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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo trigésimo
El regreso de la hija pródiga



Con un banquete celebrado en el Town Hall Club, se dio formalmente la bienvenida a Emma Goldman. Sólo consiguieron ubicación trescientas de las ochocientas personas deseosas de participar en el acto, número que de por sí constituía un magnífico tributo en aquellos años de depresión, si se recuerda que el cubierto costaba un dólar con cincuenta centavos.

Leonard Abbott, Roger Baldwin, Jbhn Dewey, Henry Alsberg, Harry Kelly y John Haynes Holmes saludaron calurosamente a la exilada y rindieron respetuoso homenaje a la carrera cumplida por ésta.

El periódico Nation informó que los discursos estuvieron llenos de una exaltación casi religiosa, sentimiento que embargaba también a todos los presentes (1).

Con melancolía, la agasajada recordó brevemente su viaje en el Buford y a los camaradas deportados junto con ella hacía casi quince años.

Había comenzado el remolino de actividades. Con ciertas dudas, rechazó un ofrecimiento de 2.000 dólares semanales para aparecer en un teatro de variedades.

La verdad es que la oferta era muy tentadora, pues aquí tenemos muy pocas probabilidades de ganarnos la vida, le confesaba a Berkman en una carta. No obstante, el Daily Worker aseguraba despectivamente que, acabado el dinero que había recibido por sus libros antisoviéticos, Emma Goldman vino al país a reunir algo de efectivo (2).

James B. Pond, director de la agencia promotora de conferencias que se ocupaba de la gira de Emma, le había reservado una habitación en el hotel Astor. Cuando descendió del tren en la estación de Pensilvania, Emma se dirigió a pie hasta el hotel respetando la huelga de conductores de taxis que se realizaba en esos momentos. Pero al llegar al Astor, en medio de la confusión de las cámaras cinematográficas, de los periodistas y de sus amigos, no se dio cuenta de que el hotel estaba rodeado por un piquete de huelga. Sin tardanza, sus enemigos la acusaron de haber roto deliberadamente el cordón de huelguistas del hotel.

Los periodistas inquirieron la razón de su conducta. Las críticas fueron en aumento cuando Emma no cambió de hotel en seguida (3). Luego comenzó un interminable desfile de personas ante su puerta; el teléfono sonaba sin cesar, de la mañana a la noche.

Cansada, Emma le comentó a Evelyn Scott que, si seguía ese tren, en los noventa días no alcanzaría a ver nada de Nueva York ni del resto del país, ni tampoco a las personas y a los amigos que más quiero (4).

2

Por cierto que llevaba un ritmo sumamente acelerado.

El 11 de febrero habló desde el púlpito de John Haynes Holmes, en una iglesia comunitaria repleta; durante su disertación dijo que Alemania era un país dirigido por degenerados. Esta expresión disgustó al embajador alemán, quien presentó una protesta formal ante el Departamento de Estado. No tardó en llegar la reacción del Ministerio de Trabajo; desde allí se le informó a Emma que podía referirse a problemas políticos siempre y cuando no ofendiera a congresales o legaciones extranjeras (5).

El embajador alemán no era el único que consideraba conveniente silenciar a Emma. Las temibles Hijas de la Revolución Americana se negaron a alquilarle el Constitution Hall de Washington a Ann Lord, representante personal de Emma y agente de prensa de su gira.

En su crónica sobre la disput entablada entre la señorita Lord y el administrador de dicho local, el Herald de Washington (17 de febrero de 1934) explicaba a sus lectores quién era la conferenciante:

Con motivo de sus amplias actividades pacifistas durante la primera guerra mundial, Emma Goldman fue desterrada de los Estados Unidos gracias, en gran parte, a los esfuerzos de Edgar Hoover, entonces jefe del Departamento de Justicia.

Naturalmente, el señor Hoover seguía ocupando el mismo puesto, y es seguro que el regreso de Emma, no fue muy de su agrado. Destinó varios agentes a la tarea de vigilarla de cerca. Uno de los informes presentados por tales agente puso una nota cómica en la larga lucha entre el hombre empeñado en imponer la ley y la rebelde reacia a respetarla: el señor Hoover comunicó que un informe confidencial recibido por este departamento acerca de las actividades comunistas (sic), que hace referencia a un discurso pronunciado por Emma Goldman eU Pittsburgh el 11 de abril de 1934, reveló que dicha anarquista había dictado una conferencia sobre Living My Life, durante la cual habló sobre los años en que vivió en los Estados Unidos, sus experiencias con los fascistas, su convencimiento de que el pueblo de los Estados Unidos era muy afortunado por gozar aún de libertad de palabra, libertad que debía mantener a toda costa.

El relato del agente mostraba a las claras que aquella disertación estaba impregnada de un espíritu jeffersoniano que celebraba la existencia de las libertades civiles y, por consiguiente, nada tenía de reprochable en un país democrático.

Pese a ello, el señor Hoover envió al asistente de fiscal (Joseph B. Keenan) un memorándum confidencial donde aseguraba que el informe indicaría que las actividades desarrolladas actualmente en este país por Emma Goldman no cumplen las condiciones estipuladas para permitir su permanencia de noventa días en el país (6).

El memorándum de Hoover estaba fechado el 4 de mayo de 1934. Pero los engranajes de la justicia habían fallado, como podría haber descubierto el señor Hoover si, tras leer sus documentos confidenciales, se hubiera fijado en el calendario o en el periódico de la mañana: Emma Go1dman ya no desarrollaba ninguna actividad actualmente en este país.

Finalizado el lapso de tres meses, hacía varios días que se encontraba en el Canadá (7).

Dada la profunda preocupación demostrada por la Oficina General de Investigaciones respecto de las actividades comunistas, resultaba sobremanera irónico que los propios comunistas desaprobaran las conferencias de Emma.

Al principio, olvidando momentáneamente su desprecio por la desmedida y contrarrevolucionaria ambición material de Emma, los comunistas le hicieron una proposición equivalente a un chantaje: comunicaron secretamente al administrador que no pondrían obstáculos a su gira si aceptaba entregar a la Liga de Defensa Internacional, auspiciada por ellos, todo el dinero que reuniera para los presos políticos (8).

Cuando Emma, furiosa, rechazó la propuesta, los comunistas se negaron, en represalia, a publicar su aviso, ya abonado, en el Daily Worker (9), boicotearon sus actos públicos y la atacaron a través de la prensa en general.

Fue así que el State Journal de Madison informó el 27 de marzo de 1934, que los comunistas locales tildaban a Emma de reaccionaria decidida a salvar al capitalismo mediante el fascismo.

Para completar el cuadro, el American de Nueva York (7 de abril de 1934), uno de los periódicos de Hearst, presentaba a sus lectores a la roja Emma como la antigua dirigente comunista de los Estados Unidos.

Pero aparte de los diarios de la cadena de Hearst -algo más dignos de crédito que el Daily Worker- fueron muchos los periódicos que hablaron de Emma con sorprendente honestidad y justicia. AlgUnos siguieron el ejemplo del Herald Tribune de Nueva York que, en el artículo de fondo del 19 de enero de 1934, anunciaba que estaba reuniendo todas sus fuerzas para recibir a nuestra vieja amiga Emma, pese a cuyo retorno la nación tal vez podría sobrevivir.

El Herald de Washington (24 de febrero de 1934), reconocía que su vivo ingenio se había hecho más ágil con la edad, su lengua sigue tan feroz como siempre, y sabe responder con presteza al fuego cerrado de quince periodistas indiscretos.

Tras poner en duda que Emma hubiera modificado sus ideas; el Evening Sun de Baltimore (1° de marzo de 1934) apuntaba que, a pesar de todo, era una persona realmente notable porque había sido apaleada por la policía y enviada al exilio por el gobierno aterrorizado.

El Daily News de Chicago (22 de marzo de 1934) alababa generosamente su fino sentido del humor y sus agudas muestras de inteligencia.

Pero el comentario más elogioso figuró en el artículo de fondo del Capital Times de Madison (29 de marzo de 1934).

La inteligencia y energía dq Emma Goldman impresionaron profundamente a las cuatrocientas personas que la oyeron en Madison -declaró Ernest L. Meryer-. Golpeada por la vida, toda ella resuma vitalidad y fuerza; ha puesto toda su sangre y su pasión al servicio de la causa revolucionaria que abrazó. Siempre ha sido íntimamente libre. Desde la cárcel o el exilio, sus aladas palabras alcanzaban a sus perseguidores, azuzándolos a salir de su estúpida complacencia y a romper las cadenas de la auto satisfacción, más degradantes que la prisión.

Meyer calificó de absurda calumnia la acusación comunista de que Emma se había vendido.

Se opone a la aniquilación del espíritu individual, sea Marx o Mussolini quien inspire la masacre ... (10).

3

Pese a tan inesperado espaldarazo de una parte de la prensa, la gira fue, en términos generales, un fracaso financiero. James Pond, el administrador de Emma, argüía que la hostilidad pública era culpable de tal desastre.

En una carta, le explicaba a la sobrina de la conferenciante:

El mes pasado, los diarios publicaron mil quinientas crónicas periodísticas sobre Emma Goldman, la mayoría decididamente contrarias a ella. En otras palabras, existe en todo el país un sentimiento de hostilidad hacia Emma Goldman (11).

Sin embargo, cierto número de periódicos influyentes mostró simpatía por Emma y, además, una publicidad desfavorable no tenía por qué restarle tanto público a los actos.

Emma consideraba que la principal razón de tan exiguos ingresos monetarios era la mala administración de Pond. Éste llevaba la gira a lo grande, como si ella fuera el almirante Byrd, otro de sus clientes (12).

Sus costosas y sensacionales técnicas publicitarias alejaban antes que atraían a las personas que más podían interesarse en las conferencias. Tenía tan poca noción de quién era la conferenciante y cuál su público, que se dirigió a organizaciones tales como la Legión Americana y quedó sorprendido al no recibir respuesta.

Arrendaba auditorios y teatros costosos y exageradamente grandes; hasta alquiló arsenales y cuarteles. Emma se lamentó a Berkman:

Pond salta de una ciudad a la otra. Llega a un lugar, echa mano del primer administrador de teatro que encuentra en su camino, le da carta blanca para que pague elevados alquileres, gasta fortunas en publicidad y, en uno o dos días, vuelve a partir con toda celeridad. Algunos de los que me contrataron sabían tanto como el emperador de la China qué hacía yo. Creían que era algo así como una artista de circo, que caminaba sobre la cuerda floja o hacía trucos musicales. Ninguno de ellos es capaz de atraer a la gente interesada en oírme (13).

Por último, en su prisa por llevar la gira a lo grande y obtener cuantiosas ganancias, Pond cobraba de cincuenta centavos a dos dólares por entrada, lo cual era una suma exorbitante en aquel año de depresión económica.

El administrador olvidaba que precios bajos significaban, a la larga, públicos más numerosos y, por consecuencia, mayores ingresos, pues Emma atraía primordialmente a revolucionarios, liberales y obreristas desocupados o de escasos recursos que no podían ni querían abonar cincuenta centavos por una conferencia.

En Chicago, Emma tuvo la prueba de que estaba en lo cierto. Sus camaradas de la ciudad hicieron todos los arreglos necesarios para las reuniones; fijaron la entrada en treinta y cinco y cuarenta y cinco centavos. Emma habló ante dos mil personas en el New Masonic Temple y ante salas colmadas en el Mandel Hall, el Lincoln Center y el Labor Lyceum (14).

Otros fructíferos actos organizados por amigos suyos en Detroit y Pittsburgh la afirmaron más en su convencimiento de que los elevados precios establecidos por Pond y la mala administración eran la principal causa de su fracaso en otras ciudades.

Aunque se demostró sin lugar a dudas que, mediando una buena organización, las conferencias de Emma atraían público, no es justo achacar exclusivamente a la chapucería de Pond el que aquélla perdiera la mejor oportunidad de su vida. También tuvo culpa el cambio operado en el radicalismo norteamericano. Con tristeza, uno de los sobrinos de Emma señaló:

Flotan en el aire nuevas definiciones y nuevos conceptos que barren con los viejos -de diez años atrás- y los relegan al limbo de lo olvidado ... En la nueva religión, el trabajador que duda debe ser exterminado. La mente escéptica es considerada contrarrevolucionaria; la obediencia y la ropa de trabajo son los pasaportes necesarios para entrar en la república colectiva (15).

Recordando sus amargas experiencias personales con los escritores radicales y liberales magnetizados por la revelación religiosa del comunismo, Evelyn Scott le advirtió a Emma que el vacío que se proponían hacer los comunistas en torno de sus conferencias sería decisivo en ciertos lugares (16).

Y así fue, efectivamente. Emma no quería reconocer esta desagradable verdad, pese a sus años de lucha contra el mito bolchevique, pero el hecho es que hacia 1930, los radicales y liberales norteamericanos consideraban sus ideas, en el mejor de los casos, como pasadas de moda.

En su importante libro Farewell to Reform, publicado en 1932, John Chamberlain dedica a Emma un párrafo representativo de esta actitud.

Mujer de naturaleza esencialmente pura, define el anarquismo de manera tal que lo hace aparecer como el más inteligente de los credos, hasta que uno reflexiona y recuerda que los problemas de la organización, de los medios y procedimientos de las instituciones destinadas a aunar el esfuerzo humano quedan relegados al reino deliciosamente indefinido de lo innecesario. Y es cuando se llega a este punto que, inevitablemente, se cae otra vez en los brazos del capitalismo o del socialismo ... El anarquismo pertenece ya al pasado; las personas como Emma Goldman -que sólo ven el átomo y son incapaces de concebir organizaciones tendientes a lograr fines definidos- ya no tienen razón de ser en este mundo colectivo. Si existe un futuro para el anarquismo, es muy lejano, se encuentra mucho más allá del horizonte, aún allende el horizonte comunista, y florecerá cuando el Estado se marchite y deje de ser un instrumento de coerción (17).

En un mundo donde los administradores comunistas pronto resolverían todos los problemas de organización, Emma estaba tan fuera de lugar como un coche con ruedas de hierro en una ruta pavimentada.

Emma Goldman es un símbolo de la situación mundial, declaró el periódico Nation, un símbolo para radicales y liberales de que los tanques y los tractores del poder centralizado no pueden arrollar la libertad; ella les ofrece el valor para seguir creyendo en principios que han perdido sentido en ambos frentes de lucha (18). Pero sólo un puñado de los viejos rebeldes podía ser capaz de tener la curiosa valentía de creer en principios que han perdido sentido en ambos frentes de lucha.

No se ofrecían más que dos caminos: fascismo o comunismo. Y Emma rechazaba la alternativa, por cuyo motivo, salvo alguna esporádica alabanza llena de nostalgia y de contradicciones, la joven generación izquierdista ignoraba sus conferencias o bien las censuraba.

Desde Niza, lleno de dolor, Berkman escribió:

No hay manera de contener la marea que empuja a los intelectuales hacia el comunismo. Quizá después de que los bolcheviques dominen en otros países, la gente se dará cuenta de que nosotros teníamos razón, pero me temo que entonces ya será tarde para propagar nuestras ideas, pues los comunistas nos aplastarán igual que lo han hecho en Rusia (19).

La actitud de los intelectuales norteamericanos hacia Emma, así como la resistencia que tuvo que vencer en los círculos radicales y liberales del Canadá para pronunciar sus conferencias en una atmósfera hostil, procomunista, eran persuasiva prueba en apoyo de la profecía de Berkman.

Por doquier veía jóvenes que no piensan por sí mismos, que desean todo servido y hecho, y rinden culto a los hombres de mano férrea (20).

Pero en diciembre de 1934 se inició la gran purga comunista (pronto se realizarían los procesos de Moscú). A consecuencia de ello, algunos no tardaron en liberarse de la engañosa alucinación política que los había enceguecido. Emma creyó llegado el momento en que se produciría el inevitable desencanto que tanto se hacía esperar. Se apresuró a mandarle a Berkman un recorte donde se anunciaba que Horace Kallen, Clifton Fadiman, Carl Van Doren y Suzanne La Follette se habían separado de la Liga Internacional de Defensa, dominada por los comunistas:

Tenía que mediar una masacre -acotaba con amargura- para que salieran de su embotamiento respecto de la pandilla comunista (21).

Luego, en enero de 1935, mientras estaba en Mantreal, invitó a tomar el té a John Haynes Holmes, uno de los primeros en pronunciarse contra ella por su prédica anticomunista.

En una carta, Emma comentaba:

Es interesante oír a Holmes decir, bueno, EG., ha llegado el momento de reconocer que usted y Berkman tenían razón. Fueron los primeros en denunciar las matanzas en Rusia. Ahora todos sabemos que existen, y tenemos que admitirlo. Ya ves, se necesitó una purga para despertar a los Holmes, (Oswald Garrison), Villard y algunos más. El resto sigue indiferente o prefiere justificar el asesinato (22).

Aunque el dios bolchevique no cayó de su trono, la herejía había comenzado a extenderse lentamente. Por fin podía tener la esperanza de que alguna vez reconocerían cuánta razón había en su antistalinismo. O bien, en un aspecto más positivo, de que no tardarían en tomar conciencia de que la libertad individual era importante para un futuro mucho más cercano que el limitado horizonte comunista de Chamberlain.



Notas

(1) Nation, CXXXVIII (21-3-1934), 320.

(2) EG a AB, 6-1-1934, IIHS, AB; Daily Worker, 2-2-1934. Con su inimitable sentido del humor, el Worker descubrió una afinidad entre Emma y los trotskistas.

(3) Times de Nueva York, 3-2-1934.

(4) EG a Scott, 24-2-1934, IIHS, EG.

(5) Baldwin a EG, 15-2-1934, IIHS, EG; EG a AB, 19-2-1934, IIHS, AB. Sin arredrarse, Emma siguió utilizando su muy amplia definición del teatro y la literatura en sus conferencias apolíticas. Habló sobre El Drama de Europa, en cuya oportunidad, según le escribió a Berkman, asesté golpes directos contra la amenaza del fascismo y la dictadura, te lo aseguro. (23-3-1934, IIHS, AB.) También disertó sobre temas tales como La Tragedia Alemana y el Derrumbamiento de la Cultura Alemana.

(6) Hoover, Memorándum al Asistente del Fiscal General Keenan, 4-5-1934, y Keenan a la Secretaria de Trabajo Perkins, 11-5-1934, DJ.133149.

(7) El mismo día en que el Jefe del Departamento de Justicia remitía su temeroso memorándum al fiscal, La Presse de Montreal informaba, sin mostrar alarma, que la casi anciana visitante de la ciudad llevaba muy bien sus años: Elle parait porter tranquillement ses 64 ans. Había arribado a Montreal el 2 de mayo de 1934 (Star de Montreal). Al día siguiente, el Gazette de aquella urbe publicaba una entrevista allí realizada. El 14-6-1934 llegó a Washington, en forma de telegrama enviado por la oficina de Los Ángeles al Servicio de Inmigración y Naturalización, una advertencia aún más tardía e igualmente inexacta: el agente de la costa occidental informaba que Emma se dedicaba a incitar a los estibadores en huelga, según datos suministrados por el fiscal de la zona (SIN 5410/43D). Para ese entonces, hacia ya casi un mes y medio que Emma había salido del país; además, durante su gira por los Estados Unidos, el punto más occidental al cual llegó fue la ciudad de St. Louis.

(8) EG a AB, 7-2-1934, IIHS, AB.

(9) Evening Post de Nueva York, 9-2-1934.

(10) En una carta dirigida a Emma (22-5-1934, IIHS, EG), Meyer comentaba que, después de su conferencia en Madison, durante un buen tiempo usted era el tema de conversación en nuestro grupo, y todos conveniamos en que ningún profesor puede comparársele en claridad y fuerza de exposición. Nadie presenta como usted los hechos relacionados con los problemas mundiales de importancia.

(11) Pond a Stella Cominsky, 10-3-1934, NYPL, EGP. El administrador habría exagerado algo, pues, personalmente, he visto muchos recortes de diarios cuyo texto no era decididamente contrario a ella.

(12) James B. Pond a A. L. Ross, 15-1-1934, IIHS, EG.

(13) EG a AB, 23-3-1934, IIHS, AB.

(14) Daily News de Chicago, 21 y 22-3-1934; Anna Otay, Emma G61dman en Chicago, Road to Freedom, junio de 1934, EG a Henry Alsberg, 941934, IIHS, AB.

(15) Saxe Commins a EG, 29-5-1934, IIBS, EG.

(16) Scott a EG, 1.-3-1934, IIHS, EG.

(17) Farewell to Reform, Nueva York, Liveright, Inc., 1932, pp. 84-85. Tal como lo sugiere al poner la palabra marchite entre comillas, Chamberlain no cree que el Estado llegue alguna vez a caducar; en realidad, opina que el anarquismo tiene tanto porvenir como la astrología.

(18) Emma Goldman, Nation (21-3-1934), 320. Naturalmente, esta opinión no era privativa de los intelectuales norteamericanos. En efecto, Víctor Gollancz, editor inglés, le escribió a Emma (17-3-1933, IIHS, AB), que no estaba interesado en obras anticomunistas: A mi parecer ... dada la situación reinante en el mundo, es vital dar apoyo al presente régimen de la Rusia soviética. He aquí la razón por la cual no deseo publicar ningún libro que implique un ataque.

(19) AB a EG, 27-7-1934, IIHS, AB.

(20) EG a AB, 15-9-1934, IIHS, AB.

(21) EG a AB, 5-1-1935, IIHS, AB.

(22) EB a AB, 2+1-1935, IIHS, AB.
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