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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo vigésimotercero
Emma Goldman y otros 59 999 rojos



Mientras tanto, arreciaba la campaña oficial contra Emma Goldman.

Pocos días después de su retorno a Jefferson, todos los grandes diarios publicaban en primera plana una sensacional noticia:

En respuesta a las protestas de los elementos radicales contra el encarcelamiento de los cabecillas anarquistas, el fiscal general Gregory publicó cartas que señalan que Alexander Berkman y Emma Goldman colaboraban con el espía alemán y propagandista de la revolución hindú Har Dayal, antes de ser enViado a prisión por faltar a la Ley de Conscripción.

Emma Goldnían, ¿espía de los alemanes?

El Departamento de Justicia estimó que podía demostrarse que así era.

En momentos en que el gobierno de Wilson se veía en una situación embarazosa debido a las protestas internacionales por el encarcelamiento de Mooney, Berkman y Emma, un alto funcionario tuvo una brillante idea: si probaban que ambos anarquistas estuvieron en connivencia con los odiados alemanes, cesaría el movimiento radical en su favor.

Este hombre, John Lord O'Brian, ayudante especial del fiscal general, creía recordar que entre los papeles recogidos en el saqueo de la oficina de Mother Earth había una carta que podría serles útil.

Inmediatamente, le escribió al asistente de fiscal John C. Knox, de Nueva York:

... se me ha ocurrido que podría sernos de gran utilidad en este momento para contrarrestar la campaña desencadenada aqui y en Rusia con el fin de despertar simpatias por Emma Goldman entre los elementos bolcheviques. Si la carta contiene, según creo, alguna clara señal de que hay algo con Alemania o, en todo caso, sirviera para ligarla aunque más no fuera indirectamente a las actividades germanas, cae de por sí que dicha carta tendría un valor extraordinario. (Subrayado por el autor).

En respuesta, Knox envió a Washington fotocopias de dos cartas en las que el hindú Har Dayalle solicitaba a Berkman que enviara personas de los Estados Unidos para participar en el movimiento revolucionario de la India.

Cuatro días después de recibir dichos documentos, el fiscal general Gregory acusó a Emma y a Berkman de trabajar aparentemente en colaboración con espías germanos en países extranjeros.

A pedido de Gregory, la Comisión de Información Pública de George Creel transmitió a los periódicos el texto de aquella acusación y les entregó copias de las antedichas cartas.

Creel, antiguo admirador de Emma, parecía empeñado en confirmar con su propio ejemplo lo dicho por él mismo años atrás, a saber, que cuanto publicaba la prensa respecto de Emma era absolutamente inexacto.

Berkman en una Red de Espías Alemanes, proclamaban obedientemente los titulares del Times de Nueva York, del 25 de febrero de 1918. Pero el lector que no se dejaba enceguecer por el nacionalismo ni por las jactanciosas protestas de objetividad del diario pudo comprobar, sorprendido, que las cartas del hindú no demostraban en modo alguno que Berkman y Emma formaran parte de una camarilla de espionaje. Antes bien, de ellas se deducía que un hindú llamado Har Dayal había escrito a Berkman para pedirle que mandara camaradas a Holanda, a fin de colaborar con el movimiento tendiente a producir una revolución en la India y solicitarle a él o a Emma cartas de presentación para destacados anarquistas europeos.

No existía el menor indicio de que alguno de los acusados hubiera satisfecho el pedido de Dayal, ni siquiera que éste fuera espía alemán.

Muy por el contrario, Dayal era al parecer un nacionalista hindú que trabajaba abiertamente con el gobierno alemán en un esfuerzo por liberar a su patria del yugo inglés. Tal como Emma observó cáusticamente, el hecho de que Berkman recibiera aquellas dos misivas de Dayal no era más notable que si le hubiera enviado una carta Bernard Shaw. Emma recordaba que ambos habían conocido a Dayal, gran idealista y tolstoiano, cuando éste desempeñaba funciones docentes en Berkeley, Universidad de California.

Si alguna vez aquel hombre le había formulado tal pedido, ella seguramente se negó porque, a su juicio, los extranjeros no pueden liberar un país.

En todo caso, era totalmente absurdo afirmar que ella y Berkman colaboraban con espías del gobierno alemán. Emma le solicitó a Weinberger que informara al fiscal general y a la prensa que era partidaria del derrocamiento del gobierno alemán.

Resulta sobremanera irónico que toda esta historia de espías fuera urdida por John Lord O'Brian, quien actuó como fiscal en los más importantes procesos por espionaje de la época de guerra.

En 1919, O'Brian atacó la histeria popular que condujo a la invención de fantásticos relatos sobre las actividades enemigas dentro de los Estados Unidos; se hablaba de barcos fantasmas que transportaban armas a Alemania, de submarinos enemigos que tocaban la costa norteamericana, de misteriosos aeroplanos que sobrevolaban Kansas. O'Brian informó a sus colegas de la Asociación de Abogados de Nueva York:

No citamos estos ejemplos para restarle importancia al peligro que entrañan las actividades hostiles o para dar a entender que era innecesaria una alerta vigilancia de los movimientos germanos; nuestro deseo es demostrar cuán imposible resulta contener ese género de histeria y de excitación provocados por la guerra y que encontraba expresión en la impaciencia de los tribunales civiles y en las frecuentes críticas contra el gobierno por su supuesta lenidad hacia los enemigos que actúan dentro de nuestro territorio.

Sin embargo, los buques fantasmas y los misteriosos aviones no eran invenciones menos tontas o malignas por sus consecuencias que la historia de espías fabricada por el propio O'Brian. Sin dúda, parte de la leña con que se alimentaba el fuego de la histeria de guerra provenía de Washington (1).

La fábula del espionaje demuestra claramente que el gobierno estaba dispuesto a recurrir a cualquier medio en su batalla contra Emma Goldman; no se conformó con quitarle la libertad sino que también trató de desprestigiarla entre los radicales.

2

Una vez firmado el armisticio, la acusación de espionaje se marchitó cual flor arrancada de su planta pues ya no valía la pena presentar a ambos enemigos anarquistas como agentes de Alemania.

Se prefirió entonces volver al ataque contra el radicalismo de Emma, por cuanto en esos momentos se iniciaba una intensa investigación oficial de las organizaciones y las ideas disidentes.

Que en aquella época no se regían por la lógica resulta patente, pues para la generalidad no había ninguna diferencia entre el espionaje alemán y las actividades radicales. Un vulgar pragmatismo llevaba a la conclusión de que todo aquel que no se mostrara entusiasmado por la guerra -fuera radical, nacionalista hindú o irlandés- estaba necesariamente de parte de las potencias de Europa Central.

Ahora, vencido el enemigo de afuera, lo más natural era atacar al enemigo de adentro, empeñado en obstruir la normalidad.

La Subcomisión Overman de la Comisión Judicial del Senado dio este paso de transición sin dificultad.

Presidida por el senador Lee Slater Overman, de Carolina del Norte, la subcomisión había conseguido ya que su autorización para investigar El Comercio de Licores y Cervecería y la Propaganda Alemana incluyera también a profesores universitarios y directores de periódicos.

Como los germanos habían sido derrotados, se pensó que convendría dejar totalmente a un lado a cerveceros y a alemanes, para dedicarse íntegramente a los radicales.

Un testigo le proporcionó al senado una seductora justificación teórica. El senador William H. King, representante de Utah, le preguntó a dicho testigo: ¿Tiene algo que ver el movimiento radical con la propaganda alemana o la investigación de las actividades de los cerveceros? Como respuesta, Archibald Stevenson, abogado de Nueva York y uno de los expertos en opiniones peligrosas que integraban la Oficina de Investigaciones, afirmó que el anarquismo había sido importado a los Estados Unidos desde Alemania y que el movimiento bolchevique es una ramificación del socialismo revolucionario alemán.

¡Después de todo, Marx era alemán y Lenin seguía a Marx, por lo cual aquél podía considerarse prácticamente un instrumento de los alemanes!

Los senadores no necesitaban argumentos para quedar convencidos; sólo deseaban una excusa para creer una absurda idea.

Resultado de todo esto fue un extraño volumen sobre La Propaganda Bolchevique (1919), plagado de testimonios acerca de las oficinas rusas que postulaban el amor libre, del criminal ejército rojo, del impacto psicológico que había hecho la bandera roja sobre los radicales norteamericanos, etc.

Desde el principio de la indagación se le dio a Emma un lugar preferente, ya que a los ojos del senador Overman y de sus colegas era, indudable:mente, la roja máxima.

El inspector Thomas T. Tunney, de la policía de Nueva York, atestiguó que había colaborado en la búsqueda de pruebas para condenar a Emma y Berkman por obstruir la conscripción militar, y que era él quien había encontrado la carta del hindú esgrimida contra ellos.

A continuación, se produjo el siguiente diálogo ilustrativo del tono de la investigación sobre Emma Goldman:

Inspector Tunney. - Es una mujer de unos cuarenta y seis años; una mujer muy capaz e inteligente, y también una buena oradora.
Senador Overman. - Algo sé de ella, naturalmente ...
Senador Nelson. - ¿Habla bien inglés?
Tunney. - Lo habla con gran facilidad. Según dicen los periodistas, domina el inglés. Ella y Berkman se defendieron solos en su proceso y lo hicieron muy bien.
Overman (demostrando ya entonces su profundo interés por todo lo relacionado con el amor libre). - ¿Es una mujer hermosa?
Tunney. - No, no lo es. Tampoco diría que es muy fea; era bastante, bien parecida cuando joven. Es una mujer muy robusta.

Todo esto era muy interesante, pero dado que Emma Goldman estaba en lugar seguro, como dijera eufemísticamente el senador Nelson, la subcomisión abandonó por el momento el estudio de su caso.

La investigación Overman sólo era una pequeña nube negra que surcaba un cielo ya bastante tormentoso: estaba a punto de estallar contra la herejía una tempestad que cubriría todo el país.

Como Emma había predicho en 1917:

Actualmente, el militarismo y la reacción tienen más fuerza que nunca en Europa. La conscripción militar y la censura han destruido todo vestigio de libertad. Por doquier, los gobiernos aprovechan de esta situación para ajustar el lazo militar que ahoga al pueblo ... Lo mismo sucederá aquí, en los Estados Unidos, si se deja actuar libremente a las bestias guerreras. Ya la canalla reaccionaria, los propagandistas del jingoísmo y de los preparativos de guerra, todos los beneficiaríos de la explotación, representados por la Asociación de Comerciantes e Industriales, las Cámaras de Comercio, las camarillas armamentistas, etc., proponen toda clase de planes y proyectos para encadenar y amordazar a los obreros, para quitarles la fuerza y dejarlos más impotentes que nunca.

Esta profecía se cumplió en buena parte durante la alarma roja de 1919.

En aquella época se produjo una serie de inquietantes sucesos que crearon el ambiente propicio para dicha campaña.

La revolución rusa de noviembre de 1917; la huelga general de Seattle de principios de 1919, que probablemente inclinó a la subcomisión de Overman a investigar las actividades radicales; los actos terroristas de la primavera de 1919, durante los cuales uno o varios sujetos, cuya identidad permaneció siempre en el misterio, enviaron bombas por correo al fiscal general A. Mitchell Palmer y a otras personas destacadas; la huelga de la policía de Boston, las huelgas del acero y del carbón, todas ocurridas en el otoño de 1919, fueron los acontecimientos que contribuyeron a desencadenar la alarma roja.

La figura clave fue el nuevo fiscal general, A. Mitchell Palmer. Muestra viva de la decadencia del liberalismo norteamericano, Palmer era el prototipo del progresista wilsoniano.

En 1912 dirigió la campaña política de Wilson; en 1913 rechazó el puesto de secretario de guerra que aquél le ofrecía, aduciendo que era un hombre de paz. Mas continuó su excelente trabajo en la viña del movimiento progresista con tan buen éxito que muchos lo consideraban el padre del sufragio femenino y de la ley sobre el trabajo de menores. Sin embargo, la guerra parece haber tenido sobre Palmer el mismo efecto devastador que sobre su amo. Acumuló un impresionante odio contra los alemanes y los radicales que, aparentemente, ayudaron y apoyaron al enemigo durante la época de guerra.

Después de entrar en el gabinete, recibió el susto de su vida cuando una bomba estalló frente a su casa en junio de 1919; además, por ser, según todo lo señalaba, el heredero de la Nueva Libertad (con toda su vetustez), ambicionaba llegar a la Casa Blanca.

Tal vez Palmer pensó que lanzar una cruzada tendiente a salvar al país del radicalismo era la mejor solución para sus problemas más apremiantes, pues, a la par de asestar un golpe a sus enemigos radicales, le serviría como plataforma para concretar sus sueños políticos.

Si bien esta suposición es admisible será justo aclarar que Palmer pudo haber sido tanto ángel como diablo, al principio por lo menos.

El subsecretario de trabajo, Louis F. Post, cuya posición le permitía conocer las cosas por dentro, creía que el fiscal había sido víctima de policías que sabían muy bien lo que querían.

Robert K. Murray, quien escribió la historia de la alarma roja, también descubrió ciertas pruebas de que William J. Flynn, jefe de la Oficina de Investigaciones, y J. Edgar Hoover, director del Servicio General de Inteligencia (antirradical), nueva dependencia de aquella oficina, explotaron intencionadamente los temores y las ambiciones de Palmer para acrecentar el poder de la dependencia a su cargo.

También otras organizaciones y otros intereses presionaron a Palmer para que atacara a fondo a los radicales. Naturalmente, aquellos para quienes las actividades obreras y el espionaje eran motivo de preocupación deseaban tal campaña.

Todos los grupos patrióticos -la Liga de Seguridad Nacional, la Sociedad de Defensa, la Federación Cívica Nacional, la Legión Americana- alzaron su voz contra el falso idealismo, el bolcheviquismo de salón y el enemigo interno.

La Legión Americana postulaba la necesidad de deportar a todos los individuos, extranjeros o ciudadanos, que habían tenido la desfachatez de difamar la forma de vida norteamericana.

El general Leonard Wood, antiguo compañero de armas de Theodore Roosevelt, se hizo eco de las palabras de un pastor que solicitó se desterrara a los bolcheviques en barcos de piedra con velas de plomo, la ira de Dios como brisa y el infierno como puerto.

El fiscal general no actuaba con toda I la rapidez que estas organizaciones y estos individuos habrían deseado.

Ciertos miembros del congreso también opinaban que la rama ejecutiva debería dedicarse menos a hablar contra los que piensan mal y actuar con mayor eficacia.

En el parlamento, Albert Johnson, representante de Washington y presidente de la poderosa Comisión de Inmigración y Naturalización, aceptó como cierta la acusación de que el Departamento de Trabajo simpatizaba con esos agitadores y forajidos, razón por la cual inició un movimiento para impugnar a Post, moción que fracasó.

En aquella época, Weinberger escribió a Emma relatándole que había participado en una junta celebrada en el Departamento de Trabajo con la presencia de Post, John W. Abercrombie, también subsecretario de trabajo, y Anthony Caminetti, comisionado general de inmigración que trabajaba en estrecha colaboración con J. Edgar Hoover (2).

Weinberger informó:

En este departamento reina el pánico, pues la Cámara de Diputados y el Senado lo han estado atacando con furia e insistencia.

Durante la acalorada discusión, en cuyo transcurso se sentía flotar en el aire el espíritu de Hoover, del Departamento de Justicia, Post declaró con enojo que en esos momentos se deportaría hasta al mismo Tolstoi, que aquella situación estaba ya fuera de su jurisdicción y correspondía a tribunales y legislaturas hacerse cargo del asunto.

Weinberger comentó en voz alta que ese comportamiento le hacía recordar al de Pilatos, cuando éste se lavó las manos.

No se sabe si Post le respondió.

En cuanto a los miembros del senado, Miles Poindexter, de Washington, concentró su artillería sobre el Departamento de Justicia. Se mostraba especialmente interesado en que se terminara con el caso de Emma Goldman:

Señor Presidente ... hace poco tiempo salió de la Penitenciaría de Missouri Emma Goldman, conocida anarquista. Se le había ordenado comparecer ante los funcionarios de la inmigración a fin de juzgar definitivamente si es, como se piensa, una extranjera indeseable sujeta a deportación. Esta señora, empero, ha conseguido que se postergara indefinidamente su enjuiciamiento.

Poindexter deseaba saber por qué no se había expulsado del país a aquella mujer y a otros radicales. Su pregunta se concretó formalmente en una resolución, aprobada el 17 de octubre de 1919. por la cual se solicitaba al fiscal general que informara al senadó si había tomado las medidas necesarias para que se arreste y castigue a las diversas personas ... acusadas de haber predicado la anarquía y la sedición, de haber incitado a desafiar a la ley y a la autoridad ... y en caso de que así no lo hubiese hecho, explicar por qué; y si lo hizo, aclarar en qué medida.

Tal decisión equivalía a una moción de censura contra el fiscal general, aunque el senador Poindexter afirmara que la misma no afectaba al Departamento de Justicia.

3

El fiscal general Palmer respondió con un extenso y copioso informe intitulado Investigation Activities of the Departament of Justice (1919).

Un rojo hilo de protesta corría por toda la trama de este documento: desgraciadamente, le era imposible aplicar los estatutos generales sobre traición y rebeldía a losagitadores radicales; es cierto que podía invocar el decreto sobre espionaje del 15 de junio de 1917 por el cual se castigaban las I expresiones sediciosas, pero él mismo había declarado que aquél, sólo se refería a las que afectaban el esfuerzo de guerra. Por consiguiente, se veía constreñido al decreto de inmigración del 16 de octubre de 1918, el cual estipulaba que podía excluirse de desterrarse en cualquier momento desde su entrada al país a los extranjeros que demostraban ser anarquistas o no creer en el gobierno organizado.

Por lo tanto, era urgentísimo promulgar una legislación que diera carácter de delito, dentro de los estatutos criminales generales, a la prédica de la anarquía y la sedición (3).

Hasta tanto entraran en vigencia las leyes necesarias, Palmer se comprometió a actuar sin descanso con todos los medios a su alcance para combatir a los 60.000 radicales del país.

En parte por el interés especial que mostraba el senado respecto de Emma Goldman, y quizá en parte por considerarla él mismo la más peligrosa de los 60.000 rojos, Palmer dedicó alrededor de cien páginas -más de la mitad de su informe- a la Documentación No 6: Emma Goldman.

J. Edgar Hoover y su Departamento de Inteligencia habían reunido laboriosamente un detallado legajo sobre Emma, basándose en especial en la investigación realizada por Chambers y Zamosh con motivo del proceso por el cual se le retiró la ciudadanía a Jacob Kersner. Hoover y sus colaboradores habían añadido fragmentos tomados del número de julio de 1914 de Mother Earth (aquél en que se hablaba de la explosión de Lexington) a fin de demostrar que abogaba por la violencia, de crónicas periodísticas donde se la acusaba de complicidad en el atentado contra el Times de Los Ángeles, de los documentos relativos al juicio que se realizó contra ella en 1893 por incitar a la revuelta, etcétera.

Pero la parte más lamentable y falsa de la Documentación N° 6 consistía en la nueva forma en que presentaba la vieja acusación, nunca probada, de que Emma era responsable del asesinato de McKinley.

Aquella supuesta complicidad que en 1901 ningún jurado habría aceptado como cierta, le pareció a Hoover un argumento de suficiente fuerza como para convencer a los sobreexcitados senadores de 1919.

Mediante una inteligente selección y el uso de inadvertidas supresiones, preparó un informe en el cual la confesión de Czolgosz aparecía definidamente condenatoria.

Palmer presentó la siguiente versión de las declaraciones del asesino:

P. - Le parece justo matar cuando es necesario, ¿verdad?
R. - Sí, señor. (1)
P. - ¿Habló sobre el tema con alguien, o es algo que leyó y le inspiró tal idea, u otra cosa por el estilo? (2)
R. - Sí, señor.
P. - ¿Fue algo que leyó?
R. - Sí, señor.
P. - ¿Cuál es la última persona a quien oyó hablar sobre el asunto?
R. - Emma Goldman. (3)
P. - ¿Qué dijo entonces o qué le dijo a usted sobre el presidente?
R. - Dice ... no mencionó para nada a los presidentes, habló del gobierno.
P. - ¿Qué dijo?
R. - Dijo que no creía en el Estado (4)
P. - ¿Entonces usted empezó a creer que sería bueno que no tuviéramos esta forma de gobierno, verdad?
R. - Sí, señor.

Este diálogo producía una impresión totalmente falsa (4). Tomemos, uno por uno, los puntos marcados con un número entre paréntesis. Un detenido análisis nos revelará hasta dónde pueden ser engañosos los estudiados cambios hechos por el Departamento de Inteligencia de Hoover:

(1) El lector no sabe que se ha omitido aquí una importante acotación de Czolgosz, quien afirmó que había planeado el asesinato apenas unos días antes de cometerlo, en cuyo caso Emma no pudo haber sido responsable.
(2) Por razones obvias, el Departamento de Justicia eliminó la siguiente pregunta y su respuesta: P. - ¿Juró o se comprometió alguna vez a matar a alguien? Lo hizo, ¿verdad? Levante Ja cabeza y hable, ¿no es cierto que lo hizo? R. - No, señor.
(3) Aquí también suprimieron una parte que es fundamental para comprender la confesión de Czolgosz: P. - ¿Le oyó decir que sería bueno que todos los gobernantes desaparecieran de la faz de la tierra? R. - No, no dijo eso.
(4) En el texto que sigue a esta respuesta se eliminaron otros dos fragmentos de suma importancia: P. - Y que todos los que apoyan al gobierno deberían ser destruidos; ¿dijo que pensaba así? R. - No dijo que deberían ser destruidos. P. - Usted quería ayudarla en su obra y pensó que ésta era la mejor manera de hacerlo; eso es lo que pensó, ¿verdad? Y si fue otra su idea, díganos cuál fue. R. - Ella no me dijo que lo hiciera.

Semejante desfiguración de los documentos nos permite comprender en razón de qué falta de escrúpulos el Departamento de Justicia fue capaz de abusar de su poder durante las incursiones contra radicales, o supuestos radicales, dirigidas por Palmer y Hoover.

Las medidas tomadas en el caso de Emma fueron las que cabía esperar de una dependencia que ordenaba la invasión de domicilios particulares, locales de reunión, centrales obreras, etc.; secuestraba sin motivo los bienes personales de inocentes, detenía sin orden de arresto y encerraba incomunicando; infligía torturas de tercer grado y utilizaba agents provocateurs.

Y, sobre todo, su proceder fue digno de funcionarios que no vacilaban en proclamar sin fundamento que el país estaba amenazado por una gran conspiración tramada por Emma Goldman en complicidad con otros 59.999 rojos.

Sin embargo, tras investigar a fondo las pruebas oficiales de la existencia de dicha confabulación, Louis F. Post descubrió azorado que la cruzada contra los rojos era una estupenda y cruel falsedad.

Una farsa tragicómica, tal vez, pero sirvió para preparar el escenario en el que se desarollaría el dramático final del largo pleito entre los Estados Unidos y Goldman-Berkman.



Notas

(1) Posteriormente, O'Brian pronunció conferencias y escribió articulos sobre el tema sin dar una adecuada explicación del papel que cumplieron él mismo y otros funcionarios en la creación de tal histeria popular. Ver su El Gobierno y las Libertades Civiles: De la Primera Guerra Mundial hasta Ahora, incluido en The John Randolph Tucker Lectures, Lexington, University of Virginia Press, 1952.

(2) Caminetti, primer ítalo-norteamericano que entrara en el congreso, trató (en sus funciones como comisionado de inmigración) de demostrar que era ciento por ciento norteamericano.

(3) Si bien Palmer no logró el decreto contra la sedición en tiempos de paz, durante el invierno de 1919-20 el Congreso consideró unos setenta proyectos de ley contra los revoltosos. Tal vez éste fue el comentario más ilustrativo sobre la guerra que se había librado para preservar la democracia en el mundo.

(4) El lector puede comparar esta versión con la que reproducimos en el Capítulo IX.
Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonCapítulo vigésimosegundo - Las pesadas puertas en prisiónCapítulo vigésimocuarto - Más allá de la estatua de la libertadBiblioteca Virtual Antorcha