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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo cuarto
¿Por qué radical?



Cuando, en 1932, se publicó Living My Life en Inglaterra, el Times de Londres encontró que la obra contenía un interesante desarrollo psicológico:

Emma Goldman relata una historia digna de una novela romántica, pero al mismo tiempo nos revela una personalidad que merecería ser objeto de un profundo estudio psicológico.

No corresponde aquí efectuar tal estudió; en cambio consideramos adecuado interpolar algunas consideraciones de índole especulativa. ¿Por qué se rebeló Emma contra la autoridad paterna? ¿Por qué la impresionó tanto la lucha de los radicales rusos contra la autocracia zarista? ¿Por qué la conmovió tan profundamente la ejecución de los mártires de Chicago? ¿Por qué, en fin, prefirió ser rebelde antes que cómplice?

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La misma Emma trató de responder a estas preguntas.

Al escribir su autobiografía, se vio obligada a analizar sistemáticamente el porqué de los actos de su vida. Explicaba a su amiga Evelyn Scott que no podía aceptar la teoría de que todos los sucesos de su vida eran producto de su propia iniciativa ni tampoco que había sido un muñeco gobernado por las circunstancias.

Pensaba que las circunstancias destrozan por lo general nuestras vidas, destruyen muchas de nuestras buenas intenciones, paralizan nuestras energías y nos obligan a hacer todo lo contrario de lo que tan intensamente deseamos. También creo que cuando uno tiene suficiente fuerza de carácter y perseverancia es capaz de vencer a las circunstancias.

Consideraba que en su obra debía dilucidar cuál era la influencia que había tenido el medio sobre su formación y en qué medida su personalidad había actuado sobre su medio.

Entusiasmada por el enfoque caracterológico que Emma se proponía dar a su autobiografía, la señorita Scott, sensible novelista, natural de Tennessee, le envió rápidamente su respuesta:

El ir y venir de influencias, la acción de la época sobre la formación del hombre, la personalidad del hombre que obliga a su época a ampliar su conciencia, son exactamente los puntos que yo también tomaría.

Pero cuando Emma trata de explicar su radicalismo no llega siempre a dominar el complejo problema de la interacción de las influencias.

En una ocasión dejó atónitos a los miembros del Club de la Ciudad de Rochester al informarles que aquella ciudad y América la habían hecho anarquista; afirmó que su primer contacto con el capitalismo norteamericano, especialmente la injusticia cometida por éste al ejecutar a los anarquistas de Chicago, fue el factor que la impulsó hacia el radicalismo. Aquí asegura, entonces, que el medio tuvo una importancia decisiva. Mas, en otra oportunidad, hizo la siguiente declaración a un periodista:

Actúo así porque no puedo ver ni aceptar la injusticia sin protestar. Tengo que gritar, no puedo evitarlo, así como no podría dejar de gritar si me estuviera ahogando. Soy anarquista por naturaleza, así nací.

En una conferencia sobre Mary Wollstonecraft, expresó la idea de que Mary nació rebelde, no llegó a serlo por influencia de tal o cual factor particular de su ambiente.

Según estas opiniones, pues, la predisposición innata era lo más importante.

Contradicciones aparte, es indudable que la interpretación que hizo Emma de su propio radicalismo no se atuvo a su fructífero concepto de la interacción de la personalidad y el medio; en último análisis, dio preponderancia a los factores innatos. Como escribió a otro amigo:

Ninguna prédica puede cambiar lo que existe dentro del hombre. Es posible que haga surgir los rasgos humanos que tienden hacia la libertad o contra ella, pero no puede crear nada en un espíritu estéril.

El medio sólo actúa sobre la personalidad como el rocío y el sol sobre las plantas.

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Por irónica coincidencia, sus explicaciones son similares a las de sus críticos, quienes también postulan que Emma era así por naturaleza.

Teodoro Roosevelt fue sólo la persona más famosa entre las muchas que la consideraban una loca, una pervertida mental y moral, una mujer desequilibrada. En su primer mensaje al Congreso, Roosevelt se refirió directamente a ella, aunque sin nombrarla. En esa oportunidad atacó furiosamente a Emma y a los de su clase calificándolos de simples criminales, los más peligrosos, y aseguró con su famosa energía que aquellos individuos no eran de ningún modo ni en ningún sentido producto de las condiciones sociales. En todo caso, lo son tanto como un salteador de caminos es producto del hecho de que un hombre indefenso lleve una bolsa de dinero.

Pero Roosevelt no llegó a mostrar, como lo hizo Emma, cuáles eran las condiciones, descartadas las sociales, que inclinaban a un individuo hacia el anarquismo.

¿Puede decirse que el radicalismo de Emma fue mera consecuencia de su naturaleza? Indudablemente no se debió al funcionamiento de sus glándulas, no adoptó las ideas anarquistas porque tuviera un tipo de fisonomía particular o una estructura corporal definida.

Un concepto seudocientífico afirma que los agitadores fanáticos son siempre personas flacas, pero a los dieciocho años Emma era una mujer que medía menos de un metro y medio y pesaba unos cincuenta y cinco kilos. No obstante, sería erróneo restar toda importancia a su herencia biológica. Una muchacha de escasas energías -con deficiencia tiroidea, digamoslo habría podido hacer frente a las exigencias de un padre autocrático, vencer las circunstancias desfavorables, buscar en libros o donde fuera diferentes perspectivas, y luego servir sin desmayos a la causa que había hecho suya.

Es innegable que tenía un notable caudal de energía. Como bien dijo un redactor del Evening Sun de Baltimore, Emma Goldman poseía probablemente más vitalidad, valor y audacia que ninguna otra mujer en la historia de América.

Todo hace pensar que era de robusta constitución física. Mas también aquí debemos ser cautelosos, pues hemos de recordar que su salud le trajo muchas veces grandes trastornos. Tuvo que volver a la fábrica de corsés de New Haven a causa de su mala salud; más tarde, en 1893, comenzó a perder peso y quedó tan débil que ni siquiera podía caminar por la habitación. Cuando regresó a Rochester, a causa de Helena, descubrieron que estaba enferma de tuberculosis. Mientras se hacían proyectos para enviarla a un sanatorio, donde debía pasar el invierno, sintió el impulso de volver a Nueva York y retomar sus actividades; sin notificarle a nadie su cambio de plan, salió de Rochester antes de que el médico o la hermana tuvieran tiempo de disuadirla. Al parecer, ese férreo deseo de dedicarse enteramente a su vocación la ayudó a vencer la tuberculosis. También sufría fuertes calambres en la época menstrual, y su malestar durante esos períodos llegó a tal punto que un especialista le recomendó operarse; le aseguró que si no lo hacía, nunca se vería libre de los dolores.

En realidad, estuvo a punto de llegar a la hipocondría. Cuando se ocupaba de la autobiografía de Emma, Alexander Berkman escribió en su diario:

Al leer algunas partes de sus memorias no puedo menos que reírme ... en voz alta. Nunca pierde una oportunidad, venga al caso o no, de decir cuán terriblemente mal se sentía, qué horrible dolor de cabeza la torturaba, cómo sufría su alma. Recién ... tuve que eliminar una página y media donde relata cómo le dolían los dedos de los pies. Los pies eran mi mayor sufrimiento. El dedo pequeño del pie izquierdo estaba doblado encima del que le sigue, etc.

Pero esta hipotética hipocondría sólo puede explicar parcialmente sus males físicos, entre los que se contaron, en diferentes momentos de su vida, una tuberculosis, várices, tendencia a perder el equilibrio y, sin saberIo ella, quizá diabetes.

Todos estos detalles nos sugieren que sus energías naturales y las que le comunicaba su fervoroso deseo de servir a sus ideaies se entrelazaban y complementaban hasta tal punto que nada püede saberse a ciencia cierta acerca de sus dotes físicas.

Por, el momento sólo cabe presumir que heredó una robusta constitución y una reserva de energías relativamente grande.

Si hay algo de lo que no podemos dudar es de su inteligencia innata. Salvo su mala conducta, fue una excelente alumna.; así lo demuestra la hazaña que realizó al pasar los exámenes de ingreso al Gymnasium. Además, tanto amigos como enemigos coincidían en reconocerle una gran inteligencia. El juez federal Mayer, testigo extremadamente hostil que participó en el juicio al que fueron sometidos en 1917 Emma y Berkman, se lamentó de que la extraordinaria capacidad demostrada por los dos acusados no haya sido puesta al servicio de la ley y del orden. El poder magnetico de uno de los acusados (Emma Goldman) habría sido de gran utilidad para concretar reformas por medios legítimos ...

Otro conservador poco amistoso, el fiscal Francis Caffey, afirmó que Emma Goldman es una mujer de gran capacidad y magnetismo personal; su poder de persuasión es tal que la convierte en un verdadero peligro ...

Por último, citemos al inspector Thomasl J. Tunney, de la policía de Nueva York, quien la consideraba una mujer muy capaz e inteligente, una excelente oradora.

Ahora bien, es probable que estos funcionarios se inclinaran a exagerar las cualidades intelectuales de Emma para dar mayor fuerza a su argumento de que era una persona peligrosa; pero, puesto que sus opiniones concuerdan con las de muchos otros, cabe presumir que tuvo altas dotes intelectuales innatas.

Ciertos estudios experimentales de la sociopsicología han señalado que existe una relación general entre inteligencia y radicalismo. En el caso de Emma, su inteligencia la hizo más sensible a las corrientes intelectuales avanzadas que se desarrollaban en torno de ella; la predispuso a realizar experimentos, a abrir nuevos senderos guiada por el deseo de resolver los sempiternos problemas del hombre; le impidió contentarse con la contradictoria y confusa mezcla de actitudes propias del hombre medio. Sentía la necesidad de encontrar una visión coherente del mundo; por eso la atrajo el anarquismo, que trata precisamente de hallar la integración.

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En sus intentos por comprender el origen de su propio radicalismo, Emma Goldman subestimó sin duda la influencia de la familia. Es probable que cierto grado de rivalidad sexual no reconocida existente entre Emma y la madre haya contribuido a distanciarlas. Cuando Taube le respondió tan brutalmente al inquirirle la hija sobre su primer período menstrual, el abismo que las separaba se hizo aún más profundo. Puede ser que Emma haya asociado la conducta de la madre con su sentido de posesión del marido, pero sería más acertado pensar que la hija se percató de que la madre había utilizado su autoridad para conferir un matiz de culpa a una inocente inquietud biológica.

Es probable que su reacción contra la madre creara en Emma una disposición a identificarse, en la edad madura, con el niño que se rebela contra el progenitor que lo reprime y a oponerse a la moralidad convencional que tiende a presentar el sexo como una fuerza del mal.

Su vínculo con Abraham fue más decisivo. No cabe ninguna duda de que el padre la atraía sexualmente. Su actitud hacia él era fundamentalmente ambivalente:

Mi padre era un hombre animoso y lleno de vitalidad. Lo amaba, aunque al mismo tiempo le temía. Quería que él me amara, pero nunca supe cómo llegar a su corazón. Su dureza sólo servía para ponerme más en contra de él.

La conducta autócrata de Abraham despertó odio en la hija; aun así, durante años, persistió también aquella atracción amorosa y el deseo de complacerle.

Esta ambivalencia pasó también a su actitud hacia los demás hombres. Después de su relación adolescente con el empleado del hotel de San Petersburgo, se debatía entre la atracción que ejercían sobre ella los hombres y la repugnancia que le inspiraba la idea del contacto físico con ellos. Cuando, con el transcurrir del tiempo, llegó a vencer este sentimiento de repulsión, no dejó, sin embargo, que ningún hombre dirigiera su vida; no se había librado de la autoridad de Abraham simplemente para someterse a la de otro individuo. Por consiguiente, cabe presumir que parte de su reacción general ante los hombres, como ante toda forma de autoridad, la familia, Dios y, quizá, hasta los capitalistas en su calidad de figuras de autoridad, tuviera sus raíces en la temprana relación conflictiva con el padre.

Vemos entonces que el juego de fuerzas sexuales que se entrelazaban en la familia Goldman significó mucho en la vida de Emma.

Alexander Berkman, quien mantuvo íntima relación con ella durante cuarenta años, le recordó con agudeza:

El sexo ha cumplido un papel muy importante en tu vida y el libro habría sido incompleto si no hubiese mostrado esta faceta.

A lo cual Emma replicó que siempre había opinado que el sexo es una fuerza dominante.

En efecto, asistió a conferencias pronunciadas por Freud en Viena en 1895, y en sus memorias dio lugar preponderante a sus primeras experiencias sexuales; sin embargo, y con razón, no podía admitir la simple explicación de que todas las fuerzas que actuaban en ella se reducían a pura sexualidad.

Por ejemplo, el autor de teatro Laurence Stallings escribió una vez que la vida de Emma se prestaba para un estudio perfectó: quien fuera capaz de un análisis profundo podría demostrar que el subconsciente de esta mujer dominaba completamente a su ego externo, y establecer que la fuerza sexual fue motor de todos los actos de su larga y combativa vida de matices teatrales.

Mas, en último término, la energía sexual está en cierto modo ligada a la totalidad de las acciones de todos los individuos, de manera que el estudio. mencionado por Stallings deformaría la realidad si quisiera probar que en todo momento el subconsciente dominaba por completo los actos de Emma.

Los hechos tienden más bien a demostrar lo que Emma confesó en una carta a la novelista inglesa Ethel Mannin:

Puedo asegurarle una cosa: para mí, la lucha por mantener mi propia individualidad y libertad fue siempre más importante que las relaciones amorosas más apasionadas.

Si bien exageró al afirmar que su esfuerzo por lograr una independencia estuvo siempre por encima de todo, es verdad que así fue en ciertos momentos decisivos de su vida.

Resulta comprensible que rechazara la idea de que toda su personalidad se reducía a una fuerza sexual y se esforzara por ubicar el sexo en el lugar que había ocupado verdaderamente dentro de su personalidad. También se justifica que no pudiera aceptar que la influencia de su familia se reducía a una simple y abstracta interacción de fuerzas sexuales. Aunque debe reconocerse que las últimas no carecían de importancia, es incuestionable que sólo formaban parte de un complejo de fuerzas que obstaculizaban su camino hacia el logro de cierto grado de autonomía. Tanto Abraham como Taube trataron de doblegar la voluntad de su hija, de actuar como agentes sociales de represión. Emma se rebeló contra estos intentos porque deseaba una libertad interior que le brindara la posibilidad de evolucionar. Por ser una muchacha inteligente se sentía cada vez más atraída por el mundo de las ideas, por el universo de los símbolos. Y para poder desarrollarse tenía que encontrar algún significado en este simbólico universo de la lengua, el arte, los mitos y la religión (3).

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Es curioso que en la interpretación que hizo de su radicalismo Emma Goldman no alcanzara a reconocer la importancia de este mundo simbólico y de su llegada a él como miembro del pueblo judío. ¿Qué habría sucedido -preguntó una vez el Times de Londres- si Emma no hubiese sido judía, si no hubiese nacido dentro de un grupo que ha sufrido siempre de claustrofobia espiritual? Como bien se dice, formular una pregunta es casi contestarla. Su vida habría sido muy diferente.

En rigor, nació en el límite de dos culturas; la judía y la rusa, la del ghetto y la del mundo externo. Hacia 1869, la pared que dividía ambas culturas comenzaba a desmoronarse. Forzosamente, tuvo que percatarse de que fuera de los estrechos muros del ghetto existía otro universo. Por no vivir plenamente en ninguno de los dos mundos se vio obligada a abrirse camino en aquellas dos culturas antagónicas.

De por sí, esta experiencia le sirvió para llegar a una perspectiva más amplia y para adquirir el hábito de hurgar hasta la raíz de los problemas, actitud que, casualmente, es una de las definiciones del radicalismo. Inevitablemente, arribó a la conclusión de que los valores establecidos son cosa arbitraria, no fijada por Dios sino por los hombres, no universal sino personal. Si bien esta posición marginal no la condujo a la serenidad y, probablemente, contribuyera a sus síntomas neurasténicos, es innegable que también la ayudó a desarrqllar su conciencia y la hizo apartarse de todo patrón establecido.

Los valores que Emma escogería para regir su futuro debían ser, casi ineludiblemente, los seleccionados a través del tamiz del radicalismo.

En virtud de su nacimiento, Emma Goldman se convirtió en heredera de una gran tradición ética que siempre enalteció los derechos del hombre y la justicia social. Como escribió Ahad Ha'am, el judaísmo profético exaltó la justicia absoluta y mostró una marcada intolerancia hacia el mal en todas sus formas (4).

Aunque el judaísmo profético fue eclipsado por el sacerdotal, el primero siguió actuando como elemento de tensión. Es así que a pesar de que Emma despreciaba gentilmente a los rabinos por ver en ellos un patético símbolo de la autoridad rusa, no dejaba de ser parte del Pueblo de la Biblia; la tradición profética y la literatura popular de la Biblia, su magnífica fantasía y sus tonantes relatos de renunciación y heroísmo hicieron inevitablemente impacto en la sensible e inteligente pequeña del ghetto.

Soñaba con llegar a ser una mano vengadora como la de Judith: le cortaría la cabeza a los malvados y recorrería las calles sosteniéndola en alto para que todos la vieran y se tranquilizaran.

¿Quién puede dudar de que los profetas hayan susurrado al oído de Emma tan cautivante mensaje a través de los siglos? Tal vez la mejor definición del tema central de su vida esté dado por la escrutadora y angustiosa pregunta de Jeremías: ¿Por qué florece el camino de los perversos?

Y las muchas respuestas que Emma halló a a este interrogante estuvieron cargadas de toda la pasión de la sentencia de Amós: Oye mi palabra, oh rebaño de Bashan.

Ella también pronunciaría sentencia contra ti hasta el fin de los días.

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Como se sabe, no es ésta la primera vez que se sugiere que los radicales modernos han heredado mucho de los profetas. Si bien Ernest Renan pudo haber pecado de exagerada simplificación al afirmar que los profetas fueron los precursores de Saint Simon y de otros radicales, es incuestionable que no estaba totalmente errado.

El punto de vista postulado por Renan nos ayuda a comprender por qué el nihilismo -la novela de Chernishevski, en especial- hizo tan profunda impresión en Emma: ella y los revolucionarios rusos bebían de una misma tradición.

Además, el nihilismo de Chernishevski encerraba un atractivo especial para Emma porque, entre otras cosas, prometía autonomía individual, libertad sexual y un camino por donde encauzar las energías dedicadas a salvar el abismo entre el corrupto orden imperante y la justicia social. Emma absorbió las ideas de Chemishevski como las arenas del desierto el agua de la lluvia.

Al igual que Vera, la protagonista de la obra, deseaba organizar un taller de costura en cooperativa; como ella, quiso estudiar medicina, y efectivamente, entre 1895 y 1896 estudió enfermería y obstetricia en Viena, y en 1899 hizo un esfuerzo serio, aunque de corta duración, por entrar en la escuela de medicina para doctorarse en esa ciencia.

Daba, como Vera, gran importancia a la intimidad física y mental, razón por la cual siempre le fue indispensable tener habitación privada. Pero el aspecto más importante de la influencia de Vera es el hecho de que su recelo contra el Estado y la clase dominantes, su condenación del lujo y su ideal de lograr la libre asociación de productores impresionaron profundamente a Emma y la prepararon para el anarquismo.

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Ciertas fuerzas históricas generales actuaron también, aunque no como factor primordial, para encaminar a Emma hacia el radicalismo.

La política seguida por el zarismo contra los judíos ayudó a conformar su vida no sólo por intermedio de los fracasos económicos de Abraham sino también a través de la opresión que aquélla implicaba. La vigorosa represión de toda forma de disensión, aun las más leves, aumentó su disgusto por la autoridad y el Estado. Es probable que una experiencia tan traumática como el azotamiento público del pobre campesino de Popelan haya contribuido a hacer de Emma una persona rebelde. ¿No es lógico presumir que la persecución de los judíos y de los herejes politicos haya despertado en Emma cierta empatía y desarrollado su sensibilidad ante el dolor de sus semejantes?

Mas fue en América donde su rebeldía floreció plenamente. La injusticia que significó la tragedia de Haymarket le produjo una impresión indescriptible. Además, el gran abismo que había entre la imagen paradisíaca que se pintaba de América y la triste realidad que la golpeó al entrar a trabajar en la fábrica de Garson era verdaderamente intolerable y exigía una acción.

Ya no podía ver a aquel país como la tierra de las oportunidades economicas. Percibió claramente que la sociedad norteamericana tendía a ser una comunidad cerrada de individuos de origen anglosajón y protestante.

Tanto ella como otros inmigrantes recién venidos encontraron los caminos de la vida económica llenos de obstáculos; además, se les dificultaba el proceso de asimilación. ¿Cómo podía sacar partido de la libertad y de las oportunidades económicas, reflexionaba, con sólo un miserable salario del que, al fin de la semana, no le restaba ni siquiera lo suficiente como para comprarse un libro o una entrada para el teatro? Fue entonces cuando abandonó definitivamente la quimera del oro fácil y se convirtió en implacable enemiga del sistema económico que creaba semejante discrepancia entre el valor individual y la remuneración social.

Desde ese momento, su meta fue una nueva sociedad en la que existiera una estrecha correspondencia entre mérito, esfuerzo y recompensa. El anarquismo era, según se convenció, él camino que conduciría a tal sistema social.

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Vemos entonces que en el radicalismo de Emma Goldman intervinieron más factores de los que reveló su propia interpretación, asaz ingenua, por cierto. En rigor, todo indica que esta mujer nació dotada de un caudal de energía relativamente grande; y con un nivel de inteligencia bastante elevado. Mas esto es todo lo que puede decirse en apoyo del argumento de que Emma era rebelde de nacimiento. En realidad, el problema la tenía tan preocupada y perpleja que buscó refugio en la oscura idea de que había nacido así.

Esto trae a nuestra memoria el caso similar de H. G. Wells, quien, incapaz de encontrar una explicación de su personalidad, optó por atribuirla a la composición de sus tejidos cerebrales.

Toda explicación del anarquismo de Emma debe fundarse en una conjunción conceptual -especie de puente de unión- de los factores psicológicos y sociológicos que intervienen en su formación. De tal manera, no sólo es importante el que tuviera energías e inteligencia innatas sino también el que naciera en un pueblo cuya tradición religiosa daba lugar prominente a la justicia absoluta y a las satisfacciones simbólicas, herencia que se entrelazó sutilmente con sus dotes congénitas.

Luego, en la mitad del puente encontramos las relaciones de poder existentes dentro de la familia Goldman. Las mismas comprendían, por un lado, los impulsos sexuales innatos y, por el otro, los valores y las costumbres de las sociedades judía y rusa. La atracción y la rivalidad sexual de Abraham y de Taube, respectivamente, y, de modo más general, su posición de autoridad dentro de la familia, fueron factores decisivos para convertir a la hija en campo fértil para el radicalismo.

Por medio de la opresión y de un trato desconsiderado procuraron contener las fuerzas que empujaban a Emma hacia el desarrollo intelectual y la autonomía. Por otra parte, el estar en la frontera de dos culturas le permitió a la muchacha percatarse de que muchas reglas son arbitrarias y se las acepta sin pensar en su significado.

El abismo que había entre la imagen ideal de América y la triste realidad fortaleció su rebeldía en desarrollo.

Ciertas experiencias particulares, por ejemplo el castigo del campesino ruso, su matrimonio con Kersner y el suceso de Haymarket, así como los acontecimientos históricos generales -la persecución zarista de los judíos, la explotación de que se hacía víctima a los inmigrantes en Norteamérica, etc. fueron todos factores que empujaron a Emma hacia el anarquismo.

Veamos ahora qué le atrajo del nihilismo y del anarquismo.

Estas doctrinas prometían transformar rápidamente lo que es en lo que debería ser: se derribarían las jerarquías autoritarias para reemplazarlas por una sociedad de hombres libres e iguales; se garantizaría la independencia individual; la recompensa guardaría proporción con los méritos; los restrictivos lazos familiares darían lugar a un vínculo más universal. Semejante solución sistemática de todas sus dificultades tiene que haberla seducido de modo irresistible. Es así que Emma se había convertido al radicalismo por la acción conjunta de los factores que la empujaron hacia el mismo y de la atracción que ejercieron sobre ella las ideas anarquistas.

Por consiguiente, su radicalismo fue producto de una constelación única de fuerzas. Pero se trató de algo más que de un producto, pues, de haberlo querido, Emma podría haber actuado de distinta manera en los momentos decisivos.

Hemos desmenuzado y analizado la personalidad de nuestra rebelde, mas su personalidad total es muy superior a la simple suma de las partes.

Superior a la suma de sus partes, así lo reconoció Emma a pesar de no saber definir con claridad el origen de su radicalismo.

Hacia el final de su vida escribió las siguientes líneas que parecen tomadas de una página de Nicolás Berdiaev:

La individualidad puede describirse como la conciencia que tiene el individuo de lo que es y de cómo vive. Es inherente a todo ser humano y se va desarrollando con él ... El individuo no es meramente resultado de los factores hereditarios y ambientales, de las causas y los efectos. Es eso y mucho más, muchas otras cosas. No se puede definir al hombre viviente; él constituye la fuente de toda vida y de todo valor, y no simplemente una parte de esto o de aquello. Es una totalidad, una totalidad cambiante, en evolución, aunque siempre constante (4).

Había confusión, sí, pero también percepción. El individuo es más que un objeto, argumentaba, también es sujeto. Aplicado a su propia personalidad, este concepto significaba que, en buena medida, fue radical por elección.



Notas

(1) Primera esposa de William Godwin, una de cuyas hijas, Mary, se casó con el poeta Shelley. (Ver H. N. Brailsford, Shelley, Godwin y su circulo, México, Fondo de Cultura Económica.) (Nota de las traductoras).

(2) Después de la muerte de Emma Goldman, uno de sus amigos escribió: Descubrieron que E. tenía diabetes. Ella nunca lo supo.

(3) Ver Ernst Cassirer, An Essay on Man, Garden City, N. Y., Doubleday y Co., Inc., 1953.

(4) Ver su ensayo clásico: Sacerdote y Profeta, Contemporary Jewish Record, VIII (abril, 1945), 234 ff.

(5) Emma Goldman, El lugar del Individuo dentro de la Sociedad, Chicago: Free Society Forum, sin fecha (Biblioteca del Congreso, 1940), p. 3. Berdiaev habría dicho personalidad en lugar de individualidad.
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