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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo vigésimoquinto
La conformidad racionalizada



Asi terminaron las décadas de lucha, los años de difamación y falsedades oficiales, La evidente trapacería del retiro de la ciudadanía de Kersner, la invención de cuentos de espionaje, la arbitrariedad y la venganza encerradas en excesivas fianzas y en allanamientos y secuestros sin razón, constituyeron apenas una parte de tan triste historia.

Al parecer, ningún sentimiento generoso, capaz de impulsar a un acto galante, movió nunca a Chambers, Zamosh, Bonaparte, Harr, Straus, Caffey, Content, Mc Carthy, O'Brien, Palmer, Hoover, o cualquiera de los demás enemigos oficiales de Emma Goldman.

Obsérvese cuán absurdo es el hecho de que un gobierno utilizara, en distintos momentos, sus departamentos de justicia, trabajo y Estado, el correo, sus aprensivos jueces e inquietos legisladores para silenciar a una mujercita insignificante; incuestionablemente, aquí el Estado demostró ser, como lo caracterizó Thoreau, tan medroso como una mujer sola que teme por su vajilla de plata.

Emma debería haberse sentido halagada: sus grandes perseguidores delataban un miedo muy poco masculino.

Pero un análisis de los acontecimientos puede llevarnos a algo más que a unas observaciones irónicas y a una justa indignación. La reacción política y social frente a Emma Goldman reveló, me aventuro a decir, un cambio definido en la forma de ataque contra los derechos de Emma en particular y, tal vez, por ser ella para muchos notable símbolo del radicalismo, contra los derechos civiles de otros rebeldes. Nos referimos al paso de lo que podríamos llamar autoritarismo de pandilla al autoritarismo burocrático.

El autoritarismo de pandilla se reducía al limitado círculo de un grupo de personas residentes en las ciudades visitadas por Emma; era generalmente de naturaleza extralegal o ilegal. Fueron sujetos integrantes de una de estas turbas quienes atacaron a Reitman en San Diego, le escribieron con fuego en las nalgas, le retorcieron los testículos y trataron de introducirle un palo en el recto.

Era bastante frecuente que tales grupos se apoderaran de algún odiado forastero, lo golpearan, lo cubrieran de alquitrán y de plumas y, finalmente, lo expulsaran violentamente del pueblo amenazándolo con cosas peores si volvía.

Cuando actuaban con suavidad, se limitaban a reprimir la libertad de palabra e impedir los actos de protesta. Cuando se desataban, llegaban a castrar, matar a tiros o ahorcar al objeto de su furia.

Evidentemente, nunca, en sus treinta años de actividad, vivió Emma Goldman en una dorada época de libertad. Por cierto que los famosos piquetes de vigilancia eran adversarios temibles, pero Emma se mostró capaz de hacer frente a esta forma de oposición terrorista y, en su momento, aun de vencerla. Recordemos en cuántas ciudades, aparte de San Diego, se le opuso violenta resistencia al principio hasta que, con tesón, Emma logró imponerse.

Por otra parte, el autoritarismo burocrático convirtió la totalidad de los Estados Unidos en territorio prohibido para ella. La gran diferencia entre ambas formas de autoritarismo era la misma que existía entre la furiosa pandilla de San Diego de 1912 y la tranquila, efectiva audiencia realizada en la Isla de Ellis en 1919.

El autoritarismo burocrático actuaba principalmente en la esfera nacional. Aun durante la alarma roja, tenía apariencia de legalidad, y llegaría a convertirse en una institución respetable y constitucional. Por regla general, no hacía objeto de malos tratos a los disidentes, ya que se valía de procesos judiciales o, preferentemente, de audiencias administrativas. No obstante, las consecuencias del autoritarismo burocrático -la deportación, por ejemplo- eran muchas veces más penosas que el alquitrán y las plumas.

Por cierto que aquel cambio no fue total ni paulatino. Desde el principio, la alarma roja llevó claramente impreso el sello del terrorismo de pandilla, ya que recurrió a arrestos ilegales, torturas brutales, calculada subalimentación, intimidación de oradores y agresión contra los mismos, invasión de domicilio, quema de libros, etc.

Sin embargo, no es esto lo más importante, sino el hecho de que todos esos actos estaban dirigidos desde Washington.

Se explotó el reprimido temor colectivo a todo lo que sea diferente y se lo canalizó dentro del marco institucional de las oficinas y dependencias nacionales, en particular las de investigaciones y de inmigración. Dicho de otra manera, Palmer, Hoover, Caminetti y sus subordinados se convirtieron en una suerte de guardia suiza de la religión del nacionalismo.

El curso de la campaña del gobierno muestra que las antedichas fuerzas oficiales de represión estaban empeñadas en una guerra contra los radicales, al menos los extranjeros, ya varios años antes de que se desencadenara la alarma roja.

Vista desde este ángulo, la última no fue más que una ola de histeria, o un espasmo de terror, que se produjo como coronamiento de la Gran Cruzada.

Durante veinte años los funcionarios del gobierno habían estado trabajando para coartar la libertad de acción de Emma Goldman. El decreto de exclusión de los anarquistas y el de desnaturalización, promulgados en 1903 y 1906, respectivamente, atestiguan la existencia de una sostenida campaña contra los radicales extranjeros, pero no fueron el instrumento que habría necesitado el gobierno para deportar a Emma y a todos los extranjeros molestos del país.

Por fin, la guerra mundial brindó a las autoridades su deseada oportunidad: podían aprovechar la angustia popular para tomar medidas conducentes al encarcelamiento y al destierro de Emma Goldman y otros individuos de su condición.

Dado este fundamento institucional, cabe afirmar que la alarma roja fue algo más que una de esas esporádicas olas de terror que se producen cada tanto en los Estados Unidos, olas que se encrespan para luego calmarse y volver a su nivel original.

En su ya clásico ensayo sobre la burocracia, Max Weber señaló que el imperioso deseo de orden y protección (policía) en todos los campos ejerce una permanente influencia que conduce a la burocratización. Un camino continuo lleva desde la resolución de los pleitos entre linajes por la mediación de sacerdotes o de un árbitro, hasta la presente posición del policía como representante de Dios sobre la Tierra (1).

Y la reacción ccmtra Emma Goldman siguió precisamente tal evolución histórica. Se había pasado de los conflictos directos, personales, con los padres de familia y la policía de las distintas localidades visitadas por Emma, a una grave y constante lucha con cazadores de anarquistas profesionales que disponían de un aparato burocrático cada vez más desarrollado.

Este paso de una modalidad a la otra estuvo íntimamente ligado al vertiginoso desarrollo industrial de la época, a la creciente concentración de las fuerzas económicas; al nacimiento de urbes gigantes, a la extensión del dominio estatal a muchas esferas de la actividad económica y social.

Tal proceso evolutivo fue envolviendo al individuo en una red cada vez más organizada (en el sentido de que había una relación precisa entre medios y fines), red que, en el orden nacional, manejaba principalmente la oficina de Investigaciones, convertida en reina y señora del destino de los ciudadanos.

Durante la guerra y después de la misma, esta rama asombrosamente expandida del Departamento de Justicia asumió abierta, ya que no reconocidamente, las funciones de una policía política.

Tal como lo demuestra a las claras el capítulo anterior, dicha oficina cumplió importantísimo papel en la racionalización del conformismo. La eficiencia con que J. Edgar Hoover actuó para lograr el destierro de Emma, en comparación con la escasa habilidad mostrada por P. S. Chambers en el procedimiento mediante el cual se le quitó la ciudadanía a Kersner, fue quizá un índice del perfeccionamiento de los métodos utilizados por el Estado para eliminar la no conformidad.

Pese a que ambas situaciones eran muy diferentes, hallaremos otra prueba de dicha perfección en el hecho de que, hacia 1898, Emma Goldman había podido mantener su posición anarquista y oponerse a la guerra contra España sin que ello implicara grandes riesgos, mientras que, dos décadas después, los mismos delitos dieron motivo a su encarcelamiento, al tiempo que la División General de Inteligencia concentraba todas sus fuerzas para lograr la deportación definitiva de aquella enemiga.

Por otra parte, también podía tomarse como señal de la racionalización del conformismo el hecho de que la oficina de Hoover se convirtiera en centro de reunión de datos sobre radicales o supuestos radicales.

Probablemente, la biblioteca de Emma y Berkman, secuestrada en 1917, constituyó el punto de partida de la colección de informaciones sobre los radicales, que la División General de Inteligencia fue ampliando con secuestros, contribuciones y hasta compras.

Resultaría especialmente irónico que el archivo del cual se apoderaron en la redacción de Mother Earth hubiera seguido igual destino (en su edición del 16 de junio de 1917 el Times de Nueva York aseguró que aquel archivo anarquista simplificaría la tarea de la policía secreta).

Haya partido de los papeles de Emma o no, la verdad es que Hoover, ex empleado de la Biblioteca del Congreso, se puso a la tarea de reunir tal archivo de radicales cuando fue nombrado jefe de la División General de Inteligencia.

En la época en que Palmer presentó su informe al senado (noviembre de 1919), Hoover contaba con datos acerca de Emma Goldman y otros 59.999 radicales; al año siguiente, anunció que sabía de la existencia de 200.000. De tal manera, se reunieron informaciones, rumores y fantasías acerca de ciudadanos y extranjeros, que un grupo de funcionarios públicos antirradicales utilizarían en contra de aquéllos.

En su guerra contra individuos como Emma Goldman, Hoover contaba con temibles armas: dichos documentos, los agentes que estaban bajo su dirección, y la acción coordinada de la división a su cargo y de las demás oficinas nacionales que se ocupaban del asunto. Por lo tanto, estaba en condiciones de aplastar a los disidentes con la demoledora fuerza del tiempo, la energía y el dinero burocráticamente organizados.

Pero este gran paso hacia la racionalización conformista costó muy caro al país. En su papel de representante de Dios en la Tierra, el policía no tenía lugar dentro de una sociedad libre y un orden político democrático. Al elevar a la policía a tan alta posición, los norteamericanos se alejaron de un pasado más libre y, para expresarlo con referencia al tema de nuestro interés, sancionaron el establecimiento de un aparato político-policial que logró desterrar a Emma Goldman.



Notas

(1) From Max Weber, recopilado por H. H. Gerth y C. Wright MilIs, Londres, Kegan Paul, Trench, Trubner & Co. Ltd., 1947, p. 213.
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