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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo decimocuarto
El caso Kersner



Al finalizar el congreso, Emma se dirigió a París, donde pasó unos agradables días en compañía de Stella Cominsky.

Ambas reían al imaginar cómo reaccionaría el cónsul norteamericano si se enterara de que tenía a su servicio a la devota sobrina de Emma Goldman. Kropotkin vivía muy cerca del hotel de Emma, situado en el Boulevard Saint Michel.

Para ella, ese hombre, con su amplia y hermosa personalidad, nunca dejó de ser un ejemplo. Quedó muy impresionada al conocer la intensa actividad desplegada por los dirigentes de la Confédération du Travail; la entusiasmaron especialmente la labor periodística que cumplían en su excelente periódico obrero y los cursos nocturnos que dictaban para instruir a los trabajadores sobre los intrincados detalles del complejo proceso industrial. Pero sobre todo le llamó la atención la escuela anarquista de Sébastien Faure, donde se preparaba verdaderamente a los niños para ser hombres libres.

Poco antes de marcharse de París, se encontró con su viejo amigo el escultor Jo Davidson, a quien, con todo lo que restaba de su ménage, ayudó a amueblar su nuevo estudio.

La estada en Londres fue mucho menos placentera. A su llegada leyó en los periódicos la noticia de que el Servicio de Inmigración de los Estados Unidos había decidido vedarle la entrada a la notoria Emma Goldman. La nueva no le despertó gran preocupación, pues suponía que su matrimonio con Jacob Kersner le aseguraba la ciudadanía norteamericana. Sin embargo, las cartas que recibió de varios abogados de su amistad eran alarmantes: todo indicaba que en Washington estaban firmemente resueltos a impedir que volviera a los Estados Unidos (1).

Al salir del Holborn Town Hall de Londres, donde acababa de pronunciar una disertación, observó que la seguían algunos policías, presumiblemente de Scotland Yard. Fue inútil tqdo lo que hizo para librarse de aquella indeseable escolta.

Pero en las primeras horas de la mañana siguiente, Rudolf Rocker, dirigente alemán de los anarquistas judíos de la ciudad, consiguió hacerla entrar subrepticiamente en la casa de un camarada casi desconocido, situada en las afueras de Londres.

Después de tres días de reclusión salió para Liverpool, donde se embarcó hacia Montreal; desde Canadá retornó tranquilamente a Nueva York en un pullman.

Los burlados funcionarios de inmigración reaccionaron inmediatamente. El comisionado Sargent anunció desde Washington que, sin demora, se tomarían las providencias necesarias para arrestarla con vistas a su posterior deportación.

Antes de que pudieran llevar a la práctica su amenaza, Emma cruzó temerariamente la frontera para dar varias conferencias en el Canadá. Las esferas oficiales demostraron gran interés en el caso de Emma, pues John E. Jones, cónsul norteamericano en Winnipeg, informó al Departamento de Estado que Emma había salido inesperadamente de la ciudad por la tarde del 6 de abril de 1908, en un esfuerzo por evadirse de las autoridades de inmigración.

Le interceptaron el paso en la frontera y luego la hicieron comparecer ante una junta de investigación especial. En esta escaramuza, el triunfo fue de Emma: demostró que tenía ya veinte años de residencia en los Estados Unidos, razón por la cual no se le podía aplicar la ley de 1903, que sólo se refería a los extranjeros con tres o menos años de residencia en el país. Además, presentó una copia de los documentos que atestiguaban la ciudadanía de su ex esposo para demostrar que era ciudadana norteamericana por matrimonio.

Grandemente desilusionados, y muy a disgusto, sus inquisidores le dieron el permiso para entrar en Noyes, Minnesota.

Pese a todo, el Herald de Nueva York (9 de abril de 1908) reproducía un amenazador anuncio semioficial según el cual el Departamento de Comercio y Trabajo deseaba desterrar a Emma Goldman y se estaban tomando las medidas necesarias para determinar cuál es su ciudadanía.

Sin hacer caso de los rumores que tronaban desde Washington, Emma siguió planeando una extensa gira por Australia, pues había decidido aceptar la invitación que se le formulara el año anterior.Pensaba aprovechar el viaje para pronunciar conferencias en diversas ciudades ubicadas a lo largo de su camino hacia la costa occidental.

Afortunadamente, las dificultades que tuvo con la policía de San Francisco, que le negó el derecho a hablar, la demoraron lo suficiente para que alcanzara a recibir un telegrama de su hermana Helena, donde ésta le informaba que se le había retirado la ciudadanía a Jacob Kersner.

Emma canceló inmediatamente su viaje al percatarse de que si abandonaba el país. jamás podría volver a entrar en él.

Era evidente que se habían tomado medidas para determinar cuál era su ciudadanía. ¿En qué consistieron tales medidas?

2

Después de haber sufrido dos derrotas en pocos meses, la burocracia qel Servicio de Inmigración inició furiosamente una amplia campaña en contra de Emma Goldman. Ya que, estrictamente hablando, su status de ese momento no permitía que se la excluyera o deportara en base a lo dispuesto por la ley de 1903, tenían que buscar la solución por otro camino.

Una ley de desnaturalización promulgada en 1906 les brindó la oportunidad deseada. Este decreto (34 Estatutos 601) estipulaba que podía retirarse la ciudadanía a las personas que cometieran fraude o algún acto ilegal. Como desgraciadamente Emma era ciudadana por adopción, quedaba la esperanza de prolongar la existencia de algún acto ilegal que justificara su desnaturalización. Tal vez su antiguo esposo había conseguido los documentos por medios ilegales.

Los funcionarios se lanzaron a una intensa investigación a pesar de que Kersner había obtenido la ciudadanía hacia casi un cuarto de siglo y nada se sabía de él.

Las autoridades federales designaron al fiscal especial P. S. Chambers, de Pittsburgo, y al inspector de naturalización Abraham Zamosh, para que estudiaran el caso.

El informe que estos señores sometieron en marzo de 1908 al fiscal general Bonapárte, puso en manos del gobierno un arma que le serviría como base para su acción posterior.

Una de las informaciones que Chambers y Zamosh mencionaban incidentalmente dio lugar a discusiones ministeriales de las cuales surgió la primera investigación realizada en nuestros tiempos sobre la lealtad de un ciudadano.

Se descubrió que Stélla Cominsky, sobrina de Emma, trabajaba como estenógrafa en el consulado norteamericano de París. Con toda la gravedad del caso, se afirmó que el descubrimiento era muy importante:

Nuestras averiguaciones hicieron llegar a la conclusión de que dicha muchacha tomó este empleo con el propósito de reunir datos secretos para ayudar a los anarquistas. Ella misma es anarquista declarada, discípula y ferviente admiradora de Emma Goldman. El empleo fue conseguido merced a las influencias de Emma Goldman (!), quien la acompañó personalmente a París el año pasado.

El 24 de marzo, cinco días después de recibir el informe, Bonaparte se lo envió al secretario de Estado Elihu Root, solicitándole que investigara la verdad de estos hechos sobre los cuales llamé su atención en la reunión de gabinete.

Sin tardanza, Root envió una nota de advertencia a Frank Mason, cónsul general en París, pidiéndole que hiciera las averiguaciones pertinentes.

El 30 de marzo de 1908, Mason remitió un telegrama en el que respondía: historia de que Goldman tenía influencia, completamente absurda.

Más tarde añadió que Stella Cominsky había sido tomada como encargada de archivo por recomendación de la directora del American Women's Club, una señora norteamericana protestante del tipo más ortodoxo y la persona de quien menos podría sospecharse cobije, brinde protección o ayuda a los anarquistas. Aunque la señorita Cominsky no manejaba correspondencia ni despachos, y Mason dudaba que tuviera intenciones subversivas, la semilla de la duda prendió en su mente: Claro que los padres de esta mujer son europeos de origen y pertenecen a la raza de la cual han salido muchos anarquistas.

De todos modos, el cónsul general se negó a creer que no fuera una joven de antecedentes y carácter honorables, pese a lo cual aceptó galantemente la renuncia de Stella cuando ésta decidió volver a los Estados Unidos junto con sus amigos Hutchins y Neith Hapgood (2).

Vemos entonces que Chambers y Zamosh no eran informantes dignos de fe, pues Stella Cominsky no trabajaba como taquígrafa sino como encargada de archivo en el consulado. Naturalmente, Emma no intervino en la obtención de dicho empleo, ya que su sobrina lo consiguió por intermedio de la directora del Women's Club, a quien la presentara Arthur Bullard, también norteamericano. Tampoco había acompañado a su tía a París; en efecto, hacía un mes que estaba en esa ciudad cuando Emma arribó a la misma proveniente de Amsterdam. Por último, su puesto no le permitía llegar a las informaciones secretas aun cuando ésa hubiera sido la intención de Emma.

Además de esta inesperada historia de espionaje, Chambers y Zamosh encontraron lo que buscaban. Comprobaron que, efectivamente, Emma había contraído matrimonio con Kersner en la primavera de 1887, y que a fines de 1888 o principios de 1889 se habían divorciado. Pero también hallaron al padre de Kersner, quien se mostró muy dispuesto a colaborar: les confesó que el hijo se había hecho ciudadano poco tiempo después de establecerse en el país, presionado por personas interesadas en contar con un voto más para Cleveland.

Al día siguiente de recibir este informe, el fiscal general Bonaparte ordenó a Chambers y a Zamosh que abrieran una investigación sobre la ciudadanía de Emma Goldman, tal como lo desean el Departamento de Comercio y Trabajo y el que presido. Traducido, esto significaba que debían preparar un proceso tendiente a privar de su ciudadanía a Kersner y, por consecuencia, a Emma (3).

3

Cuando preparaba el juicio contra Kersner, Chambers se encontró frente a un problema fundamental. Preocupado, consultó al fiscal general Bonaparte: ¿Significaba la desnaturalizacióh del esposo ipso facto la de la mujer?

En este caso particular al gobierno le interesa especialmente la cónyuge, motivo por el cual este punto es el más importante en la solución de nuestro problema.

Si se le retiraba la ciudadanía a Kersner para hallarse luego con que, por no estar incluida en el litigio Emma Goldman no queda afectada por el mismo, se perdería el objetivo persegdidol por la causa.

Chambers solicitó urgentemente el debido asesoramiento jurídico. Bonaparte encargó al asistente de fiscal William K. Harr que redactara un memorándum sobre el punto en discusión.

Tras estudiar el asunto, Harr llegó a las siguientes conclusiones: Si bien el principio fundamental de la leyes no privar a nadie de los derechos de propiedad sin previo aviso y sin brindade la oportunidad de hacerse oír, el presente caso salta de lo común, pues si se cancelaba la ciudadanía de Kersner, sólo se podría poner en tela de juicio el estado legal de Emma Goldman siempre y cuando la misma saliera del país.

Harr tenía la certeza de que bastarian algunas decisiones de la Corte Suprema para dar carácter definitivo a cualquier medida que tomaran las autoridades de inmigración, a menos que se produzca un abuso de autoridad. El hecho de que tales decisiones sean injustas no da motivo a la intervención de las cortes.

En términos generales, decía Harr, el caso se apartaba hasta tal punto de lo común que se podían pasar por alto los derechos fundamentales de Emma sin ningún temor.

Además, era una buena estrategia: Si se incluyera a Emma Goldman en el litigio y se le retirara la ciudadanía al cónyuge, aquélla se pondría en guardia y no volvería a salir del país. Por esta razón, considero aconsejable dejarla fuera del pleito.

Tranquilizado, Bonaparte solicitó también el parecer de Oscar B. Strélus. secretario del Departamento de Comercio y Trabajo. Después de estudiar el problema, Straus opinó que no se debía incluir como parte interesada a Emma Goldman en el citado proceso.

Dudo de que este camino sea el más adecuado, señalaria de modo demasiado obvio que el verdadero propósito del procedimiento no es el de vindicar la ley de naturalización sino el de alcanzar a determinada persona a quien se desea privar de un asilo que actualmente se le dispensa en su calidad de esposa de un ciudadano del país (4).

Convencido entonces de que las apariencias, ya que no la justicia, lo favorecerían, Bonaparte informó a Chambers que no creía necesario o conveniente incluir a Emma Goldman como parte interesada en el juicio.

4

La causa fue apenas una formalidad, pues nadie se presentó a responder a las acusaciones del gobierno. Chambers publicó una nota en los periódicos de Rochester para notificar a Kersner de su situación. Compton, alguacil de justicia del distrito oeste de Nueva York, informó que le había sido imposible localizar al acusado en mi distrito. De tal manera, por lo menos públicamente, el gobierno declaró no conocer el paradero de Kersner. A Emma Goldman, el verdadero reo, no se le dio aviso de las actuaciones judiciales.

Los documentos presentados eran muy simples. En su pedido de ciudadanía, fechado el 18 de octubre de 1884, Kersner afirmó haber nacido en Belgrado, Servía, en abril del año 1863. Declaró bajo juramento haber inmigrado en los Estados Unidos en 1879.

Simón Goldstein y Samuel Cohen, ambos de Rochester, atestiguaron que Kersner había cumplido cinco años de residencia en el país.

El Estado presentó dos argumentos: primero en 1884; Kersner no tenía veintiún años, sino dieciséis, y segundo; en aquel entonces el acusado no tenía cinco años de residencia, sino sólo tres.

Como primer testigo, Chambers hizo comparecer a Abraham Kersner, padre de Jacob. Al inquirírsele cuándo había nacido su hijo, Abraham replicó que en 1865 ó 1866, supongo. También atestiguó que su hijo había llegado a los Estados Unidos en 1882. Luego se llamó a Simón Goldstein, uno de los testigos presentados por Kersner en 1884. Se le preguntó en qué mes había firmado la declaración original, a lo cual respondió cortésmente: Debe de haber sido cerca de las elecciones.

Declaró que en esa época era patrón de Kersner y que lo había conocido antes de su matrimonio con Emma Goldman.

Todo lo antedicho demostraba, sin lugar a dudas la gravedad del caso, y Chambers quiso dejar bien claro que esa Emma Goldman con quien Kersner había contraído matrimonio era precisamente aquélla conocida por todos:

Cuando digo Emma Goldman, me refiero a la mujer reconocida públicamente como uno de los jefes anarquistas de este país.

Goldstein confirmó que, en efecto, se trataba de esa misma Emma Goldman.

El juez John R. Hazel intervino para hacerle a Goldstein algunas preguntas acerca de la esposa del acusado, aunque, desde luego, la misma no tenía absolutamente nada que ver con el fraude y el perjurio cometidbs por Jacob Kersner en su solicitud de ciudadanía.

El juez Hazel dictaminó que Jacob Kersner no tenía derecho a la ciudadanía por haber nacido en 1865 y llegado a los Estados Unidos en 1882.

Triunfante, Chambers informó del veredicto al fiscal general y le recordó, innecesariamente, que éste es el proceso que iniciamos con el propósito de privar a Emma GoldhIan de su derecho a la ciudadanía por ser la esposa (sic) de Kersner.

5

Al enterarse de la decisión, Emma concluyó que probablemente el gobierno había pagado para obtener testimonios falsos.

Tuvieron que haber engañado, intimidado, amenazado, asustado y, quizá, sobornado a algunas personas de Rochester.

Sabía que hubo perjurio, escribió más tarde, porque Kersner hacía ya más de cinco años que vivía en los Estados Unidos cuando se hizo ciudadano y superaba la edad requerida.

Ciertas investigaciones que realizó por su cuenta, la convencieron de que las autoridades federales no habían actuado de buena fe.

Años más tarde, Lena Cominsky, hermana de Emma, informó a un periodista del Post Express de Rochester (28 de octubre de 1919) que la ceremonia del casamiento de Emma con Kersner se había realizado en su casa, en noviembre de 1886, y que en aquel tiempo el novio tendría unos veintiséis o veintisiete años y había residido en los Estados Unidos desde 1879, aproximadamente.

Estas afirmaciones diferían notablemente de los testimonios que se presentaron ante la corte del distrito, pero el juez Hazel aceptó substancialmente el informe de la acusación.

Sin embargo, su decisión fue objetable. En primer lugar, la forma equívoca en que Chambers trató el cargo de espionaje contra Stella Cominsky permitía pensar que un hombre capaz de hacer tanta alharaca en torno de un infundio no habría vacilado en recurrir a la coerción o al soborno. En segundo término, el padre de Kersner declaró que suponía que su hijo había nacido en 1865 ó 1866. Pero debemos recordar que Abraham Kersner, como tantas personas de su generación y religión, estaba acostumbrado a calcular el tiempo según el calendario judío. Es muy probable. entonces, que sólo tuviera una idea muy vaga de cuál era la fecha del nacimiento de su hijo según el calendario gregoriano; por lo tanto, su testimonio, forzado o no, en cuanto al año del nacimiento de Jacob, carecía de validez. En tercer lugar, resultaba sospechoso el hecho de que nadie mencionara el nombre del barco en el cual el acusado llegó al país.

En efecto, si bien es cierto que las listas de los pasajeros de tercera clase distaban mucho de ser exactas en aquellos días, de todos modos era sumamente extraño que no se hiciera ninguna referencia al nombre del barco y a la fecha de su supuesto arribo en 1882.

En cuarto término, cabe preguntarse por qué Samuel Cohen, el segundo testigo de 1884, también citado por Chambers, no fue llamado a declarar el mismo día que Simón Goldstein.

Y para finalizar, ¿por qué se mostró este último tan dispuesto a admitir que había cometido perjurio al prestar falso testimonio en 1884?

Aunque los tribunales no suelen examinar tales autos colateralmente, salvo cuando media una apelación, la ausencia del presunto acusado bien podría haber impulsado al juez Hazel a averiguar cuál era la razón por la que el testigo confesó de motu proprio haber cometido perjurio.

Por otra parte, es probable que Goldstein mintiera en 1884, pues la fecha inscripta en la solicitud de Kersner, 18 de octubre de 1884, era sospechosamente cercana a las elecciones presidenciales de noviembre de ese año, y sabemos que en muchas oportunidades los politicos han tratado de hacer ciudadanos a la mayor cantidad de extranjeros, sin fijarse demasiado en las formalidades del caso, a fin de que puedan votar por ellos en las elecciones.

Jacob Kersner nunca demostró poseer la integridad, que le habría ayudado a oponer resistencia a tal presión. Además, la propia Emma escribió en una oportunidad que Kersner habia llegado a Norteamérica en 1881.

Puesto que no había ninguna prueba absoluta quedemostrara lo contrario, es probable que los hechos admitidos por el juez Hazel fueran más o menos exactos. Pero no es esto lo que importa, sino el que no se estableciera más allá de una duda razonable la verdad de tales datos; de ahí que pueda afirmarse que todo el procedimiento adoleció de una gran falta de seriedad.

En el proceso no intervino ningún representante del acusado que objetara la introducción de elementos extraños, tales como la relación existente entre el presunto reo y Emma Goldman, que recusara el proceder del magistrado por darle éste tanta importancia a un detalle totalmente ajeno al caso y que interrogara a los testigos.

Si el gobierno se hubiese esforzado seriamente por encontrar y hacer comparecer a Kersner, éste habría contado con un defensor cuya actuación podía haber convertido en un verdadero proceso aquel simulacro de procedimiento legal.

Mas, ¿cuál era el paradero del ausente acusado?

En lo que se refiere a la comunidad de Rochester, nadie lo había vuelto a ver desde 1890, cuando desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra.

Emma estaba convencida de que nadie sabía dónde se encontraba, ni siquiera sus padres. Simplemente, se esfumo.

En 1909, el alguacil Compton informó que le había resultado imposible hallar a Kersner, mas probablemente no buscara demasiado. Según declaró más tarde el señor John S. Markell, ex superintendente de la penitenciaría de Onondaga, Syracuse, Nueva York, Jacob Kersner estaba allí cumpliendo una condena cuando entré a ocupar mi cargo el 1° de enero de 1895, y permaneció en la cárcel hasta e1 18 de septiembre de 1895 ...

Kersner había sido condenado a un año y medio de prisión en Onondaga por robo en gran escala cometido en Syracuse. Otra crónica aparecida en el World de Nueva York el 11 de octubre de 1898, tres años después de que Kersner saliera en libertad, informaba que Jacob Kerstner (sic), socialista, esposo de Emma Goldman, fue enviado a la cárcel de Auburn por tres años, acusado de robo en gran escala.

El World añadía que, probablemente, cuando terminara de cumplir aquella condena, se lo volveria a encarcelar por dar un cheque sin fondos como pago de la fianza por la libertad del hermano, también recluido en la penintenciaría.

Comprobamos que las actividades de Kersner habían tenido bastante publicidad, de manera que, si bien era difícil que Emma y los miembros de la comunidad de Rochester tuvieran noticias de su carrera, resulta inconcebible que Chambers y Compton no pudieran hallarlo, ya que contaban con los archivos judiciales, los de las cárceles y hasta de los periódicos.

Quedan, pues, dos opciones: los funcionarios no sabían realmente dónde se encontraba Kersner, o sí conocían su paradero.

En el primer caso, el despojarlo de la ciudadanía era un acto grotesco, por no decir algo peor, pues ello equivalía a privar a un hombre muerto de una ciudadanía no existente.

En el segundo caso, la acción del gobierno resultaba aún más reprochable, puesto que le quitaba la ciudadanía a un hombre que ya había perdido el derecho de votar, sin brindarle la oportunidad de defenderse.

Los antecedentes de Kersner y la amenaza de nuevos juicios por sus actividades delictuosas antes mencionadas, habrían bastado para inclinar al esposo de Emma a ceder a toda proposición o plan que las autoridades hubieran hecho. En rigor de verdad, es probable que se supiera dónde se encontraba Kersner.

Como veremos luego, éste se estableció en Chicago bajo el nombre supuesto de Jacob Lewis. Una vez que Chambers y Zamosh presentaron su primer informe, terminado en marzo de 1908, Bonaparte ordenó al segundo de los nombrados que se dirigiera a Chicago para estudiar la situación legal de Emma Goldman.

¿Con qué motivo iba a enviar a este señor a Chicago si no hubieran sabido él y Chambers que Kersner se había dirigido a dicha ciudad?

Es ésta una pregunta sin respuesta; sin embargo, creemos interesante recordar que J. Edgar Hoover no tuvo dificultades para localizar a Kersner en 1919, año en que volvió a plantearse el problema.

En todo caso, el verdadero propósito perseguido por las autoridades era el de retirarle la ciudadanía a Emma Goldman. (Este procedimiento oficial muestra a las claras que el decreto sobre desnaturalización fue empleado como arma política). A la interesada no se le envió ninguna comunicación escrita ni se le notificó de su situación a través de la prensa. Los funcionarios del gabinete decidieron, con toda conciencia y malicia, privarla de sus derechos sin incluirla como parte interesada en el juicio.

Es. muy triste observar cómo Kersner gozó de mayor protección constitucional cuando se lo juzgó por un delito que cuando se lo despojó de la ciudadanía.

Si se hubiera enjuiciado a Emma, la verdadera acusada, por robo o falsificación, se habrían respetado más sus derechos y se le habrían dado mayores garantías constitucionales que en aquel procedimiento por el cual se trataba de quitarle la ciudadanía, hecho mucho más grave en varios sentidos, y en el que no contó con ninguna protección.

Al lograr el propósito de despojar a Jacob Kersner de su ciudadanía, las autoridades obtuvieron un triunfo decisivo, ya que no justo.

A partir de aquel momento sólo restaba esperar que Emma se aventurara a salir nuevamente del país, lo cual brindaría la óportunidad de negarle la readmisión. O bien, en caso de que esto no se produjera, aguardar la promulgación de alguna ley que posibilitara la deportación de la anarquista, cosa que sucedió finalmente.



Notas

(1) Hacia ya varios años que los funcionarios de inmigración mostraban una peculiar responsabilidad respecto de Emma Goldman. En 1901, Powderly, entonces comisionado de inmigración, declaró que consideraba conveniente la promulgación de una ley que la pusiera bajo la fuerte mano de la justicia. Desde luego, al hablar de mano, Powderly pensaba en la suya propia, pero ni siquiera el Decreto de Exclusión de los Anarquistas en vigencia desde 1903 le brindó al Departamento de Inmigración la oportunidad de deportar a Emma.

(2) Tal como escribe la señora Stella Cominsky Ballantine, ¡de qué diferente manera trataría hoy un asunto semejante un miembro del Departamento de Estado!

(3) Para comprender este procedimiento, es necesario recordar que un decreto federal de 1885 (Estatutos Revisados, párrafo 1994), confería automáticamente la ciudadanía a toda mujer que contrajera matrimonio con un ciudadano, siempre que llenara los requisitos necesarios. Dicha ley estuvo en vigencia hasta 1922.

(4) Subrayado por el autor. Una de las menores ironias de todo este asunto es el hecho de que el propio Straus era inmigrante, y el primer judío que ocupaba un cargo ministerial.
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