Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo segundo - San PetersburgoCapítulo cuarto - ¿Por qué radical?Biblioteca Virtual Antorcha

Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo tercero
Rochester: flor del edén



América, América la libre, asilo de los oprimidos y derrotados, de los famélicos y harapientos de todo el mundo: desde las laderas de las tibias colinas sicilianas hasta las fábricas de las frías orillas del Neva ruso, todos soñaban con una misma cosa: la tierra de Colón, la Goldene Medine, la Tierra Prometida, la dorada, gloriosa América libre.

A los ojos de los individuos de conciencia política, la situación en el Viejo Continente había llegado a un punto en que las cosas ya no tenían remedio; pero en América un hombre podía ser hombre, no necesitaba luchar por el centavo o vivir miserablemente, no tenía que hacer siempre reverencias y agachar el lomo.

Por feliz coincidencia, el reconocimiento formal de este sueño por parte de Europa arribó al nuevo continente el mismo año que Emma y Helena: la Liberté éclairant le monde de Bartholdi desembarcó en la Isla de Bedloe a tiempo para que, al entrar el Elbe en Castle Garden, las hermanas vieran, recortada contra el contorno de Nueva York, la silueta del grandioso tributo de Europa. De tal manera, el símbolo más grande e imponente de la libertad americana llegó a aquellas tierras virtualmente al mismo tIempo que la muchachita que algún día sería uno de los paladines más enérgicos y activos de la libertad.

2

Emma Y su hermana sintieron gran emoción al avistar Nueva York, pues esperaban encontrar allí el soñado paraíso. Ellas también pensaban que hallarían un lugar en el generoso corazón del nuevo país.

Huían de la crueldad paterna y de la falta de comprensión, de la autocracia zarista y de los pogroms rusos, y habían puesto sus esperanzas en aquellos Estados Unidos de América.

Su primer contacto con el nuevo mundo les significó una verdadera desilusión. Cuando Castle Garden era un centro elegante, se reunía allí un público ansioso de oír la clara voz del soprano de Jenny Lind; pero las dos hermanas sólo oyeron la confusa mezcla de voces de enojados funcionarios, hombres desesperados y mujeres histéricas.

Grande fue su desasosiego al comprobar que los funcionarios se comportaban de modo muy similar al de los funcionarios de la Rusia de Alejandro o de la Alemania de Bismarck. Despedidos los inmigrantes del barco cual si se tratara de ganado, las hermanas quedaron sobrecogidas ante la hostilidad y rudeza de los guardias, y especialmente ante la falta de consideración que mostraban hacia las mujeres encinta y los niños.

Asustadas, sólo atinaron a huir hacia Rochester, donde se encontraba Lena.

La hermana se mostró encantada de verlas, a pesar de que llegaban en mal momento. Atravesaban por una situación muy difícil, pues el marido no ganaba más que doce dólares semanales trabajando duramente en una hojalatería. Por tal motivo, sólo podía ofrecerles albergue. Al poco tiempo, Helena consiguió un empleo en el que se ocupaba de retocar negativos de fotografías.

Emma entró en Garson, Meyer y Compañía, donde cosía levitas, trabajaba diez horas y media por día y recibía dos dólares con cincuenta centavos semanales.

Emma había ansiado trabajar para Leopold Garson, presidente de la Unión de Sociedades Filantrópicas Judías de Rochester y propietario de una fábrica modelo, que tenía fama de ser un gran filántropo.

Ese empleo fue otra gran desilusión para Emmas pues nuevamente la realidad no respondió a sus esperanzas. Si bIen la fábrica de Rochester tenía mejor iluminación y era más espaciosa que el taller de corsés de San Petersburgo, también el ritmo de trabajo era más acelerado y los obreros estaban sometidos a una disciplina mucho más estricta.

En San Petersburgo resultaba menos pesada la tarea ya que los obreros podían hablar y cantar, lo cual no estaba permitido en la fábrica modelo de Garson. Emma siempre recordaba que ni siquiera podían ir al excusado sin pedir permiso. Más tarde -único comentario de este tenor que encontramos en sus cartas-, le relató a un amigo que Garson no sólo explotaba a los obreros, sino que también buscaba los placeres que las jóvenes esclavas de su fábrica podían proporcionarle. Cuando no cedían, las echaba.

El problema inmediato que se le presentó a Emma fue la escasez de recursos, pues su entrada era muy exigua. Pagaba a Lena un dólar y cincuenta centavos en concepto de pensión, y gastaba sesenta centavos en los viajes; de tal manera, sólo le restaban cuarenta centavos por semana para ropa, diversiones, libros y gastos varios.

Cuando Lena tuvo un hijo, Emma consideró que debía contribuir con más para el mantenimiento de la casa. Decidió pedirle un aumento a Garson. Cuando la hicieron pasar a la lujosa oficina del industrial, Emma quedó fascinada ante un florero repleto de rosas American Beauty. Tiempo atrás había admirado aquellas flores en una florería pero, para su desesperación, comprobó que el dinero que le quedaba de su salario semanal no alcanzaba ni siquiera para comprar una. Garson la sacó de su arrobamiento al preguntarle con brusquedad qué deseaba. La obrera trató de hacerle comprender su problema, añadiendo que no ganaba lo suficiente para adquirir de vez en cuando un libro o pagar una entrada de veinticinco centavos para el teatro. Garson le replicó llanamente que esos gustos eran algo extravagantes, que sus demás jornaleros estaban contentos y que si ella no lo estaba se fuese a buscar trabajo en otro lugar. Emma encontró preferible esta última alternativa.

Su experiencia con Garson le permitió descubrir las tensiones que existían dentro de la comunidad judía de Rochester. Observó que los judíos alemanes daban la bienvenida a los judíos rusos porque éstos constituían una mano de obra barata para sus talleres de ropería. Le indignó comprobar el mal disimulado desprecio que sentían los judíos alemanes por sus hermanos del Este, a quienes consideraban recién venidos de un país semibárbaro del que no salían preparados para gozar de una igualdad de derechos.

Muchos eran los judíos rusos que se percataban de que los alemanes habían logrado dominar la importante industria del vestido de Rochester merced a la explotación de que los hacían víctimas.

En este caso coincidían la línea divisoria de clases y el origen nacional. Cuando Emma llegó a Rochester, había ambiente de revuelta: los rusos trataban de organizarse en la Knights of Labor, (1), en tanto que los alemanes se unían en la Cámara de Comercio y en agrupaciones de empresarios. Naturalmente, Emma simpatizaba con sus compatriotas, y sus críticas contra los judíos alemanes capitalistas y el capitalismo en general fueron en aumento.

Encontró ubicación en la fábrica de un tal Rubenstein, donde las condiciones de trabajo eran más tolerables. Rubenstein no trataba con tan férrea dureza a sus obreros y, además, le pagaba a Emma cuatro dólares por semana.

3

En aquella época, Emma conoció a Jacob Kersner, joven judio ruso que también amaba la lectura y la danza. Ansiosa de tener amigos en aquella ciudad extraña, Emma se alegró mucho de poder tratar con ese joven que hablaba ruso -su inglés era aún imperfecto-, se mostraba indiferente al dinero y le había propuesto salir juntos para disipar la soledad que ambos sentían.

Después de cortejarla durante cuatro meses, Jacob le propuso matrimonio; de mala gana, Emma consintió en comprometerse. Abraham y Taube, que habían seguido a sus hijas a América, se sintieron muy complacidos ante la perspectiva de que su tempestuosa Emma sentara cabeza y formara un hogar.

Con el fin de ayudar a los Goldman, Kersner fue a vivir como pensionista a la casa de éstos. La falta de intimidad y la proximidad de Kersner eran motivo de constante enojo para Emma.

A pesar de su empUje y sus grandes ambiciones, decidió finalmente aceptar lo que le parecía inevitable. A diferencia de la Vera Pavlovna de Chernishevski, aceptó unirse legalmente y cumplir la debida ceremonia.

Emma y Jacob se casaron en febrero de 1887 según los ritos judíos.En su noche de bodas, Emma descubrió que el marido era impotente.

Mientras yacía junto a Kersner, profundamente azorada, recordaba sus experiencias eróticas pasadas. Rememoró su relación con Petrushka en Popelan; también la brutalidad de la madre cuando, al aparecerle la menstruación, le explicó con acritud que esos períodos eran necesarios para proteger a las muchachas de las desgracias. Por último, vino a su memoria la relación que tuvo con un joven empleado de un hotel de San Petersburgo, quien logró llevarla con engaños a un cuarto del hotel y la inició rudamente en la vida sexual. Helena la había seguido hasta el hotel y Emma pudo escuchar, llena de terror y sentimientos de culpa, cómo la hermana preguntaba por ella. Después de esa primera experiencia sexual seria, Emma confesará:

Siempre me sentía entre dos fuegos en la presencia de hombres. Me atraían fuertemente, pero este sentimiento estaba siempre acompañado de otro de repulsión violenta. No soportaba que me tocaran (2).

Tales los pensamientos que acudían a su mente mientras Kersner dormía.

Con el matrimonio, la vida de Kersner entró en una pendiente. Aunque, a instancias de Emma, se sometió a un tratamiento médico, no logró ninguna mejoría. Todo su interés por los libros y las ideas se esfumó. Pese a haber terminado sus estudios en el Gymnasium de Odesa, en Rochester pronto adoptó las costumbres de otros obreros. Adquirió una afición desmedida por los juegos de cartas, vicio que le hizo a Emma muy difícil sostener su hogar.

El marido se mostraba terriblemente celoso, quizá por su propia falta de virilidad. En tanto que su personalidad entraba en una suerte de proceso de desintegración, la de Emma sufría ciertos cambios que los separaban cada vez más.

El interés de Emma por el caso de los hombres acusados de los actos terroristas de Haymarket dio a su radicalismo en formaClOn mayor amplitud y profundidad.

Como ya relatamos, el día de la ejecución de Parsons, Spies y sus camaradas, Emma atacó funosamente a una mujer que hizo mofa de la simpatía que se mostraba por los mártires de Chicago. Atraída cada vez más por la causa que aquellos hombres representaban, encontraba la vida con Kersner día tras día más insoportable y carente de sentido.

Poco tiempo después, se separó de él. Los divorció el mismo hombre que, hacía menos de un año, había realizado la ceremonia de casamiento.

Inmediatamente después de dejar a Kersner, Emma se dirigió a New Haven donde entró en otra fábrica de corsés. Allí trabó conocimiento con un grupo de jóvenes rusos que dedicaban¡, el día al trabajo y las noches al estudio y análisis de las ideas socialistas y anarquistas. Las interminables discusiones y las ocasionales reuniones, en las cuales a veces hablaban disertantes de Nueva, York, le dieron a Emma la impresión de que aquélla era su primera experiencia importante en América.

Sin embargo, pocos meses después retornó a Rochester, algo enferma y quizá nostalgIca.

Pronto Kersner fue a buscarla y le rogó seriamente que volviera a su lado. Hasta amenazó con envenenarse si no lo hacía.

Asustada ante tal perspectiva, Emma accedió a entrar por segunda vez en un matrimonio igualmente destinado al fracaso. Pero esta vez se propuso tener mayor independencia económica, para lo cual estudió secretamente el oficio de modista.

Durante tres meses, día tras día, se esforzó inútilmente por convencer a Kersner de que cada uno debía seguir su camino. Por fin, tras una violenta discusión, lo abandonó para siempre y se fue a vivir temporariamente con Helena.

De todos los miembros de la familia, Helena había sido la única que estuvo de parte de Emma durante su largo suplicio. Lena compartía con los viejos Goldman la idea de que Emma nd debió divorciarse y de que era su deber volver a casarse con Kersner. El divorcio definitivo de Emma disgustó tanto a Abraham y a Taube que le prohibieron volver a entrar en su casa. Para ellos era un axioma que la mujer tenía que vivir con un hombre por el resto de su vida, cualesquiera fueran los problemas que se le presentaran.

En una violenta escena familiar, Abraham la acusó de ser una disoluta que siempre había traído desgracia a la familia. Exasperada, Emma reprochó al padre la desgraciada juventud que le había hecho pasar y lo responsabilizó de su situación. y si se había salvado de convertirse en ramera, le gritó frenética, no fue por su dedicación sino gracias al amor y a la devoción de Helena. Así tenninó un conflicto mantenido durante dos décadas.

A los ojos del resto de la comunidad judía de Rochester, Emma se convirtió en una meshumed y radikalke (3), o una apóstata y, cosa igualmente terrible, en una desvergonzada mujer que había osado emanciparse.

La desaprobación que despertó su actitud llegó a la hostilidad activa, ya que los vecinos le hacían demostraciones de desprecio cuando la encontraban en la calle.

Ya preparada para luchar por sus ideales, consideró que no tenía sentido librar su batalla en Rochester. Con la ayuda de Helena, partió hacia Nueva York el 15 de agosto de 1889. Tenía entonces definidas ideas radicales y se alejaba en busca de su peculiar destino.



Notas

(1) La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo fue un gremio de obreros del vestido formado en Filadelfia en 1869, del cual surgio la organización del mismo nombre que trató de agrupar a todos los trabajadores de los EE. UU. sin distingas de ninguna clase. (Nota de las traductoras)

(2) Living My Life, p. 23.

(3) Renegada y radical. (Nota de las traductoras).
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