Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

TOMO SEGUNDO

CAPÍTULO SEXTO

LA REPÚBLICA ESPAÑOLA A VISTA DE PÁJARO

Sali de Valencia con dirección a Barcelona, verdaderamente contristado. Se me había revelado la existencia de un enemigo con quien no había contado, y ese enemigo era poderoso y fuerte; no estaba enfrente, sino en medio de los leales, y era respetado y prestigioso, hasta el punto de llegar en muchos casos a ser el inspirador de las principales resoluciones.

Ese enemigo era, para darle un nombre que le caracterice, o a lo menos que me sirva para distinguirle bien de todo lo afín o semejante, el personalismo que es esa pasión que tiene para unos semejanza o concomitancias con el egoísmo y la vanidad, y que participa del sentimiento naturalísimo que lleva al individuo a reivindicar la propiedad de su ser y la libertad de su conciencia, de su voluntad y de su actividad en lo que estas facultades son independientes del medio; y para otros es sectarismo servil, obediencia ciega.

Y ese enemigo, posesionado de mis compañeros y de mis amigos íntimos, me separaba de mi puesto, atenuaba mis energías, convertía mi entusiasta alegría en profunda tristeza y me reducía al aislamiento.

Mezcla de bueno y de malo, más de lo segundo que de lo primero, es un resultado de la vida en la sociedad, que por efecto atávico, de educación y de modo de ser, domina en nosotros mismos. Con él había que contar en primer término; era preciso vencerle. Mas como todos los ataques que se le dirigen producen heridas que han de mortificar nuestras pasiones, nuestras preocupaciones, y en vez del placer del triunfo, causan una desilusión o la vergüenza de reconocer Un error largo tiempo profesado y practicado, venía para muchos el desaliento, para otros un recrudecimiento morboso de actividad precursos de próximos escepticismos, para la generalidad el sentimiento de la propia debilidad ante la grandeza de la obra emprendida.

¡Qué pocos resultan vencedores en esta lucha!

El enemigo que alienta la iniquidad burguesa; el que con el calificativo de utópico, deja el ideal para lo futuro, renunciando ciegamente a practicarle en el día; el que hace que se considere bien hallado cada cual en su posición, antes que tratar de modificarla en interés común; el que cuando cierra todos los caminos extrema el egoísmo hasta la desesperación y el suicidio, incapaz de inspirar la idea de dar esa vida que se arroja en holocausto de una justificación; el que pide pan y venganza antes que justicia y sacrifica la justicia a la venganza y al pan en primer término y luego a la satisfacción de necesidades verdaderas o ficticias; ese enemigo, ofuscando la inteligencia y el sentimiento de mis compañeros, que se creían en lo firme y que para probarlo discutían con apasionamiento y censuraban con crueldad, me habían asestado tremendo golpe, causándome dolorosa sensación.

No me desanimé; me afirmé nuevamente en la contemplación de aquel ideal qoe siempre veía claro a través de las nebulosidades y de los obstáculos qoe a su implantación se oponían, y me dirigí adelante.

Nunca fuí un luchador arrogante; estimé en poco el aplanso y la admiración de las gentes, ni tampoco me desesperó el desdén y la indiferencia injustamente recibidos; mi idiosincracia me ha inclinado siempre a la soledad, y la contraridad que en aquel momento sufría era atenuada por la característica especial de mi temperamento.

Llevado por la velocidad del tren contemplando la belleza de la costa mediterránea o abismándome en la pesadumbre de alejarme de mi familia, que dejaba en Madrid, y aún en el temor de lo desconocido ante la absoluta escasez de mis recursos, llegué a Barcelona, donde dos años antes, entré por primera vez, rebosando alegría.

Casualmente me acompañó en el viaje un compañero valenciano, a quien, desconocedor de la población, hube de conducir a la calle de Mercaders, donde estaba el Ateneo Obrero, porque aquel compañero necesitaba presentarse a Rafael Farga, en demanda de protección solidaria. Vacilé. Vacilé unos momentos si me presentaría yo también; pero a lo último dominó la resolución primitiva y me dirigí a una posada.

A la mañana siguiente monté nuevamente en el tren, y dos días después, me presenté en Vitoria, en casa de mi antiguo y verdadero amigo, Manuel Cano, nombre querido, recuerdo cariñoso, que escribo una vez más con triste complacencia, y que me recibió como esperaba, con la más cordial amistad. Precisamente se disponía a comer, acompañado de su mujer y de un hermoso niño de un año, que era un modelo de gracia infantil, al cual me presentó especialmente, llamándome el tío, que era una manera delicada de declarárseme hermano.

Como hermano me trataron mi amigo y la buena Narcisa, su compañera, hermosa y sencilla alavesa que soportó la carga de mi manutención durante dos meses que viví en su casa sin encontrar trabajo, hasta que, mediante relaciones con los compañeros de Bilbao, dicidí ir a aquella capital, donde precisamente me habían procurado colocación.

No fue estéril para la idea mi estancia en Vitoria. Relacionado con un corto número de obreros a quienes Cano venía preparando, formamos una Sección Varia, que mandó su adhesión a la Federación Regional, y a la que expliqué los fines revolucionarios de La Internacional, a la vez que la crítica de la sociedad del privilegio.

El día antes de mi partida de Victoria, se me presentó Alerini, compañero de Bercelona, donde residía como emigrado francés, después del fracasado intento de la Comuna de Marsella. Había sido nombrado delegado al Congreso internacional de la Haya, y no pudiendo pasar por su país, por hallarse en él procesado, se dirigía a embarcarse a Bilbao. Se detuvo en Vitoria con objeto de entregarme la carta de que queda hecha mención en la pág. 323 del tomo I de Bakunin y de invitarme a que hiciera algún acto en pro de los aliancistas y de censura contra los de La Emancipación.

Tarea inútil: yo no podía ser en aquel asunto un indiferente ni un neutral. Hallábame muy distante de ser uno de tantos de aquella masa vulgar, que acepta las cuestiones planteadas, y se apasiona en uno u otro sentido, según la fuerza más influyente por más inmediata, que determina su voluntad. Con personalidad, conciencia y voluntad propias, era yo algo más que marxista o bakunista; no podía sumarme a los apasionados de la Alianza> de Barcelona ni a los no menos apasionados de La Emancipación en Madrid; me consideraba como un verdadero internacional; era una víctima.

Entre Alerini y yo, solo había un punto de contacto, y éste era predominante: la buena fe. Simpatizamos pronto y profundamente: pero no pudimos entendernos; no sólo era aquél un apasionado, sino que por añadidura era un impulsivo y un impaciente; daba más importancia a la víolencia que a la persuasión, no viendo para el triunfo del ideal más enemigos que los privilegiados y los autoritarios, sin contar para nada la inmensa mole de obstáculos que oponen al progreso los mismos desheredados con su ignorancia misoncista.

Llegamos a Bilbao, y el corto número de compañeros allí existente, nos recibió bien. Alerini se embarcó para Holanda y allí formé parte de la delegación española en la Haya y en Saint-Imier. Después volvió a Barcelona y, por último, tras un período de actividad en el Centro de Sociedades obreras y en el seno de la Alianza Socialista, fue a Cádiz, donde estuvo preso por asuntos de propaganda; después fue al Cairo, y allí se le perdió de vista.

Yo entré a trabajar en una imprenta pequeña, donde pude ganar mi jornal para vivir, y me relacioné con aquellos nuevos compañeros, que aún no se habían contaminado con el personalismo, y aceptaban las ideas de La Internacional en su pureza primitiva y la orientación anarquista como una aspiración poco concreta y rudimentariamente formulada.

Todavía recuerdo algunos nombres: Morieé, Zulueta, Sánchez, Echevarría, Quinzaños ... Sólo existía en Bilbao una Sección varia; no había sido posible organizar Secciones de oficio, por falta de actividad en los organizadores y por resistencia pasiva en los trabajadores de la localidad.

Libre de luchas personales que tanto me habían apenado en Valencia, de rechazo de los ataques procedentes de Barcelona y Madrid, parecióme que empezaba alli mi vida de propaganda; olvidé lo pasado y fijé mi atención en aquellos trabajadores, sometidos a dura explotación en las minas de hierro, y pronto se organizo un mitin, que se celebró en un grandioso salón, donde en unión de otros compañeros hice crítica del régimen social, expuse la organización y el objetivo de La Internacional y manifesté el ideal de la sociedad regenerada por a revolución s6cial.

Gran efecto causó aquel mitin; la burguesía bilbaina dividida hasta entonces por sus ideas políticas y religiosas en liberales y carlistas, y hallándose en preparación y en sus comienzos otra gran guerra civil en que, dispuestos a repetir las crueles hazañas realizadas con motivo de la herencia de Fernando VII, los absolutistas aspiraban a entronizar en España el Niño Terso, como llamaban entonces los liberales al pretendiente Carlos VII, no pudo comprender que hablasen los trabajadores de otro asunto, ni menos que, desechando la iniciativa de las clases directoras, se propagase la fraternidad, despreciando las fronteras y se tratase de expropiar a los actuales propietarios para fundar con sus despojos un comunismo que calificaban de bárbaro y antiprogresivo.

Durante mi estancia en Bilbao, tuvieron lugar unas elecciones de diputados, y con tal motivo, promoví una propaganda anti-política, coronada por un gran mitin obrero, en que se desarrolló franca y resueltamente el criterio anarquista.

Al domingo siguiente, un cura, en el templo de San Antón de aquella ciudad, se permitió anatematizar desde el púlpito la propaganda anarquista, a lo que el comité de la Sección Varia bilbaina de La Internacional, contestó con una hoja que circuló profusamente, negando las afirmaciones clericales y retando al cura a una controversia pública.

Visité un domingo la cooperativa de la fundición de Bolueta, extenso dominio industrial, donde la compañía había sabido atraer a los trabajadores por un sistema de recíprocas ventajas. Entre capitalistas y trabajadores no circulaba la moneda corriente; la compañía había acuñado unas medallas de valor convencional, igual a la moneda y con ellas pagaba a los trabajadores. Suministraba habitación, comestibles, ropas y géneros diversos a precio de coste, mediante la intervención de una comisión de obreros de la casa, que cuidaba minuciosamente de la economía y de la buena calidad de los productos adquiridos para el consumo, y así, mientras la compañía se beneficiaba con la retención del capital, los trabajadores obtenían géneros buenos y baratos.

En tales condiciones, aquellos trabajadores, confiando en la continuidad del trabajo, como si no pudiera sobrevenir jamás una crisis, considerábanse a cubierto de los mil peligros que acechan a los trabajadores en general, y no había medio de elevarlos a la consideración de las aspiraciones de La Internacional.

Poco más de dos meses estuve en Bilbao. Habiendo decidido pasar a Francia, en cuanto por medio de un marino internacionalista, tuve relaciones con unos compañeros de Burdeos, pasé a aquella ciudad.

Un corto grupo de internacionales, hallé en Burdeos, más dispuestos a seguir a los radicales políticos, que a adoptar los ideales emancipadores del proletariado.

Me proporcionaron trabajo y cultivé su amistad, y aunque en nuestras conversaciones procuré persuadirles dé la inutilidad de su actividad política, y todos convenían en que estaba en lo cierto, no conseguí ningún resultado práctico, se me oponía el atavismo y el temor a la persecución.

Ocurrió por entonces, que hubo que nombrar un diputado por aquella circunscripción, y los compañeros tomaron la iniciativa de nombrar un diputado obrero. Combatí la idea en el seno del grupo de los amigos, y, vista la ineficacia de mi empeño ante la insistencia de aquéllos, resolví continuar mi trabajo en más amplia esfera, tomando la palabra en una reunión electoral de distrito, a la que se entraba por invitación ante gran número de electores.

En francés defectuoso, pero lo suficiente claro para que se me entendiera, expuse el programa de La Internacional, invitando a los trabajadores a practicar cumplidamente la solidaridad obrera internacional, que ha de darnos la libertad y nuestra correspondiente participación en el patrimonio universal, y proponiendo el apartamiento de la política, en que se trata únicamente de intereses privilegiados y de nuestra constante sumisión.

Mi atrevimiento en aquellas circunstancias produjo gran efecto. Recientes aún los sucesos de la Comuna, en vigor una ley de excepción contra el socialismo, funcionando todavía los Consejos de guerra en París. Sólo como extranjero y por desconocimiento de la situación se explicaron los amigos mi osadía, la que refrenaron manifestándome el peligro que corría de ser expulsado.

Hallándome en Burdeos ocurrió la proclamación de la República en España, y los amigos me felicitaron por el acontecimiento; mas como acepté sus felicitaciones con cierta frialdad que no estaba en concordancia con el entusiasmo que ellos sentían, tuve que explicarles la causa, y al efecto, a propuesta del compañero Vezinaud, de acuerdo con los compañeros Batifoll y Delfaud, se reunió el grupo en casa del compañero Paul, y allí expuse la situación política de España y la actitud de sus diversos partidos, y en confirmación de lo expuesto leí la circular inserta a continuación.

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES.
Circular núm. 8.
La Comisión federal de la Federación regional española a todos los internacionales

Compañeros: Un cambio inesperado en la política de la clase media ha producido una transformación en el nombre de la organización gubernamental de la presente corrompida sociedad burguesa, a consecuencia del estado ruinoso de la hacienda y de la guerra civil, fomentada por los fanáticos partidarios de la Inquisición y del rey absoluto, institucionés criminales y absurdas que no deben ni pueden volver.

El resultado de ese cambio en la política burguesa, que si bien afecta mucho en la forma, es de casi ningún resultado en el fondo de la presente organización autoritaria y centralizadora, ha sido la caída de Amadeo y la proclamación de la República por los mismos monárquicos que un día antes ensalzaban las bondades de la monarquía.

Nosotros hemos visto con satisfacción el cambio mencionado, no por las garantías que pueda dar a la clase obrera, siempre esquilmada y escarnecida en todas las organizaciones burguesas, pero sí porque la República es el último baluarte de la burguesía, la última trinchera de los explotadores del fruto de nuestro trabajo, y un desengaño completo para todos aquellos hermanos nuestros que todo lo han esperado y lo esperan de los gobiernos, no comprendiendo que su emancipación política religiosa y económica debe ser obra de los trabajadores mismos.

Nadie más que nosotros los trabajadores, los eternos soldados del progreso, los que en todos los tiempos han derramado su sangre para la conquista de los derechos políticos, somos los decididos defensores de la libertad, del progreso y de la regeneración de todos los esclavos, porque necesitamos ser libres y regenerarnos.

Por eso creemos que el deber de cada uno y de todos los trabajadores consiste en marchar siempre adelante, sin detenernos en el camino de la Revolución y pasando por encima de todos los obstáculos que nos opongan los individuos que en los más supremos instantes de la vida de los pueblos, en las grandes crisis de la organización social presente, sólo pronuncian la palabra orden, que en su boca no significa otra cosa que la continuación del agiotaje inmoral, causa de la esclavitud, de la miseria y de la ignorancia que pesa sobre la clase obrera.

Prevenidos debemos estar contra todos aquellos, llámense republicanos o socialistas, que no deseando la transformación completa y radical de la sociedad presente, procuran retardar el advenimiento de la Justicia, adormeciendo con paliativos a la clase trabajadora para que no continúe con vigor y energía en su marcha revolucionaria.

No pretende ni quiere esta Comisión federal imponer ni sus opiniones ni trazar la línea de conducta que conviene seguir a los que representan la soberanía de la Federación regional española, a los que le han encargado los trabajos de correspondencia y estadística.

Nosotros, amantes de la libertad completa del individuo y de la autonomía de todas las Federaciones y Secciones, ni queremos ser los directores ni los inspiradores de nuestros hermanos los obreros, porque la grande obra de la emancipación del asalariado no puede ser dirigida ni ejecutada por nadie más que por la acción espontánea de los trabajadores mismos, después de conseguida por medio de la identidad de intereses y aspiraciones, la unidad de acción necesaria e indispensable para librarnos de la esclavitud política, religiosa y económica que sobre nosotros pesa.

Considerando, pues, que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos, durante este período de la libertad relativa para ejercer los derechos naturales de asociación y reunión, creemos que son de suma importancia las continuas asambleas de trabajadores de todos los oficios para discutir sobre la línea de conducta que conviene observar en las presentes circunstancias y durante las inevitables crisis políticas y sociales que se presenten.

Hoy, más que nunca, es, a nuestro juicio, necesaria la propaganda y la organización revolucionaria proclamada por la Asociación Internacional de los Trabajadores y una continua correspondencia para el cambio mutuo de opiniones entre las federaciones locales si queremos cooperar eficazmente al triunfo de la gran Revolución Social, que, levantando el trabajo a la altura que se merece, termine para siempre la infame explotación del hombre por el hombre y pueda recibir cada uno el producto íntegro de su trabajo.

Creemos que es de gran necesidad la práctica en toda su pureza de la organización libre y eminentemente federativa, adoptada por el Congreso de Córdoba, para ponernos en condiciones de obtener, por lo pronto, una rebaja en las horas de trabajo y después reivindicar la autonomía de los grupos naturales, de los Municipios, de las Comunas libres, para hacer la Revolución Social independiente de todo poder autoritario y contra todos los poderes autoritarios, haciendo, como consecuencia lógica, la liquidación social y completa de las instituciones de la presente Sociedad y continuando después de ella la agitación revolucionaria para alcanzar el ilimitado objeto del bienestar y felicidad de todos los humanos.

La base principal de la Revolución que anhelamos creemos consiste en la completa descentralización, o mejor dicho, en la destrucción total de los poderes autoritarios, eternos enemigos del progreso, de la libertad y de la Justicia.

Creemos que ha sonado la hora para todos los internacionales de hacer un supremo esfuerzo, siendo incansables y activos en la propaganda para lograr que todos los obreros, hasta hoy indiferentes, vengan a constituir nuevas Secciones y aumentar las constituídas, porque de este modo cada día seremos más numerosos y más potentes, como también invencibles.

Si queremos la transformación de la propiedad individual de la tierra y de los grandes instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, la enseñanza integral y la destrucción de todos los privilegios y monopolios, es preciso estar convencidos que todo lo merecemos, que todo nos lo hemos de conquistar, porque todo es nuestro y que nada se nos dará si no lo arrancamos de los que injustamente lo poseen.

Es preciso ir adelante hasta el triunfo de la Anarquía y del Colectivismo, o sea la destrucción de todos los poderes autoritarios y de los monopolios de clase, en donde no habrá ni Papas, ni reyes, ni burgueses, ni curas, ni militares, ni abogados, ni jueces, ni escribanos, ni políticos; pero sí una libre federación universal de libres asociaciones obreras, agrícolas e industriales.

Esto sólo lo conseguiremos por medio de la solidaridad en la acción revolucionaria de todos los trabajadores del mundo, y ella será un hecho si somos incansables en la propaganda de las ideas radicales y revolucionarias y en la organización de las poderosas fuerzas de los hijos del trabajo.

Compañeros:

Actividad en la Propaganda y Organízación sinceramente revolucionaria, sin mixtificaciones de ningún género, y el triunfo será nuestro.

¡Viva la Asociación Internacional de los Trabajadores!

¡Viva la Liquidación Social!

Salud, Anarquía y Colectivismo.

Alcoy, 24 de febrero de 1873.
La Comisión federal:
El Tesorero, Vicente FOMBUENA, fundidor.
El Contador Miguel PINO, ajustador mecánico.
El Secretario del interior, Severino ALBARRACIN, profesor de 1a. enseñanza.
El Secretario del exterior, Francisco ToMÁS albañil.
Hornos del Vidrio, 6, 3°
Alcoy.

Por falta de trabajo llegué a verme mal en Burdeos. Además, mis anhelos de propaganda no podían satisfacerse en aquel medio obrero saturado de preocupaciones políticas, y decidí ir a Marsella.

Mis amigos sintieron mi resolución; les era grata mi compañía y mi conversación; pero eso no era suficiente para retenerme esperando mejores tiempos. No ganar para vivir y no ser escuchado por los trabajadores eran dos contrariedades demasiado violentas para mí.

Por si antes de llegar a Marsella podía hallar colocación ventajosa, en el camino me dieron una recomendación para un tipógrafo de Tolosa. Allá me dirigí: el compañero a quien fuí recomendado nada pudo hacer por mí; rrecorrí todas las imprentas en demanda de trabajo, obteniendo en todas respuesta negativa; en la última me dió un compañero el socorro de ruta, y, después de pagar posada y comida, vi con dolor que no tenía dinero suficiente para llegar a Marsella, por lo que me vi precisado a vender por 20 francos un reloj que me había costado 60 pesetas.

Me detuve un día en Montpeller, donde trabajé en un diario reemplazando a un tipógrafo que necesitó tener la tarde libre. Con mi jornal de aquel día y con el socorro de ruta tuve un aumento en mi caudal que me inspiró confianza en el porvenir. Habituado a vivir al día con la incertidumbre de si tendría comida y albergue al día siguiente, me pareció una gran fortuna tener dinero para llegar a Marsella y para comer un par de días. Desde aquel puerto y con buena salud, si no hallaba trabajo, podía fácilmente regresar a Barcelona, que representaba para mi la vida asegurada.

Recuerdo la mala noche que pasé en Montpeller: dormí en una posada en un cuarto estrecho, donde además de mi cama había otra en que se acostaron dos jóvenes que viajaban juntos y otra destinada a un matrimonio con una criaturilla pequeña. Nos acostamos todos, incluso la mujer, y una hora después compareció el marido guiado por un mozo de la casa. Aquel hombre venía borracho e impertinente en demasía, y al ver tanta gente en su alcoba, le acudió la pasión de los celos y nos hizo una escena en extremo grotesca y un tanto peligrosa, porque llegó a amenazar de muerte su mujer y a toda la concurrencia, a mí principalmente por hallarse mi cama más inmediata a la suya. Nos levantamos todos, tanto para defendernos como para desengañar a aquel energúmeno. El cuadro era grotesco e interesante a la par: en aquel reducido espacio alumbrado por una bujía, nos hallábamos una mujer y cuatro hombres en paños menores, harto menores para las exigencias de la honestidad, hablando y gesticulando todos a un tiempo mientras la criaturilla lanzaba agudos alaridos y la madre gritaba. En una de las oleadas de aquella borrasca rodó la luz, y las tinieblas más profundas dieron al conjunto un aspecto infernal.

Al ruido acudió el patrón y dos o tres individuos con luz, fuerza y unas consideraciones prudentes que lograron echar sobre la cama al alcohólico, y poco después unos sonoros y acompasados ronquidos indicaron que la paz se había restablecido.

En Cette intenté también trabájar: fue un mal pensamiento que sólo me produjo perder tiempo y disminuir mi escaso capital, y por último me planté en Marsella.

Me presenté en la primera imprenta que vi al recorrer las calles de la ciudad, me dió un compañero las listas de las imprentas, y en la que me presenté en primer término, la de Le Sémaphore de Marseille, me admitieron para trabajar en las obras. Allí, unas veces en las obras, otras reemplazando a alguno en el diario, me gané la vida de una manera regular, y estuve a punto de quedarme definitivamente a trabajar en el diario, haciéndome la ilusión de que podría traer a mi madre y a mi hermana para fijar allí mi residencia. No pudo ser: la plaza que esperaba en el diario se la dieron a uno del país; mi calidad de extranjero me privó de ella.

A loS pocoS días de mi estancia en aquella ciudad presencie un espectáculo desconsolador: el 7 de mayo es el aniversario de un suceso que la población celebra como recuerdo de un milagro. Hacía ya un siglo hubo en Marsella una gran epidemia colérica; el obispo monseñor Belsunce, cuya estatua se halla en el paseo central de la ciudad llamado Cours Belsunce, organizó una procesión, y, según la tradición, la epidemia paró en seco. Las causas, según consta repetidas veces en la literatura cristiana, católica, romana, dejaron de producir sus naturales efectos, y la realidad se convirtió en lo absurdo, lo disparatado, lo irracional, lo imposible, el milagro, en una palabra. En conmemoración de tal suceso, o por mejor decir, de tal creencia, la ciudad o sus mandarines hicieron voto de celebrar todos los años en tal fecha una gran pracesión conmemorativa. Yo presencié la de aquel año, en que concurría la circunstancia de haberse suspendido los años anteriores desde la proclamación de la República, y se trataba de convertirla, además de su significación primitiva, en protesta contra la irreligiosidad republicana.

Situado en la Canebiére, vi pasar largas filas de frailes de hábitos diferentes, grandes cofradías de hombres y mujeres, nutridas comisiones oficiales y representativas de diversas corporaciones, interminables ristras de encapuchados blancos, negros y azules, penitentes descalzos, las tropas de la guarnición formadas en la carrera y las músicas de los regimientos, convenientemente interpoladas en el curso de la procesión, tocando el himno del Sagrado Corazón, que cantaban todos, procesioneros y espectadores, pudiendo decirse que Marsella entera cantaba al unisono: Sauvez, sauvez la France au nom du Sacré Coeur!.

- ¡Oh -pensé-, es esta la capital revolucionaria del Mediodía de Francia!

Comentando el suceso al día siguiente en la imprenta con mis compañeros de trabajo, tuve ocasión de rectificar algunas de sus preocupaciones patrióticas. Hablábanme del atraso de España con lástima, como país completamente entregado al clericalismo, y precisamente en aquellos momentos la calificación era inoportunísima, porque mientras en Marsella se celebraba la procesión de que queda hecha mención, en Barcelona se cerraron las iglesias; en San Jose se había instalado el cuartel de Voluntarios de la República; en Belen, se celebraban bailes públicos; las curas no podían salir a la calle con las vestiduras sacerdotales, y últimamente, después de muchas gestiones y de poner en juego grandes influencias se anuncia como conquista importantísima que la catedral se había abierto y en ella se celebraban nuevamente las ceremonias del culto.

Tan grande era la preocupación de aquellos trabajadores, que se admiraban de que yo fuera español porque mi presencia se diferenciaba mucho de unos hombres morenos, altos, delgados, que hablaban un catalán con mezcla de provenzal y que se veían constantemente en la Canebiére dedicados a la venta de perrlllos falderos. Para mis compañeros aquellos eran españoles, y en realidad eran gitanos. Por efecto de una tendencia generalmente sostenida por las clases directoras en Francia, no sólo se han creído los franceses el pueblo superior, sino que tienen como bárbaros a todos los nacidos a la parte opuesta de sus fronteras, especialmente a los españoles. Desde que un escritor francés dijo que Africa empieza en los Pirineos y otros muchos escritores lo confirman, narrando sus impresiones de viaje por España en lo que se refiere principalmente a la diferencia de costumbres entre España y Francia, no por lo que puedan tener de buenas o malas, como consecuencia de mayor o menor cultura, sino por lo que tuvieren de diferentes u opuestas, la opinión francesa en general cree que España es un país de frailes, manolas y toreros, que pasa el tiempo en misa, o tocando la guitarra, bailando y repiqueteandó las castañuelas.

Con esa preocupación mis compañeros me tenían por un español excepcional y para desvanecérsela me obligaban a usar razonamientos de carácter patriótico, contra mi voluntad.

- Observo -me dijo un día- que en la conversación corriente usa usted siempre les gros mots (las palabras altisonantes, podría traducirse). En Francia usamos dos maneras de hablar: la vulgar y la elevada; de la primera usa todo el mundo aun las personas ilustradas cuando tratan asuntos corrientes; de la segunda se sirven las personas ilustradas cuando hablan de cosas importantes. Usted habla en el tono elevado que le sienta bien por ser extranjero, pero que resultaría ridículo si lo usara en francés.

- Eso es debido, respondí, a que en España habla lo mismo el obreró que el literato: no hay distinción de clases en el lenguaje. Si viéseis el club de Antón Martín, en Madrid, por ejemplo, os admiraría ver cómo hombres y mujeres de diversas clases sociales discuten temas políticos e iniciativas revolucionarias como podría hacerlo una reunión de académicos.

Un día, trabajando en las obras de la imprenta del Semaphore, me distraía en mi trabajo tarareando el gran coro de Los Hugonotes y fuí a componer una frase a la caja de cursiva; a la misma se acercó otro compañero, y fue tal su admiración de que entonara aquel fragmento musical un español, que me preguntó:

- ¿Dónde ha aprendido usted esa música?

- En Madrid -le respondí.

- Pues qué ¿hay ópera en Madrid?

Mi respuesta afirmativa no le convenció; recurrió a los otros compañeros para que le ayudaran a sostener que en España no se toca, canta y baila, más que el bolero, porque así lo decía no sé que autor que había recorrido toda España, confirmado por artistas como Gustavo Doré, que había tomado vistas de edificios ruinosos que todavía se aguantan en aquel país y que sirven para como teatro de tradicionales supersticiones, de guardias, de salteadores o de albergues de perezosos mendigos.

En vano les dije que todo aquello era falso; que sus escritores les adulaban y engañaban; que tocante a ópera, mientras en Marsella había un Gran Teatro que no puede funcionar sin subvención del Ayuntamiento y presenta ópera italiana con letra francesa, en Barcelona hay casi constantemente ópera con letra italiana y excelentes compañías en el Liceo y a veces también en el principal, sin subvención ninguna y sólo con el apoyo del público, sin contar que, con frecuencia, se presentan compañías dramáticas francesas o italianas que suelen obtener notables beneficios.

La preocupación no cedía el puesto al razonamiento; ello es que seguían diciéndome que era muy blanco para ser español, y a lo mejor me sorprendían con preguntas como esta:

- ¿Hay gas para el alumbrado en España?

Para dejar terminado este asunto, que aunque sea una digresión la considero importante, enlazaré mis impresiones de 1873 en Marsella, con las de París en 1896.

Trabajaba yo como corrector para las obras españolas, que se imprimían por encargo de la casa Garnier en la imprenta de M. Creté de l' Abre, en Levallois-Perret, rue Fromont. Un día en la sección de corrección y en compañía de cuatro correctores más, se hablaba de España. Mis compañeros se complacían en que les explicara costumbres y sucesos de mi país, aunque les contrariaba que no confirmara ninguna de sus preocupaciones. Uno me hizo esta pregunta:

- ¿Es cierto que en España se cierran las casas del once de la mañana a1 tres de la tarde, y que hay costumbre de decir: ya no andan por la calle más que los perros?

Respondí por un signo negativo de extrañeza; y mi interlocutor miró a los otros sonriente como diciendo: a éste le da vergüenza declararlo, pero yo lo sé de cierto.

Aquel obrero ilustrado, pero obcecado por la preocupación, olvidaba que en España hay países fríos y aun cordilleras con nieves perpetuas, y que en los calurosos no llega el calor a impedir la circulación por las calles, como no la impide en todo el mediodía de Francia desde Burdeos a Marsella.

Cuando el gobierno republicano español intentó hacer una leva general pará terminar la guerra carlista con el propósito de regimentar la juventud en el ejército nacional y quitar soldados al ejército carlista, recurso que mereció ser denominado la quinta de Castelar, afluyó a Marsella un enorme contingente de prófugos. Por medio de algunos de ellos pude recoger documentos de utilidad histórica. Uno de los tales es el adjunto cartel que se fijó profusamente en toda Cataluña:

OBREROS

Compañeros:

Circunstancias imprevistas; quizá la crítica situación de la Hacienda española, han hecho desaparecer la situación monárquica que regía esta nación. Nos encontramos, pues, en un momento supremo; parece que se abre un período revolucionario en el cual, si las clases obreras sabemos ponernos a la altura de los acontecimientos, podremos alcanzar algo o mucho de lo que tan necesario es para que mejoremos nuestra precaria situación.

Solemne, solemnísima es la actitud del pueblo trabajador: su instinto revolucionario le hace o le debe hacer ver que las circunstancias están preñadas de serios peligros y que su deber es aguardar impasible, pero vigilante que la reacción, siempre constante en sus manejos, asome su cabeza para aplastarla.

¡Obreros: nuestro primer deber, en los actuales momentos, es estar dispuestos a luchar contra la reacción con todos los que combatan, y solos, si solos estuviésemos! Armémonos, pues, por los medios que a mano tengamos y exijamos constantemente que se arme al pueblo trabajador.

Dispuestos a luchar de todas maneras para conservar nuestros derechos naturales, debemos trabajar activamente para que aquellos de nuestros hermanos, que por ley inicua empuñan las armas, sujetos a una ordenanza, sean licenciados y puedan ir a sostener las aspiraciones del proletariado en sus pueblos respectivos, dueños de sí, y entonces soldados conscientes del progreso.

El principio federativo, la autonomía de los grupos naturales, debe ser nuestro objetivo; una vez que sólo la libertad y los derechos del hombre se afianzan a medida que la autoridad se debilita, Autonomía completa del Municipio, como primer grupo natural es la primera condición para afianzar la Revolución.

Excesiva prudencia y firme decisión, dispuestos siempre a combatir todas las tiranías políticas y religiosas.

¡Obreros! Hermanos nuestros, los que aún estáis alejados de las sociedades, entrad en ellas; los momentos son supremos; el concurso de todos es necesario. El que falte al cumplimiento de su deber comete un delito de lesa humanidad, y sus hijos y generaciones futuras se lo tomarán en cuenta.

Queremos el establecimiento de la Enseñanza obligatoria en todo el grado posible; la instrucción tan necesaria para el obrero. Queremos que rijan en los talleres y fábricas las condiciones higiénicas; que la salud del pueblo así lo exige. Queremos, en fin, evitar en todo lo posible el triste espectáculo de ver a los niños perder su salud en medio de los trabajos impropios de su edad.

¡Armas al pueblo trabajador! ¡Autonomía del municipio! ¡Menos horas de trabajo y más salario!

Salud y Emancipación social.
Juan Nuet; Jaime Baúzsch; Ramón Franqueza; siguen las firmas.

En Barcelona tomó poderoso incremendo el antimilitarismo.

La propaganda que desde los primeros días de la revolución se inició contra las quintas y las matriculas marítimas, se condensó en el partido republicano radical, entre los llamados intransigentes, en la idea de la desorganización del ejército o su transformación en ejército de voluntarios. En el proletariado arraigó la idea, considerada la abolición de la quinta como uno de los beneficios positivos e inmediatos que había de producir la instauración de la República; lo contrario parecía a la generalidad una traición.

En los soldados aquella idea llegó a producir la mayor indisciplína, que se traducía en actos individuales de desobediencia.

En el consejo local de la Federación de las Sociedades obreras de La Internacional se presentaron comisiones de sargentos de la guarnición solicitando entenderse con aquella entidad para promover el licenciamiento de las tropas.

Comisiones de trabajadores se presentaron en los cuarteles, invitando a los soldados a licenciarse por si mismos, sin que los jefes osaran oponerse a aquella propaganda desorganizadora.

En los cuarteles y en las calles se dieron espectáculos desagradables, desobedeciendo y ridiculizando a los jefes.

La Diputación provincial, extralimitándose de sus atribuciones en un momento de entusiasmo, acordó la disolución del ejército y la organización de batallones de voluntarios para combatir a los carlistas, aunque serenada y sometida a influencias poderosas revocó su acuerdo.

Como recuerdo del antimilitarismo de la época queda la siguiente proclama que circuló profusamente en Barcelona:

SOLDADOS

Esclavos de la ordenanza ayer.

Hijos legítimos del pueblo hoy.

Del pueblo habéis salido y debéis ser restituidos.

Vuestro valor y sumisión ha sido el escabel de miles de ambiciosos.

Vuestro valor y vuestra independencia serán las sólidas bases de la justicia.

Habéis probado al mundo que, como todos los proletarios, odiáis todas las tiranías.

Ya no hay militares y paisanos.

Ya no hay más que hermanos que lucharán como leones contra todos los tiranos.

Como leones, si, porque el valor se centuplica cuando el que lo posee sabe que defiende una causa buena y justa.

¡Hermanos! El pueblo, para defender sus derechos y aplastar a todos los tiranos, no necesita que haya quienes, por leyes inicuas como las de las quintas y sujetos por leyes bárbaras como la ordenanza, tenga la obligación de velar por él. Nuestros derechos de hombres son parte de nuestra existencia, y todos y cada uno debe velar por ellos.

Por eso a vosotros se os debe restituir a vuestros hogares, rompiendo para siempre las cadenas de vuestra esclavitud.

Si los que ahora pueden y deben hacerlo, no os licencian; si con vanas promesas os hacen pasar días, bien podréis decirles que no son republicanos, que no quieren al pueblo libre, puesto que no rompen las cadenas de los más esclavos.

En vuestros pueblos estáis llamados a ser los soldados de la República federal y no en los regimientos.

Allí lucharéis siempre denodadamente por la República federal en su pura y genuina expresión; por la libre federación de los municipios; por la República que realiza la emancipación del esclavo blanco, que borra el negro baldón de la humanidad acabando para siempre con la explotación del hombre por el hombre.

Para combatir a carlistas y alfonsinos, a todos los reaccionarios juntos, basta y sobra con el pueblo armado, con el pueblo consciente del cual desde hoy formáis parte. Todos juntos podemos más que todas las organizaciones en que los hombres van a combatir como manso rebaño de corderos.

Hora es ya de que veamos por hechos y no por promesas, que la Justicia empieza a realizarse. Cansados estamos ya de promesas que se desvanecen. Hechos, hechos, hechos, hemos de querer y no confiar en promesas.

Los que con promesas nos entretengan; los que tengan en sus labios la palabra mañana, llámense como se llamen, engalánense con el título que se engalanen, no aman la justicia, temen a la revolución y con sus promesas no harán más que engañarnos.

Si queremos ser libres, basta que queramos y que no confiemos a nadie la misión de libertarnos.

Y así como los enemigos del pueblo se complacen siempre en hacer ondear su bandera triunfante sobre montones de cadáveres, no nos cause repugnancia, si necesario fuese, el hacer ondear la nuestra por encima de los suyos.

Las escrecencias y las podredumbres se queman o se cortan.

Hermanos: Ahora más que nunca ojo avizor, y donde no veamos hechos no confiemos; antes bien estemos dispuestos para dar su merecido a cada uno.

No olvidéis que los únicos que en estos momentos han dicho: Dispuestos a luchar de todas maneras para conservar nuestros derechos naturales debemos trabajar activamente para que aquellos de nuestros hermanos que por una ley inicua empuñan las armas sujetos a la ordenanza, sean licenciados y puedan ir a sostener las aspiraciones del proletariado en sus pueblos respectivos, dueños de sí, y entonces soldados conscientes del progreso.

Han sido vuestros sinceros y legítimos hermanos los trabajadores en nombre de los que sus representantes os abrazan y os desean Salud y emancipación social.

Barcelona, 21 de febrero de 1873.
Jaime Balasch, Ramón Franqueza, Miguel Nache, Secundino Vidal, Manuel Bachons, siguen las firmas.

La crisis revolucionaria producía sus naturales efectos: perturbado y aun desorganizado el antiguo régimen; no planteado ni aun bosquejado otro nuevo que le reemplazara; funcionaba el mecanismo político y social como un cuerpo enfermo cuyos órganos se mueven por atavismo y rutina en cuanto lo permite el estado de su organismo, con todas las deficiencias consiguientes a tal estado, sucediendo que las impaciencias, resultado de las necesidades urgentes, se manifestaban avasalladoras; pero la falta de buena orientación ocasionaba el derroche de energías en vanas iniciativas, consecuencia de la preocupación política, que hace obrar a lo político hasta cuando se dirige contra los poderes públicos. Bien se ve por la siguiente convocatoria y por el resultado de la reunión convocada:

¡Republicanos honrados!

¡Obreros!

¡Al meeting de la Plaza de Cataluña!

La República democrática federal ha sido proclamada.

Las legalidades centralistas y monárquicas han muerto desde ese instante.

El pueblo debe ser dueño, árbitro de sus destinos.

Dentro de la República democrática federal, el baluarte del pueblo es el Municipio; pero el Municipio, autónomo, libre, sin otra limitación que la del pacto común, para garantizar su mutua libertad e independencia, y la libertad que los ciudadanos establezcan entre sí.

El Municipio es el baluarte que debe poner una valla a las invasiones de atribuciones de otros poderes más o menos centrales, y ha de ser la garantía de que el pueblo no ha de verse burlado en sus justas y legítimas aspiraciones; porque pudiendo fiscalizar de cerca los actos de sus delegados a representantes en el Municipio, por poderlos observar, ver y oír cada día, y contando y ejerciendo, como debe ejercer, el sufragio universal permanente, el día que cualquiera de sus representantes no ajuste su conducta a la voluntad de sus electores, éstos podrán sustituirle inmediatamente por otro.

El Municipio siempre, pero muy principalmente en los tiempos de transformación por que atravesamos, ha de ser el que más se afane por poner al pueblo en condiciones de poder contrarrestar toda reacción. ¿Qué ha hecho para esto el Municipio de Barcelona? En cuatro meses de existencia, no ha logrado armar al pueblo barcelonés, al pueblo trabajador, que es el más interesado en sostener la libertad y la tranquilidad y en morir peleando antes que consentir el entronizamiento de la reacción; en cuatro meses de existencia sólo ha dado pasto a las columnas de la Prensa y a las conversaciones sobre inmoralidades inauditas y vergonzosas; en cuatro meses de existencia sólo ha sabido dar alocuciones el alcalde primero en que se ve resaltar el yo y siempre el yo; en cuatro meses de existencia no ha sabido sino mandar arrestar obreros por repartir impresos, y algún concejal amenazarles de muerte puñal en mano; en cuatro meses sólo ha sabido el alcalde primero desatender con groseras formas a las comisiones de obreros que se le han presentado, negándoles sus peticiones; en cuatro meses da existencia ha sabido consentir que los vecinos honrados de Barcelona se armen hasta los dientes, y no ha sabido encontrar recursos ni medios para que el pueblo trabajador, el pueblo honrado, tenga las armas que le deben garantir de toda asechanza, de toda traición y de toda reacción; en cuatro meses de existencia no ha sabido otra cosa que, convocando para el somatén, hacerlo estableciendo odiadas y odiosas distinciones y privilegios.

¡Clases trabajadoras! republicanos verdaderos, los que no queréis mixtificaciones, los que deseais moralidad y libertad, los que no queréis el nombre sino la cosa, los que no queréis que la República española venga a ser lo que es la República francesa; vosotros, que todos estaréis conformes con lo expuesto, venid y patentizadlo con vuestra presencia en el mitin que el jueves, día 12 a las ocho de la mañana, se celebrará en la Plaza de Cataluña.

Y vosotros, los que vaciléis por las intenciones que infamemente se atribuyen a la clase obrera, los que os dejáis alucinar por las intrigas de ciertos hombres que no tienen otra mira que ún pedazo de presupuesto, podéis responder muy alto que las quejas que la clase obrera formula son legítimas, que sus aspiraciones son honradas, que ella más que nadie tiene interés en salvar a toda costa las libertades a tanto precio alcanzadas; y que los que favorecen la reacción y trabajan por ella, son los que, haciendo promesas y aplazamientos, y pidiendo confianza en ellos, no hacen más que dar tiempo a la burguesía, siempre reaccionaria en su inmensa mayoría, para que pueda organizarse y coger desprevenido al pueblo. Lo que puede hacerse hoy no hay razón para aplazarlo para mañana.

El pueblo ha de salvarse a sí mismo.

Esto es lo que debe manifestar ostensiblemente diciendo al Municipio, que hoy sólo se compone de 10 republicanos y 3 monárquicos, lo que ya debía haber hecho, presentar la dimisión, convocando al pueblo para otras elecciones, y no poniendo telegramas en que se pide que se apresuren y cuyo objeto no es otro que lograr una tregua haciendo ver lo que se quiere.

VERDAD-JUSTICIA-MORAL

es el lema de los buenos; manifiéstelo así el pueblo barcelonés, hoy mancillado, y manifiéstelo con tanta más razón cuanto ya está proclamada la República democrática federal, a cuyo planteamiento puro y sin mixtificación damos un ¡Viva! unánime.

Barcelona, 11 de junio de 1873.
LA COMISION:
G. AIbajés,
J. Bragulat,
J. Balasch,
R. Blanco,
M. Bochons,
E. Fournier,
P. Gasull,
J. G. Viñas,
J. Pamias,
R. Pich,
R. Simón,
J. Torné,
J. Tubau Busquets,
J. Viñas Pagés,
J. Vaqué,
R. Franqueza, secretario.

La sesión no dió ningún resultado positivo. Los oradores hablaban desde un balcón. La enorme concurrencia gritaba sin condensarse en su propósito, en una iniciativa práctica. Pasaba el tiempo y la desilusión se apoderaba de todos los ánimos.

En tal situación un orador puso término a la reunión con una frase catalana dudosa, que muchos interpretaron como un excitante al desborde social.

- ¡Companys!-dijo-. Prou de discursos! Are que cadascú's fassi'ls seus.

En la intención del que las pronunció es probable que su verdadera significación fuera esta:

¡¡Compañeros! No más discursos; ahora que cada uno se arregle como pueda.

Ferse'ls seus suele significar generalmente convertirse uno en egoísta sin la menor delicadeza y aun en perjuicio de los demás; pero la asustada burguesía la interpreto o aparentó interpretarla como una excitación al saqueo y al pillaje.

Dando cuenta del acto, dijo La Federación:

De alta significación ha sido el mitin y manifestación celebrado el jueves anterior en la plaza de Cataluña, convocado por una comisión de obreros, con objeto de protestar de la conducta del actual Ayuntamiento de Barcelona y pedir su destitución.

El objeto del mitin estaba expresado en dos pendones rojos, en uno de los cuales se leía: ¡Abajo el Municipio actual! ¡Vivan los municipios honrados! En el otro: ¡Viva la autonomía del Municipios! ¡Viva el sufragio permanente !

Inútil copiar más respecto de este asunto; limitándose a pedir a no sé quien lo que nadie ha de otorgar y no se obtendrá hasta que se imponga o se tome, se ve claramente que los trabajadores perdían el tiempo y la burguesia no tenía motivo para sus temores.

Respecto a los efectos producidos por la implantación de la República en la situación de los trabajadores, sucedió lo que ya estaba previsto en la campaña de extensión de la Internacional.

Ninguna de las promesas lanzadas por los propagandistas, candidatos y diputados republicanos pudo cumplirse, ni siquiera el respeto al derecho, que Castelar expuso un día en el Parlamento en un arranque de elocuente sinceridad, en los siguientes términos:

Conviene a la buena fe y a la rectitud de esta discusión, conviene a su moralidad que aquí sea muy claro y muy franco. Yo, cuando el pueblo estaba en la desgracia, es decir, cuando aún no había llegado al sufragio universal ni los derechos individuales, le dije todo lo que podía esperar de mis pobres esfuerzos. Y no sería digno de hablar ante vosotros; no seria digno de hablar ante mi propia conciencia si, porque hoy el pueblo se ha emancipado; si porque es depositario del sufragio universal y, por último término, nuestro juez y nuestro soberano, en logro de una popularidad que nunca he pedido, abjurase alguna de las ideas de toda mi vida. Haría mal, y en conciencia y en razón, ¿no sería el último de los hombres si arrojase frases huecas al pueblo para excitar su hambre y en el día del triunfo le dijera: yo no tengo que dar más que la libertad. Pues no, no tengo más que darle; no puedo dar al pueblo más que su derecho. Su redención depende de sus esfuerzos.

Pues ni libertad dió la República. Ocurrieron los sucesos de Alcoy, que el ministro de la Gobernación exageró calumniosamente, dando lugar a que la prensa en general llevara la exageración al último extremo, y la Comisión federal de la Federación Regional restableció la verdad en el siguiente manifiesto, que tiene gran importancia histórica:

A LOS TRABAJADORES

Ante la conducta de los ministros de la República, ante las calumnias de la prensa de todos los matices y ante los insultos de toda la clase media en general, no era posible que el silencio fuese nuestra contestación, ni mucho menos que con él diésemos crédito a tanta falsedad y a tan inauditas relaciones como se han hecho de los sucesos de Alcoy.

No pretendemos sin embargo, justificarnos ante la burguesía, porque comprendemos lo imposible del objeto, pues que nuestros explotadores no razonan cuando de sus intereses se trata, ni se satisfarían más que con la imposible destrucción de nuestra Asociación.

No; tampoco aspiramos a demostrar lo odioso e incalificable de la conducta de los republicanos federales, pues la hemos previsto hace mucho tiempo, y, por consiguiente, ni nos extraña ni nos sorprende.

No necesitamos tampoco probar a nuestros compañeros de Asociación que nuestra conducta en Alcoy, como en todas partes, responde a la dignidad de nuestra conciencia y al camino que nos hemos trazado de antemano respecto a nuestros derechos o libertades.

Deseamos únicamente que aquellos obreros que no participan de nuestras ideas; que los trabajadores que todavía tienen una venda en los ojos y no conocen sus intereses, sepan la verdad de los hechos y juzguen imparcialmente sus resultados.

Cuando el partido republicano estaba en la oposición y por boca de sus propagandistas como por sus órganos en la prensa seducía y halagaba al trabajador, asegurándole que dentro de la forma política republicano. federal se encontraría completamente garantida la práctica de los derechos individuales, contestamos siempre que el conocimiento del principio de autoridad nos hacía comprender que sus promesas no eran verdad y que la persuasión de la misión altamente conservadora que todo gobierno, llámese como se quiera, tiene, la inconvencía de que, por el contrario, los derechos individuales se habían de ver atacados por los republicanos federales como lo habían sido por los reaccionarios agentes de Sagasta. Los hechos han venido a darnos la razón, si bien por la diferencia de que el actual gobierno ha sido más imprudente y más escandaloso que el de aquel ministro.

Y, en efecto, es preciso que se tenga conocimiento de que en Paradas, declarada una huelga de los obreros del campo, y una vez triunfante ésta, la clase media, ayudada por el alcalde y la calumnia por arma, asaltó y cerró, destrozando lo que en él había, el local de la Asociación, y que, a pesar de la conveniente justificación y pruebas de que la conducta de la Asociación era lo contrario de lo que el alcalde manifestó, presentadas al gobernador de la provincia por una comisión de obreros, el local continúa cerrado, y el gobernador, con malos modos y muy poca educación, desoyó dicha comisión.

En Carmona a consecuencia de la huelga de los trabajadores agricultores, salieron de aquella localidad los burgueses conocidos por los hermanos Sanjuanistas; marcharon a Málaga en busca de obreros, diciendo que en Carmona no había brazos, y acordando los obreros participar esta determinación a sus compañeros de las inmediaciones con dicho objeto, el alcalde dió órdenes y armas que en su poder tenía, a asalariados buscados expresamente para que prendieran a los individuos que formaban parte de dichas comisiones, y en tanto que estos mercenarios cumplían estas órdenes, el alcalde, con los municipales, asaltó el local de la Sociedad rompiendo la puerta, penetrando dentro de él, destrozando los muebles e incautándose de fondos y documentos, y como resultado, la prisión de cuarenta y dos trabajadores y el permanecer cerrado en la actualidad el local de la Asociación.

En Sevina, las autoridades, tomando pretexto de las repugnantes y ambiciosas luchas intestinas del Partido Republicano, prenden y persiguen a los obreros internacionalistas, que para nada se mezclan en tales miserias.

En Sanlúcar de Barrameda, el alcalde, para secundar los planes de explotación de la burguesía cierra el local de la Asociación y provoca las iras de los obreros con sus amenazas y ataques a los derechos individuales. Vienen comisiones reclamando del ministro de la Gobernación se les devuelva el uso de su derecho abriendo el local tan arbitrariamente cerrado, y el señor Pi promete lo que después no cumple; se procura una interpelación en el Congreso sobre estos hechos, y el señor Pi contesta para obrar después de distinto modo, por cuya razón, y ante la convicción de que la conducta del Gobierno obedece a un plan de proscripción contra nuestra Asociación, los obreros de Sanlúcar destituyen las autoridades locales, nombran otras, que las substituyen, y vuelven a abrir el local de la Asociación.

En Valencia se prende y maltrata a los encargados de los trabajos administrativos de la huelga y se prohiben las reuniones de los obreros aun después de autorizadas por el Gobierno, y una parte de la Milicia se convierte en policía secreta para prender trabajadores por delito de declararse en huelga.

En el Viso se declaran en huelga los trabajadores y, aunque no forman parte de La Internacional, se disuelven sus reuniones pacíficas y son amenazados por la autoridad.

En Jerez es asaltado por la autoridad el local de la Asociación de Panaderos y Agricultores, apoderándose de los documentos de la misma, lo cual produjo una indignación que llegó hasta el punto de obligar a dimitir a las autoridades que tan cínicamente habían provocado un conflicto, que no estalló merced a la última determinación de las mismas.

En Palma de Mallorca se presenta el alcalde en las reuniones y cuando un internacionalista pretende hablar se lo prohibe por la razón de que no piensa del mismo modo, y, sin duda, con la intención de provocar acontecimientos funestos.

Y, por último, en Alcoy se declaró una huelga general de todos los oficios en demanda de aumento de jornal y reducción de obras de trabajo. El alcalde, que conocía perfectamente el objeto de la huelga, dió la seguridad de que permanecería neutral, a fin de que obreros y patronos pudieran entenderse libremente.

El mismo día, y a consecuencia de conferencias con algunos fabricantes, publicó una hoja que sentimos no poder reproducir, insultando y calumniando a los obreros y poniéndose al lado de algunos fabricantes, destruyendo el derecho y la libertad de los huelguistas y provocando el conflicto.

Sin embargo, los obreros de Alcoy, sorprendidos de semejante cambio, tan brusco como incalificable, nombraron una comisión de su seno para manifestar al Ayuntamiento que si no estaba dispuesto a conservar una completa neutralidad en los pacíficos asuntos de la huelga, conforme había manifestado y prometido, lo conveniente, a fin de evitar un conflicto, era que presentase la dimisión de sus cargos, pues que la incomprensible conducta de la autoridad había producido una grande e inevitable efervescencia.

Inútiles fueron las razones y explicaciones de la situación que la Comisión hizo, pues al salir ésta por las puertas de la Casa Consistorial, los dependientes de la autoridad hicieron una descarga, hiriendo y asesinando a varios de los trabajadores que, en actitud pacífica, se paseaban por la plaza de la República.

Los provocadores, posesionados de los puntos estratégicos de dicha plaza, continuaron su mortífero fuego contra el pueblo desarmado, que, en la necesidad de repeler la fuerza con la fuerza, corrió en busca de armas con que contestar a tas brutal agresión.

Veinte horas duró la lucha. Varios trabajadores han muerto defendiendo sus derechos hollados y pisoteados por los republicanos federales, y algunos otros quedaron inútiles para el trabajo a consecuencia de sus heridas, y si bien no es posible todavía precisar el número de los unos y de los otros, puede calcularse que no serán más de diez entre muertos y heridos.

De los provocadores no pasarán de quince entre unos y otros, y todos ellos durante el combate, puesto que después del asalto de los puntos donde estaban parapetados ni siquiera el más pequeño insulto se dirigio a ninguno de los que habían hecho armas contra el pueblo.

Medidas precisas fueron respecto a cinco o seis edificios; pero entiéndase bien que sólo se hizo porque desde ellos se hacía un nutrido fuego a los trabajadores. Personas y propiedades han sido respetadas, y hubiera habido que lamentar la pérdida de menos seres humanos si el alcalde Albors al decir que se rendía, no hubiese sido un engaño que produjo la muerte de los que fueron a penetrar en el Ayuntamiento creyendo sinceras sus palabras, y aun tal vez el alcalde no hubiera sido víctima de la justa indignación popular, si al verse en poder de los trabajadores no hubiese hecho uso de un revólver, disparando dos tiros sobre los que se apoderaron de su persona.

Seres arrojados por el balcón, curas ahorcados de los faroles, hombres bañados en petroleo y asesinados a tiros en la huída, cabezas de civiles cortadas y paseadas por las calles; incendio premeditado de edificios, quema y destrucción del edificio del Ayuntamiento, violación de niñas inocentes, todas estas patrañas son horríbles calumnias dignas sólo de la lengua de un ministro de la clase media y de la prensa burguesa, que de todo esto, sin duda, se consideran capaces.

Las supuestas coacciones o presión ejercida en los mayores contribuyentes, para que éstos hicieran recaer la responsabilidad de los hechos sobre las autoridades y declarando que la conducta de los trabajadores había sido todo lo digna que las circunstancias permitían, es una mentira más, puesto que lo han hecho libre y espontáneamente y de ningún modo violentados.

PROTESTAMOS de las calumnias lanzadas sobre nosotros en el Congreso;

PROTESTAMOS igualmente de las que la prensa ha publicado, y si bien somos los primeros en lamentar la innecesidad de estas catástrofes, lo hemos dicho y lo repetimos, en el camino de las violencias el solo responsable es el que da el primer paso.

Como internacionales, no nos cansaremos de repetirlo, nada de común tenemos con los partidos políticos, y por consiguiente ninguna participación nos cabe en sus miserias ni en sus luchas; pero como hombres estamos dispuestos a defender nuestros derechos con todas nuestras fuerzas y siempre que se vean atacados por quien quiera que sea.

Sabemos también mejor que nadie que no es llegado el momento de realizar nuestras aspiraciones, y por consiguiente no nos separaremos de nuestra propaganda y organización. Sirva esto de contestación a esas débiles y calenturientas imaginaciones que sueñan con conspiraciones y levantamientos internacionalistas; pero lo repetimos, la conducta de los trabajadores de Alcoy será el ejemplo de la que procuraremos seguir siempre que la práctica de los derechos individuales llegue a hacerse imposible a consecuencia de los abusos de las autoridades.

Aquí deberíamos concluir pero la conducta de algunos ministros y de la prensa, y sobre todo de la prensa republicana, a excepción de La Justicia Federal, nos sugiere algunos pensamientos.

Esos trabajadores que hoy calumniáis son los mismos que en algún tiempo adulábais y excitábais a la rebelión, cuando el resultado de ésta podía ser el mejoramiento de vuestra posición particular.

Esos trabajadores que llamáis vándalos y asesinos, son los mismos a quien aconsejábais que ante los ataques a los derechos individuales el derecho de insurrección era legítimo, sin pensar que algún día habíais de ser vosotros mismos los reaccionarios que habíais de hacer buena con vuestra conducta la conducta de Sagasta.

Esos trabajadores que hoy calumniáis, son los mismos que en algún día aconsejábais que ante los ataques a los derechos individuales el derecho de que entonces apreciábais la conducta del trabajador, bajo el punto de vista de vuestra precaria situación, y tal vez con el estómago vacío, y hoy lo hacéis desde vuestra alta posición y satisfactorio estado.

Pero es preciso que lo entendáis bien: los obreros hacen poco caso de nombres y promesas; sólo esperan y juzgan la conducta y los hechos de los hombres y colectividades, y cuando éstas son reaccionarias, protesta de ellas, como hoy protestamos nosotros de los ataques a la libertad y al derecho, y de las calumnias de los ministros y la prensa del Partido Republicano Federal.

Alcoy, 14 de julio de 1873
La Comisión Federal de la Región Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Mi estancia en Marsella llegó a ser difícil; escaseaba el trabajo. Si hubiera logrado una plaza en el diario Le Sémaphore de Marseille, como estuve a punto de lograrlo, allí me hubiera fijado trayendo mi familia; pero ese fracaso me determinó a ir a Barcelona.

Mis compañeros de la imprenta, como demostración de amistosa despedida, me hicieron una suscripción en que tomaron parte todos, y se elevó a 70 francos.

En tertulia española, que se reunía en el Café Glacier, en la Canebiére, tenía algunos amigos; pero, indiferentes respecto de las ideas de emancipación proletaria, sólo se preocupaban de los asuntos políticos y de dedicar un rato diario al recreo. Allí con ellos perdía yo también el tiempo, obligado por la falta de familia, toda vez que mi domicilio consistía únicamente en una chambre garnie (cuartito amueblado) que sólo me servía para dormir, y el café era la residencia obligada para las horas libres del trabajo.

Aquellos amigos, catalanes todos, me hablaban con gran elogio de Barcelona, y me aseguraban que en aquella ciudad estaría perfectamente.

Tales excitaciones, cuya exactitud no quiero disminuir tras los años de residencia que llevo en ella, contribuyeron en gran parte a mi determinación, y por fin me embarqué con rumbo a España en marzo de 1874.

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