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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

TERCERA PARTE

Lección XV

Don Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta, arzobispo de México, 38° Virrey. Don Pedro Castro, duque de la Conquista, 39° Virrey. Don Pedro Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, 40° Virrey. Don Francisco Güemes y Horcasitas, primer conde de Revillagigedo, 41° Virrey. Don Agustín Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas, 42° Virrey.


En la segunda vez que reinó Felipe V, reasumiendo el gobierno por la muerte de Luis I, fungió como Virrey el señor Yizarrón y Eguiarreta, varón lleno de virtudes que desplegó con energía y universal aplauso en los días en que afligió a la ciudad de México la asoladora epidemia del matlazáhuatl y en que corporaciones y particulares compitieron en nobles y generosos actos de caridad. Quien desee tener detalles sobre esta epidemia, puede leer el Escudo de armas de México, de Cabrera, que los menciona con gran prolijidad.

Un indio de la nación Guaima quiso sublevar por aquellos días Sonora, y lo ahorcó el capitán Anza, gobernador de aquel distrito.

La construcción del palacio arzobispal de Tacubaya y del convento de San Fernando, a que contribuyó el conde de Regla, fueron las últimas obras de este prelado venerable, que falleció en México en 1747.

Nada que sea digno de mención ocurrió en tiempo de don Pedro Castro, duque de la Conquista, conocido por los honrosos títulos que conquistó en Italia, ni durante el gobierno de la Audiencia, que por su muerte ocurrida en México en 1742, gobernó unos días bajo la presidencia de don Pedro Malo y Villavicencio.

A fines de 1742 ocupó el Virreinato el conde de Fuenclara, quien reparó el acueducto de Chapultepec y mandó construir la calzada de San Antonio Abad.

En 1744 don José de Escandón fundó las colonias del Nuevo Santander, en el que es hoy Estado de Tamaulipas.

Al conde de Fuenclara fue a quien se presentó el sabio Boturini, con una bula para colectar limosnas para la coronación de la Virgen de Guadalupe, pero sin la autorización real; púsose preso a Boturini, se reclamó a la Audiencia, y hubo grande escándalo. A Boturini se le acogió después y se le dio el título de cronista, con 1000 pesos anuales. Publicó en 1746 un libro intitulado Idea de una nueva historia general de la América septentrional.

Reinando Fernando VI, el 9 de julio de 1746 ocupó el mando el primer conde de Revillagigedo (1), don Francisco Güemes y Horcasitas.

Varias providencias de estricta moralidad son lo que distinguieron este gobierno, en que la institución del condado de Sierra Gorda, un eclipse total ocurrido en México en 1752, el incendio del convento de Santa Clara y el hambre de los años de 1752 en Guanajuato y Zacatecas, son objeto de la atención de los cronistas. El primer conde de Revillagigedo se volvió a España muy rico, formando contraste con el marqués de las Amarillas, su sucesor, a quien se menciona especialmente por haber muerto muy pobre.

La Audiencia gobernó desde 5 de febrero hasta 28 de abril de 1760.



CARLOS III

Don Francisco Cajigal de la Vega, 43° Virrey. Don Joaquín Montserrat, marqués de Cruillas, 44° Virrey. Don Carlos Francisco Croix, marqués de Croix, 45° Virrey. Don Antonio María de Bucareli, bailía de la orden de San Juan, 46° Virrey. Don Martín Mayorga, 47° Virrey (1779 a 1783).


Sensible es que se hiciera percibir muy débilmente en las Américas la benéfica influencia del reinado de Carlos III, no planteándose mejoras de la importancia de la erección de las intendencias sino de una manera muy tardía e imperfecta; no obstante, los Virreyes que en este periodo fungieron, generalmente hablando, introdujeron mejoras e hicieron reformas trascendentales.

Del tiempo del Virrey Cajigal puede decirse que es la creación de una fuerza local permanente, con motivo del rompimiento con Inglaterra.

Creyéndose amenazado México, el Virrey pensó en su vigorosa defensa; dos veces bajó a Veracruz para ver sus fortificaciones, alentó al consulado, que armó y equipó a sus expensas un cuerpo de dragones, el primero nato de la Nueva España, que después, con otras fuerzas de la península y del país, presentaron un respetable cuerpo de tropas.

El gobierno de España nombró por suplentes a don Juan Villalva para que organizase las fuerzas; pero queriendo obrar con independencia y desprecio del Virrey, fue depuesto, tomando entonces el Virrey la dirección de todo. De esa época es la célebre visita del eminente don José de Gálvez, tan capaz en todos los ramos de la administración. Él creo el estanco del tabaco, puso en organización regular las alcabalas, limpió la administración de empleados ineptos e infieles, y hasta las poblaciones de la frontera recuerdan hoy su probidad y rectitud.

Se numeraron las casas de México con dificultad. No así en Puebla.

El marqués de Cruillas sufrió, al terminar su gobierno un juicio severísimo de residencia, entregando el bastón de mando al marqués de Croix.

Recto y desinteresado como muy pocos e incorruptible en su conducta pública y privada, consiguió que la dotación de los Virreyes se aumentasen de 40 a 60 000 pesos, para asegurar la independencia y el decoro de tales funcionarios.

El 25 de junio de 1767, gobernando el marqués de Croix, sucesor del de Cruillas, se verificó a una misma hora en todo el Reino la expulsión de los jesuitas, preparada con profundo sigilo por Carlos III y su ministro el conde de Aranda. El escándalo fue inmenso; los padres fueron conducidos a Italia, embarcándose por Veracruz. Los bienes de los jesuitas, con el nombre de temporalidades, ingresaron al erario, y sus fincas se remataron a bajos precios, sin oposición ni protesta de la Iglesia.

Con motivo de la expulsión de los jesuitas, hubo sublevación en varios puntos y vinieron tropas de España.

Se aumentó a 60 000 pesos el sueldo del Virrey y se celebró el Cuarto Concilio Mexicano.

El marqués, premiado por sus servicios con el título de Capitán general, se dedicó a la construcción del castillo de Perote, no descUidando el embellecimiento de la ciudad con varias obras y reformas, entre otras la de quitar el quemadero de los herejes que estaba entre la Alameda y San Diego.

Las crónicas dicen que en tiempo de este Virrey comenzaron los mexicanos a comer a la francesa, sin explicar si por el cambio de las horas acostumbradas o por la introducción de nuevos potajes en el arte culinario.

Muy numerosos y patentes fueron los beneficios que produjo a México el gobierno del señor don Antonio María de Bucareli y Ursúa. Se fundó la Escuela de Medicina en el Hospital Real. Diego García Panet fundió cañones en Tacubaya. Se amplió la Alameda.

Tuvo la buena suerte de que en su tiempo, el señor conde de Regla, don Pedro Romero de Terreros, estableciese el Montepío con la dotación de 300 000 pesos de su peculio.

El generoso capitán Zúñiga fundó el Hospicio de Pobres, y el virtuoso señor arzobispo Lorenzana, la Cuna, reformando la misma institución que con el nombre de Refugio de Desamparados, estaba a un lado de San Juan de Dios.

Abrió y plantó la arboleda de Paseo Nuevo que lleva su nombre.

Con el merecido título de Padre del Pueblo, murió el señor Bucareli, universalmente sentido.

La Audiencia entró al gobierno, y en su tiempo se publicó la declaración de guerra de la Inglaterra contra los Estados Unidos, por su revolución de independencia.

En 1778 acaeció la muerte de don Manuel Borda, minero acaudaladísimo y benéfico que hizo varias fundaciones piadosas y de quien Taxco, Cuernavaca y la Catedral de México conservan gratos recuerdos.

Don Martín Mayorga gobernó desde 1779 a 1783, no habiendo en su tiempo digno de mencionarse sino una terrible peste de viruelas, en que dio a conocer las excelentes cualidades de su corazón por su amor a los pobres.



Notas

(1) El primer conde de Revillagigedo aumentó las rentas subiendo los precios a los remates y los derechos a los efectos. En esa época aún existía la costumbre de poner grillos a los cadáveres de los que habían manejado caudales, hasta que se liquidaban sus cuentas.

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