, no pudo hacerlo por no obtener de la policía el permiso que, acorde a una nueva ley, se le exigía a los extranjeros para trasladarse de un distrito a otro (28).

Berkman se sentía como encarcelado.

4

Aparte de la persecución oficial y de las penurias económicas, hubo otro factor que puso a prueba sus reservas morales.

Nos referimos a Emmy Eckstein, judía alemana que se había convertido en la compañera de Berkman.

Mientras Emma estaba en Canadá en el año 1927, Berkman invitó a esta mujer a reunirse con él en Niza. No deseaba vivir solo y estaba acongojado por el curso que seguían los acontecimientos en Europa, especialmente en Rusia. Necesitaba, evidentemente, la devoción y los cuidados que, según esperaba, le dispensaría aquella joven que había conocido en Berlín cinco años atrás. Tal vez también trataba de recuperar el tiempo perdido en la cárcel: ella tenía tréinta años menos que él.

Emmy Eckstein era la compañera menos apropiada pará Berkman. Su familia misma constituía una fuente de dificultades.

Berkman la describió así:

Su maldita madre es una histéricá que le escribe a Emmy sólo para asustarla y contarle sobre sus enfermedades imaginarias; está siempre haciendo viajes de placer pero se queja de su pobreza ... La hermana también es neurasténica, casi loca. Estoy tratando de conseguir que vuelva a Berlín. Es muy molesta. Todas recibieron una desgraciada herencia de su libertino padre, un barón húngaro o algo por el estilo (29).

La propia Emmy Eckstein era una mujer infantil, neurótica y llena de todos los prejuicios propios de los pequeños burgueses que Berkman tanto despreciaba. A manera de exacto resumen de la situación, éste escribió:

Emmy es una chica muy sensible e imaginativa, se deprime fácilmente. Además, es una extraña en nuestras filas y no comparte en absoluto mi modo de pensar. Tiene ideas propias bien definidas, ideas burguesas profundamente arraigadas. Le parece terrible que vivamos juntos sin estar casados, por ejemplo. Dice que lo acepta por el gran amor que me tiene, pero no puede dejar de sentir que está haciendo algo malo. Hay que entender su psicología. Por ser una extraña en nuestras filas, tiene la sensación de que los otros también consideran que lo es, de que hasta la miran como a una intrusa. Y no se equivoca. Además, está el prejuicio instintivo de la mayoría, que no admite la unión de una persona mayor con otra más joven ... En total, hay muchas cosas en su contra y, como bien sabes, yo no soy muy paciente.

Como si todo esto no fuera ya suficiente para hacerle salir canas verdes a un abogado especialista en problemas matrimoniales, Berkman añadía que Emmy era increíblemente celosa, a pesar de que su amor es en verdad excepcional. Basta que yo reciba una carta con letra femenina para que se entristezca. Pero he tratado de ayudarla a vencer estos sentimientos y, al parecer, se está poniendo más razonable ... (30).

Sin embargo, Berkman no confiaba demasiado en este cambio de su compañera.

Al día siguiente, 31 de enero de 1928, describió en su diario una nueva riña:

Me siento como si viviera en una jaula de cristal, observado en cada uno de mis movimientos, siempre vigilado cual un ladrón o un presidiario ... A veces hasta pienso en el suicidio. Estoy cansado de vivir así, pero después de su gran amor no quiero el de ninguna otra mujer.

Las siguientes anotaciones de su diario dan testimonio de los tormentos de aquella tempestuosa relación:

(2 de mayo de 1928) Grandes disgustos. La mujer de arriba se quemó un pie. Emmy me pidió que subiera a ver. Pero enseguida gritó ¡No vayas!, etc.
(15 de noviembre de 1928) Con sus eternas sospechas hizo mal ambiente anoche. Vio sobre mi escritorio una vieja carta de un hombre, escrita en ruso. Le pareció letra de mujer ... Me siento ahogado en una atmósfera de sospechas.
(30 de noviembre de 1928) Grandes disgustos. Me repitió lo que el oficial contrarrevolucionario de arriba le dijo una vez. No hay que apurarse. Los trabajadores tienen que trabajar. Él tiene razón, me dijo. Su actitud social me choca, es terrible para mí ... Veo en ella -más bien en su posición- al enemigo de todo nuestro mundo y de nuestras ideas.
(19 de enero de 1929) Enfermizamente celosa.
(4 de febrero de 1929) Grandes disgustos. Locamente celosa de Lillian, que está en Washington.
(20 de octubre de 1931) Hemos reñido muchísimo con Emmy, casi todos los días.
(7 de agosto de 1932) Fui con Eve y Emmy al Café París. Cuando llegó Eve, me percaté de que no iba a darme el beso de costumbre. Me levanté, la atraje hacia mí y le di un beso. Quería que supiera que en presencia de Emmy puede comportarse conmigo como siempre. Ya he hablado de los celos de Emmy. Bueno, Emmy se puso furiosa e hizo una escena: No me hables. Aquella noche fue terrible.

Y así sucesivamente. Aunque Berkman insistía siempre en que nadie debía tocar su diario -en la primera página de los pequeños cuadernos que usaba solía escribir: No leer esto. Estrictamente personal y privado, es evidente que Emmy Eckstein no respetó sus deseos, pues el 5 de agosto de 1933 escribió en el querido librito una nota donde le pedía perdón a este último por estar en el mal camino.

Pocos días después, el 30 de agosto de 1933, disgustado por esta nueva invasión, Berkman decidió abandonar su diario:

La vida se ha vuelto demasiado estúpida. Ya no tiene sentido. Desavenencias con E. G., desavenencias con Emmy. ¿Pueden los seres humanos entenderse realmente? (31).

Desde luego, Emmy Eckstein fue la causa de muchas de las dificultades entre Berkman y Emma.

Bastaba que este último recibiera una carta de Emma para que su compañera se enfureciera e iniciara una de sus acostumbradas reyertas. Odiaba y temía a Emma por los cuarenta años de vida que había compártido con Berkman. Como es natural, se sentía apartada de todo lo que era verdaderamente importante para aquellas dos personas mayores que ella. Pero no resulta tan comprensible que reaccionara con semejante violencia ante su inevitable situación.

No perdía oportunidad de mostrar su encono hacia Emma. Durante una disputa especialmente seria producida en 1931, exclamó frenética: ¿Quiere entender de una vez Emma, que soy la mujer de Sasha, o como quiera llamarlo: esposa, novia, querida? (32).

Después de que Emma le negó por carta sus acusaciónes, Emmy escribió a Berkman una histérica nota donde le decía de su amiga: No quiero volver a ver esos odiosos ojos.

Consideraba a Emma tan maliciosa que hasta cuando le traía flores, como hacía a veces, cada flor era como un cuchillo (33).

Las cartas de Emma contienen la opinión que le merecía Emmy Eckstein. Entre otras cosas, le observó a Berkman que su compañera estaba obsesionada por su deseo de posesión, que era víctima de sus desgraciados celos.

En una oportunidad, le señaló a Emmy que ella no era la única que rompió con hogar, familia, amigos, tradición. Cuando la segunda insistió empecinadamente en ser considerada como esposa de Berkman, Emma la acusó de estar aún atrapada en el pasado" en los estrechos y sofocantes límites de una vida estéril, carente de interés por lo humano, centrada exclusivamente en la propia familia, los muebles, la bajilla (sic), el perro que uno posee (34).

Por otra parte, Emma defendía la relación de Berkman con Emmy siempre que algún extraño le preguntaba si aquella unión imposible se había deshecho por fin.

Así, en una oportunidad le escribió a la autora danesa Karen Michaelis:

No, Sasha no ha roto con su amada. ¿Por qué habría de hacerlo? Ella lo ama con locura, aun cuando el suyo sea uno de esos cariños que matan. Pero me inclino a pensar que Sasha adora esta devoción, y me alegro de que tenga a alguien que lo quiera tanto (35).

Emma deseaba de todo corazón llevarse bien con la amiga de Berkman, al menos por cariño a éste.

Cuando la mujer más joven pasaba, con su desequilibrio habitual, de la hostilidad a un afecto más bien extravagante -estos cambios ocurrían habitualmente en los períodos en que la rival estaba lejos, en gira- Emma no la desairaba.

En 1934, Emmy le escribió:

Estoy segura de que se sorprendería de ver cuánto he cambiado en mi actitud hacia Sasha. Reconozco que tenía demasiado arraigada la idea de que el hombre debe pertenecer por completo a la esposa. Mit Hart und Haar. Pero, si mal no recuerdo, todavía pensaba así la última vez que usted estuvo con nosotros ... (36).

Emma le replicó que se alegraba de que ya no creyera que ella trataba de arrebatarle el amor de Berkman.

Más tarde añadió:

Queridísima, me complace que quiera ser mi amiga. No es que alguna vez la haya considerado enemiga mía, pero sí me parecía que usted no me comprendía y que le disgustaba mi amistad con Sasha (37).

Desgraciadamente, poco después del retorno de Emma a Francia, en 1935, una nueva reyerta destrozó la amistad recién nacida.

Es evidente que Emmy Eckstein no fue la única responsable del desacuerdo y la tirantez existentes en este complejo triángulo. En último análisis, Berkman tenía parte de culpa: se dejó fascinar por una persona totalmente extraña a la vida, a las ideas y a los valores que compartía con Emma, y ello los condujo a los tres a tan patética situación. Además, consideraba con cierta razón que Emma también había puesto su grano de arena, que involuntariamente le hacía muy difícil la vida a las mujeres que se acercaban a él:

Dices que siempre me he encontrado entre dos fuegos -le escribió a Emma-. Esto es en parte cierto, porque bien sabes tú misma que has tenido una influencia abrumadora sobre otras mujeres, particularmente las jóvenes e ineXperimentildas. Y, en especial, sobre las que han entrado en mi vida. Eres demasiado fuerte para ellas, cosa que captan consciente o inconscientemente ... (38).

Verdaderamente atrapado entre dos fuegos, Berkman defendía a una ante la otra.

A Emmy Eckstein, por ejemplo, le reconocía que Emma era franca, en rigor, demasiado franca sobre todo cuando se trata de sus sentimientos, pues a menudo ofende innecesariamente a los demás, muchas veces sin quererld, y sin saberlo. Pero ello no significaba que Emma le tuviera tirria y por eso le advertía que sólo una mente enfermiza podía creerlo así (39).

Ante Emma, admitía que Emmy Eckstein se ofendía con facilidad, pero agregaba con tristeza: Aunque sea inconscientemente, le has amargado la vida. Y, por reflejo, también en gran parte la mía (40).

Siempre había sido difícil convivir con Emma, pero la tortura del exilio la hizo aún más irascible.

EG. es tiránica, no deja libertad -le escribió Berkman confidencialmente a una amiga mutua-, tiene una manera especial de hacerte la vida imposible sin decir nada que te de oportunidad de contestarle como se debe. Una verdadera lástima. Y lo peor es que ella no se da cuenta para nada de su modo de actuar. Sin duda es en muchos aspectos una gran mujer pero vivir cerca de ella resulta simplemente imposible (41).

Berkman decía verdad, pero se equivocaba al pensar que Emma no tenía conciencia de su mal carácter.

En 1934, ésta le escribió a Emmy Eckstein:

Si me he mostrado impaciente y desagradable contigo, querida, fue sólo porque me siento internamente vacía, porque estoy insatisfecha y añoro todo lo que he dejado atrás (42).

En el verano siguiente, después de otro terrible choque, Emma le confesó a Rudolf Rocker que se sentía atrozmente inquieta y que quizá los roces eran enteramente mi culpa (43).

5

Pese a todos estos conflictos y presiones, la amistad entre Emma Goldman y Alexander Berkman no daba muestras de debilitarse. Cuando el último cumplió sesenta y cinco años, Emma señaló que uno de los tesoros que había logrado rescatar en su larga lucha era la amistad con él:

No exagero cuando digo que jamás nadie estuvo tan arraigado en mi corazón, tan adentrado en cada una de las fibras de mi ser. Y así hasta el día de hoy. Por mi larga vida han pasado varios hombres, pero tú, queridísimo, eres el único que ha quedado y quedará (44).

Por su parte, Berkman ya había expresado en una carta que su amistad con Emma podía sobrevivir a las ocasionales desavenencias y que, por lo que a él concernía, nada en el mundo lograría separarlos.

En febrero y en marzo de 1936, Berkman tuvo que sufrir dos operaciones de próstata. No quiso que Emma se enterara de la segunda, para no darle motivo de preocupación mientras realizaba una gira de conferencias por Gales del Sur.

Pero en una carta donde especificó para ser enviada Únicamente si muero, escribió:

Quiero que sepas que mis pensamientos están contigo y que considero nuestros cuarenta y cinco años de trabajo, camaradería y amistad, como una de las cosas más hermosas y poco frecuentes de esta Tierra. Es con este ánimo que ahora te saludo, querida e inmutable Marinera, y deseo que sigas trabajando para llevar luz y comprensión a este trastornado mundo nuestro.

Si él debía morir, ella no tenía que lamentarlo demasiado:

He vivido mi vida y creo sinceramente que cuando uno no tiene salud ni medios, y no puede trabajar por sus ideas, es que le ha llegado el momento de irse (45).

Al parecer, ese momento había llegado. El fracaso financiero de la gira de Emma por los Estados Unidos significaba que Bon Esprit tendría que ser puesta en venta, razón por la cual Era escasa la ayuda que podía esperar Berkman de su camarada, tan falta de recursos como él.

Buscó infructuosamente la manera de ganarse la vida, hasta que, por último, no vio otro camino que depender por completo de la generosidad de sus amigos; siempre orgulloso, Berkman se resistía a aceptar esta degradante forma ue mantener lo que consideraba una vida ya inútil.

Emmy Eckstein estaba gravemente enferma y necesitaba una operaciÓn; tenía dilatación y prolapso de estómago, lo cual le provocaba grandes dolores y trastornos digestivos. En cuanto a Berkman, seguía en constante sufrimiento aún meses después de la segunda intervención quirúrgica.

Berkman planeaba tomar un barco de excursión, el Ile-debeauté, para ir a Saint-Tropez con el fin de hacerle una visita inesperada a Emma el 27 de junio de 1936, fecha en que celebraba sus sesenta y siete años de vida. Pero el 24 de junio sufrió una recaída y, con gran pena, tuvo que comunicarle que no podría ir:

Te envío un sincero abrazo. Espero que este cumpleaños te depare algo de alegría y traiga luz a tus días (46).

Pero faltando Berkman, Emma no podía sentirse feliz, y así volcó sus sentimientos en una carta:

Querido mío, a quién sino a tí escribiría yo en este día. Sólo que nada tengo que decirte. No puedo dejar de pensar cuánto tiempo he vivido. ¿Para quién? ¿Para qué? Pero no encuentro la respuesta ... (Tu visita) habría sido una gran sorpresa; ¡tu habitación está tan linda, limpia y acogedora! (47).

Berkman nunca leyó esta carta.

A la mañana siguiente, a las dos de la madrugada, Emma recibió una llamada telefónica desde Niza por el cual se enteró de que, durante un ataque especialmente grave, Berkman se había disparado un tiro en el costado del cuerpo.

Este hombre sensible y esencialmente intelectual estaba tan lejos de la violencia que ni siquiera supo suicidarse. La bala le perforó el estómago y la parte inferior de los pulmones, incrustándose finalmente en la columna vertebral. Transcurrieron dieciséis horas antes de oue sobreviniera la muerte.

No quiero vivir énfermo -había escrito Berkman-, depender de otros. Perdóname, Emmie querida, y tú también, Emma. Cariños a todos ... Ayuda a Emmie. Sasha.

Ninguna otra catástrofe de su vida signific6 tan tremendo golpe para Emma. Pese a su dolor, se dedicó a arreglar los asuntos de Berkman y a disponer todo lo necesario para que la histérica Emmy Eckstein no pasara dificultades (48).

Aparte de sus manuscritos, diarios íntimos y cartas, poco había dejado Berkman. Sus bienes ascendían a ochenta dólares. Pero Emma y unos pocos amigos sabían que su legado se medía en otra moneda.

En cuanto a mi buena fama, (¡Dios nos asista!) y su mala fama -le dijo en una oportunidad O'Neill a Berkman-, con mucho gusto cambiaría buena parte de la mía por una pizca de la suya. Fácil es decir por escrito lo que uno considera verdad, pero terriblemente difícil, vivir de acuerdo a ella (49).



Notas

(1) EG a Stewart Kerr, 2-2-1932, BPNY, DEG.

(2) ¿Valió la Pena Mi Vida?, Harper's Magazine, CLXX (diciembre de 1934), 52-58.

(3) Star, de Toronto, 29-5-1934.

(4) EG a AB, 27-5-1934, IIHS, AB.

(5) Emma exploró el significado general de la expatriación en su artículo La Tragedia de los Exilados Políticos, publicado por Nation, CXXXIX (10-1934), 401-2.

(6) EG a AB, 9-4-1934, IIHS, EG. En realidad, Heiner había quedado ciego por accidente cuando tenía seis meses (Sun-Times de Chicago, 5-5-1957).

(7) EG a Reiner, 17-4-1934, IIHS, E.G. La mayor parte de la correspondencia de Reiner no lleva fecha, pero es evidente que fue escrita por aquel entonces o en respuesta a cartas posteriores de Emma. Recordemos que el joven sueco, de tan triste memoria, reapareció durante la gira de Emma por los Estados Unidos. Ligado en feliz matrimonio con la ex secretaria de ésta, Arthur Swenson le expresó su afectuosa admiración y el deseo de verla: Porque, después de todo, querida Emma, eres la persona que me ha dejado más imborrable recuerdo. Cambiaste totalmente mis ideas. Contigo aprendí a ver, comprender y apreciar todo lo bello de la vIda que, sin ti, jamás habría advertido ... Sólo te pido que me dejes acercar para sentir el magnetismo y los maravillosos e inspiradores efluvios de (tu) personalidad. (Arthur Swenson a EG, 28-2-1934, IIRS, EG).

(8) Carta que envió al autor el 17-2-1957.

(9) EG a Stella Cominsky, 9-9-1934, IIHS, EG. Aunque Heiner insistíó siempre en volver a su lado, hasta después del regreso a Francia, ella prefirio acabar gradualmente sus relaciones con él. No quería separarlo de la esposa; además, tampoco podía olvidar la disparidad de edades. Después de dos años de esporádica correspondencia, decidió poner fin al asunto. (EG a Frank Heiner, 2-3-1936, IIHS, EG.) Irónico tributo a la fuerza del mito bolchevique es el hecho de que Heiner perdió más tarde su fe en el anarquismo y se pasó a las filas comunistas. Me horrorizo cada vez que lo recuerdo -escribió después-. Entre ellos encontré a algunos hombres extraordinarios, pero la ideología marxista y todos los partidos políticos basados en ella sóló me inspiran desagrado; en cambio, y pese a sus absurdos, el movimiento anarquista me ha dejado un dulce recuerdo. (Carta dirigída al autor, 27-3-1957). Heiner murió repentinamente de un ataque cardíaco en abril de 1957, atesorando aún el recuerdo de la belleza espiritual de Emma.

(10) Memorándum RNB a Stella Commins (Cominsky) y A. L. Boss, 26-10-1934. IIHS, AB.

(11) EG a AB. 29-10-1934. IIHS, AB.

(12) EG a Mildred Mesirow, 16-2-1935, IIHS, EG.

(13) EG a AB, 174-1935, IIHS, AB.

(14) EG a Baldwin, 19-6-1935, IIHS, AB.

(15) Trotsky's Diary in Exile (1935), traducción Elena Zarudnaya (Cambridge, Harvard University Press, 1958, p. 70.

(16) Cuando, estando en Copenhague en 1932, Trotski fue atacado por sus ex camaradas comunistas, tuvo que aceptar protección policial. En la oportunidad, Emma le recalcó sardónicamente a Berkman: ¿Qué me dices de nuestro amigo Trotski? ¡Vaya ironia! Tener que aceptar la ... protección de la policía capitalista ... La historia les hace increíbles jugarretas a los poderosos ... Ayer, carnicero de Kronstadt; hoy, un hombre humilde y vencido. (EG a AB. 1-12-1932, IIHS, EG.)

(17) Bernard Shaw fue publicada en 1931 por Simón y Schuster, de Nueva York. Aunque, presumiblemente, el autor fue Harris, Scully. Berkman y otros escribieron la mayor parte del libro; además, el propio Shaw corrigió luego fragmentos del manuscrito y compiló la totalidad del mismo. Al parecer, ningún crítico literario se percató de que Harris era sólo nominalmente el autor.

(18) EG a Ben Capes, 31-7-1933, BPNY, DEG.

(19) EG a AB, 23-9-1933, IIHS, EG.

(20) AB a EG, 16-11-1933, IIHS, AB.

(21) AB a Michael Cohn, 15-3-1935, IIHS, AB.

(22) AB a EG, 7-4-1934, IIHS, EG.

(23) EG a L. Ross, 29-4-1930, IIHS. EG.

(24) AB a Michael Cohn, 6-6-1930, IIHS, AB.

(25) AB a Baldwin, 1-10-1931, IIHS, AB.

(26) AB a Davidson, 18-9-1931. IIHS AB.

(27) En IIHS, AB, se encuentran copias de los diversos telegramas y cartas.

(28) AB, Solicitud al Prefecto de Policía, Ver, 14-3-1935, IIHS, EG.

(29) AB a EG, lunes (enero) de 1928, IIHS, EG.

(30) AB a EG. 30-1-1928, IIHS, EG.

(31) El diario de Berkman se halla en IIHS, AB. Naturalmente, no todo eran espinas; en algunas oportunidades Berkman también escribió: Estamos bien con Emmy, o hemos tenido paz por bastante tiempo.

(32) Emmy Eckstein a EG, 31-5-1931, IIHS, AB.

(33) Emmy Eckstein a AB, sin fecha (octubre de 1931), BPNY, DEG.

(34) EG a Emmy Eckstein, 10-6-1931, IIHS, AB.

(35) EG a Michaelis, 8-8-1929, IIHS, EG.

(36) Emmy Eckstein a EG, 16-7-1934, IIHS, AB.

(37) EG a Emmy Eckstein, 30-7-1934, IIHS, AB. Lleno de esperanza, Berkman le decía a Emma en una carta: te sorprendería ver cuánto cariño te ha tomado. Emmy parece haber transferido su amor por la madre ... a tu persona. (AB a EG, 4-11-1934, IIHS, AB).

(38) AB a EG, 30-1-1928, IIHS, EG.

(39) AB a Emmy Eckstein, 16-10-1931, BPNY, DEG.

(40) AB a EG, 29-10-1932, IIHS, EG.

(41) AB a M. Eleanor Fitzgerald, 11-11-1932, IIHS, AB.

(42) EG a Emmy Eckstein, 9-5-1934, IIHS, AB.

(43) EG a Rocker, 22-11-1935, IIHS, AB.

(44) EG a AB, 19-11-1935, IIHS, AB.

(45) AB a EG, 23-3-1936, IIHS, AB.

(46) AB a EG, 24-6-1936, IIHS, AB.

(47) EG a AB, 27-6-1936, IIHS, AB.

(48) Emma se propuso enviarle 25 dólares mensuales y consiguió que otros amigos hicieran lo propio. También trató de que el doctor Michael Cohn la llevara a los Estados Unidos como institutriz, pero se presentaron problemas con el pasaporte, principalmente porque había sido la compañera de Berkman; por último, Cohn se cansó de la difícil joven, a quien ya no pudo soportar. ¿Cómo pudiste hacerme esto después de tantos años de amistad?, le inquirió con enojo a Emma. Después de vender Bon Esprit en 1937, ésta le envió más dinero a Emmy Eckstein. Tras ser sometida a seis operaciones, la infortunada joven pasó casi un año internada en una clínica hasta que falleció, en 1939.

(49) O'Neill a AB, 29-1-1927, IIHS, AB.
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