Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoTERCERA PARTE - Lección VIITERCERA PARTE - Lección IXBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

TERCERA PARTE

Lección VIII

Don Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, conde de Gélvez, 14° Virrey. Don Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo, 15° Virrey (1624). Don Lope Díez de Armendáriz, marqués de Cadereyta, 16° Virrey (1635). Don Diego López Pacheco, marqués de Villena, 17° Virrey (1640).


Dotado el Virrey Mendoza y Pimentel de clara inteligencia, de valor y energía para desterrar abusos y de una independencia rara e indispensable para su empresa, dedicóse preferentemente a dar seguridad al país infestado de ladrones, protegidos por la venal e incapaz administración de justicia. El Virrey, castigando a los jueces, multiplicando las fuerzas de policía y rodeándose de hombres activos y probos, logró desde 1622, un año después de su entrada a México, limpiar los caminos, inspirar confianza al comercio y merecer el nombre de Juez severo con que fue conocido en sus primeros días.

En su época se abrió en la Universidad, el 29 de noviembre de 1629, un curso de cirugía dado por el doctor mexicano Cristóbal Hidalgo y Bandábal.

Después de muchas deliberaciones, diligencias y reconocimientos el conde de Gélvez suspendió la obra del desagüe, que en cada amago de inundación se continuaba con grandes costos, para abandonarse luego que pasaba el peligro, y se mandó romper el dique puesto al río de CuautitIán, lo que produjo los peores resultados.

Pero lo que caracteriza la época de este Virreyes el gran tumulto ocurrido en su tiempo, de resultas de su pugna con el arzobispo Pérez de la Serna.

En septiembre de 1622 fue denunciado don Melchor Pérez de Veráez por don Manuel Soto, de que imponía cargas a los indios, les obligaba a que le compraran la carne corrompida de sus reses y otras iniquidades. Persuadido el Virrey de la verdad de la acusación remitió la causa a España, por lo tocante a los delitos más graves, y en cuanto a los otros, continuó en México el proceso.

Primero estuvo Veráez en una casa particular preso; después se le pidieron fianzas, lo cual sabido por él antes de que el auto se le notificase, se refugió en el Convento de Santo Domingo.

Entretanto, Veráez fue condenado al pago de 70000 pesos, y como se sospechó que trataba de fugarse, se le pusieron cuatro guardias para evitarlo. Todo esto acontecía en 1623.

Quejóse Veráez al arzobispo, de que se violaban las inmunidades de la Iglesia con la presencia de los guardias, y el arzobispo notificó a los jueces que los mandasen retirar. Los jueces resistieron con fundadas razones, y el arzobispo excomulgó a los jueces, al notario y a los mismos guardias, expidiendo auto para que a su notario se entregasen los autos, so pena de excomunión. El notario arzobispal era un clérigo bilioso y furibundo que embrolló las cosas, al extremo de que decretase el Virrey su destierro a Ulúa. Al saber el arzobispo lo que ocurría, excomulgó al Virrey y mandó fijar su nombre en tablillas en las iglesias.

Consultó al Virrey con una junta de oidores y alcaldes sobre si podría ser excomulgado por el arzobispo, y habiéndole contestado de una manera evasiva, reunió otras personas más respetables, quienes opinaron por qué no tenía razón el arzobispo, ni poder alguno para excomulgarlo en este caso.

Armado el Virrey con semejantes opiniones, impuso penas al arzobispo y le hostilizó con la mira de que levantase las censuras.

Los jueces de Veráez y los otros excomulgados, al ver que el arzobispo les negaba la absolución, ocurrieron al delegado del Papa, que estaba entonces en Puebla; el delegado mandó al arzobispo que absolviese, éste resistió; acudieron al Papa, a levantar las censuras condenando al arzobispo.

Lejos de ceder en nada, el arzobispo se hizo llevar en silla de mano a la Audiencia; los oidores se escaparon y el arzobispo dejó allí sus peticiones, poniendo por testigos a varios circunstantes permaneciendo en aquel puesto hasta no obtener justicia.

El escándalo crecía; el delegado mandó cesar el toque de campanas, y la alarma del pueblo fue inmensa. Notificóse al arzobispo que se retirara, por una, dos y tres veces, y el arzobispo resistió obstinadamente; entonces se le mandó sacar de aquel sitio y conducirle a San Juan de Ulúa con cien arcabuceros.

Al ver llegar las cosas a este extremo, los oidores revocaron su auto de multas y destierros; el Virrey, al saber esto mandó a la cárcel a los oidores y dio órdenes al provisor y a los curas para que no obedecieran más órdenes que las del delegado del Papa.

El arzobispo entretanto caminaba a su destierro, y el pueblo se encontraba en la mayor agitación.

Llegado que hubo el señor arzobispo don Juan Pérez de la Serna a San Juan Teotihuacan, pidió las llaves del sagrario, tomó en sus manos la hostia y mostró su resolución de no seguir el viaje, lanzando contra el Virrey los anatemas de la Iglesia y difundiendo el espanto por todas partes.

La noticia de este suceso voló a la capital; el provisor mandó que se consumiese en todas las iglesias, despertando al pueblo y enfureciéndole contra los llamados herejes.

La multitud rabiosa hervía en la plaza, cuando pasó por ella Osario; al verlo se desató el enojo de la plebe en su contra, le apedreó, y prorrumpió en vivas a la fe de Cristo y al arzobispo. El Virrey mandó hacer fuego sobre el pueblo amotinado; entretanto se ve arder una parte del palacio, incendiado por la plebe; un estudiante arrancó una bandera de las ventanas de Palacio, la enarboló en la Catedral, convocó a algunos caballeros y logróse apagar el incendio.

En vista del peligro tan inminente, dio el Virrey orden para que regresara el arzobispo, mientras, volvía a arder el palacio y Veráez era sacado de Santo Domingo en triunfo y paseado por las calles.

El tumulto arreciaba como una tempestad; los frailes de San 'Francisco salieron de su convento a apaciguarlo; los oidores intentaron aprehender al Virrey. El Virrey no quiso ceder. Llegó la tarde; a merced de los estragos del incendio, la multitud penetraba en Palacio. La Audiencia decretó en tales momentos la destitución del Virrey, nombrando capitán general a don Pedro Gavira, y el Virrey tuvo que escapar disfrazado entre la multitud.

A las once de esa noche volvió el arzobispo a México en medio de los repiques y demostraciones de regocijo; se restableció la calma y el Virrey quedó preso en San Francisco.

A pocos días partió el conde de Gélvez a España, donde hizo grande impresión el tumulto de México, no tanto por lo que motivó, sino porque había descubierto al pueblo el secreto de su fuerza.

Felipe IV hizo marchar violentamente a México al marqués de Cerralvo, quien sucedió al señor Gélvez en el mando.

15° Virrey, don Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo (1624). En 1624 ocupó Acapulco con una escuadra holandesa el príncipe de Nassau, retirándose en seguida.

Sinaloa y las provincias vecinas fueron afligidas por el hambre, y fue apresada por los holandeses, el año de 1628, la flota que iba de Veracruz a España.

En 1629 se hizo en México sensible la inundación que había comenzado desde el año anterior. La ciudad era un inmenso lago; nadie podía transitar por las calles si no era en canoa; cesó el despacho de tribunales y oficinas, y las mismas se celebraban en balcones y azoteas.

Llegó la orden para que los Virreyes duraran tres años.

El agua subió dos varas; perecieron numerosas familias españolas y treinta mil indios, destruyéndose muchos edificios.

Con este motivo, revivió la idea de trasladar la ciudad entre Tacubaya y Tacuba, en las lomas llamadas de Juan Alcocer, pero se abandonó el pensamiento por las muchas dificultades que se opusieron a su realización.

La obra del canal de Huehuetoca se continuó con ahínco y se concluyó en 1632, en que reconocida, se encontró insuficiente para su objeto.

Por aquellos días, a 35 leguas de Monterrey, se construyó un fuerte con el nombre de Marqués, donde hoy está la población de Cerralvo. Este Virrey cesó en el mando en septiembre de 1635.

16° Virrey, don Lope Díez de Armendáriz, marqués de Cadereyta (1635). En su tiempo llegaba a tres millones de costo la obra del desagüe.

Persiguió el Virrey con tesón a contrabandistas y corsarios.

Tuvo diferencias con el arzobispo Zúñiga; pero el arzobispo se llamó a España. Fundó Cadereyta.

17° Virrey, don Diego López Pacheco, marqués de Villena. Entró en México el marqués de Villena, sucesor del de Cadereyta, en 1640, y con él vino el famoso obispo de Puebla, Palafox y Mendoza, encargado de residenciar a los anteriores Virreyes y de visitar a la Audiencia y tribunales.

Dos años poco más duró en el mando el marqués de Villena, porque calumniado ante la corte, o más probablemente temido por su parentesco con el duque de Braganza, Rey de Portugal, sublevado entonces contra Felipe IV, fue relevado en junio de 1642.

En el corto tiempo que ejerció el poder el marqués de Villena, envió exploradores a California y ayudó a quitar la cura de almas a los religiosos, dándola a los clérigos, más a propósito para guardar armonía con el poder civil.

En mi modo de ver las cosas, concurren a la mala calificación que se ha dado al gobierno del marqués, dos causas principales: una injusta, referente a su conducta respecto de los frailes; y otra justa, relativa a su manejo en las rentas.

En cuanto al primer punto, su lucha fue incesante, ya con los carmelitas que con desprecio del Rey se establecían donde les parecía, desconociendo casi el patronato; ya con los religiosos de San Juan de Dios, que con desprecio de las leyes querían gobernarse; ya con otros religiosos que llevaban una vida escandalosa y a quienes fue necesario reprimir, y en efecto, reprimió el Virrey con energía, ayudado por el señor Palafox.

Fácil es suponer lo que el fanatismo inventaría y lo que tendría que sufrir el marqués de Villena.

La tradición del poder de los frailes, su prestigio con los indios, sus doctrinas, etcétera, los hacían más poderosos que los Virreyes; para muchos eran indivisibles la religión y los intereses de los religiosos, y esto produjo escándalos sin cuento, y hacía que quien chocaba con tan poderosos abusos, fuese víctima de toda especie de intrigas.

Pero en lo que parece que no se extravió la opinión, fue en cuanto al manejo del Virrey en los intereses de la administración pública.

Hizo contratas ruinosísimas; otorgó a sus favoritos empleos que debieron haberse dado a personas ameritadas; sus amigos, su caballerizo y otras personas de su estimación, remataron algunos estancos y rentas; en una palabra, se señala como una administración inquieta, inmoral y funesta la del marqués de Villena, no faltando para su descrédito ni sus diferencias con el señor Palafox, primero visitador y después Virrey, sucesor de Villena.

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