Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

TOMO SEGUNDO

CAPÍTULO QUINTO

ENTRE VALENCIA Y CÓRDOBA

Terminado el Congreso de Zaragoza, regresé a Madrid para arreglar mis asuntos de familia y recoger lo perteneciente al Consejo federal.

Me dirigí en seguida a Valencia, donde fuí bien recibido por mis nuevos compañeros de Consejo y por los de la Federación Valenciana.

Constituyóse el Consejo federal de la manera siguiente:

Vicente Rosell, tejedor en seda, tesorero; Vicente Torres, librero, contador; Vicente Asensi, ebanista, secretario económico; Pelegrín Montoro, tejedor en seda, secretario corresponsal de la comarca del Norte; Severino Albarracín, profesor de primera enseñanza, secretario corresponsal de la comarca del Sur; Francisco Tomás, albañil, secretario corresponsal de la comarca del Este; Cayetano Martí, cantero, secretario corresponsal de la comarca del Oeste; Anselmo Lorenzo, tipógrafo, secretario general.

Si en el seno de la Federación española no hubiera habido antagonismos, y si mis nuevos compañeros no hubieran sido sectarios o partidarios apasionados de una de las fracciones en lucha, mi estancia en Valencia, hubiera sido agradable y mi trabajo en el Consejo provechoso. Por desgracia mis ilusiones se desvanecieron pronto, al recibir las primeras comunicaciones de Madrid y de Barcelona y al ver la actitud de desconfianza que contra mí se suscitó en el Consejo.

De Barcelona, nos escribían los influyentes en aquella Federación local, haciéndonos indicaciones que parecían órdenes y que como tales se acataban.

De Madrid recibía yo correspondencia, en que mis compañeros del Consejo Federal anterior y redactores de La Emancipación, se quejaban de la con ducta de los compañeros de la Federación madrileña, y me pedían actos y declaraciones imposibles. Al mismo tiempo, de la redacción de aquel periódico y del Consejo local Madrileño, venían al Consejo federal, cartas con quejas y protestas, demostrando que la reciente paz del Congreso de Zaragoza no era respetada por los enemistados. Las antipatías, convertidas en odios, revestían carácter de lucha de ideas, y de ese modo, la línea divisoria que rompió la unión del proletariado emancipador se hizo más grande y más profunda. De la enemistad de Mesa y Morago se partió a la de Marx y Bakunin, hasta llegar a la división de autoritarios y anarquistas.

La Conferencia de Londres dió origen a la guerra contra el Consejo general.

En aquella guerra, tan contraria al espíritu predominante en la concepción de La Internacional, tuvo parte en primer lugar el atavismo.

Marx, se sintió superior y fuerte; consideró aquella grande y poderosa asociación como cosa suya; se creyó obligado a ser autoritario por necesidad y quizá hasta por buena fe, porque se juzgó el único capaz de dirigir el pensamiento y la acción de aquella aglomeración de hombres, y sin reparar que de ese modo incurría en la contradieción de negar el aforismo la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos de que era autor, y que el proletariado consciente ha hecho suyo, proclamándolo en todos los idiomas de la civilización moderna, se empequeñeció hasta obrar por envidia y por despecho.

Siguieron a Marx, todos los que, considerándose más inteligentes y activos que los trabajadores, que eran como átomos de la masa, se creyeron con la misión de definir, propagar, administrar y dirigir. De ellos salieron el socialismo práctico, el socialismo científico, los partidos obreros, el parlamentarismo, el señuelo-trampa para cazar electores, los jefes y toda la cáfila de desviadores.

Bakunin confió en la libertad y en su propia energía. Incapaz de crear una fuerza como la representada por La Internacional, viendo su objetivo revolucionario, se adhirió a ella y aplicó su criterio eminentemente ácrata a combatir el autoritarismo, la reglamentación y la sumisión en ella dominantes.

Los que siguieron a Bakunin, distaban mucho por lo general de elevarse a su concepto de la libertad. Bien pude observarlo en las reuniones de las secciones de la Alianza Socialista en Madrid, Valencia y Barcelona, donde los aliancistas practicaban la propaganda por la imposición hábil más que por la persuasión y la convicción ilustrada.

Ante unos y otros, los trabajadores, con su ignorancia sistemática y con su consiguiente falta de voluntad y energía, permanecían nuestros en constante atonía o se apasionaban por el sugestionador que tenían más a mano, y pocos eran los que podían contarse en el número de aquellos trabajadores mismos de quienes el programa de principios sustentado por La Internacional, hacia depender la emancipación del proletariado.

La parte teórica y justificativa de la guerra al Consejo general, la presentó la Federación belga de La Internacional, en un proyecto de Estatutos generales ya indicado en los acuerdos del Congreso de Zaragoza, formulado por su Consejo Federal, que publicó L'lnternationale, de Bruselas, en mayo de 1872, precedido de la siguiente declaración:

Encargado por el Congreso belga de diciembre de 1871 de preparar un proyecto de Estatutos generales para someterlo primeramente al Congreso belga y después al Congreso internacional, publicamos hoy el resultado de nuestros trabajos.

La innovación más importante es la supresión del Consejo general. Nadie más que nosotros hace justicia a las eminentes cualidades y a la consecuencia de los hombres que lo componen; pero tenemos la conviccón de que esa entidad, indispensable al principio, ha perdido ya su razón de ser.

En todas partes están formadas o en vía de formación, las Federaciones nacionales, y pueden desde luego corresponder sin intermediario.

Insistimos sobre la agrupación por Federaciones nacionales porque nos vemos precisados a tener en cuenta el presente, la necesidad de acción que imponen los trabajadores de cada nacionalidad los gobiernos y las leyes, pero sin perder de vista el porvenir.

La Federación belga, formuló esos trabajos contra el Consejo general, instigada por el Comité federal del Jura, que, en una circular dirigida a todas las Federaciones de La Internacional, decía:

Los delegados que suscriben representantes de un grupo de secciones de La Internacional, que acaba de constituirse con el nombre de Federación del Jura, se dirigen por la presente circular a todas las federaciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores, y les piden que se unan a ellos para provocar la convocatoria en breve plazo de un Congreso general.

Vamos a exponer en pocas palabras cuáles son las razones que nos hacen reclamar esta medida, absolutamente necesaria, para impedir que nuestra Asociación se vea arrastrada, a pesar suyo, en una pendiente funesta, a cuyo término hallaría la disolución.

Cuando se fundó la Asociación Internacional de los Trabajadores, instituyóse un Consejo general que debía, según los Estatutos, servir de oficina central de correspondencia, entre las secciones; pero sin delegar en este Consejo absolutamente ninguna autoridad, lo que después de todo, hubiera sido contrario de la esencia misma de La Internacional, no es sino una inmensa protesta contra la autoridad.

Por lo demás, las atribuciones del Consejo general se hallan claramente definidas por los artículos de los Estatutos generales, 3°, 4° Y 5°, y 1° Y 2° del reglamento general.

La residencia del Consejo general, fue fijada el primer año en Londres por diversos motivos: de un mitin celebrado en Londres había salido la primera idea de La Internacional, y además Londres, ofrecía más seguridad que ninguna otra ciudad de Europa en el concepto de las garantías individuales.

En los Congresos siguientes de La Internacional, en Lausana (1867) y en Bruselas (1868) el Consejo general fue confirmado en Londres. En cuanto a su composición, todos los que han asistido a los Congresos, saben de que manera se procedía: votábanse las candidaturas presentadas, que contenían nombres desconocidos para los delegados. La confianza se llevaba al extremo de dejar al Consejo la facultad de adherirse a quien mejor le pareciese, viniendo a ser ilusorio, por esta disposición de los Estatutos, el nombramiento del Consejo general por el Congreso.

En efecto, al Consejo podía adherirse todo un personal que modificase completamente su mayoría y sus tendencias.

En el Congreso de Basilea, la confianza ciega, llegó hasta una especie de abdicación voluntaria en manos del Consejo general. Por medio de resoluciones administrativas, se faltó sin notario quizáS, al espíritu y a la letra de los Estatutos generales, donde la autonomía de cada lección y de cada grupo de secciones se hallaba tan claramente proclamada.

Ejemplo:

Resoluciones administrativas de Basilea.
6°. El Consejo general tiene derecho a suspender hasta el próximo Congreso una sección de La Internacional.
7. Cuando surjan diferencias entre secciones del mismo grupo regional o entre diferentes grupos regionales, el Consejo general tendrá el derecho de decidir entre ellos, contra cuya decisión podrán apelar al próximo Congreso, quien decidirá definitivamente
.

No seguiré copiando al Comité del Jura. Su larga circular (más de la mitad falta aún) dió argumentos que La Liberté, de Bruselas, razonó con prudencia y sin pasión en el articulo siguiente:

ORGANIZACIÓN PROGRESIVA DE LA INTERNACIONAL

La publicación por el Consejo belga de un proyecto de revisión de los Estatutos generales, las discusiones que le han sucedido, unidas a otros acontecimientos recientes, han revelado en el seno de La Internacional, no dos objetos distintos, sino dos modos diferentes de considerar la acción socialista en las circunstancias actuales. Los unos, en vista de la actitud cada vez más hostil de las burguesías europeas, creen tanto más conveniente centralizar las fuerzas del proletariado, cuanto que la garantía de su próxima emancipación parece hacerse más precaria; los otros, al contrario y a nuestro modo de ver tienen razón, combaten toda centralización, y creen que la resistencia será tanto más eficaz cuanto que los grupos sean más independientes, sin que por ello pueda temerse la disolución de la Asociación Internacional. Los unos, pues, se aproximan a la antigua práctica de las sociedades políticas en este período transitorio; los otros por el contrario, tienden a identificar cada vez más la organización de La Internacional definitiva, normal, permanente, del Trabajo, de tal manera, que las actuales instituciones de la Asociación puedan encontrarse en una sociedad regular después de una victoria del proletariado, o que La Internacional, con muy pequeña transición. pueda pasar de su estado revolucionario a su estado orgánico definitivo. Por esta parte la cuestión adquiere, sobre todo, grandísima importancia.

En este debate ha habido demasiada pasión y severidad; este disentimiento en la manera de obrar, que puede, es verdad, acarrear separaciones harto temibles, ha sido interpretado por algunos como una divergencia radical de principios; esto fácilmente hacía prever una escisión en La Internacional, y con poco que en ello se hiciese intervenir la diversidad de razas, de temperamentos nacionales y de tradiciones, la imaginación dividiría al momento esta inmensa Asociación, que será el asombro de la historia y la gloria de nuestro tiempo, substituyéndola un dualismo latino germánico u otro que reprodujera, bajo una nueva forma, el eterno antagonismo de la autoridad y de la libertad. Se ha llegado hasta encarnar en personalidades importantes de La Internacional los genios del bien y del mal; poco ha faltado para que Bakunin llegará a ser el Judas Iscariote de nuestra Asociación y para que la Alianza que él mismo ha fundado fuera un agente secreto de disolución; y poco ha faltado igualmente para que Carlos Marx fuera el San Pablo dogmático e intolerante de un nuevo cristianismo.

La verdad es que La Internacional desde su origen obedece a leyes de evolución que le son propias; que únicamente dificultada su marcha con la reacción burguesa, vacila en la elección entre instituciones provisionales, y su desenvolvimiento rigurosamente normal, y que más de uno entre nosotros se deja llevar con suma facilidad a la consideración de lo provisional. En esto es, a nuestro juicio, en lo que el Consejo belga se ha mostrado en posesión del verdadero sentido de la Revolución; al oponer y en ello está toda su obra, las Federaciones nacionales al Consejo general, considerado como poder autoritario, ha tenido presente que la solidaridad de los grupos puede bastar para la existencia de La Internacional; ante las instituciones variables ha invocado el principio eterno, inherente a la naturaleza de las cosas, y aun en su proyecto de constitución sólo ha tenido en cuenta su principio. Nunca hemos comprendido mejor que La Internacional es un ser colectivo con vida propia y en la que jamás lazo alguno ficticio y material podrá suplir a ese lazo moral indestructible, que hace de aquél una creación muy superior al cristianismo y que puede llamarse indiferentemente Solidaridad, Reciprocidad, Justicia. Hacer de la vida el resultado de todos los movimientos orgánicos, es concebirla de una manera más positiva que considerada como causa de un principio independiente del mismo organismo. ¿Cómo, pues, ha podido creerse que la supresión del Consejo general pudiera ser la señal de la disolución de La Internacional? Pase para las sociedades religiosas, en las que el lazo social es exterior a la humanidad; la religión, concibiendo la humanidad como obediente a un impulso voluntario que está fuera de sí, que no hace participar a los hombres de la conservación de la sociedad sino por su unánime adhesión a sus dogmas y la práctica permanente de sus ritos; que el dogma sea rechazado sin que nada le reemplace, que el símbolo desaparezca y la sociedad se disuelva, el sacerdote la lleva entera en los pliegues de sus vestiduras; pase también para las sociedades políticas como la nuestra, caracterizada por la delegación de la soberanía, la centralización de los poderes y la insolidaridad económica; aquí el lazo social se ha aproximado a la humanidad, puesto que afecta ser la expresión de la voluntad colectiva; pero esta voluntad colectiva permanece exterior a los individuos, que únicamente por su abdicación han concurrido a formarla; crea, por encima de los intereses sociales en conflicto, un organismo artificial que les mantiene en aparente equilibrio; pero que se fijen finalmente y ante todo en esos intereses sociales, que en vez de establecer el edificio social sobre su cúspide vuelvan a colocarse sobre su base; que tomen por principio de orden el respeto del hombre y de su trabajo, que se traduce por la solidaridad universal, y entonces el lazo social llegará a ser inmanente al hombre mismo, inseparable de él; no negará la sociedad sino negándose a si mismo; las creaciones intermediarias, religiosas y políticas. desaparecerán; los hombres colocados en las extremidades del Universo llevarán consigo el elemento esencial de una sociedad justiciera, la comunidad de su conciencia. Los cristianbs, confundidos en su ciudad mística, se burlaban de los esfuerzos estériles de sus tiranos; basta a los internacionales, más fuertemente unidos en la ciudad terrestre, saber por sus propios enemigos que en cualquier punto del Universo hay trabajadores que tienen necesidad de que ee les ayude, para que les lleven el concurso de un ejército inmenso y poderoso, sin que nada pueda paralizarles.

El Consejo belga al negar, pues, que la unidad de La Internacional depende de una autoridad exterior a los grupos autónomos, que no sea el principio mismo de solidaridad, tiene muchísima razón. Al poner las Federaciones nacionales por encima del Consejo general, está también en el rigor del derecho; los grupos, según ellos mismos, afirman su autonomía y su solidaridad, y se colocan, en su calidad de mandante, por encima de su mandatario.

Pero de aquí no se desprende que La Internacional, independiente de su lazo moral indestructible, deba cesar de expresar su unidad por medio de una institución permanente tal como el Consejo general, reflexionando imparcialmente se ve que este tiene tanta razón de ser como los Consejos federales y locales, y esta razón de ser es la utilidad, la necesidad misma de delegaciones permanentes encargadas de ejecutar las decisiones de los grupos de diversos órdenes y de tomar las medidas provisionales que no estén en las atribuciones inalienables de los mismos grupos. Aquí el único peligro que hay que temer por parle del Consejo general sobre todo es la usurpación de autoridad.

De modo que la concentración de los poderes no es aquí posible, sino por la falta de organización real de los grupos; como regla general, el principio de autoridad suple a la falta de organización espontánea. El Consejo general, durante bastante tiempo, se ha encontrado en presencia de secciones, si no dispersas, a lo menos imperfectamente agrupadas en Federaciones nacionales; el cargo de iniciador que las circunstancias le daban exigía una extensión anómala de poderes, y eso es lo que el Congreso de Basilea ha consagrado.

El Consejo general, decía este Congreso, tiene el derecho de admitir o de rechazar la afiliación de toda sociedad nueva en grupo, salvo la decisión del Congreso; sin embargo, donde existen Federaciones, el Consejo general, antes de admitir o de rechazar su afiliación a una nueva sección, deberá consultar al grupo, conservando su derecho de decisión provisional.

El Consejo general se antepone, pues, a las Federaciones, echando por tierra el principio federativo; las Federaciones nacionales tienen el derecho absoluto de convenirse o no con las nuevas secciones sin intervención del Consejo general; diremos también que ni el Congreso tiene que intervenir en ello. Este, aquí, no conoce más que las Federaciones.

El Congreso general tiene el derecho de decidir sobre las diferencias que tengan lugar entre las sociedades o ramos dé un grupo nacional. He ahí otra usurpación, resultado de la organización viciosa, sin duda, de las Federaciones de 1869; esta jurisdicción sólo pertenece a los Congresos nacionales.

El Consejo general tiene el derecho de suspender una sección de La Internacional. Ese es el poder más temible que le ha sido conferido y cuyo uso constituye un abuso espantoso. El Congreso de Basilea no indica tampoco los casos de suspensión. El poder del Consejo general en este caso está todavía por encima de las Federaciones nacionales, puesto que éstas sólo pueden romper sus compromisos con las secciones y deben dirigirse al Consejo para hacerlas perder temporalmente el carácter de intemacionalidad.

Cierto es que estos poderes y otros aún, como el derecho de substituir una conferencia secreta a un Congreso, no pueden tener sino un carácter provisional; que querer eternizarlos es anteponer poco a poco en La Internacional el principio de autoridad al de autonomía de los individuos y grupos que tan admirablemente resulta de los considerandos de los Estatutos. La constitución definitiva de las Federaciones nacionales debe establecer un justo equilibrio, restituir a éstas los poderes dados provisionalmente al Consejo. Así es como todo progreso en la organización es una limitación del principio de autoridad; estos órganos provisionales, los grupos iniciadores son absorbidos poco a poco y las atribuciones que reunían se distribuyen sucesivamente entre los órganos reales que se desembarazan de la confusión originaria. Tal es la ley de evolución de los grandes organismos sociales y tal es la ley a que La Internacional obedece. Las Federaciones se afirman y el Consejo general perderá fatalmente sus más temibles atribuciones; de iniciador que era, volverá a ser mandatario. Esta es una transformaci6n saludable, ante la cual la razón nos manda inclinarnos. Resistir a ello es, según hemos dicho al principio, poner la antigua práctica política por encima de las necesidades de la organización definitiva; es, a nuestro modo de ver, preparar al movimiento, una terrible desviación. Busquemos también, a la luz de estos principios, si hay otros progresos que realizar en la organización actual; quedan nuevos grupos por separar de la colectividad obrera, es decir, hay nuevas fuerzas que poner al servicio de la idea social, nuevas barreras que establecer contra toda tentativa de centralización autoritaria, nuevos pasos que dar para acercarnos a la organización del trabajo.

Durante el corto período de dos meses que permanecí en Valencia como individuo del Consejo federal sufrí mucho. Mis compañeros me miraban con desconfianza; mi correspondencia particular con los compañeros de Madrid que conmigo habían formado el Consejo federal de Madrid les inquietaba, y llegaron a abrir alguna carta mía antes de entregármela pretextando que la habían abierto por equivocación.

El asunto del Consejo general había llegado a obsesionar a mis compañeros: constantemente se hablaba de ello, y, sospechando que yo era en el Consejo una especie de espía al servicio de Lafargue, me proponían problemas y me preparaban el tema de manera que me viera obligado a hacer declaraciones que me comprometieran.

Lo notable del caso era que en la guerra emprendida contra el Consejo general no se seguían las reglas de la más severa lógica; porque si autoritario era aquel Consejo, excesivamente reglamentario era el Consejo español, lo que venía a ser un autoritario de distinta forma.

El Consejo federal tomó especial empeño en completar la organización, que hasta entonces apenas había pasado de la constitución de secciones de oficios y de federaciones locales, faltando dar realidad positiva al engranaje de las federaciones de oficios y de las uniones locales, de que apenas se había creado algún ligero bosquejo, no siendo aquellas entidades mencionadas en la Memoria de la Comisión federal mas que agrupaciones e creación espontánea o imitaciones adaptadas a España de las Trade Unions inglesas, de ningún modo procedentes de La Internacional, aunque a la asociación se pretendía agregarles.

La Federación Regional Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores constituía un organismo asombroso en teoría; pero en la práctica dió escasos resultados.

Obra en su mayor parte de estudiantes jóvenes burgueses relacionados con los trabajadores asociados de Barcelona y miembros activos de la Alianza de la Democracia Socialista, forjaron una organización que era como un mecanismo perfecto al que no llegaba la mentalidad ni las costumbres de los trabajadores españoles en general.

Aquella organización tenía pretensiones de científica, pero en realidad era artificial, sólo practicable y útil a condición de llenar cumplidamente cada una de sus condiciones de existencia; pero como esas condiciones no podían cumplirlas el gran número de obreros que habían de trabajar en sus comisiones técnicas y revolucionarias, de administración, de correspondencia, de estadística, de propaganda en las federaciones, uniones de oficios y uniones de oficios similes, locales, comarcales y regionales: como además se sometían las huelgas al cálculo y al expediente de aprobación de entidades de orden superior, resultando excluído todo movimiento rápido y espontáneo cuya necesidad se ofrece frecuentemente, y como además era necesario acumular los céntimos de las cuotas hasta constituir capitales que permitieran luchar contra los capitalistas, llegó a faltar siempre alguna pieza al engranaje del mecanismo y jamás pudo funcionar con la regularidad que concibieron sus autores, como se verá por la siguiente demostración.

Para lograr los diferentes objetos que se proponía la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores, conforme se lee en el prólogo del folleto Organización Social, se dividía en diferentes organizaciones que tenían por base o punto de partida la sección y se formaba por los diferentes pactos celebrados entre sí. Por ejemplo, la sección pactaba con otras del mismo oficio con objeto de estudiar los problemas que les eran propios y peculiaTes y también para verificar la resistencia al capital, constituyendo la Federación de Oficio; además la sección pactaba para el mismo objeto con todas aquellas otras secciones cuyos oficios se completan entre sí para la elaboración de un todo, constituyendo la federación de federaciones de oficios, o sea las llamadas Uniones de oficios símiles; pactaba también la sección con todas las demás de la misma localidad, con distinción de oficio, con el fin de alcanzar la completa y radical emancipación de los trabajadores, formando la Federación local, y ésta, federándose con todas las demás de una misma región así se denominaban las naciones, constituían la Federación Regional, y ésta a su vez, federándose con las demás federaciones regionales, formaban la Federación Internacional.

Las secciones de una misma localidad federadas a la Federación de su oficio y la Uníón de oficios similes constituían la Agrupación local de la Unión Por ejemplo: la sección de albañiles, la de canteros, la de carpinteros de obras, la de ladrilleros, ete., federadas a la Unión de Obreros constructores de edificios.

La Federación de Oficio y la Unión de oficios tenían por objeto principal la mejora de posición en la sociedad actual y el estudio de las condiciones en que ha de verificarse la producción en la sociedad futura.

El objeto de la Federación local y la Federación regional era acelerar la revolución social para alcanzar la emancipación económico-social de los trabajadores.

La Sección estaba representada por un comité encargado de su administración, de la correspondencia y de la propaganda; la Agrupación local tenía su comisión dedicada principalmente a formar estadísticas y a recopilar datos en apoyo de las peticiones de huelga de las secciones; la Federación de oficio tenía su comisión principal que estudiaba y comunicaba a las secciones, a la Unión a que se hallaba federada y a la Federación regional todo lo concerniente al adelanto técnico del oficio y a todo lo referente a la emancipación del trabajador; la Unión de oficios similes tenía un consejo que reunía todos los datos de las secciones y de la Federación de oficio para hacer efectivas y triunfantes las huelgas.

Todos estos organismos se centralizaban en la Comisión Federal de la Federación Regional Española, y todas las Federaciones regionales, constituidas de un modo más o menos embrionario se centralizaban en el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Los cargos se renovaban anualmente en asambleas locales y en Congresos nacionales e internacionales, en los cuales se discutían temas, se definían principios y se adoptaban iniciativas que, tras una serie de estudios parciales, iban extendiéndose y generalizando, formando convicciones, determinando prácticas y ganando terreno en la vía progresiva.

Para los gastos necesarios al funcionamiento de todos esos organismos y para la caja de resistencia de las secciones, pagaban una cuota semanal por federado.

Se formaron y funcionaron como pudieron y entendieron grupos nacionales en todas las naciones, pero es seguro que en ninguna se llegó a la altura teórica que en España; en cuanto a la práctica, otras naciones con organización obrera menos perfecta fueron más afortunadas que España, donde con tanto perfeccionamiento teórico consignado en el citado folleto de Organización Social no me atrevo a asegurar que se hubiera realizado una sola huelga perfectamente reglamentaria. Constituídas unas, aunque funcionando a medias, y en provecto otras, se formó la siguiente lista de Uniones de oficios similes:

Unión de los trabajadores agrícolas o federación de las Federaciones de labradores; hortelanos, ganaderos, pastores, vinicultores, arrumbadores horticultores, herboricultores, arboricultores, sericultores, corcheros, agrónomos, carpinteros constructores de cajas, carboneros, esparteros, etc.

Unión de los obreros de las industrias de la alimentación; molineros, panaderos, semoleros, pasteleros, confiteros, chocolateros, carniceros, salineros, obreros en conservas alimenticias, en fondas, cafés, tabernas, cervecerías, etc.

Unión de los obreros de las industrias de vestidos; sastres, sombrereros, modistas, hormeros, bordadores, camiseros, botoneros, guanteros, etc.

Unión de los obreros constructores; albañiles, canteros, cerrajeros, carpinteros de obras, etc.

Unión de los obreros manufactureros; hiladores, preparadores, tejedores mecánicos y a la mano de algodón, seda y lana, tintoreros, estampadores, etc.

Unión de los obreros noógrafos; impresores, encuadernadores, litógrafos, papeleros, escritores, fotógrafos, fundidores de caracteres, dibujantes, grabadores, etc.

Unión de los trabajadores en los servicios públicos; obreros de correos, telégrafos, alumbrado, vías de comunicación, ferrocarrileros, enseñanza, etc.

Unión de los trabajadores del mar; marinos, carpinteros de ribera, calafates, gondoleros, estivadores, pescadores, etc.

Unión de los trabajadores de las minas; mineros y obreros de los diferentes trabajos que se desarrollan en el subsuelo, etc.

Unión de obreros metalúrgicos; herreros, fundidores, caldereros, cerrajeros, etc.

Unión de los trabajadores en el mobiliario; ebanistas, silleros, torneros, escultores, etc.

Unión de los trabajadores en instrumentos de precisión y metales preciosos; constructores de instrumentos científicos y de música, relojeros, plateros, joyeros, etc.

Unión de constructores de carruajes; constructores de coches, carros, tartanas, pintores, etc.

Unión de trabajadores en las industrias químicas; drogueros, perfumistas, jaboneros, fosforeros, etc.

Con obreros tan esquilmados como los españoles, entre quienes tanto abunda el analfabetismo y cuya mentalidad en general era escasa, no había posibilidad, no ya de que se comprendiera por todos tan complicada organización, sino de que hubiera número suficiente de hombres y mujeres capaces de poner en actividad tantas comisiones administrativas, de estadística, de correspondencia, de propaganda, ni el estado miserable del trabajador permitía cotizar para soportar los gastos consiguientes a tal organismo, ni menos para sostener una caja de resistencia de donde echar mano para recurrir reglamentariamente a una huelga parcial.

El mecanismo de la resistencia en la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores, seguía los siguientes pesadísimos trámites reglamentarios:

Cuando una sección creía tener motivos suficientes para presentar una huelga a algún patrón que pretendiera empeorar las condiciones del trabajo (única causa reglamentariamente admitida por el art. 44 del reglamento de la sección de oficio, núm. 7 de la recopilación de reglamentos típicos titulada Organización social de las secciones obreras de la Federación Regional Española, adoptada por el Congreso Obrero de Barcelona y reformada por la Conferencia Regional de Valencia y por el Congreso de Córdoba), había de transmitir por escrito los expresados motivos a la Comisión de la Agrupación local de la Unión de oficios símiles e informar a la Comisión pericial de su oficio, circunstancia esta última no consignada en este artículo, aunque necesaria por lo dispuesto en otros casos, como veremos. Nótese que sólo se admite como causa única de la huelga reglamentaria el empeoramiento, omitiendo los casos de dignidad por malos tratos de un patrón o de un encargado, y también los de la conveniencia de mejorar en el caso de un malestar grande o aprovechando una ocasión oportuna. He aquí un primer tiempo y una primera diligencia de la comisión de correspondencia de la Sección, en concordancia con el Comité en pleno, y también como resultado de un acuerdo de la Asamblea general, en cuyo trabajo, dado que haya la actividad necesaria, han de emplearse algunos días.

La Comisión pericial de la Federación del oficio (art. 7 reglamento num. 6), que se reune una vez a la semana, el jueves, por ejemplo, recibe el viernes una comunicación anunciando la demanda de huelga de la sección del oficio de determinada población, y espera una semana, y, si no hay asuntos más urgentes se toma otra semana para formar su dictamen, que ha de aprobarse en la sesión siguiente.

En el mismo tiempo, (arts. 4 y 6, reglamento número 5) el Comité de la Agrupación local correspondiente ha recibido y despachado informada, la demanda de huelga antes indicada. He ahí el segundo tiempo en que las comisiones correspondientes de dos entidades han debido elevar su informe al Consejo de la Unión de Oficios símiles. Este consejo (art. 20 y 21, reglamento núm. 4), transmite la demanda de la sección, los informes antes indicados y el suyo propio, en lo cual, suponiendo la actividad teórica, bien empleará otro par de semanas. He ahí el tercer tiempo.

La Comisión federal (art. 15, reglamento núm. 2) aprueba los paros cuyo triunfo podrá asegurar, atendiendo el estado económico de las Uniones de oficios de la Federación Regional. Esta Comisión se reune dos veces a la semana, y por activa que sea, habiendo de despachar otros asuntos y enterarse del expediente resumen de informes y datos que reciba acerca de la huelga en cuestión, no puede resolver en una sesión. He ahí un cuarto tiempo.

Puede darse el caso previsto en el citado art. 15 en que sea necesaria la cooperación y solidaridad de todas las Uniones para el triunfo de una huelga revolucionaria, y si esa cooperación no ha de ser obra de una orden de la Comisión federal puesto que ésta, según el arto 12 del mismo reglamento, es sólo un centro de correspondencia y estadística; si ha de dejar a cada Unión su libertad y su responsabilidad, ha de admitirse la necesidad de un quinto tiempo antes de la declaración de la huelga.

Prescindo de las dudas que suscitan los artículos 22 y 23 del reglamento núm. 4 acerca de la autoridad de la Comisión federal para aprobar, casi pudiera decirse decretar, una huelga, y el poder de exigir el apoyo de todas las Uniones para esa misma huelga, y me limito a exponer que la demanda. de aprobación de huelga de una sección, antes de convertirse en hecho, habrá de pasar por unos trámites imposibles.

Aparte de que los cinco tiempos indicados suponen lo menos seis u ocho semanas para la traslación, estudio y elaboración de los informes, en el supuesto de una actividad constante y en unas oficinas donde todos los funcionarios estuvieran en su puesto y cumplieran matemáticamente con su obligación, habrían de agregarse unos días más para el correo. En el caso presente no había tales oficinas ni funcionarios, sino que empleaban lo menos diez horas diarias en un trabajo duro y pesado, para quienes el juicio no era rápido y claro y una pluma era mucho menos manejable que una herramienta, y que habían de dedicar al estudio de las demandas de huelga, a la consulta de reglamentos, estadísticas y varios documentos y luego a la redacción de los informes correspondientes, las horas de descanso entre las fatigas sufridas y las venideras, y dígaseme donde había personal apto para tanto trabajo.

Según la Memoria presentada por la Comisión federal al Congreso de Córdoba, en 17 de diciembre de 1872 había en la Federación Regional Española 10 Uniones de oficios símiles, 236 federaciones locales constituídas y en constitución, 484 secciones de oficios varios. Conste que no menciona la existencia de una sola federación de oficio ni tampoco se habla de agrupación local alguna, lo que supone la falta de dos ruedas importantes en el mecanismo de la resistencia científica, y resulta la existencia de 849 entidades.

Las 484 secciones de oficio y 119 de oficios varios habían de tener cada una un comité que se supdividía en tres comisiones, administración, correspondencia y organización y propaganda. Pongamos por sección un comité de nueve individuos, cuyo número, multiplicado por el de las secciones, da 5.427.

Las 236 Federaciones locales constaban, según hemos visto de secciones 484 + 119 = 603, y considerando que cada sección nombra 3 representantes (art. 6, reglamento núm. 3), para constituir el Consejo local, necesitaban 1,800 delegados.

Las 10 Uniones de oficio existían sin derecho de existencia. Véase: el art. 10 del reglamento núm. 4 dispone:

El Consejo de la Unión, compuesto de un representante de cada Federación de oficio, cumplirá las determinaciones de los Congresos de la Unión y las de la Comisión federal de la Federación Regional Española de la Internacional.

Ya hemos visto que de tales Federaciones no había ni una. ¿Cómo se formarían esos Consejos? No lo sé: no conservo documentos ni recuerdo; pero de que existían no hay duda; la citada Memoria de la Comisión federal lo atestigua. Para mi objeto supongo que cada Consejo de Unión constase de 5 individuos y tendríamos 50 funcionarios más, o sea en junto 5.427 individuos para los Comités de sección. 1.809 delegados para los consejos locales 50 ídem ídem, que dan un total de 7.286 trabajadores aptos para desempeñar con inteligencia y actividad los trabajos que requería aquel modo de practicar la resistencia al capital.

¡Imposible! Los trabajadores en general, ante las demostraciones de los propagandistas, se elevaban fácilmente a la concepción del ideal y comprendían bien las críticas y censuras dirigidas contra el régimen social, y por su emancipación aceptaban los mayores sacrificios en los primeros tiempos de la Internacional, cuando la burguesía no sabía todavía defenderse con el sofisma reformista y con la desviación política; pero no sabían escribir ni contar; no podían sostener debidamente una administración y una correspondencia en las proporciones exigidas por una organización como la de la Federación Regional Española.

De los siete mil y pico de trabajadores letrados necesarios para sostenerla, a duras penas podrían tener su parte correspondiente algunas secciones y federaciones de los grandes centros de población, pero las entidades obreras de las poblaciones pequeñas o de las comarcas rurales se constituían en gran parte por analfabetos. Recuérdense las gañanías andaluzas, donde uno leía los periódicos obreros para grupos que no sabían. Recuérdese también que en varios congresos de Uniones de oficios celebrados en Barcelona, en vista de que los delegados, que serían seguramente los obreros más inteligentes de sus secciones y federaciones, no eran aptos para escribir las actas y la documentación del Congreso, se recurría a compañeros ilustrados de la localidad, extraños al Congreso, para suplir la incapacidad literaria de los delegados. Además todo trabajador que ha intervenido en la publicación de un periódico obrero sabe qué cartas llegan a las redacciones para la sección de noticias y de movimiento obrero, indescifrables por su letra y por su redacción.

Y aun ha de considerarse que si no había número suficiente para cubrir todas las plazas de funcionarios por elección, menos las habría para renovarlos cada año y que si de una vez se echaba el resto y aun se quedaba corta la satisfacción de la necesidad, ni un obrero útil quedaría para los años sucesivos, o únicamente podría contarse con los jóvenes que fueran saliendo de la escuela y se dedicaran al trabajo, o con los recién entrados en la organización con aptitud suficiente, y aun éstos tenían el inconveniente de la inexperiencia.

Falta aún examinar la llamada resistencia científica en concepto del dinero aplicado a la misma.

En el reglamento núm. 4, los artículos del 17 a 26 disponen que para hacer posible la resistencia solidaria contra el monopolio y el privilegio del capital, existe una caja colectiva de la Unión, compuesta de todas las cajas de resistencia de las secciones de oficio que las constituyen. La cuota mínima que se destina para la resistencia es de 12 y medio céntimos de peseta por semana y por federado, la cual puede aumentarse hasta 25. Si la Comisión federal aprueba la huelga, ésta se sostendrá por toda la Unión, y en caso necesario por todas las Uniones de la Federación Regional. Los huelguistas tienen derecho a un subsidio de 10 pesetas semanales por federado.

Según una circular de la Federación barcelonesa denunciando la existencia de un consejo federal intruso en la Federación española, el número de federados en España a la fecha de reunión del Congreso de Córdoba era de unos 29.000, que a 12 céntimos y medio semanales por individuo daba una cantidad relativamente insignificante.

La verdad es que la resistencia no llegó a funcionar nunca con regularidad teórica; los reglamentos no se observaron jamás por completo, y los datos presentados al Congreso de Córdoba por la Comisión federal referente a las huelgas hablan de triunfos, fracasos, aprobación y desaprobación de huelgas de una manera arbitraria, con el criterio de la conveniencia y del éxito, no como quien tiene una norma de conducta trazada en la letra de uno de su reglamento.

Por ejemplo: leemos en la Memoria antes citada:

Enterados de la situación de los forjadores de San Martín de Provensals, se acordó remitir una circular a todas las secciones de obreros en hierro, invitándolas a que hicieran todo lo posible para cooperar solidariamente al triunfo de aquellos compañeros, que luchan con tanta energía contra el burgués Girona.

La aprobación de esa huelga provenía del sentimiento, no del procedimiento reglamentario.

Las huelgas hechas según reglamento se sostenían enérgicamente. Tan sólo la Unión manufacturera sostenía 850 huelguistas, más 400 se habían declarado en huelga sin haber cumplido lo que previenen los Estatutos, y sin embargo, muchísimas Secciones cooperaban solidariamente a su triunfo.

En otra comunicación del mismo Consejo al Congreso de la Unión de los trabajadores del Campo, se lee:

Las huelgas, medio de que os habéis de valer, ya para mejorar vuestra situación, ya para que sirvan de propaganda, conviene que no las hagáis al acaso sino después de un determinado examen, procurando poneros en condiciones de reclamar, sin cuya garantía es inevitable vuestra derrota y el triunfo de los burgueses será un hecho. Para obrar con acuerdo en estos casos que exigen el apoyo de todos los afiliados a nuestra organización, es preciso que no os separéis de los Estatutos de nuestra Federación regional.

En comunicación al Congreso de la Unión de los Trabajadores en maderas finas y del mueblaje de las habitaciones, dice también el Consejo federal:

Los obreros que se emancipan de las odiosas influencias que los sujetaban a esta inicua actividad, deben ponerse en condiciones de organización, actividad e inteligencia para conseguir su fin. Esto, que sería difícil si fuérais los primeros, es de una facilidad extraordinaria hoy, que tenemos la completa organización social adoptada por el Congreso de Barcelona, reformada por la Conferencia de Valencia y ratificada y recomendada por el Congreso de Zaragoza.

A ella esperamos que os ajustaréis, tanto porque es el pacto de solidaridad entre los obreros de la Región y, por consiguiente, de toda la Asociación en general, cuanto porque es el método más práctico y conducente a la gran obra de emancipación del proletariado y destrucción del privilegio.

Como respondiendo por adaptación a lo que pudiéramos llamar el lenguaje oficial, los Congresos obreros confirmaban con sus acuerdos las teorías consignadas en los reglamentos orgánicos.

El Congreso de los Trabajadores del Campo, celebrado en Barcelona en mayo del 72, acordó:

Respecto a la resistencia al capital, todas las secciones tienen el deber ineludible de satisfacer la cuota impuesta para la formación de la Caja de resistencia, cuya caja estará siempre en poder de la respectiva Agrupación local.

La cuota que se ha destinado es la de doce y medio céntimos de peseta por semana y por socio.

Las huelgas han de ser aprobadas por el Consejo para ser apoyadas y sostenidas por todos.

Relativo a las circunstancias en las que y por las que han de tener lugar las huelgas, el Congreso aprobó que en el intermedio de un año no se verifique ninguna huelga estudiada, y que las secciones discutan este tema de una manera extensa, y den un exacto conocimiento de él a los delegados que las representen.

Idénticos acuerdos tomaron otros Congresos de Uniones celebrados en aquella época, y las mismas ideas expresaban en todos sus documentos las entidades obreras, los folletos de propaganda y los periódicos obreros.

Fue necesario el fracaso y el desengaño, grandes a la vez que dolorosos elementos de progreso, para abandonar ese método de resistencia, que no era científico, por resultar impracticable, por no haber logrado entresacar la realidad entre el enmarañado desorden de la complejidad económica del régimen actual.

A su tiempo, como veremos después, gran parte del proletariado español disolvió su organización, rompió sus reglamentos, revocó sus acuerdos y emprendió nueva vía con resolución y energía admirables, quedando únicamente los socialistas parlamentarios, que galvanizan un cadáver y han acabado por celebrar pacto con los políticos burgueses.

El asunto del Consejo general siguió su curso preponderante. Convocado el Congreso de la Haya, verificada la elección de delegados representantes de la Federación Regional española, celebrado aquel Congreso y a continuación el de Saint Imier, fue preciso anticipar la celebración regular del Congreso regional, y al efecto se convocó en Córdoba y se celebró desde el 25 diciembre hasta el 2 de enero de 1873.

He aquí los principales asuntos de la orden del día de aquel Congreso y sus correspondientes acuerdos:

Sobre el tema cuarto Revisión de la organización española, se hicieron leves modificaciones, como por ejemplo: El Consejo federal, el Consejo de agrupación local y Consejo pericial, cambiarán su nombre por el de Comisión; y otras modificaciones sin importancia.

Sobre el tema sexto. Actitud de la Federación Regional española en vista de los Congresos internacionales de la Haya y de Saint-Imier, la comisión dictaminadora presentó el dictamen titulado:

ANTECEDENTES DEL CONGRESO DE LA HAYA

Dos Congresos internacionales, los correspondientes a los años 1870 y 1871, habían dejado de celebrarse. El Consejo general, para justificar el no haber convocado el primero, alega la guerra franco-prusiana, lo cual no le disculpa a nuestro juicio.

Hemos llegado a conocimiento de que el Congreso de la Haya había sido preparado de antemano por el Consejo general. El dato más elocuente que hemos encontrado para venir a este convencimiento es la circular del Consejo general, fecha 5 de mayo de 1872, titulada, Las pretendidas escisiones de la Internacional. La composición misma del Congreso, cuya mayoría era representación de secciones irregularmente constituídas, las declaraciones del secretario general del ex Consejo general de Londres, John Hales, hechas a nuestros delegados en la Haya y que están confirmadas por la carta que el Consejo federal inglés dirigió con fecha 21 de octubre de 1872 al Consejo federal belga y por la que el mismo ha dirigido recientemente al Consejo federal español, así como por la carta que Engels dirigió a nombre del ex Consejo general de Londres al Consejo federal español, con fecha 24 de julio del corriente año, y en general por todas las reclamaciones que contra la conducta del ex Consejo general de Londres, han surgido del seno de La Internacional.

En cuanto a la constitución y procedimientos del Congreso, hemos visto que no se le puede conceptuar como representación de La Internacional, por cuanto no ha sido posible confirmar la existencia de secciones que allí se han dicho representadas. Por la manera de proceder de la mayoría de ese Congreso, rechazando toda intervención en el examen de las actas de delegados por el hecho confirmado de no haber leído y aprobado las actas de sus sesiones; por la protesta de la Federación de Ruan dirigida al Consejo federal belga, y por el manifiesto publicado en Londres por Arnaud, F. Cournet, Margueritte, Constant Martin, G. Ranvier y E. Vaillant, titulado Internacional y Revolución a propósito del Congreso de la Haya por refugiados de la Comuna, exmiembros del Consejo general de La Internacional, en el cual individuos de la mayoría de la Haya confiesan en su párrafo cuarto, página 8, que el mencionado Congreso ha sido una comedia con estas sencillas frases: sus amigos (los de La Internacional) que no han conocido el secreto de la comedia lo han llevado (al Congreso de la Haya).

Acerca de sus resoluciones encontramos que aquellas a que el Congreso ha dado mayor importancia, porque sobre ellas ha fijado especialmente su atención, son contrarias a las bases y al fin de la Internacional: el aumento de poderes que pone en manos del Consejo general la suerte, no sólo de las Federaciones regionales, sino de toda la Asociación, lo hallamos contrario al principio de libertad y de federación proclamados por La Internacional y también a la experiencia, que nos ha enseñado cuán peligrosos eran los poderes que el Congreso de Basilea puso en manos del Consejo general, por lo que lejos de aumentarse dichos poderes debían anularse.

La resolución que obliga a los internacionales a constituirse en partido político declarando que el primer deber del proletariado es la conquista del poder político, es contrario a la ancha base de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que tiene por objeto recoger en su seno de redención a todos los que sufren las injusticias de la sociedad presente, porque lejos de tender a unir los esfuerzos de todos los interesados en emanciparse, tiende a alejar y repudiar a cuantos no estuviesen conformes con el programa politico que un Consejo general o un Congreso tuviesen a bien elaborar.

Además, afirmar que el primer deber del proletario es la conquista del poder político, es declarar que el malestar social o las injusticias sociales proceden de la maldad de los gobiernos, y es negar u ocultar que tengan su origen en las instituciones de la actual sociedad, de la cual son resultado natural los poderes políticos. Fijar ese concepto como primer deber de la clase obrera, equivale a negar todos los considerandos que proceden y sirven de fundamento a los Estatutos generales de La Internacional y es separada del camino que para lograr su emancipación debe seguir, que consiste en tender a destruir todos los poderes, no a conquistarlos; pues si a conquistarlos para sí fuera, no haría más que lo que hasta el presente han hecho todas las clases privilegiadas y desconocería por completo la gran misión de realizar la justicia para sí y para toda la humanidad.

Si tal hiciera la clase obrera, pretendería y conseguiría destruir los privilegios existentes para constituirse ella misma en privilegiada; pero no destruiría todos los privilegios y faltaría a este importante lema de su bandera: No queremos el privilegio ni para nosotros mismos.

Considerando, pues, que el Congreso de la Haya tiene un vicio de origen;

Considerando que es vicioso en su constitución y en sus procedimientos;

Considerando que los acuerdos del Congreso de la Haya son nocivos y contrarios a la marcha que debe seguir el proletariado.

La Comisión propone al Congreso, rechace el Congreso de la Haya no reconociendo sus autoritarios acuerdos.

Así se aprobó.

El Congreso anti-autoritario de Saint-Imier, adoptó las siguientes resoluciones:

Pacto de amistad, solidaridad y defensa mutua

I.- Las federaciones y secciones españolas, italianas, jurasienses, francesas y americanas, así como todas las que quieran adherirse a este Pacto, tendrán entre sí comunicaciones y una correspondencia regular y directa, completamente independiente de toda vigilancia gubernamental.

II.- Cuando una de estas federaciones o secciones sea atacada en su libertad por la mayoría de un Congreso general, o por el gobierno del Consejo general creado por esta mayoría, todas las otras federaciones o secciones se proclamarán plenamente solidarias con ella.

III.- Declaran, proclamándolo muy alto, que la conclusión de este pacto tiene por objeto principal, la salvación de la gran unidad de La Internacional, que la ambición del partido autoritario ha puesto en peligro.

Naturaleza de la acción política de la clase trabajadora

El Congreso reunido en Saint-Imier, declara:

I.- Que la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado.

II.- Que toda organización de un poder político supuesto provisional y revolucionario para llegar a esta destrucción no puede ser sino un engaño más, y sería tan peligroso para el proletariado, como todos los gobiernos que existen en la actualidad.

III.- Que rechazando todo compromiso para llegar al cumplimiento de la revolución social, los proletarios de todos los países deben establecer, fuera de toda política bUrguesa, la solidaridad de la acción revolucionaria.

De la organización del trabajo

La libertad y el trabajo han de ser la base de la moral, de la fuerza, de la vida y de la riqueza de la sociedad futura.

El trabajo, si no está libremente organizado, es opresivo e improductivo para el trabajador. Por esta razón, la libre organización del trabajo, es condición indispensable de la emancipación obrera.

Mas el trabajo no puede ejercerse libremente, sin la posesión de las primeras materias y de todo el capital social. ni puede organizarse si el obrero, emancipándose de la tiranía política y económica, no adquiere el derecho de desarrollarse completamente en todas sus facultades.

Todo Estado, es decir, todo gobierno y toda administración de las masas populares, fundado necesariamente en la burocracia, en los ejércitos, en los tribunales, en el espionaje, y en el clero, jamás podrá establecer la organización social sobre el trabajo libre y la justa participación en los productos, pues por la esencia misma de su institución es tiránico e injusto.

El obrero sólo podrá emanciparse de la opresión secular sustituyendo al Estado absorbente y desmoralizador por la libre federación de todos los grupos productores fundada sobre la solidaridad.

Para llegar a este fin se necesita la organización para la resistencia. por medio de la huelga, que instruye a los obreros dándoles a conocer el abismo que separa a la burguesía del proletariado, fortifica la organización obrera y prepara a los trabajadores para la gran lucha revolucionaria y definitiva que, destruyendo todo privilegio y toda distinción de clase, dará al obrero el derecho de gozar el producto íntegro de su trabajo y como consecuencia los medios de desenvolver en la colectividad toda su fuerza intelectual, moral y material.

El Congreso aprobó por unanimidad el dictamen de la Comisión, contrario al Congreso de la Haya, y favorable al de Saint-Imier.

La escisión de que me ocupo en otro lugar y que había causado mi separación del Consejo Federal, residente en Valencia, repercutió también en el Congreso de Córdoba.

En la Memoria del Consejo federal se lee:

El 16 de julio, en vista de una comunicación firmada por V. Pagés, en la que daba cuenta de haberse constituído una Nueva federación madrileña ...

Siguen unos considerando apoyados en varios artículos reglamentarios y el acuerdo de la Comisión federal negando su admisión en la Federación Regional y devolviendo las cotizaciones de los nueve individuos que componían aquella federación irregular.

Sobre este asunto se presentó un extenso dictamen favorable a la negativa pronunciada por el Consejo federal, y de ahí partió lo que pudiéramos denominar la bifurcación oficial de las dos ramas del socialismo en España; una originaria del partido obrero y una organización obrera denominada Unión General de Trabajadores, todo ello bajo la dirección de una jefatura personal, entidades ambas a las que siempre fuí extraño, y otra constitutiva de las sociedades obreras progresivas, las que han aceptado el criterio de la huelga revolucionaria, de que trataré después, y de los grupos de propaganda y de acción revolucionaria, en la que he militado constantemente.

Llegado a este punto de mi trabajo, recibo La Aurora Social, órgano sindicalista de la Federación de sociedades obreras de Zaragoza, de fecha 21 de mayo de 1910, que inserta un trabajo titulado La Acción Sindical, original de mi amigo y compañero José Prat, oportunísimo para mi asunto; de tal modo, que saltando sobre la cronología, base respetabilísima de toda narración, juzgo conveniente dar un salto de más de treinta años, para presentar algunas útiles consideraciones que dan perfecta idea de los efectos de aquella bifurcación. Sin perjuicio, por supuesto, de lo que en su tiempo y lugar haya de consignarse, léanse los siguientes párrafos:

En España, como un poco o un mucho en los demás países, la gran corriente sindicalista obrera, se divide en dos ramas: la Unión General de los Trabajadores y la Confederación Regional Obrera.

En la primera, militan preferentemente los socialistas de Estado. En la segunda dominan preferentemente las tendencias socialistas. En ambas hay republicanos e indiferentes.

Recientemente se ha lanzado la idea de la conveniencia de fusionar ambas corrientes. Me parece prematuro y algún tanto imposible. Hasta dudo de su conveniencia. Observo, tal vez me equivoque, y desearía equivocarme, que ambas corrientes mejor tienden a separarse que a unirse. Es un hecho contra el cual no valen los buenos deseos de unos cuantos individuos. Diré por qué.

La táctica de ambas es totalmente diferente, y arranca naturalmente, de una apreciación diferente del ideal que debe perseguir la clase obrera.

Según recientes manifestaciones orales del jefe del partido socialista español, la U. G. de T. está enfeudada a dicho partido, sirve sus inspiraciones supedita la acción económica a la acción política, y tanto es así, que acepta la fórmula de conjunción republicano.socialista, impuesta por las conveniencias electorales del presente momento.

La C. R. O. no acepta esta supeditación económica a la política. De sus estatutos la acción política queda descartada. No quiere, en sus luchas contra la clase patronal, la intermediación de ningún partido, ni político ni apolítico. Su acción es directa.

Como se ve, la diferencia es fundamental.

¿De qué modo ambas corrientes exteriorizan su respectiva táctica?

Aquí llegado, dejaré la palabra a un semanario socialista, para que no se me tache de sectario.

En su número del 2 de abril, decía Justicia Social, de Reus:

En nuestro sentir, la U. G. de T. se mueve poco, hace poca propaganda, tiende demasiado al quietismo y está, más de hecho que de derecho, excesivamente centralizada.

Se comprende. Es una consecuencia lógica de su supeditación a un partido político. Teniendo éste más interés en desarrollar la acción política que la acción económica, y estando jerarquizado, el quietismo se impone y su centralización ahoga las iniciativas de los componentes del grupo sindical.

Contra este quietismo, centralización y supeditación reaccionan presentemente en Francia y en Italia los mismos socialistas autoritarios partidarios de un sindicalismo autónomo.

Coinciden, como hemos visto en números anteriores, con los socialistas-anarquistas. Bajo esta base de sindicalismo autónomo unos y otros podrían todavía entenderse; ¿pero la aceptarían los jefes del partido socialista? Lo dudo; sería su muerte política.

Y agrega el semanario socialista:

Por otra parte, la C. R. O., que se mueve algo, que hace un poco de propaganda, que quiere agitarse y que no está cohibida por un excesivo centralismo, carece de espíritu práctico y organizador, y se deja guiar, con mucha más fuerza que la Unión General de Trabajadores, por el espíritu de secta.

Esto último es discutible. El semanario socialista llama espíritu de secta a las tendencias anarquistas de la C. R. O. Pero no advierte que esta misma libertad de movimientos que le reconoce, anula este sectarismo. No es sectario el individuo o el grupo que se pone en condiciones de poder actuar en todas las direcciones que tenga por conveniente. En cambio este sectarismo se advierte perfectamente en la supeditación de la U. G. de T. Esta queda esclava de una dirección ajena.

Me parece que ambas tácticas son irreconciliables sin una previa rectificación, de una o de ambas partes.

La rectificación tendrá que venir de una experimentación de la táctica, de una larga observación sobre las ventajas y desVentajas, y por ahora, en el extranjero sobre todo, el experimento no les es favorable a los socialistas de Estado. La masa obrera comienza a darse cuenta de que la acción política le ha dificultado y dificulta el camino.

Y como nadie escarmienta en cabeza ajena, por esto considero prematura la apuntada idea de fusión. Hay que dar tiempo a la obra del tiempo.

Con relación al movimiento sindical, los socialistas anarquistas creemos pisar terreno firme. Ni jefaturas ni acción política. Ahora, como antes, nos afirmamos en esto. Y esperamos. Se podría o no lamentar, por parte de nuestros adversarios políticos, la influencia de nuestras individuales predicaciones en el seno de la masa sindical, predicaciones a las que tenemos perfecto derecho. No constituyendo nosotros un partido semejante a los demás, nadie puede sostener en serio, que imponemos nuestros métodos de lucha a los obreros. ¿De dónde saldría la imposición, si nadie ni a nadie hemos autorizado para dirigir y mandar en casa propia ni en casa ajena, mucho menos? No pedimos más a nuestros adversarios políticos que confiesan que realmente tienen por feudo de su partido el campo societario.

Ya se encargará el mismo desarrollo de la acción sindical de rectificar las actuales deficiencias del movimiento obrero, auxiliado por la crítica de las escuelas socialistas.

Experimentalmente los obreros verán lo que les separa y lo que les une, lo que les aisla y lo que les da fuerza, lo que dificulta y favorece su marcha, y el contenido ideológico, el ideal, surgirá de esta observación de los hechos, cada vez más claro, cada día más preciso, más puro, señalando con mayor fijeza dónde y en qué consiste la verdadera e integral emancipación proletataria: la supresión de la propiedad privada y su defensor, el principio de autoridad.

Sobre el tema 9° conclusiones a los dictámenes presentados en el segundo Congreso sobre los medios de transformar la propiedad para conformarla con la justicia recayeron los acuerdos mencionados a continuación del dictamen sobre la Propiedad presentado al Congreso de Zaragoza.

Sobre el tema agregado a la orden del día:

El Congreso dictaminará en vista de los datos que le proporcione el Consejo federal respecto al movimiento general de las Uniones, sobre la necesidad de regirse todas las Uniones por los estatutos aprobados por los Congresos y sobre el medio de preparar y organizar las huelgas, se aprobó el siguiente dictámen y proposición:

Habiendo estudiado detenidamente los datos presentados por el Congreso federal y las memorias remitidas por los Consejos de las Uniones, y vistos los acuerdos radicales adoptados por este Congreso, recomendamos que toda sección adherida a una de sus Uniones, debe procurarse esté en La Internacional y se rija por los estatutos regionales.

La comisión reconoce la necesidad que hay de mantener estrictamente los acuerdos tomados por el Congreso, una vez sean aprobados.

En vista de la necesidad de que nuestra propaganda se extienda por toda la Región Española;

Considerando que en muchas localidades no tienen conocimiento de nuestras Uniones ni de nuestros estatutos.

La comisión propone:

1° Que la Comisión federal, consejos locales, de Uniones y periciales, inviten a todas las secciones de la Región Española, vengan a formar parte de nuestras Uniones para practicar la más perfecta solidaridad obrera consignada en los reglamentos típicos, tan necesaria para ponernos en condiciones para realizar la liquidación social.

2° Las Uniones procurarán regirse por el reglamento número 4, especialmente en los artículos que tratan del objeto revolucionario y del afianzamiento de la solidaridad obrera.

3° Que para la regularización, dirección, estudio y triunfo completo de las huelgas, su preparación y organización, queden encargados los Consejos de las Uniones y periciales, de común acuerdo con la Comisión federal, para los efectos de solidaridad.

De este modo se logrará salvar y hacer más grandes las uniones y allegarse a nuestro lado más fácilmente a todos los obreros que, por su indiferencia, aun no son internacionales.

Como se ve, a pesar de la bifurcación del socialismo español, o, por mejor decir, de la agrupación de los socialistas españoles, la preocupación de la huelga científica, la calculada, preparada, expedienteada, aprobada y remunerada, persistía aun.

Hasta aquel momento, lo úníco positívo y progresivo era la división, lo qoe generalmente se lamenta cuando predomina demasiado la creencia de que la unión hace la fuerza. Con la división se produjo una orientación diferente para cada fracción; una, pretendió hacerse estacionaria, creyendo practicar la virtud de la consecuencia, y como el estacionamiento no es posible, porque la vida es movimiento, se hizo reaccionaria y regresiva; otra se inclinó forzosamente a deducir consecuencias de los principios admitidos, y lógicamente se hizo progresiva.

Una vez mlis se hizo patente que las resoluciones que adoptan los hombres y que creen producto de su libre albedrío, son determinadas por circunstancias que impulsan su voluntad; y cuando más alardean de libertad, están, por el contrario, mas supeditados a las circunstancias y al medio.

En la Memoria del Consejo federal al Congreso de Córdoba, se lee:

En la sesión celebrada el día 20 de junio, el compañero Lorenzo presentó su dimisión en los siguientes términos:

No siéndome posible continuar desempeñando el cargo con que fuí honrado por el Congreso de Zaragoza, me veo, con sentimiento, en la necesidad de renunciarle, rogándoos encarecidamente admitáis la presente dimisión.

Salud.
Anselmo Lorenzo
Valencia, 20 de junio de 1872.

En nuestra circular del 22 de junio, manifestábamos a todos los federados de la Región, que no había sido posible convencer al citado compañero, para que retirase su dimisión, y no deseando atentar a su libertad, le fue admitida.

En dicha circular consignábamos estar satisfechos de la conducta observada por el compañero Lorenzo, durante el desempeño de su cargo, como asimismo él lo estaba de todos los individuos de este Consejo.

Consigno este recuerdo con tristeza. En aquella dimisión no sólo había el choque contra un obstáculo insuperable, sino también el sentimiento de haber de plegarme a un convencionalismo y ser objeto de convencionalismo análogo por parte de aquellos compañeros de quienes me separaba; porque la verdad era que ni ellos estaban satisfechos de mi, ni yo dé ellos; uno y otros nos habíamos sometido a una especie de homogeneidad política, a una falsedad, que nos separaba del objeto principal que constituía nuestra misión. No éramos mandatarios de una organización obrera que procediera verdadera y rigurosamente de abajo arriba, sino de unos teóricos de entendimiento superior que imponían sus teorías desde la cúspide de su superioridad, de origen privilegiado, y que era seguida por acatamiento a una moda radical. Marx y sus sectarios, Bakunin y los suyos, los de La Emancipación, por una parte, y los de la Alianza y el Consejo federal por otra, no reconocían, por más que lo proclamaran constantemente, que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos, sino que obraban como si los trabajadores, como menores incapacitados, hubieran de ser emancipados involutariamente, sin sentir previo deseo.

El Consejo federal, a la manera de un cuerpo ejecutivo político, necesitaba unidad de criterio y de acción, y yo, si no como contradictor, a lo menos como sospechoso, interrumpía la unidad gubernativa del Consejo.

Si la ingenua franqueza hubiera sido posible; si mis compañeros hubieran dicho lo que pensaban de mí y yo lo que pensaba de ellos, hubiera sido tanto como declarar que la Asociación Internacional de los Trabajadores no existía aun, y que aquella agrupación obrera tan esplendorosa y potente al parecer, en aquellos momentos, que alentaba las esperanzas de los desheredados y suscitaba el miedo de los' privilegiados, carecía de existencia, era una ficción sin base positiva.

Los compañeros de quienes me separaba, jóvenes entusiastas, tenían fe en las teorías que aceptaban; también yo tenía esa fe, pero necesitaba que de la misma participaran los trabajadores que entraban a formar parte de la organización y que se extendiera al proletariado en general. No me bastaba un credo; necesitaba un programa en cuya realización concordara la totalidad del conocimiento, de la energía y de la voluntad de cada uno de los individuos que integraban la totalidad del pueblo trabajador.

Necesitaba lo imposible; bien lo comprendía. Los trabajadores eran lo que les permitía ser la herencia y el medio en que vivían. Sus sufrimientos, lo mismo que sus esperanzas, se aceptaban y se concebían como consecuencia de sus creencias en la fatalidad y en la arbitrariedad de un ser omnipotente. En una frase terriblemente fatalista se expresaba y se expresa aún la condición del trabajador: el que nace para ochavo ...; es decir, se nace para ocupar determinado lugar en la sociedad y el pobre lo será siempre.

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