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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo segundo
San Petersburgo



Hacia 1880, San Petersburgo era una ciudad de arquitectura extravagante y chabacana. En la ciudad propiamente dicha, los palacios eran patéticas copias de los que se veían en Venecia, Amsterdam y Berlín. A pesar de todo se observaba, al menos, el deseo de lograr la grandiosidad y el panorama presentados por las ciudades que se pretendía imitar.

En el sofocante barrio judío no existía ni siquiera tal pretensión. Estrechas viviendas servían de alojamiento a cerca de veinte mil parias empeñados en angustiosa y dura lucha por ganarse el sustento. Trabajaban en sus pequeñas tiendas y en la industria del vestido o, simplemente, vivían unos de la miseria de los otros.

En la primavera de 1881, cuando Emma Goldman y su madre llegaron al ghetto, éste estaba repleto de judíos que habían afluido hacia ese punto huyendo de las persecuciones. Como bien observó alguien, los refugiados habían llegado con la muerte pisándole literalmente los talones.

Veamos qué sucedía dentro del ghetto. La salvaje ola de violencia había silenciado momentáneamente a quienes argumentaban que el problema judío se solucionaría con la importación del arte y la ciencia occidentales. Los liberales judíos cayeron en profunda desesperación al ver la insensible indiferencia de sus correligionarios rusos, quienes pensaban que el antisemitismo era el comienzo de un despertar popular.

Sin disfrutar casi de su momento de triunfo, los nacionalistas ortodoxos se dedicaron a recordarles a los judíos que no debían apartarse de su religión y cultura, que no debían tratar de mezclarse con otros pueblos.

Algunos izquierdistas políticos quedaron tan consternados ante la propaganda incitadora de pogroms de los populistas rusos que formaron su propio movimiento obrero socialista. Sólo unos pocos de la generación joven, aún convencidos de que lo único que podía ayudar a los oprimidos judíos era la solución radical de los problemas sociales generales, continuaron actuando en movimientos surgidos del nihilismo y del populismo rusos.

Fuera del ghetto, los acontecimientos habían llegado a su culminación con el asesinato de Alejandro II. Este hecho y otros ataques contra las autoridades rusas tenían raíces directas en los mbvimientos de la década 1860-70, cuando algunos individuos se levantaron en rebelión intelectual contra el despotismo reinante en el país y la hipocresía social del sistema ruso.

Aunque el nihilismo ha llegado a significar la identificación de un burdo egoísmo con la verdad y la justicia, esta sublevación intelectual representó en aquella época todo lo contrario: fue el iracundo rechazo del grosero egoísmo y del autoritarismo.

Un nihilista -definía Arkady Petróvich en Padres e Hijos, de Turguenev (1862)- es un hombre que no se inclina ante ninguna autoridad, que no rinde pleitesía a ningún principio, por mucho que éste sea reverenciado.

Tales eran los muy inocentes fundamentos del nihilismo ruso. Es indudable que este movimiento contribuyó a preparar el terreno para el populismo que floreció en la década siguiente, cuando jóvenes idealistas rusos trataron de mezclarse con el pueblo guiados por la idea de educarlo y enseñarle el socialismo. Y sólo cuando la persecución y los numerosos arrestos de que se hizo víctima a estos jóvenes obstaculizaron esta pacífica misión, recurrieron al terrorismo como táctica. Siguieron asesinatos e intentos de asesinatos, de manera que cuando Emma y su madre llegaron a San Petersburgo en 1881, Rusia se encontraba virtualmente en estado de guerra civil.

2

La tienda que dirigía Abraham Goldman había cerrado poco antes del arribo de su familia. Taube solicitó a sus hermanos un préstamo de trescientos rublos, con los cuales instaló un pequeño almacén de comestibles. Lena emigró a los Estados Unidos; Helena contribuía al sostén de la familia con su trabajo, cosa que luego hizo también Emma.

Emma estudió durante otros seis meses antes de dedicarse plenamente a trabajar. Pero estos pocos meses bastaron para ponerla en contacto con estudiantes radicales (1) que abrieron ante ella un nuevo mundo de ideas.

Ya en Konigsberg había sentido simpatía por los mártires populistas, aunque sin saber realmente cuáles eran los ideales por los que luchaban.

Cuando en 1875, un tío materno fue arrestado por participar en las actividades de uno de los círculos radicales de San Petesburgo, la familia Golman cayó en una abrumadora desesperaclOn, de la que pudo salir cuando Taube corrió a la capital para rogarle al jefe de la policía imperial que no enviara a su hermano al exilio en Siberia.

Aunque humillante, su gestión tuvo buen éxito. Emma comenzó a mostrarse cada vez más escéptica respecto a las afirmaciones de su madre de que aquellos funcionarios eran bondadosos y humanos; se inclinó más bien a aceptar las ideas de su maestra, quien aseguraba que eran bestias salvajes que azotaban a los campesinos y torturaban a los idealistas encarcelados. Sólo cuando entró en contacto con los estudiantes radicales de San Petersburgo, supo Emma qué buscaban los populistas y se despertó su admiración por quienes no vacilaban en arriesgar su vida para lograr tan generosos fines.

Durante los primeros meses en San Petersburgo también consiguió ejemplares de Padres e Hijos, de Turguenev, El Precipicio, de Iván Goncharov (1869) y ¿Qué Hacer?, de Nikolai Chernishevski (1863).

Las dos primeras novelas la impresionaron muoCho, a pesar de que Goncharov caricaturizaba abiertamente a los nihilistas. Pero la novela de Chernishevski, inferior desde el punto de vista literario, hizo un impacto tan profundo en Emma que esta modelo conscientemente gran parte de su vida a imagen de Vera Pavlovna, heroína de ¿Qué Hacer?

En dicha novela, Vera Pavlovna se convierte al nihilismo, y con ello despierta a una nueva vida de fácil camaradería sexual, libre indagación intelectual y trabajo cooperativo. Rechaza con horror la idea avarienta y típicamente filistea de su madre de venderla como valioso objeto sexual. En cambio, prefiere vivir en libre camaradería con un estudiante de medicina sin recursos que la había rescatado de la muerte intelectual y de la prostitución legal planeada por su madre. Vera también instala un taller de costura en cooperativa para asegurarse una independencia completa; además, se propone seguir avanzando y estudiar seriamente medicina. Sin duda más interesada en la distribución equitativa de los bienes que en el mejoramiento de la producción, Vera ansía un mundo ideal en el que los productores se asocien para actuar libre y conjuntamente, sin las restricciones de una burocracia política.

Estas ideas constituyeron el embrión del posterior anarquismo de Emma Goldman. Pero en aquel momento, la heroína de Chernishevski tuvo una influencia mucho más importante: fortaleció la determinación de Emma de vivir su propia vida (2).

3

Las ideas independientes de Emma eran muy peligrosas. Para la comunidad judía una niña adolescente significaba poco más que un bien inmueble y, prácticamente, se la consideraba propiedad del padre. Cualquiera fuese la situación de la muchacha judía dentro de la vida familiar, su status formal era, en esencia, el mismo que ocupara antaño, cuando se la ponía en la misma categoría que un buey, un asno u otra propiedad privada.

Cuando, haciendo uso de sus derechos paternos, Abraham Goldman convino un matrimonio para Emma al cumplir ésta quince años, la hija se opuso osadamente. La reacción del padre fue clásica:

Yo protesté, me resistí -recuerda Ernma-, le pedí que me dejara continuar mis estudios. Furioso, arrojó mi gramática francesa al fuego mientras gritaba: ¡Las mujeres no deben estudiar demasiado! Una chica judía sólo tiene que saber preparar gefüllte fisch (3), hacer fideos bien finos y darle al marido muchos hijos. Yo no hacía caso de sus planes; quería estudiar, conocer la vida, viajar. Además, estaba resüelta a casarme únicamente por amor (4).

Para Abraham el amor romántico era una aberración; para Emma constituía una de las fuerzas capitales de la vida.

Este conflicto entre padre e hija sólo era parte de una batalla más importante que sostenían continuamente. Es indudable que Abraham se consideraba agraviado. Nunca pudo sobreponerse a la desilusión que le produjo el que su primogénito fuera mujer. A esto se añadían sus repetidos fracasos económicos que habían frqstrado todos sus planes y acrecentado su encono y agresividad contra los miembros de su familia.

A decir verdad, la peregrinación del primer patriarca Abraham por la Mesopotamia en busca de sustento, no fue más desesperada ni imperiosa que la de Abraham Goldman a través de la Rusia zarista: jefe de un pequeño clan de peregrinos perdidos en territorio enemigo, cayó pronto en el hábito de considerar a sus hijos, y en cierto modo a su propia mujer, como miembros de una patrulla sometida a la férrea disciplina de una situación de emergencia. Por consiguiente, era difícil que se mostrara paciente con la rebelde Emma.

Si este hombre hubiese tenido la capacidad intelectual para reconocer los fundamentos del antisemitismo reinante en Rusia, si hubiese sabido ver cuáles eran las fuerzas que se cernían sobre el ghetto, habría podido ser más paciente y aceptar sus reveses económicos de mejor talante. Desgraciadamente, nunca reveló verdadera capacidad para comprender racionalmente su situación; en cambio, reaccionó con sentimientos y actitudes típicas de la baja clase media, exagerada economía, desconfianza respecto a las nuevas ideas y una envidia por los triunfadores oculta tras una supuesta indignación moral.

Cualquiera fuera el origen de sus tensiones internas -algunas, como luego sugiriera Emma, pueden haber sido resultado de su incompatibilidad sexual con Taube-, el hecho es que Abraham se puso a la tarea de limar a fuerza de golpes las aristas del rudo carácter de aquella hija que no había deseado.

Para colmo, Emma nunca pudo mostrar la sumisión y la dócil sonrisa que habrían desviado la ira paterna. De tal manera, el conflicto entre ambos amenazaba hacerse total.

El padre la azotaba, la obligaba a quedarse de pie en un rincón durante horas o a caminar de un lado a otro con un vaso desbordante de agua en las manos, propinándole un azote por cada gota derramada.

En una oportunidad, la azotaina fue tan terrible que los gritos de Emma impulsáron a su hermano Morris a morder una pierna al padre. Otra vez, enfurecido porque la hiia había recibido notas bajas en conducta, Abraham la atacó a golpes de puño; temiendo que la lastimara seriamente, Helena acudió en ayuda de Emma, pero Abraham siguió golpeándola y sólo se detuvo cuando, exhausto, cayó al suelo inconsciente.

A pesar de todo, Emma guardaba sentimientos ambivalentes hacia el padre: lo quería por sus cualidades positivas y su energía; pero, al mismo tiempo, le temía por aquellos irracionales ataques de furia.

Taube podía haber brindado consuelo y refugio a la muchacha, pero esta mujer nunca mostró ternura hacia sus hijos, salvo hacia Morris, el menor. Aunque tampoco se llevaba bien con Abraham, con quien sostenía riñas histéricas, nunca se permitió proteger a Emma, limitándose a pedirle al esposo que le impusiera castigos menos severos.

De las dos hermanastras mayores, una se mostraba también activamente hostil hacia Emma. Lena le reprochaba el ser la hija del hombre que, en un fracasado comercio de Kovno, había perdido la herencia que recibieron ella y Helena. Esta última era una notable excepción dentro de la familia. En efecto, protegía a Emma siempre que podía y le dio mucho del amor que la madre le negaba. Aunque se entendían muy bien, Helena era muy distinta; si bien compartía con la hermana la idea de que Abraham era un hombre rudo y un autócrata excesivamente riguroso, no osaba demostrar una franca rebeldía.

Emma compadecía a su querida Helena por su espíritu pusilánime. Ella, en cambio, era capaz de hacerle frente al padre sin temor, y por ello le declaró abiertamente la guerra. Desbarató todos sus intentos de concertar un matrimonio, luchó por su derecho a escoger por sí misma sus lecturas y, finalmente, logró liberarse completamente de él.

En 1885, Helena se dispuso a reunirse con Lena en los Estados Unidos y ofreció pagar el pasaje de Emma.

Con el alejamiento de Helena, nada quedaba dentro de la familia, y poco fuera de ella, que atara a Emma a Rusia. Pocos meses después de establecerse en San Petersburgo, se había visto obligada a dejar los estudios para dedicarse enteramente a la tarea de tejer chales en su casa. Pero este trabajo le afectó la vista y tuvo que emplearse en una fábrica de guantes, propiedad de un primo.

En la época en que Helena le propuso emigrar, Emma trabajaba en un taller de corsés de la Arcada de la Ermita, situada en el centro de San Petersburgo. Imposibilitada de seguir estudiando y forzada a cumplir una cansadora, rutinaria y deprimente tarea, pensó que la vida le resultaría insoportable sin la hermana. Mas quedaba por librar la batalla final, pues Abraham no estaba dispuesto a permitir que Emma se marchara. Se mostró inconmovible hasta que la hija se jugó la última carta: amenazó con arrojarse al Neva. Sólo así consiguió que el padre le diera, a regañadientes, el deseado consentimiento.

Hacia fines de diciembre de 1885, Emma y Helena partieron de San Petersburgo hacia Hamburgo, donde tomaron pasajes en el Elbe que se dirigía a América.



Notas

(1) A lo largo de este libro la palabra radical tiene el típico uso norteamericano. Con ella se designa a personas de ideologías diferentes y contrapuestas, aunque vinculables por lo que se supone su elemento común: el extremismo, ya sea intelectual o militante. A veces hemos sustituido aquel término por revolucionario, anarquista, etc., para aclarar más algunas frases. (Nota de las traductoras)

(2) Cuando Emma Goldman decidió escribir su autobiografía -nuestra principal fuente de información en cuanto a los primeros años de su vida-, eligió el título más apropiado: Living My Life (Vivir Mi Vida), (Nueva York, Alfred A. Knopf, Inc., 1931).

(3) Pescado relleno. (T.)

(4) Op. cit., p. 12.
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