Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO TERCERO

CONGRESO DE BARCELONA
Resistencia

DICTAMEN DE LA COMISIÓN SOBRE EL TEMA DE LA RESISTENCIA

Observando las bases fundamentales sobre que descansa la presente organización social, vemos que no son otras que la desigualdad, el privilegio, la usurpación; en una palabra, la injusticia.

El Progreso, en su marcha, unas veces apresurada, lenta otras, pero siempre continua, nos ha dado el completo conocimiento de nuestra personalidad, demostrándonos que los hombres son iguales ante las leyes de la naturaleza; iguales en absoluto en sus derechos, y como consecuencia lógica e inevitable absolutamente iguales en deberes.

Abramos ese gran libro social que se llama organización, donde se hallan inscritos cual en un libro de caja el debe y el haber de los derechos y deberes sociales, y veremos que justamente los individuos inscritos en el primero se hallan ausentes en el segundo.

Precisamente aquellos que continuamente cumplen con sus deberes son los que no tienen ningún derecho, lo cual prueba la usurpación que una parte de la sociedad hace a la otra; pero el mal no termina aquí; lo que más hace imposlble la continuación de la sociedad actual en su organismo, es que no solo esa parte de la sociedad no goza de sus derechos, sino que además del cumplimiento de sus deberes, pesa sobre ella el cumplimiento de los deberes de los demas. Bajo el punto de vista de la Justicia, que es donde debemos mirar siempre las cuestiones sociales, probado está que las leyes que guían la actua sociedad son injustas.

Estudiemos la presente organización social en sus instituciones, y al examinar la familia, la religión y el Estado, y las que de estas tres se derivan, nos explicaremos ese malestar continuo, esa inseguridad permanente del mañana, esa abstracción de los sentimientos naturales, esa negación de la dignidad humana, es falta completa de libertad, esa fraternidad mentira, y por último la desigualdad más completa imperando por doquiera y siendo el principio que normaliza y regula la conducta de la sociedad en su organización de hoy. Si la familia, si la religión, si el Estado que constituyen el tripode sobre que se mueve esta mascarada universal que llamamos sociedad, son falsas, son mentira, son injustas, ¿podrán ser nobles, podrán ser verdaderas, podrán ser justas las que no son otra cosa que consecuencias derivadas de éstas, formando todas juntas el fárrago inmundo de sarcasmós lanzados contra la humanidad misma que se llaman leyes?

De ese cúmulo de injusticias nace la zozobra general que sentimos y de la que principiamos a darnos cuenta. De ahí proviene esta necesidad permanente de revoluciones en dirección opuesta y sentidos contrarios. He ahí el germen que da la vida a ese tropel de ideas que las unas tienden a conservar este estado de cosas, y con él el privilegio vinculado en la clase media, y las otras, que principiando a conocer las causas que producen el orden actual luchan y se afanan por la Revolución cuyo fin sea la existencia vigorosa de la Justicia. Las primeras tienen por armas ofensivas, en principio, la fuerza bruta, la ciencia sofisticada y el capital con todos los privilegios existentes que son sus atributos esenciales, según la organización que pesa sobre la gran masa social; y como armas defensivas, las leyes y la ignorancia del mártir de la sociedad actual, el proletariado, no teniendo éste a su vez otra arma ofensiva ni defensiva que el trabajo.

Audaces y osados los favorecidos del privilegio, quieren hacernos creer qoe sus fuerzas son superiores a las nuestras. Luchan y se afanan por convencernos del derecho y del poderío del capital y de la debilidad y los deberes del trabajo; pero los que hemos visto y vemos continuamente a esas clases obscureciendo la verdad con el sofisma, la razón con la fe, la igualdad con el privilegio, vemos también que con cinismo y descaro intentan apagar el rayo de luz que en nuestra mente empieza a brillar con la ciencia que la sociedad ha vinculado en esas clases colocándola enfrente de nuestra forzada ignorancia; pero convencidos de la existencia de estas intenciones, debemos examinar por nosotros mismos la cuestión, y resolver sin tener en cuenta para nada los habilidosos sofistas que, vestidos con disfraz de razón, nos oponen sin cesar. Ahora bien, de nuestro detenido examen deducimos, que la fuerza bruta, puesta a disposición de nuestros enemigos, sale del seno de las masas, del trabajador; que la ciencia, a la cual tenemos el mismo derecho que ellos, pero derecho que la sociedad nos niega, quedaría reducida a simple teoría sin el inmediato concurso del trabajo. El capital no existiría, no existe, ni existirá si el trabajo no lo hubiera creado, puesto que aquél no es más que una simple consecuencia de éste y un agente secundario cuyo objeto es únicamente facilitar las relaciones sociales del trabajo. Las leyes todas, hechas no sólo sin nuestro concurso, sino también sin nuestra conformidad, siendo como son injustas, ni debemos respetarlas ni las respetaremos, puesto que no debiendo ser éstas más que un contrato social en el que intervengan la participación y conformidad de todos los individuos en ellas interesados, y siendo la clase trabajadora la que más directamente se halla interesada en ella y perjudicada, y de la que se ha hecho abstracción completa al hacer esas leyes, estamos relevados del compromiso de respetarlas. Ahora bien, si las armas de nuestros enemigos las tenemos nosotros, puesto que tenemos el trabajo, fuente de todo poder y fuerza, las leyes son una farsa a la que no hemos accedido, ¿qué resta a nuestros enemigos para sostenerse en la posición crítica en que verdaderamente se hallan? La ignorancia que sobre nosotros pesa. ¿Debemos esperar que ellos despejen las tinieblas de nuestra ignorancia con la resplandeciente luz de la ciencia? No; pues bien claro debemos ver que cuando el fanatismo religioso se derrumba a merced de los poderosos golpes de la razón, tratan de sustituír esa cadena que sujeta nuestro pensamiento con el fanatismo político. Convencidos de la necesidad de que nuestra emancipación sea nuestra propia obra, convencidos igualmente de que necesitamos luchar para ir descargando de nosotros la pesada explotación que nos hace víctimas, único medio por el cual conseguiremos obtener recursos y tiempo para instruirnos, creemos que la resistencia es indispensable, es necesaria y es el único medio radical y directo que nos conducirá a nuestro objeto. Con la resistencia será como iremos consiguiendo tanto más brevemente cuanto mejor organización tenga ésta, el ponernos en condiciones intelectuales y materiales para luchar con las clases privilegiadas.

En cuanto a su organización presentamos la necesidad de la creación de cajas, y siendo principalmente el objeto de la Comisión estudiar la resistencia en principio, dejando a la Comisión de organización social el estudio y resolución para la fundación de éstas, no pasaremos más que a exponer brevemente nuestro parecer en esta cuestión. La comisión cree que las cajas deberán formarse en las secciones de oficio y éstas federadas por localidades; una vez verificada esta federación se pasará a la de todos los diferentes oficios de las localidades, concluyendo las cajas de resistencia de la sección de lengua española por unirse solidariamente con todas las de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Por estas razones la Comisión propone al Congreso tome la siguiente resolución:

Artículo único. El Congreso Obrero de lengua española, considerando que la lucha contra el capital se hace una necesidad para conseguir la completa emancipación de las clases trabajadoras y que para esta lucha es necesario ponerse en condiciones económicas, declara que las cajas de resistencia son una necesidad y un gran elemento para alcanzar el objeto a que aspira la gran Asociación Internacional de los Trabajadores.

Marcáronse en este Congreso cuatro tendencias claramente definidas:

1° La idealista revolucionaria, que negando capacidad para el bien a las instituciones causantes del mal social, lo mismo que a las ideas que les sirven de fundamento, iba directamente a la renovación de la sociedad, partiendo del concepto racional del individuo.

2° La positiva, que pretendía sacar partido de las circunstancias con criterio puramente utilitario, sin importarle gran cosa el porvenir de la sociedad humana, aunque por bien parecer hacía oportunamente declaraciones revolucionarias a plazos remotísimos.

3° La política, que hacia concesiones revolucionarias a los trabajadores a título de satisfacer sus preocupaciones emancipadoras, pero imponiendo sobre todo la democracia y la Republica.

4° La societaria que, entusiasta y apasionada por las sociedades constituidas, mirando con desconfianza las novedades de organización obrera, tenía escaso entusiasmo por los grandes ideales.

Cada tendencia tuvo sus hombres que la caracterizaron con arreglo a sus pasiones y a su peculiar modo de ser, figurando en primer término la mayoría, entre la que nos contábamos todos los directamente dedicados a la implantación de La Internacional. Los positivistas eran capitaneados por Roca y Galés, tejedor de Barcelona, muy versado en los estudios económicos, convencido de su infalible suficiencia y más dispuesto a vender sabiduría a los burgueses que a darla de balde y con sacrificios por añadidura a los trabajadores, como necesariamente ha de hacer el que ama la verdad por la verdad misma. Los políticos tuvieron dos jefes, incompatibles por carácter y por tendencia: uno era Robau Donadeu, que no reparó en hacer todo género de concesiones a la mayoría con tal que se le diese el gusto, que no pudo conseguir, de que el Congreso adorase la República federal; el otro era Roca y Galés, demócrata ante todo por el momento, reconociendo que la anarquía sería el resultado de una obra de siglos y siglos de que gozaría la humanidad en las postrimerías de su existencia. Los societarios determinaron poco su personalidad, referían con fastidiosa pesadez sus aventuras, sus fracasos, sus esperanzas y no entendían palabra de las nuevas ideas ni de las viejas en lucha y contraste, porque para ellos todo lo que no fuera tener trabajo seguro, buen jornal y el pan barato, era hablar de la mar.

Contra el dictamen sobre la Resistencia y la exposición que en su defensa hizo Borrel, levantóse Roca y Galés, y sus primeras palabras fueron una ofensa hija de la soberbia. Si no buscamos otros medios diferentes de los que en el dictamen se proponen, cuando queramos llevar la resistencia al punto que muchos ideólogos suponen, habremos sido víctimas de la miseria o de los cañones; principalmente de la miseria, porque hay hombres que, llegado el caso, serán cobardes. Hay quienes desean la mejora completa del proletariado, pero el medio que proponen para lograrla sólo conduce a los gobiernos personales, a las dictaduras, a dar armas y poder a un Prim o a un Napoleón.

Contestada la ofensa digna y mesuradamente por Borrel, mantúvose la discusión elevada y seria por mayoría y minoría, siendo aprobado el dictamen por gran mayoría de votos.

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