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LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

TERCERA PARTE

Lección X

Don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, 22° Virrey (agosto 15 de 1653). Don Juan de Leyva y de la Cerda, 23° Virrey (16 de septiembre de 1660). Don Diego de Osario Escobar y Llamas, obispo de Puebla, 24° virrey (29 de junio de 1664).


Habréis notado que al tratar de cada Virrey en lo particular, aparecen como en mayoría los hombres probos y humanos que cumplen con su deber, introducen mejoras y se vindican de los cargos que resultan contra ellos en las constantes visitas que quedaban después de terminado su gobierno. Pero es necesario fijarse en que los esfuerzos de los Virreyes eran aislados, que la justicia estaba en el más alto grado de corrupción, adulando los intereses de los ricos, que a su vez explotaban cruelmente a los infelices indios, a pesar de las disposiciones protectoras y de las leyes de Indias, que nunca se ponían en práctica. El clero no obstante las instancias de algunos Virreyes, se había relajado por la riqueza y por la holganza y suscitaba a cada momento dificultades a la administración; las artes estaban encadenadas por los privilegios y el comercio por las prohibiciones.

El sistema de hacienda favorecía el desorden y agotaba los esfuerzos de la gente trabajadora; los ladrones infestaban los caminos; por último, las ciencias no tenían sino escasísima importancia, consumiéndose los mejores talentos en disputas teológicas, en embrollos sobre jurisdicción e inmunidades y en pleitos eternos en que triunfaban el valimiento con la Audiencia y con la corte.

El duque de Alburquerque fue de los Virreyes que protegieron las letras; limpió los caminos de ladrones y envió una costosa expedición a Jamaica, invadida por los ingleses de resultas de los informes de Tomás Gage, fraile que les descubrió la debilidad de las posesiones españolas.

Fundó este Virrey la villa de Alburquerque, protegió a los misioneros, reduciendo a muchos indios al cristianismo, y trató, aunque en vano, de poner arreglo en algunos ramos de su administración.

Visitando en los últimos días de su Virreinato la obra de la Catedral, que aún no estaba concluida, y tenía bóvedas de madera, entró a orar en la capilla de la Soledad en que se hallaba Nuestro Amo manifiesto, cuando penetró, sin ser notado, un joven Manuel Ledesma Y Robles, de diecinueve a veinticinco años, soldado español, quien con la espada desnuda se dirigió al Virrey, gritando que lo tenía de matar. El Virrey se puso en actitud de defensa. Repuestos de su sorpresa los acompañantes del Virrey, aprehendieron a aquel demente, y juzgado brevísimamente, fue condenado a ser decapitado y a que despedazasen su cuerpo, atándolo de pies y manos a las colas de dos caballos. La horrible ejecución en la Plaza Mayor, tuvo lugar en marzo de 1660.

Sucedió al duque de Alburquerque el señor don Juan de Leyva, marqués de Leyva y Ladrada y conde de Baños.

Prosiguió la obra del desagüe, envió expediciones a California y aplacó una sublevación habida en Tehuantepec, en la que tomó parte el ilustrísimo señor Cuevas y Dávalos, obispo de Oaxaca, criollo que mereció ser electo arzobispo de México.

Las poblaciones del Nuevo México recibieron fomento y se aumentaron hasta formar veinticuatro pueblos.

La sublevación de Tehuantepec fue originada por la duplicación de impuestos y por las iniquidades que allí se cometían con los indios.

El clero se había injerido a tal punto en los negocios, que el obispo Boguera excomulgó algunos estancos, como el del comercio y efectos de China; lo mismo hizo con el ramo de pulque y contra los que interceptasen la correspondencia.

Las guerras de España, desde los primeros días de la Conquista de la Nueva España, habían sido frecuentes con ingleses, portugueses, franceses y piratas que infestaban nuestros mares. En tiempo del conde de Baños se ajustaron tratados de paz, pero el mismo Rey los quebrantaba y la piratería continuaba invadiéndonos fatalmente; aunque en este tiempo se ajustó la paz con Inglaterra, siguió la de Portugal, y por consiguiente, en México las contribuciones y el envío de caudales que fomentaba el desorden en toda la administración.

Por aquel tiempo, las rentas públicas importaban 1 600 000 pesos, poco más, invirtiéndose en la administración 1 millón, y 200 000 en mercedes a conquistadores, situados para España y gastos extraordinarios, a no ser cuando se destinaban cantidades a los presidios.

A las cantidades que se recaudaban no se les daba la debida aplicación cuando se necesitaban en España; de ahí nacían los inmensos gravámenes de las cajas.

Al conde de Baños, desde los primeros días de su gobierno le ocasionaron graves disgustos sus hijos, uno de los cuales mató a un criado del conde de Santiago; así es que, lleno de sinsabores, dejó el gobierno y pasó a España, donde tomó el hábito de fraile carmelita.

El gobierno de don Diego de Osario, obispo de la Puebla, que sucedió al conde de Baños, duró sólo cuatro meses, activando la obra de la Catedral y haciendo algunas fundaciones piadosas.

Por aquellos tiempos, según el padre Cabo, que no determina la fecha, el Popocatépetl vomitó cenizas durante cuatro días, difundiendo por todas partes el espanto; el señor Osario al regresar a Puebla, renunció al arzobispado de México, para el que había sido nombrado poco antes.

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