Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO

CONGRESO DE BARCELONA
Convocatoria

Estábamos en pleno apogeo: habíamos lanzado un manifiesto que fue regularmente acogido; teníamos un periódico que nos proclamaba miembros de La Internacional; habíamos reñido batallas con los economistas burgueses y contrarrestábamos cerca de los trabajadores la influencia de los republicanos; nuestro número había aumentado hasta sernos posible alquilar un gran local en la calle de las Tabernillas; cada dificultad fue para nosotros ocasión de un triunfo, y no hubo deseo que no fuera seguido de realización. Con todo eso en nuestra hoja de servicios, y pensando que pararse es perecer, nos echamos a buscar en qué emplearíamos aquel hormigueo de actividad que nos bullía en la masa de la sangre. Mora dió con la idea.

- Necesitamos celebrar un Congreso, dijo.

- ¡Un Congreso! repetimos. Yo no puedo saber lo que sentirían mis amigos presentes; por mi parte puedo asegurar que sentí escalofríos, se me enturbiaron los ojos con un golpe de agua y la voz se me anudó en la garganta, cosa que por lo visto es la manera fisiológica con que sobre mi pobre persona obra el entusiasmo, según recuerdo que me ha sucedido otras veces que he sentido entusiasmos de esa clase. Y no era para menos, porque con aquella imaginación que destruye las distancias, agolpa multitudes, aplana las montañas, ilumina los abismos y embellece cuanto abarca, ví una asamblea ante la cual era niño de teta comparado con un gigante aquella de que trata Volney en sus famosas Ruinas de Palmira.

Formulada la idea, su ejecución le seguía lo más cerca posible. Pocos días después se leía en lugar preferente en La Solidaridad:

A LOS OBREROS ESPAÑOLES

Compañeros: En la Asamblea general celebrada el 14 de Febrero de 1870, se aprobó por unanimidad la siguiente proposición:

Considerando que las numerosas adhesiones recibidas de provincias, hacen concebir la grata esperanza de que muy en breve se extenderá la Asociación InternacIOnal de los Trabajadores por toda Espana, siendo esta la señal de la pronta y segura emancipación de la clase trabajadora; que este mismo incremento, bueno bajo tantos conceptos, es causa de que el Comité central provisional de España en Madrid se encuentre agobiado por un trabajo superior a sus fuerzas; que debiendo en lo posible tender a que sea igual el desarrollo de todas las secciones internacionales, es precisa la federación de las mismas, bajo las bases que ellas establezcan: teniendo en cuenta estas razones, pedimos a la asamblea apruebe la siguiente proposición:

1° Se invita a todas las sociedades de trabajadores, constituídas o en proyecto, adheridas o no a La Internacional, pero que estén conformes con sus Estatutos generales, a la celebración de un Congreso obrero nacional.

2° El Congreso tendrá lugar en Madrid el primer domingo de Mayo del año actual en el Círculo de La Internacional.

3° Cada sociedad podrá mandar un delegado por cada 500 miembros de que se componga, elegido por mayoría de votos en asamblea general. Si una sociedad no contase 500 miembros en su seno, podrá mandar un delegado, cualquiera que sea su número.

Dos días antes de la celebración del Congreso se constituirá un Comité para recoger los nombres y mandatos de los delegados, etc.

Seguía el orden del día y una excitación apremiante dirigida a los trabajadores para que comprendieran bien la importancia del asunto y le dedicaran activa y entusiasta cooperación.

Los amigos de Barcelona se apresuraron a hacernos observar por carta y en términos cariñosos que habíamos cometido una ligereza; que un congreso obrero en Madrid habría de resultar un fiasco en razón a que no existían sociedades en el centro de España y que las catalanas no podrían concurrir por lo costoso que les resultaría.

Por eso, al reproducir en La Federación la convocatoria antes citada, después de algunas frases de aprobación, le pusieron la siguiente coletilla:

Creemos, no obstante, que la fijación del lugar donde ha de celebrarse este Congreso, debería acordarse definitivamente después de haber dado su parecer los centros federales o agrupaciones obreras que hay en la península, para hacer de modo que produzca todos los notables resultados que ha de producir este Congreso obrero, al que debemos cooperar todos con todas nuestras fuerzas.

El resultado fue inmediato. En La Solidaridad se publicó el siguiente aviso:

IMPORTANTE

En la asamblea general verificada el 13 de Marzo de 1870 por la Sección internacional de Madrid se acordó, teniendo en cuenta las justas observaciones de los Centros federales de las sociedades obreras de Barcelona y Baleares, revocar el acuerdo tomado por la misma que designa a Madrid como punto de reunión del Congreso Obrero nacional que debe verificarse el primer domingo de Mayo próximo.

En su consecuencia, se invita a todas las asociaciones obreras a que emitan su voto respecto al punto donde deba verificarse dicho Congreso.

Al efecto remitirán su voto a los periódicos obreros: La Federación, de Barcelona; El Obrero, de Palma de Mallorca, y La Solidaridad, de Madrid.

El resultado de aquella votación fue el que debía ser, quedó designada Barcelona para la celebración del Congreso, y su fecha el 19 de Junio.

La idea del Congreso en abstracto y en conjunto nos dominaba por completo, y no cuidándonos de descender a ciertos detalles, ni aun a los más importantes, ni siquiera habíamos fijado nuestra atención en quiénes y cuántos habrían de ser los delegados.

Por mi parte puedo asegurar que tan lejos me hallaba de toda ambición y hasta del más insignificante utilitarismo, que si se me hubiese consultado antes de la elección si aceptaría o no la delegación me hubiera avergonzado de fijar la atención de quien quiera que fuese para tal objeto, pensando con sencilla y natural modestia que cualquiera sería más indicado que yo.

La asamblea convocada para el nombramiento de delegación fue, pues, bien libre y hallóse exenta como pocas de todo género de sugestión, imponiéndose únicamente los méritos, los antecedentes y las aptitudes individuales.

Correspondiendo cuatro delegados al número de dos mil y pico de socios de que constaba la sección, casi por unanimidad, salvo algún nombre aislado que obtuvo escasos votos, fueron nombrados Tomás González Morago, Francisco Mora, Enrique Borrel y Anselmo Lorenzo.

Acto de buen sentido a la par que de justicia resultó esta elección, puesto que la candidatura votada se componía de los que con su inteligencia, su constancia y su actividad habían comprendido el pensamiento dominante en La Internacional y lo habían difundido, sostenido y adaptado con su iniciativa al modo de ser de los trabajadores españoles, y a los maestros en el saber y en el obrar correspondía de hecho, no ya la representación de los trabajadores iniciados y constituídos, sino la continuación de la obra en límites más extensos. Creyóse que los que tanto habían conseguido en la localidad se mantendrían a la misma altura respecto de la nación.

Por causa individual justificada no asistí a la asamblea de la elección; pero supe la noticia por la noche en el Café Imperial, donde recibí las felicitaciones de los compañeros y experimenté la sorpresa propia de mi ingenua sencillez y las sensaciones consiguientes a distinción tan honrosa y a mi manera peculiar de sentir.

En nuestra entusiasta impremeditación no habíamos contado con la huéspeda: el viaje a Barcelona, la estancia allá y la equivalencia de nuestro jornal para sustento de nuestras familias durante nuestra ausencia subía a una cantidad respetable, y lo cierto era que no había de donde echar mano: los ingresos de la sección y los gastos de local, periódico y otros nos hacían andar escasísimos; por tanto la situación era apurada y corríamos inminente riesgo de, siendo los iniciadores del Congreso, quedarnos con nuestro nombramiento de delegado en el bolsillo; pero las iniciativas de unos, la generosidad de otros y la alegre grandiosidad de todos eran fuerzas capaces de trasladar montañas, cuanto más de vencer dificultades pecuniarias de semejante cuantía. ¡De otro modo andarían los asuntos obreros si aquella situación moral hubiese progresado debidamente en extensión e intensidad!

Una noche, mejor diré, una madrugada, que nos retirábamos del Centro de la calle de las Tabernillas después de dejar corrientes las pruebas de La Solidaridad, íbamos los cuatro delegados y algunos otros compañeros discutiendo sobre el tema de los recursos para la representación al Congreso, cuando al llegar a la calle Mayor, a la entrada de la de Bordadores, por donde habiamos de pasar, puesto que todos vivíamos en la parte Norte de la población, se nos ocurrió sentarnos en medio de la calle para ver si aquel reposo y aquella soledad nos inspiraban. En efecto, la inspiración acudió al conjuro: uno apuntó la idea de la conveniencia de escribir a los compañeros de Barcelona, dándoles cuenta de nuestros apuros, y aunque otro objetó que parecería mal que habiendo tomado nosotros la iniciativa de la celebración del Congreso resultásemos tan pobres que ningún delegado siquiera podíamos enviar, y otros repitieron tímidamente la misma pesimista observación, otro replicó que lo único malo que podía suceder era que la Sección Internacional de Madrid, la verdaderamente internacional, la que recibió la inspiración directa de Fanelli, dejase el campo libre al societarismo enervante, a la sugestión cooperativa y a las preocupaciones y resabios políticos. Si nosotros no tenemos dinero es probable que los buenos compañeros de Barcelona lo tengan, y si juzgan necesario nuestro concurso para el buen éxito del Congreso, no se les ocurrirá ser mezquinos a última hora. Todos dimos nuestro asentimiento y quedó aprobado, y nos disponíamos a retirarnos cuando se acercó el sereno a meter su partícula de autoridad en aquella especie de oasis de libertad.

- ¿Qué se hace aquí? -preguntó.

- Tomar el fresco, respondimos, y nos retiramos tranquilos y confiados.

El recurso dió fruto al primer intento. Una carta aceptando nuestra indicación y una letra de 200 pesetas por primera providencia fue la contestación de Barcelona, y como el tiempo apremiaba al día siguiente emprendimos la marcha.

Inmensa alegría, grandes esperanzas, casi mística veneración a la idea que nos animaba y a la misión de que nos considerábamos encargados, tales eran los pensamientos y sentimientos que nos animaban al traspasar por primera vez en nuestra vida los límites del horizonte madrileño. Jamás conquistador triunfante tuvo sensaciones análogas a las nuestras a la vista sucesiva de nuevos panoramas, porque si como expresión suma de la soberbia de uno de ellos pudo decir el poeta

vase ensanchando Castilla
al trote de mi caballo

nosotros creíamos borrar fronteras, confundir clases, destruir privilegios e ir ganando para la justicia aquellas tierras que se deslizaban rápidamente ante nosotros.

Puso el colmo a nuestra alegría la recepción cariñosa que nos hicieron los compañeros de Barcelona. Abrazos, apretones de mano, frases rebosantes de fraternidad y entusiasmo, y por parte de todos un sentimentalismo dispuesto a conceder el valor de oro puro aun a lo que no excediese del que ordinariamente puedan tener los cumplidos convencionales; todo abundaba en aquella estación de la línea de Zaragoza a nuestra llegada a la ciudad sede del primer Congreso obrero español.

Desde la estación fuimos acompañados por numeroso séquito de trabajadores al Ateneo Obrero, situado en la calle de Mercaders, a la sazón lleno de buenos compañeros que nos saludaron cordialmente.

Allí estaba Rafael Farga y Pellicer, iluminando aquella secretaría con el brillo de su mirada, alegrándola con la candidez de su sonrisa, animándolo todo con su inteligente y constante actividad.

Quien como nosotros a la sazón conociera a Farga únicamente por la correspondencia y por los efectos del prestigio que había llegado a adquirir, necesariamente había de sufrir un desengaño al verle: aquel incesante trabajo de organización y la pureza de criterio con que exponía y conservaba el ideal revolucionario, parece que se hallaba en desacuerdo con aquel tipo en que dominaba la gracia infantil, cierta elegancia artística espontánea y la amabilidad y la bondad más seductoras. Era de estatura regular, cuerpo bien conformado, rostro sonrosado, barba y cabellos rubios, voz bien entonada y dispuesta a las modulaciones necesarías para expresar bien cuanto pensaba y sentía y un lenguaje original, sobre todo cuando hablaba castellano, en que abundaban los neologismos que inventaba con suma facilidad y propiedad para caracterizar mejor lo que quería expresar. Un fuerte abrazo selló nuestra amistad y confraternidad en la idea.

Con Farga, y formando aquel grupo de la Alianza de la Democracia Socialista que tenía clara videncia del ideal y conocimiento perfecto de las fuerzas y de los medios de que había que echar mano, formando así un conjunto en que se harmonizaba lo presente y lo futuro, se hallaban Herrán, Soriano, Sentiñón, Viñas, Rius, Hugas y Menéndez, no todos consecuentes luego con sus principios, pero a quienes, por la obra entonces realizada, debe el proletariado español la gloria de haber fijado el ideal, el objetivo positivo de modo tal que permanece fijo e invariable y síempre a la altura de cuanto más racional y más radical han alcanzado los trabajadores de otros países.

En la sesión preparatoria celebrada en el Ateneo la noche del 18 de Junio se aprobaron las actas de los delegados presentes, se acordó la forma de la inauguración del Congreso, aprobando lo hecho por la comisión encargada de la misma, y se adoptó el siguiente orden de trabajos.

1° Los delegados darán cuenta del estado de las secciones o sociedades que representen.

2° Sociedades y cajas de resistencia. Su federación.

3° La cooperación. Su presente y su porvenir.

4° Organización social de los trabajadores.

5° Actitud de La Internacional con relación a la política.

6° Proposiciones generales.

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