Indice de la edición cibernética Rebelde en el paraiso yanqui. La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa de Richard DrinnonAbeviaturasCapítulo segundo - San PetesburgoBiblioteca Virtual Antorcha

Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo primero
Niñez en el ghetto



El viernes 11 de noviembre de 1877, conocido más tarde como Viernes Triste, se ejecutó en Chicago a Albert Parsons, August Spies, Adolf Fischer y George Engel (1), por su supuesta complicidad en el acto terrorista de Haymarket. Esa misma noche, Emma Goldman y su hermana Helena -esta última llorando quedamente- se dirigieron a la casa de sus padres, donde encontraron gente que hablaba con gran excitación de las ejecuciones.

Una mujer rió:
- ¿Por qué tantos lamentos? Esos hombres eran asesinos. Está bien que los colgaran.

Emma se abalanzó sobre el cuello de la mujer; al ser sujetada, tomó una jarra con agua que estaba sobre la mesa y arrojó su contenido sobre el rostro de la visitante:
- ¡Fuera! -gritó-, ¡fuera de aquí o la mato!

Mientras la aterrorizada mujer se apresuraba a salir, Emma caía al suelo llorando histéricamente. Creyó que la opresión y la injusticIa habían quedado atrás, lejos, en Rusia.

2

Emma Goldman, de quien una vez se dijo que había nacido para hacer lo imposible, provenía precisamente de una región desgarrada por tensiones sociales y políticas. Había nacido en la antigua ciudad de Kovno, conocida en la Lituania actual con el nombre de Kaunas.

En Kovno, el río Viliya se une al Niemen, el que sigue su curso unas cien millas más hasta desembocar en el Báltico. La sola mención del Báltico evoca la imagen de ejércitos siempre en marcha, de intrigas palaciegas y espías barbudos, de nubes de suspicacia y hostilidad, y de un pueblo manejado arbitrariamente y empeñado a través de los años en la búsqueda de una paz imposible.

Cuando, en el siglo XVIII, Prusia, Rusia y Austria borraron a Polonia, Kovno pasó, junto con todo lo que restaba de Lituania, a manos de Rusia como parte del botín que le correspondió en el desmembramiento de 1795. Con ello Rusia ganó tierras, el odio de la población y, como si esto fuera poco, el nuevo y complejo problema que representaban los numerosos residentes judíos de la zona.

Los judíos de Polonia habían logrado ubicarse dentro de la economía del país actuando como intermediarios, pero los rusos no quisieron darles un lugar y, al parecer, determinaron que debían vivir del aire si insistían porfiadamente en seguir viviendo.

Como primera medida, Catalina la Grande mandó establecer un cordon sanitaire alrededor de la zona donde estaban radicados los judíos; el área circundada por este cordón recibió el nombre de Zona de Residencia. Se pensaba que, de esta manera, los judíos se verían obligados a permanecer donde estaban, salvándose así el resto de Rusia de la contaminación. Mas dicha medida sólo sirvió para evitar que el problema se extendiera.

Nicolás I decidió terminar con este mal rusificando a los extranjeros. Aunque hubo variaciones en la política seguida por los rusos, desde aquel momento imperaron ciertas constantes generales: la mayoría de los judíos quedaron confinados al estrecho territorio de la Zona de Residencia; no se les permitía salir de los pueblos y las ciudades donde habían sido registrados; estaban excluidos de la administración pública y de la agricultura; y, finalmente, rara vez se les dejaba trabajar en otra industria que no fuese la del vestido. Todo esto significaba que sólo podían subsistir en pequeños talleres submarginales de los ghettos de Kovno y otras ciudades que, a su vez, formaban parte del extenso ghetto constituido por la Zona de Residencia.

Como bien dijo Nicolás Berdiaev, en el siglo XIX Rusia era un inmenso, ilimitado país de esclavizados campesinos analfabetos, gobernado por una fuerte burocracia que componia una nobleza ociosa y regido por un monarca absoluto de poder casi divino. Aquella Rusia siempre inestable parecía necesitar de los judíos como víctima expiatoria oficial; ofrecían al zar y a su nobleza un medio para dar salida a las tensiones populares.

Los funcionarios no vacilaron en utilizar el antiguo mito de que los judíos habían matado y negado a Cristo, para fustigar las pasiones de la masa y así evitar que concentrara su atención en la corrupta estructura política y social del país.

Al presentar a los judíos como extranjeros particularmente detestables, se llevaba al pueblo a proyectar agresivamente sobre aquéllos gran parte de la frustración causada por el sistema imperante.

Una de las consecuencias de esta política fue el desmedido aumento de leyes que limitaban el desenvolvimiento de los judíos; otro resultado fue el desencadenamiento de una salvaje violencia manifestada en pogroms y en masacres organizadas de aquellos pobres parias.

3

En el año 1868, bajo la pesadísima garra del oso ruso, dos jóvenes judíos establecieron su hogar en Kovno. Aquel matrimonio llevó el sello del fracaso desde el primer día. Taube Bienowitch, la joven y triste novia, provenía de Urberig y era hija de un médico de cierta notoriedad y cultura; anteriormente había estado casada con un hombre llamado Labe Zodokoff. De aquella unión nacieron dos hijas, Lena y Helena. La capacidad de Taube para el amor romántico había muerto con su primer marido.

Cuando, unos meses después del fallecimiento de éste, se convino un nuevo matrimonio para Taube, ésta fue a él sólo obligada por, las circunstancias, sin amor o la esperanza de llegar a sentirlo.

A diferencia de la joven viuda, Abraham Goldman, natural del Kovno, entró en el matrimonio con grandes esperanzas; mas invarIablemente, sus apasionados deseos no encontraron eco en su fría esposa. Sus relaciones se volvieron aún más tirantes cuando Abraham hizo una desgraciada inversión de la herencia de Taube y sus dos hijas, que bien pronto se perdió totalmente.

Fue en aquella época que llegó el primer vástago de la familia Goldman.

Tal el lugar donde nació Emma Goldman y tales los padres que la trajeron al mundo. La niña, nacida el 27 de junio de 1869, no fue bien recibida, considerada ante todo como una nueva desgracia y una constante carga.

Abraham había deseado fervientemente un hijo varón; por eso vio en esa hija un enojoso fracaso que se sumaba a los anteriores. No pudo perdonarle a su primogénita el haber nacido mujer ni siquiera después del nacimiento de otros dos hijos varones, Herman en 1873 y Morris en 1875.

Poco después de la llegada de Emma y de su desastre financiero, Abraham se trasladó con toda la familia a Popelan, pequeño pueblo del Báltico, donde se estableció como mesonero y superintendente de la parada allí establecida por el gobierno. No tardaron en acusar a aquel pequeño funcionario judío de fomentar el vicio de la bebida entre los campesinos. Aunque indudablemente no era suya la responsabilidad, la verdad es que la posada, semejante a un granero, estaba casi siempre llena de empleados administrativos y de campesinos embrutecidos y pendencieros. A despecho de su mala salud y espíritu deprimido, Taube se ocupaba de dirigir a la servidumbre mientras Lena y Helena, hermanastras de Emma, se esforzaban vanamente por mantener cierto orden en aquel caos.

De niña, Emma solía escapar a los campos, en la época en que éstos se cubrían de verde, acompañando a Petrushka, campesino encargado de cuidar las vacas y las ovejas de la familia.

Allí, retozando con el pastorcillo y subyugada por los sones de su flauta, se sentía jubilosamente libre de la odiosa posada y de aquellos padres que siempre la regañaban. A veces, al final de uno de aquellos gloriosos días, Petrushka la llevaba de vuelta a casa sobre sus hombros, repentinamente poníase a trotar, la arrojaba al aire y luego la estrechaba contra sí. El deleite que tal juego deparaba a Emma tenía cierto matiz erótico y es probable que a partir de esta experiencia haya comenzado a asociar el placer sexual inocente con el sentimiento de liberación de las limitaciones culpables creadas por el mundo de las reglas.

Sea como fuere, su tierna relación con Petrushka despertó en ella un afecto por los campesinos rusos que, con el tiempo, adquirió proporciones casi místicas. Por considerarlos, a través de su cariño, como seres humanos, un día quedó horrorizada al presenciar cómo azotaban a un campesino semidesnudo.

Este primer contacto con la brutalidad oficial la conmovió profundamente: durante muchas noches sus sueños estuvieron poblados de espantosas imágenes de gesticulantes gendarmes, de cuerpos y de látigos que chorreaban sangre.

Poco después de esta perturbadora experiencia, la familia se trasladó a Konigsberg. Taube había enfermado gravemente después del nacimiento de su segundo hijo, en 1875, y Abraham había sufrido un accidente que bastó para hacerle perder su precario puesto en Popelan.

Perseguidos por la desgracia, los Goldman fueron a vivir con los Bienowitch, parientes de Taube relativamente prosperos.

4

Salvo unos pocos meses de instrucción, recibida hacía ya un año, Emma nunca había estudiado. Ahora, con ayuda del rabino de la ciudad, pariente lejano de la familia, Emma entró en una Realschule.

El rabino exigió que se le informara mensualmente acerca de los progresos de Emma y de su hermano Herman, pero ésta era una humillación insignificante en comparación con las que le hacían sufrir los maestros.

Excepto uno, todos los maestros eran una calamidad. El instructor de religión, judío alemán, sentía un placer sádico en pegarles sobre las manos con una regla a los alumnos recalcitrantes u obtusos.

En su calidad de cabecilla de los estudiantes suficientemente tontos como para rebelarse contra las crueldades del profesor, Emma era víctima preferida de éste.

Otro, que aprovechaba de su situación para buscar relaciones con sus alumnas, fue despedido cuando Emma opuso violenta resistencia a sus proposiciones. De no haber sido por su maestra de alemán, la muchacha no habría llegado a aprender casi nada.

Típica adicta a las ideas de Moses Mendelssohn, esta maestra deseaba llevar el esclarecimiento europeo al oscuro ghetto. No aceptaba una educación basada exclusivamente en los ritos y las leyes tradicionales; prefería poner en su altar la literatura y la música alemanas. Emma le inspiraba sincero interés, por lo que trató cuanto pudo de transmitir su entusiasmo a aquella alumna deseosa de aprender.

Se reunían en casa de la maestra para leer bbras de E. Marlitt, Berthold Auerbach, Frederic Spielhagen y otros autores alemanes del siglo XIX. Emma pronto comenzó a compartir la veneración de su maestra por la casa real de Alemania y hasta llegó a llorar al saber cómo Napoleón trató a la buena reina Luisa. A través de la familia real alemana, la alumna entró plenamente en el patético mundo de su maestra.

Conmovida y agradecida por el interés y el afecto que le demostraba la mujer, Emma pasaba todos los momentos que podía en su compañía. En una oportunidad asistió con ella a una representación de la ópera Il Trovatore. Entonces, la imaginación musical de Emma, despertada interiormente por la flauta de Petrushka, surgió con fuerza y la llevó al éxtasis, haciéndole olvidar la bajeza del mundo que la rodeaba. En esa apasionada historia veía hecho realidad su propio concepto romántico del amor.

Impulsada por el deseo de aprender medicina y de ser útil a la humanidad, Emma estudió heroicamente, con el aliento y apoyo de su amada maestra, para dar el examen de ingreso a un Gymnasium alemán.

A pesar del agotamiento visual provocado por el exceso de estudio, logró pasar el difícil trance, lo cual fue una verdadera hazaña por tratarse de una muchacha judía.

En el camino hacia la concreción de sus sueños sólo se interponía el certificado de buena conducta que debía darle el profesor de religión. Mas éste se negó rotundamente a otorgárselo; incapaz de perdonarla, aseguraba que Emma no sabía respetar a la autoridad como es debido.

Ya no había razón para que Emma no acompañara a la madre en su viaje a San Petersburgo, donde se reunirían con Abraham.

Éste estaba allí a cargo del almacén de ramos generales perteneciente a un primo. Fue así que, en el frío invierno de 1881, la familia llegó a Rusia tras abrirse paso entre la nieve y cruzar media docena de arroyos. Los soldados de las patrullas, enternecidos por algunos rublos, permitieron magnánimamente a los judíos errantes entrar en la Madre Rusia.



Notas

(1) Nombres de los revolucionarios anarquistas conocidos mundialmente como los Mártires de Chicago. Fueron víctimas de uno de los más monstruosos crímenes judiciales que registra la historia.
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