Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo vigésimoctavo - Una extraña en todas partesCapítulo trigésimo - El regreso de la hija pródigaBiblioteca Virtual Antorcha

Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo vigésimonono
La acallada voz



Emma pensó que el lugar ideal para establecerse sería Saint-Tropez, el pueblecito pesquero donde ya había pasado todo un verano preparando su manuscrito sobre el teatro ruso.

Algunos amigos de Nueva York, entre ellos Arthur Leonard Ross, ahora su abogado, y Mark Dix, uno de sus admiradores adinerados, reunieron algo más de 3.000 dólares, con los cuales adquirieron una modesta casita donde Emma viviría y trabajaría.

Bon Esprit, su nuevo hogar, se levantaba entre los viñedos que cubrían las colinas circundantes del pueblo. Desde sus ventanas, Emma divisaba el azul Mediterráneo, aquel mar solitario, eterno, que se perdía en la distancia, camino al Africa; también le era dado observar la actividad de los pequeños botes de pesca que surcaban plácidamente las serenas aguas cercanas a la costa.

En este ambiente de paz podría reunir la fuerza interior que necesitaba para revivir sus turbulentos años pasados.

La pérdida de sus archivos particulares (confiscados por el Departamento de Justicia en 1917) le impediría prácticamente escribir con todo detalle y precisión, como habría preferido, pero le quedaban otros recursos. Su vieja amiga Agnes Inglis, encargada de la Colección Labadie de la Universidad de Michigan, podría enviarle gruesos álbumes de recortes, programas y folletos olvidados; otros amigos recorrerían los archivos de los periódicos norteamericanos y le remitirían los resultados de sus investigaciones; asimismo, otros podrían escribirle todo lo que recordaban sobre determinados sucesos en los que habían tomado parte.

Pero todo esto no era suficiente. Felizmente para Emma -y para toda persona interesada en su carrera-, durante sus años errantes había adquirido el hábito de escribir cartas. Recurrió a este medio no sólo para comunicarse con sus conooidos, dispersos por todo el mundo, sino también como una forma de¡ expresarse a sí misma. Como bien observó en una oportunidad' Max Nettlau, el agudo historiador anarquista, ello le confería un algo de las mujeres de siglos pasados:

En sus cartas, por otra parte magníficamente modernas, es usted por fortuna una mujer del siglo dieciocho. En ellas hace honor al viejo y maravilloso arte que el telégrafo y el teléfono han estrangulado. Estimo que esta práctica resulta muy saludable, pues la reflexiva comunicación por medio de las cartas es un trabajo intelectual de valor intrínseco que la rápida conversación no puede reemplazar ... (1).

Gracias a su frecuentación del viejo arte, pudo reunir importante material ya que, a su solicitud, quienes guardaban sus misivas le devolvieron cientos de ellas. De tal manera, le fue posible no sólo reconstruir cronológicamente su historia sino también tener una visión directa de sus estados de ánimo y pensamientos del pasado. La enorme pila de cartas que volvieron a sus manos formaba una especie de diario íntimo.

También en esta oportunidad le fue imprescindible la ayuda de Berkman, entonces residente en Niza, población cercana. El amigo la alentó para que iniciara su trabajo y le ofreció corregir y compilar las partes a medida que ella se las entregara. A su vez, él le solicitó consejo para el libro que estaba escribiendo. En una carta le decía: Por cierto que necesito de tu ayuda más que tu de la mía (2).

(Su obra fue publicada en 1929 con el título de Now and After: The ABC of Communist Anarchism).

Cuando Berkman le inquirió cuáles eran los pasos que debían tomarse contra los enemigos activos de la revolución a;narquista, Emma le replicó que tenía la obligación de defender sm reservas el derecho ilimitado a la libertad de palabra, prensa y reunión. Cualquier otra cosa creará los mismos males que queremos combatir con la revolución (3).

Por cierto que, de producirse un ataque armado, sería necesario repelerlo por la fuerza de las armas, pero en realidad esto no tiene por qué suceder aun en el período más crítico de la revolución, si se le brinda a cada miembro de la sociedad la oportunidad de participar en la reconstrucción de la misma ...

En ningún caso, y cualquiera sea el delito, debe recurrirse al encarcelamiento y a la pena capital, totalmente injustificables. Varios días más tarde, no del todo satisfecha con su respuesta a la pregunta de Berkman, volvió sobre el tema en otra carta:

A menos que nos libremos del concepto generalmente aceptado de que la revolución es una erupción violenta destinada a destruir todo lo construido a través de siglos de penosos esfuerzos, no ya de la burguesía sino de la humanidad toda, tendremos que hacernos bolcheviques, aceptar el terror y todo lo que él implica o bien convertirnos al tolstoianismo (4).

Consideraba tan importante este aspecto, que llegaba a la siguiente conclusión:

Insisto, si podemos cambiar en lo concerniente a todos los demás medios de resolver los problemas sociales, también tendremos que aprender a modificar los métodos revolucionarios. Opino que esto puede lograrse. Y si no es así, renegaré de mi fe en la revolución.

De tal manera ayudó Emma a Berkman con su consejo a la par que ordenó sus propios pensamientos a fin de definir los puntos de vista que expresaría en sus memorias acerca de cuestiones capitales, cuales son la libertad, la viblencia y el poder.

En todo el transcurso de su libro reaparecía una y otra vez, una idea fundamental: los medios empleados deben estar en armonía con los fines perseguidos. Si bien, como observó en una oportunidad, era tan incapaz de escribir un libro sin el auxilio de Berkman como de ingresar al partido comunista, dudaba de que el amigo quisiera aceptar mi forma de verlo y mi descripción de su personalidad (5).

Sus temores se ahondaron cuando Berkman comenzó a trabajar sobre el manuscrito y le expresó enérgicamente la opinión de que lo había pintado demasiado riguroso, demasiado fanático. La tensión entre ambos fue en aumento, tal como puede apreciarse en las notas que aparecen cada tanto en el diario de Berkman:

(30 de enero de 1930) Después de mis correcciones, las páginas de Las Memorias quedan peor que un campo de batalla. En algunas, tacho una mitad y la otra mitad la cambio palabra por palabra. Espero que nunca más vuelva a escribir un libro. Pero no tendré tanta suerte.

El diario de Berkman registra también la respuesta de Emma a esta actitud:

(25 de abril de 1930) No me importan los cortes, me molestan tus ásperos comentarios. Tú dices que tal o cual punto no tiene nada qué ver con mi vida. ¿No te parece que eso me corresponde a mí decirlo? En una nota anterior me decía: Sé qué difícil es para ti corregir el libro. ¿Te das cuenta cuán difícil es para mí aceptar tu ayuda en este caso? No podías haber elegido mejor símil: el cirujano del ensangrentado cuchillo.

Sin embargo, Berkman tenía que tachar sin consideraciones de ninguna especie, puesto que Emma era uno de esos escritores, como Thomas Wolíe, que se complacen en detalles superfluos.

Pero era igualmente necesario que Emma se resistiera a aceptar los cortes, pues su amigo quería eliminar episodios de los que no podía prescindir si deseaba que su autobiografía fuera un relato sincero y completo de su vida. Aunque tuvieron serios choques, el resultado fue una fructífera colaboración. Terminada la tarea, Berkman le escribió a una amiga común:

El libro es grandioso a mi parecer. Está bien hecho en todos los aspectos. Podían haberse omitido ciertos detalles, pero ya sabes como es E. G. Discutió conmigo. cada uno de los pasajes y de las páginas que quise podar (6).

Poco antes, Emma le decía a su sobrino en una caarta:

Sasha se ha portado magníficamente en la corrección.

El lazo que la unía a Berkman se había hecho indisoluble con su trabajo y mi parte en él, y con los miles de sufrimientos que nos significó (7).

Tanto más meritorios eran, por lo tanto, la imparcialidad y los generosos juicios críticos de Berkman, reconocía Emma.

Agobiada por diversos males físicos -arco de pie vencido, várices, dificultades visuales- y por una fatiga emocional, Emma tuvo que recurrir a sus últimas reservas para terminar la autobiografía.

A principios de 1931, con un gran suspiro de alivio, hizo llegar a Arthur Leonard Ross la siguiente noticia:

Hoy le envío un telegrama para comunicarle la gran nueva de que, por fin, he terminado de extirpar el apéndice de Living My Life; sólo Dios y Jesucristo saben que ninguna operación podría dar tanto trabajo y dolor de cabeza como los que he pasado en estos últimos seis meses (8).

2

Pero se equivocaba; sus dificultades no habían terminado allí.

El editor Alfred A. Knopf se negó rotundamente a vender la obra en dos tomos por menos de 7,50 dólares. Una de las razones que aducía Knopf era el contrato firmado con Emma, por el cual él se comprometía a darle un adelanto de 7.000 dólares y un diez por ciento en concepto de derechos de autor sobre los primeros cinco mil ejemplares, que se convertiría en el quince por ciento en las ediciones futuras (9).

Otro motivo por el que el editor se resistía a fijar el precio en 5 dólares era el temor de que, por encontrar la suma demasiado baja -prácticamente no es dinero- los libreros pensaran que el libro no valía gran cosa (10).

Desde el principio, Emma insistió en que su obra no se vendiera por más de 5 dólares.

Deseo fervientemente llegar a la masa de lectores norteamericanos -le escribió a Agnes Inglis-, no tanto por lo que puedo obtener por derechos de autor, sino porque siempre he trabajado para la masa (11).

Mas Knopf no cedió y fue así que, cuando a fines de 1931 salió a la calle la autobiografía de Emma, su venta fue, como cabía esperar, muy pobre. En aquel año de profunda depresión económica, publicar una biografía al precio de 7,50 dólares era casi tan absurdamente optimista como tratar de venderles tiaras de diamantes a las costureras.

La novelista Evelyn Scott comentó acertadamente: Es una verdadera ironía que justamente tu libro sólo esté al alcance de una minoría acomodada (12).

El hecho de que Living My Life circulara rápidamente ppr las bibliotecas de todo el país fue prueba adicional, si es que se necesitaba alguna, de que una edición de precio razonable habría llegado a la mayor parte del público lector.

En la semana que terminó el 16 de enero de 1932, la autobiografía de Emma fue uno de los libros sobre temas generales más pedidos en la Biblioteca Pública de Detroit (aunque no uno de los de mayor saliada en las librerías de dicha ciudad o en la lista de Brentano, de Nueva York).

En Nueva York, el bibliotecario de la Universidad de Syracuse la incluyó en la nómina de los libros más importantes del año.

Los bibliotecarios de Des Moines la recomendaron como una de las mejores obras serias del año (13).

Buena parte de la prensa recibió Living My Life con igual beneplácito. Así lo hicieron, entre otros, el Post de Washington, el Times Dispatch de Richmond, el Times de Nueva York, el Transcript de Boston y el Times de Buffalo.

New Yorker, Saturday Review of Literature y Nation fueron algunas de las revistas que unieron sus voces de encomio.

Gracias a tan elogiosa acogida, el libro se vendió bastante en ciertas zonas. Así, por ejemplo, el Journal de Milwaukee informaba el 31 de octubre de 1931 que Living My Life ocupaba el sexto lugar entre los bestselZers locales.

Pero la magnitud de las ventas no daba una verdadera idea de la cantidad de personas que leían el libro, según apuntó Arthur Leonard Ross, pues había buenas razones para suponer que debido a su alto precio ... el libro ha pasado de unas manos a otras (14). Por consiguiente, fue erróneo por parte de Emma dejarse guiar por las estadísticas y llegar a la conclusión de que su obra había sido un fracaso.

En términos generales, los críticos impresionados favorablemente por el libro superaban en una proporción de tres a uno a los que lo encontraron carente de méritos.

En tanto que el Record de Hackensac aseguraba en su edición del 12 de septiembre de 1931 que Living My Life mostraba estilo trillado y burdo engreimiento, la mayoría coincidía en que estaba bien escrita: el New Yorker (23 de noviembre de 1931) sostuvo que se trataba de una obra valiosa como documento e interesante como lectura; el Evening Sun de Baltimore (14 de noviembre de 1931) elogió el estilo que, pese a tender a lo declamatorio, era también franco, directo y vivo; para finalizar, el Herald de Boston (9 de enero de 1932) felicitó a Emma por su excelente inglés y hasta por la gran calidad literaria que caracteriza al libro.Los críticos conservadores no tuvieron más remedio que reconocer el valor de la autobiografía. En un artículo que llevaba el infaltable título de Inveterada Revolucionaria, el Time del 9 de noviembre de 1931 sostenía que todos admiramos a los luchadores de corazón. Ahora que la carrera de Emma Goldman está terminada, podemos añadir una pizca de cariño a nuestra desaprobadora admiración por ella.

Aunque el Register de Des Moines (10 de enero de 1932) afirmó que el libro no era más que mil aburridas páginas de fornicación y fanatismo, otros periódicos, tales como el Star de Tucson (8 de noviembre de 1931) y el News Journal de Murfreesboro (7 de noviembre de 1931), dieron muestras de que su opinión sobre la Roja Emma había comenzado a cambiar.

El diario de Tennessee, por ejemplo, reconoció:

Probablemente, el nombre de Emma Goldman no nos inspiraría menosprecio si leyéramos con tranquilidad, objetividad e imparcialidad su nueva autobiografía.

Entre los liberales, la reacci6n fue mucho más compleja. Se registraron crónicas tan opuestas como la de R. L. Duffus, quien publicó en la primera página de la sección bibliográfica del Times de Nueva York (25 de octubre de 1931) una crítica llena de elogiosos conceptos, y la de Lawrence Stallings, que atacó violentamente el libro en el Sun de Nueva York (20 de noviembre de 1931). El encabezamiento del artículo de Stallings anunciaba claramente su naturaleza: La Vida de Soltera de Emma Goldman y Compañía, o Goldman, Goldman, Goldman über Alles. Al parecer, el malicioso crítico no podía perdonarle a Emma su reacción contra Lenin, el hombre de más profunda sabiduría política del siglo. Stallings censuraba a aquella salvaje y lasciva mujer que no había sido capaz de comprender que acorralado por incontables amenazas exteriores y rodeado por toda clase de peligros interiores ... Lenin se vio obligado a pasar metódica y despiadadamente por encima de las sensibilidades individuales. A manera de contraste, presentaba a Emma como a una anciana despreciable y reaccionaria que se dedicaba ahora a descansar en los brazos de su esposo legal, atender el fuego y guardar de cuando en cuando alguna monedita de plata para su vejez.

Por su parte, Waldo Frank publicó en el New Republic (30 de diciembre de 1931) un meditado análisis donde no se complacía en expresiones venenosas y de mal gusto, aunque también llegaba a la conclusión de que la incapacidad de Emma "para entender el proceso ruso es la incapacidad característica de los anarquistas para comprender el mundo y, por consecuencia, para obrar sobre él. Esta historia de la vida de una gran anarquista (hay algo grandioso en esta mujer) constituye la más elocuente defensa del comunismo ..,

Freda Kirchwey admitía en el Nation (2 de diciembre de 1931) que, en lo que respecta a resultados objetivos, el libro era la historia de una derrota:

Pero como estudio de logros subjetivos, debemos reconocer que estos volúmenes revelan un gran triunfp personal.

Víctimas del mito bolchevique, Frank y Kirchwey no podían, empero, dejar de admirar sinceramente a Emma como personalidad.

Las críticas inglesas, en términos generales menos agudas y comprensivas que las norteamericanas, confirmaron la impresión de Emma de que entre ella y los británicos existía una incompatibilidad temperamental absolutamente insalvable.

El Dailly Express de Londres (20 de octubre de 1932) incluyó, a manera de crítica, simplemente una lista de los amantes de Emma bajo el título de Vida Amorosa de una Anarquista.

Otros periódicos se refirieron especialmente a sus placeres amorosos (Everyman, 2 de octubre de 1932) o a su crónica y egoísta excitación (Morning Post de Londres, 25 de octubre de 1932).

El mejor análisis publicado en Inglaterra fue el del crítico del Suplemento Literario del Times (27 de octubre de 1932), quien, tras leer el libro, lo dejó a un lado y, con profunda tristeza y desazón, se preguntó: Más de treinta años de actividad violenta, casi frenetica ... ¿con qué fin? Al parecer, el crítico del Times, lo mismo que sus demás colegas, no comprendía que el fin era llevar una vida plena de sentido.

La autobiografía de Emma constituía una obra de arte ante todo porque, en gran medida, su vida misma lo habia sido.

Ningún especialista inglés logró calar tan hondo cOmo Ordway Tead, de Harper and Brothers:

La historia de su vida es una suerte de antídoto -un fuerte, arrojado y desconcertante antídoto- contra la complacencia personal, la indiferencia social y la introversión espiritual. Cualquiera sea nuestra apreciación final de su influencia y sus valores, lo importante es que nos ha hecho ver que las fuerzas por ella combatidas no han muerto, que siguen aplastando el espíritu humano y que es menester rebelarse contra ellas (15).

3

La responsabilidad que implica toda una vida de lucha contra las fuerzas que ahogan el espíritu humano no era una carga fácil de llevar, especialmente en momentos en que aquéllas habían tomado un ímpetu avasallador. Tras finalizar sus memorias, Emma cayó en un natural estado de abandono que la hizo desear sinceramente el confortante silencio del retiro. No obstante, se lamentaba a Berkman:

La acallada voz que aún pugna en mi interior no será silenciada, esa voz que quiere alzarse contra la miseria y la injusticia que reinan en el mundo. Podría comparar mi estado con el de un ser que sufre una enfermedad incurable. Sabe que no tiene remedio y sin embargo sigue consultando médicos y toda clase de curanderos. Sé que no hay ningún lugar donde pueda o llegue a arraigarme para volver a unir mi destino al de la gente nuestra que sigue luchando por la liberación (16).

Pero acallada, la voz seguía atormentándola, deseosa de resonar nuevamente, y Emma se lanzó una vez más a la mar, como siempre, contra el viento.

En la primavera de 1932 fue directamente al centro de la tormenta, como era de esperar. Inició una gira de conferencias que la llevaría por todas las ciudades principales de Alemania, llegando hasta Copenhague, Oslo y Estocolmo. En la Universidad de Copenhague pronunció palabras que daban la pauta y el propósito de su nuevo viaje. Ante miles de daneses habló sobre La Dictadura: Una Amenaza Mundial, para advertirles contra la vileza de las dictaduras ... que amenazan la felicidad y cultura de las generaciones presentes y futuras (17).

En una carta que le envió a Berkman desde Berlín, decía traviesamente que sería muy divertido entrevistar a Hitler. Desde luego, tendría que presentarme con mi respetable nombre escocés, Colton (18).

En tono más serio añadía que estaba preparando un artículo muy importante; temía, empero, que si la pandilla de Hitler sube al poder se acabarían su artículo y su gira.

Su certeza de que Hitler y sus sabuesos avanzan rápidamente se afirmó cuando dos confiados nazis se le acercaron en la calle y le prometieron torvamente que tendría el mismo fin que Rosa Luxemburgo (19).

Si bien estas promesas no le parecieron simples amenazas, Emma no se alarmó indebidamente. Su mayor preocupación era la miseria existente en Berlín. Así expresó sus impresiones:

Lo que uno ve aquí le hace perder toda esperanza en la humanidad. La falta de valor y de autorrespeto de la masa que acepta sin quejarse la horrible burocracia, que forma interminables filas para esperar durante horas, en el frío y la humedad, unos misables (sic) marcos que le dan de limosna. Es un espectáculo horripilante. Me descorazona enormemente, me hace sentir que todos los esfuerzos por despertar a las masas son vanos, que la propia vida de uno es absolutamente inútil (20).

Pero la acallada voz seguía restallando en sus oídos, y aceptó una invitación de la Deutsche Verband für Geburtenregelung und Sexualhygiene (Liga Alemana pro Limitación de la Natalidad e Higiene Sexual), para volver en marzo de 1933 a fin de realizar una gira de conferencias.

Extraña coincidencia: precisamente en aquel mes de marzo subió Hitler al poder. Berkman percibió la negra reacción que se avecinaba; por ello escribió a Emma para comunicarle sus temores acerca de la gira que ella se proponía hacer:

Me da la impresión de que a partir de este momento se acabaron los actos radicales ... Hitler y su pandilla levantaron sin tardanza su mano de hierro y parece ... que eso siempre tiene buen resultado con las masas.

Emma reconocía que era descabellado proyectar reuniones en Alemania, mas si la Reichsverband quiere seguir adelante con sus actividades, yo no puedo abandonarlos, cualesquiera sean las consecuencias para mí (21).

Pero en Alemania ya no era tiempo para conferencias como las de Emma, quien no tuvo oportunidad de cumplir su palabra.

Aquel funesto mes de marzo Emma permaneció en Inglaterra, donde se dedicó con ahinco a organizar alguna forma de protesta contra la sangrienta dominación nazi.

Para quienes la habían catalogado como anticomunista de profesión, fue una sorpresa oírla hablar contra la dictadura alemana del mismo modo que lo hacía contra la tiranía rusa. Y por cierto que Emma no callaba nada de lo que pensaba. En una carta a Berkman, le decía:

En la conferencia de esta noche arremeteré sin miedo. Les diré a todos lo que pienso de la impasibilidad con que contemplan las atrocidades que se cometen en Alemania. Tal vez logre avergonzarlos hasta el punto de que se sientan obligados a participar en un gran acto de protesta (22).

Aunque le fue imposible impulsar a los socialistas y a los gremialistas a una protesta organizada, aprovechó la oportunidad para expresarles con toda franqueza cuál era su opinión sobre aquella fría reserva.

Aquel mismo mes ocurrió un incidente bastante divertido, que hizo aún más notable el abismo que existía entre el modo de ver de Emma y el de los ingleses.

El 20 de marzo se celebró en Grosvenor House un banquete literario en honor de Emma, con motivo de la aparición en Inglaterra de su obra Living My Life. Muchas fueron las personalidades que le rindieron debido tributo. Entre ellas se encontraban Henry W. Nevinson, Rebecca West -que introdujo una digresión para señalar que Emma, junto con Willa Cather, era una de las mejores cocineras entre las escritoras del momento- y Paul Robeson, quien, a manera de homenaje, entonó dos bellas canciones: A veces me siento como una Paloma Mañanera y Haciendo Rodar la Carreta. Pero antes se habían producido ciertas dificultades. Según las crónicas de los periódicos estadounidenses:

En la comida realizada hoy en Grosvenor House se omitió el tradicional brindis a la salud del rey a fin de no lastimar los sentimientos de la anarquista Emma Goldman, quien amenazó con retirarse si tal brindis se cumplía. En Inglaterra, siempre se bebe a la salud del rey antes de permitir a los presentes que fumen, y de presentar a los oradores (23).

Muchos habrán sido los ingleses que, al igual que el Border Cities Star de Windsor, Canadá (6 de marzo de 1933), consideraron aquello como un deliberado agravio al rey Jorge.

Pero, como aludiera Robeson a través de su rico canto de bajo, Emma tenía que seguir Haciendo Rodar la Carreta con su manera única y personal.

En noviembre de 1933 estaba nuevamente en Holanda, exhortando a su público a combatir la dictadura. (Naturalmente, no proponía que Holanda u otros países entraran en guerra contra Alemania, pues creía que Hitler era un producto de la primera guerra mundial; en cambio, deseaba que la opinión de todo el orbe se levantara contra los nazis, que los obreros tomaran medidas económicas contra ellos y que sus oyentes prestaran toda la ayuda que estuviera a su alcance a las personas que luchaban contra Hitler y a las víctimas de la opresión hitlerista).

Pero no pudo llegar muy lejos con su mensaje. En Hilversum, la policía holandesa le informó que se le prohibía referirse a la situación interna del país o criticar a otros gobiernos.

Como respuesta, Emma denunció violentamente la muerte de la libertad que traía apareada el nazismo. Siempre alcanzó las mayores alturas cuando tuvo que hacer frente a esta clase de oposición y, en esos momentos, pareció recuperar su antiguo espíritu de lucha.

Así le informó llena de júbilo a Berkman: Ya no estoy cansada (24).

No obstante, en Rotterdam, la policía le impidió pronunciar su disertación sobre la dictadura. No sucedió lo mismo en Amsterdam, donde los agentes no alcanzaron a evitar que su dinámica visitante hablara durante un triunfal acto celebrado en la Casa de los Gremios. En cambio, le dieron caza en Appledorn provistos de una orden de expulsion emanada del ministerio.

Tras recoger sus pertenencias en La Haya, fue conducida en un tren y escoltada hasta la frontera. Emma opinaba que su expulsión se debía a que Holanda fabrica armas para Alemania. Por eso me echaron después de mi tercera charla sobre la situación alemana.

En concepto de Berkman, la medida tomada contra Emma significaba una cosa:

Aún eres peligrosa, no cabe ninguna duda. Y ahora, especialmente, los poderes imperantes temen que se hable de la dictadura porque todos desean tenerla (25).

Pero estas afirmaciones no eran enteramente justas, ya que más adelante Holanda también expulsó a otros opositores del régimen nazi, en parte impulsada por su temeroso y desesperado deseo de aplacar a aquellos vecinos del Este que se mostraban cada vez más beligerantes. Sí era verdad, en cambio, que los holandeses consideraban a Emma una huésped peligrosa.

Cuando Holanda, el único país del continente europeo donde tenía la esperanza de desarrollar una actividad, al menos durante varias semanas por año, le cerró sus puertas, Emma comenzó a proyectar nuevamente una gira por el Canadá y a pensar en la posibilidad de una visita a los Estados Unidos.

El retorno al país que tanto amaba no era ya una quimera, pues Mabel Carver Crouch, conocida liberal que visitó inesperadamente a Emma en su retira de Saint- Tropez, le prometió formar una comisión que trabajaría para lograr su regreso a los Estados Unidos, promesa que cumplió apenas puso pie en su patria. Mas Emma no se hacía ilusiones; otros amigos -Isaac Don Levine, Theodore Dreiser, H. L. Mencken- ya se habían estrellado contra el inconmovible muro de las autoridades que se negaban rotundamente a dar permiso de entrada a la aborrecida anarquista. Sin embargo, Mabel Carver Crouch imprimió a la tarea un impulso y un entusiasmo sin precedentes.

Con el respaldo de una comisión compuesta por liberales y radicales -entre quienes se contaban John Dewey, John Haynes Holmes, Sherwood Anderson, Dorothy Canfield Fisher, Sinclair Lewis, Anna Sloan, Harry Elmer Barnes, A. J. Muste, Quincy Howe, Robert Morss Lovett, Dorothy Kenyon y Amos Pinchot- la señora Crouch incitó a Roger Baldwin y a la American Civil Liberties Union a entrar en acción.

Pronto Baldwin anunció que la secretaria Perkins estaba dispuesta a dejar volver a Emma sólo en calidad de visitante, siempre y cuando el Departamento de Trabajo y la comisión que auspiciaba su retorno llegaran a un acuerdo en cuanto a la extensión y los propósitos de la gira. Exigía también una lista de los temas que se proponía encarar en las conferencias (26).

Poco después de su arribo a Montreal, producido el 10 de diciembre de 1933, Emma recibió un telegrama de Baldwin en el que le comunicaba que era necesario que autorizara a la comisión a fijar los temas de las conferencias y quiénes las auspiciarían; agregaba que más tarde le explicaba los motivos de este pedido y aclaraba que podía confiar en el juicio de la comisión de recepción.

De bastante mal grado, Emma dio su permiso; casi inmediatamente se enteró de que el Departamento de Trabajo había estipulado que sólo podía referirse al teatro y a la literatura.

Siguieron entonces complicaciones casi cómicas. Prácticamente sin fondos para irse a otra parte -podría decirse que tampoco le quedaba casi adonde ir-, Emma se rehusó enérgicamente a aceptar el concepto formalista de la señorita Perkins sobre la literatura y no quiso renegar de sus propias teorías acerca de la crítica literaria sólo por lograr que la admitieran en los Estados Unidos.

En su respuesta, le señalaba a Baldwin que toda forma de arte es una expresión de vida, vida que resulta estéril cuando no está fertilizada por ideales y sueños:

Este es mi concepto de la literatura y del teatro, en rigor dé toda manifestación de arte, y por eso no podía comprar la entrada a los Estados Unidos modificando totalmente mi modo de ver las artes. Esto no significa que comparta con mis amigos, los comunistas, la idea de que la literatura y el teatro son medios de propaganda. Insisto, empero, en que toda expresión creadora debe tener su razón de ser y su raíz en la trama social y política de la época.

Con esto, Emma daba a entender que no estaba dispuesta a mutilar las obras literarias o teatrales analizándolas fuera de su contexto social ni tampoco deseaba engañar a la comisión con la falsa promesa de atenerse a los límites estipulados.

Baldwin la instó a dar su consentimiento a título de prueba en la esperanza de que, una vez en el país, le permitirían referirse al teatro y a la literatura desde el punto de vista que ella quisiera (27).

Con esta condición, Emma decidió aceptar y, por fin, el 1° de febrero de 1934, retornó a la patria por un lapso de noventa días.



Notas

(1) Max Nettlau a EG, 16-2-1929, IIHS, EG.

(2) AB a EG, sin fecha, IIHS, EG.

(3) AB a EG, 25-6-1929, IIHS, EG; EG a AB, 29-6-1928, IIHS, E.G.

(4) EG a AB, 3-7-1928, IIHS, EG.

(5) EG a Demi Coleman, 8-1-1930, IIHS, EG.

(6) AB a M. Eleanor Fitzgerald, 9-2-1932, IIHS, AB.

(7) EG a Saze Commins, 14-7-1931, IIHS, EG.

(8) EG a Ross, 1-1-1931, CL.

(9) Ross a EG, 2-10-1929, IIHS, EG.

(10) Knopf a EG, 23-4-1931, IIHS, EG.

(11) EG a Inglis, 11-4-1930, CL.

(12) Scott a EG, 9-8-1931, IIHS, EG.

(13) News de Detroit, 17-1-1932 Palladium Times, de Oswego, 1-2-1932; Herald Tribune de Nueva York, 29-12-1931.

(14) Rosa a EG, 22-1-1932, IIHS, EG.

(15) Yale Review, junio de 1932. Otro aspecto digno de destacarse, aunque no tan importante como el arriba mencionado, es el hecho de que Living My Life constituye un valioso documento histórico. Por ello Upton Sinclair le expresó a Emma: Los historiadores de nuestra época les estarán agradecidos a usted y a Lincoln Steffens. (Sinclair a EG, 10-11-1931, IIHS, EG.)

(16) EG a AB, 18-11-1931, IIHS, EG.

(17) Times de Nueva York, 14-2-1932; EG a AB, 15-2-1932, HHS, AB.

(18) EG a AB, 6-3-1932, IIHS, EG.

(19) EG a Beckl, 25-5-1932, CL. En 1919, Rosa Luxemburgo, entonces una frágil anciana, fue atacada cuando la conducían a la cárcel. Murió a consecuencia de los golpes, siendo su cadáver luego arrojado a un río.

(20) EG a AB, 9-40-1932, IIHS, AB.

(21) AB a EG, 5.3.1933, IIHS, EG; EG a AB, 8-3-1933, IIHS, AB.

(22) EG a AB, 3-3-1933, IIHS, EG.

(23) Times de Nueva York, 2-3-1933; Tribune de Chicago, 2-3-1933,

(24) EG a AB, 20-11-1933, IIHS, AB.

(25) EG a Freda Kirchwey, 14-7-1934, IIHS, EG; AB a EG, 25-11-1933, IIHS, AB. Digamos, de paso, que la policía secreta holandesa seguía con interés los pasos de Emma y de Berkman hacía ya mucho tiempo. Uno de los informes presentados por la misma demuestra que su criterio (como sus torpes deducciones) era muy similar al de sus colegas de los Estados Unidos. El jefe de la tercera sección del Estado Mayor del ejército holandés transmitió a la legación norteamericana un informe sobre las actividades de aquellos dos anarquistas. El documento estaba fechado el 6-2-1922 (SIN 52410/43C; DE 311.6124 K/47). En los Estados Unidos, el jefe de la tercera sección declaró: Llevaban una vida muy lujosa y recibía grandes cantidades de dinero de los anarquistas. Emma, oradora inteligente, y Berkman, apelaban a toda clase de gente y sabían lanzar ideas en el momento adecuado. Este jefe llegó a la conclusión de que se trataba de personas indeseables y peligrosas, a quienes debería prohibírseles la entrada en Holanda, Inglaterra y los Estados Unidos.

(26) Baldwin a EG, 4-12-1933, NYPL, EGP.

(27) En lo referente a este episodio, ver Baldwin a EG, 22-12-1933, 2 y 5-1-1934, NYPL, EGP; EG a Baldwin, 3-1-1934, NYPL, EGP.
Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo vigésimoctavo - Una extraña en todas partesCapítulo trigésimo - El regreso de la hija pródigaBiblioteca Virtual Antorcha