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Rebelde en el paraiso Yanqui.
La vida de Emma Goldman, una anarquista rusa
Richard Drinnon
Capítulo decimotercero
El congreso anarquista de Amsterdam



En la primavera de 1907 un grupo de organizaciones anarquistas le solicitó a Emma que hiciera las veces de delegada de las mismas ante el congreso anarquista que se reuniría en Amsterdam ese verano.

Tras dejar Mother Earth bajo la eficaz dirección de Alexander Berkman, Emma partió en agosto hacia Holanda, acompañada de Max Baginsky, el otro delegado norteamericano.

No se le escapó lo irónico de que una monarquía como Holanda permitiera la celebración de un cónclave anarquista público en tanto que la policía de Chicago, en una democracia como los Estados Unidos, había impedido la realización de un congreso análogo en 1893 y, a su vez, la policía de París había frustrado los planes anarquistas de reunirse en asamblea en la Francia republicana de 1900.

Ello hizo aumentar su respeto por los holandeses. Durante los pocos días que tuvieron libres antes de la llegada de los restantes delegados, los dos representantes norteamericanos se dedicaron a visitar la vieja Amsterdam.

Recorrieron los sinuosos canales, hurgaron entre las mercancías expuestas en los mercados, paseos durante los cuales tuvieron que andar esquivando el agua sucia que arrojaban las increíblemente hacendosas amas de casa de la ciudad.

2

Emma Goldman fue al Congreso de Amsterdam con ideas políticas mucho más maduras y coherentes que las sustentadas por la entusiasta joven que se había unido a los anarquistas de Nueva York hacía ya casi dos décadas.

Cuando, alrededor de 1897, el director del Labor Leader le pidió que definiera su posición, dio una displicente e inapropiada respuesta:

En realidad, soy demasiado anarquista -replicó pomposamente-, para elaborar un programa destinado a los miembros de esta sociedad; en verdad no me interesan los pequeños detalles, sólo deseo libertad, una libertad perfecta y sin restricciones para mí y para los demás ...

Pero luego tuvo que darse cuenta de que un simple gesto de la mano no bastaba para eliminar los pequeños detalles, y que el ideal de una libertad perfecta no constituía una filosofía política.

Hacia 1907 dominaba la teoría anarquista y su lengua adoptiva lo suficiente como para expresar con vigor sus puntos de vista en conferencias y ensayos.

Por lo general, en sus arrolladoras críticas contra el capitalismo, la iglesia cristiana y el nacionalismo, Emma se limitaba a repetir, con sus propias palabras, los conceptos de Kropotkin. Argumentaba, por ejemplo, que en una época en la cual existe la posibilidad de abundancia para todos, la propiedad privada es un cruel anacronismo que condena a la mayoría de los hombres a vivir como esclavos asalariados, a venderse y a someterse al juicio de un amo. Más importante aún, la propiedad privada convierte al hombre en mera parte de una máquina, con menos voluntad y decisión que su amo de acero y de hierro. Se despoja al hombre no sólo del producto de su trabajo sino de la facultad de la libre iniciativa, de la originalidad, y se le hace perder el interés por sus tareas, y el deseo de crear y trabajar.

El cristianismo, sostenía, es una superstición que constituye uno de los puntales más fuertes del capitalismo. Explotando la medrosa ignorancia del individuo, la iglesia absorbe energías morales que podrían encauzarse hacia el esfuerzo rebelde por mejorar la condición humana en este mundo. Creía, como Stirner y Nietzsche, que el cristianismo se presta admirablemente para infundir el espíritu de esclavitud en el hombre. Pero reservaba sus más feroces ataques para el Estado, al que consideraba causa primordial de las dificultades del hombre moderno. El Estado es, simplemente, la explotación organizada, la fuerza y el crimen organizados. Por atraer las pasiones más ciegas de la humanidad, el Estado es el centro de convergencia de los males paralelos que constituyen el patriotismo y el militarismo.

Al referirse al mismo fenómeno que William Graham Sumner denominará etnocentrismo, afirmó que el patriotismo:

parte del supuesto de que nuestro globo está dividido en pequeñas porciones, rbdeada cada una de ellas por un cerco de hierro. Aquellos que han tenido la fortuna de nacer en una zona particular se consideran mejores, más nobles, más grandes, más inteligentes que los seres humanos que habitan en el resto del orbe. Por lo tanto, es deber de todos los que viven en ese lugar elegido luchar, matar y morir en el intento de imponer su superioridad sobre todos los demás. Cuando el Estado se adueña de estas oscuras pasiones, se expande por la nación el espíritu militar, que es lo más despiadado, inhumano y brutal que existe.

Al igual que Tolstoi, aseveraba que el soldado es un asesino profesional que no mata por el gusto de hacerlo, como el salvaje, o impulsado por la pasión, como el maniático homicida, sino en su calidad de obediente instrumento de sus superiores militares.

Por ende, es el Estado y no el anarquismo el que destruye verdaderamente la personalidad y promueve el desorden. Quienes condenan la supuesta violencia del anarquismo son las mismas personas que se deleitarían ante la posibilidad de que los Estados Unidos pronto estuvieran en condiciones de arrojar bombas de dinamita desde máquinas voladoras sobre sus enemigos indefensos, visión premonitoria si se tiene en cuenta que Emma escribió esto varios años antes de la Primera Guerra Mundial (1).

Por lo visto, la propiedad, la iglesia y el Estado eran, a los ojos de Emma, los males principales de la humanidad. Con sólo imaginar cómo sería una sociedad en la que no existieran estas instituciones, podríamos darnos una idea de cuál era el mundo del futuro con el que soñaba Emma.

Según afirmaba, con la introducción del comunismo total desaparecería el poder que el monopolio de la riqueza confiere a la minoría sobre la mayoría. Cada uno tomaría de los bienes comunes todo lo que necesitara; la mayor parte de los hombres se sentirían felices de contribuir al bienestar de todos según sus posibilidades; aun cuando hubiera unos pocos cuya enfermedad mental se manifestara en forma de pereza, la sociedad libre podría darse el lujo de dejarlos soñar bajo la sombra de un árbol.

En todo caso, los perjuicios de la coacción pesarían mucho más que sus posibles ventajas económicas. Además, en una sociedad libre el trabajador dejaría de ser un diente del inmenso engranaje de la producción.

Con palabras que recuerdan los conceptos de Marx sobre el individuo no fragmentado (el pescador-cazador- pastor-crítico), escribió:

Por lo tanto, la personalidad perfecta sólo es posible en una sociedad donde el hombre tenga el derecho de elegir el modo y las condiciones de trabajo, y sea libre de trabajar o no. Así, el fabricar una mesa, el construir una casa o el labrar la tierra será, para quien lo haga, lo mismo que el pintar para el artista o un nuevo descubrimiento para el hombre de ciencia, es decir el resultado de la inspiración, de un intenso anhelo y del profundo interés en el trabajo como fuerza creadora.

De igual modo, una vez que el individuo adulto abomine de la pesadilla de los dioses, la iglesia no podrá explotar los temores del hombre e imponerle obediencia y sumisión:

Los individuos libres de una sociedad anarquista serán ateos, pues el ateísmo es el concepto que opone un mundo real, que brinda la posibilidad de liberación, expansión y belleza, al mundo irreal que, con sus espíritus, oráculos y vil contentamiento, ha mantenido a la humanidad en desesperanzada degradación.

Para terminar, el mundo anarquista del futuro es, por definición, una sociedad donde no existe el Estado. Merced a ello se tendrá sobre la tierra la oportunidad y la espontaneidad tan necesarias para que el hombre evolucione y alcance su total florecimiento. Los individuos libres formarán grupos que, a su vez, se federarán en otros mayores. El resultado final será, según las palabras de Emma, un orden social basado en la libre agrupación de los individuos con el propósito de producir una verdadera riqueza social; un orden que garantizará a todo ser humano el libre acceso a la tierra y el pleno goce de la vida de acuerdo a los deseos, gustos e inclinaciones de cada uno.

Mas el esfuerzo por llevar a la práctica esta sociedad ideal, ¿no conducirá a la revolución?

Por cierto que sí -replicaba enfáticamente-; nunca ha sobrevenido un cambio social verdadero sin que mediara una revolución ... La revolución no es más que el pensamiento puesto en acción.

Aunque después del Congreso Anarquista de 1907 se vio obligada a concentrar más su atención en las huelgas generales y en otras tácticas sindicalistas, no abandonó la convicción de que estos movimientos sólo eran preliminares y que la revolución social propiamente dicha resultaba indispensable para establecer el anarquismo.

La revolución, explosión catastrófica de las energías de la evolución reprimidás durante demasiado tiempo, o, mejor aún, enceguecedor choque entre el pasado y el futuro, era capaz de cambiar de la noche a la mañana la personalidad de pueblos enteros. Las viejas ideas caerían instantáneamente y sobre sus ruinas se erigiría el anarquismo.

3

Tales las ideas que Emma llevó consigo al Congreso Anarquista de Amsterdam. Aunque presentó los argumentos con palabras propias, los conceptos que expresó coincidían en esencia con los de Kropotkin. Sin embargo, desde el mismo momento en que se iniciaron las sesiones, Emma se opuso a las ideas de su viejo maestro en lo referente a la organización.

Amédée Dunois, delegado suizo, pronunció el discurso de apertura. Sostuvo que el anarquismo era federalista antes que individualista. Atacó el individualismo de Henrik Ibsen, afirmando que las ideas egocéntricas expresadas por el Dr. Stockmann en El Enemigo del Pueblo eran opuestas al anarquismo.

Convencida de que el Dr. Stockmann estaba en lo cierto acerca de la importancia capital del individuo que actúa con valor moral, Emma sintió la necesidad de discutir la posición de Dunois.

Con el apoyo de Baginsky arguyó que si bien era cierto que el anarquismo postulaba el federalismo y la organización, también era verdad que favorecía el individualismo.

Que no se creyera, continuó, que estaba en contra de toda forma de organización como tal; simplemente se oponía a algunas: el Estado, que es una institución arbitraria arteramente impuesta a las masas; el presente orden industrial, que constituye una incesante piratería; el ejército, que es sólo un cruel instrumento de las fuerzas ciegas; la escuela pública, que es un verdadero cuartel donde se siembra el espíritu de sumisión en la mente humana. Por otra parte:

La organización, tal como la entendemos ... es algo distinto. Se basa principalmente en la libertad. Es el agrupamiento natural y voluntario de las energías para el logro de fines que beneficien a la humanidad, que den sentido, valor y belleza a la vida. Es la armonía del crecimiento orgánico lo que produce la variedad de formas y colores, el todo que admiramos en la flor. De modo análogo, la actividad organizada de los seres humanos libres, dotados de espíritu de solidaridad, llevará a la perfección de la armonía social que llamamos anarquismo. En realidad, únicamente el anarquismo permite el establecimiento de una organización no autoritaria de los intereses comunes, ya que elimina el antagonismo entre individuos y clases.

Por lo antedicho, no basta el orden social sin Estado; es preciso que primero se regenere el individuo, que renazca en un sentido secular. Ninguna organización que constituya un desarrollo armónico, orgánico, será resultado de la combinación de entidades nulas; debe estar compuesta por individualidades inteligentes y conscientes. Entonces la opinión pública dejará de ser tiránica, pues la sociedad estará integrada por personas libertarias que respetarán el derecho de los demás a ser distintos.

Aunque el Congreso aceptó los argumentos presentados por Emma en apoyo de su tesis de que la acción individual es tan necesaria como la colectiva, Errico Malatesta, el destacado y venerable anarquista italiano, observó con buen juicio que si el Dr. Stockmann hubiese tenido que estar en una fábrica, habría descendido de su orgulloso pedestal.

Emma y Baginsky replicaron que el anarquismo no es Kropotkin o Ibsen, sino ambos a la vez:

En tanto que Kropotkin ha especificado las condiciones sociales que conducen a la revolución colectiva, Ibsen ha retratado con mano maestra los efectos psicológicos que culminan en la sublevación de un espíritu humano, la sublevación de la individualidad.

Emma terminó diciendo que es imperioso unir los motivos externos, físicos, con los internos, psicológicos, que nos llevan a rebelarnos contra las instituciones existentes.

Es incuestionable que Emma veía, y con claridad, la raíz del problema. Se trataba del antiguo enigma acerca del individpo y la sociedad.

En todos los casos -escribió Kropotkin-, la soiabilidad es la mayor ventaja en la lucha por la vida (2).

No, repllcó el Dr. Stockmann de Ibsen, el hombre más fuerte del mundo les aquél que está totalmente solo (3).

Contra todas las reglas de la lógica, Emma creía que ambos hombres estaban en lo cierto. Tenía tan clara conciencia como Ibsen de la tragedia del individuo moderno y de la organización en masa; y temía tanto como Kropotkin al individuo obsesionado por el poder y carente de responsabilidad social.

Atrapada entre ambas posiciones, trató Üe fusionarlas en una síntesis superior que postulaba el comunismo individualista.

De esta fusión surgió una forma peculiar de elitismo que anunciaba el advenimiento de individuos dotados de tan grande poder de voluntad que podrían escapar a la fatal tentación del poder autoritario. Esta élite anarquista impulsaría a los demás a rebelarse, a poner en juego sus propias fuerzas y a negarse a aceptar el mando de otros individuos, inclusive otros anarquistas.

Dicho de otra manera, trató de encontrar en su pensamiento un lugar para los héroes. Estos titanes, a diferencia de los de Nietzsche o Carlyle, se distinguirían por sus esfuerzos en pro de la justicia social y por su renunciamiento al poder: animarían a todos los hombres a convertirse en héroes.

Por partir de tal idea, Emma pudo recurrir a Emerson en apoyo de sus argumentos; recordó que el filósofo había reconocido la inmadurez y docilidad de las masas y la necesidad de diferenciarlas para hacer surgir de ellas a cada uno de los individuos que las componen.

Los conceptos vertidos por Emma en el Congreso Anarquista constituyen su mayor contribución personal a la teoría anarquista.

Indiscutiblemente, no arribó a una solución clara y definitiva del formidable problema cuya complejidad había desconcertado a mentes superiores a la suya. El pensamiento de Emma revoloteaba sin cesar entre lo que, figuradamente, podríamos llamar el polo de la élite y el polo popular.

Afortunadamente, el resultado no fue una incurable confusión sino una perspectiva cargada de fructífera tensión.

4

Según se aprecia en el pequeño volumen Congres Anarchiste tenu a Amsterdam, Aout 1907 (1908), la convención anarquista no cayó en modo alguno en la tumultuosa incoherencia que había predicho la prensa hostil. Pero dicha memoria también revela que, durante las primeras sesiones, los delegados debieron enfrentar un problema asaz irónico. Emma Goldman apoyó la proposición de F. Domela Niewenhuis, iniciador del movimiento holandés y prominente ex teólogo protestante, de que los anarquistas asistieran como grupo a una reunión del Congreso Anti-Militarista (L'Association Internationale Anti-Militariste Congres) que se celebraría inmediatamente después de finalizadas las sesiones de la convención anarquista.

A este propósito, Emma leyó una moción preparada por ella y R. Friedberg, delegadb alemán. En las actas leemos este pasaje: F. Niewenhuis pide que se vote la proposición Friedberg-Goldman.

Después de votar (par tete), la proposición Malatesta obtiene 38 votos; la proposición Friedberg, 33.

La proposición Malatesta es, pues, adoptada.

Días después, se suscitó un debate sobre el voto.

Georges Thonar señaló la manifiesta contradicción comprendida en el contar cabezas y admitió haber participado en el procedimiento a pesar de ser contrario a toda votación. Malatesta no consideraba que el votar fuera incompatible con las ideas anarquistas. Pierre Monatte trató de establecer una distinción en cuanto al significado del sufragio y afirmó que éste no representaba una contradicción cuando no se ceñía al sistema parlamentario; manifestó que era una lástima que algunas personas no supieran distinguir entre el espíritu antiparlamentario y la práctica de levantar la mano para dar a conocer la opinión personal. Por su parte, Christian Cornelissen sostuvo que la votación sólo era censurable cuando por la misma se obligaba a la minoría a acatar una decisión de la mayoría.

R. de Marmande opinó convincentemente que, de todos modos, el voto era indispensable, pues sin él no se podría conocer el parecer de quienes participaban en la discusión.

Más tarde Emma pidió que se sametiera a votación otra propuesta, pero Malatesta no quiso iniciar nuevamente la contraversia e insistió en que una declaración de principios bastaría.

Comprobamos, entonces, que en la práctica Emma actuaba como demócrata individualista. Sus actos eran cual notas aclaratorias de la observación formulada por Bernard Shaw más de una década atrás. El anarquismo es simplemente la mayor plenitud que puede alcanzar la democracia.

Indudablemente existían verdaderas diferencias entre la teoría democrática común, que acepta el gobierno por la mayoría, cuya predominio mitiga, con limitaciones y contrapesos, y el anarquismo, en el cual prevalece el individuo restringido por la responsabilidad social.

Mas nos ahorraremos una selva de confusiones si reconocemos que Emma era simplemente demócrata-federalista extrema.

Se diferenciaba de las democráticas ortadoxas por tomar como punto de partida su propia conciencia; sus contemporáneos liberales (George Creel y Louis F. Past, entre otros) se fundaban principalmente en el Estado mayoritario (tal como lo demostraran, sin lugar a dudas, al rechazar o repudiar a quienes se negaran, por razones morales, a participar en la Primera Guerra Mundial).

5

El congreso le confirió a Emma Goldman el honor de designarla presidenta de la sesión vespertina de la jornada de clausura (31 de agosto de 1907).

En la oportunidad, Emma solicitó a Malatesta que pronunciara unas palabras para dar por terminada la convención.

En su discurso, Malatesta declaró que el congreso había tenido resultados positivos, pese a la pobreza del movimiento y a las dificultades derivadas de la diversidad de idiomas y nacionalidades.

Con un sentimiento de satisfacción, los camaradas anarquistas cantaron L'Internationale como broche final del congreso. La propia Emma se retiró muy complacida, pues, aparte de haber conocido a algunos de los más notables anarquistas del mundo y haber renovado su amistad con otros, tuvo la oportunidad de expresar sus ideas políticas en su forma más desarrollada.

Ahora bien, al igual que todas las perspectivas políticas, la de Emma tenía sus puntos débiles. Equivocadamente, hacía suya la presunción de Marx de que en el sistema capitalista los pobres estaban destinados a multiplicarse y a hundirse cada vez más en la indigencia. Su tosco ateísmo era prácticamente una repetición de los conceptos de Chernishevski y de Bakunin, quienes se habían dejado influir totalmente por el positivismo y los libros de divulgación científica de su época. Cuando criticaba al Estado, Emma daba simplemente por sentado que éste siempre representaba la injusticia, que en realidad nunca respondía a las presiones populares y, lo que es más extraordinario aún, que era igual en todas partes.

En términos generales, no supo definir con precisión cuáles debían ser los medios para concretar su sociedad ideal. Aunque le preocupaba el problema de los fines y los medios, y personalmente le disgustaba la violencia, no por ello dejaba de creer que la verdadera transformación social sólo podría realizarse mediante una revolución que, inevitablemente, implicaría violencia.

Por otra parte, en base a razones bien fundadas, se manifestó contraria a un sistema de relaciones de la propiedad en el cual la extirpación de la pobreza no estaba en proporción directa con el progreso técnico. Al censurar las consecuencias psicológicas del moderno capitalismo industrial, se ubicó dentro de la gran tradición de John Ruskin, William Morris, Kropotkin y Thoreau, todos los cuales condenaron un sistema que deshumanizaba al hombre y lo convertía en mero apéndice de la máquina.

Si bien exageraba sus críticas contra la iglesia, estaba en lo cierto cuando apuntaba que en muchos casos ésta sólo era un brazo del Estado, que la moralidad predicada por la iglesia la determinaban los grupos económicos dominantes, y cuando sostenía que el individuo que obedece incondicionalmente a una deidad extraterrena pierde su singularidad.

No puede negarse fundamento a su idea de que quien se somete a un padre celestial traslada fácilmente este sometimiento a los padres terrenos, a los humanos capitalistas, en su calidad de figuras paternas, y a la patria.

Al definir sus puntos de vista sobre el orden social, Emma superó algunos de los ingenuos conceptos de Kropotkin, enceguecido por su ilimitada fe en el pueblo; supo ver que la opinión pública puede llegar a convertirse en una tiranía y que existe el peligro de que la sociedad acorrale al individuo.

A pesar de que era miope cuando se trataba de distinguir entre sí a los diferentes gobiernos existentes, no se le escapaba que el Estado nacional, cualquiera sea su nombre o locación, presenta el problema del poder en su forma más amenazadora.

Advirtió que, por su misma naturaleza, el Estado debe cuidar celosamente su seguridad sin importársele de la libertad del individuo ni respetarlo; que necesariamente se cimenta en la coerción y que, por su carácter, es naturalmente proclive a la burocracia.

En suma, observó que el Estado moderno tiende notablemente a moldear la vida a su propia imagen. Entonces comienza a adquirir primacía la organización adrnmistrativa, y el individuo libre, que también es un ciudadano, queda reemplazado por el empleado nacional, quien, a su vez, y dentro de límites que se van estrechando cada vez más, es asimismo un individuo; la disensión se convierte en deslealtad.

Debemos llegar a la conclusión de que, en algunos aspectos capitales, el anarquismo de Emma Goldman podía salir airoso de una comparación con las teorías políticas que competían con la suya en aquel tiempo.Iron Heel (El talón de hierro) de Jack London (1907), es uno de los pocos indicios de que los demás radicales o liberales advertían confusamente los peligros que encerraba el Estado y la posibilidad de que, al concentrarse el poder económico y el político en unas mismas manos, se desembocara en el gobierno de una élite administrativa.

Desgraciadamente, El Talón de Hierro sólo intrigaba a Jack London, no lo alarmaba.

Con toda seguridad quedaban aún algunos jeffersonianos para quienes el Estado era una institución potencialmente perjudicial, que recordaban que el pueblo debe mantenerse siempre alerta a fin de reconocer a la ambición en todas sus formas y estar listo para vencerla con el poder que tiene naturalmente en sus manos. Había entre ellos quienes, como Henry George, se inclinaban a creer que mediante la magia social se transformaría al Estado en un afable alguacil que se limitaría a la tarea de cobrar los impuestos. Pero la mayoría, los populistas, luego progresistas, todos se arrojaban en los brazos del Estado, entidad más o menos omnímoda y presumiblemente bondadosa.

De modo exagerado, aunque también sintomático, la obra Looking Backward de Edward Bellamy (1888), reveló la peculiar ceguera que afectaba a todos los que rendían culto al Estado: el autor consideraba bienvenido al Estado totalitario siempre que el mismo fuera socialista y se caracterizara por la falta de competencia.

Al parecer, sus compatriotas no se consternaron ante la predicción de Bellamy de que un día existirían ejércitos reclutados por la industria, pues Looking Backward ejerció una extraordinaria influencia que se tradujo no sólo en la formación de los clubes nacionalistas de corta vida, sino también en el movimiento del evangelio social, en el populismo y en el socialismo.

Los sucesos de los años posteriores a 1888 hacen que el lector moderno no pueda comprender por qué el trabajo de Bellamy atrajo tanto la atención pública. la horrible imagen del año 1984 que pinta George Orwell tiene mucho más sentido que la paradisíaca visión del año 2000 presentada por Bellamy.

La acogida dispensada por los contemporáneos de Emma a la obra de Bellamy atestigua la extraordinaria agudeza de aquélla, pues fue una de las pocas personas que iniciaron la lucha contra el omnímodo Estado.

De alli que las críticas de Emma llegaran a la raíz de algunos de los problemas más urgentes del mundo moderno. Advirtió que sería más fácil encauzar el poder social separándolo en unidades de menores proporciones y haciendo recaer sobre las personas directamente interesadas la responsabilidad de tomar las decisiones. De esta manera, las organizaciones serían resultado de un desarrollo orgánico, funcional, el todo que admiramos en la flor. Se dio cuenta de que era necesario establecer una distinción entre las organizaciones abstractas relativamente inflexibles, tales como el Estado, y las organizaciones más adaptables, elementales, cual son las comunidades.

Muchos años más tarde, Karl Mannheim, sociólogo alemán, expresaría este punto de vista en términos modernos:

Esta filosofía (el anarquismo) tiene aún la misión de enseñar a la humanidad una y otra vez que los patrones de organización son múltiples y que los más orgánicos no necesitan ni deben quedar supeditados a una organización rígida. Las fuerzas naturales que surgen en el proceso de autoadaptación dentro de grupos pequeños le dan al hombre más sabiduría que cualquier pensamiento abstracto, razón por la cual dichas agrupaciones pueden cumplir, en el plan general, una misión mucho más importante de lo que nos figuramos (4).

Desde el punto de vista de la tradición liberal que prevalece en Occidente, el anarquismo por el cual luchaba Emma es quiza superior en el aspecto ético a cualquier otra teoría política: ninguna apela en tan alto grado a la responsabilidad individual y a la autoexpresión inteligente del hombre.

La esencia del pensamiento político evolucionado que Emma expuso en Amsterdam constituía, a pesar de sus flaquezas prácticas, una teoría bien fundada. Gracias a ella, Emma Goldman pronto pudo comprender un hecho que relativamente pocas personas advierten: que la libertad individual responsable es la piedra de toque de suprema importancia dentro del mundo moderno.



Notas

(1) Cita tomada de su artículo Mis ideas, aparecido el 19 de julio de 1908 en el World de Nueva York, vale decir casi un año después de su retorno de Amsterdam. No es infundado suponer, pues, que ésta y otras ideas similares fueran ya parte de su pensamiento en la época del congreso. En rigor de verdad, hacia 1907, sus conceptos políticos fundamentales estaban bien definidos y no cambiarían en esencia hasta después de 1920 y de sus experiencias en Rusia.

(2) Mutual Aid, Harmondsworth-Middlesex, Inglaterra, Penguin Books, Ltd., 1939, pp. 60-61.

(3) An Enemy of the People, en The Works of Henrik Ibsen, ed. William Archer (Nueva York, John Wiley & Sons, Inc., 1912), t. V. p. 216. Para ser justos con Kropotkin, debemos añadir que encontró en Ibsen cierta visión de un individualismo del futuro que será superior al individualismo burgués misántropo y al comunismo cristiano (citado por George Woodcock e Iván Avakumovic, The Anarchist Prince, Londres, T. U. Boardman & Co., Ltd., 1950, pp. 280-81).

(4) Citado por Herbert Read en Anarchy and Order, Londres; Faber & Faber, Ltd., 1954, p. 14 n. (edición en castellano, Anarquía y Orden, Buenos Aires, Tupac, 1959). Naturalmente, Mannheim y otros sociólogos se basan hace mucho en el monumental trabajo de Ferdinand Tonnies. En Gemeinschaft und Gesellschaft (Comunidad y Sociedad) (1887), Tonnies analizó brillantemente, y también deploró, la tendencia moderna a pasar de la asociación en pequeños grupos, donde sus integrantes están en contacto personal, a la organización de grandes dimensiones e impersonal, cuya culminación es el Estado integral. Las relaciones de carácter fraternal o de tipo padre-hijo van siendo reemplazadas cada vez más por relaciones de gobernante-súbdito: merced a la expansión del código penal y del poder policial. El imperio absoluto de estas relaciones Estado-Gesellschaft implica que la propia cultura está condenada a morir si ninguna de sus semillas diseminadas por el mundo, permanece viva y hace resurgir la esencia y la idea de la Gemeinschaft. En cierto sentido, la obra de Emma estaba dirigida a mantener vivas dichas semillas y con ello fomentar el nacimiento de una nueva cultura dentro de la hoy decadente.
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