Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO

FERNANDO GARRIDO

La propaganda socialista revolucionaria desarrollada en Madrid con éxito tan favorable desvelaba a los republicanos.

Visto el fracaso obtenido por los que pretendieron desorganizar el núcleo fundador y organizador de La Internacional en España, y no pudiendo conformarse a perder las masas trabajadoras con que contaban para reclutar combatientes y electores, apelaron a un recurso indigno, la calumnia; y para hacerla más eficaz, echaron mano del periódico más popular de su comunión, La Igualdad, de Madrid, y la autorizaron con la firma de un hombre popular y que además, titulándose socialista, gozaba de gran prestigio entre los trabajadores, Fernando Garrido.

La Igualdad, pues, en vísperas de la celebración del Congreso obrero de Barcelona, cuando los trabajadores se disponían a estudiar su situación, a fijar sus ideales y a organizarse debidamente, respondiendo al llamamiento de sus compañeros de todas las naciones que afirmaban por infalible y triste experiencia que en sus patrias respectivas, bajo el régimen autoritario capitalista en todas dominante no encontrarían jamás justicia, paz ni felicidad, perpetró una villanía.

Por fortuna había ya prensa obrera, y La Federación, de Barcelona, y El Obrero, de Palma de Mallorca, rechazaron con indignación la calumnia y refutaron los sofismas del calumniador.

En La Solidaridad de últimos de Mayo de 1870 publicamos el siguiente artículo contestando a Fernando Garrido:

LAS CLASES TRABAJADORAS Y LA POLÍTICA

Con este título ha publicado el ciudadano Garrido dos artículos en La Igualdad, artículos a los que nos vemos en la precisión de contestar, puesto que son un tiro directo a las doctrinas que la Asociación Internacional de los Trabajadores profesa respecto a la abstención de los obreros en la cuestión política.

Para combatir esta abstención, empieza Garrido echando mano de las mismas calumnias de que se sirven los partidos reaccionarios para combatir a los republicanos. Sois instrumentos inconscientes de los jesuitas, nos dice; sois instrumentos inconscientes de la reacción, dicen a Garrido y a sus correligionarios los hombres del partido progresista.

Mentira parece que Garrido, que conoce o cuando menos debería conocer a los obreros españoles, haya incurrido en semejante vulgaridad. Pues qué ¿ignora acaso que las asociaciones obreras en España han reunido en su seno la parte más sana, menos ambiciosa, más viril y más activa de las filas del partido federal? ¿No sabe que esos a quienes acusa de instrumentos de los jesuitas han empuñado más de dos veces el fusil para defender, aún a costa de su vida, las ideas que el ciudadano Garrido dice profesar, y que sólo a las mil torpezas de los sedicentes jefes del partido federal, a las defecciones de unos, a la mala fe de otros, a la indolencia y a la incapacidad de los más, han debido la fortuna de abrir a tiempo los ojos, y convencerse de que nada podían ni debían esperar de unos hombres que en año y medio que hace se encuentran en las Cortes no se han atrevido a proponer ni una reforma en beneficio de las clases proletarias; de unos hombres que en sus periódicos temen ocuparse de la cuestión social, para no alarmar los intereses de las clases conservadoras; de unos hombres que en los clubs, único punto donde se atreven a decir algo, no hacen más que hablarnos de reformas sociales para halagar nuestros oídos, pero que no nos dicen ni en qué consisten estas reformas, ni por qué medios hemos de realizarlas?

¡Instrumentos inconscientes de los jesuítas! ¿Qué diría el ciudadano Garrido si le llamáramos nosotros instrumento inconsciente o consciente, que todo puede ser, de la clase media, de esa eterna enemiga de la emancipación de las clases trabajadoras? Y, caso de querer descender al terreno de las personalidades no nos faltarían datos para probarlo. Años hace ya que Garrido viene llamándose socialista sólo porque es partidario de las sociedades cooperativas a la Rochdale, y un hombre de la instrucción y conocimientos que él posee debe saber de sobra que dichas sociedades están basadas en un principio puramente individualista. ¿Por qué, pues, se llama socialista si sabe que no lo es?

Pero no queremos seguir en un terreno al que no estamos acostumbrados a descender, tal vez porque no somos tan instruidos como nuestros adversarios.

Vamos, pues, a exponer lisa y llanamente sin ambages ni rodeos, como estamos acostumbrados a hacerlo, el porqué creemos que los obreros deben separarse completamente de esa asquerosa farsa conocida con el nombre de política.

En primer lugar debemos empezar reconociendo que los derechos individuales son la base en que debemos apoyarnos los trabajadores para realizar nuestra emancipación económico-social, pero negamos rotundamente que estos derechos pueda dárnoslos ningún gobierno, cualquiera que sea. Los derechos individuales son inherentes a la naturaleza humana, anteriores y superiores a toda ley, y el hombre no debe en manera alguna esperar que se le den o se le conozcan: debe pura y simplemente usar de ellos. Y esto es lo qUe estamos decididos a hacer los trabajadoree todos. No tiene, pues, razón de ser el temor que manifiesta el ciudadano Garrido de que nos los dejemos arrebatar por ningún gobierno aunque sea republicano.

En segundo lugar, si bien estamos seguros de que todos los trabajadores están conformes en aceptar los derechos individuales como base de su emancipación económico-social, sabemos también por una larga experiencia que las opiniones políticas contribuyen a crear profundos odios entre los hombres, y como la misión de La Internacional es estrechar los lazos entre los trabajadores todos, cuyos intereses con relación al trabajo son los mismos, no puede ni debe ocuparse de la cuestión política, a fin de que todos los obreros de todos los países sin distinción de color político tiendan a unirse con los lazos de la fraternidad en el seno de nuestra Asociación.

En tercer lugar, sabemos también por experiencia, y muy dolorosa por cierto, que siempre que los intereses de la clase trabajadora han chocado con los de la clase media, ningún gobierno, ni el despótico de Napoleón, ni el constitucional belga, ni el democrático de la Confederación suiza, han respetado en lo más mínimo los derechos de la primera, y todos han apelado a la fuerza bruta para hacer que el trabajo se sometiera al capital y continuara siendo explotado por éste. Esto, unido a las tendencias que demuestran casi todos los santones del partido federal español, nos hace creer que los trabajadores no habíamos de ser más respetados por ellos que por los gobiernos anteriormente citados.

En cuarto lugar, creemos que ha pasado el tiempo de las revoluciones puramente nacionales; creemos que debemos por medio de la propaganda preparar a todos los pueblos para la gran revolución internacional, única que puede poner al trabajador en posesión de las primeras materias y de los instruinentos de trabajo, y esta es también la razón del porqué tratamos con cuidado de evitar tomar parte en todo cuanto puede tener el carácter de política puramente local o nacional.

En quinto lugar, estamos convencidos de que la República federal y todas esas libertades que se llaman políticas, son insuficientes para realizar las reformas sociales de que somos partidarios, y esto nos lo ha concedido el ciudadano Garrido en el primero de sus artículos, y bueno es hacer constar que es el primero que nos hace semejante concesión.

En sexto lugar, creemos firmemente que, dada la actual organización de la sociedad, sería un gran mal para la clase trabajadora el que alguno de los individuos que la componen entrara a formar parte del municipio, de la diputación provincial o de la diputación a Cortes. Obreros hay hoy en todos los municipios republicanos. ¿Qué han conseguido? Distraer su atención de sus lintereses materiales, que son los que más les conciernen, y convertirse en juguete de los individuos de la clase media que les rodean, y que con sus halagos y adulaciones tratan de separarlos de los intereses de sus hermanos.

Es preciso desengañarse. Los trabajadores hoy no debemos hacer otra cosa que organizarnos y propagar los principios de La Internacional. El día en qUe estos principios hayan sido comprendidos y adoptados por una gran mayoría de trabajadores, entonces podremos dar gusto al ciudadano Garrido, apoderándonos de los puestos que él señala a nuestra ambición para adormecernos y separarnos del camino que seguimos, pero será ténganlo bien entendido todos, no para ocuparlos, sino para destruirlos, destruyendo con ellos todo gobierno autoritario, e implantando sobre sus ruinas la Anarquía, o sea la libre federación de libres asociaciones obreras agrícolas e industriales.

¿Queda satisfecho el ciudadano Garrido, y con él los socialistas autoritarios?

Si no lo quedan, nosotros pobres e ignorantes obreros, retamos al ciudadano Garrido y a cuantos como él piensen, a discutir públicamente, en un meeting de obreros, la conveniencia o inconveniencia de que la clase trabajadora tome parte activa en la política.

¿Se digna el ciudadano Garrido aceptar el reto?

Si es así, desde ahora queda autorizado para fijar día, hora y sitio, seguro de que, fuertes con nuestras convicciones, no hemos de faltar a la cita.

Lógica, sentido común, sencillez, verdad pura respira el transcrito artículo, y su mérito aumenta con el tiempo transcurrido, sirviendo de mentís a los que, falseando la nobleza del ideal para satisfacer mezquina ambición, pretenden treinta y tantos años después, en nombre del socialismo, lo que Garrido y sus amigos pretendían en nombre de la República, es decir, engañar a los trabajadores.

Tratando el mismo asunto, La Federación de 12 de Junio de 1870 decía:

Empezaremos por declarar que no estamos por lo que hicimos a principio de la Revolución de Septiembre. Cometimos un error, y hoy que lo conocemos, nuestra franqueza exige declaramos culpables, porque culpables somos (1).

No se ofenda nuestro estimado Alsina (el diputado obrero). Nuestras palabras no rebajarán en un ápice su dignidad, que es la nuestra, ni su reputación de hombre honrado. Aunque hijo de este error, creemos interpretar aquí su opinión, como interpretamos la de la asamblea general de obreros, que hace quince días se pronunció unánime por que nuestra actividad, nuestra política, nuestra inquebrantable constancia en redimirnos, sobre todo, debía estar basada en el trabajo.

Así, pues, nunca nos perdonaremos el haberle enviado al seno de una representación nacional, cuyo interés, como hemos visto, está en que jamás la palabra trabajo saliera de sus labios. Una blusa allí dentro se denhonra, permaneciendo entre hombres que aun no han logrado el alto honor de vestirla. Levanta, pues, la frente, insigne obrero, que vales mucho más tú que todos juntos.

No se ofendan tampoco nuestros diputados por lo que vamos a decir. Reconocemos ser efecto de la institución. Un obrero en una asamblea semejante nos hace el mismo efecto que un hombre atado a un poste en el interior de su casa, obligado a mirar impasible como media docena de bandidos le dejan sin ajuar y sin un cuarto ...

El Obrero, no menos claro y enérgico sobre el mismo tema, escribía por aquellos días lo siguiente:

No tema nadie que los socialistas vayan al Municipio, a la Diputación y a las Cortes, porque nosotros, no aceptando nada de ese árbol carcomido llamado Estado, sólo deseamos cortarle. Abstención quiere decir Revolución.

Los partidos pueden prometer todas las libertades políticas, pero los obreros deben volverles las espaldas mientras no sea para conquistar la igualdad económica.

Sin la igualdad es imposible la libertad del trabajador.

No crean los políticos que nosotros sólo pedimos la igualdad ante la ley, sino la igualdad de derechos y deberes.

El deber de todo hombre es el trabajo.

El derecho es recibir el producto de su trabajo.

Antes que políticos somos adictos a las soluciones de la ciencia económica moderna y a la realización de la justicia en la sociedad.

Nuestro programa es el más radical que se conoce: somos en política anarquistas, en economía colectivistas y en religión ateos.

Como se vé, había perfecta unidad de doctrina y de aspiraciones entre los órganos obreros, y el deseo de romper esa unanimidad inspiró a Fernando Garrido otra idea tan mala como la primera. No contento con acusarnos de instrumentos jesuíticos, expuso que el Consejo general de la Internacional y la mayoría de las secciones francesas pensaban que es perjudicial y contraproducente renunciar a los medios políticos para conseguir la emancipación de los trabajadores; pero en La Solidaridad paramos el golpe con la siguiente réplica:

Por lo que hace al temor que manifestáis de que surja entre nosotros una división que neutralice nuestros esfuerzos, estad tranquilo. Vos sabéis perfectamente que donde no hay unidad de ideas, toda unión es puramente ficticia; por eso entre los que piensan como vos y los que como nosotros piensan, no puede haber unión verdadera: lo que vos llamáis desunión sería en este caso una purificación, y ésta, no sólo no la tememos, sino que la deseamos.

Morago y yo fuimos a casa de Garrido para formalizar la controversia pública, pero aquel señor no tenía gana de tal conferencia, y pretendió distraemos con su charla bonachona y excesiva; por nuestra parte nos mantuvimos dignos y severos, censurándole por la injustificada ofensa que nos había dirigido, de cuya censura no pudo eximirse, a pesar de su habilidad, quedando ante nosotros despojado de todo prestigio y reducido al más ínfimo nivel.


Notas

(1) Alude a la declaración hecha en el primer número, y que he mencionado antes, reconociendo que la República democrática-federal es la forma de gobierno que más conviene a los trabajadores.

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