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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo vigésimosegundo
Las pesadas puertas en prisión



De vuelta en la cárcel de Jefferson -comentó Emma más tarde con gran placer-, mis compañeras me saludaron como a una hermana perdida.

Una madre perdida habría sido más exacto, pues era indiscutiblemente una verdadera Gran Madre para las infortunadas con quienes le tocó vivir durante los diversos períodos que pasó en prisión.

La empatía y solicitud que mostró para con sus compañeras de desgracia revelan, de modo contundente, cuán sincera y profunda era su compasión hacia sus semejantes. Quienes seguían de cerca su trayectoria se sentían confortados al verla actuar así. El encierro en la cárcel fue la prueba de fuego para ella, pues allí, según palabras de Oscar Wilde que Emma gustaba citar,

Pálida Angustia monta guardia
frente a la pesada puerta,
y el Carcelero es la Desesperación.

Si su sueño de una sociedad libre no hubiese sido carne en ella, le habría resultado imposible vencer esta desesperación y poner en práctica sus ideales de modo tan esplendente (1).

Diversas razones hacen aún más asombroso el hecho de que encontrara energías y tiempo para dedicar a las demás reclusas.

La extensión de la condena y la probabilidad de ser deportada al término de la misma son factores que debían de pesar sobremanera en su espíritu. Además, la vida en la prisión era muy dura. Las mujeres tenían que coser chaquetas, ropas de trabajo y tiradores.

En una de sus cartas, escrita poco después de su entrada en la cárcel, Emma describió la rutina: se levantaba a las 5.30 Y limpiaba la celda, luego desayunaba; de 6.30 a 11.30 trabajaba en el taller y, después de una hora de descanso, durante la cual almorzaba, volvía a su labor hasta las 16.30; finalmente cenaba, y leía hasta las 21.

Sólo alcanzaba a hacer la mitad de las cincuenta y cuatro chaquetas que tenía asignadas como tarea.

Después de una agobiante semana de tan exigente ritmo, comenzó a sufrir, según le comentó a Weinberger, de fuertes d dolores en la nuca y en la columna vertebral, además de un gran cansancio visual; era muy miope, lo cual la obligaba a doblar mucho la espalda y el cuello para poder ver la costura.

Como si esto fuera poco, Emma. tenía ya cerca de cuarenta y nueve años y, como dijera lisa y llanamente W. H. Painter, presidente de la Junta de la Prisión del Estado de Missouri, su organismo estaba experimentando un cambio.

Se vio obligada a hacer frente a todos los problemas de la menopausia -durante la cual las alteraciones glandulares suelen producir depresión, excitación, alta presión sanguínea y, a veces, un aumento de la sexualidad en condiciones sumamente difíciles.

Pero lo más maravilloso es que fuese capaz de dar tanto de sí a sus compañeras.

Cuando, un año después, Kate Richards O'Hare, amiga y colaboradora de Gene Debs, ingresó a la cárcel para cumplir una condena por faltar a la Ley de Espionaje, encontró a Emma haciendo de madre de las demás reclusas.

Kate O'Hare no pudo dejar de ver la notable diferencia, en favor de Emma por cierto, que existía entre ésta y las asistentes sociales religiosas que descendían a la prisión:

Pero ninguna institución religiosa podrá jamás ganar el corazón de estas mujeres hasta tanto no muestre un inteligente interés por enmendar las terribles injusticias que se cometen aqui y por mejorar las condiciones imperantes que destruyen alma, cuerpo y cerebro. Para estas pobres criaturas, Emma Goldman significa muchísimo más que todos los sacerdotes, predicadores y organizaciones religiosas del Estado. Nada saben de sus ideas, ni siquiera si el anarquismo es un alimento para el desayuno o un medicamento. Sólo saben que Emma hizo cosas por ellas. Luchó en su favor siempre que las consideró víctimas de una injusticia; les dio de comer cuando tuvieron hambre, las cuidó cuando cayeron enfermas y las animó cuando las vio tristes (2)

La señora O'Hare no expresó estos conceptos como admiradora que así pagaba debido tributo, pues, para su mentalidad socialista, el anarquismo de Emma era una impracticable fantasía (sic) de mentes enfermas.

Como bien dijera Emma, si ambas se hubieran conocido afuera, muy probablemente habríamos discutido con furia y jamás habríamos hecho amistad.

Sin embargo, en la cárcel se sintieron mutuamente atraídas.

Al parecer, el comportamiento de Emma hacia las reclusas impresionó tan hondamente a la señora O'Hare, que despertó su admiración por ella. Las cartas que escribía desde la prisión estaban llenas de alabanzas acerca del carácter de Emma:

La Emma Goldman que yo conozco no es la propagandista. Es Emma Goldman, la tierna madre cósmica, la mujer inteligente y comprensiva, la hermana devota, la compañera leal ... Emma no cree en Jesús; sin embargo, su conducta es de ésas que me hacen comprender el espíritu de Jesús ...

Las dos compartían con sus hermanas los alimentos y regalitos que recibían:

En lugar de arrojarme textos anarquistas, Emma da golpecitos en la pared de la celda y me dice: A moverse, Kate: es hora de dar de comer a los monos; pasa la comida de una a otra. Creo que sería una bendición que muchos de esos teóricos ... fueran a la cárcel ...

Después de que Emma saliera en libertad, escribió:

Claro que extrañamos muchísimo a Emma ... No hay dos personas que difieran más que ella y yo en su filosofía de la vida y en su reacción ante las condiciones carcelarias, pero debo reconocer que es una mujer cerebral, intélectual, sobre quien se podría hacer un magnífico estudio psicológico. Yo también considero que el anarquismo sólo eS la expresión visible de las heridas que dejan en el espíritu las injusticias sociales y que, por consiguiente, debe ser curado por el psicólogo y no por la policía, los jueces y los carceleros. Pero he de decir que Emma es, por sobre todo, una mujer maternal. El instinto materno es su razgo dominante; nos cuidó y mimó a Ella (Antolini, otra política) y a mí, así como a todas las criaturas encerradas en aquella cárcel, y cuanto más desamparada veía a una compañera, tanto mayor era la ternura que le prodigaba. Sin Emma, Ella y yo nos sentimos como dos niñas cuya madre ha salido de la casa ... Pasará un tiempo hasta que me acostumbre a cuidarme sola, hasta tal punto me malcrió.

Kate O'Hare creía haber penetrado hasta las profundidades psicológicas del magnetismo personal de Emma:

Frustrada su maternidad física, volcaba todo su corazón en una maternidad que repartía entre todos los tristes y afligidos, las víctimas de la injusticia y los oprimidos, los hijos del hombre amargados y rebeldes. Tenía razón el alcalde Gilvin cuando dijo que las mujeres recluidas aquí la hacían objeto de una adoración idólatra. Así era. Y ello se debia en gran parte al hecho de que estas criaturas son en su mayoría débiles e incapaces, infantiles y poco desarrolladas, no están maduras y necesitan urgentemente el amparo del amor maternal.

Es cierto que la conducta de Emma hacia sus compañeras surgía de sus sentimientos maternales, tal como advirtió la señora O'Hare, pero también es indiscutible que sus ideas cumplieron un papel importante. Su compasión respecto de aquellas mujeres nacia de la convicción de que los delincuentes son víctimas de nuestra descabellada organización social; durante los veinte meses que vivió en Jefferson, no encontró ninguna a quien pudiera calificarse de depravada, cruel o miserable.

Cualesquiera fueran los motivos del comportamiento de Emma, el hecho es que ejerció una singular influencia sobre sus compañeras de infortunio. Y éste fue precisamente su gran triunfo: al mantenerse fiel a sus ideales dentro de la cárcel, privó a los funcionarios del gobierno de la satisfacción completa de sus deseos: podían castigar su cuerpo, pero jamás lastimar su espíritu.

Al igual que Thoreau en circunstancias similares, siguió siendo ella misma.

2

Así como la Roja Emma era la figura femenina más notable del anarquismo norteamericano, la Roja Kate era la socialista más destacada del país.

Nacida en un establecimiento rural de Kansas, la señora O'Hare pertenecía al tipo de radical nativo al estilo de Mary Ellen Lease (sembrad menos trigo y más alboroto). Tuvo el honor de ser la primera mujer que presentó su candidatura al Senado de los Estados Unidos cuando el partido socialista la eligió por Kansas en 1910; en la convención socialista de 1916 la propusieron sin buen éxito como candidata a la vicepresidencia. La señora O'Hare se inclinaba a creer que mediante la organización política podía llegar a establecerse sobre la Tierra un paraíso sin clases sociales; por su parte, Emma consideraba que por tales medios sólo podía alcanzarse un infierno jerárquico.

Tanto socialistas como anarquistas esperaban que, al enfrentarse ambas en la cárcel, se produciría un formidable choque -una suerte de lucha ideológica entre amazonas- cuyo estruendo se oiría más allá de los límites del Estado de Missouri. Sin embargo, para su gran desilusión, nada de eso ocurrió.

En verdad, sus puntos de vista sobre ciertos problemas no eran tan disímiles como ellas mismas creían, pero, de todos modos, diferían en muchos campos.

Es sobremanera interesante comparar sus opiniones acerca del castigo penal.

Emma habría solucionado el problema carcelario en forma drástica: simplemente, habría ordenado abrir los portones.

Desde luego, si por mí fuera escribió desde su celda-, dejaría en libertad a todos los presos. Sería mejor para la sociedad y más beneficioso (sic) para quienes tienen la misión de cuidarlos. Ahora más que nunca estoy convencida de que, aparte del ultraje que significa encerrar a seres humanos en lugares donde se degradan hasta convertirse en objetos inanimados, existe la atrocidad de condenar (!) a otras personas a ser sus carceleros y guardianes. Hasta los mejores de ellos se van endureciendo y deshumanizando gradualmente, pues de lo contrario pronto perderían el trabajo.

En el peor de los casos, las cárceles eran sitios donde se tortura a los hombres para hacerlos buenos. En el mejor de los casos, eran establecimientos donde el individuo sufría uu proceso de deshumanización que lo reducía a un simple autómata. Pero siempre constituían universidades del crimen, cuyos egresados pronto hacían sentir a la sociedad los resultados de tales escuelas. De tal manera, se establecía un círculo vicioso. Emma no descartaba que pudiera hacerse algo para librar a los presos de la brutalidad de los funcionarios de las cárceles, darles un trabajo remunerativo mientras estuvieran recluidos, y también mayor independencia. Ello no obstante, seguía convencida de que lo primordial es una renovación de la conciencia social. Por consiguiente, ponía su fe en una transformación de las ideas sociales:

Sólo una reconstrucción completa de la sociedad librará a la humanidad del cáncer del delito.

Kate O'Hare aceptaba que, en último análisis, la solución del problema del crimen y del castigo se encontraría tal vez en el gran movimiento de justicia social que, eventualmente, terminara con aquellos crímenes de la sociedad que son en tan grande medida responsables de la creación del individuo criminal (3).

Sin embargo, su mayor preocupación era hallar una salida en el ínterin:

Pero las leyes criminales, los tribunales de justicia y los institutos penales son parte importantísima de nuestra maquinaria social, razón por la cual debemos tratar de mejorar lo que tenemos para que funcione con la menor fricción y pérdida humana posibles hasta tanto construyamos la maquinaria del nuevo orden.

Después de que el presidente Wilson conmutó su pena en 1920, Kate se dedicó a escribir cáusticas censuras sobre las condiciones de vida imperantes en la cárcel de Jefferson. La Welfare League de Missouri declaró más tarde que esta campaña le había ganado el agradecimiento de todo el país, por cuanto sus valientes revelaciones acerca de los abusos y la crueldad con que se trata a las mujeres encarceladas fueron sumamente valiosas y contribuyeron a poner fin a una situación intolerable.

En su lucha por lograr reformas inmediatas, la señora O'Hare llegó a ocupar el puesto de subdirectora de penología de California; durante su gestión trabajó empeñosamente para hacer del penal de San Quintín un instituto modelo.

Es incuestionable que Kate O'Hare pudo lograr reformas concretas gracias a su concepto de que lo inmediato es tan importante como lo futuro. Si Emma hubiese tenido igual oportunidad, probablemente no habría actuado con tanta eficacia en este terreno. Recordemos, empero, que en 1919 se declaró profundamente interesada en la reforma carcelaria y que, más tarde, supo darle algunos buenos consejos prácticos a la señora O'Hare, quien, con gran generosidad, afirmó que la campaña en pro de las mejoras penales era tanto obra suya como mía.

El hecho es que ambas mujeres, cada una desde su posición, cumplieron una función importante en este campo.

La señora O'Hare tuvo papel primordial en la reforma de los institutos carcelarios, mientras que a Emma le cupo la misión de despertar la conciencia social y llamar la atención del pueblo sobre los problemas fundamentales.

Al igual que algunos criminólogos modernos -Ralph Banay, por ejemplo-, Emma consideraba que la prisión sólo es un anacronismo que perpetúa y multiplica el crimen. Se percataba de que un tumor tan maligno exige una seria operación, no simples paliativos; que, dicho más directamente, era menester destruir las cárceles y no remendarlas.

Mas el hecho de que le preocuparan principalmente los problemas fundamentales no excluía un interés humano por aliviar en lo pósible el presente. La misma Kate O'Hare reconoció:

Las muchachas me quieren a mí también, pero nunca tanto como a Emma Goldman. Para ellas soy la compañera que reparte goma de mascar y pastillas de menta, un diccionario ambulante, un compendio de toda la sabiduría, soy abogado, sacerdote y médico ... pero no ocupo ni ocuparé jamás el lugar que tenía Emma en sus corazones.



Notas

(1) Para hacer una odiosa comparación no odiosa a la manera de Veblen, recordemos la conducta de Samuel Gompers. El mismo afirmó siempre que había venido a estas playas con el vehemente deseo de ayudar a los desamparados; fue así que hacia 1870 estaba ya dedicado por completo a una labor sindicalista verdaderamente precursora. Pero el único arresto que sufrió en su vida puso a prueba la profundidad de sus intenciones hacia los necesitados. En la primavera de 1879 fue encarcelado por hablar frente a un piquete. Citemos sus propias palabras: Aquél fue uno de los dias más horribles de mi vida; tuve que estar sentado en medio de la suciedad y los bichos, rodeado por hombres cuyos cuerpos y mentes eran tan sucios como su lenguaje. Afortunadamente, esto no pudo influir demasiado sobre mi porque sólo pasé un día allí. (Samuel Gompers, Seventy Years of Life and Labor, Nueva York, E. P. Dutton & Co., 1925, t. 1, pp. 122-23.)

(2) Letters from Kate Richards O'Hare to Her Family: From April 20, 1919 to Mar 27,1920 (St. Louis, 1920). El comportamiento de Emma Goldman en la prisión es comparable al de Gene Debs, a quien, cabe recordar, los reclusos de Atlanta llamaban el Pequeño Jesús.

(3) O´Hare, In prision, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1923, p.164.
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